Una guía interna: la conciencia moral

Fuente: Escuela de la fe
 

¿Qué es la conciencia?
La conciencia no es más que nuestra propia inteligencia humana cuando juzga prácticamente sobre la bondad o la maldad de nuestros actos.


Una guía externa: leyes.


La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y reto.


Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina: La conciencia“es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza (...) La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Juan Enrique Newman, A letter to the Duke of Norfolks, 5).


La conciencia moral se expresa a través del juicio de conciencia que indica: Hay que hacer el bien y evitar el mal. A este juicio solemos llamar: “voz de la conciencia”. Tal juicio, de apariencia simple, es de importancia trascendental, pues de él depende la moralidad de nuestros actos y nuestro valor como personas humanas. Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización


La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral emprende la percepción de los principios de la moralidad ("sindéresis"), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio deformado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio.


¿Cómo actúa la conciencia?
La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de Dios:


Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de tomar personalmente las decisiones morales. "No debe ser obligado a actuar contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe según su conciencia, sobre todo en materia religiosa" (DE 3).


Urgente necesidad de formar una recta conciencia. Si hay algo que nos dignifica, que nos hace semejantes a Dios, es sin duda alguna la libertad. Esa capacidad de elegir el bien, pero que en cada momento estamos en riesgo, pues cabe la posibilidad de no elegirlo, y por lo tanto limitar nuestra libertad. El ámbito natural donde realizamos este continuo y apasionante combate es la conciencia.


La conciencia recta es la base del hombre auténtico. La conciencia es la primera base que hemos de poner para construir un comportamiento maduro. Aquel principio de la pedagogía: primero mujer y después santa, tiene aquí su primer arranque: primero una conciencia recta, después vendrán las virtudes cristianas. La perfección cristiana presupone y engloba las virtudes naturales, como la honestidad y la posesión de una conciencia rectamente formada. Una presunta religiosidad o piedad que concilia la deshonestidad y deformación de conciencia, no tiene nada que ver con el Evangelio. La mujer es necesaria y únicamente madura, sólo en la medida en que sabe ser coherente, en el exacto cumplimiento de los deberes contraídos, máxime cuando se refieren a un tipo de deberes tan esencialmente delicados, para con Dios, para con la Iglesia y para con las almas.


Por el contrario, toda mujer que, para demostrar su madurez humana, consciente y repetidamente abre el cauce de sus pasiones en su vida, sean éstas la sensualidad o la soberbia, continúa siendo lamentablemente, independientemente de su edad y sabiduría, una inmadura adolescente.

Estados de Conciencia
El engaño de la conciencia. Vivimos una vida expuestos a dificultades notables: Por desgracia, es muy fácil engañarse y tratar de engañar nuestra propia conciencia, y siempre queda en pie la realidad de nuestra debilidad humana ante las exigencias del ideal cristiano por un lado, y la fuerza de nuestro egoísmo por el otro, la tendencia al orgullo, como envidia o vanidad, a la sensualidad, a la pereza, al placer y a todos los campos de los vicios capitales. San Juan afirma que quien dice no tener pecado es un mentiroso (cfr. 1 Jn 1,8). Tal posibilidad y tal debilidad de obrar, al margen de la recta conciencia o contra ella, es real y siempre actual.


La conciencia recta: Cuando una mujer forma una conciencia recta y alcanza un buen grado de madurez, automáticamente tenemos la mujer justa, responsable, trabajadora, exigente consigo mismo, fiel a sus compromisos con Dios y con los hombres. Podrá tener, como creatura débil que es por naturaleza, caídas y momentos de debilidad, pero su misma conciencia le ayudará a rectificar rápidamente y a seguir su camino con nuevos bríos. No permite la corrupción del principio, señal inequívoca de la corrupción de la conciencia, ni se hace su ascética y su moral personal.


El hombre recto sabe dar a Dios lo que es de Dios y al prójimo lo que es del prójimo, ama la verdad y vive en ella; ama la justicia y detesta la iniquidad; es fiel en sus compromisos con Dios y con los hombres; guarda y mantiene la palabra dada; es auténtico y vive la propia identidad. Es maduro. Es el hombre que sabe que ha hecho libremente un pacto con Dios, con la Iglesia, con las almas, y busca la coherencia mediante la integración intelectual, afectiva y operativa.


A formar esta ésta rectitud primordial y esta madurez, se orienta la pedagogía como exigencia primaria indispensable.


La desorientación moral del mundo actual. Hoy más que nunca estamos en una sociedad donde es confuso saber qué está bien y que está mal. Se debe crear un sano espíritu crítico ante la avalancha de desinformación, comunicación arbitraria, etc. Un mundo que se está cuestionando los temas básicos del hombre: su sentido, la familia, la pareja, el matrimonio, la vida conyugal, la empresa, etc., desde tantos y tantos puntos de vista, desde lo personal hasta lo social.


Cuando la persona humana se comporta según el juicio de la recta conciencia, realiza su vocación de hijo de Dios.


La dignificación de la persona se realiza y construye precisamente en el seguimiento de la conciencia, no sólo a nivel espiritual sino también a nivel humano.


La recta conciencia. Del juicio de la recta conciencia dependen nuestros actos diarios, los actos más cotidianos, y los más prosáicos, por ello en la medida en que la conciencia esté bien enraizada en la ley objetiva, de la ley natural y Revelada nuestra vida será honesta de cara a Dios.


La persona se forja después de mucho esfuerzo por ser fiel a lo que Dios le va pidiendo.


La conciencia es una realidad en todos los hombres siendo su norma para actuar y existe la obligación de seguir sus juicios. Por ello debe ser respetada. La conciencia es individual y testifica a cada uno el mal que ejecuta o es testigo del bien realizado. Cada uno según su conciencia dará cuenta a Dios de su vida. La conciencia hace juicios de valor moral y por eso recibe calificativos diversos: es buena, es pura, es irreprensible, es mala, está contaminada, ha de estar limpia de pecado.


En los cristianos la conciencia es testigo de sus buenas obras de aquí que San Pablo apele a su propia conciencia para justificar la rectitud de su actuar (cf Rm 9,1).


El dictamen de la conciencia es una fuerza que me impulsa a realizar ese bien y evitar ese mal. La conciencia posee ese vigor para cumplir el bien. Cuántas veces en nuestra vida estamos continuamente debatiéndonos entre lo que “debo hacer, puedo hacer y quiero hacer. El desorden entre estas tres realidades nos complica la vida.


Algo que tenemos que estar atentos es el no pasar por encima del dictamen de la conciencia, pisotearla, porque con ello iniciaremos la destrucción de la misma.


“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal... El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón... La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, nº 16).


La conciencia como instrumento puesto por el Creador en todo ser humano a través de la cual le llama a ser lo que debe ser actuando como debe actuar.