Capítulo 4

El desierto

 

En el simbolismo de la Biblia, el desierto es una de las etapas en el camino que conduce hacia Dios. Todos aquellos que han sido llamados a la fe, tienen que pasar por esa etapa. Tuvo que recorrerlo Abraham, cuando abandonó el Harán caldeo para ir en busca de la Tierra Prometida. En el desierto comenzó la historia de Moisés, cuando Dios se le apareció en la zarza ardiente; y en el silencio del desierto, lo designó para cumplir la particular misión de liberar al pueblo elegido. También fue al desierto Elías, cuando salvó la vida dándose a la fuga; entonces, Dios le condujo a andar cuarenta días y cuarenta noches; hasta que al fin, se le reveló en el susurro de una brisa suave; para encomendarle, en lo más profundo del desierto, una misión especial.

Dios se le apareció a Elías, no a través del ruido, del huracán, del fuego o del terremoto; sino a través del silencio de la naturaleza y del corazón; no en un momento de excitación, sino cuando guardaba silencio, cuando se sentía liberado de sus temores y preocupaciones, y estaba a solas con Dios. Dios habla a través del profeta Oseas, sobre Israel como si se tratara de su prometida, a la que por amor lleva al desierto: « Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (Os 2,16). Dios lleva al hombre al desierto porque le ama, porque el desierto es un don de Dios. El desierto hace posible lo que pidió San Agustín: «Señor, haz que te conozca a Ti y que me conozca a mí».

 

El simbolismo del desierto

El desierto, como lugar geográfico, y también como símbolo de una-situación en la que se encuentra el hombre, no tiene por qué manifestar totalmente sus propiedades formas , e imagen desde el principio. El desierto geográfico se manifiesta de una manera paulatina. Cada vez hay más arena, cada vez hay menos árboles, cada vez hay más dunas. Al principio se encuentran con más frecuencia los oasis. Lo mismo sucede normalmente con el desierto humano.

El desierto puede manifestarse de una manera total; esto significa que puedas ser despojado de todo, esto equivale a una gran tormenta de tentaciones, y a una especial presencia de Dios misericordioso. Y también puede manifestarse de una manera parcial, a través de algunos de sus elementos.

El desierto como prueba a la que es sometida la fe, como llamado a vivir la fe, puede ser cualquier situación difícil. Puede tratarse de dificultades que dimanan de nuestras relaciones con otra persona, de una enfermedad, de una deprimente soledad que te abruma, o de cualquier otra situación difícil. Un desierto por excelencia, pueden ser los estados de ánimo difíciles, llenos de aridez; cuando te parece que Dios te ha abandonado, cuando no sientes su presencia y cada vez te es más difícil creer en ella.

El desierto puede serle «impuesto» por Dios a una persona, o a una comunidad humana; cuando es El mismo quien los introduce en esa situación. Pero el desierto también puede ser el resultado de nuestra libre elección. Puede ocurrir que tú mismo desees la situación del desierto, en la que buscarás el silencio, el despojamiento y la presencia del Señor.

En el desierto encontrarás al Adversario, pero sobre todo encontrarás a Dios. Podrás entrar a lo más profundo de ti y descubrir la verdad sobre ti mismo, pero también podrás descubrir lo más importante de todo: la verdad sobre Dios. Jesús, que antes de iniciar su vida pública se fue al desierto, parece decirte: «mira, no estás solo, yo estuve aquí antes que tú; yo estuve cuarenta días hambriento, y también lo pasé muy mal; nunca estás solo; trata de creer en mi amor».

El desierto puede ser un desierto de carácter social, y abarcar, por ejemplo, a todo el pueblo; pero puede ser también un desierto individual. Hay una cosa que es segura: Si entras en el desierto, cambiarás. Y otra cosa segura es que algún día tendrás que entrar en él. Algún día Dios, con sucesos internos o externos, te colocará en una situación difícil, probablemente extrema, en la que tendrás que elegir. Lo importante, entonces, es que tengas muy presente que te encuentras ante una gracia, ante la gracia del desierto. Si en estos momentos te encuentras en el desierto, debes estar agradecido a Dios. Dale las gracias por las dificultades, por tu enfermedad o por tu soledad; por no ser comprendido, por tener una pesadilla en el hogar o en el trabajo; o por sentirte incapaz para resolver tus problemas. Esas situaciones son elementos del desierto. Trata de ver que en todo ello, Dios está presente y te ama.

 

« Ojalá fueras frío o caliente »

El desierto es un lugar de pruebas, es un lugar en el que se radicalizan las actitudes. Para poner un ejemplo, veamos la historia de cuatro estudiantes, amigos íntimos que se fueron al desierto libio. La historia parece sacada de una película. Tienen la intención de recorrerlo en «jeep». Están por primera vez en el desierto y se pierden. El drama empieza cuando el «jeep» se avería. No saben qué hacer. Lo único que les queda es esperar a que llegue alguna ayuda. Pero el desierto, como es sabido, asusta porque es terrible; sobre todo cuando no hay perspectivas de salir de él. Durante el día hace un calor despiadado, y por la noche un frío intenso. Los víveres y el agua se van terminando rápidamente . La tensión aumenta. El resto de agua hay que repartirlo entre cuatro personas. Ya hay tan poca que los cuatro observan con gran tensión las manos del que la reparte. Y se produjo la desgracia... Las manos del que repartía el agua, seguramente por la tensión que provocaban aquellas miradas, temblaron derramando un poco. La tensión y el nerviosismo de los compañeros de excursión, se transformó en una agresión incontrolada. «¿Cómo pudiste hacer semejante cosa?, nos moriremos por tu culpa». Luego, todo se desarrolló como si se tratara de un alud. Se impusieron las pasiones. Se derramó el resto de agua, y los cuerpos de los amigos golpeándose empezaron a revolcarse en la arena. Cuando al fin recuperaron el sentido común, uno de ellos ya no se levantó, lo habían estrangulado... Fue algo terrible.

Lo que sucedió más tarde, prácticamente ya careció de importancia para ellos. Apareció un helicóptero que sacó de allí a los tres supervivientes y al cadáver del cuarto estudiante. Pero lo importante es que entre aquellas personas habían sucedido cosas terribles, y que ya jamás iban a volver a ser como eran antes. En el corazón del desierto libio, se produjo un crimen entre unos amigos, que antes estaban seguros de poder entregar su vida uno por el otro.

Estar en el desierto hace que se exteriorice lo que el hombre lleva muy, oculto; hace que salgan a flote las pasiones y el mal que el hombre lleva por dentro; los cuales afloran cabalmente en las situaciones difíciles. De ahí que el desierto muestre cómo es en verdad el hombre. En el desierto , el hombre se convence de su impotencia, y de lo que es capaz su pecaminosidad y su dureza de corazón. El hombre se enfrenta allí cara a cara, a la aterradora verdad de quién es él, sin el poder visible de Dios. La desnudez del desierto, pone al descubierto la miseria y desnudez del hombre, porque ahí se disipan las ilusiones y no se ofrece ningún escondite. El hombre, normalmente, vive de una manera muy superficial, como si todo existiera únicamente a flor de, piel. Pero las situaciones difíciles, las situaciones del desierto, son las que nos obligan a tomar decisiones, que ponen al descubierto nuestras más profundas capas de bien o de mal.

El don del desierto te permite superar la tibieza, porque el desierto obliga a hacer elecciones. AL elegir, te podrás convencer de lo que eres capaz, y entonces conocerás las dos realidades más importantes: la realidad del inconcebible amor y la infinita misericordia de Dios; y, por otra parte, la realidad del pecado y de la impotencia del hombre. Mientras seas un cristiano tibio, al que todo le sale bien, y que no tiene problemas de ninguna clase, estarás sumido en una situación que, vista a la luz de la fe, es dramática. Tú mismo te las arreglas, y Dios deja de serte necesario. Esta es una situación en la que, en la práctica, eres ateo.

En el Apocalipsis se encuentra la razón por la que Dios conduce a una persona, a una comunidad o a un pueblo, al desierto: « Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio y no frío ni caliente, voy a vomitarte de ¡ni boca» (Ap 3,15-16).

Para Dios la tibieza en el hombre es una situación inaceptable. Es algo repugnante que El no puede soportar en ti, y por eso, tarde o temprano, tiene que conducirte al desierto. Estar en el desierto radicaliza nuestras actitudes, hace que el hombre no pueda seguir siendo tibio, le exige volverse caliente o frío. Moisés, el gran santo de la Antigua Alianza, se santificó en el desierto, y él no fue el único. Pero otros, en cambio, se convirtieron en criminales, en delincuentes, en adoradores de ídolos falsos. A la luz de la fe, es mucho mejor que blasfemes a que seas tibio. Cuando blasfemas, al menos ves con nitidez tu propia maldad. Las blasfemias, de alguna manera, como en eco, volverán a ti, y entonces podrás ver cuán grande es el mal que llevas dentro, y te será más fácil convertirse. Los Padres de la Iglesia afirman que: Dios conduce al desierto para que el hombre pueda creer o blasfemar. La fe o la blasfemia, pero no la tibieza. Así sucedió en el desierto bíblico. Muchos maldijeron a Dios, mientras que otros se santificaron. EL don del desierto no permite mantener la actitud del ateísmo práctico.

Estar en el desierto, te permitirá comprender cuán absurdo es el que una persona juzgue a otra. Te ayudará a evitar que tú mismo emitas juicios sobre los demás. Porque ¿qué puedes saber sobre alguien que encuentras en tu camino, y en quien supongas que hay mucho mal? Debes considerar su situación. EL puede estar pasando por un periodo de pruebas; puede encontrarse esa la etapa del desierto. Hay, pues, que renunciar a nuestros juicios sobre los demás.

El desierto es un lugar privilegiado para Satanás; porque allí el hombre está, debilitado, y con más facilidad cae en las tentaciones. Satanás aprovecha ese situación, ya que el desierto aumenta la posibilidad de la rebeldía. El desierto por el que pasó el pueblo elegido, fue un lugar de muchas tentaciones y de rebelión. Ahí se produjeron situaciones dramáticas que los llevaron a un alejamiento de Dios, como ocurrió cuando dieron culto al becerro de oro.

El hombre cambia en el desierto, se hace distinto, porque ahí sus actitudes se radicalizan. Por eso el hombre se hace allí visiblemente mejor o peor. Pueda convertirse en un santo, pero también puede transformarse en un criminal.

 

El desierto, lugar de despojamiento

El simbolismo del desierto en la Biblia, se relaciona, por excelencia, con la llamada al pueblo elegido para que saliera de Egipto, y fuera a la Tierra Prometida. Desde la cuenca del Nilo hasta Palestina, hay una distancia de unos trescientos kilómetros. Esa distancia podía ser superada a pie en unas tres semanas pero el pueblo elegido necesitó cuarenta años. Dios, al llamar a su pueblo al desierto, quiso obligarlo a deshacerse de la seguridad de sí mismo, y a someterse a una vida de rigores. Quiso someterlo a ese proceso de despojamiento y de abandono a Dios, necesario en la vida de la fe. El desierto es, sobretodo, el símbolo del despojamiento. El hombre se enfrenta a un cielo ilimitado, a un mar de arena infinito y a sí mismo. En el desierto hay solamente elementos básicos e indispensables: el espacio, el cielo, la tierra, la arena, Dios y el hombre. Entrar en el desierto significa verse despojado de las cosas más elementales, conocer el hambre y la sed, tanto físicas como espirituales. El despojamiento, que genera hambre y sed, hace que entre esas sensaciones de carácter físico, y las que surgen en la esfera espiritual, existan vínculos. Esas dificultades hacen que se manifiesten abiertamente todos los rasgos que, por lo general, suelen estar escondidos en lo más profundo del hombre.

El desierto es el lugar y el momento de la liberación de los apegos, de los sistemas propios de seguridad. El hombre que peregrina por el desierto carece de todo, y por tanto su situación vital es muy insegura. Aquellos que pasan por el desierto, aprenden por experiencia a contentarse con lo que Dios les da, y a esperar todo de El. Experimentan la necesidad de apoyarse exclusivamente en Dios, porque Dios quiere serlo todo para aquél que peregrina por el desierto.

El pueblo elegido, peregrino en el desierto, recibió el maná del cielo, pero no podía acumularlo y hacer reservas. A diario tenía que creer que una vez más recibiría el maná. Tenía que creer que Dios siempre lo amparaba. El desierto es, pues, el lugar en que nace la fe, y ésta se profundiza en la medida en que nos sentimos desposeídos de nuestros apoyos normales. Tanto más penetra Dios en el hombre, cuanto más éste se despoja de todo, cuanto más desea responder a la llamada Divina y abrirse al amor que recibe.

Cuanto más permite el hombre ser despojado de su «yo» y de sus propios apoyos tanto más Dios puede descender hasta él y convertirse en su único apoyo. Cuando se hacen más profundos los lazos mutuos y misteriosos entre Dios y el hombre, El exige un mayor despojamiento, lo cual es una llamada urgente de entregarse cada vez más. El espera que aquél que le ama, esté dispuesto a superar sus posibilidades humanas, y acepte ser despojado de todo cuanto es y posee; para ir convirtiéndose

en signo de El, para que Dios en él, pueda transformarse en una Presencia viva en el mundo. San Ignacio de Loyola dijo: «Ofrécele a Dios toda tu voluntad y libertad, para que la majestad Divina pueda utilizarte a ti y todo cuanto posees, de acuerdo con su sagrada voluntad».

El desierto es un lugar en el que nace la fe de una manera cada vez más dinámica, una fe que transforma la vida del hombre. En el desierto Dios espera que el hombre tibio, el hombre de poca fe, se convierta en un creyente fervoroso y se entregue a El. Gracias al despojamiento que el pueblo de Dios sufrió en el desierto, se llegó a la concertación de la Alianza entre Dios e Israel; en la que Dios se convirtió en un Don para su pueblo, y el pueblo prometió a Dios la ofrenda de su fidelidad.

 

El desierto es una experiencia del amor de Dios

En el desierto el hombre es despojado de todo, y eso le permite conocerse de verdad, y simultáneamente conocer a Dios, conocer que Dios es Amor. Permite experimentar su particular presencia y poder, y sobre todo su misericordia. Porque Dios responde al pecado y a la debilidad del hombre, con amor y con una preocupación paternal. Al pueblo que se rebela y peca, le responde con el milagro del maná, y con el milagro del agua que tanto necesitaba. A pesar de la maldad del hombre, que se manifiesta con más nitidez en el desierto, Dios se encuentra ahí presente de una manera singular. El pueblo elegido fue conducido por El. Dios era visible y, al mismo tiempo, se mantenía oculto tras una nube, o detrás del fuego. La nube que indicaba la presencia de Dios, al mismo tiempo lo ocultaba; para los israelitas era luz y oscuridad a la vez; un símbolo de la proximidad e inaccesibilidad de Dios.

Dios condujo al desierto a una multitud desorganizada, pero los que lo cruzaron, salieron de él como un pueblo unido a Dios por medio de la Alianza. Era gente distinta. EL objetivo del desierto es la formación del hombre, el fortalecimiento de su fe, la eliminación de la mediocridad, la conformación de verdaderos discípulos de Cristo. EL pueblo elegido entró en la tierra prometida como una pequeña comunidad, pero ricamente experimentada por el desierto. Ellos experimentaron la actuación de Dios en medio del temor y como entre relámpagos, y conocieron

a la vez su propia debilidad y pecaminosidad Experimentaron con gran fuerza su propia miseria, y por ello también con tanta intensidad la misericordia de Dios.

En él desierto adquieres conciencia de que Dios jamás te abandona. Es verdad que en el desierto Dios se oculta, pero en realidad es cuando está más cerca de ti. Nunca está tan cerca como entonces. Solamente está en espera de tu fe, en espera de que confiado le abras tus brazos

El pueblo elegido descubrió el verdadero secreto de Dios en su propia debilidad. Si experimentas tu propia debilidad, es que estás siendo llamado por Dios a entregarte a su misericordia. El desierto es para que te vuelvas hacia El, porque El es Misericordia.

La experiencia del desierto te ayudará a descubrir la necesidad de Dios, y a conocer tu total dependencia de El. Durante este periodo, cuando puedes vivir momentos muy difíciles de desánimo, tentaciones y oscuridad, puedes conocer mejor tu propia incapacidad e impotencia. Cuando descubras la verdad sobre ti mismo, y ruegues a Dios que te perdone, encontrarás, al igual que el hijo pródigo, esa gran ternura del Padre, esa gran alegría por tu regreso. Podrás mirarle a sus ojos llenos de amor. Dios, al perdonarte, al mismo tiempo edificará la humildad en ti.

El desierto no es un lugar para quedarse, solamente es un camino, es la senda que conduce hacia el conocimiento del amor misericordioso de Dios. Todos los que buscan a Dios tienen que pasar por el desierto, porque las experiencias del desierto tienen una estrecha relación con la profundización de la fe, con la profundización de la fe en su misericordia.

El desierto es un tiempo en el que el hombre es formado de acuerdo con la norma quo dice: «solamente lo que es difícil, lo que ofrece resistencia, forja al hombre». El amor a Dios, que entonces surge en ti, deberá de transformarse, en definitiva, en comunión con el Señor. «Amar -dice San Juan de la Cruz- es trabajar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo acre no es Dios» ( Subida del Monte Carmelo II, 5,7). El desierto por consiguiente, no sólo es un lugar en el que crece nuestra fe, sino también se convierte en la patria donde nace la contemplación.

En el desierto de tu vida siempre encontrarás a María. Ella estará junto a ti, ella te mirará con su preocupación maternal. Ella, la mediadora de las gracias, la mediadora de la misericordia, intercederá por ti. Esperará emocionada a que digas, imitando su ejemplo, tu propio «fíat»; a que digas tu propio « si» , a que veas en las experiencias vividas a Dios. El pueblo elegido no tenía a María. Tú la tienes y por eso jamás estarás solo. Ella, que vivió tantos momentos difíciles siempre irá delante de ti. Será para ti una luz, te mostrará el camino hacia su Hijo. Entonces tu oscuridad desértica estará iluminada por su presencia.