CAPITULO III

La virtud de la fortaleza


Sumario: Naturaleza, actos, vicios opuestos y partes en que se divide.

462. I. Naturaleza. La palabra fortaleza puede tomarse en dos sentidos principales:

a) En cuanto significa, en general, cierta firmeza de ánimo o energía de carácter. En este sentido no es virtud especial, sino más bien una condición general que acompaña a toda virtud, que, para ser verdaderamente tal ha de ser practicada con firmeza y energía.

b) Para designar una virtud especial que lleva ese mismo nombre. En este segundo sentido puede definirse: una virtud cardinal, infundida con la gracia santificante, que enardece el apetito irascible y la voluntad para que no desistan de conseguir el bien arduo o dificil ni siquiera por el máximo peligro de la vida corporal.

Expliquemos un poco la definición:

UNA VIRTUD CARDINAL, de la que se derivan otras muchas, en las que brilla la fortaleza en grado inferior.

INFUNDIDA CON LA GRACIA SANTIFICANTE, para distinguirla de la fortaleza natural o adquirida.

QUE ENARDECE EL APETITO IRASCIBLE Y LA VOLUNTAD. La fortaleza reside propiamente en el apetito irascible, cuyos actos tiene que perfeccionar (superando el temor y moderando la audacia); pero por redundancia influye también en la voluntad para que pueda elegir el bien arduo y difícil sin que le pongan obstáculo las pasiones.

PARA QUE NO DESISTAN DE CONSEGUIR EL BIEN ARDUO O DIFíCIL, que constituye, precisamente, el objeto del apetito irascible.

Ni SIQUIERA POR EL MÁXIMO PELIGRO DE LA VIDA CORPORAL. Por encima de todos los bienes corporales hay que buscar siempre el bien de la razón y de la virtud, que es inmensamente superior al corporal; y como entre los temores y peligros corporales el mayor de todos es el de la muerte, la fortaleza robustece principalmente contra ese temor.

463. 2. Actos. La fortaleza tiene dos actos: atacar y resistir. Son, cabalmente, los actos que ha de realizar el soldado en el campo de batalla (por eso la fortaleza ha de brillar en sumo grado en los militares). Unas veces hay que atacar para la defensa del bien, reprimiendo o exterminando a los impugnadores, y otras hay que resistir con firmeza sus asaltos para no retroceder un paso en el camino emprendido.

De estos dos actos, el principal y más difícil es resistir (contra lo que comúnmente se cree); entre otras razones, porque es más,penoso y heroico resistir a un enemigo que por el hecho mismo de atacar se considera más fuerte y poderoso que nosotros, que atacar a un enemigo a quien, por lo mismo que tomamos la iniciativa contra él, consideramos más débil que nosotros.

La fortaleza se manifiesta principalmente en los casos repentinos e imprevistos. Es evidente que el que reacciona en el acto contra el mal, sin tener tiempo de pensarlo, muestra ser más fuerte que el que lo hace únicamente después de madura reflexión.

El acto principal de la fortaleza es el martirio, del que vamos a decir unas palabras.

464. 3. El martirio. Puede definirse: el acto de la virtud de la fortaleza por el que se sufre voluntariamente la muerte en testimonio de la fe o de cualquier otra virtud cristiana relacionada con la fe.

Según esta noción, el martirio se relaciona con cuatro grandes virtudes cristianas :

a) CON LA FORTALEZA, que es la virtud de donde brota directamente (virtud elicitiva). Constituye su acto principal, ya que lleva a su máxima tensión la resistencia contra el mal. No cabe mayor resistencia contra él que entregar la vida antes que traicionar la fe o apartarse del camino de la  virtud (a.2).

b) CON LA FE, que es la virtud final por la que se sufre el martirio (a.2 ad 1), aunque se trate inmediatamente de otra virtud cristiana (v.gr., en defensa de la castidad). Si no se relacionare con la fe, no habría verdadero martirio (v.gr., una mujer que se dejara matar por sólo conservar el honor, desde el punto de vista puramente humano). Por eso se dice con razón que el mártir es un testigo de la fe cristiana, al dar su vida por ella.

c) CON LA CARIDAD, que es la virtud imperante, o sea, la virtud motora que impulsa a sufrir el martirio por amor de Dios o de Cristo. Sin ella el martirio carecería de valor meritorio (a.z ad 2; cf. I Cor. 13,3). Y como la virtud imperante influye en el acto realizado más profundamente que la propia virtud elicitiva, síguese que el martirio es el mayor acto externo de caridad que puede hacerse en esta vida: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Io. 15,13).

d) CON LA PACIENCIA (a.2 ad 3), que brilla en grado heroico en los mártires, soportando, sobre todo, las largas privaciones y tormentos que suelen preceder al acto mismo del martirio.

Las condiciones esenciales para que se dé o exista verdadero martirio son:

1ª. LA MUERTE CORPORAL ACEPTADA VOLUNTARIAMENTE (a.4). No basta desear ser mártir para serlo efectivamente, ni siquiera sufrir grandes dolores o heridas por causa de la fe o de la virtud si no se sigue de ellos la muerte corporal. Sin embargo, por cierta analogía (per quandam similitudinem, dice Santo Tomás) se puede hablar de ciertos martirios morales o del corazón (a.4 ad 1). Y, en este sentido, la Santísima Virgen, que no sufrió el martirio corporal, ha sido considerada siempre—sobre todo en el misterio de su compasión al pie de la Cruz—como la Reina y Soberana de los mártires.

2ª. EN DEFENSA DE LA FE O DE OTRA VIRTUD CRISTIANA. Si se sufre la muerte en defensa de una virtud puramente natural, sin relación alguna con la fe cristiana, no hay martirio propiamente dicho desde el punto de vista teológico. El verdadero martirio supone siempre un perseguidor de la fe (o de otra virtud cristiana) que produzca la muerte corporal al que resiste a sus solicitudes perversas.

Si se trata de un párvulo, no se requiere otra cosa que la muerte sufrida realmente por Cristo, aun ignorándolo totalmente, como en el caso de los santos Inocentes. El martirio produce en ellos su efecto quasi ex opere operato, a semejanza del sacramento del bautismo. Por eso se llama al martirio »bautismo de sangre».

Corolarios. 1º. No son propiamente mártires los que inmolaron su vida en aras de la caridad (v.gr., cuidando apestados, etc.), porque falta la persecución contra la virtud; ni mucho menos los que fueron asesinados por motivos puramente políticos, aunque les produjeran la muerte los enemigos de la religión.

2.° El martirio propiamente tal justifica al pecador, devolviéndole la gracia santificante (al menos si se sufre con atrición de los propios pecados, tratándose de adultos) y remitiéndole toda la pena temporal debida por ellos. El mártir va inmediatamente al cielo, sin pasar por el purgatorio; y tendrá en el cielo un premio especial: la aureola de los mártires.

465. 4. Vicios opuestos. A la fortaleza se oponen tres vicios: uno por defecto, el temor o cobardía, y dos por exceso, la impasibilidad y la audacia.

1) El temor o cobardía consiste en temblar desordenadamente ante los peligros que es menester afrontar para la práctica de la virtud, o en rehuir las molestias necesarias para conseguir el bien difícil. Si nos apartara del cumplimiento de un deber grave, constituiría un pecado mortal; pero a veces impulsa solamente a proferir, por ejemplo, una mentira oficiosa para evitar un disgusto, en cuyo caso no pasa de pecado venial.

Con este vicio se relaciona estrechamente el llamado respeto humano, que por miedo al «qué dirán» se abstiene del cumplimiento del deber o de practicar valiente y públicamente la virtud. Puede ser pecado grave o leve, según la categoría o importancia de la omisión.

2) La impasibilidad o indiferencia no teme los peligros, aunque sean de muerte, pudiendo y debiendo temerlos. Suele provenir del desprecio de la vida, o de la soberbia, o de la necedad; y puede ser mortal o venial, según los casos y objetos sobre que recaiga.

3) La audacia o temeridad sale al encuentro del peligro sin causa justificada. Procede de las mismas causas que el vicio anterior y, como él, puede ser grave o leve, según la magnitud del peligro a que se expone imprudentemente.

466. 5. Partes de la fortaleza. La fortaleza no tiene partes subjetivas o especies, por tratarse de una materia ya muy especial y del todo determinada, como son los peligros de muerte. Tiene partes integrantes y potenciales, constituidas ambas por las mismas virtudes materiales; pero con la particularidad de llamarse partes integrantes cuando se refieren a los peligros de muerte, y partes potenciales (o virtudes derivadas) cuando se refieren a otros peligros menores. Son seis, distribuidas en torno a los dos actos fundamentales de la virtud de la fortaleza en la forma que muestra el siguiente cuadro esquemático:

A) Magnanimidad

467. I. Noción. Es una virtud que inclina a acometer obras grandes, espléndidas y dignas de honor en todo género de virtudes. Empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, a la virtud eminente; es incompatible con la mediocridad. En este sentido es la corona, ornamento y esplendor de todas las demás virtudes.

La magnanimidad supone un alma noble y elevada. Se la suele conocer con los nombres de «grandeza de alma» o «nobleza de carácter». El magnánimo es un espíritu selecto, exquisito, superior. No es envidioso, ni rival de nadie, ni se siente humillado por el bien de los demás. Es tranquilo, lento; no se entrega a muchos negocios a la vez, sino a pocos, pero grandes o espléndidos. Es verdadero, sincero, poco hablador, amigo fiel. No miente nunca, dice lo que siente, sin preocuparse de la opinión de los demás. Es abierto y franco, no imprudente ni hipócrita. Objetivo en su amistad, no se obceca para no ver los defectos del amigo. No se admira demasiado de los hombres, de las cosas o de los acontecimientos. Sólo admira la virtud, lo noble, lo grande, lo elevado, nada más. No se acuerda de las injurias recibidas: las olvida fácilmente; no es vengativo. No se alegra demasiado de los aplausos ni se entristece por los vituperios; ambas cosas son mediocres. No se queja por las cosas que le faltan ni las mendiga de nadie. Cultiva el arte y las ciencias, pero sobre todo la virtud. La magnanimidad es muy rara entre los hombres, puesto que supone el ejercicio de todas las demás virtudes, a las que da como la última mano y complemento. En realidad, los únicos verdaderamente magnánimos son los santos.

468. 2. Vicios opuestos. A la magnanimidad se oponen cuatro vicios: tres por exceso y uno por defecto. Por exceso se oponen directamente:

a) La presunción, que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas (v.gr., a buscar o aceptar un cargo para el que no estamos debidamente preparados). No debe confundirse con el vicio del mismo nombre que se opone a la virtud de la esperanza (cf. n.316). Será grave o leve según el grado de soberbia que envuelva—suele proceder de ella, aunque se opone directamente a la magnanimidad—y los peligros y daños a que exponga (v.gr., el juez, médico o confesor que se atreven a ejercer sus cargos sin la debida ciencia).

b) La ambición, que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro estado y merecimientos. Es pecado mortal cuando se pone en los honores el último fin, cuando se buscan con grave daño de otros, etc.

c) La vanagloria, que busca fama y nombradía sin méritos en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. Ordinariamente no pasa de pecado venial, a no ser que se anteponga la propia alabanza al honor mismo de Dios, se quebrante gravemente la caridad para con el prójimo, etc. Como vicio capital que es, de él proceden otros muchos pecados, principalmente la jactancia, el afán de novedades, hipocresía, pertinacia, discordia, disputas y desobediencia.

d) La pusilanimidad se opone por defecto a la magnanimidad. Es el pecado de los que por excesiva desconfianza en sí mismos o por una humildad mal entendida no hacen fructificar todos los talentos que de Dios han recibido; lo cual es contrario a la ley natural, que obliga a todos los seres a desarrollar su actividad, poniendo a contribución todos los medios y energías de que Dios les ha dotado.

La pusilanimidad no suele pasar de pecado venial; pero sería mortal si nos impidiera cumplir un grave deber (v.gr., si los padres omiten corregir a sus hijos díscolos por creerles incorregibles, o se abandona la lucha contra las tentaciones pensando que no podemos superarlas, etc.). Se la combate poniendo la esperanza en el auxilio divino, que no faltará nunca a los hombres de buena voluntad.

B) Magnificencia

469. I. Noción. Es la virtud que inclina a emprender obras espléndidas y difíciles de ejecutar, sin arredrarse ante la magnitud del trabajo o de los grandes gastos que sea necesario invertir.

Se distingue de la magnanimidad en que ésta tiende a lo grande en cualquier virtud o materia, mientras que la magnificencia se refiere únicamente a las grandes obras factibles, tales como la construcción de templos, hospitales, universidades, monumentos artísticos, etc. Es virtud propia de los ricos—aunque pueden tenerla también, en la disposición de su ánimo, los mismos pobres—, que en nada mejor pueden emplear sus riquezas que en el culto de Dios o en provecho y utilidad de sus prójimos. Es increíble la obcecación de muchos ricos, que se pasan la vida atesorando riquezas, que tendrán que abandonar a la hora de la muerte, en vez de fabricarse una espléndida mansión en el cielo con su desprendimiento y generosidad en este mundo. Son legión los que prefieren ser millonarios setenta años en la tierra, en vez de serlo en el cielo por toda la eternidad. ¡Cuánta ceguera e insensatez!

470. 2. Vicios opuestos. A la magnificencia se oponen dos vicios: uno por defecto, la tacañería, y otro por exceso, el despilfarro.

  1. La tacañería o mezquindad tiende a hacerlo todo a lo pequeño y a lo pobre, quedándose muy por debajo, no sólo de lo espléndido y magnífico, sino incluso de lo razonable y conveniente.

  2. El despilfarro, por el contrario, lleva al extremo opuesto, fuera de los límites de lo prudente y virtuoso.

La gravedad de estos pecados habrá de medirse por las consecuencias desordenadas que ocasionen para sí o para el prójimo.

C) Paciencia

471. I. Noción. Es la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales. Es una de las virtudes más necesarias en la vida cristiana, porque, siendo innumerables los trabajos y padecimientos que inevitablemente tenemos todos que sufrir en este valle de lágrimas, necesitamos la ayuda de esta gran virtud para mantenernos firmes en el camino del bien sin dejarnos abatir por el desaliento y la tristeza. Sin ella perderíamos el mérito de nuestros trabajos y sufrimientos y agravaríamos nuestros males, ya que la cruz pesa mucho más cuando se la lleva con desgana y a regañadientes.

2. Motivos. Los principales motivos de la paciencia cristiana son los siguientes :

  1. La conformidad con la voluntad amorosísima de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene, y por eso nos envía tribulaciones y dolores.

  2. El recuerdo de los padecimientos de Jesús y de María—modelos incomparables de paciencia—y el sincero deseo de imitarles.

  3. La necesidad de reparar nuestros pecados por la voluntaria y virtuosa aceptación del sufrimiento en compensación de los placeres ilícitos que nos hemos permitido al cometerlos.

  4. La necesidad de cooperar con Cristo a la aplicación de los frutos de su redención a todas las almas, aportando nuestros dolores unidos a los suyos para completar lo que falta a su pasión, como dice el apóstol San Pablo (Col. 1,24).

  5. La perspectiva soberana de la eternidad bienaventurada que nos aguarda si sabemos sufrir con paciencia. El sufrir pasa, pero el fruto de haber santificado el sufrimiento no pasará jamás.

473. 3. Grados. En el desarrollo progresivo de la paciencia pueden distinguirse varios grados. He aquí los principales :

I) LA RESIGNACIÓN sin quejas ni amarguras ante las cruces que el Señor nos envía o permite que vengan sobre nosotros.

2) LA PAZ Y SERENIDAD ante esas mismas penas, sin ese tinte de tristeza o melancolía que parece inseparable de la mera resignación.

3) LA DULCE ACEPTACIÓN, en la que empieza a manifestarse la alegría interior ante las cruces que Dios envía para nuestro mayor bien.

4) EL GOZO COMPLETO, que lleva a darle gracias a Dios porque se digna asociarnos al misterio redentor de la cruz.

5) LA LOCURA DE LA CRUZ, que prefiere el dolor al placer y pone todas sus delicias en el sufrimiento exterior e interior, que nos configura con Jesucristo: Cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo estd crucificado para mí y yo para el mundo (Gal. 6,14); «o padecer o morir» (Santa Teresa); »Padecer, Señor, y ser despreciado por vos» (San Juan de la Cruz) ; «He llegado a no poder sufrir, pues me es dulce todo padecimiento» (Santa Teresita).

474. 4. Vicios opuestos. Son dos: uno por defecto, la impaciencia, otro por exceso, la insensibilidad de corazón.

a) La impaciencia consiste en dejarse dominar por las contrariedades de la vida hasta el punto de prorrumpir en murmuraciones, lamentaciones o en arrebatos de ira. Ordinariamente no pasa de pecado venial, pero puede llegar a pecado mortal cuando hace quebrantar gravemente la caridad u otra virtud cristiana.

b) La insensibilidad o dureza de corazón no se inmuta ni impresiona ante ninguna calamidad propia o ajena, no por motivo virtuoso, sino por falta de sentido humano y social. A veces, más que un desorden moral, es un defecto psicológico, temperamental, que es necesario, sin embargo, corregir y encauzar según el recto orden de la razón.

D) Longanimidad

475. I. Noción. Es la virtud que nos da ánimo para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros, o sea cuya consecución se hará esperar mucho tiempo. San Pablo la enumera entre los frutos del Espíritu Santo (Gal. 5,22).

En cuanto que su objeto es el bien, se parece más a la magnanimidad que a la paciencia (cuyo objeto es tolerar los males o dolores). Pero, teniendo en cuenta que, si el bien esperado tarda mucho en llegar, se produce en el alma cierta tristeza y dolor, la longanimidad, que soporta virtuosamente este dolor, se parece más a la paciencia que a ninguna otra virtud.

476. 2. Vicio opuesto. El vicio o pecado opuesto a la longanimidad es la estrechez o poquedad de ánimo, que impulsa a desistir de emprender un camino virtuoso cuando la meta final aparece muy lejana.

E) Perseverancia y constancia

477. 1. Nociones. LA PERSEVERANCIA es la virtud que inclina a persistir en el ejercicio del bien a pesar de la molestia que su prolongación nos ocasione.

Se distingue de la longanimidad en que ésta se refiere más bien al comienzo de una obra virtuosa que no se consumará del todo hasta pasado largo tiempo, mientras que la perseverancia se refiere a la continuación del camino ya emprendido, a pesar de los obstáculos y molestias que van surgiendo en él. Lanzarse a una empresa virtuosa de larga y difícil ejecución es propio de la longanimidad; permanecer inquebrantablemente en el camino emprendido un día y otro día, sin desfallecer jamás, es propio de la perseverancia.

LA CONSTANCIA es una virtud íntimamente relacionada con la perseverancia, que tiene por objeto robustecer la voluntad para que no abandone el camino de la virtud por los obstáculos o impedimentos exteriores que le salgan al paso.

Al igual que la perseverancia, la constancia se refiere a la continuación del camino virtuoso ya emprendido; pero la perseverancia fortalece la voluntad contra la dificultad que proviene de la prolongación de la vida virtuosa considerada en sí misma; y la constancia la fortalece contra los obstáculos exteriores que puedan surgir durante la marcha (v.gr., la influencia de los malos ejemplos). La perseverancia es parte más principal de la fortaleza que la constancia, porque la dificultad que proviene de 4a prolongación de la obra es más intrínseca y esencial al acto de virtud que la que proviene de los impedimentos exteriores, de los que se puede huir más fácilmente.

478. 2. Vicios opuestos. A la perseverancia y constancia se oponen dos vicios: uno por defecto, la inconstancia, y otro por exceso, la pertinacia.

a) LA INCONSTANCIA (llamada por Santo Tomás molicie o blandura) inclina a desistir fácilmente de la práctica del bien al surgir las primeras dificultades, provenientes, sobre todo, de tener que abstenerse de muchas cosas placenteras. Será pecado mortal o venial según la importancia de los deberes cuyo cumplimiento haga omitir.

b) LA PERTINACIA O TERQUEDAD es el vicio del que se obstina en no ceder de su opinión cuando sería razonable hacerlo o en continuar un camino cuando el conjunto de circunstancias muestra claramente que es equivocado o inconveniente para él (v.gr., el que quisiera continuar en el seminario o noviciado después de comprobar que no tiene vocación para ello).