Entremos
ahora de lleno en algunas cuestiones antropológicas. Es decir, aquellos
elementos de la realidad humana que nos interesan para nuestro curso.
Ciertamente
que las preguntas sobre qué es la persona humana es objeto de otro curso. Pero
necesitaremos recordarnos algunos puntos esenciales que fundamentan la realidad
moral de la persona. Estos elementos fundamentales son la libertad, la
responsabilidad y la posibilidad de realizar una opción fundamental en la vida.
Es decir la estructura ética de la persona humana.
En
el uso corriente (y aún jurídico), cuando hablamos de responsabilidad
distinguimos entre quién hizo algo “sin darse cuenta” y quien lo hizo “a
propósito”. En una accidente de autos decimos que fue culposo o culpable,
incluso podemos agregarle que lo hizo con “alevosía”.
La
diferencia entre las dos situaciones está en la libertad.
En el primer caso, la persona no lo “quiso” hacer, fue un “accidente”,
no lo “pensó” previamente, por eso lo llamamos “culposo”. En el segundo
caso hay una carga de “intencionalidad”: lo pensó y lo quiso hacer. Hay advertencia y libertad:
es “culpable”.
Los
clásicos también distinguían estos aspectos. Por eso hablaban de “actos del
hombre” y “actos humanos”. Los primeros son aquellos que hacemos de forma
espontánea, refleja, natural (por ejemplo: comer, dormir, lavarnos los dientes
o caminar, incluso, ir a trabajar, mirar un programa de TV, cuando lo hago automáticamente).
Los segundos nos implican la inteligencia (el pensar) y la voluntad (el querer),
estos son los actos en los que se juega la libertad. Donde yo, conscientemente,
decido hacer algo. Sólo de estos últimos actos somos responsables.
Y sólo a estos últimos actos podemos calificar como propiamente morales como
“actos humanos”. Porque si no hay responsabilidad no hay moralidad.
Indaguemos
un poco más sobre esto y preguntémonos sobre la libertad humana: ¿qué es la
libertad? ¿somos realmente libres? ¿estamos condicionados? ¿cuál es el ámbito
de la libertad? ¿de qué somos libres? ¿para qué necesitamos nuestra
libertad?
En
primer lugar debemos afirmar que la libertad es un valor pre-moral. Es decir que
lo tenemos antes de decidir nada.
Es
esencial al hecho de ser humanos el ser libres. No sólo “tenemos” libertad
sino que nos percibimos como libres. “Somos” libres.
La
conciencia de nosotros mismos nos eleva del mundo animal y nos vincula con los
otros y con el mundo de un modo diverso[1].
La conciencia de nosotros mismos nos revela la alteridad: No estamos solos y
necesitamos relacionarnos con “los demás”.
Esta
relación ya no es una relación de necesidad, marcada por el instinto, sino una
relación de amor, una relación elegida. El amor y la libertad son dos
cualidades esenciales del ser humano. Por lo tanto “a este nivel metafísico
puede también definirse la libertad por la ‘apertura existencial’. En esta
definición permanece suficientemente marcado el aspecto de desvinculación y al
mismo tiempo el aspecto de decisión. La noción de ‘apertura’ lleva consigo
la noción de autodominio y la noción de responsabilidad”[2].
Esto es lo que expresamos cuando decimos “somos libres”
Esta
libertad óntica para ser plena debe ser “actuada”, debe ser puesta en acto.
La libertad indeterminada se concreta en un espacio y tiempo determinado. La
persona tiene que elegir aquí y ahora. Así, la libertad metafísica fundamenta
y da paso a la libertad ética, de la que hablaremos en el siguiente apartado.
Esto
aparece claro en el segundo relato de la creación: Dios hace libres al hombre y
a la mujer, sin embargo, par esa libertad pueda ser actuada históricamente
tiene que ser determinada por el mandato: “no comas del árbol del
conocimiento del bien y del mal” (Gn 2,17).
Las
grandes disciplinas humanas modernas (sociología, psicología) nos hicieron
conscientes de tantos más condicionamientos de los que contaban los antiguos.
Es
evidente que nuestro espíritu se encuentra limitado por dos realidades
fundamentales: el espacio y el tiempo. Esto es algo que sale de nuestro control:
no podemos estar en dos lugares diferentes y al mismo tiempo. Además unos somos
altos y otros bajos, unos gordos y otros flacos, unos ágiles y otros más
torpes, unos jóvenes y otros más viejos. Nuestra realidad corpórea nos
condiciona.
También
tenemos condicionamientos psicológicos, sociales, culturales… ya que nacimos
en un determinado país, en una familia y fuimos a una escuela en un determinado
momento histórico… ¿Qué espacio le queda entonces a la libertad?
La
libertad humana es siempre una libertad condicionada, una libertad
“encarnada”, una libertad “situada”[3].
Dos palabra griegas nos pueden ayudar a entender esto: pathos y ethos.
La
palabra pathos significa
“lo que se experimenta, lo que se siente, lo que se sufre”. Aquello que no
podemos cambiar. El dato de la realidad.
El ethos es
el ámbito de la libertad, de la construcción, de la creatividad.
Para
poder hacer una imagen de arcilla, debemos conocer las propiedades de este
material, la cantidad de agua a agregarle, el modo de trabajarlo, el tiempo y la
temperatura de cocción.
En
este ejemplo, la arcilla y sus cualidades son el pathos.
No la puedo cambiar, es así. Sin embargo, el conocimiento de sus posibilidades
y las técnicas de alfarería me permiten imprimirle mi trabajo de artista: el ethos,
que la hace algo totalmente distinto a aquello que era.
También
el poeta compone los versos con las palabras que le da su idioma. Con la palabra
que le es dada (pathos) el poeta expresa su amor (ethos).
Así,
con el pathos de
nuestra existencia (mi cuerpo, mi temperamento, mi cultura, mi historia) podemos
expresar nuestra libertad (ethos) (mi proyecto de vida). Estas son dos
realidades que siempre estarán en tensión. Una tensión que nos exigirá
siempre una síntesis nueva.
Para
expresar estas dos dimensiones en forma de tensión podemos hacer el siguiente
cuadro[4]:
Pathos (dato
previo) |
Ethos (dato
de libertad) |
-
Dato biológico corporal · herencia
(normal o anormal) · las
condiciones de la corporeidad · los
factores biológicos, · etc. |
-
Dato psicológico-espiritual La
persona en cuanto realidad que se construye por la elección. |
-
Dato sociológico · la
“socialización” como factor configurador de la personalidad · la
educación · las
presiones sociales (medios de comunicación social, opinión pública,
publicidad, etc.). · Etc. |
-
La oposición y la conciencia crítica como dimensiones de la
personalidad: · la
“contestación” como dimensión estructural psíquica · la
“contestación” como dimensión de la personalidad social · etc. |
-
Dato del pasado humano a.
Pasado de la humanidad · historia · cultura · etc. b.
Pasado personal · experiencias
positivas · experiencias
dolorosas · experiencias
de fracaso · etc. |
-
La creatividad y la capacidad de recuperación como dimensiones de la
existencia personal |
-
Dato del inconsciente · Inconsciente
colectivo · Inconsciente
individual |
-
La conciencia como dimensión de la estructura del psiquismo humano |
Sobre
la realidad de la primera columna es que logramos construir nuestro proyecto
desde la libertad.
El
nivel ético de la libertad encuentra su posibilidad de realización en el nivel
axiológico, es decir, por la elección de los valores.
La
libertad totalmente indeterminada no tiene un real significado humano (en forma
imaginaria, es como ponernos en medio de una llanura para poder caminar en
cualquier dirección sin intención de ir a algún lugar, y no tener más que la
misma llanura a lo largo de cualquier camino). La libertad siempre eslibertad
para la realización de la
persona. Tiene un sentido, una dirección: la búsqueda de la felicidad, del
placer, de la gloria, del poder, del equilibrio… son expresiones de los
valores que orientan nuestras elecciones concretas. Siempre que elijo, lo hago
por algo y para algo.
Para
ejercer esta libertad, también tenemos que liberarnos de todo aquello que nos
impide llegar a la concreción del valor. La libertad
de las esclavitudes y los
condicionamientos que puedo cambiar es el desafío constante del proceso de
liberación.
En
definitiva, la mayor expresión ética de la persona se revela en la elección
del valor último al cual refiere su existencia. De esto hablaremos seguidamente
cuando abordemos la opción fundamental. Ahora nos baste comprender que la
responsabilidad humana se fundamenta en nuestro ser libre. Si somos libres somos
responsables. Esta libertad es siempre una libertad situada, condicionada. Pero
es a partir de estas “condiciones”, de estas “pasiones” que podemos
ejercer la libertad en forma concreta. Esta libertad que es guiada por valores
que la orientan y dan sentido.
Podemos concluir que al ser libres estamos siempre obligados a optar, a elegir nuestro propio destino. Por eso podemos afirmar que la persona humana es un ser necesariamente moral, no puede escapar al hecho de construir su propio proyecto a partir de la opciones de cada día.
Ejercicio:
Leer
en el Documento de Puebla los números 321-329.
¿Cómo
describe la libertad? ¿De qué hay que liberarse?
Investiga
en otros números el concepto de “ídolo” e “idolatría”. ¿Cómo lo
relaciona con nuestro tema?
Estas
opciones de las que hablábamos en el párrafo anterior se concretan en los
actos. Por ellos comenzamos a estudiar la estructura del comportamiento moral.
En
la moral clásica hubo un gran desarrollo del tema de los actos morales. Al
inicio de este módulo hablamos de la distinción entre “actos humanos” y
“actos del hombre”. Los primeros son los estrictamente morales porque
implican el ejercicio de la libertad[5].
En
este esquema del período clásico, los actos tienen su raíz en dos potencias:
la inteligencia y la voluntad. La inteligencia rige a la voluntad para que mueva
a la persona a la acción. La voluntad es la capacidad de querer y de hacer, un
querer y un hacer que deben ser regidos por la razón para que sean realmente
expresión de la totalidad de la persona.
Los hábitos también
juegan un rol importante, pues los actos repetidos se convierten en
disposiciones naturales para hacer algo de una manera, por así decirlo,
automatizada. Una vez que repito muchas veces un acto se me convierte en algo
natural, por ejemplo, me enseñaron a decir “gracias” luego de que me dan
algo. Al inicio tengo que pensarlo y hacerlo, luego, por la repetición lo hago
de naturalmente, se me convirtió en un hábito. Así tenemos las virtudes que
es el hábito de hacer bien las cosas buenas y los vicios que es el hábito de
hacer algo malo.
El
acto moral tiene, además, unos elementos constitutivos que son 1) el objeto (la
materia), 2) el fin (la intención) y 3) las circunstancias.
El
objeto dice a la materialidad de la acción, el fin al sujeto actuante y las
circunstancias al contexto en el cual se desarrolla.
Este
esquema de los actos humanos lo encontramos desarrollado ampliamente en el
Catecismo de la Iglesia Católica en los números 1749-1756:
Artículo
4
LA
MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS
1749
La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera deliberada,
el hombre es, por así decirlo, el padre
de sus actos. Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un
juicio de conciencia, son calificables moralmente: son buenos o malos.
I.
Las fuentes de la moralidad
1750 La
moralidad de los actos humanos depende:
—
del objeto elegido;
—
del fin que se busca o la intención;
—
de las circunstancias de la acción.
El
objeto, la intención y las circunstancias forman las ‘fuentes’ o elementos
constitutivos de la moralidad de los actos humanos.
1751
El objeto elegido
es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es la materia de un
acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del querer, según
que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien verdadero.
Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y del
mal, atestiguado por la conciencia.
1752
Frente al objeto, la intención se
sitúa del lado del sujeto que actúa. La intención, por estar ligada a la
fuente voluntaria de la acción y por determinarla en razón del fin, es un
elemento esencial en la calificación moral de la acción. El fin es el término
primero de la intención y designa el objetivo buscado en la acción. La intención
es un movimiento de la voluntad hacia un fin; mira al término del obrar. Apunta
al bien esperado de la acción emprendida. No se limita a la dirección de cada
una de nuestras acciones tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar
varias acciones hacia un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el
fin último. Por ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar
al prójimo, pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como
fin último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar
inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un favor o
para satisfacer la vanidad.
1753
Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo
un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia).
El fin no justifica los medios. Así,.no se puede justificar la condena de un
inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una
intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto
que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).
1754
Las circunstancias,
comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un
acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de
los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también
atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la
muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los
actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.
II.
Los actos buenos y los actos malos
1755
El acto moralmente bueno supone
a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad
mala corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar
‘para ser visto por los hombres’).
El objeto
de la elección puede por
sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como
la fornicación - que siempre es un error elegirlos, porque su elección
comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.
1756
Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando
sólo la intención que los inspira o las circunstancias [ambiente, presión
social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son su marco. Hay actos que,
por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las
intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por
ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está
permitido hacer el mal para obtener un bien.
Nos
pareció importante alargarnos en el tema de los actos porque estas enseñanzas
las retoma Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Spledor en los números
71-83.
La
persona se expresa en los actos como lo decíamos al inicio. Nuestra vida podría
ser juzgada por la sumatoria de todos los actos que hemos hecho. Algo así como
una película que nos muestra lo que nos vamos haciendo por medio de ellos.
Sin
embargo, con toda la importancia que tienen, estos actos encuentran su
coherencia y su unidad en algo más profundo: las actitudes.
Muchas
de las cosas que hacemos en el día podrían parecer inconexas: levantarse,
desayunar, saludar a los de casa, tomar el colectivo, ir a trabajar, ir a
estudiar, hacer los mandados, preparar la comida, visitar o hablar con amigos,
visitar familiares enfermos, mirar televisión, limpiar la casa, rezar, ir al
cine, leer el diario, dormir, leer, ir a misa, hacer trámites, tomar mate en
familia… y podríamos seguir una lista interminable. Pero al mismo tiempo de
que nos parecen inconexas constatamos que tenemos un modo, una manera de hacer
las cosas que nos caracterizan y que al mismo tiempo podemos ordenar estos actos
en distintos ámbitos de vida.
Así
podemos decir que hay un ámbito de actividades:
Personales:
levantarse, desayunar, bañarse, dormir, hacer trámites, etc.
Laborales:
ir a trabajar, estudiar, etc.
Domésticas:
hacer los mandados, preparar la comida, asear la casa, etc.
Religiosas:
rezar, meditar, ir a misa, ir al grupo parroquial, etc.
Recreativas:
ver televisión, ir al cine, leer un libro, etc.
Relacionales:
hablar con amigos, visitar familiares enfermos, tomar mate en familia, etc.
Y
podríamos seguir con otros ámbitos, tantos como quisiéramos.
A
cada uno de estos ámbitos corresponden una “manera”, una “disposición”
para hacer las cosas, que le dan unidad y coherencia. A esa “disposición”
la llamamos actitud.
La
actitud está detrás de cada acto que hacemos, es lo que le da sentido y
coherencia al conjunto de los actos de un determinado ámbito. Es la repetición
de un modo de hacer determinados actos lo que dan forma a las actitudes. Es algo
parecido a los hábitos que hablábamos más arriba, aunque con un sentido más
amplio. No es una simple capacidad para hacer algo, sino que es lo que da el
sentido al acto. Es como el alma de los actos que hacemos. En las actitudes está
implicada toda la persona, con su querer, su saber, sus afectos…
José
Román Flecha nos lo explica del siguiente modo: “gracias a la aportación de
la sociología y de la psicología, en los últimos tiempos, la teología moral
ha comenzado a utilizar la categoría de la actitud, como sustituyendo a la
categoría clásica de los hábitos.
La
actitud moral no debería ser confundida con la intención, como a veces se
hace. Podría más bien, ser entendida como «el conjunto de disposiciones
adquiridas que nos llevan a reaccionar o positiva o negativamente ante los
valores éticos». Esta descripción de la actitud habría de completarse, por
lo que a la moral cristiana se refiere, con una reflexión sobres sus
motivaciones sobrenaturales, la iluminación y el apoyo recibido del Espíritu
de Dios y la aspiración tendencial hacia la perfección pedida por Jesús a los
suyos.
La
actitud moral comporta, pues, todo el mundo cognoscitivo y el volitivo, el ámbito
de los sentimientos humanos y campo operativo de la persona”[6].
c.
La opción fundamental
Aún
estas actitudes deben encontrar una ulterior unidad y profundidad. Esta unidad
está dada por la opción fundamental. El significado antropológico de la opción
fundamental dice relación a la orientación o la dirección de toda la vida
hacia el fin último, ya que la persona tiene una capacidad de decisión
nuclear que se va desarrollando en la singuralidad de los actos. La vivencia
cristiana relaciona la opción fundamental con la caridad como una orientación
radical hacia Dios, hacia los demás, hacia uno mismo y hacia el mundo: es la
decisión de vivir en caridad como decíamos en el primer módulo. Los
comportamientos o decisiones singulares constituyen mediaciones de la opción
fundamental[7].
Pero expliquémonos un poco más, ya que este es uno de los conceptos centrales
en nuestro curso.
La
opción fundamental es ese valor central que da sentido a toda nuestra vida. El
“por qué” último de “para qué” hacemos las cosas. Por eso, “la
categoría de opción fundamental expresa adecuadamente la intención
globalizante que acompaña a todo comportamiento moral. Viene a ser una
formulación nueva del mismo contenido expresado por la tradición teológico-moral
agustiniana y tomista mediante el concepto de fin último. Así como la
orientación hacia el fin último moral es entendida en dicha tradición como la
intención global que se encarna en los actos morales, la opción fundamental se
entiende ahora como la intención nuclear que se desarrolla a través de los
actos morales”[8].
También
Juan Pablo II en la Veritatis
Splendor, en el número 66, da una fundamentación bíblica de la opción
fundamental: “No hay duda de que la doctrina moral cristiana, en sus mismas raíces
bíblicas, reconoce la específica importancia de una elección fundamental que
califica la vida moral y que compromete la libertad a nivel radical ante Dios.
Se trata de la elección de
la fe, de la obediencia
de la fe(cf. Rm 16,
26), por la que «el hombre se entrega entera y libremente a Dios, y le ofrece
"el homenaje total de su entendimiento y voluntad"»112. Esta fe, que
actúa por la caridad (cf. Ga 5,
6), proviene de lo más íntimo del hombre, de su «corazón» (cf. Rm 10,
10), y desde aquí viene llamada a fructificar en las obras (cf. Mt 12,
33-35; Lc 6,
43-45; Rm 8,
5-8; Ga 5,
22). En el Decálogo se encuentra, al inicio de los diversos mandamientos, la cláusula
fundamental: «Yo, el Señor, soy tu Dios» (Ex 20,
2), la cual, confiriendo el sentido original a las múltiples y varias
prescripciones particulares, asegura a la moral de la Alianza una fisonomía de
totalidad, unidad y profundidad. La elección fundamental de Israel se refiere,
por tanto, al mandamiento fundamental (cf. Jos 24,
14-25; Ex 19,
3-8; Mi 6,
8). También la moral de la nueva alianza está dominada por la llamada
fundamental de Jesús a su seguimiento —al
joven le dice: «Si quieres ser perfecto... ven, y sígueme» (Mt 19,
21)—; y el discípulo responde a esa llamada con una decisión y una elección
radical. Las parábolas evangélicas del tesoro y de la perla preciosa, por los
que se vende todo cuanto se posee, son imágenes elocuentes y eficaces del carácter
radical e incondicionado de la elección que exige el reino de Dios. La
radicalidad de la elección para seguir a Jesús está expresada
maravillosamente en sus palabras: «Quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,
35)”.
Es
decir, que para el cristiano la opción fundamental es Cristo. Esta opción por
Cristo puede tener distintas formulaciones: “buscar el Reino de Dios y su
justicia”, “el primado de la caridad”, “amar a Dios y al prójimo”,
etc. Nunca es una opción indefinida ni cae en un mal entendido
“subjetivismo” o “intensionalismo” fruto de una “libertad
indeterminada”, como dicen algunos autores, pues estas expresiones no tienen
fuerza suficiente para transformar la intención general del sujeto[9].
Por eso, la opción fundamental sigue siendo la expresión más importante de la
teología moral postconciliar para expresar la responsabilidad moral de la
persona.
Hasta
aquí hemos recorrido el camino de los actos que encuentran una unidad superior
y un sentido más profundo en las actitudes. A su vez estas actitudes encuentran
una unidad superior y un sentido más profundo en la opción fundamental. Pero
también podemos hace el camino inverso. Pues la opción fundamental se expresa
y se concreta en las actitudes que tomamos en los diversos ámbitos de la vida.
Y las actitudes encuentran su expresión y se concretan en los actos que
cotidianamente realizamos como opciones libres que revelan nuestra calidad de
vida moral.
Lo
más externo de nuestro ser moral, aquello que “se ve”, lo que nos revela a
los demás son los actos. La repetición de estos actos van configurando
nuestras actitudes. Y las actitudes son las que dan forma a los actos. A su vez
la afirmación de las actitudes van dando forma y configuración a nuestra opción
fundamental, al mismo tiempo que esta da sentido pleno a todas nuestras
actitudes y nuestros actos.
Ahondemos
ahora un poco más en esta realidad que es la opción fundamenta.
I)
dimensión antropológica[10]
Ante
todo, para entender esta dimensión tenemos que entender que la persona es una
realidad dinámica. Vamos creciendo y cambiando. Este crecimiento y cambio se da
a través de nuestra capacidad de decidir. Y decidir no sólo cosas. Sino
decidir la vida. Es comprender la vida humana como vida “elegida”, vida “vocacionada”.
Estas
elecciones van tomando cada vez más profundidad, desde las elecciones más
superficiales (qué kilo de azúcar compro, o a qué médico voy a ir) hasta las
más profundas (qué carrera seguiré, con quién me casaré, que opción
vocacional cristiana adopto). Pero hay una elección, históricamente preparada
por estas elecciones previas. Hay una elección fundamental que estructura toda
la personalidad. Es el “proyecto general de vida”. De esta elección
dependen, a su vez, todas las otras elecciones. Podemos definir desde esta
perspectiva, y asumiendo categorías tradicionales que la poción fundamental
“representa la orientación y la dirección de toda vida hacia su fin”.
Esta
opción revela a su vez el sentido más profundo de la libertad humana: podemos
elegir el sentido total de nuestra vida. Esto en sentido teológico es elegir
nuestra propia salvación o rechazarla.
Esta
decisión fundamental de desarrolla a través de la vida y se revela en los
actos concretos. Pero también se puede modificar, profundizar o, incluso
sustituir. Hay actos de tal entidad que pueden llegar a cambiar la opción
fundamental.
Un
acto superficial que contradiga la opción fundamental no suele comprometerla
(por ejemplo, perder la calma y discutir con un hermano). Pero la repetición
continua de actos superficiales que contradigan la opción fundamental pueden
llegar a modificarla (por ejemplo, dejar el compromiso de oración y eucaristía
dominical). Incluso hay otros actos que por su misma fuerza y entidad, pueden
llegar a hacernos cambiarla (por ejemplo, una infidelidad o un asesinato).
II)
dimensión teológica
Hoy
el concepto de opción fundamental se relaciona con la teología de la gracia.
Dios
puso en el corazón del hombre el deseo de infinito, de plenitud. Un deseo que
puede y debe realizarlo desde la finitud y de la historia real. Para poder
realizar esta orientación al Absoluto, Dios mismo sale a nuestro encuentro y
espera una respuesta personal. A esta invitación (vocación) a vivir en Dios el
hombre responde con la obediencia de la fe. Es decir, “cuando Dios se ofrece
al hombre como el verdadero horizonte de su realización, y cuando el hombre
libremente decide acogerse a este ámbito de referencia, entonces tiene lugar la
‘gracia’ de la opción fundamental cristiana.
Esta
opción cristiana no es más que la
acogida de Dios en Cristo que se da por el Espíritu Santo en la Iglesia. En
este sentido, la opción fundamental cristina se confunde con la misma
existencia cristiana: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal
2,20). Esto no es otra cosa que la teología de la existencia cristiana, es
decir, la teología de la gracia.
Esta
opción fundamental, se identifica con el primado de la caridad como lo veíamos
más arriba. Por eso, lleva consigo un cambio radical en el modo de entender y
realizar la existencia: perder la propia vida para entregarla al servicio de los
demás como verificación real de la apertura a Dios y de la aceptación de
Cristo.
La
opción fundamental también se relaciona con la opción final. Pues al “final
de la vida seremos juzgados por el amor”. En el momento de la muerte, al
enfrentarnos a Cristo debemos hacer nuestra verdadera y última opción: por Él
o contra Él. En ese momento, una persona orientada totalmente a Cristo durante
su vida, naturalmente seguirá optando por Él. En cambio una vida que rechazó
a Dios, tendrá más dificultades en hacer esa opción final. Pero este es un
tema largo y arduo que usted profundizará en escatología.
III)
dinamismo de la opción fundamental
Cabría
hacernos dos preguntas ¿cuándo y cómo se forma la opción fundamental?
Responder
a estos interrogantes nos ayudarán a comprender mejor nuestra vida y a ayudar a
otros en una pedagogía ética.
Transcribimos
aquí lo que claramente dice Marciano Vidal[11]:
1)
¿Cuándo aparece la opción fundamental?
En
la moral tradicional se decía que el niño, en cuanto llega al uso de razón,
tiene posibilidad de orientarse hace el fin último, no pudiendo de hecho ser
indiferente a él. De esta afirmación se deducían diversa aplicaciones
pastorales: el pecado del niño; la confesión de los niños; etc. Creemos que
esta afirmaciones han de ser matizadas a partir de las conclusiones de la
psicología. Si la opción es una decisión total de la persona, sólo se podrá
dar cuando se haya llegado a una madurez psicológica suficiente.
Tratando
de contestar más concretamente a la pregunta de cuándo aparece la opción
fundamental, afirmamos lo siguiente:
–
De un modo más “evidente” (y de una forma normal) se puede decir que la
opción fundamental suele coincidir con la “crisis de la personalidad” que
se da en la adolescencia. Esta crisis psicológica (frente a una vida
“superyoica” aparece una vida “individualizada”) viene acompañada por
la crisis religiosa y por la crisis moral (momento propicio para la aparición
de la opción fundamental).
–
Esta opción fundamental se va preparando desde los primeros años de la niñez.
En cuanto que va condicionando la opción fundamental, en ese mismo sentido los
actos del niño han de ser vistos en referencia a la opción fundamental.
Esto
no quiere decir que en el niño no exista responsabilidad. La tiene, pero en
cuanto sujeto que seestá haciendo (es
decir, que está incoando su opción fundamental).
2)
¿Cómo se da la opción fundamental?
No
se da en un acto explícito, sino implícitamente. La opción fundamental es la
decisión por la cual el hombre determina libre y radicalmente su relación en
orden al último fin, en cuanto que dispone de sí mismo totalmente. Esta decisión
y esta disposición de sí mismo no suele hacerse con un acto explícito y
reflejamente consciente, sino de una manera implicativa en los comportamientos
singularizados; esta implicación es conciente y libre, poro no refleja.
En
todo comportamiento moral el hombre no solamente elige explícita y reflejamente
este o aquel valor particular, sino que compromete de un modo no-refejo la opción
fundamental. Y esto: a) bien haga su opción fundamental primera (en el primer
acto plenamente moral); b) bien exprese de nuevo la opción fundamental ya
existe; c) bien mude la opción primera en opción contraria.
Todo
comportamiento moral lleva consigo dos aspectos: la particularidad (creada por
el horizonte de valor moral particular, el valor concreto afectado en ese acto)
y la universalidad (la opción en referencia al fin último, que va implicada
conscientemente, aunque no necesariamente de un modo reflejo, en el valor
particular).
Conclusión
En
este módulo usted pudo ahondar en el misterio de la persona como ser-moral.
Este ser-moral se encuentra fundado en la libertad y la responsabilidad. Y esta
libertad y responsabilidad se concretan en la existencia del individuo a través
de los actos, las actitudes y la opción fundamental.
El
empleo de la categoría de la opción fundamental nos ayuda más a expresar de
un modo coherente la vida moral de la persona:
1- hace
que el sujeto viva de una forma más “conciente” sus decisiones morales;
2- destaca
la unicidad de la vida moral;
3- expresa
con mayor relieve el aspecto dinámico de la vida moral;
4- ayuda
a entender mejor el primado de la caridad en la vida moral del cristiano.
Ejercicio:
Haga
una lista de los actos que habitualmente realiza en un día. Luego reagrúpelos
en áreas donde pueda darle una unidad a través de las diversas actitudes que
quiere desarrollar. Finalmente ¿cómo expresan estos actos y actitudes su
opción fundamental?
Evaluación:
¿Cómo
explicaría la relación entre libertad y opción fundamental?
[1] “Cuando,
en el proceso de evolución, la acción dejó de ser esencialmente
determinada por el instinto; cuando la adaptación a la naturaleza perdió
su carácter coercitivo; cuando la acción dejó de estar esencialmente
determinada por mecanismos transmitidos hereditariamente; cuando el animal
trasciende la naturaleza, cuando trasciende el papel puramente pasivo de la
criatura, cuando se convierte, biológicamente hablando, en el animal más
desvalido, nace el hombre”.
Fromm, E., Psicoanálisis
de la sociedad contemporánea. México 81967,
27.
[2] Vidal,
M., Moral
de actitudes, Moral fundamental. Tomo
I, Madrid 61990,
363.
[3] Cf. Vidal, o.
c., 370-372.
[4] Cf.
ibid.
[5] Dice
santo Tomas de Aquino en la Suma Teológica, I-II, q. 1, art 1. “Debe
decirse que de cuantas acciones hace el hombre sólo aquéllas pueden
decirse propiamente humanas, que son propias del hombre en cuanto hombre.
Diferénciase el hombre de las criaturas no racionales en que es dueño de
sus actos. De aquí es que sólo aquellas acciones de que es dueño el
hombre pueden llamarse con propiedad humanas. Y es dueño el hombre de sus
actos por la razón y la voluntad, por lo cual se dice que el albedrío es
facultad de voluntad y razón. Son pues en realidad humanas las acciones
que proceden de voluntad deliberada. Si otras le convienen, podrán decirse
acciones del hombre; mas no acciones humanas, no siendo del hombre como
hombre. Es manifiesto que toda acción procedente de alguna potencia es
causada por ésta, según la razón de su objeto. El objeto de la voluntad
es el fin y el bien. De donde es lógico que todas las acciones humanas sean
por un fin”.
[6] Flecha,
J. R., La
vida en Cristo. Fundamentos de la moral cristiana,
Salamanca 2000, 194-195.
[7] Cf. Mifsud,
T., Moral…,
[8] Vidal,
M., Para
conocer la ética cristiana, Estella 1990, 35.
[9] Sobre
estos posibles errores habla el documento de la Congregación para la
Doctrina de la fe Declaración
acerca de ciertas cuestiones de ética sexual (1976)
n. 10, y la VS en los números
65 y 67.
[10] Aquí
seguimos a Vidal, Moral
de actitudes I, 793-801.
[11] Ibid.