Capítulo 2

La «virtud» del humor al servicio de la fe


Dios es infinitamente misericordioso. A David le perdonó su adulterio y asesinato; perdonó al jefe de los publicanos, que era un traidor y un codicioso; y perdonó al ladrón en la cruz. Pero hay algo que impide a Dios derramar su misericordia y que no puede soportar en ti: tu seriedad absoluta e inalterable, el hecho de que te sientas «alguien muy importante». En esos momentos Dios parece sentirse impotente. Tu sentimiento de importancia es para El algo ridículo y absurdo. «El que se sienta en los cielos se sonríe» (Sal 2, 4). Cuando te observas a la luz de la fe, verás que
todas tus pretensiones de ser absolutamente serio, y de conseguir reconocimiento a tu importancia, son realmente ridículas.

A ese sentimiento de la propia importancia, se opone, en gran medida, la «virtud» del humor. Y resulta ser muy necesaria para que crezca en nosotros la fe, como una visión del mundo a la luz adecuada, y con las correspondientes proporciones. El buen humor es una visión del mundo a través del lente de lo absurdo. Tenemos como patrón del humor, a Santo Tomás Moro. Tenemos también, sobre ese tema, una amplia literatura que nos legaron autores como G.K. Chesterton, C.S. Lewis, B. Marshall, F. Sheed y otros; quienes nos hablan del valor religioso de lo cómico; sobre el humor como un recurso religioso, que está al servicio de la fe; sobre la «teología del humor».

 

El jansenismo como un peligro para la fe

En el siglo XVIII apareció el jansenismo como una herejía muy peligrosa para la fe. El pecado original -enseñaba el teólogo Cornelio Jansen - hizo que la naturaleza humana se corrompiera totalmente, y quedará a merced de la concupiscencia. Dios por eso concede su gracia únicamente a los elegidos, mientras que destina a los demás a la condenación eterna. Esta visión pesimista de la naturaleza humana, se basaba en la afirmación de que Cristo no murió por todos los seres humanos, sin excepción, sino únicamente por algunos escogidos.

E1 jansenismo imponía condiciones prácticamente insalvables, por ejemplo, en lo que concernía al Sacramento de la Eucaristía. Para poderlo recibir, hacía falta una disposición que el cristiano corriente no tenía. Se exigía una pureza total en cuanto a los pecados, incluso a los veniales, y un amor totalmente inmaculado hacia Dios. La Santa Comunión se convertía en un pago por la virtud, y no en alimento que fortalece la fe y el amor. En las iglesias dominadas por el jansenismo reinaron la tristeza, el terror, el espanto. E1 hombre empezó a tenerle miedo a Dios. Sólo muy de vez en cuando, se atrevía a participar en la Eucaristía.

La abadía de los cistercienses en Port Royal, se convirtió en el centro del jansenismo. Loa ánimos que reinaban ahí, se pueden deducir del «Rosario para el Santísimo Sacramento», preparado por una de las hermanas de la abadía. En él se subraya, ante todo, lo que separa a Dios del hombre. Dios era presentado, no como un Padre misericordioso y amante, sino como Amo absoluto, inaccesible, severo y despiadado. Conforme a las ideas de los jansenistas, el cristiano era un pecador en penitencia, y por consiguiente, no podía permitirse sentir alegría. En su vida debía imperar la tristeza, motivada por el recuerdo de los pecados cometidos. La superiora de la pensión femenina del Port Royal, hermana Blaise Pascal, en el reglamento que elaboró prohibió a sus discípulas reír. Incluso las sonrisas estaban muy mal vistas.

El jansenismo fue condenado en varias ocasiones por la Santa Sede. No obstante hasta Santa Teresa de Lisieux sufrió sus efectos, tanto, que tuvo que dirigir una solicitud especial a su superiora, para poder recibir con frecuencia la Santa Comunión. Una de las consecuencias del jansenismo, hoy, es que haya tantos cristianos que sienten miedo ante Dios, y ven en El solamente a un Juez que hace justicia. La fe cristiana, sin embargo, se expresa más plenamente en la alegría por haber descubierto el amor personal de Dios, sobre el cual, uno puede apoyarse y abandonarse. La fe vivida de esta manera, elimina la actitud del fatalismo dramático, también delante del propio mal, al cual, nuestro arrepentimiento puede transformar en «feliz culpa». La alegría cristiana que fluye de la fe, es una especie de radiación del amor de Dios. Esta fe te hace sonreírle a Dios, y gozar alegremente por su amor. Hace también que tú mismo te veas con cierta ironía, que no te trates con demasiada seriedad y que uses el prisma del sentido del humor. La «Virtud» del humor, te permitirá combatir el veneno de la tristeza, que Satanás trata de vertir en tu alma, al eliminar la preocupación que podías tener por tí mismo, haciendo que puedas vivir la alegría que fluye de la fe.

El humor como exorcismo

La «virtud» del humor, la capacidad de ver el mundo a través del prisma del absurdo, es un recurso que, en el contexto de la religión, puede tener el valor de un exorcismo.

Cuando te veas envuelto en una ola de tentaciones, en una ola de ideas fijas, que están en condiciones de martirizarse, no trates de luchar con el diablo, porque él es más fuerte que tú, pero trata de ridiculizarlo, trata de menospreciarlo. Haz uso de ese exorcismo, el sentido religioso del humor. Cuando te burlas de Satanás, rechazas sus ataques de la manera más eficaz. La burla es lo que más duramente golpea a Satanás, porque él es de una seriedad mortal, y le tiene un gran miedo a las burlas. Se verá obligado a dejarte en paz.

El sentido cristiano del humor, te ayudará también en tus luchas con otro adversario, tu propio «yo». Ese es otro ídolo de una seriedad mortal, intocable y absoluto. No se le puede tocar, y, menos aún, hacerle burlas; no se le puede criticar ni ofender. El sentido del humor, en la lucha con el «yo„, es un instrumento de valor religioso, es algo que ayuda en los actos de fe. Te ayuda a que adviertas tu propio «yo» bajo la luz adecuada. Si en realidad soy nada. ¿por qué trato de hacer de mí el centro del mundo?, ¿por qué considero que mis asuntos son los más importantes?, ¿por qué vivo con tanto dolor mis derrotas y fracasos?, ¿por qué soy tan mortalmente serio ? Bastaría con enfocarlo todo con un mínimo de indulgencia y buen humor, para cerciorarme de que todo lo que me parece tan preocupante, todo lo que temo y me aflige, es absolutamente ridículo; en comparación con la única realidad que de verdad es importante: Dios.

El sentido cristiano del humor, es el acto religioso que derriba de su trono al ídolo de tu «yo». Cuando veas la comicidad de la situación en la que «yo» está sentado en Su trono, al menos por un tiempo, ésa situación quedará ridiculizada, y será menos peligrosa para ti. Quedará desenmascarada tu vanidad, tu soberbia; se verá ridiculizado y desenmascarado, lo que antes para ti pretendía ser

Entonces se verá grandioso o te producía temor. Por esas razones, el sentido religioso del humor, tiene también una gran importancia en la conservación del equilibrio mental del hombre.

 

Las cenizas y el polvo

El humor es un remedio de valor religioso, gracias al cual estás en condiciones de decir: fíjate que absurdo eres, te preocupan las tonterías, te sientes abrumado y destruyes tu salud; mientras que toda eso es como las cenizas, como la basura, y por tanto carece de valor. Trata de ver tu vida con los ojos de la fe, trata de burlarte de ti mismo. Puede ser algo difícil, porque la «virtud» del sentido del humor exige, a veces, actos de heroísmo, pero te permitirá colocar en sus verdaderas proporciones esas dos realidades: la de Dios y la tuya. Por consiguiente, te depurará del egoísmo y fortalecerá tu fe. Verás con gran nitidez, que en tu vida es incuestionable que sólo Dios es importante.

No te hagas, por consiguiente, el centro del mundo, Fíjate que no eres más que un granito de arena, eres "nada", como decía de sí misma Santa Teresa; y por tanto que no merecía ser objeto de preocupación, atención e inquietud. El sentido del humor cristiano, te hará un hombre libre de ti mismo. Te permitirá revisar, a la luz de la fe, todos los valores, y conocer que todo lo que sucede a tu alrededor es sencillamente ridículo, todo con la excepción de Dios. Te permitirá desenmascarar los valores aparentes. Tu trabajo, tus planes, tus dificultades, la política y todo lo que sucede en tu medio, todo eso, en comparación con el valor supremo que es Dios, no es nada más que cenizas y polvo.

En ese espíritu iniciamos la Cuaresma con la liturgia del miércoles de Ceniza. El sacerdote te echa ceniza sobre la cabeza, y te dice: «eres polvo y en polvo te convertirás»; polvo, es decir, algo ridículamente insignificante. Tú eres ceniza, y también lo es todo lo que consideras importante, todo lo que te importa , y todo a lo que temes. Gracias a la «Virtud»- del sentido del humor, te abrirás más a Dios, habrá en ti más espacio para El, porque sabrás ver todas las demás cosas en las proporciones debidas: como cenizas, como polvo. Sabrás valorarlo todo a través del lente de lo absurdo.

En ese plano podemos apreciar, por ejemplo, la conversión de San Francisco de Asís. El dejó todo en manos de su padre, para ir tras la voz de Dios, y entonces se sintió libre, y el mundo entero pareció ponerse de "cabeza". El mundo de Francisco era el poblado de Asís, un burgo feudal rodeado de un foso y de una muralla con torreones. La población de Asís estaba organizada de manera compleja, con varios grupos sociales sometidos unos a otros. Los principales, al igual que los nobles, los burgueses y los campesinos de los alrededores, eran personas muy serias. De pronto aquel mundo se puso de "cabeza", y apareció, ante los ojos de Francisco, como algo totalmente ridículo.

Bastó un solo gesto, para que aquel importante mundo de Asís, integrado por los serios, es decir los patricios, los señores feudales y la nobleza; se hundiera y se derrumbara. Todo lo que percibió Francisco, a través del lente de lo absurdo, se presentó como algo ridículo; como cenizas y polvo. Delante de Dios la fuerza de los hombres resultaron insignificantes y ridículas. Francisco entendió que había esta única realidad importante y seria, para la que merecía la pena vivir: Dios y Su voluntad. De la voluntad de Dios, nadie se puede burlar jamás. Hay que amarla, y con la confianza del niño, sujetarse a ella como lo único importante. En la base de la mayoría de los pecados está ese inalterable sentido de la importancia y de la seriedad absoluta. Pecas porque eres importante. El rechazo de esa importancia por medio del sentido del humor cristiano, escribe W. Kasper, nos hace capaces de una «existencia serena y realmente humana».

E1 sentido del humor pone de relieve, cuán ridículas son nuestras pretensiones de ser importantes. La falta de ese sentido y la irritación, que con frecuencia le acompañan, son uno de los reproches más serios que se hacen a los cristianos contemporáneos.

Los fariseos, eran gente con un mortal sentido de su importancia. Estaban tan seguros de su seriedad e importancia, y tan apegados a su propia visión del mundo y de Dios, que reaccionaban de manera agresiva ante las críticas. El fariseísmo es lo opuesto a la sencillez, ésta se caracteriza por la libertad, que fluye del vivir y verse a sí mismo en su propia realidad. El fariseísmo, es también la negación de la actitud del niño del Evangelio quien reconoce la debilidad propia. Este reconocimiento nos permite estar libres de sentirnos importantes. Hay que tener presente, que el pecado contra el Espíritu Santo, consiste, entre otras cosas, en que el hombre no quiere reconocer la verdad sobre sí mismo, no quiere reconocer sus debilidades.

El sentido del humor sobrenatural, que nos permite advertir la realidad humana y la Divina en sus proporciones correctas, nos hace posible también adquirir una mayor distancia y desapego de todo, y una mayor libertad.

Nuestro distanciamiento, en relación con los sucesos y con nosotros mismos, adquirido gracias al sentido del humor, nos permite vivir más el Evangelio. Nos permite reordenar los valores, de manera que nuestros propios asuntos y nuestra vida, dejan de ser lo más importante. Nos permite evitar las prisas, las preocupaciones excesivas y la absorción por el trabajo; para escuchar la llamada de Cristo, según la cual solamente una cosa necesita (cf. Lc. 10,42). Gracias a la «virtud» del humor, las derrotas y los fracasos no se convierten en catástrofes. La fe apoyada, por el sentido del humor, te puede conducir a las cumbres del desapego y de la libertad evangélica, como se manifiesta en la sentencia de San Pablo, de que hay que vivir en el mundo como si no se viviera. «Los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen . Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen» (la. Co 7, 29-31).

Santa Teresa del Niño Jesús decía de sí, que era una «nada ínfima». Así se manifestaba su actitud del niño, su actitud, que nada tenía de la mortal seriedad, base de muchos de nuestros pecados. Sabemos que muchos de los pecados que cometemos contra nuestros semejantes, provienen de que, por cualquier cosa, nos sentimos ofendidos y lastimados; porque somos muy sensibles, y con frecuencia susceptibles. A todos los susceptibles e hipersensibles, les es imprescindible el sentido del humor que les libera de sí mismos. Para el hombre hipersensible, en todo cuanto concierne a su propia persona, incluso el detalle más insignificante, se convierte en un drama de enormes dimensiones. Si supiéramos reaccionar ante todos esos conflictos, desavenencias y malentendidos, con humor; si dejáramos que se rieran un poco de nosotros; cuánto aumentaría nuestra humildad, nuestra fe y nuestro amor. A la luz de la fe, hay solamente una realidad de la que no es lícito burlarse: DIOS.

Trata de verte a ti mismo, y a todo cuanto te rodea de una manera menos seria y más a la luz de la fe. Verás entonces cómo, lo que tanto te importa, carece de significación y merece más de la burla. Trata de sonreír y reírte de ti mismo. Trata de imitar a Dios, quien tiene que poseer un extraordinario sentido del humor. Basta pensar que te eligió a ti, como, su colaborador en la obra que realiza.¿ No es esto, una expresión evidente de su gran sentido del humor?

 

El Patrón del humor

Entre los santos, la «virtud» del humor alcanzó tal grado de heroísmo, que relucía, incluso, en momentos de gran sufrimiento o de la muerte. Tomás Moro, santo varón, pero finalmente hombre, vivió los mismos temores que nosotros sentimos, y que nacen en la esfera psico-física, temores de los que nadie está libre, ni nuestro Salvador. Este santo seguramente temía el descuartizamiento y las torturas que le anunciaron; aunque luego le cambiaron esas penas por la decapitación.

Antes de subir al cadalso, se le acercó su hijo que, llorando, le pidió la bendición. El momento era muy serio y dramático. Hacía falta el elemento religioso del humor. Tomás Moro le dijo entonces al oficial que dirigía la ejecución, y que también tenía una actitud sumamente seria: «¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo». Era una actitud llena de humor ante su muerte.

El rey Enrique VIII le prohibió hablar, porque sabía de lo que era capaz de provocar en la gente, una persona que conservaba el sentido del humor, aún ante una muerte inminente. El sabía lo poderoso que era Tomás. El hombre que tiene un auténtico sentido del humor religioso, es temido, incluso por el diablo, y no hablemos ya de Enrique VIII. No se le permitió, pues, dar un discurso, y el condenado solamente pudo decirle al verdugo, al oficial de la ejecución: «Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel, es decir ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto, no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte». Estas fueron las últimas palabras de Tomás Moro. Supo burlarse de sí mismo, y colocar sus asuntos, su propia muerte, bajo el lente de lo absurdo. Y es que ante Dios, única realidad para la que merece la pena vivir, nuestra muerte tampoco es importante. Hay que tener el alma de un niño, y tomar con fuerza la mano del Padre, para poder hacer bromas ante la propia muerte. Lo hizo un hombre que, con frecuencia, para tener un sentido cristiano del humor, rezaba:

«Señor, ten a bien darme un alma que desconozca el aburrimiento, que desconozca las murmuraciones, los suspiros y las lamentaciones; y no permitas que me preocupe demasiado en torno de ese algo que impera, y que se llama `yo'...

Obséquiame con el sentido del humor. Concédeme la gracia de entender las bromas, para que pueda conocer algo de felicidad, y sea capaz de donársela a otros.

Amén».