El
pecado no es un tema central en la teología, ni siquiera es un tema importante
en la Sagrada Escritura, pues ella habla de la relación de amor entre Dios y su
pueblo, sin embargo no hay una sola página de la Biblia en el que el pecado no
esté de alguna forma presente.
Es
realmente un tema muy complejo y amplio, que abarca desde la misma definición
de pecado y su realidad espiritual hasta la culpabilidad como realidad psicológica
de algún modo vinculada, desde la dimensión personal hasta la estructural.
Trataremos en este módulo de hacer una síntesis que le pueda ayudar a seguir
su propio camino de profundización en el tema.
Pongámonos
entonces un primer límite: el teológico. Ya que el pecado es una realidad
teologal. ¿Qué queremos decir?: que el pecado hace referencia directa a Dios:
es un querer, un obrar o no obrar en contra de la voluntad divina. Si no se cree
en Dios no hay pecado en sentido estricto, habrá un error humano, una infracción
ética o un ilícito legal[1],
pero no pecado en su sentido estricto. El pecado es siempre contra la voluntad
de Dios.
Poniéndonos
en esta perspectiva, comencemos a ver algunos aspectos del pecado en el Sagrada
Escritura, luego haremos una reflexión sobre qué es el pecado, finalmente
trataremos de explicar esa realidad que es el pecado estructural.
Ya
dijimos que no hay página de la Biblia donde no aparezca la realidad del
pecado. Pero nos bastarán aquí algunos apuntes que le pueden ayudar a usted
mismo seguir leyendo en su Biblia siguiendo las notas que generalmente traen.
El
Antiguo Testamento es muy rico pues no conoce de abstracciones sino que habla
del pecado como delito,
culpa, rebelión, transgresión, abominación, mancha, falla, infidelidad… y
otras palabras que tratan de hablar de la violación de la alianza que hizo Dios
con su pueblo.
Los
profetas serán los que denuncian el pecado del pueblo y lo expresan en la
infidelidad (Oseas), en la injusticia social (Amós), en la doble moral
manifestada en la magnificencia del culto por un lado y en la opresión al
pobre, el huérfano y la viuda por el otro (Isaías).
En
el Evangelio el pecado es la contra cara de la misericordia de Dios manifestada
en Jesucristo. Para Él, el pecado ya no es transgredir una ley, sino la maldad
que sale del corazón y daña a uno mismo y al prójimo (Mt 7), por eso exhorta
a la enmienda y a un cambio de vida que llama “conversión”. Así, se
manifiesta el perdón de Dios que, sin humillaciones, es total y regenera a la
persona. Este perdón divino es el origen del perdón al prójimo –que siempre
es gracia– y este perdón al hermano, al mismo tiempo, la condición para el
perdón de Dios (padrenuestro).
Tanto
Juan en su evangelio como Pablo en sus cartas hablan del pecado (en singular),
que es la opción en contra de la Luz que ilumina a todo hombre. Es el misterio
del mal que se opone a la llegada y presencia del Reino y que es aniquilado en
la Cruz de Cristo. Los pecados (en plural) serán la concreción histórica del
pecado (en singular), serán las consecuencias que aún perduran, en la
comunidad de los redimidos, del misterio de la iniquidad. Así encontramos en el
Nuevo Testamento varias listas de pecados[2] (algunas
unidas a una lista de virtudes) que deben erradicarse de la vida del cristiano,
pues no pertenecen a su vocación y son causa de escándalo para los pequeños.
Pero,
sin duda, es el relato de Génesis 3 y 4 el que expresa mejor el concepto de
pecado en toda su dimensión de tragedia humana frente al proyecto divino.
Analicémoslo brevemente.
En
primer lugar se nos presenta la tentación como algo que es al mismo tiempo
exterior e interior al hombre, y se la personifica en la serpiente (3,1) o en un
león que acecha (4,8; cf. 1Pe 5,8). El tentador es el comienza un diálogo a
partir de una mentira “¿Así
que Dios les ha dicho que no coman de ningún árbol
del parque?” (3,1), ya que
Dios había puesto el mandato de no comer del árbol del bien y del mal para que
su libertad ya no fuera indefinida sino categorizada por la voluntad divina[3] (2,16-17).
Luego, el tentador, provoca el deseo arquetípico de toda idolatría como
autoafirmación de la persona humana frente a Dios: “lo
que pasa es que sabe Dios que, en cuanto ustedes coman del él, se les abrirán
los ojos y serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (3,5).
Es aquí donde comienza el proceso psicológico de la tentación-pecado: “entonces
la mujer cayó en la cuenta de que árbol era apetitoso,
era unadelicia de ver y deseable para
adquirir sabiduría”´(3,6a). Una vez que se comienza el diálogo con la
tentación es muy difícil volver atrás. Entonces, luego de este largo proceso
el, acto del pecado es narrado en forma lacónica: “Tomó
fruta del árbol, comió y se la alargó a su marido, comió con ella” (3,6b).
Así se rompe el reconocimiento de la distancia esencial entre Dios y el hombre,
entre la creatura y el creador (3,7).
El
relato continúa con las consecuencias del pecado: Distanciamiento de Dios
(3,8-10) y del prójimo (ocultamiento de la desnudez). En el primer caso el
hombre y la mujer ya no estarán en relación de diálogo propio de quién
habita en el ámbito divino (expulsión del Eden 3,22-24); en el segundo crecerá
con la mentira y la delación: “yo no fui” (3,12-13). Pero también la
creación sufrirá las consecuencias de este acto en su relación con el hombre
(3,17-19).
Finalmente,
como la expresión última de la consecuencia de esta ruptura aparece la muerte
en forma de fratricidio cuando Caín mata a Abel (Gn 4) y cuya sangre seguirá
clamando justicia al cielo en todos los fratricidios de la historia. Pero las
consecuencias no concluyen aquí, los siguientes siete capítulos (5-11) serán
como un crecer en progresión geométrica del pecado que acaba con el diluvio y
la nueva alianza con Noe.
En
definitiva, el pecado es la acción libre de autoafirmación del hombre y la
mujer frente a Dios rechazando su mandato. Esto provoca la ruptura radical con
Dios, con el prójimo y con la naturaleza.
Le
propongo volver a repasar el tema de la libertad y la responsabilidad del módulo
2, porque con él se relaciona el pecado. Pecado, culpa, responsabilidad son
interdependientes entre sí. El pecado supone siempre la responsabilidad, pues
no hay pecado sino cuando se obra de manera consciente y libre; y cuando se obra
de manera consciente y libre, se es responsable.
También
está muy ligado al pecado el sentido de culpa, que es la vivencia del pecado
cuando se asume la responsabilidad real ante un mal querido. Este al menos es el
sentido de culpa genuino y correcto. Porque si al sentido de culpa no le acompaña
la disposición a asumir la responsabilidad del pecado cometido (o es un
sentimiento de culpa indefinido sin un mal real y concreto que lo justifique),
entonces se trata más bien de un malestar emotivo e infantil, que podríamos
llamar sentimiento de culpabilidad, para distinguirlo de lo que es la sana
reacción ante el pecado, abierta al camino de la conversión. Así pues, la
responsabilidad es el elemento que unifica y coordina el sentido de la culpa con
el sentido del pecado[4].
Es importante distinguir entre el verdadero sentido de culpa y el sentimiento de
culpabilidad psicológico pues la primera nos ayuda a darnos cuenta de nuestra
creaturalidad y de la necesidad de ser redimidos por la acción salvadora de
Dios, mientras que la segunda no tiene un sustento real y debe ser tratado en el
ámbito de la psicología. Sobre este tema ya hemos hablado varias veces en el
curso (en el tema de libertad y en el tema de conciencia).
Para
profundizar un poco más en la realidad del pecado, nos pueden ayudar dos
definiciones de san Agustín.
En el centro de esta definición está Dios. Un Dios trascendente y revelado en Jesucristo que nos libera de todo temor y de toda esclavitud. El fin de toda acción es Dios mismo a quien buscamos porque nuestro corazón está hecho para él y no reposa hasta que descansa en él (cf. San Agustín, Confesiones). Sin embargo, cuando transformamos en dios una creatura (el dinero, el poder, el placer, el éxito) como fuente de la felicidad y plenitud personal estamos desviando el corazón de su fin último, de su verdadera felicidad. A estos falsos dioses los profetas y el documento de Puebla llamóídolos. Y los ídolos siempre exigen más, incluso sacrificios humanos (como el hambre de muchos pueblos por la idolatrización del poder y del tener de unos pocos).
Reflexión
personal
¿Cómo
le parece que la adivinación del futuro, la astrología, la magia, los
maleficios pueden entrar en esta definición?
¡Qué
magnífica metáfora del egoísmo! El pecado es encerrarse en uno, en no mirar más
arriba y adelante. Es centrarse “en el propio ombligo”. La persona se vuelve
el centro de sí misma y todo tiene que girar entorno a ella. Es la idolatración
de uno mismo y todo tiene que estar al servicio de la propia felicidad. Quizás
sea la expresión del la persona consumista y del bienestar, de la comodidad y
del “pasarla bien” sin compromisos vitales, donde el sacrificio y la entrega
no tienen lugar.
Quien
está encorvado sobre si mismo tampoco ve al otro ni a la naturaleza que lo
rodea. Los demás y lo demás no existe como realidad a ser amada, sino como
realidad al propio servicio.
Es
así, que el fruto de este pecado es la soledad, y la negación del propio ser
con los demás en el mundo.
En
definitiva el pecado es
-una
decisión libre (es decir que hay que tener advertencia de obrar en contra de
Dios y consentimiento libre de la voluntad);
-es
contra la voluntad divina (es decir, que es una acción que se opone a una norma
emanada de la voluntad de Dios);
-es
contra la persona misma (pues con el pecado niega su propia libertad y su propia
realización humana);
-es contra la comunidad (cuando se peca no se reconoce a los demás y se destruye la comunidad, además de las consecuencias por ser solidarios en la “comunión” de gracia y de pecado).
Repaso: Le
sugiero que repase lo que hemos visto sobre el “valor”, allí dijimos que
el a todo valor es ambivalente por lo que le corresponde un antivalor. El
antivalor del valor ético es el pecado. Relea sus apuntes desde esta
perspectiva del pecado.
Para la tradición cristiana los pecado no son todos iguales. Ciertamente hay algunos más graves que otros: es distinto insultar a un compañero de trabajo que acecinar al vecino. Esto es evidente.
Ejercicio: Sobre
este tema lo invito a buscar la distinción que hace el Catecismo de la
Iglesia Católica entre pecado mortal y venial, grave y leve. ¿Qué
condiciones tiene que tener una acción para que sea “pecado mortal”? ¿Cuál
es su apreciación sobre el tratamiento de este tema?
Esta
distinción, por cierto la mantiene el magisterio de la Iglesia, también en la
encíclica Veritatis Splendor de
Juan Pablo II en los números 67-70.
Por
lo tanto, podemos decir que los pecados pueden ser leves o graves según el objeto al
que hacen referencia (por ejemplo, no saludar a una persona puede ser leve, y
matar a una persona es grave). O bien, no devolver un pequeño error en el
vuelto del almacén puede ser leve y no pagar sueldos justos es grave).
Y
los pecados pueden ser veniales o mortales en sentido subjetivos,
pues hacen referencia a la relación nemoscabada o cortada de la persona con
Dios. Aquí las circunstancias pueden agravar o atenuar el pecado.
Pero
esta distinción también la podemos estudiar desde una perspectiva
personalista. Para esto tenemos que recordar todo lo que estudiamos sobre actos,
actitudes y opción fundamental.
Los
pecados son ciertamente actos contarios a los valores evangélicos. Pero la
gravedad de estos la podemos determinar por la importancia de los valores que
entran en juego y por lo profundo que afectan a la estructura ética de la
persona. Cuánto más alto está el valor que es contradicho en la escala de
valores que nos propone la ética cristiana, tanto más grave es el pecado.
Del mismo modo, si es un simple acto aislado tendrá menos importancia que si hace cambiar una actitud evangélica por otra que se opone a los valores del Reino. Finalmente, puede haber un pecado de tal magnitud e importancia (o muchos pecados repetidos) que pueden hacer cambiar la opción fundamental por Cristo y su Reino por otra opción fundamental[5] (expresión radical de la “aversión a Dios y la conversión a la creatura”). A esta última realidad la podremos llamar manifiestamente “pecado mortal”, porque la persona decide separarse de Dios.
Ejercicio: Un
aspecto pastoral que nunca deja conforme a ningún pastor son los distintos
esquemas de “examen de conciencia” que aparecen en distintos libros y
devocionarios.
Busque
varios ejemplos de exámenes de conciencia de distintas épocas y grupos. ¿Cómo
ordenan los pecados? ¿Es una verdadera escala de valores evangélica? ¿Desde
qué perspectiva y cómo estructuraría su propio esquema de examen de
conciencia?
Finalmente
tenemos que abordar el tema del pecado estructural, tan importante en la reflexión
de nuestro continente Latinoamericano.
El
tema del pecado estructural o pecado
social ya adquirió carta de
ciudadanía no sólo en el Magisterio de la Iglesia Latino Americana,
sino también en el Magisterio Pontificio de Juan Pablo II.
En
la Exhortación Apostólica Post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia (RP) (1984),
el Papa aclara "a qué realidad se referían los que, en la preparación
del Sínodo y durante los trabajos sinodales, mencionaron con cierta
frecuencia el pecado social"
(RP 16 c[6]).
Luego
de dejar claro en el encabezamiento del número que "el pecado, en sentido
verdadero y propio, es siempre un acto de la persona, porque es un acto libre de
la persona individual, y no precisamente de un grupo o de una comunidad"
(RP 16 a), desarrolla tres significados de la expresión "pecado social".
Las dos primeras son tomadas de la moral tradicional sin criticidad alguna:
primero, la solidaridad en el pecado que hace que el pecado de uno repercuta en
los demás; segundo, el pecado hecho directamente contra el prójimo.
La
tercera acepción es la que más nos interesa para nuestra reflexión. Esta
se verifica cuando "las relaciones entre las distintas comunidades
humanas no siempre están en sintonía con el designio de Dios" (RP
16 g). Como ejemplos trae la lucha de clases y la contraposición entre
bloques de Naciones[7].
El documento admite que
en estas circunstancias las situaciones "se conviertan casi siempre en anónimas,
así como son complejas y no siempre identificables sus causas" (Ibid.).
En este caso la expresión pecado "tiene un significado evidentemente
analógico"[8].
Los
cinco últimos párrafos del número son destinados a evitar el error de
desvalorizar el pecado personal al oponerlo al pecado social y afirmar que el
pecado social es la acumulación de muchos "pecados muy personales"
(RP. 16 j) de quién engendra y de quien omite cambiar la situación.
Concluyendo
que "una situación -como una institución, una estructura, una sociedad-
no es, de suyo sujeto de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala
en sí misma. En el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre
personas pecadoras" (RP 16 k-l).
El
mismo concepto de pecado social ("estructuras de pecado") lo
encontramos en la Encíclica Sollicitudo
Rei Socialisen el número 36. Pero es curioso que en la Encíclica Centesimus
annus 38, al remitir a RP 16[9],
habla de las estructuras de pecado como algo objetivo y, aunque son creadas
por el hombre, el documento no hace referencia explícita a una culpabilidad
personal,
promoviendo una praxis liberadora: "Demoler tales estructuras y
sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que
exige valentía y paciencia" (CA 38).
Si
bien por una parte la Exhortación Apostólica introduce un tema nuevo en la
reflexión magisterial, por el otro parece reducir el pecado social a la
conciencia personal. Pero "el plano de la conciencia individual no es el
mejor modo de traducir una realidad, que es mayor que los individuos, o incluso
que la suma de ellos"[10].
Lo cual se transforma en un nuevo desafío para repensar una realidad que se
impone con toda su carga de negatividad: el
mal cristalizado en las estructuras.
No
podemos negar que el pecado hace referencia en primer lugar a la persona. Pero
cabría preguntase ¿todo mal es causado por el pecado o existe un "mal
no culpable"? La respuesta a este interrogante es fundamental, pues
genera dos praxis diversas. Si sólo tenemos pecados personales, es
necesario formar conciencias en una pastoral personalizada. Si el mal
sobrepasa las personas individuales y se objetiviza en las estructuras, la
praxis estará dirigida a cambiar (revertir) las estructuras.[11]
En
América Latina la experiencia concreta del mal se experimenta desde la
angustia del no-poder, del subdesarrollo que no puede encontrar los medios para
vencerlo. El mal aparece como una fuerza que supera en todo la humana. Pedro
Trigo lo expresa de este modo:
"Nuestra
experiencia no queda adecuadamente expresada por la problemática del
subdesarrollo (incluyendo el cultural, psicológico y espiritual), ni por
la de la oposición de las clases en el proceso productivo con sus expresiones
políticas e ideológicas, ni tampoco siquiera por la noción del pecado
personal (sea individual o social). No se trata de negar responsabilidad a
ninguna de las instancias enunciadas ni de introducir otra al lado de
aquellas. A nivel de la consideración, a nivel científico, no hay más
instancias.
Pero esos agentes históricos operan tales catástrofes que puede parecer que
el efecto desborda no sólo la voluntad subjetiva de los que obran, sino la
propia obra. Como si los mecanismos cobraran autonomía y se dispararan de
un modo alocado. El mal es no sólo mayor, sino más monstruoso que lo que
pudiera salir de esas fuentes. Sobre todo, que no parece guardar relación con
causas o fines. De ahí la tristeza sin fondo y el abatimiento que
infunde"[12].
El
hombre es creatura hecha a imagen y semejanza (Gen 1), pero creado no como un
ser terminado, sino por hacerse. Para el hombre el ser imagen y semejanza de
Dios es un don y
una tarea. Pero es por el
pecado de Adán que entra el mal en el mundo y se desarrolla en forma de
progresión geométrica (Gen 2-14), convirtiendo al hombre esclavo de la
tierra y enemigo de su hermano, como decíamos más arriba. El pecado ya no es
de una persona concreta, sino que abarca a pueblos enteros (Babel) y hasta la
humanidad toda (historia de Noé). De este modo el proceso de humanización,
de cristificación, se hace fatigoso porque debe enfrentarse con el mal, con
un mal que compartimos con todos los hombres.
En
el Nuevo Testamento el pecado que nos revela Jesús es "la fuerza de un mal
que trasciende todas las diferencias y fronteras y auna a los hombres dentro de
una misma responsabilidad"[13].
El Evangelio nos muestra la personificación mítica de este mal que se le
presenta
a Jesús desde afuera. El que no tenía pecado fue tentado y vence la
tentación (Lc 4,1-13 y par). Pero "el diablo se alejó de El hasta un
tiempo oportuno" (Lc 4,13). "Su derrota significará la victoria
final de Dios"[14].
Ese "momento oportuno" es la cruz, como mal sufrido y no merecido,
como mal en la lejanía de un Dios que parece abandonarlo. Así Jesús vence
el mal (el pecado del mundo)
en su Muerte y Resurrección, pero la plenitud de su victoria se expresará
en la plenitud de su Pascua, cuando retorne gloriosamente. En el seno de
este misterio pascual, está la vida de la Iglesia, que debe llevar a plenitud
la obra de su Fundador, siendo ella misma una mezcla misteriosa de santidad y
pecado.
Como
decíamos más arriba Pablo distingue entre el pecado en singular, los actos
pecaminosos y la trasgresión personal. Es el primero el que para él tiene la
primacía, como "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7), como una
fuerza que invade toda la persona y la trasciende. "En el mundo existe
este misterio del mal, una fuerza inicua que penetra el corazón de las
personas, se apodera de las estructuras e impone su dominio sobre la creación"[15].
De esta manera el reino del pecado se opone al Reino de Dios.
Con
esto no afirmamos un dualismo donde existen dos principios iguales uno del
bien y otro del mal en una lucha cósmica. Pero existe en el hombre y en el
mundo una tendencia disgregadora, una pulsión de destrucción, que no
caracterizan ningún sujeto individual ni social (Gen 3-4: la maldición de
Dios a la tierra y Caín que mata a su hermano Abel, como expresiones simbólicas
de este mal). Existe también en el hombre y en el mundo una vitalidad, capaz
de dar vida, de darse a sí mismo y de dar amor. De este modo existe el bien y
el mal, la Luz y las tinieblas[16],
pero no como dos sujetos adecuados e iguales. "Al fin, ¿no es el
propio Jesús quien coloca dos principios, el del bien y el del mal, y define así como drama
nuestra historia?"[17].
"El
mal es y seguirá siendo, el gran scandalum;
y el problema de su procedencia, un verdadero tormentum de
la existencia"[18].
El mal nos resulta de algún modo inaferrable, se nos presenta como misterio
al cual es difícil dar una explicación. Pero es un hecho que está ahí y hace
clamar al hombre de fe: "Señor, ¿hasta cuando?".
"Desde
los pueblos de América Latina no es posible trivializar el mal; lo difícil
es no considerarlo como un fetiche insaciable. Por eso desde nuestra
situación afirmamos que una teología que no se mida con esta realidad del
mal en todas sus dimensiones no sólo es insignificante, sino
irresponsable: otra expresión más de ese mal que pretende soslayar. La
teología, como tema y como método tiene que bajar a los infiernos (no sólo
el infierno conceptual, místico y de ultratumba), sino a «los condenados
de la tierra», de «este valle de lágrimas»"[19].
San Anselmo define el mal como "ausencia de un bien debido" (absentia debiti boni)[20]. En América Latina, la mayor parte del mal que padece es, sin duda, ausencia de un bien debido y privado de él por estructuras opresoras que privilegian a unos pocos. Por eso el mal se presenta más que como un pecado causado, como un mal padecido. Es un mal en la medida que no se puede cualpabilizar a nadie, es un pecado en la medida que se opone a Dios y su Plan de Salvación. ¿Se le puede acusar a una madre, que ve morir al hijo de hambre y enfermedad, no hacer nada para cambiar la situación de injusticia, cuando apenas tiene fuerzas para luchar por una vida que más se parece a la animal que a la humana?. ¿Es hora de buscar culpables o de luchar por cambiar el mal por el mejor bien posible?. ¿Debemos transformar las conciencias o trabajar positivamente por hacer crecer el Reino de Dios y luchar contra el reino del pecado?
"Precisamente
desde la confesión [de nuestros pecados], al venir a la luz la verdad, no
podemos menos de confesar que es mucho más el mal padecido que el que
cometemos. Más aún, a veces el mal cometido está ocasionado, ya que no
causado, por la dificultad de vivir y las injusticias que lo agravan."[21]
Desde
esta comprensión, resulta que las "estructuras de pecado" son
aquellas estructuras humanas (marcadas por el límite creatural y el pecado
personal) que cristalizan ese mal objetivo que se opone al Reino de Dios.
El
punto de partida de la reflexión sobre el pecado
estructural en América
Latina:
-no es el de elaborar una nueva doctrina sobre el pecado;
-tampoco es quitar la responsabilidad a las personas
concretas en relación a
las estructuras vigentes (sería no reconocer la dignidad de la persona
libre);
-es el intento de explicar una realidad vivida, o mejor dicho, padecida;
-y, al mismo tiempo, tiene la función de proveer una
mediación racional y crítica
desde la fe a las prácticas de liberación como práxis liberadora.
Por
lo cual, el pecado
estructural lo podemos
entender:
-como la cristalización de un mal que es la objetivación del pecado
del mundo, que se opone a los valores del Reino de Dios (hamartía en
Pablo);
-es un mal desde la perspectiva objetiva (no hace
referencia a una conciencia
individual), en un pecado en cuanto se opone a Dios y sus designios;
-el pecado personal y el pecado estructural se
encuentran en relación dialéctica:
uno es condición de posibilidad del otro, generando una nueva situación
personal y social;
-de esto se desprende que el concepto pecado,
no es unívoco sino análogo (así lo entendió siempre la teología[22]).
De
este concepto de pecado
estructural se genera una
práxis
liberadora que
-tiende a demoler las estructuras vigentes para
sustituirlas por otras más auténticas
(aunque ninguna agotará los valores de Reino)[23];
-esto se realiza desde una acción solidaria que tiende a generar
estructuras
alternativas más justas y fraternas;
-incluye la conversión personal para superar esos "pecados muy personales
de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer
algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males sociales,
omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada
o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de
cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio,
alegando supuestas razones de orden superior" (RP 16 j);
-se realiza desde y con el pobre oprimido (el empobrecido), agente principal de la conversión personal y de la construcción de nuevas estructuras más participativas y liberadoras.
Ejercicio:
Busque
dos o tres ejemplos de pecados estructurales en su ciudad, pueblo, comunidad.
¿Cuáles serían su origen? ¿Cómo se pueden transformar en estructuras de
gracia?
Para
profundizar: Tomado de José-Roman
Flecha, La vida en
Cristo. Fundamentos de la Moral Cristiana, Salamanca
2000. 298-301.
Pecado
y profecía
En
el terreno de la moral vivida, la vivencia cristiana del pecado puede con
frecuencia inclinarse a dos vertientes contrapuestas, la obsesión y la
negligencia, que ya fueron denunciadas en su tiempo por san Juan de Avila:
«Hay
otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados que
han hecho, y nunca osan pensar en la pasión o en otra cosa que les dé algún
consuelo. Los cuales no lo aciertan, según san Bernardo dice; porque, aliende
de levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados pasados, no se
agrada nuestro Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo.
El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que comienzan a servir
a Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad de corazón se dan a
pensamientos
más altos que provechosos. A los cuales les está cercana la caída como a
casa sin edificio» (Juan de Avila, Audi
filia I, 2332-2342:Sala
Balust, L., Martín Hernández, F., Obras
completas del Santo Maestro Juan de Avila I,
Madrid 1970, 482)
Pero
también en el ámbito académico, la reflexión moral sobre el pecado puede
caer en dos tentaciones habituales: la del individualismo y la del retorno al
pasado. A ellas vamos a dedicar unas breves consideraciones.
a)
Pecado personal y estructural
En
primer lugar, el pecado ha sido visto con frecuencia en términos de
responsabilidad individual, con lo que se perdía el horizonte de sus
dimensiones sociales y estructurales. El subrayado de los actos humanos en
detrimento del estudio de las actitudes –tan oportunamente recordadas por la
encíclica Sollicitudo rei
socialis (38f)– ha
limitado el estudio y la catequesis sobre el pecado a los aspectos más
puntuales de las decisiones humanas. Con ello se ha dejado de lado el amplio
campo de las omisiones.
Las
«estructuras de pecado» aparecen mencionadas no menos de diez veces a lo
largo de la encíclica Sollicitudo
rei socialis.
Un
mundo dividido en bloques, presididos a su vez por ideologías rígidas,
donde, en lugar de la interdependencia y la solidaridad dominan diferentes
formas de imperialismo, no es más que un mundo sometido a estructuras de
pecado (36a).
El
análisis teológico-moral de tales estructuras se afina en el n. 37 al
analizar las actitudes que las soportan: el afán de ganancia exclusiva y la
sed de poder –«a cualquier precio»–. Las estructuras injustas se oponen
por igual a la paz y al desarrollo (SRS 37d; 39g), pero han de generar una
actitud de solidaridad (SRS 38, 40).
De
forma analógica, se podría decir de las estructuras lo que el concilio de
Trento decía de la concupiscencia: que puede con el Apóstol (Rom 6, 12ss)
ser calificada como pecado, porque del pecado nace y al pecado inclina (cf. DS
1515). También las estructuras de pecado provienen de decisiones individuales
pecadoras, pero terminan generando, justificando y aun exigiendo otras
decisiones pecaminosas.
Al
entramado de pecados personales y estructuras de pecado ha de corresponder la
conversión personal, acompañada de gestos políticos, sociales, económicos
y culturales verdaderamente decididos y eficaces.
b.
Pecado y esperanza
La
segunda tentación consiste en ver el pecado como la trasgresión de una ley
dictada en el pasado. En ese caso se pierde el horizonte del futuro, así como
la dinámica de la vocación y la respuesta.
La
revelación cristiana no tiene al pecado como objeto inmediato. Su buena
noticia es la de la salvación. La Escritura orienta las miradas hacia la
esperanza de la redención. La revelación del pecado es siempre una
revelación de la esperanza. Hablar
de pecado no significa resignarse a su presencia.
El
hombre está anclado en la esperanza. Pero la esperanza es siempre difícil.
Se pierde por la desesperación de quien anticipa la no-plenitud o por la
presunción de quien anticipa la plenitud. Todo pecado, individual o social,
personal o estructural, puede ser considerado en esta perspectiva. El pecado
lleva consigo un fruto de desesperanza o de presunción. De ahí que
signifique
siempre la frustración de la esperanza: una abdicación de la dignidad
prometida y esperada.
Paralelamente,
la conversión supone aceptar el humilde camino de la esperanza que se hace
cotidianidad y compromiso en la paciencia. La paciencia, en cuanto
compromiso activo, reivindica la credibilidad de la esperanza y la seriedad de
la conversión.
La
crítica profética ante el pecado del mundo, siempre necesaria y urgente, no
debería brotar de la arrogancia o del desdén. La Iglesia entera, los
cristianos todos, se saben itinerantes y pecadores. Reflexionar sobre el
pecado o predicar sobre el pecado no implica lanzar anatemas.
La
fe cristiana critica el pecado del mundo en cuanto deshumanismo del hombre y
desmundanización del mundo. Pero lo hace por amor al hombre y por amor a ese
mundo que es también el suyo, por ser el del Señor.
La
reflexión sobre el pecado en el mundo y sobre el pecado del mundo estimula
siempre en los creyentes la vocación a la «condescendencia» que han
aprendido del mismo Dios, que acomoda su paso al de los hombres.
Evaluación:
Relacione
el tema del pecado con lo estudiado sobre:
-opción fundamental
-valores
-y conciencia.
[1] Hay
autores que hablan de “pecado ético” sin referencia a Dios.
[2] Lista
de pecados encontramos en Mc 7,21-22; Mt 15,19; 1 Cor 5,10-11; 6,9-10; 2 Cor
12,20-21; Gal 5,19-21; Rm 1,29-31; 13,13; Col 3,5-8; Ef 4,31; 5,3-5; 1Tim
1,9-10; Tit 3,3; 2 Tim 2,5; 1 Pe 2,1; 4,3. 15;
Ap 9, 21; 21,8; 22,5, entre otras.
[3] Recuérdese
lo que ya dijimos sobre este texto cuando hablamos de la libertad en el
segundo módulo.
[4] NDETM,
1348.
[5] Ver
lo estudiado en la “dimensión antropológica” de la opción
fundamental.
[6]
La letra corresponde al orden del párrafo dentro del número, según la
Edición Típica Vaticana en lengua española.
[7]
Los ejemplos traídos muestran más la problemática vista desde el primer
mundo que la padecida en forma descarnada por los países subdesarrollados.
[8] Conceptos
analógicos son aquellos que tiene todo igual y todo distinto en su
contenido, o que tienen parte igual y parte distinta. El que sirve de
“modelo” lo llamamos “primer analogado” (en nuestro caso el pecado
personal), al que se lo relaciona con él lo llamamos “segundo
analogazo” (en nuestro caso el pecado estructural).
[9]
Es el único lugar en el cual se cita nuestro número.
[10]
A. MOSER, Mais desfios
para a Teologia do Pecato. En REB 40
(1980), 691.
[11]
Cf. Ibid., 690.
[12]
PEDRO TRIGO, Creación e
historia en el proceso de liberación. Ediciones Paulinas, Madrid 1988.
Col. Cristianismo y
sociedad. P. 84-85.
[13]
R. RINCON ORDUÑA et alt. (ed.), Praxis
cristina. Vol. 1, Ed. Paulinas,
Madrid 1980. P. 436.
[14] Biblia
de Jerusalem, comentario a Mt 4,1.
[15]
O. RINCON ORDUÑA et alt. (ed.), o.
c. 437.
[16]
"La obra de separación realizada
por Dios sobre el caos primordial crea el orden entre la luz y las
tinieblas (Gen 1,4). De la primera, no de la segunda, se nos dice que era
buena. ambas existen en el mismo universo, aunque en mutua contradicción;
pero ambas existen porque Dios lo quiere. Luz y tinieblas conservan, en su
aplicación metafórica al mundo moral, su mutua oposición, pero también
su relación común al autor de la organización. [...] Es el Logos, Cristo,
el que revela en el Nuevo Testamento, el sentido primordial del drama entre
la luz y las tinieblas (Jn 1,5 ss; 8,12; 9,1 ss; 1Jn 1,5 ss; 2,7 ss)".
J. BERNHART, Mal, en
H FRIES (ed.), Conceptos
fundamentales de la teología, T. II, Ed. Cristiandad, Madrid 1966, p.
573-589. La cita es de las p. 575-576.
[17] P.
TRIGO, o. c., 125.
[18]
J. BERNHART, a. c.,
575.
[19]
P. TRIGO, o. c., 126.
[20]
De Conceptu Virginali, 5.
[21]
P. TRIGO, o. c., 129.
[22]
M. VIDAL, o. c., 713.
[23] Cf. CA 38.