LA CAPTACIÓN DE LOS SEMIARRIANOS

 

Como veremos, esa captación fue en gran parte obra de los tres grandes Padres de Capadocia, SAN BASILIO EL GRANDE, SAN GREGORIO DE NACIANZO y SAN GREGORIO DE NISA. Sus vidas y sus escritos están entrelazados de tal modo que hemos pensado que lo mejor sería presentarlos juntos. Después de tratar de ellos, daremos una breve noticia de dos autores contemporáneos suyos que están también relacionados con la lucha antiarriana, aunque a diferencia de los anteriores, que pertenecen a la escuela de Alejandría, éstos se suelen clasificar en la de Antioquía. Son SAN CIRILO DE JERUSALÉN y APOLINAR DE LAODICEA.

La vida de los Padres Capadocios

BASILIO EL GRANDE nació en Cesarea de Capadocia, alrededor del año 330, en una familia ya cristiana y bien situada; su padre, un retórico célebre en Neocesarea del Ponto, era hijo de Santa Macrina la mayor; su madre, hija de un mártir, tuvo diez hijos, de los cuales cuatro se veneran como santos: tres obispos y Santa Macrina la menor. Las primeras letras las aprendió de su padre, y luego asistió a la escuela retórica de su ciudad natal, Cesarea, estudiando posteriormente en Constantinopla y por fin en Atenas. En Atenas coincidió con Gregorio de Nacianzo, antiguo condiscípulo suyo en Cesarea, y entre los dos se estableció ahora una amistad estrecha, que duraría toda su vida.

Al volver a Cesarea hacia el 356, Basilio empezó su carrera como retórico, pero casi enseguida renunció a ella para dedicarse enteramente a Dios: recibió el bautismo, emprendió un viaje por Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia con objeto de conocer a los monjes más célebres, y al volver repartió sus posesiones entre los pobres y se retiró a la soledad junto al río Iris, cerca de Neocesarea del Ponto, donde pronto acudieron otros muchos a compartir con él su género de vida.

GREGORIO DE NACIANZO, casi de la misma edad que Basilio, hijo de una familia aristocrática de Capadocia, había nacido en Arianzo, una villa rústica cercana a la ciudad de Nacianzo, donde su padre, convertido unos años antes gracias a su mujer, era ahora obispo. Después de asistir a la escuela de retórica de Cesarea de Capadocia, Gregorio había estado en las escuelas cristianas de Cesarea de Palestina y de Alejandría, aunque no por mucho tiempo; de ahí pasó a Atenas, donde ya hemos dicho que volvió a coincidir con Basilio y se cimentó su amistad mutua. Al parecer fue al marcharse de Atenas cuando recibió el bautismo, y casi enseguida (357/358) lo encontramos de nuevo con Basilio, en el Iris, donde permanece varios meses. Allí, entre los dos escribieron la Philocalia, que es una antología de los textos de Orígenes, y dos reglas monásticas que tendrían gran influencia y de las que hablaremos después.

Gregorio de Nacianzo parecía haberse asentado para siempre en el Iris cuando su padre, acercándose a la vejez, le comenzó a rogar que fuera a ayudarle en la administración de su diócesis y Gregorio, a su pesar y ante la insistencia del pueblo, decidió ir; allí, hacia el 362 y coaccionado por su padre, recibió el sacerdocio; enseguida se escapó hacia el Iris, pero su sentido de responsabilidad le hizo regresar pronto a Nacianzo, donde colaboró con eficacia al gobierno de la diócesis y a su atención pastoral.

También Basilio, que entre tanto había fundado varios monasterios, tuvo que abandonar el Iris. Eusebio, obispo de Cesarea de Capadocia, le había persuadido hacia el 364 de que se ordenara sacerdote y le ayudara en el gobierno de su diócesis, que era metropolitana. A la muerte de Eusebio (370), fue Basilio quien le sucedió como obispo y también como exarca de la diócesis civil del Ponto, simultaneando el cargo eclesiástico y el civil. Su actividad en estos cargos fue notable, y así la consideraron sus contemporáneos; también tuvieron trascendencia sus iniciativas en el campo de la beneficencia (hospitales, etc.), donde sus dotes de gobierno y de organizador se dejaron sentir con eficacia.

La posición de Basilio en la lucha con el arrianismo durante los años largos y difíciles de los emperadores pro arrianos, fue de gran trascendencia. La lucha en el terreno de las ideas, defendiendo el dogma de Nicea, explicándolo y procurando convencer y atraer con suavidad a los indecisos y aun a los contrarios, y apelando a la ayuda de Atanasio y del papa, tuvo que ir acompañada de una gran habilidad, no exenta de fortaleza, en sus relaciones con el poder civil.

Así, hacia el 371, el emperador Valente, quizá también para minar la autoridad de Basilio, dividió en dos la provincia civil de Capadocia, una de las que componía la diócesis civil del Ponto; la Capadocia segunda, con su capital en Tiana, quedaba segregada, y el obispo de Tiana, con el pretexto de que las circunscripciones civiles y las eclesiásticas debían coincidir, pretendió erigirse en metropolitano y ejercer jurisdicción sobre algunas de las sedes sufragáneas de Basilio. Éste, con objeto de reforzar su posición, erigió varias diócesis más dentro de su territorio metropolitano, en lugares a veces muy pequeños, y puso al frente de ellas a personas adictas. Así fue como, contra los deseos de Gregorio de Nacianzo, consiguió consagrarle obispo de Sásima, lugar al que sin embargo Gregorio no fue nunca, continuando en su administración de la diócesis de Nacianzo, primero ayudando a su padre y, a la muerte de éste, él solo.

En este momento nos encontramos con el tercero de los Padres Capadocios. Se trata de GREGORIO DE NISA, uno de los hermanos menores de Basilio, con el que se llevaba unos cinco años. Educado al principio en gran parte por su hermano, al que a menudo llama su maestro, fue después lector en la Iglesia, y luego se hizo profesor de retórica y se casó; más tarde, por la influencia de sus amigos, entre los cuales hay que poner en un lugar especial a Gregorio de Nacianzo, se unió a los monjes del Iris. Y ahora (371), su hermano Basilio le elevaba a la sede de Nisa que acababa de erigir en este lugar insignificante.

En Nisa no consiguió dirigir bien la diócesis; sus dotes de gobierno eran escasas, los herejes le recibieron muy mal, tuvo que defenderse de acusaciones de mala administración económica, y acabó siendo destituido por un sínodo de obispos arrianos (376). A la muerte del emperador pro arriano Valente (378) fue sin embargo recibido de nuevo y con gran entusiasmo en Nisa, y poco después fue elegido obispo de Sebaste (380). Intervino eficazmente en el concilio de Constantinopla (381), el segundo de la serie ecuménica, donde se reafirmó la fe de Nicea y se extendió la declaración de consubstancialidad al Espíritu Santo. Murió unos años después, el 385.

Poco después de la muerte del emperador Valente había muerto también Basilio (379), a la edad de sólo cincuenta años. La preocupación principal de su vida había sido la unidad de los cristianos; a la defensa de la fe de Nicea había unido, ya lo hemos visto, el deseo de facilitar la vuelta de los semiarrianos. Basilio había escrito también a Atanasio y al Papa, con los que tenía un buen entendimiento, pero cuya cooperación quedaba muy dificultada por la posición discrepante que mantenían con respecto a la solución del cisma meleciano. El cisma meleciano se originó después de la elevación a la sede de Antioquía de un antiguo semiarriano, Melecio; pues, aunque desde aquel momento se comportó como ortodoxo, una facción, a la que ahora seguían unos pocos en Antioquía, había puesto en su lugar a Paulino. Basilio era partidario de Melecio, Atanasio y el papa de Paulino. La muerte de Valente (378) iba a facilitar el restablecimiento de la paz.

Gregorio de Nacianzo sobrevivió a los otros dos. El 379, la reducidísima minoría nicena de Constantinopla le había llamado para que, ante la nueva situación, le ayudara a restaurar su Iglesia. Gregorio de Nacianzo accedió, y como todas las iglesias de la capital estaban en manos arrianas, comenzó a predicar en una casa particular, cedida por un pariente suyo, que consagró con el título de Anastasia, Resurrección. Pronto vinieron multitudes a escucharle, y fue allí donde predicó los famosos Cinco discursos sobre la divinidad del Logos. A la entrada del nuevo emperador Teodosio (380), decididamente católico, fue llevado procesionalmente a la iglesia de los Apóstoles; poco después, Teodosio reunía el concilio de Constantinopla (381) que, entre otras cosas, reconoció a Gregorio como obispo de Constantinopla. Pero ante las acusaciones de irregularidad de su nombramiento organizadas en especial por el obispo de Alejandría, Gregorio renunció, regresó a Nacianzo y se retiró después a su villa de Arianzo, donde murió en el 390.

 

Los escritos de los Padres Capadocios

Tanto Basilio como Gregorio de Nisa son escritores prolíficos. Gregorio de Nisa es el más versátil de los tres autores, el de mayor éxito y el que muestra mayor profundidad de pensamiento, pero su estilo resulta algo farragoso. Gregorio de Nacianzo escribió mucho menos y su producción literaria se limita a discursos y cartas, en los que sin embargo alcanza una gran perfección de estilo que ha sido admirada a través de los siglos; escribió también poesía, que en cambio resulta poco inspirada. De toda esta producción literaria, está especialmente bien conservada la de Basilio, debido al gran prestigio que ya en vida acompañaba a su nombre.

Vamos primero a pasar revista, conjuntamente, a las obras de BASILIO y de GREGORIO DE NISA.

Los tratados dogmáticos de uno y otro están dirigidos, en su mayoría, contra las herejías contemporáneas. Basilio tiene dos: Contra Eunomio, en que refuta la doctrina de este nuevo jefe del partido arriáno extremo, el de los anomeos, defendiendo la consubstancialidad del Hijo con el Padre y la divinidad del Espíritu Santo; y Sobre el Espíritu Santo, en que vuelve sobre este segundo tema a propósito de la fórmula de una oración al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. La consubstancialidad del Espíritu Santo con el Padre mediante la aplicación de la fórmula inequívoca del homousios fue sin embargo enseñada sólo por Gregorio de Nisa, quien explica por qué su hermano, aunque creyera en ella, no la utilizó: la defendió con hechos, no con palabras, pues era conveniente que se aceptara la consubstancialidad del Hijo antes de hablar de la del Espíritu Santo.

Gregorio de Nisa tiene un mayor número de obras dogmáticas: una llamada también Contra Eunomio, Contra los apolinaristas, Antirrheticus contra Apolinar (el tratado más importante de los que se escribieron contra su doctrina), Discurso sobre el Espíritu Santo contra los pneumatómacos macedonianos, A Ablacio, que no hay tres dioses, A Eustacio sobre la santa Trinidad, A Simplicio sobre la santa fe, Diálogos con Macrina (su hermana) sobre el alma y la resurrección, Contra el hado, Gran discurso catequético.

En cuanto a los comentarios a las Sagradas Escrituras, Basilio no tiene ningún estudio sistemático de exégesis, en contra de lo que es usual en sus contemporáneos, pero sí muchas homilías y sermones que explican textos de la Biblia con la finalidad inmediatamente pastoral de apacentar las almas y mover los corazones; 9 tratan de la obra de la creación, 18 de los salmos y otras 23 de diversos temas con implicaciones también directamente pastorales. En cambio, Gregorio de Nisa sí tiene una abundante producción de obras exegéticas, en las que se nota aun más que en las restantes su admiración por Orígenes; dos de ellas tratan de la creación: La creación del hombre, que es continuación de lo tratado por Basilio en sus homilías sobre la creación del mundo, y la Explicación apologética del Hexamerón, donde sale al paso de algunas objeciones a aquellas homilías. Otras obras de exégesis de Gregorio versan sobre los salmos, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, las bienaventuranzas y el padrenuestro; algunas de ellas están formadas por series de homilías que muestran una especial unidad; también se conservan otras homilías suyas, pronunciadas con motivo de diversas festividades litúrgicas. Dentro del campo de la predicación, podemos mencionar también, aunque no sean homilías, otros discursos suyos de diversos tipos: panegíricos sobre mártires y santos, sermones fúnebres, sermones morales (que son 'los que presentan una forma más llana y natural) y algún sermón dogmático.

Las obras ascéticas de estos dos autores tienen considerable importancia. Hemos mencionado ya la ocasión en que Basilio escribió sus dos Reglas monásticas, que no son propiamente reglas sino consejos sobre la vida espiritual dirigidos a los monjes; están escritas en forma de preguntas y respuestas y basadas en conversaciones reales con los monjes; refundidas, con arreglos, y a través de alguna famosa compilación, han tenido notable influencia en el desarrollo posterior del monaquismo: tanto en Oriente, donde la orden más numerosa se llama aún de los basilios; como en Occidente, donde las Reglas se tradujeron muy pronto al latín, fueron conocidas por Juan Casiano y por San Benito, y aún en el siglo ix influenciarían la gran obra de renovación de la vida monástica llevada a cabo por San Benito de Aniano. A estas dos «reglas» se podrían añadir los Morales, que en realidad son una exhortación a la vida ascética. Gregorio de Nisa, por otra parte, tiene un libro Sobre la virginidad, que es el primero de sus escritos, en el que muestra las ventajas de la virginidad para el alma cristiana que sigue ese camino. En otra obra sobre ¿Qué significan el nombre y la profesión cristianas?, describe esta última como una imitación de la naturaleza divina; en otras tres obras menores declara la esencia de la perfección cristiana y de la naturaleza del ascetismo; por fin, en la Vida de Macrina, su hermana, sigue insistiendo sobre los mismos temas, de manera que la obra es sobre todo una nueva presentación del ideal ascético.

A estos grupos de obras cabría añadir, por un lado, el breve tratado A los adolescentes, de Basilio, en el que, bajo la forma de consejos a unos sobrinos suyos que acudían a escuelas paganas, trata el tema del uso de la literatura pagana en la educación; aunque la Sagrada Escritura ocupa un lugar muy superior, dice, la literatura clásica puede usarse también, pero hay que saber elegir los ejemplos buenos que propone, y desechar los malos; no parece ver en esa literatura un peligro para la fe. Por otro lado, hay que mencionar la llamada Liturgia de San Basilio, que tal como ha llegado a nosotros parece estar formada por un núcleo importante de material anterior, reestructurado y ampliado por San Basilio, y con adiciones y refundiciones posteriores; esta liturgia se usa aún en Oriente en algunos días; en la mayoría, se usa la llamada liturgia de San Juan Crisóstomo, que no es en realidad de ese autor sino más tardía.

En cuanto a las cartas, se conservan unas 350 originales de San Basilio; constituyen una preciosa fuente de información, tanto sobre la vida de la Iglesia, especialmente en Capadocia, como sobre la suya propia; para dar una idea de lo variado de su temática, puede ser útil copiar los epígrafes bajo los que las clasifica Quasten: cartas de amistad, de recomendación, de consuelo, canónicas, ascéticomorales, dogmáticas, litúrgicas, históricas. De Gregorio de Nisa se conservan unas 30 cartas, que reflejan la amplitud de sus intereses y de sus relaciones.

Es sin salirnos de este género epistolar como tomamos ahora contacto con los escritos del tercer autor, GREGORIO DE NACIANZO. Gregorio, que fue el primer autor griego que publicó una colección de sus cartas, nos ofrece unas 250, muy bien escritas, pertenecientes la mayoría a los últimos años de su vida, cuando estaba retirado ya en Arianzo. Estas cartas, interesantes, tienen sin embargo menos importancia que las de Basilio.

De Gregorio de Nacianzo tenemos también 45 discursos, que seguramente corresponden a una selección hecha poco después de su muerte, y que corresponden en su mayoría a los años 379 a 381, es decir, a los de su actividad en Constantinopla. Entre ellos tienen especial interés los Cinco discursos teológicos ya antes aludidos, pronunciados para fortalecer la fe de los escasos católicos que aún `,quedaban en Constantinopla, y en los que demuestra un profundo conocimiento de la doctrina trinitaria; los discursos panegíricos y hagiográficos son más numerosos, pero el grupo más numeroso de todos lo forman los discursos de ocasión; uno de ellos, el Apologeticum de fuga, en que trata de disculpar su actitud al escapar de Nacianzo después de su forzada ordenación sacerdotal, es un verdadero tratado sobre el sacerdocio, en el que se basó ampliamente San Juan Crisóstomo en su conocida obra Sobre el sacerdocio.

A diferencia de los otros dos Padres Capadocios, Gregorio de Nacianzo escribió también poesía. Sus poemas fueron escritos en su retiro en Arianzo, al final de su vida, para refutar así con hechos la crítica de los paganos que decían que los cristianos carecían de poetas. En general, su inspiración es pobre, aunque algunas composiciones, especialmente las autobiográficas, muestran una auténtica vena poética. Se pueden clasificar en dogmáticos (33), morales (40) e históricos y autobiográficos (206).

 

San Cirilo de Jerusalén

SAN CIRILO DE JERUSALÉN, aunque era firmemente opuesto al arrianismo, no usó nunca el término homousios, a diferencia de sus contemporáneos los Padres Capadocios. Nacido hacia el 315, quizá en Jerusalén, fue consagrado obispo de esta sede en el 348. Tuvo que sufrir persecuciones por parte de los arrianos y fue desterrado tres veces, pasando un total de unos doce años alejado de su sede. Tomó parte en el concilio de Constantinopla del 381, y murió el 387.

Es conocido especialmente por sus Instrucciones catequéticas, dirigidas 19 de ellas a los catecúmenos y 5, llamadas Catequesis mistagógicas, a los neófitos; últimamente se discute si estas últimas son realmente de Cirilo, sin que por ahora sea posible concluir nada en uno u otro sentido. Estas catequesis, especialmente las mistagógicas, son de gran interés para la historia de la liturgia y del dogma, puesto que pretenden ser un compendio de lo que se enseñaba a los nuevos cristianos. De sus homilías sólo tenemos una entera, así como de sus cartas.

 

Apolinar de Laodicea

APOLINAR DE LAODICEA, contemporáneo del anterior, fue un gran amigo y colaborador de Atanasio, al que apoyó con todas sus fuerzas en su lucha contra el arrianismo. Había nacido en Laodicea, en Siria, alrededor del 310; su padre era presbítero y gramático. Hacia el 361 fue consagrado obispo de la comunidad nicena de Laodicea. Tenía un buen conocimiento de los clásicos, y San Jerónimo fue alumno suyo durante un tiempo. Murió hacia el 390.

A pesar de su profundidad y rigor de pensamiento, su mismo empeño en luchar contra los arrianos le llevó a caer, sin darse cuenta y sin malicia, en el primer error que jalonaría la historia de las controversias cristológicas posteriores. Decidido a mostrar claramente la divinidad de Jesús y la unión profunda de esa divinidad y de la humanidad en Cristo, y considerando que la enseñanza de la escuela de Antioquía podía llevar a entender una doble personalidad en Cristo, concibió una nueva explicación: de los tres elementos que según Platón integran el hombre, el cuerpo, el alma animal y el alma racional, el tercero no existiría como tal en Cristo, y su lugar y función serían desempeñados por el Logos de Dios.

Al principio, esto satisfizo a muchos, pues se explicaba con sencillez, por ejemplo, la impecabilidad de Cristo. Pero luego se advirtió que estaba en contradicción con la enseñanza tradicional de la Iglesia, según la cual la humanidad de Cristo es completa y perfecta. Tanto San Atanasio como los Capadocios y Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia, de los que enseguida hablaremos, escribieron tratados en contra de esta doctrina de Apolinar, que fue luego condenada explícitamente en el concilio de Constantinopla (381).

Esta condenación es responsable de la práctica desaparición de los escritos de Apolinar, de los que nos han llegado sólo los que fueron equivocadamente atribuidos a autores ortodoxos. Los fragmentos existentes de sus obras exegéticas, que según San Jerónimo eran numerosísimas, nos muestran que no se inclina por el método exegético de Antioquía ni por el de Alejandría; de sus obras apologéticas, la más celebrada fue la dirigida contra el filósofo neoplatónico Porfirio; otra de ellas iba dirigida al emperador Juliano, para demostrarle que los filósofos paganos iban muy equivocados en sus ideas sobre Dios; hay también noticia de varias de sus obras antiheréticas y de sus obras dogmáticas, y se conservan dos cartas suyas a Basilio el Grande.

Es interesante mencionar que cuando el emperador Juliano prohibió que los cristianos asistieran a las escuelas públicas y que estudiaran la literatura griega (362), Apolinar, ayudado por su padre, acometió la tarea de escribir poemas épicos basados en los primeros libros de la Biblia para así reemplazar en cierto modo los libros de Homero; escribió también numerosas comedias y tragedias, a imitación de las clásicas pero con argumentos bíblicos, e incluso diálogos cristianos a la manera de los de Platón. Se ha perdido toda esta literatura, a excepción de una Perífrasis de los salmos, que además no es seguro que sea de Apolinar. Por último, con el mismo afán de fortalecer la fe de los cristianos, compuso canciones, que los hombres cantaban en sus banquetes (...) y las mujeres mientras tejían, e himnos litúrgicos, de todo lo cual no nos ha llegado nada.


TEXTOS

 

SAN BASILIO EL GRANDE


Sobre el Espíritu Santo

El Espíritu Santo y el Cuerpo de Cristo:

Al que ya no vive según la carne, sino que es llevado por el Espíritu de Dios, se lo llama hijo de Dios, se convierte en imagen de su Unigénito y recibe el nombre de espiritual. Y de la misma manera que la facultad de ver actúa en el ojo sano, así actúa también en esta alma purificada la fuerza del Espíritu.

Y a la manera como la palabra está en la mente, unas veces como simple pensamiento del corazón, otras veces como palabra proferida por los labios, así también el Espíritu Santo habita en nosotros unas veces dando testimonio a nuestro espíritu y clamando en nuestros corazones: Abba! (Padre), otras veces hablando por medio de nuestros labios, según aquello del Evangelio: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

Ahora bien, de la misma manera que el todo está en cada una de las partes, hay que entender que el Espíritu está íntegro en cada uno de los dones que distribuye: pues todos somos miembros, los unos de los otros, aunque tengamos dones diferentes según las diversas gracias que hemos recibido de Dios.

Por eso no puede el ojo decir a la mano: «No tengo necesidad de ti»; como tampoco la cabeza a los pies: «No os necesito para hada». Por el contrario, todos los miembros reunidos constitutVen el cuerpo íntegro de Cristo, en la unidad del Espíritu, y se prestan mutuamente los servicios necesarios, según los dones que cada uno ha recibido.

Pues Dios colocó los diversos miembros del cuerpo, a cada uno de ellos según quiso. Y los miembros, por su parte, son solidarios unos de otros, en virtud del amor mutuo, nacido de su comunión en el mismo espíritu. De manera que cuando un miembro sufre todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.

Y así como las partes están en el todo, así cada uno de nosotros está en el Espíritu, porque todos los que formamos un único cuerpo hemos sido bautizados en un mismo Espíritu.

Y de la misma manera que podemos contemplar al Padre en el Hijo, así también podemos ver al Hijo en el Espíritu. Por ello adorar a Dios en el Espíritu es lo mismo que adorarlo en la luz o en la verdad, como se puede deducir de las palabras que el Señor dijo a la Samaritana. Pues ella, engañada como estaba por el error de su pueblo, creía que debía adorarse a Dios en un lugar determinado, pero el Señor la instruyó, diciéndole que Dios debía ser adorado en Espíritu y en verdad, designándose, sin duda, a sí mismo como la verdad.

Por lo tanto, de la misma manera que decimos que hay que adorar al Hijo, como imagen de Dios Padre, también debemos decir que hay que adorar al Espíritu, pues posee y refleja en sí mismo la divinidad de Cristo.

Así pues, por la iluminación del Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a aquel de quien el mismo Espíritu es impronta y sello.

(26, 61 y 64; Liturgia de las Horas)

Homilías

Sembrar en justicia:

Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, no sea que parezcas peor que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te devuelve acrecentado. Del mismo modo que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea el comienzo de la siembra celestial: Sembrad para vosotros mismos en justicia, dice la Escritura.

Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios, atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad. ¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y aplauso del pueblo?

Y tú, ¿serás avaro, tratándose de gastar en algo que ha de redundar en tanta gloria para ti? Recibirás la aprobación del mismo Dios, los ángeles te alabarán, todos los hombres que existen desde el origen del mundo te proclamarán bienaventurado; en recompensa por haber administrado rectamente unos bienes corruptibles, recibirás la gloria eterna, la corona de justicia, el reino de los cielos. Y todo esto te tiene sin cuidado, y por el afán de los bienes presentes menosprecias aquellos bienes que son el objeto de nuestra esperanza. Ea, pues, reparte tus riquezas según convenga, sé liberal y espléndido en dar a los pobres. Ojalá pueda decirse también de ti: Reparte limosna a los pobres, su caridad es constante.

Deberías estar agradecido, contento y feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la Puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y °en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar ni una Pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna.

(3,6; Liturgia de las Horas)

 

Sobre la literatura pagana

Publicado por ed. Rialp. col. Neblí n. 28, Madrid 1964 Utilidad de la ciencia profana y manera de aprovecharla:

En efecto, se dice que Moisés, aquel célebre varón cuyo nombre es tenido entre todos los hombres como excepcional por su sabiduría, después de haber ejercitado su inteligencia en las ciencias de los egipcios, avanzó más por esto hasta llegar a la contemplación del Que Es.

Y de modo semejante, en tiempos también antiguos, pero más cercanos a nosotros, cuentan que el sabio Daniel, después de conocer en Babilonia la ciencia de los caldeos, al final emprendió el estudio de las divinas letras.

Queda, por tanto, suficientemente demostrado con esto, que estas disciplinas profanas no son perjudiciales a los espíritus.

Nos queda por decir el modo de que lleguéis vosotros a sacar provecho de su estudio.

En primer lugar, pues, en cuanto a los poetas (por empezar por ahí). Como son diversos los asuntos que tratan, no es fácil dar para todos una norma común, sino que cuando os relatan las hazañas, proezas y dichos de los héroes, debéis esforzaros por aceptarlo con afecto y tratar de imitarles e intentar con todo ahínco ser como ellos; pero cuando se trate de hombres perversos, entonces es necesario huir de imitarles, dejar su ejemplo, tapándonos los oídos no con menos precaución de la que dicen que tuvo Ulises al huir del canto de las sirenas.

Pues el escuchar las palabras de los perversos es un camino para llegar a los hechos. Por eso con todo cuidado debemos guardar nuestra alma, no sea que a través de un estilo o palabras agradables, sin sentirlo, admitamos algo peor, como los que toman veneno mezclado con miel.

Por eso no alabaremos a los poetas cuando insultan y escarnecen, ni cuando relatan escenas de amores lujuriosos y de embriagueces, ni cuando fijan la felicidad en una mesa bien surtida con canciones disolutas. Y nunca haremos caso a los que hablan en ese sentido de los dioses y mucho menos cuando los muestren discutiendo de muchas cosas y sin ponerse de acuerdo.

Pues, por ejemplo, entre los dioses, un hermano está en desacuerdo contra un hermano, y un padre con sus hijos, y con esto tenemos enseguida una guerra no gloriosa contra los padres.

Y dejaremos para los cómicos los adulterios y amores de los dioses y sus libertinajes manifiestos, especialmente los de Júpiter, el principal corifeo de todos, según ellos dicen, cuyos hechos avergonzarían, si alguno los contase de las bestias.

Lo mismo debo decir de los historiadores, principalmente cuando escriben para agradar y hacer pasar el rato a los lectores. Ni tampoco imitaremos a los retóricos en el arte de mentir. Pues ni en juicios ni en otros negocios nos es útil y conveniente mentir a nosotros, que hemos escogido el recto y verdadero camino de la vida y a quienes la Ley nos manda no litigar.

Más bien aprobaremos las hazañas de aquellos en los que ensalzan la virtud o condenan el vicio y la maldad.

Pues como para los que no son las abejas, hay placer suficiente con el solo olor o color de las flores, pero las abejas pueden sacar miel de ellas, así también aquí los que no van en busca sólo del estilo y elegancia de estos libros, pueden sacar, además, de ellos cierta utilidad para su alma.

Debéis, pues, vosotros seguir al detalle el ejemplo de las abejas. Porque éstas no se paran en cualquier flor ni se esfuerzan por llevarse todo de las flores en las que posan su vuelo, sino que una vez que han tomado lo conveniente para su intento, lo demás lo dejan en paz.

También nosotros, si somos prudentes, extrayendo de estos autores lo que nos convenga y más se parezca a la verdad, dejaremos lo restante. Y de la misma manera que al coger la flor del rosal esquivamos las espinas, así al pretender sacar el mayor fruto posible de tales escritos tendremos cuidado con lo que pueda perjudicar los intereses del alma (...)

Pero acabemos lo que os decía al principio: no hemos de ad-Mitir y aceptar todo sin más ni más (de los libros o autores gentiles), sino lo que nos sea útil. Pues está feo, por una parte, apartar lo dañoso tratándose de alimentos y no tener cuenta alguna, por otra parte, con las lecturas, que alimentan el alma, y lanzarse a cualquier cosa que se presente, como arrastra consigo el torrente lo que encuentra.

(Neblí 28, 40-43.52)

 

SAN GREGORIO DE NACIANZO


Disertaciones

El Verbo y su encarnación:

El Hijo de Dios, el que es anterior a todos los siglos, el invisible, el incomprensible, el incorpóreo, el que es principio de principio, luz de luz, fuente de vida y de inmortalidad, representación fiel del arquetipo, sello inamovible, imagen absolutamente perfecta, palabra y pensamiento del Padre, él mismo se acerca a la creatura hecha a su imagen y asume la carne, para redimir a la carne; se une con un alma racional para salvar mi alma, para purificar lo semejante por lo semejante: asume nuestra condición humana, asemejándose a nosotros en todo, con excepción del pecado. Fue concebido en el seno de una Virgen, que previamente había sido purificada en su alma y en su cuerpo por el Espíritu (porque convenía que fuese dignamente honrada la maternidad y que, a la vez, fuese grandemente exaltada la excelencia de la virginidad); nació Dios con la naturaleza humana que había asumido, unificando dos cosas contrarias entre sí, es decir, la carne y el espíritu. Una de ellas aportó la divinidad, la otra la recibió.

Él, que enriquece a otros, se hace pobre; soporta la pobreza de mi carne para que yo alcance los tesoros de su divinidad. Él, que todo lo tiene, de todo se despoja; por un breve tiempo se despoja de su gloria para que yo pueda participar de su plenitud.

¿Por qué tantas riquezas de bondad? ¿Por qué este admirable misterio en favor mío? Recibí la imagen divina y no supe conservarla. Él asume mi carne para dar la salvación al alma creada a su imagen y para dar la inmortalidad a la carne; se une a nosotros mediante un consorcio mucho más admirable que el primero.

Convenía que la santidad fuese otorgada al hombre mediante la humanidad asumida por Dios; de manera que, habiendo vencido con su poder al tirano que nos tenía sojuzgados, nos librara y atrajera nuevamente hacia sí por medio de su Hijo, que realizó esta obra redentora para gloria de su Padre y que tuvo siempre esta gloria como objetivo de todas sus acciones.

Aquel buen Pastor que dio su vida por las ovejas salió a buscar la oveja perdida, por las montañas y colinas donde tú ofrecías sacrificios a los ídolos. Y, cuando encontró a la oveja perdida, la cargó sobre sus hombros —sobre los que había cargado también el madero de la cruz— y así la llevó nuevamente a la vida eterna.

La luz brillante sigue a la antorcha que la había precedido, la Palabra a la voz, el Esposo al amigo del Esposo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto y lo purifica con el agua, disponiéndolo a recibir el bautismo del Espíritu.

Tuvimos necesidad de que Dios asumiera nuestra carne y muriera, para que nosotros pudiéramos vivir. Hemos muerto con él para ser purificados; hemos resucitado con él, porque con él hemos muerto; y con él hemos sido glorificados, porque juntamente con él hemos resucitado.

(45, 9.22.26.28; Liturgia de las Horas)


La oración por los difuntos:

¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y para que nosotros lo alcancemos quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues El ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; y así entre nosotros ya no ay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla en nosotros sólo la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya. ¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! Él pide cosas insignificantes y promete en cambio grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por Él y aguantémoslo todo esperando en Él; démosle gracias por todo (Él sabe ciertamente que con frecuencia nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna

¡Señor y hacedor de todo y especialmente del ser humano! ¡Dios Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror: No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

(7, 23-24; Liturgia de las Horas)

 

SAN GREGORIO DE NISA


Disertaciones

Cristo es el primogénito de la nueva creación:

Ha llegado el reino de la vida y ha sido destruido el imperio de la muerte. Ha hecho su aparición un nuevo nacimiento, una vida nueva, un nuevo modo de vida, una transformación de nuestra misma naturaleza. ¿Cuál es este nuevo nacimiento? El de los que nacen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios.

Sin duda te preguntarás: «¿Cómo puede ser esto?». Pon atención, que te lo voy a explicar en pocas palabras. Este nuevo germen de vida es concebido por la fe, es dado a luz por la regeneración bautismal, tiene por nodriza a la Iglesia, que lo amamanta con su doctrina y enseñanzas, y su alimento es el pan celestial; la madurez de su edad es una conducta perfecta, su matrimonio es la unión con la Sabiduría, sus hijos son la esperanza, su casa es el reino y su herencia y sus riquezas son las delicias del paraíso; su fin no es la muerte, sino aquella vida feliz y 'eterna, preparada para los que se hacen dignos de ella.

Éste es el día en que actuó el Señor, día en gran manera distinto de los días establecidos desde la creación del mundo, que son medidos por el paso del tiempo. Este otro día es el principio de una segunda creación. En este día, efectivamente, Dios hace gn cielo nuevo y una tierra nueva, según palabras del profeta. ¿Qué cielo? El firmamento de la fe en Cristo. ¿Qué tierra? El corazón bueno de que habla el Señor, la tierra que absorbe la lluvia que cae sobre ella, y produce fruto multiplicado.

El sol de esta nueva creación es una vida pura; las estrellas !ion las virtudes, el aire es una conducta digna; el mar es el abismo de riqueza de la sabiduría y ciencia; las hierbas y el follaje son la recta doctrina y las enseñanzas divinas, que son el alimento con que se apacienta la grey divina, es decir, el pueblo de Dios; los árboles frutales son la observancia de los mandamientos.

Éste es el día en que es creado el hombre verdadero a imagen y semejanza de Dios. ¿No es todo un mundo el que es inaugurado para ti por este día en que actuó el Señor? A este mundo se refiere el profeta, cuando habla de un día y una noche que no tienen semejante.

Pero aún no hemos explicado lo más destacado de este día de gracia. Él ha destruido los dolores de la muerte, él ha engendrado al primogénito de entre los muertos.

Cristo dice: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! Él que por nosotros se hizo hombre, siendo el Hijo único, quiere hacernos hermanos suyos y, para ello, hace llegar hasta el Padre verdadero su propia humanidad, llevando en ella consigo a todos los de su misma raza.

(1; Liturgia de las Horas)


Sobre el perfecto modelo del cristiano

Cristo es nuestra paz y nuestra luz:

Él es nuestra paz, Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Teniendo en cuenta que Cristo es la paz, mostraremos la autenticidad de nuestro nombre de cristianos si, con nuestra manera de vivir, ponemos de manifiesto la paz que reside en nosotros y que es el mismo Cristo. Él ha dado muerte a la enemistad, como dice el Apóstol. No permitamos, pues, de ningún modo que esta enemistad reviva en nosotros, antes demostremos que está del todo muerta. Dios, por nuestra salvación, le dio muerte de una manera admirable; ahora que yace bien muerta, no seamos nosotros quienes la resucitemos en perjuicio de nuestras almas, con nuestras iras y deseos de venganza.

Ya que tenemos a Cristo, que es la paz, nosotros también matemos la enemistad, de manera que nuestra vida sea una prolongación de la de Cristo, tal como lo conocemos por la fe. Del mismo modo que Él, derribando la barrera de separación, de los dos pueblos creó en su persona un solo hombre, estableciendo la paz, así también nosotros atraigámonos la voluntad no sólo de los que nos atacan desde fuera, sino también de los que entre nosotros promueven sediciones, de modo que cese ya en nosotros esta oposición entre las tendencias de la carne y del espíritu, contrarias entre sí; procuremos, por el contrario, someter a la ley divina la prudencia de nuestra carne, y así, superada esta dualidad que hay en cada uno de nosotros, esforcémonos en reedificamos a nosotros mismos, de manera que formemos un solo hombre, y tengamos paz en nosotros mismos.

La paz se define como la concordia entre las partes disidentes. Por esto, cuando cesa en nosotros esta guerra interna, propia de nuestra naturaleza, y conseguimos la paz, nos convertimos nosotros mismos en paz, y así demostramos en nuestra persona la veracidad y propiedad de este apelativo de Cristo.

Además, considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta de que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos, para que nos desnudemos de las obras de las tinieblas y andemos como en pleno día, con dignidad, y apartando de nosotros las ignominias que se cometen a escondidas y obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras.

Y si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nós abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida.

(Liturgia de las Horas)


Identificación con Cristo:

Pablo, mejor que nadie, conocía a Cristo y enseñó, con sus obras, cómo deben ser los que de Él han recibido su nombre, pues lo imitó de una manera tan perfecta que mostraba en su persona una reproducción del Señor, ya que, por su gran diligencia en imitarlo, de tal modo estaba identificado con el mismo ejemplar, que no parecía ya que hablara Pablo, sino Cristo, tal como dice él mismo, perfectamente consciente de su propia perfección: Ya que andáis buscando pruebas de que Cristo habla por Mí. Y también dice: Vivo Yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Él nos hace ver la gran virtualidad del nombre de Cristo al firmar que Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios, al llamarlo paz y luz inaccesible en la que habita Dios, expiación, redención, gran sacerdote, Pascua, propiciación de las almas, irradiación de la gloria e impronta de la substancia del Padre, por quien fueron hechos los siglos, comida y bebida espiritual, piedra y agua, fundamento de la fe, piedra angular, imagen del Dios invisible, gran Dios, cabeza del cuerpo que es la Iglesia, primogénito de la nueva creación, primicias de los que han muerto, primogénito de entre los muertos, primogénito entre muchos hermanos, mediador entre Dios y los hombres, Hijo unigénito coronado de gloria y de honor, Señor de la gloria, origen de las cosas, rey de justicia y rey de paz, rey de todos, cuyo reino no conoce fronteras.

Estos nombres y otros semejantes le da, tan numerosos que no pueden contarse. Nombres cuyos diversos significados, si se comparan y relacionan entre sí, nos descubren el admirable contenido del nombre de Cristo y nos revelan, en la medida en que nuestro entendimiento es capaz, su majestad inefable.

Por lo cual, puesto que la bondad de nuestro Señor nos ha concedido una participación en el más grande, el más divino y el primero de todos los nombres, al honrarnos con el nombre de «cristianos», derivado del de Cristo, es necesario que todos aquellos nombres que expresan el significado de esta palabra se vean reflejados también en nosotros, para que el nombre de «cristianos» no aparezca como una falsedad, sino que demos testimonio del mismo con nuestra vida.

(Liturgia de las Horas)

 

SAN CIRILO DE JERUSALÉN

Catequesis

Las dos venidas de Cristo:

Os anunciamos la venida de Cristo, y no sólo una, sino también una segunda que será sin duda mucho más gloriosa que la primera. La primera se realizó en el sufrimiento, la segunda traerá consigo la corona del reino.

Porque en nuestro Señor Jesucristo casi todo presenta una doble dimensión. Doble fue su nacimiento: uno de Dios, antes de todos los siglos; otro de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Doble su venida: una en la oscuridad y calladamente, como lluvia sobre el césped; la segunda, en el esplendor de su gloria, que se realizará en el futuro.

En la primera venida fue envuelto en pañales y recostado en un pesebre; en la segunda aparecerá vestido de luz. En la primera sufrió la cruz, pasando por encima de su ignominia; en la segunda vendrá lleno de poder y de gloria, rodeado de todos los ángeles.

Por lo tanto, no nos detengamos sólo en la primera venida, sino esperemos ansiosamente la segunda. Y así como en la primera dijimos: Bendito el que viene en nombre del Señor, en la segunda repetiremos lo mismo cuando, junto con los ángeles, salgamos a su encuentro y lo aclamemos adorándolo y diciendo de nuevo: Bendito el que viene en nombre del Señor.

Vendrá el Salvador no para ser nuevamente juzgado, sino para convocar a juicio a quienes lo juzgaron a Él. Él, que la primera vez se calló mientras era juzgado, dirá entonces a los malvados que durante la crucifixión lo insultaron: Esto hicisteis y callé.

En aquel tiempo vino para cumplir un designio de amor, enseñando y persuadiendo a los hombres con dulzura; pero al final de los tiempos —lo quieran o no— necesariamente tendrán que someterse a su reinado.

De estas dos venidas habla el profeta Malaquías: Pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. Esto lo dice de su primera venida.

Y de la otra dice: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: he aquí que viene —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como un fuego de fundidor, como lejía de lavandem: se sentará como un fundidor que refina la plata.

Pablo, en su carta a Tito, nos habla también de las dos venidas con estas palabras: Dios ha hecho aparecer a la vista de todos las hombres la gracia que nos trae la salud; y nos enseña a vivir con sensatez, justicia y religiosidad en esta vida, desechando la impiedad y las ambiciones del mundo, y aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Mira cómo nos muestra la primera venida, por la cual da gracias, y la segunda, que esperamos.

Por eso la fe que hemos recibido por tradición nos enseña a creer en aquel que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Vendrá, por tanto, nuestro Señor Jesucristo desde el cielo, vendrá glorioso en el último día. Y entonces será la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será totalmente renovado.

(15, 1-3; Liturgia de las Horas)


El Espíritu Santo y el agua viva:

El agua que yo le dé se convertirá en él en manantial de agua viva, que brota para comunicar vida eterna. Se nos habla aquí de un nuevo género de agua, un agua viva y que brota; pero que brota sólo sobre los que son dignos de ella. Mas, ¿por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos, porque el agua de la lluvia baja del cielo, porque, deslizándose en un curso siempre igual, produce efectos diferentes. Diversa es, en efecto, su virtualidad en una palmera o en una vid, aunque en todos es ella quien lo hace todo; ella es siempre la misma, en cualquiera de sus manifestaciones, pues la lluvia, aunque cae siempre del mismo modo, se acomoda a la estructura de los seres que la reciben, dando a cada uno de ellos lo que necesitan.

De manera semejante, el Espíritu Santo, siendo uno solo y siempre el mismo e indivisible, reparte a cada uno sus gracias según su beneplácito. Y, del mismo modo que el árbol seco, al recibir el agua, germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de justicia. Siendo él, pues, siempre igual y el mismo, produce diversos efectos, según el beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo.

En efecto, se sirve de la lengua de uno para comunicar la sabiduría; a otro le ilumina la mente con el don de profecía; a éste le da el poder de ahuyentar los demonios; a aquel le concede el don de interpretar las Escrituras. A uno lo confirma en la temperancia; a otro lo instruye en lo pertinente a la misericordia; a éste le enseña a ayunar y a soportar el esfuerzo de la vida ascética; a aquel a despreciar las cosas corporales; a otro más lo hace apto para el martirio. Así, se manifiesta diverso en cada uno, permaneciendo él siempre igual en sí mismo, tal como está escrito: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.

Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás.

Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba.

(16, 1. 11-12. 16; Liturgia de las Horas)


La cruz y la persecución:

Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que tan bien sabía de ello: En cuanto a mí, líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Cristo.

Fue ciertamente digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los griegos, mas para nosotros salvación. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre. En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito?

Él no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza, de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey; cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero; lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota.

(13, 1.3.6.23; Liturgia de las Horas) 356

ENRIQUE MOLINÉ
LOS PADRES DE LA IGLESIA