El pecado
El pecado, según San Agustín, es toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios.
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ÍNDICE:
5.1 Naturaleza del pecado.
5.1.1 El doble elemento de todo pecado.
A. El alejamiento de Dios.
B. La conversión a las criaturas.
5.1.2 Distinción de los pecados.
A. Distinción teológica.
B. Distinción específica.
C. Distinción numérica.
5.1.3 La especie moral ínfima.
5.2 Clasificación del pecado.
5.2.1 Original. Personal.
5.2.2 Habitual. Actual.
5.2.3 Interno. Externo.
5.2.4 Formal. Material.
5.2.5 De comisión. De omisión.
5.2.6 Mortal. Venial.
5.3 Pecado mortal.
5.3.1 Definición de pecado mortal.
5.3.2 El pecado mortal en relación a Dios y en relación al hombre.
5.3.3 Condiciones para que haya pecado mortal.
A. Materia grave.
B. Plena advertencia.
C. Perfecto consentimiento.
5.4 El pecado venial.
5.4.1 Definición y naturaleza del pecado venial.
5.4.2 Condiciones para que haya pecado venial.
5.4.3 Efectos del pecado venial.
5.5 Pecados especiales.
5.6 Las imperfecciones.
5.7 Causas del pecado.
5.8 Las tentaciones.
5.9 La ocasión de pecado.
5.1 NATURALEZA DEL PECADO
El pecado dice San Agustín, es “toda palabra, acto o deseo contra la ley de
Dios” (cfr. Contra Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la
definición clásica, pecado es:
a) la trasgresión: es decir violación o desobediencia;
b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente
material, sino de una acción formal, advertida y consentida;
c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya
que todas reciben su fuerza de la ley eterna.
Si la trasgresión afecta una ley moral grave, se produce el pecado mortal; si
afecta a una leve, el pecado es venial. En el primer caso -como veremos más
detenidamente- hay un verdadero alejamiento de Dios; en el segundo, sólo una
desviación del camino que nos conduce a Él. Cuando el hombre peca gravemente
se pierde para sí mismo y para Dios: se encuentra sin sentido y sin dirección
en la vida, pues el pecado desorienta esencialmente en relación al fin
sobrenatural eterno.
El pecado es, por tanto, la mayor tragedia que puede acontecer al hombre: en
pocos momentos ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. Su vida
honrada, su vocación, las promesas del bautismo, las esperanzas que Dios
depositó en él, su pasado, su futuro, su felicidad temporal y eterna, todo se
ha perdido por un capricho pasajero.
5.1.1 EL DOBLE ELEMENTO DE TODO PECADO
Al hablar del pecado, todos los autores están de acuerdo en señalar que son
dos los elementos que entran en su constitutivo interno: el alejamiento de
Dios y la conversión a las criaturas. Veremos cada uno por separado.
A. El alejamiento de Dios
Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado
mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción
de pecado.
Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y,
sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la
intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se dé cuenta de
que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la
realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios.
En todo pecado mortal hay una verdadera ofensa a Dios, por múltiples razones:
1) porque es el supremo legislador, que tiene derecho a
imponernos el recto orden de la razón mediante su ley divina, que el pecador
quebranta advertida y voluntariamente;
2) porque es el último fin del hombre y éste, al pecar, se
adhiere a una criatura en la que de algún modo pone su fin;
3) porque es el bien sumo e infinito, que se ve rechazado por
un bien creado y perecedero elegido por el pecador;
4) porque es gobernador, de cuyo supremo dominio se intenta
sustraer el hombre, bienhechor que ve despreciados sus dones divinos, y juez
al que el hombre no teme a pesar de saber que no puede escapar de Él.
B. La conversión a las criaturas
Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de
un ser creado, contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto
precisamente lo que busca el hombre al pecar, más que pretender directamente
ofender a Dios: deslumbrado por la momentánea felicidad que le ofrece el
pecado, lo toma como un verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir
que se trata sólo de un bien aparente que, apenas gustado, dejará en su alma
la amargura del remordimiento y de la decepción.
Como ya habíamos dicho, en la inmensa mayoría de los casos el pecado resulta
originado por este segundo elemento. Los pecados motivados directamente por el
primer elemento -el odio o aversión a Dios- se denominan pecados satánicos.
Además del desorden que implican estos dos constitutivos internos -rechazo de
Dios, mal uso de un ser creado-, hay que decir también que el pecado conlleva
otros desórdenes:
1) Una lesión a la razón natural: todo pecado es una
verdadera estupidez (vera stultitia, dice Santo Tomás de Aquino: cfr. S. Th.
I-II, q. 71, a. 2) cometido contra la recta razón, pues por el gozo de un bien
finito se incurre en la pérdida de un bien infinito.
2) Una lesión al orden social: la inclinación al mal, que
permanece después del pecado original y se agrava con los pecados actuales,
ejerce su influjo en las mismas estructuras sociales, que en cierto modo están
marcadas por el pecado del hombre. Los pecados de los hombres son causa de
situaciones objetivamente injustas, de carácter social, político, económico,
cultural, etc. En este sentido puede hablarse con razón de pecado social, que
algunos llaman estructural: todo pecado tiene siempre una dimensión social,
pues la libertad de todo ser humano posee por sí misma una orientación social
(cfr. Exh ap. post-sinodal Reconciliación y Penitencia de Juan Pablo II, n.
16).
3) Una lesión al cuerpo Místico de Cristo: asimismo, todo
pecado repercute en la Iglesia, pues se desarrolla en el misterio de la
comunión de los santos:
Se puede hablar de una "comunión del pecado", por el que un alma que se abaja,
abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras
palabras, no existe pecado alguno, aún el más estrictamente individual, que
afecte exclusivamente al que lo comete (ibidem).
5.1.2 DISTINCIÓN DE LOS PECADOS
Nos interesa conocer en los pecados tres distinciones fundamentales: la
teológica, la específica y la numérica.
A. Distinción teológica: es la que existe entre el pecado
mortal y el venial. De esta distinción se hablará con detenimiento más
adelante.
B. Distinción específica: es la que existe entre pecados de
diversa especie o naturaleza. Es una distinción necesaria por el precepto
divino de confesar los pecados graves en su especie ínfima (ver 5.1.3). Son
específicamente distintos:
1) los pecados que se oponen a diversas virtudes: por
ejemplo, la gula, que se opone a la templanza, y el robo, que se opone a la
justicia;
2) los pecados que se oponen a la misma virtud por exceso o
por defecto: por ejemplo, la presunción (exceso desordenado de la esperanza) y
la desesperación (falta de esperanza); o la soberbia (falta de humildad) y la
pusilanimidad (falsa humildad);
3) los pecados que se oponen a diversos objetos de una misma
virtud: la justicia, por ejemplo, comprende cuatro bienes diferentes -la vida,
la fama, el honor y la propiedad- que originan cuatro pecados diversos: el
homicidio, la murmuración, la injuria y el robo;
4) los pecados que quebrantan leyes o preceptos dados por
motivos diversos: por ejemplo, quien omite la asistencia a una Misa que debe
oír por ser domingo y por cumplir una penitencia.
C. Distinción numérica: es la que existe entre los diversos
actos pecaminosos cometidos.
5.1.3 LA ESPECIE MORAL ÍNFIMA
Interesa tratar este inciso ya que para la confesión sacramental es preciso
declarar los pecados según su especie moral ínfima (cfr. CIC, c. 988); es
decir, que el pecado ha de ser expresado de forma tal que no admita inferiores
subdivisiones en especies distintas.
Así, no se puede decir tan sólo: me acuso de un pecado contra la caridad, o de
un pecado de lujuria; hay que especificar si fue de pensamiento, deseo,
palabra, de tal obra, etc., añadiendo las circunstancias que puedan modificar
su especie.
En el caso de los pecados mortales, ha de decirse siempre, además, el número
de veces que se cometió.
Si esto resulta muy difícil porque no es fácil recordar, porque hace muchos
años de la última confesión, etc., ha de decirse un número aproximado
(alrededor de 2 veces al mes durante tres años, por ejemplo).
5.2 CLASIFICACIÓN DEL PECADO
El pecado puede clasificarse según el siguiente esquema:
5.2.1
Original (el pecado de Adán y Eva, que se trasmite a todos los hombres por
generación).
Personal (el pecado que comete el propio individuo).
5.2.2
Habitual (es la mancha que deja en el alma el pecado actual. Se llama también
“estado de pecado”).
Actual (cada transgresión de la ley divina).
5.2.3
Interno (si se realiza sólo en la mente o en el corazón, por ejemplo, odiar).
Externo (si se realiza exteriormente, con palabras o hechos).
5.2.4
Formal (cuando se comete a sabiendas de que se quebranta la ley o, en otras
palabras, si se actúa en contra de la conciencia).
Material (cuando se quebranta la ley involuntariamente, es decir, la
conciencia es recta pero errónea. Es el caso de actuar por ignorancia
invencible).
5.2.5
De comisión (acción positiva contra un precepto: por ejemplo, el homicidio).
De omisión (ausencia de un acto positivamente imperado: por ejemplo, no oír
Misa en día festivo).
5.2.6 Mortal y Venial
Esta última clasificación es la que más nos interesa porque en un caso, el del
pecado mortal, al destruirse la gracia hay un alejamiento total de Dios que de
no rectificarse, supone el perderlo eternamente. Por lo tanto, está en juego
la consecución o la pérdida del fin último para el que hemos sido creados.
5.3 EL PECADO MORTAL
5.3.1 DEFINICIÓN DE PECADO MORTAL
“Es la trasgresión deliberada y voluntaria de la ley moral en materia grave”.
El pecado mortal implica la muerte del alma porque destruye la caridad en el
corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al
hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien
inferior.
Para vivir espiritualmente, el hombre debe permanecer en comunión con el
supremo principio de vida, que es Dios, en cuanto es el último fin de todo su
ser y obrar. Ahora bien, el pecado es un desorden perpetrado por el hombre
contra ese principio vital. Y cuando por medio del pecado el alma comete una
acción desordenada que llega hasta la separación del fin último Dios al que
está unida por la caridad, entonces se da el pecado mortal (Exh. Ap.
"Reconciliación y Penitencia", n. 17, del 2-XII-84).
5.3.2 EL PECADO MORTAL EN RELACIÓN A DIOS Y EN RELACIÓN AL HOMBRE
En relación a Dios el pecado mortal supone:
a) gravísima injusticia contra su supremo dominio al
sustraerse de su ley;
b) desprecio de la amistad divina, manifestando enorme
ingratitud para quien nos ha colmado de tantos y tan excelentes beneficios;
c) renovación de la causa de la muerte de Cristo;
d) violación del cuerpo del cristiano como templo del
Espíritu Santo.
Por todo ello, teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y la
criatura, el pecado mortal encierra una maldad en cierto modo infinita.
Además, como el orden moral tiene carácter eterno ley eterna, destino eterno
del hombre, su negación consciente rebasa el tiempo y llega hasta la
eternidad.
En relación al hombre, el pecado mortal supone la negación del primer y más
fundamental valor ontológico: la dependencia de Dios. La consecuencia primera
es la aversión habitual de Dios, de la que se siguen:
a) La pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante,
es decir, del estado de gracia. Con ello se pierden las virtudes infusas, los
dones del Espíritu Santo y la presencia de inhabitación de la Santísima
Trinidad en el alma.
Son famosas las siguientes palabras del Papa San León: “Reconoce, cristiano,
tu dignidad, y hecho partícipe de la naturaleza divina, no quieras volver a tu
antigua vileza” (Sermo I in Nativitate Domini, 3; PL 54, 193).
b) La pérdida de los méritos adquiridos durante la vida.
c) El oscurecimiento de la inteligencia que la misma ceguedad
de la culpa lleva consigo (vera stultitia).
“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta. Hiere
la naturaleza del hombre” (Catecismo, n. 1849).
d) La pérdida del derecho a la gloria eterna. Si no es
rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del
Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad
tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno (Catecismo, n.
1861).
El Papa Benedicto XII expone este efecto con las siguientes palabras:
“Definimos además que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que
salen del mundo con pecado mortal actual, inmediatamente después de la muerte
descienden al infierno” (Dz. 531; cfr. también Mt. 25, Mc. 9, 42; Apoc. 14,
11; S. Th. I-II, q. 87, a. 3).
e) El pecado atenta también contra la solidaridad humana, ya que el
pecador no sólo se perjudica a sí mismo sino que, en virtud del dogma de la
Comunión de los Santos, daña además a la Iglesia y aun a la totalidad de los
hombres.
f) El relato de pena y esclavitud de Satanás; de hijo de Dios
el hombre pasa a ser enemigo de Dios. El concilio de Trento (ses. 14, cap.
5) señala que “todos los pecados mortales, aun los de pensamiento, hacen a los
hombres hijos de la ira y enemigos de Dios”.
Aunque el pecador no quiera el alejamiento de Dios, sabe muy bien que
independientemente de sus deseos subjetivos, el orden moral objetivo
establecido por Dios prohíbe o manda esta acción, castigando con la pena
eterna el hacerla u omitirla y, a pesar de saber todo eso, la realiza o la
omite. Por un instante de gozo, fugaz y pasajero, acepta quedarse sin su fin
sobrenatural eterno.
Teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y el hombre, como ya
quedó dicho, el pecado mortal encierra una maldad en cierto modo infinita que
nos permite llamarlo “mysterium iniquitatis”, es la inexplicable maldad de la
criatura que se alza, por soberbia, contra Dios (Escriv de Balaguer, J., “Es
Cristo que pasa”, Ed. MiNos, n. 95).
5.3.3 CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO MORTAL
Para que haya pecado mortal se requiere que la acción reúna tres condiciones:
materia grave (factor objetivo), plena advertencia y perfecto consentimiento
(factores subjetivos).
A. Materia grave
No todos los pecados son igualmente graves, puesto que caben distintos grados
de desorden objetivo en los actos malos, así como distintos grados de maldad
subjetiva al cometerlos. Para que se dé el pecado mortal se requiere materia
grave, en sí misma (porque el objeto de aquel acto es en sí mismo grave, por
ejemplo, el aborto) o en sus circunstancias (por ejemplo, por el escándalo que
puede causar).
Para reconocer si la materia es grave, habrá que decir que todo aquello que
sea incompatible con el amor a Dios supone materia grave (es claro, por
ejemplo, que la blasfemia o la idolatría no admiten consorcio alguno con el
amor a Dios). La seguridad de tal incompatibilidad viene dada por las mismas
fuentes de la Teología Moral (cfr. 1.3), en concreto:
1) Las enseñanzas de la Sagrada Escritura: en muchos textos
se habla de pecados que excluyen del Reino de los Cielos (cfr. p. ej., Mt. 5,
22; o bien I Cor. 6, 9-10: no os engañáis: ni los fornicarios, ni los
idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los
ladrones, ni los avaros, ni los blasfemos, ni los rapaces, poseerán el reino
de Dios).
2) Las enseñanzas de la Iglesia que, por ser depositaria e
intérprete de la Revelación divina y de la ley natural, dictamina con su
Magisterio la licitud o ilicitud de acciones concretas (por ejemplo, condenas
de errores morales: cfr. Dz. 1151-1216, Declaración de la Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe sobre Ética Sexual, 29-XII-1975, etc.).
3) Las razones teológicas, con las que se ponderan los
motivos que hacen considerar las acciones como graves desórdenes. Así, los
teólogos y doctores de la Iglesia suelen dividir los pecados en dos categorías
especiales:
a) Los que de suyo siempre son mortales (llamados también
intrínsecamente mortales o pecados mortales ex toto genere suo); es decir, no
admiten parvedad de materia y no pueden ser leves sino por falta de plena
advertencia o perfecto consentimiento (por ejemplo, la blasfemia, la
idolatría, la lujuria, etc.).
Lo anterior fue vuelto a explicar recientemente por el Papa Juan Pablo II:
“algunos pecados, por razón de su materia, son intrínsecamente graves y
mortales. Es decir, existen actos que, por sí y en sí mismos,
independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por
razón de su objeto. Estos actos si se realizan con el suficiente conocimiento
y libertad, son siempre culpa grave” (Exh. Ap. Reconciliación y penitencia, n.
17, 2-XII-1984).
b) Los que no siempre son mortales (llamados pecados graves,
ex genere suo), ya que aunque se refieran a materia gravemente prohibida (por
ejemplo, el hurto), admiten parvedad de materia, de modo que si sólo hay
materia leve no pasan de pecado venial (por ejemplo, robar una cosa
insignificante).
B. Plena advertencia
Ya al hablar de los actos humanos vimos lo referente a la advertencia y al
consentimiento, por lo que aquí diremos sólo algunas cosas prácticas. En
primer lugar, que la advertencia se refiere a dos cosas:
1) Advertencia del acto mismo: es necesario darse cuenta de
lo que se esté haciendo (por ejemplo, no advierte totalmente la acción el que
está semidormido).
2) Advertencia de la malicia del acto: es necesario advertir
aunque sea confusamente que se está haciendo un pecado, un acto malo (por
ejemplo, el que come carne en vigilia, pero ignora absolutamente que lo es,
advierte la acción comer carne, pero no su ilicitud).
Cabe también decir que la advertencia moral no comienza sino cuando el hombre
se da cuenta de la malicia del acto: mientras no se advierta esta malicia no
hay pecado.
Sin embargo, también es preciso señalar que para que haya pecado no es
necesario advertir que se está ofendiendo a Dios; basta darse cuenta aunque
sea confusamente que se realiza un acto malo.
C. Perfecto consentimiento
Como el consentimiento sigue naturalmente a la advertencia, resulta claro que
sólo es posible hablar de consentimiento pleno cuando ha habido plena
advertencia del acto.
Si no hubo advertencia plena del acto o de su malicia, puede también decirse
que falla el perfecto consentimiento para la realización de ese acto o para su
imputabilidad moral.
Es importante distinguir entre "sentir" una tentación y "consentirla". En el
primer caso se trata de un fenómeno puramente sensitivo de la parte animal del
hombre, mientras en el segundo es ya un acto plenamente humano, pues supone la
intervención positiva de la voluntad.
No es siempre fácil saber si hubo consentimiento pleno. En el caso de duda
sirve fijarse en lo que pasa ordinariamente: quien ordinariamente consiente
debe juzgar que consintió, y al contrario. Igualmente es importante recordar
que es ilícito proceder con duda: debe salirse de ella antes de actuar.
No debe confundirse el consentimiento semi-pleno o la falta de consentimiento
con una acción voluntaria que alguien realiza bajo coacción física o moral
superable.
Por ejemplo, aquel que, amenazado de muerte, inciensa un ídolo, hace un acto
perfectamente consentido: ha aceptado positivamente en su voluntad el ser
idólatra, aunque lo hiciera bajo coacción.
5.4 EL PECADO VENIAL
5.4.1 DEFINICIÓN Y NATURALEZA DEL PECADO VENIAL
“Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida
prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia
grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento” (Catecismo, n.
1862).
Venial viene de la palabra venia, que significa perdón, y alude al más fácil
perdón de este tipo de faltas: se remiten no exclusivamente en el fuero
sacramental sino también por otros medios.
El pecado venial difiere sustancialmente del mortal, ya que no implica el
elemento esencial del pecado mortal que es, como quedó explicado (cfr. 5.3.1),
la aversión a Dios. En el pecado venial se da sólo el segundo elemento, una
cierta conversión a las criaturas compatible con la amistad divina.
De acuerdo a la enseñanza de Santo Tomás, el pecado venial es un desorden en
las cosas, un mal empleo de las fuerzas para caminar hacia Dios, pero en el
que se conserva la ordenación fundamental al último fin: los pecados que
incurren en desorden respecto a las cosas que orientan al fin, pero que
conservan su orden al fin último, son más reparables y se llaman veniales (S.
Th., I-II, q. 88, a. 1).
El Papa Juan Pablo II explica: “...cada vez que la acción desordenada
permanece en los límites de la separación de Dios, entonces el pecado es
venial. Por esta razón, el pecado venial no priva de la gracia santificante,
de la amistad con Dios, de la caridad, ni por lo tanto, de la bienaventuranza
eterna” (Exhort. Apost. Reconciliación y Penitencia, n. 17, 2-XII-1984).
Para clarificar estos conceptos suele ponerse el ejemplo del que emprende un
viaje con el objeto de llegar a un determinado lugar. El pecado mortal
equivaldría al hecho de que ese viajero de pronto se pusiera de espaldas y
comenzara a caminar en sentido contrario, alejándose así cada vez más de la
meta buscada. En cambio, quien comete un pecado venial es como el viajero que
simplemente hace una desviación, un pequeño rodeo, pero sin perder la
orientación fundamental hacia el punto donde se dirige.
5.4.2 CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO VENIAL
Un pecado puede ser venial por dos razones:
1) Porque la materia es leve (por ejemplo, una mentira jocosa, falta
de aprovechamiento del tiempo en los estudios -que no tienen consecuencias
graves en los exámenes-, una pequeña desobediencia a los padres, etc.).
2) Porque siendo la materia grave, la advertencia o el
consentimiento no han sido perfectos (por ejemplo, los pensamientos impuros
semi-consentidos, una ofensa en un partido de fútbol por apasionamiento,
etc.).
Conviene tener en cuenta también que el pecado venial objetivamente
considerado puede hacerse subjetivamente mortal por las siguientes causas:
1) Por conciencia errónea (por ejemplo, si se cree que una
mentira leve es pecado grave, y se dice, se peca gravemente).
2) Por un fin gravemente malo (por ejemplo, si se dice una
pequeña mentira deseando cometer, gracias a ella, un hurto grave).
3) Por acumulación de materia (por ejemplo, cuando se roba 10
más 10 más 10...).
4) Por el grave detrimento que se siga del pecado venial:
a) de daños materiales (por ejemplo, el médico que por un
descuido leve ocasiona la muerte del paciente);
b) de peligro de pecado mortal (por ejemplo, el que por
curiosidad acude a un espectáculo sospechando que es para él ocasión de
pecado);
c) por peligro de escándalo (por ejemplo, el que inventa
aventuras que llevan a otros a cometer pecados).
5.4.3 EFECTOS DEL PECADO VENIAL
“El pecado venial
- debilita la caridad,
- entraña un afecto desordenado a bienes creados,
- impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica
del bien moral,
- merece penas temporales,
- el pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone
poco a poco a cometer el pecado mortal.
No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la
amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la
gracia de Dios. No priva de la gracia santificante, de la amistad de Dios, de
la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna” (Catecismo, n. 1863).
“El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al
menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los
consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando
los cuentas. Muchos pequeños objetos hacen una gran masa; muchas gotas de agua
llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra
esperanza? Ante todo, la confesión...” (S. Agustín, Es. Jo. 1, 6).
5.5 PECADOS ESPECIALES
Algunos pecados especiales se agrupan bajo los siguientes nombres:
A. Pecados contra el Espíritu Santo
“El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien
será reo de pecado eterno” (Mc. 3, 29; cfr. Mt. 12, 32; Lc. 12, 10). No hay
límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a
acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón
de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna
(Catecismo, n. 1864).
Entre estos pecados se incluyen la presunción de salvarse sin méritos, la
desesperación, la impugnación de la verdad cristiana conocida, la obstinación
en el pecado y la impenitencia final.
B. Pecados que claman al cielo, porque su influencia nefanda
en el orden social pide venganza de lo alto.
Suelen recibir esta denominación el homicidio, la homosexualidad, la opresión
de los débiles, la retención de salario a los obreros.
C. Pecados capitales, llamados así porque los demás suelen
proceder de ellos como de su cabeza u origen.
Clásicamente se citan la soberbia o vanagloria, la envidia, la avaricia, la
ira, la lujuria, la gula y la pereza.
5.6 LAS IMPERFECCIONES
Se trata de transgresiones voluntarias no ya de los preceptos obligatorios de
la ley, sino de lo que es un simple consejo o conveniencia para la salvación.
Es un rechazo voluntario de las gracias actuales que Dios nos va dando para
que en cada momento hagamos lo que es de su agrado. Es no decir a Dios siempre
que sí.
Conviene considerar que, al ser Dios infinito, nada escapa a su querer, ni aun
las cosas que nosotros podríamos considerar intranscendentes (por ejemplo, ir
el domingo a este lado o al otro, decir o callar un comentario, etc.). Nada le
es indiferente; en su Sabiduría infinita ha determinado hasta en sus últimos
detalles lo que es de su agrado en cada momento de nuestra vida.
Del primer precepto del Decálogo (cfr. Deut. 6, 4-9; Mt. 22, 37-38),
confirmado por las palabras del Señor en el Sermón de la Montaña sed perfectos
como mi Padre celestial es perfecto (Mt. 5, 48; ver también I Cor. 1, 2; Gal.
4, 6-7) se sigue la obligación de todos los hombres de tender a la santidad y,
por tanto, de luchar continuamente para evitar la imperfección en todos los
ámbitos de las virtudes.
5.7 CAUSAS DEL PECADO
En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor
desordenado de sí mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2).
Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre para
sí mismo, desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien
racional. Que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la
raíz de todo pecado queda frecuentemente de manifiesto en la Sagrada Escritura
(cfr. Prov. 1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17,
23; I Re. 2, 40; Mt. 10, 25; etc.).
Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto
internas como externas:
Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la
naturaleza humana:
1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace
desconocer la ley moral y su importancia;
2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o
rebelión de nuestra parte más baja, la carne, contra el espíritu;
3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o
dificultad en alcanzar el bien arduo, que sucumbe ante la fuerza de la
tentación y es aumentada por los malos hábitos;
4) la herida en la voluntad: la malicia que busca
intencionadamente el pecado, o se deja llevar por él sin oponer resistencia.
Las causas externas son:
1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los
hombres al mal induciéndolos a pecar. “Sed sobrios y estad en vela, porque
vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de
vosotros en busca de presa que devorar” (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7);
2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el
pecado original, en vez de conducirnos a Dios en ocasiones nos alejan de Él.
Pueden ser causa del pecado ya sea como ocasión de escándalo (ver 7.3.3.d),
bien cooperando al mal del prójimo (ver 7.3.3.e).
5.8 LAS TENTACIONES
Por tentación se entiende toda aquella sugestión interior que, procediendo de
causas tanto internas como externas, incita al hombre a pecar.
Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:
1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones,
haciéndole ver, por ejemplo, la muerte como muy lejana, la salvación muy
fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.;
2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer
en la comodidad, en la negligencia, etc.;
3) instigando a los sentidos internos, principalmente la
imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc.
Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando
voluntariamente las consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515).
Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a
pecar, pero nunca obliga a la voluntad, que permanece siempre dueña de su
libre albedrío. Ninguna fuerza interna o externa puede obligar al hombre a
pecar.
Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es
superior a nuestras fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados
sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho
(I Cor. 10, 13).
Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos,
haciéndonos ver la necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos
con la lucha, ya para que adquiramos méritos para el cielo.
Los medios para vencer las tentaciones están siempre al alcance de la mano:
1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la
oración, la frecuencia de sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen;
2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la
voluntad para que pueda resistir en el momento de la tentación;
3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera
el primer momento de ocio para insinuarse;
4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito
exponerse voluntariamente a peligro próximo de pecar: supondría conceder poca
importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por tanto, razón de verdadero
pecado. "No tengas la cobardía de ser `valiente´: ¡huye!" (Camino, n. 132).
5.9 LA OCASIÓN DE PECADO
Por ocasión de pecado se entiende toda aquella situación en la que el hombre
se encuentra en peligro de caer en pecado.
Se distingue de la tentación al ser una realidad externa que se presenta como
motivo de pecado. La tentación, en cambio, es sólo una sugestión interior.
La ocasión de pecado puede ser:
a) próxima: si el peligro de pecar es muy grande y la
comisión del pecado casi segura;
b) remota: si el peligro de pecar no es grande;
c) voluntaria: si el hombre la busca libremente;
d) necesaria: cuando es física o moralmente inevitable.
Los principios morales en relación a la ocasión de pecado son:
1. La ocasión próxima voluntaria de pecar gravemente, es
gravemente pecaminosa.
Existe, por tanto, el deber absoluto de evitar ese tipo de ocasiones, al grado
de exigirse como condición previa indispensable para recibir la absolución
sacramental, pues no manifestaría sincero arrepentimiento el que no se aparte
de la ocasión próxima voluntaria; por ejemplo, no podría impartirse la
absolución al que no quisiera deshacerse de las revistas obscenas que le
suponen ocasión de pecar (cfr. Mt. 5, 29 ss.; 18, 8; Dz. 1211-1213).
2. En la ocasión próxima necesaria, el hombre debe emplear
todos los medios a su alcance para alejar en lo posible la ocasión de pecar y
restarle influencia. En otras palabras, debe convertir la ocasión próxima en
remota.
3. Es imposible al hombre evitar todas las ocasiones remotas
de pecar, especialmente en relación al pecado venial, tanto por la fragilidad
de su naturaleza como por los peligros externos. Debe, sin embargo, aumentar
por ello su confianza en Dios y acudir con más frecuencia a los medios
sobrenaturales, evitando igualmente la excesiva inquietud.