Comencemos
entonces con la primera parte de este curso que son los fundamentos de la moral
cristiana.
En
este primer módulo de esta primera parte trataremos de indagar en la
especificidad de la moral cristiana y en su definición.
Vivimos
en un contexto social cada vez más laicizado donde, por un lado las normas
morales no sirven más, “son un asunto privado”, y por el otro reclamamos un
“comportamiento ético” en nuestros políticos y personas públicas.
Rechazamos y reclamamos al mismo tiempo. O reclamamos una parte y rechazamos
otra… o reclamamos para los otros y rechazamos para nosotros…
¿Dónde estamos parados? Empecemos por averiguar esto, por eso le propongo el siguiente ejercicio:
Elija
diez personas amigas, cinco que pertenezcan al círculo de los grupos
parroquiales o de Iglesia y cinco que estén alejadas de todo lo que es el
mundo de la práctica religiosa.
Primero
responda usted y luego, a todas las persona, le preguntará muy ampliamente:
¿Qué
es la moral o la ética?
¿Podemos
compartir todos una misma ética?
¿Quién
la propone?
¿Por
qué debemos comportarnos de una determinada manera?
Finalmente,
compare las respuestas del primer grupo con el de las segundo.
¿Qué
contribuyeron a sus reflexiones personales? ¿qué compartió y en qué no está
de acuerdo? ¿Por qué?
Responder
al ¿por qué? nos
pone en el camino de la fundamentación de nuestro obrar como cristianos.
Desde
aquí partimos para nuestra reflexión en este primer módulo.
Vivimos
en lo que seguimos llamando el “occidente cristiano”. Esto nos hace pensar
que todos aceptamos el modo de vivir, la moral, cristiana. Sin embarco cada vez
más nos damos cuenta de cuánto está lejos la moral evangélica del estilo de
vida de nuestros contemporáneos.
Hoy
tenemos distintos paradigmas éticos[1] que
conviven junto al evangélico.
Hagamos el siguiente ejercicio: Luego de leer el texto sugerido a continuación, que habla de diversos paradigmas vistos desde la problemática ecológica[2]. Si en este momento algunos párrafos o expresiones le resultan de difícil comprensión, continúe leyendo para comprender lo esencial. Luego, trate de identificar rasgos de estos paradigmas en las respuestas de las personas encuestadas anteriormente:
En
primer lugar debemos hablar de una ética
emotivista. Podemos encontrar su origen en el empirismo, el cual dice
que está bien todo lo que es constatable, medible y estudiable por la ciencia
(casi una etología): si la mayoría lo hace está bien y por qué no hacerlo.
De aquí, y a partir del pensamiento moderno de los siglos XVI-XVII, se pasa a
un individualismo, que dice que si está bien para mí lo hago. Esto encuentra
hoy, en la postmodernidad, un caldo de cultivo adecuado dada su
asistematicidad. Se podría resumir en un “si lo quiero lo hago”, o mejor,
“si lo siento lo hago”. Esta última expresión emotivista la entramos
expresada en tantos documentales ecológicos que aparecen en la televisión,
donde se muestra el dolor provocado en los seres vivientes que sienten las
consecuencias del progreso del hombre. El animal, la planta sufre, por lo
tanto hay que librarlos de este dolor y de la consecuente tristeza.
Librar del dolor sería el valor a ser preservado. Estas corrientes de la ética
encuentra su fundamento sólo en lo fáctico y lo afectivo.
En
el lado opuesto podemos poner una ética
del temor por anuncios
apocalípticos de un fin próximo si continuamos con este ritmo de consumo. Así,
el informe del Club de Roma sobre
el desarrollo económico y sus límites, titulado Los
límites del crecimiento (que
se vendió, en 29 idiomas, más de 9 millones de ejemplares) mostraban un
futuro apocalíptico tratando de sensibilizar a la gente sobre el problema
ecológico[3].
El tema del Sida también fue tratado desde esta perspectiva dentro del marco
de la ética sexual. En un tiempo en el que parecía que un discurso ético
basado en el temor tiende a desaparecer, aparecen otros profetas de
calamidades que anuncian el fin si no hay una conversión del gran pecado. No
podemos sino encuadrarla como una ética neoamartiocéntrica, que pone su
centro en el antivalor del pecado.
La
postura moral que en este momento quiere regir la estrategia políco-ecológica
la podríamos definir como una ética
político democrática. Es la ética nacida de los grandes congresos
internacionales, sobre todo los promovidos por la ONU, que finalizan en
tratados a los cuales se obligan los estados. Su fundamento está en el voto
dado por los estados participantes. Un ejemplo claro es la declaración de los
Derechos del Hombre, donde uno se podría preguntar por qué son sólo esos y
no otros y en qué se basan sus afirmaciones, a lo que se debe responder que
así fue votado y obliga. Es una postura ética práctica que en este momento
y para determinados temas sirve como solución.
La
Iglesia y muchos otros pensadores continúan sosteniendo una ética
iusnaturalista que
dice que en la naturaleza está escrita la ley que el hombre debe descubrir
para vivir en armonía. La teoría de la ley natural tiene su origen, en el
campo político, en la Grecia clásica expresados en los mitos olímpicos, que
luego sistematizarán Platón y sobre todo Aristóteles con el concepto de
“naturaleza humana”. De aquí pasará al ámbito cristiano, que Santo Tomás,
leyendo Aristóteles, lo aplica tanto al plano moral como político. Dios creó
el universo que se rige por leyes eternas que el hombre debe descubrir para
poder realizar la Voluntad Divina. No nos detenemos en el desarrollo posterior
de este pensamiento[4],
sólo diremos que este concepto, aún siendo útil en determinados campos, está
en profunda crisis por ser un concepto demasiado ambiguo, legalista, abstracto
y ontológico, acultural, inmovilista y sacralizador[5].
Sin embargo sigue siendo el discurso fundante de muchas corrientes de
pensamiento ecologista como algunas de las posturas emotivistas o
biocentristas.
En
el campo de la ecología, una postura sostenida ampliamente es la ética
biocéntrica que trata
de poner su fundamento en el valor de la vida. Esta teoría encuentra su
antepasado más remoto en Aldo Leopold que en 1949 considera al hombre como
miembro de la “comunidad biótica” del planeta[6],
pero será Paul W. Taylor[7] el
primero en proponer el biocentrismo como fundamento para una ética ecológica:
“estructurada
como una «ética-centrada-en-la-vida» simétrica y alternativa a las «éticas-centradas-en-lo-humano»;
en su esquema, cuya estructura es deudora de la que utiliza John Rawls para
exponer su teoría de la «justicia como imparcialidad», parte de dos
principios: el de la consideración moral, de acuerdo con el cual las cosas
vivas merecen el interés y la consideración de todos los agentes morales,
simplemente en virtud de ser miembros de la comunidad de vida de la Tierra, el
del valor intrínseco, que establece que si un ser es miembro de la comunidad
de vida de la Tierra, la realización de su bien (su bienestar) es algo intrínsecamente
valioso y, por lo tanto, merece prima facie que se le conserve o promueva como
un fin en sí mismo”[8].
También
Gudinas, en el Uruguay hizo una propuesta biocéntrica[9] pero
desde una perspectiva más antropológica y social. Como los hombres son
capaces de destruir diversas formas de vida, también son capaces de destruir
a sus semejantes, generando sistemas de opresión.
Pero
la defensa de la vida, de toda vida, por el sólo hecho de ser vida, no
sostiene el imperativo ético de la destrucción de determinadas formas de
vida que amenazan al hombre[10].
Nadie hoy sostendría la necesidad de defender la vida del HIV, por el
contrario su total destrucción es una necesidad para el hombre. Del mismo
modo no se puede sostener una postura que condene la depredación del medio
por un pueblo que no tiene o, mejor dicho, no se le posibilita otra forma
alternativa de supervivencia. Antonio Moser también es crítico frente a esta
postura, por no tener la perspectiva del pobre y pone a la creación antes que
el hombre[11],
aunque en su formulación latinoamericana está más en desacuerdo con la
inadecuación del término biocentrismo que con los propios contenidos.
Las
tres propuestas que siguen son marcadamente antropocéntricas, ya que la vida
humana es sin duda un valor fundante. Las dos primeras se pueden encuadrar en
un antropocentrismo deontológico de corte europeo y la tercera es una
propuesta en perspectiva latinoamericana que desarrollaremos en más
ampliamente en el siguiente punto.
Es
absurdo oponer naturaleza y técnica, ecología y desarrollo humano, por lo
que algunos autores propones una ética
de la sostenibilidad. Alfonso Sánchez describe la sociedad sostenible
del siguiente modo:
“aquella
que pueda persistir a través de generaciones, que no comprometa la capacidad
de las generaciones futuras para hacerse cargo de sus propias necesidades y
que tenga bajo control los bucles de retroalimentación positivos”[12].
La
dificultad principal reside en saber cómo poner en marcha una tal revolución
gradual, orgánica y profunda de las estructuras sociales mundiales para
generar un tal proyecto de sostenibilidad. Pues esto supondría un drástico
cambio de los sistemas socioeconómicos que rigen la situación actual. Además
implica un cambio en el estilo de comunicación de la información, para que
los nuevos movimientos sociales, que se caracterizan por ser minoría y donde
surgen las propuestas más originales y alternativas tengan un canal de difusión
sin caer en la masificación o integración en el sistema. Implicaría también,
un nuevo aprendizaje crítico, con su propio universo simbólico que permita
un cambio de actitudes en el hombre. Finalmente, exige una ética de la
solidaridad que considere la tierra como espacio vital para todos los seres,
que han de compartir sus bienes.
El
concepto de sostenibilidad, además, tiene la dificultad de resultar incómodo
para el hombre de hoy, ya que un control excesivo no encuentra lugar en la
sensibilidad del una sociedad democrática que pregona la libertad y el
protagonismo histórico. También está lejos del sentir post-moderno de vivir
el hoy, en un continuo del presente, sin ver el desafío del futuro. En tercer
lugar el autor se pregunta:
“¿Qué
es lo que realmente queremos: un «primer mundo» generalizado para todos o
reducido para unos cuantos? ¿Cómo saldar la capacidad real de discenso, no sólo
de palabra sino también de hechos, en una sociedad sostenible homogéneamente
organizada? Y sobre todo ¿hasta qué punto estamos dispuestos a pagar el
precio que hay que pagar?”[13].
Desde
luego una ética basada en la sostenibilidad implica un gran esfuerzo de diálogo
norte sur para transformar las estructuras de opresión vigentes que haga que
sea posible para todos una vida plena.
Todos
tenemos rasgos emotivistas, democráticos, legalistas, o centrados en algún
valor. Pero ¿qué identifica la moral cristiana?
Lo
que define a la moral cristina es su vinculación con el conjunto de la fe. La
fe no es moral, ni la moral es lo central en la vida del cristiano. Pero de la
fe es que emerge el indicativo para vivir en coherencia con lo que creemos. Dice
el Apóstol Santiago: “muéstrame la fe sin obras, que yo con las obras te
muestro mi fe” (St 2,18). “Por lo que la moral es una dimensión necesaria
de la fe cristiana. Esto que parece un razonamiento circular es importante
tenerlo claro en la vida pastoral, ya que hemos pasado por un período
reduccionista de la vida cristiana a la sola moral, donde la predicación se
centraba en el cumplimiento de las leyes divinas y de la Iglesia. O también por
una “vida espiritual” totalmente desconectada de la vida cotidiana, donde la
moral queda fuera y separada de la fe. La articulación correcta de la vida
moral en la vida de fe es un desafío constante en toda práctica pastoral.
¿Es la moral cristina un paradigma más entre otros paradigmas? Vivir en una sociedad democrática y abierta, inserta en un contexto social laicizado tal como decíamos al inicio de este módulo, presenta un gran desafío para el Cristiano que quiere ser “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13-14). La ética cristiana se presenta como una moral totalizante. Es decir, que abarca todos los aspectos de la vida y es propuesta para todas las mujeres y todos los hombres. Es una ética que tiene por objetivo hacer presente el Reino de los Cielos en el hoy de la historia. Por esto también es una ética escatológica. Por lo tanto no se pone al lado de otras éticas, sino que se propone al mundo contemporáneo como una propuesta de humanismo capaz de crear un mundo más justo y más feliz.
¿Le
parece que es posible dialogar con personas de otras “corrientes éticas”
desde nuestra identidad cristiana? ¿Cómo?
b.
En búsqueda de una definición
Es
bueno poder definir el objeto de estudio que tenemos delante, aunque siempre es
una empresa difícil.
Le
propongo dos definiciones con dos perspectivas diversas:
Expliquemos
cada expresión:
Práctica:
los contenidos de la fe implican a toda la persona, en su inteligencia, su
voluntad, sus afectos y su obrar. Es en este último aspecto que la ética es la
reflexión del obrar del cristiano en coherencia con la fe.
Siguiendo
a Cristo: Cristo es el modelo de
hombre, al cual seguimos como discípulos. Es el camino para la realización de
la plenitud humana. La moral cristina implica la espiritualidad del seguimiento
de Jesús, una espiritualidad que es al mismo tiempo personal y comunitaria.
Realizando
el Reino de Dios: El fin del actuar
del cristiano es instaurar el Reino que Jesús inauguró. Es lo que ya indicábamos
como su dimensión escatológica.
Expliquemos
qué queremos decir con cada término:
Praxis:
es un presupuesto epistemológico que integra la acción y la reflexión en
forma dialéctica, lo que implica un continuo crecimiento de la ciencia moral.
Es un proceso circular donde hago una cosa, luego reflexiono sobre ese obrar,
que, a su vez, me provoca un nuevo modo actuar, y que reflexionando sobre esta
última acción vuelvo a provocar una nueva manera de obrar. Así sucesivamente.
De este modo va creciendo la reflexión teológico-moral.
Hacerse:
implica que el hombre no es un ser terminado, acabado, sino que se va haciendo
hombre a partir de las distintas opciones que toma durante la vida. La
existencia humana es un proceso que tiene como fin la construcción de un modelo
de hombre determinado. Decían los Santos Padres que Dios nos había hecho a su
Imagen y que nosotros debíamos construir a lo largo de la vida su Semejanza.
Persona
cristiforme: ese modelo de humanidad
para nosotros es Cristo (“El misterio del hombre se revela a la luz del
misterio del Verbo Encarnado”[14]).
Por lo que el objetivo de todo nuestro actuar es realizar en nosotros la forma
de Cristo.
Historia:
la persona humana está situada con los demás en el mundo. Nos realizamos y
somos realmente personas en relación abierta con Dios, con los demás y con el
mundo. De este modo construimos la historia común de la humanidad. Por eso sólo
en su contexto histórico y como transformador de la historia se construye el
sujeto moral.
De
estas definiciones le podrá quedar claro que el objeto primero de la moral no
es respondernos en primer lugar sobre la bondad o maldad de tal o cual acción,
sino preguntarnos sobre la propuesta de un proyecto humanizador que para
nosotros es Cristo.
Un
proyecto que ciertamente dependerá en su realización las decisiones históricas
y concretas que tomemos. Pero esto es un segundo paso. Expliquémonos.
Podemos
decir que objetivamente la
moral es la construcción de un proyecto, un modelo, unas ideas, unos fines que
orienten el ideal de humanidad para un momento determinado de la historia.
Subjetivamente la
moralidad es el grado de coherencia (autenticidad) que la persona logra con
respecto a ese modelo.
La
síntesis de estas dos dimensiones (la objetiva y la subjetiva) es la totalidad
ética de la persona.
Ahora
sí podemos formular la doble pregunta que nos haremos como personas preocupadas
por lo moral.
En
su polaridad objetiva: ¿Qué
es lo bueno?
En
su polaridad subjetiva: ¿Qué
debo hacer?
La
primera pregunta nos lleva al ideal, “lo” bueno en las acciones y en las
estructuras. La segunda a la coherencia consigo mismo y con el colectivo al que
se pertenece, en nuestro caso a los seguidores de Jesús.
Integrando
estas dos dimensiones (la objetiva y la subjetiva) la moral encuentra además
dos funciones, que son funciones proféticas (cf. Jer 1,10):
-La
función crítica
-La
función constructiva
La
primera es un juicio –social y personal– sobre la situación actual, preguntándonos
si es humanizante o no. La segunda es la proposición de un modelo de persona y
de sociedad realmente humanizadora.
Pero
¿qué es lo específico de la moral cristiana?
¿Cuál
es el valor fundante de la moral cristiana?
Muchos
se han hecho esta pregunta, pues de su respuesta depende todo el edificio ético
a ser construido. Algunos propusieron a la libertad (paradigma de la liberación
de Egipto), otros a la justicia (la búsqueda de la voluntad de Dios), otros el
Reino de los Cielos (la construcción de la utopía de Dios), otros la verdad
(la revelación del Logos divino), otros la virtud, o la felicidad, o la vida…
y podríamos seguir.
Le
propongo ahora reflexionar siguiendo a Marciano Vidal[15] que
busca una fundamentación en la Caridad. La caridad es el nombre cristiano del
amor. Ese amor total y crucificado que los autores del nuevo testamento
expresaron con la palabra griega agápe,
y que los latinos tradujeron por caritas,
para distinguir el amor específicamente cristiano de aquel vivido por el mundo
pagano.
El
mensaje del Nuevo Testamento sobre la caridad ha sido recogido con fidelidad y
desarrollado con amplitud y profundidad por la tradición cristiana posterior.
En
la época patrística, la caridad constituyó uno de los lugares principales
para la exhortación cristiana. En la reflexión escolática durante el medioevo
fue uno de los temas claves en torno a los cuales se organizó el contenido de
la vida moral de los cristinos.
El
Concilio Vaticano II recogió esta orientación al colocar la caridad en la
breve pero densa descripción que hizo sobre la teología moral en Optatam
Totius 16: “Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral,
cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada
Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la
obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en
la caridad”. De este modo se orienta la reflexión teológica en torno al
valor fundamental de la caridad.
El
pensamiento actual sobre la caridad se orienta en dos direcciones, las cuales
ofrecen los dos aspectos más importantes de la caridad cristina: la caridad es
la actitud que identifica la moral de los cristianos; la caridad da la orientación
decisiva a los contenidos concretos de la moral cristiana.
Desde
siempre la caridad fue el centro del actuar de los cristianos. La novedad puede
estar en la forma de explicar actualmente dicha afirmación. He aquí la manera
actual de entender la afirmación.
–Integración
de “religión” y “moral”
La
caridad expresa bien la unión entre “religión” y “moral”. En la
historia de la moral y en la historia de las religiones existe un problema a la
hora de integrar las dos entidades básicas de lo religioso y de lo moral. La ética
cristiana es una moral religiosa y, en cuanto tal, tiene que integrar las dos
actitudes.
Esta
peculiaridad de la moral cristiana queda suficientemente expresada a través de
la caridad. Por una parte, la caridad impide que la “actitud religiosa”
desemboque en una piedad meramente cultual sin empeños morales; por otra, hace
que la “actitud moral” no degenere en moralismo legalista y autosuficiente.
La
caridad despierta continuamente a la fe de su “sueño dogmático” y de
“misticismo autosuficiente” para lanzarla al amplio mundo del amor al prójimo.
Pero también estimula al compromiso moral de los creyentes para que sobrepase
los límites del minimalismo y del legalismo[16].
A
este respecto son dignas de interés las anotaciones que hace Schnackenburg[17] sobre
el significado del primer mandamiento: «Solamente el amor a Dios garantiza
aquel vencimiento de sí mismo, del que brotan las obras más calladas y
esforzadas. Sólo el amor al prójimo fundamentado en Dios puede convertirse en
la ‘agápe’ esencialmente distinta de todo ‘eros’ natural, cuya alabanza
leemos en 1 Cor 13. Esta amor supera al amor de amistad (‘filía’), ya que,
prescindiendo de toda inclinación natural (simpatía) y sólo por amor a Dios y
a Cristo, se acerca al otro con benevolencia, generosidad, comprensión y perdón.
En la ‘agápe’ cristiana, le impulso a la unión retroceder totalmente a
favor de la pura benevolencia y de la compasión. Por eso es capaz de abarcar a
quienes no son dignos de amor e incluso son nuestros enemigos. ¿De dónde le
viene este impulso? Ciertamente sólo del amor a Dios, por quien el cristino se
siente también amado en la misma forma. Este amor de Dios, totalmente distinto
de todo otro amor, se nos ha manifestado en las palabras de Jesús (Mt 5,45), en
sus obras de salvación y finalmente en su muerte. El amor cristiano al prójimo,
precisamente por estar fundamentado en el amor a Dios, cuando es acertadamente
comprendido y proviene del corazón, llega hasta el límite, hasta el ‘heroismo’,
como dicen los hombre, o hasta la ‘perfección’, como se dice en Mt 5,48».
–La
caridad: síntesis de la orientación vertical y de la orientación horizontal
de la vida cristiana
En
la caridad, tal como aparece en el Nuevo Testamento y en la tradición teológica,
se expresa la síntesis que es propia de la moral cristiana: por una parte,
aparece la “normatividad concreta” a través del énfasis del amor al
hombre; por otra, se afirma el “elemento religioso” mediante el amor a Dios.
«La
auténtica intención de Jesús hay que situarla en la conexión de los dos
preceptos y en la relación que se establece entre ellos. Según la voluntad de
Jesús, el amor a Dios debe exteriorizarse y probarse en el amor al prójimo,
igualmente obligatorio y necesario (Mt 22,39); mientras que amor al prójimo,
por su parte tiene en el amor a Dios su fundamento sustentador. Debemos aún
precisar esta profunda compenetración entre religión y moral; ahora nos basta
con la indicación de que esta caridad no fue alcanzada por niún maestro de la
ley judía»[18].
De
este modo, aparece la caridad como el elemento que expresa de una manera
adecuada la identidad y la especificidad de la ética cristiana. El impulso
religioso del amor a Dios tiene su vertiente inevitable en la transformación de
la realidad humana, y tal transformación únicamente cobra sentido definitivo a
través de su vinculación con la vida de perfecta caridad. La caridad es, por
tanto, la actividad fundamental de la moral cristiana.
Un
problema importante que tiene planteada la ética cristiana en el momento actual
es el de hacer un discernimiento evangélico sobre las exigencia morales de la
hora presente. La caridad puede ofrecer grandes posibilidades para llevar a cabo
tal discernimiento.
Proclamar
el precepto del “amor al prójimo” es radicalizar la exigencia de la ética
de al intersubjetividad. La ágape cristina tiene que desvelar en el mundo
actual la dimensión moral de la alteridad personal.
Al
resaltar la caridad cristiana como contendido moral privilegiado (“segundo
mandamiento, no menos importante que el primero”), la ética de la projimidad,
los contendidos de la moral cristiana quedan orientados de un modo prevalente
hacia le valor del otro. No es la referencia a Dios ni la referencia a uno mismo
las que tienen primacía moral. El contenido decisivo de la moral se mide por la referencia
al otro o, para utilizar la
fórmula de Lucas, por el “hacerse prójimo” (Lc 10,36).
La
moral cristiana basada en la caridad corrige todo desvío que trate de dar más
importancia a los mal llamados “deberes religiosos” que a la exigencias del
amor al prójimo. Para la conciencia ética de los creyentes tiene valor el
hombre, aún a costa de ir en contra de los “deberes religiosos” (Mc
2,23-3,6). La moral cristiana tiene como uno de los cometidos importantes
“comprender lo que significa ‘quiero misericordia y no sacrificio’” (Mt
12,7) y ofrece esta comprensión a los hombres de todas épocas.
Por todo lo antedicho, es conveniente recordar que la caridad es ante todo una “buena noticia”: no noticia de que Dios ha amado y sigue amando al mundo. La mejor manera de entender la caridad cristiana es comprenderla como amor de Dios. A partid de este núcleo fundamental, cobra sentido el dinamismo ético que se ha tratado de señalar en la realidad de la caridad cristiana.
Ejercicio:
Teniendo
en cuenta la centralidad de la caridad en la ética cristiana,
¿Le
parece el Papa Benedicto XVI logra dar un paso importante con la encíclica
Deus Caritas Est para la fundamentación de la ética cristiana?
¿Qué
puntos de la primera parte de la encíclica le parecen importante en este
aspecto y por qué?
Evaluación:
¿Por
qué estudiar teología moral?
¿Cómo
le explicaría a un grupo de adolescente de la parroquia a la que pertenece qué
es la moral cristiana?
[1] Llamamos
“paradigmas éticos” a los diversos sistemas de moral, las distintas
posturas morales, tanto los filosóficas como los vividas acríticamente por
los diversos grupos sociales.
[2] Tomado
de Cereijo,
J. L., Fundamentos
para una ética ecológica, Multiversidad
6(1996) 11-22, 13-16.
[3] Cf. Martínez,
E. J., La problemática
ecológica ante el crecimiento y sus límites, en Moralia 17
(1994) 111,126.
[4] Cf. Chiavacci,
E., Ley Natural, en Diccionario
Enciclopédico de Teología Moral, Madrid 41980,
558-567.
[5] Cr. Vidal,
M., Diccionario de
ética teológica, Estella
1991, 344-346.
[6] Leopold,
A., A
sand Country Almanac, and Sketches here and there,
[7] En
sus artículos On Taking
the Moral Point of View, en MidwestStPh 3
(1978) 36-71; The Ethics
of Respect for Nature, en EnvEth 3
(1981) 197-218; In
defense of Diocentrism, en EnvEth 5
(1983), 237-243.
[8] Sosa,
N. M., Ecología y
ética, en Vidal,
M., Conceptos
fundamentales de ética teológica, Valladolid
1992, 857-870, 864.
[9] Gudinas,
E., Etica,
ambiente y desarrollo en América Latina, Apuntes
de Ecología 8, Montevideo 1986.
[10] Muchos
teólogos de América Latina lee la realidad desde el binomio vida-muerte,
fundamentándolo en el Dios de la vida. Creo que este binomio juega un rol
importante en la reflexión ético teológica latinoamericana que funda su
estructura en el Dios de la vida. Con todo me parece que aún queda por
hacer el arduo trabajo de fundamentar filosóficamente este valor.
[11] Cf. Moser,
A., A ecologia
numa perspectiva teologico-franciscana, en Multiversidad 2
(1992) 5-23.
[12] Cf. Sánchez.
A., ¿Hacia una ética
de la sostenibilidad? Urgencias ecológicas y ética, en Moralia 17
(1994) 185-202, 190. En este artículo nos basamos para el presente punto.
[13] Ibidem,
139.
[14] Gaudium
et Spes 22
[15] Vidal,
M., Para
conocer la ética cristina, Estella 1990, 19-22.
[16] El
minimalimo busca cumplir hasta los pequeños detalles y el legalismo basa la
conducta en el cumplimiento de leyes religiosas y morales. Ambas expresiones
tienen el riesgo de crear conciencias escrupulosas, que es una patología
psicológica y moral.
[17] Schnackenburg,
R., El
testimonio moral del Nuevo Testamento, Madrid:
1965, 87-88.
[18] Schnackenburg, R., El testimonio…, 77.