XXX.- QUÉ DEBE PENSARSE DE LAS
RELACIONES QUE MANTIENE EL PAPA CON LOS GOBIERNOS Y PERSONAJES LIBERALES.
Pues
entonces (salta uno), ¿qué concepto hemos de formar de las relaciones y
amistades que trae la Iglesia con Gobiernos y personas liberales, que es lo
mismo que decir con el Liberalismo?
Respuesta al canto.
Hemos de juzgar que son relaciones y amistades
oficiales y nada más. No supone afecto alguno especial a las personas con
quienes se tienen, y mucho menos aprobación de sus actos, y muchísimo me nos
adhesión o sanción a sus doctrinas. Punto es este que conviene explanar algún
tanto, ya que sobre él arman gran aparato de teología liberal los sectarios
del Liberalismo para combatir la sana intransigencia católica.
Conviene ante todo observar que hay en la
Iglesia de Dios dos ministerios: uno que llamaremos apostólico, relativo a la
propagación de la fe y a la salvación de las almas; y otro que podríamos muy
bien llamar diplomático, relativo a sus relaciones humanas con los poderes de
la tierra.
El primero es el más noble; es, por decirlo
así, el primario y esencial. El segundo es inferior y subordinado al primero, a
cuyo auxilio únicamente se endereza. En el primero es intransigente e
intolerante la Iglesia; va recta a su fin, y prefiere romperse antes que
doblegarse: Frangi, non flecti. Véase sino la historia de sus persecuciones.
Tratase de derechos divinos y de deberes divinos, y por tanto en ellos no cabe
atenuación ni transacción. En el segundo es condescendiente y benévola y
sufrida. Trata, gestiona, negocia, halaga para ablandar; calla tal vez para
mejor conseguir; se retira quizá para mejor avanzar y para sacar luego mejor
partido. Su divisa podría ser en este orden de relaciones: Flecti, non frangi.
Trátase de relaciones humanas, y éstas admiten cierta flexibilidad y uso de
especiales resortes.
En este terreno es lícito y santo todo lo que
no declara malo y prohibido la ley común en las relaciones ordinarias entre los
hombres. Más claro: la Iglesia cree en esta esfera poder valerse y se vale de
todos los recursos que puede utilizar una diplomacia honrada.
¿Quién se atreverá a echárselo en rostro?
Así que envía embajadas y las recibe aun de Gobiernos malos, aun de príncipes
infieles da a los mismos y de los mismos recibe presentes y obsequios y honores
diplomáticos; ofrece distinciones, títulos y condecoraciones a sus personajes;
honra con frases de cortesanía y galantería a sus familias; concurre a sus
fiestas por medio de sus representantes.
Pero salen luego el tonto o el liberal y dicen como quien habla sentencias:
" Pues ¿por qué hemos de aborrecer al Liberalismo y combatir a los
Gobiernos liberales, cuando trata con ellos el Papa, y los reconoce y colma de
distinciones?" ¡Malvado o majadero! que una de estas cosas o todas juntas
puedes muy bien ser. Escucha una comparación y falla luego.
Eres padre de familia y tienes cuatro o seis
hijas, a quienes educas con todo el rigorismo de la honestidad, y viven frente o
pared en medio de tu casa unas vecinas infames, y tú estás diciendo
continuamente a tus hijas que aquellas mujeres no las han de tratar ni siquiera
saludar, ni aun mirar; que las han de considerar como malas y perversas; que han
de aborrecer su conducta e ideas; que han de procurar distinguirse de ellas y en
nada asemejarse a ellas, ni en sus dichos, ni en sus obras, ni en sus trajes. Y
tus hijas, dóciles y buenas, es claro que han de observar tu ley y atenerse a
tus mandatos, que no son sino de prudente y de muy avisado padre de familias.
Mas he aquí que en una ocasión se suscitan cuestiones en la vecindad sobre
puntos comunes a ella, sobre confrontación de límites o paso de aguas, por
ejemplo; y se hace preciso que tú, honrado padre, sin dejar de ser tal, trates
en junta con una de aquellas infames mujeres, sin dejar de ser infames, o por lo
menos con quien las represente. Y tenéis para eso vuestros tratos y cabildeos,
y os habláis y os dais los cumplidos y fórmulas de cortesía usuales en
sociedad, y procuráis de todos modos entenderos y llegar a un acuerdo y
avenencia sobre el objeto en que habéis de convenir.
¿Hablarán bien tus hijas si dicen luego:
"Pues que nuestro padre trata con esas malas vecinas, no deben ser tan
malas como dice él; podemos tratar con ellas también nosotros; buenas hemos de
reputar sus costumbres; modestos sus trajes, loable y honrado su modo de vivir?
Dime, ¿no hablarían como necias tus hijas si hablasen así? Pues apliquemos
ahora la parábola o comparación.
La Iglesia es la familia de los buenos (o que
deben serlo y que desea ella lo sean). Pero vive rodeada de Gobiernos del todo
perversos o más o menos pervertidos. Y dice a sus hijos: "Aborreced las
máximas de esos Gobiernos; combatidlos; su doctrina es error, sus leyes
iniquidad." Pero al mismo tiempo, por cuestiones de interés propio o de
ambos a la vez, se ve ella en el caso de tratar con los jefes o representantes
de tales Gobiernos malos, y efectivamente trata con ellos, recibe sus cumplidos
y usa con ellos de las fórmulas de urbanidad diplomática usuales en todos los
países; pacta con ellos sobre asuntos de interés común, procurando sacar el
mejor partido posible de su situación entre tales vecinos. ¿Es malo esto? Sin
duda que no. Pero ¿no es ridículo que salga luego un católico y lo tome por
sanción de doctrinas que la Iglesia no cesa de condenar, y por aprobación de
actos que la Iglesia no cesa de combatir?
¡Pues qué! ¿Sanciona la Iglesia el Corán
tratando de potencia a potencia con los sectarios del Corán? ¿Aprueba la
poligamia, recibiendo regalos y embajadas del gran Turco? Pues del mismo modo no
aprueba el Liberalismo cuando condecora a sus reyes o ministros, cuando les
envía sus bendiciones, que son simples fórmulas de cortesía cristiana que el
Papa otorga hasta a los protestantes. Es sofístico pretender que la Iglesia
autorice con tales actos lo que por otros actos no deja de condenar. Su
ministerio diplomático no anula su ministerio apostólico; en su ministerio
apostólico debe, sí, buscarse la explicación de las aparentes contradicciones
de su ministerio diplomático.
Y así obra el Papa con los jefes de naciones, así el Obispo
con los de provincias, así el párroco con los de localidad. Y Se sabe el
alcance y significación que tienen estas relaciones oficiales y diplomáticas.
Sólo lo ignoran (o fingen ignorarlo) los malaventurados sectarios o resabiados
del error liberal.
XXXI.-DE LAS PENDIENTES POR LAS QUE CON MÁS
FRECUENCIA VIENE A CAER UN CATÓLICO EN EL LIBERALISMO .
Son
varias las pendientes por las que cae frecuentemente el fiel cristiano en el
error del Liberalismo, e importa sobremanera señalarlas aquí, así para
comprender, en vista de ellas, la razón de la universalidad que ha alcanzado
esta secta, como para provenir contra sus lazos y emboscadas a los incautos.
Muy frecuentemente se cae en la corrupción
del corazón por extravío de la inteligencia, empero más frecuente es todavía
caer en el error de la inteligencia por corrupción del corazón Esto muestra
claro la historia de todas las herejías. En el principio de todas ellas se
encuentra casi siempre lo mismo: o un pique de amor propio, o un agravio que se
quiere vengar, o una mujer tras la cual pierde el heresiarca los sesos y el
alma, o un bolsón de dinero por el que vende la conciencia Casi siempre dimana
el error, no de profundos y trabajosos estudios, sino de aquellas tres cabezas
de hidra que apunta San Juan y que llama: Concupiscentia carnis, concupiscentia
oculorum, superbia vitae. Por ahí se va a todos los errores, por ahí se va al
Liberalismo. Veamos esas pendientes en sus formas más usuales:
1º Se hace el hombre liberal por deseo
natural de independencia y ancha vida.
El Liberalismo ha de ser por necesidad
simpático a la naturaleza depravada del hombre, tanto como el catolicismo ha de
serlo por su propia esencia repulsiva. El Liberalismo es emancipación; el
Catolicismo es enfrentamiento. El hombre caído ama, pues, por cierta muy
natural tendencia suya, un sistema que legitima y canonice el orgullo de su
razón, y el desenfreno de sus apetitos. De donde, así como se ha dicho por
Tertuliano que el alma en sus nobles aspiraciones es naturalmente cristiana,
puede igualmente decirse que el hombre, por vicio de su origen, nace
naturalmente liberal. Es, pues, lógico que se declare tal en toda forma, así
que empiece a comprender que por ahí le salen garantidos todos sus antojos y
desenfrenos.
2.ª Por el anhelo de medrar. El Liberalismo
es hoy día la idea dominante. Reina en todas partes y singularmente en la
esfera oficial. Es, pues, segura recomendación para hacer carrera. Sale el
joven de su doméstico hogar, y al dar una ojeada a las distintas sendas por
donde se va a la fortuna, al renombre o a la gloria, ve que en todas es
condición precisa ser de su siglo, ser liberal. No serlo es crearse a sí
propio la mayor de todas las dificultades. Heroísmo pues, se necesita para
resistir al tentador, que, como Cristo en el desierto, le dice mostrándole
halagüeño porvenir: Haec omnia tibi dabo si cadens adoraveris me: "Todo
te lo daré si me prestas adoración" Y los héroes son pocos. Es, pues,
natural que la mayor parte de la juventud empiece su carrera afiliándose al
Liberalismo. Eso proporciona bombo en los periódicos, eso recomendación de
poderosos patronos, eso fama de ilustrado y omnisciente. El pobre ultramontano
necesita mérito cien veces mayor para darse a conocer y crearse un nombre. Y en
la juventud se es poco escrupuloso por lo regular. Además, el Liberalismo es
esencialmente favorable a la vida pública que tanto anhela la juventud. Tiene
en perspectiva, diputaciones, comisiones, redacciones, etc., que constituyen el
organismo de su máquina oficial. Es, pues, maravilla de Dios y de su gracia el
que se encuentre un joven que deteste a tan insidioso corruptor.
3.º Por la codicia. La desamortización ha
sido y sigue siendo la fuente principal de prosélitos para el Liberalismo. Se
decretó este inicuo despojo tanto para privar a la Iglesia de estos recursos de
humana influencia, cuanto para adquirir con ellos adeptos fervorosos a la causa
liberal Así lo han confesado sus mismos corifeos cuando se les ha acusado de
haber dado casi de balde a los amigos las pingües posesiones de la Iglesia. Y
¡ay del que una vez comió de esta fruta del cercado ajeno! Un campo, una
heredad, unas cosas que fueran del convento o de la parroquia y están hay en
poder de la familia tal o cual, encadenan para siempre esta familia al carro del
Liberalismo. En la mayor parte de los casos no hay probable esperanza de que
dejen de ser liberales ni aun los descendientes de ella. El demonio
revolucionario ha sabido poner entre ellos y la verdad esa infranqueable
barrera. Hemos visto poderosos casos de labradores de la montaña, católicos
puros y fervorosos hasta el 35, desde entonces acá liberales decididos y
contumaces. ¿Queréis saber la explicación? Ved aquellos regadíos o tierras
de pan llevar o bosques que fueron del monasterio. Con ellos aquel Labrador ha
redondeado sus fincas, con ellos ha vendido su alma y familia a la Revolución.
Es moralmente imposible la conversión de tales injustos poseedores. En la
dureza de su alma, parapetada tras de sus adquisiciones sacrílegas, se
estrellan todos los argumentos de los amigos, todas las invectivas de los
misioneros, todos los remordimientos de la conciencia. La desamortización ha
hecho y está hacienda el liberalismo. Esta es la verdad.
Tales son las causas ordinarias de perversión liberal, y a
ellas pueden reducirse todas las demás. Quien tenga mediana experiencia del
mundo, y del corazón humano, apenas podrá señalar otras.
XXXII.- CAUSAS PERMANENTES DEL LIBERALISMO EN LA
SOCIEDAD ACTUAL.
Hay,
además de esas pendientes por donde se va al Liberalismo, lo que podríamos
llamar causas permanentes de él en la actual sociedad; y en éstas hemos de
buscar los motivos por qué se hace tan difícil su extirpación.
Son en primer lugar causas permanentes del
Liberalismo las mismas que hemos antes señalado como pendientes y resbaladeros
que llevan a él. Dice la filosofía: Per quoe res gignitur, per eadem et
servatur et angetur: "las cosas comúnmente se conservan y aumentan por las
mismas causas por las que nacieron. Pero además de ellas podemos aquí todavía
señalar alguna que ofrece carácter especial.
1. La corrupción de costumbres. La Masonería
lo ha decretado, y a la letra se cumple su programa infernal. Espectáculos,
libros, cuadros, costumbres públicas y privadas, todo se procura saturar de
obscenidad y lascivia; el resultado es infalible: de una generación inmunda,
por necesidad saldrá una generación revolucionaria. Así se nota el empeño
que tiene el Liberalismo en dar rienda suelta a todo exceso de inmoralidad Sabe
bien lo que éste le sirve. Es su natural apóstol y propagandista.
2º El periodismo. Es incalculable la
influencia que ejercen sin cesar tantas publicaciones periódicas como esparce
cada día el Liberalismo por todas partes. Ellas hacen, ¡mentira parece!, que
(quiera o no) haya de vivir el ciudadano de hoy dentro de una atmósfera
liberal. El comercio, las artes, la literatura, la ciencia, la política, las
noticias nacionales y extranjeras, todo se da casi por conductos liberales, todo
de consiguiente toma, por necesidad, color o resabio liberal. Y se encuentra
uno, sin advertirlo, pensando y hablando y obrando a lo liberal; tal es la
maléfica influencia de este envenenado ambiente que se respira. El pobre pueblo
lo traga con más facilidad que nadie, por su natural buena fe. Lo traga en
verso, en prosa, en grabado, en serio, en broma, en la plaza, en el taller, en
el campo, en todas partes. Este magisterio liberal se ha apoderado de él y no
le deja ni un instante. Y se hace más funesta su acción por la especial
condición del discípulo, como diremos ahora.
3.ª La ignorancia casi general en materias de
Religión. El Liberalismo, al rodear por todas partes al pueblo de embusteros
maestros, ha cuidado muy bien de incomunicarle con el único que le podía hacer
notar el embuste. Este es la Iglesia. Todo el empeño del Liberalismo cien años
ha es paralizar a la Iglesia, que enmudezca, que no tenga a lo más sino
carácter oficial, que no logre contacto con el pueblo. A eso obedeció
(confesado por los liberales) la destrucción de los conventos y monasterios; a
eso las trabas puestas a la enseñanza católica; a eso el tenaz empeño en
desprestigiar y ridiculizar al clero. La Iglesia se ve rodeada de lazos
artificiosamente discurridos para que en nada moleste la marcha avasalladora del
Liberalismo. Los Concordatos, tal como se cumplen hay día en casi todas las
naciones, son como otras tantas argollas para apretar su garganta y entorpecer
sus movimientos. Entre el clero y el pueblo se ha puesto y se procura poner más
y más cada día un abismo de adiós, preocupaciones y calumnias. Así que una
parte de nuestro pueblo, cristiano por el bautismo, sabe tan poco de su
religión como de la de Mahoma o de Confucio. Se procura además evitarla todo
roce necesario con la parroquia, dándole registro civil, matrimonio civil,
sepultura civil, etc., a fin de que acabe de romper todo lazo con la Iglesia. Es
un programa separatista completo, en cuya unidad de principios, medios y fines
se ve bien clara la mano de Satanás.
Cabe aún apuntar otras causas, pero ni la extensión de este
trabajo lo permite, ni todas se podrían decir aquí.
XXXIII.- CUÁLES SON LOS MEDIOS MÁS EFICACES Y
OPORTUNOS QUE CABE APLICAR A PUEBLOS SEÑOREADOS POR EL LIBERALISMO.
Indicaremos
algunos.
1.° La organización de todos los buenos
católicos. Sean pocos, sean muchos los católicos en una localidad conózcanse,
trátense, júntese. Hoy no debe haber ciudad o villa católica sin su núcleo
de gente de acción. Esto atrae a los indecisos, da valor a los vacilantes,
contrapesa la influencia del qué dirán, hace a cada uno fuerte con la fuerza
de todos. Aunque no seáis más que una docena de corazones firmes, fundad una
Academia de Juventud católica, una Conferencia, siquiera una Cofradía. Poneos
luego en contacto con la Sociedad análoga del pueblo vecino o de la capital;
apoyaos de esta suerte en toda la comarca, Asociaciones con Asociaciones,
formando como la famosa testuda que formaban los legionarios romanos juntando
sus escudos, y esto os hará invencibles. Así unidos, por pocos que seáis,
levantad en alto la bandera de una doctrina sana, pura, intransigente, sin
embozos ni alteración, sin pacto ni avenencia alguna con los enemigos. Tiene la
firma intransigencia su aspecto noble, simpático y caballeresco. Es grato ver a
un hombre azotado como un peñasco por todas las alas y todos los vientos, y que
se está fijo, inmoble, sin retroceder. Buen ejemplo sobre todo; ésta
constante. Predicad con toda vuestra conducta, y predicad en todas partes con
allá. Ya veréis cómo os será fácil, primero imponer respeto, luego
admiración, después simpatía. No os faltarán prosélitos. ¡Oh, si
comprendiesen todos los católicos sanos el brillante apostolado seglar que de
esta manera pueden ejercer en sus respectivas poblaciones! Asidos al párroco,
adheridos como la hiedra al muro parroquial, firmes como su viejo campanario.
pueden desafiar toda tempestad y hacer rostro a toda borrasca.
2.º Los periódicos buenos. Escoged entre los periódicos
buenos el mejor y que mas se adapte a las necesidades e inteligencia de los que
os rodean. Leedlo, pero no os contentéis con eso, dadlo a leer, explicadlo y
contadlo, haced de él vuestra base de operaciones. Haceos corresponsal de su
Administración, cuidad de hacer las suscripciones y pedidos, facilitadles a los
pobres menestrales y labriegos esta operación, la más enojosa de todas. Dadlo
a los jóvenes que empiezan sus carreras, proponédselo por lo bello de sus
formas literarias, por su académico estilo, por su gracejo y donaire.
Empezarán por gustar de la salsa, y acabarán por comer lo que con ella viene
guisado. Así obra la impiedad, y así hemos de obrar nosotros. Un periódico
sano es de necesidad en el presente siglo. Dígase lo que se quiera de sus
defectos, nunca igualarán éstos a sus ventajas y beneficios. Conviene,
además, favorecer la circulación de todo otro impreso de análogo carácter,
el folleto de circunstancias, el discurso notable, la enérgica Pastoral, etc.
3.º La escuela católica. Donde el maestro oficial sea buen católico y de
confianza, apóyesele con todas las fuerzas; donde no, procúrese hablar claro
para desautorizarle. Es en este caso la peor plaga de la localidad. Conviene que
conozca todo el mundo por diablo al que es diablo, a fin de que no se le
entregue incautamente lo principal, que es la educación. Cuando así sea,
búsquese modo de plantear escuela contra escuela, bandera contra bandera; si
hay medio, búsquese de Religiosos; si no le hay, póngase a esta buena obra
cualquier integro seglar. Dese gratuita la escuela y a horas convenientes para
todos; de mañana, de tarde, de noche; los días festivos atráigase a los
niños regalándolos y acariciándolos. Y dígaseles francamente que la otra
escuela del maestro malo es la escuela de Satanás. Un revolucionario célebre,
Danton, gritaba sin cesar: "¡Audacia! ¡Audacia!" Nuestro grito de
siempre ha de ser: ¡Franqueza! ¡Franqueza! ¡Luz! ¡Luz! Nada como esto para
ahuyentar a los avechuchos del infierno, que sólo pueden seducir a favor de la
obscuridad.
XXXIV.- DE UNA SEÑAL CLARÍSIMA POR LA QUE SE
CONOCERÁ FÁCILMENTE CUÁLES COSAS PROCEDEN DE ESPÍRITU SANAMENTE CATÓLICO Y
CUÁLES DE ESPÍRITU RESABIADO O RADICALMENTE LIBERAL.
Vamos
a otra cosa, a propósito de la última palabra que acabamos de escribir. La
obscuridad es el gran auxiliar de la maldad. Qui malo agit edit lucem, ha dicho
el Señor. De ahí el empeño constante de la herejía en envolverse entre
nebulosidades. No hay gran dificultad en descubrir al enemigo que se presenta
con la visera levantada, ni la hay en reconocer por liberales a los que empiezan
de buenas a primeras a declarar que lo son. Mas esta franqueza no conviene
ordinariamente a la secta. Así, pues, hay que adivinar al enemigo tras el
disfraz, y éste es muchas veces hábil y cauteloso en gran manera. Añádase,
además. que muy a menudo no es lince el ojo que lo ha de reconocer; se hace
preciso, pues, un criterio fácil, llano, popular, para distinguir a cada
momento lo que es obra católica de lo que es infernal añagaza del Liberalismo.
Sucede frecuentemente que se anuncia un
proyecto, se da el grito de una empresa, se funda una institución, y el fiel
católico no acierta a distinguir por de pronto a qué tendencia obedece aquel
movimiento, y si, de consiguiente, conviene asociarse a él o más bien
oponérsele con todas las fuerzas, máxime cuando el infierno harta maña se da
en tomar muchas veces alguno o algunos de los colores más atractivos de nuestra
bandera, y en emplear hasta, en ocasiones, nuestro usual idioma. En tales casos,
¡cuántos hacen el juego a Satanás, creyendo emplearse buenamente en una obra
católica! Pero se dirá "Tiene cada cual la voz de la Iglesia, que le
puede dar en esto perfecta seguridad " Está bien. Mas la autoridad de la
Iglesia no puede consultarse a cada momento ni para cada caso particular. La
Iglesia suele dejar sabiamente establecidos los principios y reglas generales de
conducta; la aplicación a los mil y un casos concretos de cada día la deja
ella al criterio prudencial de cada fiel. Y los casos de esta naturaleza se
presentan cada día, y hay que resolverlos instantáneamente, sobre la marcha.
El periódico que sale, la asociación que se establece, la pública fiesta a
que se convida, la suscripción para la que se pide, todo esto puede ser de Dios
y puede ser del diablo y lo peor es que puede ser del diablo presentándose,
como hemos dicho, con toda la mística gravedad y compostura de las cosas de
Dios. ¿Cómo guiarse, pues, en tales laberintos?
He aquí un par de reglitas de carácter muy
práctico que nos parece pueden servir a todo cristiano para que en tan vidriosa
materia ponga bien asentado el pie.
1.° Observar cuidadosamente qué clase de
personas promueven el asunto. Es la primera regla de prudencia y de sentido
común. Se funda en aquella máxima del Salvador: No puede un mal árbol dar
buenos frutos. Es evidente que personas liberales han de dar de sí por lo
común escritos, obras, empresas y trabajos liberales o informados de espíritu
liberal, o por lo menos lamentablemente resabiados de él
Véase, pues, cuáles son los antecedentes de
aquella o aquellas personas que organizan o promueven la obra de que se trata.
Si son tales que no os merezcan completa confianza sus doctrinas, mirad con
prevención todas sus empresas. No las reprobéis inmediatamente, pues hay un
axioma de teología que dice que no todas las obras de los infieles son pecados,
y lo mismo puede decirse de las de los liberales. Pero no las deis
inmediatamente por buenas. Recelad de ellas, miradlas, miradlas con prevención,
sujetadlas a más detenido examen. aguardad sus resultados.
2.º Examinar qué clase de personas lo
alaban. Es todavía regla más segura que la anterior. Hay en el mundo actual
dos corrientes públicas y perfectamente deslindadas. La corriente católica y
la corriente masónica o liberal. La primera la forman, o mejor, la reflejan los
periódicos católicos. La segunda la reflejan y materialmente la forman cada
día los periódicos revolucionarios. La primera busca su inspiración en Roma.
A la segunda la inspira la Masonería. ¿Se anuncia un libro? ¿Se publican las
bases de un proyecto? Mirad si lo aprueba y recomienda y toma por su cuenta la
corriente liberal. En este caso tal obra o proyecto están juzgados: son cosa
suya. Porque es evidente que el Liberalismo, o el diablo que le inspira,
reconocen inmediatamente cuál cosa les puede dañar y cuál favorecer, y no han
de ser tan necios que ayuden a lo que les es contrario o se opongan a lo que les
favorece. Tienen los partidos y sectas un instinto o intuición particular (oliactus
mentis, que dijo un filósofo), el cual les revela a priori lo que han de mirar
como suyo y lo que como enemigo. Desconfiad, pues, de todo lo que alaban y
ponderan los liberales. Es claro que le han visto a la cosa o su origen o sus
medios o su fin favorables al Liberalismo. No suele equivocarse en esto el claro
instinto de la secta. Más fácil es que se equivoque un periódico católico,
alabando y recomendando por buena una cosa que en sí tal vez no lo sea mucho,
que no un periódico liberal alabando por suya una obra de las varias sobre que
se entable discusión. Más fiamos, a la verdad, del olfato de nuestros enemigos
que del de nuestros propios hermanos. Al bueno, ciertos escrúpulos de caridad y
de natural costumbre de pensar bien le ciegan a veces hasta el punto de que vea
por lo menos sanas intenciones donde, por desgracia, no las hay. No así los
malos. Estos disparan desde luego, bala rasa contra lo que no se aviene con su
modo de pensar, y tocan incansables el bombo de todos los reclamos en favor de
lo que por un lado u otro ayuda a su maléfica propaganda. Desconfiad, pues, de
cuanto os alaben por bueno vuestros enemigos.
Hemos recogido de un periódico los siguientes
verismos que, si literariamente podrían ser mejores, no pueden ser, en cambio,
más verdaderos.
Dicen así, hablando del Liberalismo:
¿Dice que sí? Pues mentira. ¿Dice que no? Pues verdad. Lo
que él llama iniquidad, Tú como virtud lo miras: Al que persiga con ira, Tenle
tú por hombre honrado; Mas evita con cuidado a cualquiera que el alabe; Si esto
haces, cuanto cabe ya le tienes estudiado.
Se nos figura que con estas dos reglas de sentido común que más bien
podríamos llamar de buen sentido cristiano, hay bastante, si no para dar fallo
decisivo a toda cuestión, al menos para no tropezar fácilmente en las
escabrosidades de este tan accidentado terreno en que andamos y luchamos los
católicos de hoy. No se le olvide sobre todo al católico de nuestro siglo, que
la tierra que pisa está minada por todas partes por las sectas secretas, que
son las que dan voz y tono a la polémica anticatólica, y a las que
inconscientemente se sirve muchísimas veces aun por los mismos que más
detestan su trabajo infernal. La lucha de hoy es principalmente subterránea y
contra un enemigo invisible, que rara vez se presenta con su verdadera divisa.
Hay, pues, que olerle, más que verle: hay que adivinarlo con el instinto, más
que señalarle con el dedo. Buen olfato, pues, y sentido práctico son
necesarios más que sutiles cavilaciones y laboriosas teorías. El anteojo que
les recomendamos a nuestros amigos no nos ha engañado a nosotros jamás.
XXXV.- CUÁLES SON LOS PERIÓDICOS BUENOS Y CUÁLES
LOS MALOS, Y QUÉ SE HA DE JUZGAR DE LO BUENO QUE TENGA UN PERIÓDICO MALO, Y,
AL REVÉS, DE LO MALO EN QUÉ PUEDE INCURRIR UN PERIÓDICO BUENO.
Dado
que la corriente, buena o mala, que aplaude o condena una cosa, ha de servirle
al católico sencillo de común y familiar criterio de verdad, para vivir al
menos receloso y prevenido; y dada que los periódicos suelen ser el medio en
que más y mejor se transparenta esta corriente, y a los que, por tanto, hay que
acudir en más de una ocasión, puede preguntarse aquí ¿Cuales han de ser para
un católico de hoy los periódicos que le inspiren verdadera confianza? O
mejor: ¿Cuáles deben inspirarles poquísima, y cuales ninguna?
Primeramente, es claro (per se patet) que ninguna confianza deben inspirarnos
tocante a Liberalismo los periódicos que se honran (o se deshonran) con
llamarse a sí propios y portarse como liberales. Como hemos de fiarnos de
ellos, si son precisamente los enemigos contra quienes hemos a todas horas de
prevenirnos, y a quienes hemos de andar constantemente hostilizando! Queda,
pues, fuera de toda discusión esta parte de la consulta. Lo que se llama
liberal hoy día, ciertamente lo es; y siéndolo, es nuestro formal enemigo y de
la Iglesia de Dios. No se tenga en cuenta, pues, su recomendación o aplauso,
más que para mirar como sospechoso cuanto en Religión recomienda y aplauda.
Hay una clase, empero, de periódicos no tan
descarada y pronunciada, que gusta de vivir en la ambigüedad de indefinidos
colores y de indecisas tintas. Que se llama a todas horas católica, y a ratos
abomina y detesta el Liberalismo, cuanto a la palabra por lo menos. Es
comúnmente conocida por católico-liberal. De esa hay que fiar menos aun, y no
dejarse sorprender por sus mojigaterías y pietismos. Es seguro que en todo caso
apurado predominará en ella la tendencia liberal sobre la. católica, aunque
entre ambas se proponga fraternalmente vivir. Así se ha visto siempre y así
debe lógicamente suceder. La corriente liberal es más fácil de seguir, y en
prosélitos es más numerosa, y es al amor propio más simpática. La católica
es mas áspera en apariencia, tiene menos secuaces y amigos, exige navegar
siempre contra el natural corrompido impulso de las ideas y pasiones. En un
corazón ambiguo y vacilante, como son los tales, es, pues, regular que ésta
sucumba y aquélla prevalezca. No hay que fiar, pues, en casos difíciles de la
prensa católico-liberal. Más aún. Tiene el inconveniente de que su fallo no
nos sirve tanto como el de la otra para formularnos prueba contradictoria, por
la sencilla razón de que este su fallo no es absoluto y radical en nada, y sí
por lo regular acomodaticio.
La prensa buena es la prensa íntegramente
buena, es decir, la que defiende lo bueno en sus principios buenos y en sus
aplicaciones buenas. La más opuesta a lo reconocidamente malo, opposita per
diametrum, como dice San Ignacio en el libro de oro de sus Ejercicios. La que
está al lado opuesto de las fronteras del error, la que mira siempre frente a
frente al enemigo, no la que a ratos vivaquea con él, o no se opone más que a
determinadas evoluciones suyas. La que es enemiga de lo malo en todo, ya que lo
malo es malo en todo, aun en aquello bueno que por casualidad puede consigo
traer alguna vez.
Y vamos a hacer una observación para explicar
esta nuestra última frase, que a muchos parecerá atrevida.
Suelen a veces periódicos malos tener algo
bueno. ¿Qué ha de pensarse de esto bueno que tienen alguna vez los periódicos
malos? Ha de pensarse que no les hace dejar de ser malos, si es mala su
intrínseca naturaleza o doctrina. Antes esto bueno puede, y suele ser, añagaza
satánica para que se les recomiende, o por lo menos se les disimule, lo malo
esencial que traen en sí. No le quitan a un ser malo su natural maldad ciertas
cualidades accidentalmente buenas. No son buenos un ladrón o asesino, por más
que recen cualquier día un Ave María o le den a un pobre una limosna. Malos
son a pesar de estas obras buenas, porque es malo el conjunto esencial de sus
actos. Es mala la tendencia ordinaria de ellos. Y si de lo bueno que hacen se
sirven para más autorizar su maldad, viene a hacerse malo por su fin, hasta
aquello mismo que en sí sería ordinariamente bueno.
Al revés, sucede que periódicos buenos
incurren alguna vez en tal o cual error de doctrina, o en algún extravío de
pasión, y hacen efectivamente algo que no se les puede aprobar. ¿Han de
llamarse por esto malos? ¿Han de reprobarse como tales? No, por análoga,
aunque inversa razón. Lo malo en ellos es accidental; lo bueno es lo sustancial
y ordinario. Un pecado o algunos no hacen malvado a un hombre, sobre todo si
protesta no quererlos, con el arrepentimiento o la enmienda. No es malo más que
el que a sabienda y habitualmente lo es, y protesta querer serlo. Angeles no lo
son los periodistas católicos, ni mucho menos, sino hombres frágiles y
miserables y pecadores. Querer, pues, se les condene por tal o cual error o por
tal o cual indiscreción o destemplanza, es tener de lo bueno y de lo virtuoso
un concepto farisaico y jansenístico, reñido con todos los principios de sana
moral. Si se ha de juzgar de esta suerte, ¿qué institución habría . buena y
digna de estima en la Iglesia de Dios?
Resumen: Hay periódicos buenos y hay periódicos malos. Con
estos deben sumarse los ambiguos o indefinidos. No le hacen bueno al malo
algunas cosas buenas que tenga, ni le hacen malo al bueno algunos defectos y aun
pecados en que incurra. Si sobre estos principios juzga y falla lealmente el
buen católico, rara vez se equivocará.
XXXVI.- SI ES ALGUNA VEZ RECOMENDABLE LA UNIÓN ENTRE
CATÓLICOS Y LIBERALES PARA UN FIN COMÚN, Y CON QUÉ CONDICIONES.
Otra
cuestión se ha agitado muchísimo en nuestros días, y es la relativa a la
unión entre católicos y liberales menos avanzados, para el fin común de
contener a la revolución más radical y desencadenada. Sueño dorado o
candorosa ilusión de algunos; de otros, empero, pérfida asechanza con que
sólo pretendieron (y han logrado en parte) desunirnos y paralizarnos. ¿Qué
hemos de pensar, pues, de tales conatos unionistas los que deseamos, sobre todo
otro interés, el de nuestra Santa Religión?
En tesis general hemos de pensar que no son
buenas ni recomendables tales uniones. Dedúcese rectamente de los principios
hasta aquí sentados. El Liberalismo es en su esencia, por moderado y mojigato
que se presente en la forma, oposición directa y radical al Catolicismo. Los
liberales son, pues, enemigos natos de los católicos, y sólo en algún
concepto accidental pueden tener intereses verdaderamente comunes .
Pueden, sin embargo, darse de estos algunos
rarísimos casos. Puede, en efecto, suceder que contra una de las fracciones
más avanzadas del Liberalismo sea útil en un caso dado la unión de fuerzas
íntegramente católicas con las de otro grupo más moderado del propio campo
liberal. Cuando realmente así convenga, deben tenerse en cuenta las siguientes
bases para la unión.
1ª No partir del principio de una neutralidad
o conciliación entre lo que son principios o intereses esencialmente opuestos,
cuales son los católicos y los liberales. Esta neutralidad o conciliación
está condenada por el Syllabus, y es de consiguiente base falsa; tal unión es
traición, es abandono del campo católico por parte de los encargados de
defenderlo. No se diga, pues: "prescindamos de diferencias de doctrina y de
apreciación". Nunca se haga esta vil abdicación de principios. Dígase
ante todo: "A pesar de la radical y esencial oposición de principios y
apreciaciones, etc." Háblese así y óbrese así para evitar confusión de
conceptos, escándalo de incautos y alardes del enemigo.
2.ª Mucho menos se concede al grupo liberal
la honra de capitanearnos con su bandera. No; conserve cada cual su propia
divisa, o véngase por aquellos momentos a la nuestra quien con nosotros quiera
luchar contra un común enemigo. Más claro: únanse ellos a nosotros; nunca
nosotros a ellos. A ellos, abigarrados siempre en su insignia, no les será tan
difícil aceptar nuestro color; a nosotros, que lo queremos todo puro y sin
mezcla, ha de sernos más intolerable tal barajamiento de divisas.
3.ª Nunca se crea con esto dejar establecidas
bases para una acción constante y normal. No pueden serlo más que para una
acción fortuita y pasajera. Una acción constante y normal no puede
establecerse más que con elementos homogéneos y que engranen entre sí como
ruedas perfectamente combinadas. Para entenderse durante mucho tiempo personas
radicalmente opuestas en su convicción, fueran necesarios continuos actos de
heroica virtud por parte de todos. Y el heroísmo no es cualidad común ni de
todos los días. Es exponer, pues una obra a lamentable fracaso, edificarla
sobre base de encontradas opiniones, por más que en algún punto accidental
concuerden ellas entre sí. Para un acto transitorio de defensa común o de
común arremetida, puede muy bien intentarse esta coalición de fuerzas, y puede
ser laudable y de verdaderos resultados, siempre que no se echen en olvido las
otras condiciones o reglas que hemos puesto como de imprescindible necesidad.
A no ser con estas condiciones, no sólo no
creemos favorable la unión de católicos y liberales para empresa alguna, sino
que la estimamos altamente perjudicial. En vez de multiplicar las fuerzas, como
sucede cuando la suma es de cantidades homogéneas, paralizará y anulará el
vigor de aquellas mismas que aisladas hubieran podido hacer algo en defensa de
la verdad. Es cierto que hay un proverbio que dice: "¡Ay del que va
solo!" Pero también hay otro enseñado por la experiencia y en nada
opuesto a éste, que dice: "Vale más soledad que ruin compañía"
Creemos que es Santo Tomás quien dice en no recordamos qué punto: Bona est
unio, ser potior est unitas. "Excelente cosa es la unión, pero mejor es la
unidad". Si se debe, pues. sacrificar la unidad verdadera en aras de una
ficticia y forzada unión, nada se gana en el cambio, antes se pierde
muchísimo, a nuestro pobre entender.
Además de estas consideraciones, que podrían creerse meras
divagaciones teóricas, la experiencia acreditó ya de sobras lo que sale por lo
regular de tales conatos de unión. El resultado suele ser siempre mayor
exacerbación de luchas y rencores No hay ejemplo de una coalición de éstas
que haya servido para edificar o consolidar.
XXXVII.- PROSIGUE LA MISMA MATERIA.
Y,
sin embargo, es este, como hemos dicho antes, el sueño dorado, la eterna
ilusión de muchos de nuestros hermanos. Creen éstos que lo que le importa
principalmente a la verdad es sean muchos sus defensores y amigos. Número
paréceles sinónimo de fuerza: para ellos sumar, aunque sean cantidades
heterogéneas, es siempre multiplicar la acción, así como restar es siempre
disminuirla. Vamos a esclarecer un poco más este punto, y a emitir algunas
últimas observaciones sobre esta ya agotada materia.
La verdadera fuerza y poder de todas las
cosas, así en lo físico como en lo moral, está más en la intensidad de ellas
que en su extensión. Mayor volumen de igual intensa materia es claro que da
mayor fuerza; mas no por el aumento de volumen, sino por el aumento o suma mayor
de intensidades. Es regla, pues, de buena mecánica procurar aumento en la
extensión y número de las fuerzas, mas a condición de que con esto resulten
verdaderamente aumentadas las intensidades. Contentarse con el aumento, sin
detenerse a examinar el valor de lo aumentado, es no solamente acumular fuerzas
ficticias, sí que exponerse, como hemos indicado, a que con ellas salgan
paralizadas en su acción hasta las verdaderas, si algunas hubiere.
Es lo que pasa en nuestro caso, y que nos
costará poquísimo demostrar.
La verdad tiene una fuerza propia que comunica
a sus amigos y defensores. No son éstos los que se la dan a ella; es ella quien
a ellos se la presto. Mas a condición de que sea ella realmente la defendida.
Donde el defensor, so capa de defender mejor la verdad, empieza por mutilarla y
encogerla o atenuarla a su antojo, no es ya tal verdad lo que defiende, sino una
invención suya, criatura humana de más o menos buen parecer, pero que nada
tiene que ver con aquella otra hija del cielo.
Esto sucede hoy día a muchos hermanos
nuestros, víctimas (algunos inconscientes) del maldito resabio liberal. Creen
con cierta buena fe defender y propagar el Catolicismo; pero a fuerza de
acomodarlo a su estrechez de miras y a su poquedad de ánimo, para hacerlo
(dicen) más aceptable al enemigo a quien desean convencer, no reparan que no
defienden ya el Catolicismo, sino una cierta cosa particular suya, que ellos
llaman buenamente así, como pudieran llamarla con otro nombre. Pobres ilusos
que, al empezar el combate, y para mejor ganarse al enemigo, han empezado por
mojar la pólvora y por quitarle el filo y la punta a la espada, sin advertir
que espada sin punta y sin filo no es espada, sino hierro viejo, y que la
pólvora con agua no lanzará el proyectil. Sus periódicos, libros y discursos,
barnizados de catolicismo, pero sin el espíritu y vida de él, son en el
combate de la propaganda lo que la espada de Bernardo y la carabina de Ambrosio,
que tan famosas ha hecho por ahí el modismo popular para representar toda clase
de armas que no pinchan ni cortan.
¡Ah! no, no, amigos míos; preferible es a un
ejército de esos una solo compañía, un solo pelotón de bien armados soldados
que sepan bien lo que defienden y contra quién lo defienden y con qué
verdaderas armas lo deben defender. Denos Dios de esos, que son los que han
hecho siempre y han de hacer en adelante algo por la gloria de su Nombre, y
quédese el diablo con los otros, que como verdadero desecho se los regalamos.
Lo cual sube de punto si se considera que no
sólo es inútil para el buen combate cristiano tal haz de falsos auxiliares,
sino que es embarazosa y casi siempre favorable al enemigo. Asociación
católica que debe andar con esos lastres, lleva en si lo suficiente para que no
pueda hacer con libertad movimiento alguno. Ellos matarán a la postre con su
inercia toda viril energía; ellos apocarán a los más magnánimos y
reblandecerán a los más vigorosos; ellos tendrán en zozobra al corazón fiel,
temeroso siempre, y con razón, de tales huéspedes, que son bajo cierto punto
de vista amigos de sus enemigos. Y, ¿no será triste que, en vez de tener tal
asociación un solo enemigo franco y bien definido a quien combatir, haya de
gastar parte de su propio caudal de fuerzas en combatir, o por lo menos en tener
a raya, a enemigos intestinos que destrozan o perturban por lo menos su propio
seno? Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica en unos famosos artículos.
"Sin esa precaución, dice, correrían
peligro ciertísimo no solamente de convertirse tales asociaciones (las
católicas) en campo de escandalosas discordias, mas también de degenerar en
breve de los sanos principios, con grave ruina propia y gravisimo daño de la
Religión."
Por lo cual concluiremos nosotros este capitulo trasladando aquí aquellas otras
tan terminantes y decisivas palabras del mismo periódico, que para todo
espíritu católico deben ser de grandísima, por no decir de inapelable
autoridad. Son las siguientes:
"Con sabio acuerdo las asociaciones católicas de
ninguna cosa anduvieron tan solicitas como de excluir de su seno, no sólo a
todo aquel que profesase abiertamente las máximas del Liberalismo, si que a
aquellos que, forjándose la ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el
Catolicismo, son conocidos con el nombre de católicos liberales".
XXXVIII.- SI ES O NO ES INDISPENSABLE ACUDIR CADA VEZ
AL FALLO CONCRETO DE LA IGLESIA Y DE SUS PASTORES PARA SABER SI UN ESCRITO O
PERSONA DEBEN REPUDIARSE Y COMBATIRSE COMO LIBERALES.
"Todo
lo que acabáis de exponer, dirá alguien al llegar aquí, topa, en la
práctica, con una dificultad gravísima. Habéis hablado de personas y de
escritos liberales, y nos habéis recomendado con gran ahínco huyésemos, como
de la paste, de ellos y hasta de su más lejano resabio. ¿Quién, empero, se
atreverá, por si solo, a calificar a tal persona o escrito de liberal, no
mediando antes fallo decisivo de la Iglesia docente, que así lo declare?"
He aquí un escrúpulo, o mejor, una
tontería, que han puesto muy en boga, de algunos años acá, los liberales y
los resabiados de Liberalismo. Teoría nueva en la Iglesia de Dios, y que hemos
vista con asombro prohijaba por quienes nunca hubiéramos imaginado pudiesen
caer en tales aberraciones. Teoría, además, tan cómoda para el diablo y sus
secuaces, que en cuanto un buen católico les ataca o desenmascara, al punto se
les ve acudir a ella y refugiarse en sus trincheras, preguntando con aires de
magistral autoridad: "¿Y quién sois vos para calificarme a mi o a mi
periódico de liberales? ¿Quién os ha hecho maestro en Israel para declarar
quién es buen católico y quién no? ¿Es a vos a quien se ha de pedir patente
de catolicismo?" Esta última frase, sobre todo, ha hecho fortuna, como se
dice, y no hay católico resabiado de liberal que no la saque, como último
recurso, en los casos graves y apurados. Veamos, pues, qué hay sobre eso y si
es sana teología la que exponen los católico-liberales sobre el particular.
Planteemos antes limpia y escueta la cuestión. Es la siguiente:
Para calificar a una persona o un escrito de
liberales, ¿debe aguardarse siempre el fallo concreto de la Iglesia docente
sobre tal persona o escrito?
Respondemos resueltamente que de ninguna
manera. De ser cierta esta paradoja liberal, fuera ella indudablemente el medio
más eficaz para que en la práctica quedasen sin efecto las condenaciones todas
de la Iglesia, en lo referente así a escritos como a personas.
La Iglesia es la única que posee el supremo magisterio doctrinal de derecho y
de hecho, juris et facti, siendo su suprema autoridad, personificada en el Papa,
la única que definitivamente y sin apelación puede calificar doctrinas en
abstracto, y declarar que tales doctrinas las contiene o enseña en concreto el
libro de tal o cual persona, Infalibilidad no por ficción legal, como la que se
atribuye a todos los tribunales supremos de la tierra, sino real y efectiva,
como emanada de la continua asistencia del Espíritu Santo, y garantiza por la
promesa solemne del Salvador. Infalibilidad que se ejerce sobre el dogma y sobre
el hecho dogmático, y que tiene por tanto toda la extensión necesaria para
dejar perfectamente resuelta, en última instancia, cualquier cuestión.
Ahora bien. Esto se refiere al fallo último y
decisivo, al fallo solemne y autorizado, al fallo irreformable e inapelable, al
fallo que hemos llamado en última instancia. Mas no excluye para luz y guía de
los fieles otros fallos menos autorizados, pero sí también muy respetables,
que no se pueden despreciar y que pueden hasta obligar en conciencia al fiel
cristiano. Son los siguientes, y suplicamos al lector se fije bien en su
gradación:
1.° El de los Obispos en sus diócesis. Cada
Obispo es juez en su diócesis para el examen de las doctrinas y calificación
de ellas, y declaración de cuáles libros las contienen y cuáles no. Su fallo
no es infalible, pero es respetabilísimo y obliga en conciencia, cuando no se
halla en evidente contradicción con otra doctrina previamente definida, o
cuando no le desautoriza otro fallo superior.
2.º El de los Párrocos en sus feligresías.
Este magisterio está subordinado al anterior, pero goza en su más reducida
esfera de análogas atribuciones. El Párroco es pastor, y puede y debe, en
calidad de tal, discernir los pastos saludables de los venenosos. No es
infalible su declaración, pero debe tenerse por digna de respeto, según las
condiciones dichas en el párrafo anterior.
3.º El de los directores de conciencias.
Apoyados en sus luces y conocimientos, pueden y deben los confesores decir a sus
dirigidos lo que les parezca, acerca tal doctrina o libro sobre que se les
pregunta; apreciar según las reglas de moral y filosofía si la lectura o
compañía puede ser peligrosa o nociva para su confesado, y hasta pueden con
verdadera autoridad intimarle se aparte de ellas. Tiene, pues, también un
cierto fallo sobre doctrinas y personas el confesor.
4.° El de los simples teólogos consultados
por el fiel seglar. Peritis in arte credendam, dice la filosofía: "se ha
de creer a cada cual en lo que pertenece a su profesión o carrera." No se
entiende que goce en ella el tal de verdadera infalibilidad, pero sí que tiene
una cierta especial competencia para resolver los asuntos con ellas relacionados
Ahora bien. Al teólogo graduado le da la Iglesia un cierto derecho oficial para
explicar a los fieles la ciencia sagrada y sus aplicaciones. En uso de este
derecho escriben de teología los autores, y califican y fallan según su leal
saber y entender. Es, pues, cierto que gozan de una cierta autoridad científica
para fallar en asuntos de doctrina, y para declarar qué libros la contienen o
qué personas la profesan. Así simples teólogos censuran y califican, por
mandato del Prelado, los libros que se dan a la imprenta, y garantizan con su
firma su ortodoxia. No son infalibles, pero le sirven al fiel de norma primera
en lo casero y usual de cada día, y deben éstos atenerse a su fallo hasta que
lo anule otro superior.
5.º El de la simple razón humana debidamente
ilustrada. Sí, señor; hasta eso es lugar teológico; como se dice en
teología; es decir, hasta eso es criterio científico en materia de religión.
La fe domina a la razón; ésta debe estarle en todo subordinada. Pero es falso
que la razón nada pueda por sí sola, es falso que la luz inferior encendida
por Dios en el entendimiento humano no alumbre nada, aunque no alumbre tanto
como la luz superior. Se le permite, pues, y aun se le manda al fiel discurrir
sobre lo que cree, y sacar de ello consecuencias, y hacer aplicaciones, y
deducir paralelismos y analogía. Así puede el simple fiel desconfiar ya a
primera vista de una doctrina nueva que se le presente, según sea mayor o menor
el desacuerdo en que la vea con otra definida. Y puede, si este desacuerdo es
evidente combatirla como mala, y llamar malo al libro que la sostenga. Lo que no
puede es definirla ex cathedra; pero tenerla para sí como perversa, Y como tal
señalarla a los otros para su gobierno, y dar la voz de alarma y disparar los
primeros tiros, eso puede hacerlo el fiel seglar; eso lo ha hecho siempre y se
lo ha aplaudido siempre la iglesia. Lo cual no es hacerse pastor del rebaño, ni
siquiera humilde zagal de él: es simplemente servirle de perro para avisar con
sus ladridos. Oportet aulatrare canes, recordó a propósito de esto muy
oportunamente un gran Obispo español, digno de los mejores siglos de nuestra
historia.
¿Por ventura no lo entienden así los más
celosos Prelados, cuando, en repetidas ocasiones, exhortan a sus fieles a
abstenerse de los malos periódicos o de los malos libros sin indicarles cuáles
sean éstos, persuadidos como están de que les bastará su natural criterio
ilustrado por la fe para distinguirlos, aplicando las doctrinas ya conocidas
sobre la materia? Y el mismo Índice ¿contiene acaso los títulos de todos los
libros prohibidos? ¿No figuran al frente de él, con el carácter de Reglas
generales del Índice, ciertos principios a los que debe atenerse un buen
católico para considerar como malos muchos impresos que el Índice no designa,
pero que, sobre las reglas dadas, quiere que juzgue y falle por sí propio cada
uno de los lectores?
Pero vengamos a una consideración más general. ¿De qué
serviría la regla de fe y costumbres, si a cada caso particular no pudiese
hacer inmediata aplicación de ella el simple fiel, sino que debiese andar de
continuo consultando al Papa o al Pastor diocesano? Así como la regla general
de costumbres es ley, y sin embargo tiene cada uno dentro de sí una conciencia
(dictamen practicum) en virtud de la cual hace las aplicaciones concretas de
dicha regla general, sin perjuicio de ser corregido, si en eso se extravía;
así en la regla general de lo que se ha le creer, que es la autoridad infalible
de la Iglesia, consiente ésta, y ha de consentir, que haga cada cual con su
particular criterio las aplicaciones concretas, sin perjuicio de corregirle, y
obligarle a retractación si en eso yerra. Es frustrar la superior regla de fe,
es hacerla absurda e imposible exigir su concreta e inmediata aplicación por la
autoridad primera, a cada caso de cada hora y de cada minuto.
Hay aquí un cierto jansenismo feroz y satánico, como el que había en los
discípulos del malhadado Obispo de Iprés al exigir para la recepción de los
Santos Sacramentos disposiciones tales, que los hacían moralmente imposible
para los hombres, a cuyo provecho están destinados. El rigorismo ordenancista
que aquí se invoca es tan absurdo como el rigorismo ascético que se predicaba
en Port-Royal, y sería aun de peores y más desastrosos resultados. Y si no,
obsérvese un fenómeno. Los más rigoristas en eso son los más empedernidos
sectarios de la escuela liberal. ¿Cómo se explica esa aparente contradicción?
Explícase muy claramente, recordando que nada convendría tanto al Liberalismo,
como esa legal mordaza puesta a la boca y a la pluma de sus más resueltos
adversarios. Sería a la verdad gran triunfo para él lograr que, so pretexto de
que nadie puede hablar con voz autoritativa en la Iglesia, más que el Papa y
los Obispos, enmudeciesen de repente los De Maistre, los Valdegamas, los
Veuillot, los Villoslada, los Aparisi, los Tejado, los Orti y Lara, los Nocedal,
de que siempre, por la divina misericordia, ha habido y habrá gloriosos
ejemplares en la sociedad cristiana. Eso quisiera él, y que fuese la Iglesia
misma quien le hiciese ese servicio de desarmar a su más ilustres campeones.
XXXIX.- ¿Y QUÉ ME DECÍS DE LA HORRIBLE SECTA DEL
"LAICISMO", QUE DESDE HACE POCO, AL DECIR DE ALGUNAS GENTES, CAUSA TAN
GRAVES ESTRAGOS EN NUESTRO PAÍS?
Mas qué es el Laicismo? Sus fieros contradictores se han tomado mas bien la
pena de anatematizarlo desde sus respectivas cátedras, más o menos
autorizadas, que de definirlo. Nosotros, que andamos años ha en tratos
públicos y privados con él, ensayaremos sacarlos de este apuro y darles, para
que tengan alguna base en sus invectivas, una definición.
De Laicismo se han calificado tres cosas:
1.ª La pretendida exageración de la
iniciativa seglar en la edificación de personas y de doctrinas.
2.ª La pretendida exageración de la iniciativa seglar en la dirección y
organización de obras católicas.
3ª La pretendida falta de sumisión de
ciertos seglares a la autoridad episcopal.
He aquí los tres puntos del enconado proceso
que contra los laicistas se ha entablado de dos o tres años acá. Excusado es
decir que esos tres puntos que damos aquí claramente deslindados por primera
vez, nunca los ha deslindado en sus fogosas peroratas el ampuloso fiscal que ha
llevado principalmente la voz contra nosotros. Eso de concretar cargos y
precisar conceptos no debe de entrar en las leyes de su polémica, por todo
extremo original. Mucho vociferar a grito herido: " ¡Cisma! ¡cisma!
¡secta! ¡secta! ¡ rebeldía! ¡Rebeldía! y, mucho ponderar los fueros y
prerrogativas de la autoridad episcopal, mucho probar con autoridades y cánones
verdades que nadie niega sobre esta autoridad; pero nada de acercarse (ni de
lejos) al verdadero punto del debate; nada de probar gravísimas acusaciones,
olvidando que, acusación que no se aprueba, deja de ser acusación y pasa a ser
desvergonzada calumnia. ¡Oh, qué lujo de erudición, qué profundidad de
teología, qué sutileza de derecho canónico, qué énfasis de retórica
escolar se ha malgastado en probar que eran los peores enemigos de la causa
católica sus más firmes defensores; que eran los autores y fautores del
Laicismo, precisamente los de continuo apostrofados de Clericalismo; que
tendían a emanciparse del santo magisterio episcopal los que han sido en todos
tiempos los más adictos y dóciles al cayado de sus Pastores, en lo que
pertenece a su jurisdicción!
Esta última frase (en lo que pertenece a su
jurisdicción) la tiene en lamentable y tal vez calculado olvido los fieros
impugnadores del mal llamado Laicismo, y con tanto traer y llevar por arriba y
por abajo la Encíclica Cum multa, diríase no han acertado aun a ver en ella
ese paréntesis, que da de lo más sustancioso de ella la debida y natural
explicación. En efecto; todas las acusaciones de rebeldía dirigidas contra
ciertas asociaciones y periódicos, estarían muy en su lugar siempre que se
probase (como efectivamente nunca se ha probado ni se probará) que tales
asociaciones y periódicos, al resistirse con varonil firmeza a formar parte de
la malhadada unión católico-liberal que se les quiso canónicamente imponer
resistieron a su natural jefe religioso en algo que era de su jurisdicción. El
colosal talento de los descubridores e impugnadores del Laicismo podría bien
ocuparse en eso, que seria tarea digna de su laboriosidad, y que por cierto
habían de tardar en ver concluida. Mas ¿qué hacer? No les ha dado por ahí a
los antilaicistas, ni debe haber para ellos señalado en. su manualito de
Lógica aquel vicio llamado mutatio elenchi, que es el que de continuo les hace
cantar extra chorum." por no emplear otro modismo, si más gráfico, menos
limpio y oloroso, que tiene entre los suyos el enérgico idioma catalán.
Es por de pronto un Laicismo, singular este
que en España, y en Cataluña sobre todo anda al frente de todas las obras
católicas vulgarmente llamadas ultramontanas; que a la voz del Papa levanta
romerías; que para secundar al Papa cubre adhesiones con millares de firmas;
que para socorrer al Papa manda de continuo a Roma limosnas y más limosnas; que
está siempre al lado de sus Prelados en cuanto éstos ordenen para combatir a
la impiedad; que funda y paga y sostiene escuelas católicas contra las llamadas
laicas y protestantes; que forma, en una palabra, en la academia, en el templo,
en la prensa, el grupo más ardientemente batallador en defensa de los derechos
de la fe y de la Santa Sede. Es un Laicismo raro y fenomenal éste del cual son
amigos e inspiradores los sacerdotes más ejemplares, y focos las casas
religiosas más observantes; que ha recibido en pocos años él solo más
bendiciones expresas de Su Santidad que cualquier otro grupo en medio siglo de
fecha; que lleva sobre sí el certificado mas auténtico de ser cosa de Cristo
en la animadversión y rabia con que le miran y tratan todos los enemigos más
declarados del nombre cristiano. ¿No es verdad que es este un Laicismo que en
todo se parece al más puro Catolicismo?
Resumen: que no hay tal Laicismo ni cosa que
lo parezca. Hay sí, un puñado de católicos seglares que valen por un
ejército, y que incomodan de veras a la secta católico-liberal, que tiene por
eso muy legítima y justificada razón para odiarlos.
Y hay además:
1.° Que el católico seglar ha podido
siempre, y puede y debe con más justo motivo hoy día, dadas las presentes
circunstancias, tomar parte muy activa en la controversia religiosa, exponiendo
doctrinas, calificando libros y personas, desenmascarando fachas de sospechosa
catadura, tirando derecho a los blancos que de antemano le señala la Iglesia
Entre los cuales el blanco preferente debe ser en nuestros días el error
contemporáneo del Liberalismo, y su hijuela y cómplice y encubridor el
catolicismo liberal, contra los cuales cien veces ha dicho el Papa que era muy
recomendable guerreasen sin cesar todos los buenos católicos, aun los seglares.
2.º Que el fiel seglar ha podido en todos
tiempos, y puede hoy emprender, organizar, dirigir y llevar a cabo toda suerte
de obras católicas, con sujeción a los trámites que para eso prescribe el
Derecho canónico, y sin otra limitación que la que éste señala. De lo cual
nos dan ejemplo grandes Santos que, siendo simples seglares, han creado en la
Iglesia de Dios magníficas instituciones de todo género, y hasta verdaderas
Ordenes religiosas, como fue San Francisco de Asís, que, ¡pásmense los
antilaicistas!, nunca llegó a ser sacerdote' ni era subdiácono, sino un pobre
seglar, cuando puso los cimientos de la suya. Con mucha mayor razón se puede,
pues, fundar un periódico, una academia, un círculo, o un casino
propagandista, sin más que atenerse a las reglas generales que para esto
establece, no el criterio de un hombre, sea el que fuere, sino la sabia
legislación canónica, de quien son súbditos todos y a quien deben ser todos
obedientes, desde el Príncipe más alto de la Iglesia hasta el mas oscuro
seglar.
3.º Que tratándose de cuestiones libres no
hay rebeldía ni desobediencia en que quiera resolverlas cada periódico o
asociación o individuo según su criterio particular. Siendo muy de notar,
aunque nada extraño, que en eso tengamos los católicos que dar lecciones a los
liberales de cuáles sean los fueros de la verdadera libertad cristiana, y de
cuán distinta es la noble sumisión de la fe. del bajo y rastrero servilismo.
Las opiniones libres ni el confesor puede imponerlas a su confesado, aunque las
crea más provechosas o seguras, ni el Párroco a su feligrés, ni el Prelado a
sus diocesanos, y seria muy conveniente que sobre eso diesen nuestros ilustrados
contradictores un repaso al Bouix, o por lo menos al F. Larraga. Por lo mismo no
hay crimen, ni hay pecado, ni hay siquiera falta venial (y mucho menos herejía,
cisma o cualquiera otra majadería) en ciertas resistencias. Son resistencias
que la Iglesia autoriza y que por tanto nadie puede condenar. Eso sin prejuzgar
si tales resistencias son algunas veces no sólo lícitas, si que recomendables;
y no sólo recomendables, si que obligatorias en conciencia. Como seria, si de
buena o mala fe, con rectas o no rectas intenciones, se pretendiese llevar a un
súbdito a que suscribiese fórmulas o adoptase actitudes, o aceptase
connivencias abiertamente favorables al error, y deseadas y urdidas y aplaudidas
por los enemigos de Jesucristo. En tal caso el deber del buen católico es la
resistencia a todo trance, y antes morir que condescender.
He aquí lo que hay sobre la tan debatida cuestión del
Laicismo, que mirada a buena luz y con mediano conocimiento de la materia. ni
siquiera llega a ser cuestión. De ser cierta la teología que sobre eso han
sentado los padres graves del catolicismo liberal, poco le quedaría que hacer
al diablo para ser dueño del campo, porque en rigor, todo se lo daríamos ya
hecho con nuestras propias manos. Para hacer imposible en la práctica todo
movimiento católico seglar, no hay mejor recurso que exigirle tales condiciones
por las que resulte moralmente impracticable. En una palabra, lo hemos dicho ya:
Jansenismo puro es éste, al que por fortuna le ha caído ya el disfraz.
XL.- SI ES MÁS CONVENIENTE DEFENDER EN ABSTRACTO LAS
DOCTRINAS CATÓLICAS CONTRA EL LIBERALISMO, O DEFENDERLAS POR MEDIO DE UNA
AGRUPACIÓN O PARTIDO QUE LAS PERSONIFIQUE.
¿Es
más conveniente defender en abstracto las doctrinas católicas contra el
Liberalismo, o defenderlas formando un partido que las personifique?
Esta cuestión se ha propuesto mil veces,
aunque nunca seguramente con la franqueza con que nos atrevemos nosotros a
proponerla aquí. De la confusión de ideas que hay sobre esto, aun entre muchos
que son indudablemente verdaderos católicos, han nacido tantas proyectadas y
siempre fracasadas fórmulas de Unión fuera o con abstracción de la cuestión
política, fórmulas en algunos, sin duda bien intencionadas, aunque en otros
hayan sido máscara de astutas y pérfidas maniobras.
Volvernos, pues, a preguntar con toda
sinceridad y llaneza: ¿Conviene más defender las ideas antiliberales en
abstracto, o defenderlas en concreto, o sea personificadas en un partido franca
y resueltamente antiliberal?
Una buena parte de nuestros hermanos, los que
pretenden (aunque no lo consiguen) aparecer neutrales en política, dicen que
sí conviene. Nosotros sostenemos decididamente que no. Es decir, creemos que es
mejor, y que es lo único práctico y viable y eficaz, atacar al Liberalismo y
defender y oponerle las ideas antiliberales, no en abstracto, sino en concreto,
esto es, no solamente por media de la palabra hablada o escrita, sino por medio
de un partido de acción, perfectamente anti-liberal .
Vamos a probarlo.
¿De qué se trata aquí? Trátase de defender
ideas prácticas y de práctica aplicación a la vida pública y social, y a las
relaciones entre los modernos Estados y la Iglesia de Dios. Ahora bien;
tratándose de buscar, ante todo, resultados inmediatamente prácticos, son los
más conducentes a este fin los procedimientos mas prácticos. Y lo más
práctico aquí es, no la defensa simplemente abstracta y teórica de las
doctrinas, sino ayudar y favorecer a los que en el terreno práctico procuran
plantearlas, y combatir, desautorizar y aniquilar, si se pudiese, a los que en
el mismo terreno práctico se oponen a su realización.
Cansados estamos de idealismos místicos y
poéticos, que a nada conducen más que a una vaga admiración de la verdad, si
a tanto llegan. A la Iglesia, como a Dios, se la ha de servir spiritu et
veritatc, "en espíritu y en verdad"; cogitatione, verbo et opera,
"con pensamiento, palabra y obra". El problema actual, en que anda
revuelto el mundo, es brutalmente práctico con toda la propiedad del adverbio
subrayado. Mas que con razones, pues, se ha de resolver con obras, que obras son
amores y no buenas razones, dice el refrán. No es principalmente la cháchara
liberal lo que ha trastornado al mundo sino el trabajo eficaz y práctico de los
sectarios del Liberalismo. Con la mano más que con la lengua se ha destronado a
Dios y al Evangelio de su social soberanía de dieciocho siglos: con la mano
más que con la lengua se los ha de volver a colocar en su trono. las ideas,
hemos dicho ya más arriba, no se sostienen en el aíre, ni hacen camino por sí
solas, ni por sí solas producen en el mundo general conflagración. Son
pólvora que no se inflama si no hay quien, aplicando la mecha, la ponga en
combustión. Las herejías puramente teóricas y doctrinales han dada poco que
hacer a la Iglesia de Dios: más se ha servido al error el brazo que blande la
espada que la pluma que escribe falsos silogismos. Nada hubiera sido el
Arrianismo sin el apoyo de los emperadores arrianos; nada el Protestantismo sin
el favor de los príncipes alemanes deseosos de sacudir el yugo de Carlos V;
nada el Anglicanismo sin el de los Lores ingleses cebados por Enrique VIII con
los bienes de los Cabildos y monasterios. Urge, pues, oponer a la pluma, la
pluma; a la lengua, la lengua; pero principalmente al trabajo el trabajo; a la
acción, la acción; al partido, el partido; a la política, la política; a la
espada (en ocasiones dadas), la espada.
Así se han hecho siempre las cosas en el
mundo, y así se harán. hasta el fin de él. Prodigios no los suele obrar Dios
para la defensa de la fe, más que en los principios de ella. Arraigada ésta en
un pueblo, quiere que sea defendida humanamente y al modo humano la que en el
mundo y al modo humano ha descendido a vivir.
Lo que se llama, pues, un partido católico,
sea cualquiera el otro apellido que se le dé, es hay día una necesidad. Tanto
significa como haz de fuerzas católicas, núcleo de buenos católicos, unión
de trabajos católicos, para obrar en el terreno humano en favor de la Iglesia,
allí donde la Iglesia jerárquica no puede muchas veces descender. Que se
procure una política católica, una legalidad católica, un Gobierno católico,
por medios dignos y católicos, ¿quién lo puede reprobar? ¿No bendijo la
Iglesia en la Edad Media la espada de los cruzados, y en la Moderna la bayoneta
de los zuavos pontificios? ¿No les dio su pendón? ¿No fue ella la que les
prendió al pecho la divisa? Si San Bernardo no se contentó con escribir sobre
eso patéticas homilías, sino que recluto soldados y los lanzó a las costas de
Palestina, ¿qué inconveniente hay en que un partido católico se lance hay
día a la cruzada que permitan las circunstancias, la de los periódicos, la de
los círculos, la de los votos, la de la pública manifestación, mientras
aguarda la hora histórica en que disponga Dios enviar a favor de su pueblo
cautivo la espada de un nuevo Constantino o de un segundo Carlomagno?
Extraño será no le parezcan blasfemias estas verdades a la
secta liberal. Pues, por lo mismo, nos han de parecer a nosotros las máximas
más sólidas y las más oportunas hoy día.
XLI.- SI ES EXAGERACIÓN NO RECONOCER COMO PARTIDO
PERFECTAMENTE CATÓLICO MÁS QUE A UN PARTIDO QUE SEA RADICALMENTE ANTILIBERAL.
"Nos convence lo que acabáis de decir (exclamará alguno de
los nuestros, de los nuestros, sí, pero aprensivo y miedoso en demasía por
todo lo que suene a política y a partido); mas ¿cuál ha de ser este partido a
que se afilie el buen católico para defender, como decís, concreta y
prácticamente su fe contra la opresión del Liberalismo? El espíritu de
partido puede aquí alucinaros y hacer que, aun a pesar vuestro, os inflame mas
el deseo de favorecer por medio de la Religión una determinada causa política,
que no el de favorecer por medio de la política a la Religión".
Parécenos, amigo lector, que estampamos aquí
la dificultad en toda su fuerza y tal como se la oye proponer por multitud de
personas. Afortunadamente nos costará poquísimo desvanecerla, por más que en
ella se encuentren como atascados y atarugados muchos de nuestros hermanos.
Afirmamos, pues, sin temor de que nadie pueda
lógicamente contradecirnos, que, para combatir al Liberalismo, lo más
procedente y lógico es trabajar en mancomunidad de miras y esfuerzos con el
partido más radicalmente antiliberal.
-¡Hombre! ¡Eso es verdad de Pero Grullo!
-Pero es verdad. Y ¿quién tiene la culpa si
a ciertas gentes hay que presentarles las más sólidas verdades de la
filosofía en forma de vulgares perogrulladas? No, no es espíritu de partido,
sino espíritu de verdad, afirmar que no puede eficazmente oponerse al
Liberalismo más que un partido verdaderamente católico, y afirmar en seguida
que no es partido radicalmente católico más que un partido radicalmente
antiliberal.
Esto escuece naturalmente a ciertos paladares
estragados por salsas mestizas, pero es incontestable. El Catolicismo y el
Liberalismo son sistemas de doctrinas y de procedimientos esencialmente
opuestos, como creemos haber demostrado en estos nuestros artículos; forzoso se
hace, pues, reconocer, aunque cueste y amargue, que no se es íntegramente
católico sino en cuanto se es íntegramente antiliberal. Estas ideas dan una
ecuación rigurosamente matemática. los hombres y los partidos (salvo en ellos
error de buena fe) en tanto son católicos por sus doctrinas, en cuanto no
profesan idea alguna anticatólica, y es clarísimo que profesarán doctrina
anticatólica siempre y cuando conscientes profesen en todo o en parte alguna
doctrina liberal. Decir, pues: tal partido liberal o tal persona conscientemente
liberal no son católicos, es fórmula tan exacta corno decir: tal casa blanca
no es negra, o tal otra colorada no es azul. Es simplemente enunciar de un
sujeto lo que lógicamente resulta de aplicar el principio de contradicción:
Nequit idem simul esse et non esse: "No puede algo ser y juntamente dejar
de ser". Venga, pues, acá el más pintado liberal y diganos si hay en el
mundo teorema de matemáticas que concluya mejor que éste: No hay más partido
perfectamente católico que un partido que sea radicalmente antiliberal.
No es, pues, partido católico, repetimos, ni aceptable en
buena tesis para católicos, más que el que profese y sostenga y practique
ideas resueltamente antiliberales. Cualquier otro, por respetable que sea, por
conservador que se presente, por orden material que proporcione al país, por
beneficios y ventajas que accidentalmente ofrezca a la misma Religión, no es
partido católico desde el momento en que se presenta basado en principios
liberales, u organizado con espíritu liberal, o dirigido a fines liberales. Y
decimos así, refiriéndonos a lo que más arriba hemos indicado, esto es, que
hay liberales que del Liberalismo aceptan los principios tan sólo, sin querer
las aplicaciones; al paso que hay otros que aceptan las aplicaciones sin querer
admitir (por lo menos descaradamente) los principios. Repetimos, pues, que un
partido liberal no es católico, ya sea liberal en cuanto a sus principios, ya
no lo sea en cuanto a sus aplicaciones, como lo blanco no es negro, como lo
cuadrado no es circular, como el valle no es montaña, como la obscuridad no es
luz.
El periodismo revolucionario, que ha traído al mundo para confusión de él una
filosofía y una literatura cuyas especiales, ha inventado también Un modo de
discurrir especialmente suyo. Que es, no discurrir como antiguamente se solía,
sacando de principios consecuencias, sino discurrir como se usa en las plazuelas
y en los corros de comadres, moverse por impresión, vociferar a diestro y a
siniestro pomposas palabrotas (sesquipedalia verba), y aturdir y marear al
entendimiento propio y al ajeno con desatado turbión de prosa volcánica, en
vez de alumbrarle y dirigirle con la clara y serena lumbre de bien seguida
argumentación. Es seguro, por lo mismo, que se escandalizará de que neguemos
el dictado de católicos a tantos partidos representados en la vida publica por
hombres que, vela en mano, concurren a nuestras procesiones; y representados en
la prensa por tantos órganos que cantan endechas allá por Semana Santa al
Mártir del Gólgota (estilo progresista puro) o villancicos en NocheBuena al
Niño de Belén, y que se creen con esto sólo tan representantes de una
política católica, como pudieran el gran Cisneros o nuestra ínclita primera
Isabel. Y sin embargo... escandalícense o no, les diremos que tan católicos
son ellos, como fueron estos luteranos o francmasones. Cada cosa es lo que es, y
nada más. Todas las apariencias buenas no harán sea bueno lo que en su
esencial naturaleza es malo. Y hable en católico y hágalo todo en apariencia
como católico el liberal, liberal será y no católico Todo lo más será
liberal vergonzante, que de los católicos anda remedando idioma, traje, forma y
buen parecer.
XLII.- DASE DE PASO UNA EXPLICACIÓN MUY CLARA Y
SENCILLA DE UN LEMA POR MUCHOS MAL COMPRENDIDO, DE LA "REVISTA
POPULAR".
¿Cómo
dejáis, pues, dirá alguno, tan mal parado el lema para muchos dogmáticos, y
que tanto ha resonado por ahí: "Nada, ni un pensamiento, para la
política. -Todo, hasta el último aliento, para la Religión".
El tal lema, amigos míos, queda muy en su
lugar y caracteriza perfectamente, sin menoscabo de las doctrinas hasta aquí
expuestas, a la publicación de Propaganda popular que lo escribe cada semana al
frente de sus columnas.
Su explicación es obvia, y nace del mismo
carácter de la Propaganda popular, y del sentido meramente popular que en ella
tienen determinadas expresiones.
Vamos a verlo rápidamente.
Política y Religión, en su sentido más
elevado y metafísico, no son ideas opuestas ni aun separadas; al revés, la
primera se contiene en la segunda, como la parte se contiene en el todo, o como
la rama se contiene en el árbol, para valernos de más vulgar comparación. La
política, o sea el arte de gobernar a los pueblos, no es más, en su parte
moral (único de que aquí se trata), que la aplicación de los grandes
principios de la Religión al ordenamiento de la sociedad por los debidos medios
a su debido fin.
En
este concepto es Religión o parte de ella la política, como lo es el arte de
regir un monasterio o la ley que preside a la vida conyugal, o el deber mutuo de
los padres y de los hijos, y por lo mismo sería absurdo decir: "Nada
quiero con la política, porque todo lo quiero para la Religión", ya que
precisamente la política es una parte muy importante de la Religión, porque es
o debe ser sencillamente una aplicación en grande escala de los principios y de
las reglas que dicta para las cosas humanas la Religión, que en su inmensa
esfera las abarca todas.
Mas el pueblo no es metafísico; ni en los
escritos de Propaganda popular se da a las palabras la acepción rígida que se
les da en las escuelas.
Hablando en metafísico, no sería entendido
el propagandista en los círculos y corrillos donde busca su público especial.
Tiene, pues, necesidad de dar a ciertas palabras el sentido que les da el pueblo
llano, con quien se ha de entender.
¿Y qué entiende el pueblo de política?
Entiende el pueblo por político el Rey tal o cual o el Presidente de la
República, cuyo busto ven en las monedas y ven en el papal sellado; el
Ministerio de tal o cual matiz que cayó o que acaba de subir; los diputados que
andan a la greña formando la mayoría o la minoría; el gobernador civil y el
alcalde que le mangonean el tinglado de las elecciones, Ias contribuciones que
la hay que pagar; los soldados y empleados que hay que mantener, etc. Eso para
el pueblo es la política, y toda la política, y no hay para él esfera más
alto y trascendental.
Decir, pues, al pueblo: "No vamos a
hablarte de política", es decirle que por el periódico que se le ofrece
no sabrá si hay república o monarquía; si trae el cetro y la corona más o
menos democratizados este o aquel príncipe de vulgar estirpe o de dinastía
Real; si le manda o le cobra o le paga fulano o zutano en nombre del Ministerio
avanzado o del conservador; si le han nombrado a Pérez alcalde en lugar de
Fernández o si le han hecho estanquero al vecino de enfrente en vez del de la
esquina. Y con esto sabe el pueblo que el tal periódico en la segunda, como la
parte se contiene en el todo, o como la rama no le hablara de política (que
para el no hay otra que ésta) y sí solamente de religión.
Dijo, pues, bien, y sigue diciendo bien a
nuestro humilde juicio, la publicación que estampó por primera vez y sigue
estampando como programa suyo aquella divisa Nada, ni un pensamiento' etc. Y lo
entendieron así todos los que comprendieron el espíritu de la publicación
desde el primer momento; y no necesitamos para entenderlo de argucias y
cavilosidades. Y la misma publicación se encargó de declararlo, si mal no
recordamos, en su primer artículo, donde después de ratificarse en este lema
para exponerlo en igual sentido en que le hemos expuesto hoy, decía: "Nada
con las pasajeras divisiones que turban hay a los hijos de nuestra patria. Mande
Rey o mande Roque, entronícese, si quiere, la república unitaria o la federal,
en lo que no moleste a nuestros derechos católicos o no mortifique nuestras
creencias, se lo prometemos a fuer de honrados, no le haremos la oposición. Lo
inmutable (nótese bien), lo eterno, lo superior a las miserables intriguillas
de partido, eso defendemos y a eso tenemos consagrada toda nuestra
existencia." Y luego, para más clarearse y para dejar bien definido hasta
para los más tontos el verdadero sentido de su frase nada para la política,
continuaba así: "Líbrenos Dios, sin embargo, de intentar la más leve
censura contra los periódicos sanos, que defendiendo la misma sagrada causa que
nosotros, aspiran a la realización de un ideal político tal vez más favorable
a la suerte del atribulado Catolicismo en nuestra patria y en Europa. Sabe Dios
cuánto les amamos, y cuánto les admiramos, y cuánto les aplaudimos. Merecen
bien de la Religión y de las sanas costumbres; son los maestros de nuestra
inexperta juventud; a su sombra benéfica se ha formado una generación
católica decidida y brillantemente batalladora, que está compensando nuestras
aflicciones con abundantes con suelos . Son nuestros modelos, y aunque de muy
lejos, seguiremos su huella y el rastro de luz que van dejando en nuestra
historia contemporánea.
Así escribía la Revista Popular en 1.° de
enero del año 1871.
Tranquilícense, pues, los escrupulosos. Ni lo nuestro de hay
contradice a aquello, ni aquello debe modificarse en modo alguno para ponerse en
armonía con esto. Al unísono vibran ambas Propagandas. La que dice allí nada
para la política, y la que aconseja aquí la defensa práctica de la Religión
contra el Liberalismo en el terreno político y por media de un partido
político, no son más que dos voces hermanas; tan hermanas, que podrían
llamarse gemelas; tan gemelas, como nacidas de una solo alma y de un solo
corazón.
XLIII.- UNA OBSERVACIÓN MUY PRÁCTICA Y MUY DIGNA DE
TENERSE EN CUENTA SOBRE EL CARÁCTER APARENTEMENTE DISTINTO QUE OFRECE EL
LIBERALISMO EN DISTINTOS PAÍSES Y EN DIFERENTES PERIODOS HISTÓRICOS DE UN
MISMO PAÍS .
El
Liberalismo es, como hemos dicho, herejía práctica tanto como herejía
doctrinal, y aquel principal carácter suyo explica muchísimos de los
fenómenos que ofrece este maldito error, en su actual desarrollo en la sociedad
moderna. De los cuales el primero es la aparente variedad con que se presenta en
cada una de las naciones infestadas de él, lo que (a muchos de buena fe y a
otros con dañado intento) autoriza al parecer para esparcir la falsa idea de
que no hay uno solo, sino muchos Liberalismos. Toma en efecto el Liberalismo,
merced a aquel su carácter práctico, una cierta forma distinta en cada
región, y con ser uno su concepto intrínseco y esencial (que es la
emancipación social de la ley cristiana, o sea el naturalismo político), son
variadísimos los aspectos con que se ofrece al estudio del observador.
Compréndese la razón de esto perfectamente. Una proposición herética es la
misma, y lo mismo suena y lo mismo significa en Madrid que en Londres, en Roma
que en París o en San Petersburgo. Mas, una doctrina que más bien ha procurado
siempre traducirse en hechos y en instituciones que en tesis francamente
formuladas, por fuerza ha de tomar mucho del clima regional, del temperamento
fisiológico, de los antecedentes históricos, de los intereses de actualidad,
del estado de las ideas y de otras mil concomitancias y circunstancias. Por
fuerza ha de tomar, repetimos, de todo eso, distintos visos y exteriores
caracteres que le hagan aparecer múltiple, cuando en realidad es una y
simplicísima. Así, por ejemplo, a quien no hubiese estudiado más que al
Liberalismo francés, petulante, descarado, ebrio de volterianos rencores contra
todo lo que de lejos tuviese saber cristiano, había de hacérsele difícil a
principios de este siglo comprender al Liberalismo español, mojigato,
semimístico, arrullado y casi bautizado en su malhadada cuna de Cádiz con la
invocación de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Era muy
fácil, pues, al observador superficial ocurrirle al momento la idea de que el
Liberalismo manso español nada tenía que ver con el desatentado Y francamente
satánico que profesaban por aquella misma época nuestros vecinos. Y sin
embargo, ojos perspicaces veían ya entonces lo que ahora ha enseñado hasta a
los más topos la experiencia de medio siglo. Que el Liberalismo de cirio en
mano y cruz en rostro, el Liberalismo que en la primera época constitucional
tuvo por padres y por padrinos a sesudos magistrados, a graves sacerdotes y aun
a elevadas dignidades eclesiásticas; el Liberalismo que mandaba leer los
artículos de su Constitución en el púlpito de nuestras parroquias Y celebraba
con repiques de campanas y solemnes Te Deum las infernales victorias del
Masonismo sobre la Fe de la antigua España, era igualmente perverso y
satánico, en su concepto esencial, que el que colocaba sobre los altares de
París a la diosa Razón, y ordenaba por decreto oficial la abolición del culto
católico en toda la Francia. Era sencillamente que el Liberalismo se presentaba
en Francia, como descaradamente podía presentarse allí, dado el estado social
de la nación francesa; al propio tiempo que se introducía mañosamente y
prosperaba en España, como únicamente aquí podía crecer y prosperar, dado
nuestro estado social, es decir, disfrazado con máscara de católico, y
disculpado, o mejor protegido, y casi traído de la mano y casi autorizado con
sello oficial por muchos de los mismos católicos.
Este contraste no puede ya presentarse tan
extremado hoy día, tales y tan continuados han sido los desengaños a cuya
clarísima luz se ha estudiado la cuestión, y tal es la que principalmente han
derramado sobre ella las repetidas declaraciones de la Iglesia; sin embargo, no
es raro oír a muchos algo todavía de eso, creyendo o aparentando creer que se
puede ser liberal en alguna manera acá, y que no se puede ser liberal, por
ejemplo, en Francia o en Italia, donde el problema se presenta planteado en
distintos términos Achaque propio de quienes miran más a los accidentes del
asunto que a su verdadero fondo sustancial.
Todo esto convenía deslindar, y así hemos
procurado hacerlo en estos artículos, porque el diablo se parapeta y abroquela
tras esos distingos y confusiones, que es un primor. Esto, además, nos obliga a
señalar aquí algunos puntos de vista, desde los cuales se verá muy claro lo
que en ocasiones se ofrece muy turbio y dudoso a no pocos sobre el particular.
1.° El Liberalismo es uno, como es una la raza humana: a pesar de lo cual se
diversifica en las diferentes naciones y climas, como la raza humana ofrece
tipos diversificados en cada región geográfica. Y así como de Adán proceden
el negro y el blanco y el amarillo, y de una misma estirpe y raíz son el fogoso
francés, y el flemático alemán, y el positivista inglés, y el español y el
italiano soñadores e idealistas; así son de un mismo tronco y de igual madera
el liberal que en unos puntos ruge y blasfema como un demonio, y el que reza en
otros y se golpea el pecho como un anacoreta; el que escribe en El Amigo del
Pueblo las diatribas venenosas de Marat, como el que con formas urbanas y de
salón seculariza la sociedad, o defiende y abona a sus secularizadores como La
Epoca o El Imparcial.
2.º El Liberalismo, además de la forma especial que presenta en cada nación,
dada la idiosincrasia (esta palabra vale un Perú) de la misma, presenta formas
especiales según su grado mayor o menor de desarrollo en cada país. Es una
como tisis maligna que tiene diferentes períodos, que se señala en cada uno de
ellos con síntomas propios y especiales. Tal nación, como Francia, se halla en
el último grado de estas tisis, roídas ya hasta sus más interiores vísceras
por la putrefacción: tal otra, como España, tiene sana aún una buena parte,
una grandísima parte de su organismo. Conviene, pues, no juzgar enteramente
sano a un individuo sólo porque esté relativamente menos enfermo que su
vecino; Ni dejar de llamar peste e infección a lo que realmente lo es, aunque
no aparezca todavía con los asquerosos hedores de la descomposición y de la
grangrena. Tisis es ésta como aquélla, y gangrena será ésta al fin como
aquélla llegó a ser, si no se extirpa con oportunos cauterios. Ni se haga la
ilusión el pobre tísico de que está bueno, sólo porque no se anda ya
pudriendo en vida como otros más adelantados en su enfermedad, ni crea a falsos
doctores que le dicen no es de temer su mal, y que todo son exageraciones y
alarmas de pesimistas intransigentes.
3.° Diferente grado de enfermedad exige
diferente tratamiento y medicación. Esto es evidente per se, y no necesita nos
entretengamos en demostrarlo. Sin embargo, en la Propaganda católica da lugar
su olvido a frecuentes tropiezos. Sucede muy a menudo que reglas muy sabias y
muy discretas, señaladas por grandes escritores católicos en algún país
contra el Liberalismo, se invocan en otro como poderosos argumentos en favor del
propio Liberalismo, y contra la conducta que señalan en el último los más
autorizados propagandistas y defensores de la buena causa. Hace poco vimos
aducida, como condenatoria de la línea de conducta de los más firmes
católicos españoles, una cita del famoso cardenal Manning, lustre de la
Iglesia católica en Inglaterra, y que en nada sueña menos que en ser liberal o
amigo de liberales ingleses o españoles. ¿Qué hay aquí? Hay sencillamente lo
que acabamos de señalar. Distingue tempora, dice un apotegma jurídico, et
concordabis jura. En vez de esto dígase: Distingue loca, y aplícase al caso.
Vamos a un ejemplo: La prescripción facultativa dictada para un enfermo de
tisis en tercer grado, perjudicará tal vez si se aplica a un enfermo de tisis
en el primero; y la receta ordenada para éste producirá tal vez la muerte
instantánea de aquel. Así remedios muy oportunamente prescritos contra el
Liberalismo en una nación, serán contraproducentes aplicados al estado de
otra. Más claro y sin alegorías: soluciones que en Inglaterra aceptarán y
pedirán y bendecirán aquellos católicos como inmensa ventaja, deben ser
combatidas a todo trance en España como desastrosa calamidad; convenciones que
ha hecho la Sede Apostólica con ciertos Gobiernos. y que han sido para ella
verdaderas victorias, pueden ser aquí vergonzosas derrotas para la fe;
palabras, de consiguiente, con que en un punto ha combatido muy bien al
Liberalismo un gran periodista o un sabio Prelado, pueden ser en otro armas
espantosas con que el Liberalismo contrarreste los esfuerzos de los más
decididos campeones del Catolicismo. Y ahora nos ocurre una observación, que
tenemos todos aquí al ojo. Los más decididos fautores del Catolicismo liberal
en nuestra patria, ¿no habéis visto como casi siempre, hasta hace muy poco,
han ido recogiendo principalmente sus testimonios Y autoridades de la prensa y
del Episcopado belga o francés?
4.º Los antecedentes históricos y el estado social presente
de cada nación son los que principalmente deben determinar el carácter de la
,propaganda antiliberal en ella, como determinan en ella el carácter especial
del Liberalismo. Así la Propaganda antiliberal en España debe ser ante todo y
sobre todo española, no francesa, ni belga, ni alemana, ni italiana, ni
inglesa. En nuestras tradiciones propias, en nuestros hábitos propios, en
nuestros escritores propios, en nuestro genio nacional propio, ha de buscarse el
punto de partida para la restauración propia, y las armas para comprenderla o
acelerarla. El buen médico lo primero que procura es poner sus remedios en
armonía con el temperamento hereditario de su enfermo. Aquí, belicosos que
hemos sido siempre, es muy natural que sea alga belicosa siempre nuestra
actitud: aquí, amamantados en los recuerdos de una lucha popular de siete
siglos en defensa de la fe, no debe echársele jamás en rostro al pueblo
católico el enorme pecado de haberse levantado en armas alguna vez para
defender su Religión vilipendiada; aquí en España (país de eterna cruzada,
como ha dicho con acierto de noble envidia el ilustre P. Fáber), la espada del
que defiende en buena lid a su Dios y la pluma del que la predica con el libro,
han sido siempre hermanas, nunca enemigas: aquí, desde San Hermenegildo hasta
la guerra de la Independencia y más acá, la defensa armada de la fe católica
es un hecho poco menos que canonizado Y lo mismo decimos del estilo algo recio
empleado en las polémicas; lo mismo de la poca consideración otorgada al
adversario; lo mismo de la santa intransigencia, que no admite del error ni
siquiera las afinidades más remotas Al modo español; como nuestros padres y
abuelos; como nuestros Santos y Mártires; de esta suerte deseamos siga
defendiendo el pueblo la santa Religión, no como tal vez aconseja o exige el
estado menos viril de otras nacionalidades.
XLIV.- Y ¿QUÉ HAY SOBRE LA "TESIS" Y SOBRE
LA "HIPÓTESIS" EN LA CUESTIÓN DEL LIBERALISMO, DE QUE TANTO SE HA
HABLADO TAMBIÉN EN NUESTROS TIEMPOS?
Fuera
este el lugar más oportuno para aclarar algo lo de la tesis y de la hipótesis,
que tanto ha sonado en estos tiempos, y que es una cierta barbacana o trinchera
en que ha querido parapetarse últimamente el moribundo Catolicismo liberal.
Más este opúsculo va haciéndose ya largo en demasía, y así nos vemos
precisados a decir sobre esto pocos, muy pocos palabras.
¿Qué es la tesis? Es el deber sencillo y
absoluto en que está toda sociedad o Estado de vivir conforme a la ley de Dios
según la revelación de su Hijo Jesucristo, confiada al ministerio de su
Iglesia.
¿Qué es la hipótesis? Es el caso
hipotético de una nación o Estado donde, por razones de imposibilidad moral o
material, no puede plantearse francamente la tesis o el reinado exclusivo de
Dios, siendo preciso que entonces se contenten los católicos con lo que aquella
situación hipotética pueda dar de sí; teniéndose por muy dichosos si logran
siquiera evitar la persecución material o vivir en igualdad de condiciones con
los enemigos de su fe, u obtener sobre ellos la más insignificante suma de
privilegios civiles.
La tesis se refiere, pues, al carácter
absoluto de la verdad: la hipótesis se refiere a las condiciones más o menos
duras a que la verdad ha de sujetarse algunas veces en la práctica, de las
condiciones hipotéticas de cada nación.
Nuestra cuestión ahora es la siguiente:
¿Está España en condiciones hipotéticas que hagan aceptables como mal
necesario la dura opresión en que vive entre nosotros la verdad católica, y el
abominable derecho de ciudadanía que se concede al error? La tantas veces
intentada secularización del matrimonio y de los cementerios; la horrible
licencia de corrupción y de blasfemia concedida a la prensa; el racionalismo
científico impuesto a la juventud por medio de la enseñanza oficial; estas y
otras libertades de perdición que constituyen el cuerpo y alma del Liberalismo,
¿vienen de tal modo exigidos por nuestro estado social, que le sea imposible ya
de todo punto al gobernante prescindir de ellas? ¿El Liberalismo es aquí un
mal menor que tengamos que aguantar los católicos, como remedio para precaver
mayores males; o es, al revés, un gravísimo mal que no nos ha librado de
ninguno y que amenaza, en cambio, con traernos muy más pavoroso Y
desdichadísimo porvenir?
Recórranse una a una todas las reformas (de
Religión hablamos) que de sesenta años acá han ido transformando la
organización católica de nuestra patria en organización atea; ¿cuál de
estas reformas ha sido imperiosamente demandada por una verdadera necesidad
social? ¿Cuál de ellas no ha sido introducida violentamente como una cuña en
el corazón católico de nuestro pueblo, para que en él fuese penetrando poco a
poco, a fuerza de martillar sobre ella con decretos y más decretos la maza
feroz del Liberalismo? Creación oficial han sido aquí todas las llamadas
exigencias de la época; oficialmente se ha implantado aquí la Revolución;
oficialmente y con el presupuesto se la ha mantenido; acampada como un ejército
invasor vive sobre nuestro suelo y a costa de él su burocracia, que es la
única que explota sus beneficios. Aquí menos que en otra nación alguna ha
brotado espontáneamente el árbol revolucionario, aquí menos que en otro
pueblo alguno ha logrado siquiera echar raíces. Después de más de medio siglo
de imposiciones oficiales, todavía es aquí postizo todo lo liberal; un
pronunciamiento lo trajo, otro pronunciamiento lo podría barrer, sin que en
nada se alterase el fondo de nuestra nacionalidad.
No hay evolución alguna del Liberalismo que no la haya verificado, más que el
pueblo, una insurrección militar; las mismas elecciones que se pregonan como el
acto más sagrado e inviolable de los pueblos libres, no es un secreto para
nadie que nos las da siempre hechas a su imagen y semejanza el ministro de la
Gobernación. ¿Qué más? El mismo criterio liberal por excelencia, el de las
mayorías, si lealmente se escuchase su fallo, resolvería la cuestión en favor
de la organización católica del país y en contra de su organización liberal
o racionalista. En efecto. La última estadística de la población da el
siguiente cuadro de las sectas heterodoxas en nuestra patria.
Repárese que los datos no son sospechosos,
porque son de origen oficial. Hay en España, según el último censo:
Israelitas 402. Protestantes de varias sectas.
6.654 Librepensadores declarados 452 Indiferentes 358 Espiritistas 258
Racionalistas 236 Deístas 147 Ateos 104 Sectarios de la moral universal 19 de
la moral natural 16 de la conciencia 3 . de la especulativa 1. Positivistas 9
Materialistas3 Mahometanos 271 Budistas 208 Paganos (! ) 16 Creyentes de
Confucio 4 Sin profesión determinada . 7.982
Dígasenos ahora; para contentar a esos grupos
y grupitos de sectarios, a alguno de los cuales costaría gran trabajo definir y
precisar el símbolo de su estrafalaria secta, ¿está puesto en razón que se
sacrifique el modo de ser religioso y social de dieciocho millones de
españoles, que por ser católicos tienen derecho a vivir católicamente y a que
católicamente les trate el Estado, al que sirven con su sangre y con su dinero?
¿No hay aquí la más irritante opresión de la mayoría por una minoría audaz
y de todo punto indigna de influir tan decisivamente en los destinos de la
patria? ¿Qué razones de hipótesis se pueden, pues, invocar aquí para la
implantación del Liberalismo, o sea del ateísmo legal en nuestra sociedad?
Resumamos.
La tesis católica es el derecho que tiene Dios y el Evangelio a reinar
exclusivamente en la esfera social y el deber que tienen todos los órdenes de
la esfera social de estar sujetos a Dios y al Evangelio.
La tesis revolucionaria es el falso derecho
que pretende tener la sociedad a vivir por sí solo y sin sujeción alguna a
Dios, a su fe, y en completa emancipación de todo poder que no proceda de ella
misma.
Y la hipótesis, que entre estas dos tesis nos vienen predicando los católicos-liberales, no es más que una mutilación de aquellos absolutos derechos de Dios en aras de una falsa concordia entre El y su enemigo. Para lo cual ¡repárese cuán artera es la Revolución! se procura de todos modos dar a entender y persuadirse que se halla y a la nación española en condiciones tales, que no le permiten buscar para sus desgarros otro género de remiendo y compostura que esa especie de conciliación o transacción entre los pretendidos derechos del Estado rebelde y los verdaderos derechos de Dios, su único Rey y Señor. Y mientras se predica que España se halla ya en esta desdichada hipótesis, lo cual es falso y no pasa de un mal deseo, lo que se procura por todos medios es que pase esta hipótesis deseada a ser efectiva realidad, y que un día u otro llegue a ser verdaderamente imposible la tesis católica, y llegue a ser inevitable abismo, donde a una naufraguen nuestra nacionalidad y nuestra fe, la tesis francamente revolucionaria. ¡Gran responsabilidad alcanzará ante Dios y ante la patria a los que de palabra o de hecho, por directa comisión o por simple omisión, se hayan hecho cómplices de esta horrible celada, por la cual con falsas excuses del mal menor y de hipotéticas circunstancias, no se logra otra cosa que anular los esfuerzos de los que sostienen ser aún posible para España la íntegra soberanía social de Dios. y ayudar a los que pretenden llegue a ser un día absoluta en ella la soberanía social del demonio!.
EPILOGO Y CONCLUSIÓN.
Basta ya. No ha dictado la pasión de partido estas sencillas reflexiones,
ni las ha inspirado móvil alguno de humano rencor. Hacemos ante Dios esta
protesta, como la haríamos al morir, puestos ya en la antesala de su tremendo
tribunal.
Hemos procurado ser más lógicos que
elocuentes. Si bien se considera, se verá que hemos sacado nuestras
deducciones, aun las más duras, unas de otras, y todas de un sólido principio
común, no con la tortuosidad del sofisma, sino con el leal raciocinio en línea
recta, que ni a derecha ni a izquierda se tuerce por amor o por temor. Lo que se
nos ha enseñado cierto y seguro por la Iglesia en los libros de Teología
dogmática y moral, eso hemos sencillamente procurado trasladar a nuestros
lectores.
Lanzamos a los cuatro vientos estas humildes
hojas; llévelas donde quiera el soplo de Dios. Si algún bien pueden hacer,
háganlo por su cuenta, y sírvale eso de descargo de sus muchos pecados al bien
intencionado autor.
Una palabra más, y es la última y quizá la
más importante. Con argumentos y réplicas se obliga tal vez a enmudecer al
adversario, Y no es poco esto en algunas ocasiones. Pero con esto solo no se
alcanza muchas veces su conversión. Para esto suelen valer tanto o más las
fervorosas oraciones que los más bien hilados raciocinios. Más victorias ha
logrado para la Iglesia de Dios el gemido del corazón de sus hijos, que la
pluma de sus controversistas y la espada de sus capitanes. Sea. pues, aquélla
el arma principal de nuestros combates, sin descuidar las demás. Por el ruego
cayeron los muros de Jericó, más que al empuje de guerreras maquinas; ni
venciera Josué al feroz Amalech si no estuviera Moisés, alzadas sus manos, en
ardiente oración durante la batalla. Oren, pues, todos los buenos, y oren sin
descansar. Y sea de consiguiente el verdadero epilogo de estos artículos lo que
viene a resumir todo el objeto de ellos. Ecclesiae tuae, quaesumus Domine.
preces placatus admitte, ut, destructis adversitatibUs et erroribus uníversis,
secura Tibi serviat liberate.