Primera Parte

La Virtud de la Fe

¿Qué es la fe?. La virtud teologal de la fe se caracteriza por una singular complejidad. En las reflexiones aquí presentadas, no se trata de definir la fe desde el punto de vista de la teología dogmática, sino de dar la concepción de la fe según la teología de la vida interior. La fe del Nuevo Testamento es la respuesta del hombre a la revelación de Dios en Jesucristo. Esa fe es la participación en la vida de Dios, es la experiencia de la vida de Dios en nosotros, que permite vernos a nosotros mismos, y a la realidad que nos rodea, como si lo hiciéramos con los ojos del Señor. Es adherirse a la persona de Cristo, de nuestro Maestro, Señor y Amigo; es apoyarse en Cristo, en esa Roca infalible de nuestra salvación, y abandonarse a su infinito poder y a su amor ilimitado. Ante la impotencia humana, la fe se convierte en una búsqueda incesante de la inagotable misericordia de Dios, y en una actitud de espera de que todo nos llegue de El.

Capítulo 1

La fe como participación en la vida de Dios
 

Santo Tomás de Aquino dice que la fe nos aproxima al conocer de Dios. Al participar en la vida de Dios, empezamos a apreciarlo y a verlo todo como si lo hiciéramos con sus ojos (omnia quasi oculo Dei intuemur).

La participación mediante la fe en la vida de Dios, hace que nos convirtamos en un hombre nuevo, que entendamos de una nueva manera la realidad , que tengamos una nueva visión, tanto de Dios como de la realidad temporal que nos rodea. En esta realidad temporal empezamos a advertir la actuación de la Primera Causa, de Dios. Advertimos su presencia y su actuación, tanto en nosotros como en el mundo de la naturaleza y de la historia. Advertimos que El es el autor, el creador de todo, y que lo que conocemos solamente de una manera humana y profana, no es la totalidad de la realidad, sino que apenas es la visión de su aspecto externo, la captación de las causas secundarias,, de las cuales se sirve Dios.

La fe es una virtud que hace posible el contacto con Dios, y está en las bases de la vida sobrenatural. Puesto que es el fundamento de toda actividad sobrenatural, todo se realiza gracias a ella.

La actividad de la vida sobrenatural está determinada por los aspectos positivos y las deficiencias de nuestra fe. Las dificultades de la vida sobrenatural siempre están relacionadas con la debilidad de la fe. La fe es la virtud fundamental, porque nos ofrece la posibilidad de participar en la vida de Dios. La fe es la participación en el pensamiento de Dios, es como una especie de razón sobrenatural asentada sobre las aptitudes naturales del alma.

La fe nos capacita para pensar como Dios, para pensar así, tanto sobre nosotros mismos, como sobre todo lo demás con lo que tenemos contacto. De ahí que tener fe signifique armonizar nuestro pensamiento con el de E1; indentificarnos con su pensamiento

La diferencia que existe entre el conocimiento natural y el conocimiento realizado a través de la fe, no es una diferencia concerniente al grado de ese conocimiento, sino a su naturaleza. La fe aporta la fusión con el pensamiento de Dios, aporta la unión interna y la participación interna en la luz en la que el propio Dios se conoce a sí mismo. En ese sentido conduce a la contemplación, y es una introducción al conocimiento futuro de Dios en la eternidad.

Puesto que entramos a través de la fe en la vida de Dios, en la vida de Jesucristo, sólo El puede generar en nosotros su propia vida. El fin de nuestra fe es pensar como Jesucristo; permirle a El, quien vive en nosotros a través de la fe, que nos utilice, que piense desde nuestro interior; y que viva en él.

Gracias a la fe, puede producirse una transformación total de nuestra forma de ver, pensar, sentir y vivir. La fe cambia nuestra mentalidad, nos obliga a colocar siempre a Dios en un primer plano; a preocuparnos porque toda nuestra vida esté orientada hacia El, y a interpretar el mundo a la luz Divina. Entonces todos nuestros juicios, valoraciones, deseos y expectativas, se iluminan con esa luz.

De esa manera se realiza la comunión de la fe, la cual alcanzará su plenitud en el amor:

El mundo creado que nos rodea es como una voz que nos habla. Si nuestra fe es débil esa voz provoca en nosotros la distracción, nos separa de Dios, y nos centra en nosotros mismos. Con el aumento de la fe, se produce el proceso opuesto; el mundo externo empieza a hablarnos de Dios, nos concentra en Dios y nos impulsa hacia El. Se convierte en un signo de su presencia, nos ayuda a entablar contacto con E1, y se transforma en un lugar de encuentro con E1. La fe te hace capaz de superar las apariencias, de distinguir la Causa Primera de las segundas,

y de advertir que lo que sucede alrededor, no se produce por obra del hombre. La fe te posibilita descubrir las huellas de Dios en la creatura. Te da la posibilidad de advertir en los fenómenos y en los acontecimientos, la expresión de la voluntad de Dios, del paso de Dios por tu vida, y por la vida del mundo.

 

El conocimiento de la Presencia que ama.

Cada momento de nuestra vida es un instante impregnado de la Presencia que ama y obsequia. Vivir con fe significa saber advertir esa presencia que incesantemente nos ama y obsequia. Gracia a la fe, Cristo se convierte gradualmente en luz que ilumina toda la vida del hombre. E1 se convierte en una Presencia viva y activa en la vida de sus discípulos. Cada momento de la vida nos trae su presencia. El tiempo es la Presencia escrita con mayúscula. Es la presencia de Cristo en tu vida, es la presencia personal de Dios, quien se revela como un ser que espera algo de nosotros. Dios se nos manifiesta a través de su voluntad. ¿Y cuál es su voluntad? Siempre equivale a nuestro bien, porque Dios es amor. Cada momento de tu vida es un momento de encuentro con esta Presencia que te ama. Alguien dijo que el tiempo es el sacramento del encuentro del hombre con Dios. En ese sentido todo momento es un talento evangélico, porque es la Presencia que exhorta a algo. Dios vincula la gracia con cada momento, sea un momento fácil o difícil. San Pablo dice que nosotros vivimos en Dios, y en El nos movemos y existimos. De El, pues, recibimos el don de la existencia, pero también el don de la respiración, de la alimentación, de la amistad; el don de cada momento de la vida.

Santa Teresa del Niño Jesús afirma que todo es gracia, es decir, cualquier cosa que suceda en tu vida, todo está relacionado con la gracia. Dios llega a ti en forma de don, en forma de gracia, en forma de llamado, y en ese sentido todo es gracia. Dios quiere que todo se te capitalice en bien, incluso del mal trata de sacar algo bueno. El mal no puede ser una gracia, pero Dios, en su omnipotencia y en su infinita misericordia, también puede sacar cosas buenas de él. Las consecuencias del mal pueden dar como fruto una gran oportunidad de conseguir la conversión. Así pues, «todo es gracia», y todo es talento; porque el Señor, siempre y en todas partes, te ofrece oportunidades. Es de extrema importancia que creas en esta Presencia permanente, que se manifiesta de muy diversas maneras.

El momento actual, todo momento, trae amor; como dijo el Cardenal Stefan Wyszynski. La gracia es una expresión del amor, y por esto todo momento está vinculado con el amor de Dios, porque está vinculado con su gracia. El pecado nunca será gracia, pero el momento en que pecas está pleno de gracia. Incluso cuando pecas mucho. El está, El, Cristo, está junto a ti y te ama. Si te acordaras, si creyeras que estás incesantemente sumergido en el amor misericordioso de Dios, que jamás te abandona, seguramente no pecarías.

Todo lo que te sucede está relacionado con el amor de Dios que te ama, con su deseo de tu bien. El está presente en tu vida independientemente de lo que hagas. El tiempo es el sacramento de tu encuentro con Dios y con su misericordia, con su amor hacia ti, y con su anhelo de que todo sirva para tu bien, y de que cada una de tus culpas se convierta en una feliz culpa. Si interpretaras de esta manera todo momento, nacería en ti una oración espontánea. Sería una oración continua, porque Dios está siempre junto a ti, y siempre te ama. Todo momento de tu vida está impregnado del amor de esa Presencia que te abraza sin cesar.

 

 

 

Las huellas de Dios en el mundo

La fe nos permite encontrar por todas partes huellas de la actividad de Dios, entender que El está presente en nosotros, en nuestra vida espiritual, psíquica y física. Si eres capaz de ver a Dios en todas partes, tu oración se convertirá en una oración de fe, será una oración no solamente de palabras, sino también una oración de miradas, de admiración del mundo; una oración de agradecimiento por todo lo que Dios nos da.

Gracias a la fe, conocemos que los hombres son, sólo en apariencia, los protagonistas de la historia; que en realidad el principal protagonista es Dios. La presencia de Dios en la historia concierne, tanto a los acontecimientos relacionados con la política, como a los asuntos sociales, económicos, familiares y profesionales. El está presente en todas partes. De E1 depende todo. En sus manos están, tanto los destinos de cada uno de nosotros, como los destinos de las naciones y del mundo. Todo esto lo conocemos gracias a la fe. La fe genera en nosotros la paz interior, la paz que surge de la fe, de la conciencia de que, Aquél que es el poder y el amor infinito, tiene todo en sus manos llenas de misericordia, y que es El quien lo lleva todo hacia el objetivo final, con su inmensa sabiduría y amor. La fe nos da un sentimiento de seguridad y de paz; y el convencimiento de que el amor de Dios siempre nos abraza. La fe es otra visión del mundo, otra visión, sobre todo, de aquello que es difícil. La fe nos hace posible el conocimiento de Dios en los fenómenos de la naturaleza, donde continuamente podemos descubrir huellas de su actuación, huellas de su preocupación por nosotros, y por el mundo que nos rodea.

Un hombre de gran fe, que en todas partes supo advertir la presencia de Dios, fue San Francisco de Asís. ¡Qué fe tan extraordinaria irradia la actitud de San Francisco!. El oraba con las siguientes palabras: Alabado seas, Señor, por nuestra hermana la luna y por nuestras hermanas las estrellas. Alabado seas, Señor, por nuestros hermanos el viento y el aire». ¿Sentiste alguna vez, al ir por un prado o por un bosque, acariciado por el viento, que Dios te tocaba? Si es así, hay en ti algo de la fe de San Francisco de Asís, quien en todas partes vió la actuación de Dios. «Alabado .seas, Señor, por nuestro hermano el viento; alabado seas Tito que estás en ese viento. Alabado seas por el aire refrescante que nos permite respirar, porque Tú eres nuestro aliento y nuestro aire». Todo proviene del Señor: el buen tiempo, el tiempo nebuloso y el mal tiempo. Todo tiempo es su tiempo. La fe viva nos posibilita advertir los milagros Divinos en el mundo que nos rodea, y en nuestra vida cotidiana. Incluso la lluvia, y el fango que provoca, son milagros hechos por Dios para nosotros. Esa lluvia que, sin duda alguna, en más de una ocasión te empapó totalmente, también es un toque del Señor. Si lo adviertes, esa será tu oración de la fe.

«Alabado seas, Señor, por nuestra hermana el agua»

Cuando tienes sed y bebes agua, sobre todo en días de calor, puedes experimentar la presencia del Señor. No estamos acostumbrados a ver el mundo de esa manera, sin embargo, en esas situaciones corrientes y cotidianas, se puede sentir a Dios. El nos refresca con el agua y humedece nuestros labios, posiblemente resecos. El está en el agua. La conciencia de esa Presencia es una actitud propia de la fe. Por eso San Francisco nos recuerda que «la hermana agua es símbolo de la presencia y actuación de Dios.

 

Todo es gracia

Dios espera que miremos todas las situaciones que vivimos, y en particular las difíciles, con los ojos de la fe. En la parábola de los talentos, Jesús nos previene para que no nos cerremos al conocimiento Divino que fluye de la fe, por la pereza de aprovechar todo lo que Dios, en cada momento, nos obsequia. El Señor, al dejar a uno de sus servidores diez talentos, al segundo cinco y al tercero uno; y al comprometerlos a trabajar, les dió una oportunidad. La palabra talento, que en los tiempos de Jesucristo equivalía a una determinada cantidad de dinero, hoy se utiliza más bien como un cierto valor intelectual. Decimos de alguien que tiene talento musical, matemático, etc. Pero el sentida de la parábola de los talentos es mucho más profundo. El pensamiento evangélico equivale a un cambio de 180 grados de nuestro pensamiento profano, puramente humano. Ese es el caso de la parábola de los talentos. El talento es un don, un material, y, al mismo tiempo, una oportunidad.

Jesucristo, al conferirte el talento, te da su confianza y espera que lo aproveches de una manera apropiada. Si te ha dado unas determinadas capacidades, para El no es indiferente el uso que hagas de ellas, es decir, de tus talentos. Talento no es solamente tener algo, sino también carecer de algo. A la luz de la fe, la salud es un talento, pero también es un talento padecer enfermedades. Jesús, en cada caso, te pregunta: ¿Qué es lo que haces con este talento?, porque se puede desperdiciar tanto la salud como, aún más, la falta de ella. Todo es un don, y el talento también lo es. Eres obsequiado continuamente por Dios. Por ejemplo, es un talento que no sepas orar, aunque tú creas que es una desgracia. Lo importante es lo que haces con esa incapacidad de orar. Es posible que hayas enterrado ese talento, y te hayas dicho: «Pues izo oraré». Sin embargo, con ese talento se pueden sacar muchas cosas. La incapacidad relacionada con la oración, debe incrementar en ti el ansia de Dios, y, por consiguiente, puede ser un medio que contribuya a tu santificación. De manera semejante sucede cuando tienes problemas domésticos, cuando la familia tiene conflictos. Ese es otro talento, es otra oportunidad que te ofrece el Señor. ¿Qué haces con él? Si te desanimas y te cruzas de brazos, significa que estás enterrando el talento recibido. El hombre de fe no puede dejar de ver el sentido más profundo de sus propias experiencias, y, evidentemente, la búsqueda de ese sentido ya es de por sí una forma de utilizar el talento. Por ejemplo, si sientes temor ante los sufrimientos o la muerte, te encuentras ante una oportunidad. Santa Teresa del Niño Jesús sentía un pavor tremendo a las arañas. A otras personas ese horror a las arañas puede parecerles exagerado, pero ella de verdad les tenía un miedo terrible. En cierta ocasión dijo que aquel miedo también le ayudó en su camino hacia Dios. Aquel miedo fue un talento, un don que recibió.

Si hay ciertas situaciones que provocan tensión en ti, eso significa que, enmarcado dentro de ellas, hay algún diamante cubierto por las cenizas, ese diamante es tu talento. ¿Qué harás con él?, ¿cómo lo aprovecharás? Todo ha de servir para tu santificación, y en ese sentido, todo es gracia. El sufrimiento que te abruma, o las circunstancias desagradables que enfrentas, todo es un conjunto de talentos. Pero nosotros, con frecuencia, actuamos como ciegos, como niños pequeños que no entienden muchas cosas. Hasta el día en que comparezcamos delante de Dios, veremos y entenderemos todo. Conoceremos todo ese mar de talentos en el que hemos sido sumergidos.

Los talentos pueden tener mucho o poco valor. Si algo te sale bien, si has conseguido algo, sin duda has hecho uso de un talento, pero si no te sale algo, estás ante un talento aún más valioso. Los fracasos son tesoros inapreciables que te han sido dados en la vida. Precisamente eso son los fracasos. Dios te preguntará algún día, como el Señor del Evangelio, que regresó de un viaje y exigió que sus servidores le hicieran las cuentas: ¿Cómo aprovechaste tus fracasos personales? Esos que El te dio como oportunidades, como talentos, y que a veces hay muchos en la vida; ¿los supiste aprovechar?

La parábola de los talentos, es un llamado evangélico a la conversión. Tienes que mirar tu propia vida de una manera distinta, tienes que mirarla con los ojos de la fe. Solamente entonces advertirás ese constante obsequio que te hace Dios, advertirás que toda tu vida es una especie de complejo de oportunidades ocultas, para conseguir una transformación interior continua, que todo es gracia. Dios; al concederte gracias difíciles, a veces tiene que metértelas a la fuerza en las manos, porque tú te defiendes y no quieres aceptarlas. Sin embargo, las gracias difíciles son los talentos más valiosos de tu vida. A veces son muy abundantes, porque Dios quiere que tengas con que actuar.

La fe es una participación en la visión de Dios, y El ve tu vida de una manera totalmente distinta. Si crees, es como si tuvieras prestados los ojos de Jesús, como si vieras cada día, y toda tu vida con sus ojos. Solamente entonces, verás las continuas oportunidades de convertirte y santificarte. Solamente entonces, empezarás a comprender que el sufrimiento, a la luz de la fe, es la cruz, es decir, algo que te transforma interiormente, a condición de que la aceptes. Cuando reconoces la cruz en tus experiencias difíciles, y asimismo reconoces en ella la oportunidad de transformarte, entonces realmente tus experiencias se convierten para ti en un don. Si advirtieras esos innumerables talentos que Dios te concede incesantemente, jamás serías presa de la tristeza, y entonces, también los talentos como la falta de salud, las situaciones conflictivas y los fracasos, generarían alegría en tu corazón; porque entenderías que Dios te los obsequia como algo de valor inapreciable, y que te muestra una extraordinaria confianza. E1 confía que no enterrarás ni rechazarás sus dones. El cuenta con tu fe, puesto que solamente a la luz de la fe podrás distinguir los talentos que te han sido dados.

También es un talento todo lo que has entendido y grabado en tu mente hasta ahora, pero también lo es una memoria deficiente, y el hecho de que olvides tantas cosas, porque todo es aportado por la gracia, y, en ese sentido, todo es gracia. Solamente el hombre que cree, sabe ser agradecido por todo. Esa gratitud se manifestará en la alegría que exprese tu semblante. En la alegría, porque todo talento puede servir para el bien.

Estas reflexiones sobre los talentos hacen referencia a las enseñanzas de San Pablo, y son una especie de formulación de la tesis de San Agustín que dice: «A los que aman a Dios todo se les vuelve en bien, incluso el pecado». Así pues, incluso las caídas, es decir, un gran fracaso que es al mismo tiempo una herida a Jesús, también puede ser una oportunidad que encierra un gran talento, una situación que puedes aprovechar. Lo único que hace falta es tu fe, irte convirtiendo a una fe tal, que puedas ver con los ojos; de Jesús. Al mirar tu vida probablemente llena de fracasos, preocupaciones, conflictos y planes frustrados; dificultades interiores y exteriores; jamás está triste. El ve las cosas con alegría, porque espera que todo dará frutos, que lo aprovecharás, y que sabrás sentir alegría por todo lo que El te dona. Santa Teresa del Niño Jesús solía decir: «Amo todo lo que Dios me da». De la misma manera oraba Santa Bernardita, cuyo «Testamento» es un elocuente testimonio de agradecimiento por los dones que ella advirtió de su vida:

«Por la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos frutales y ovejas; y por mi constante cansancio... te doy gracias Jesús.

Te doy gracias, Dios mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras palabras del P. Peyramale...

No sabré cómo agradecerte, si no es en el Paraíso por los días en que viniste, María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida, y por las burlas y ofensas sufridas, por aquellos que me tenían por loca, y por aquellos que veían en mí a una impostora por alguien que trataba de hacer un negocio... te doy las gracias Madre.

Por la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias.

Te doy las gracias, porque si hubiese existido en la tierra un niño más ignorarte y estúpido, Tú lo hubieses elegido...

Porque mi mamá haya muerto lejos. Por el dolor que sentí cuando mi padre. en vez. de abrazar a su pequeña Bernardita, me llamó «hermana María Bernarda»... te doy las gracias.

Te doy las gracias por el corazón que me has dado, tan delicado y, sensible, y que colmaste de amargura...

Porque la madre Josefa anunciase que no sirvo para nada, te doy las gracias. Por el sarcasmo de la madre maestra, por su dura voz, por sus injusticias, por su ironía y por el pan de la humillación... te doy las gracias.

Gracias por haber sido como soy, porque la madre Teresa perdiese decir de mi: «Jamás le cedáis lo suficiente»...

Doy las gracias por haber sido tina privilegiada en la indicación de mis defectos, y que otras hermanas pudieran decir: «Qué suerte que no soy Bernardita»...

Agradezco haber sido la Bernardita a la que amenazaron con llevarla a la cárcel, porque te vi a Ti, Madre... Agradezco que fui una Bernardita tan pobre y tan miserable que, cuando me veían, la gente decía: «¿Esa cosa es ella?», la Bernardita que la gente miraba como si fuese el animal máscótico...

 

Por el cuerpo que me diste, digno de compasión y putrefacto... por mi enfermedad que arde como el fuego y quema como el humo, por mis huesos podridos, por mis sudores y fiebre, por los dolores agudos y sordos que siento... te doy las gracias Dios mío.

Y por el alma que me diste, por el desierto de mi sequedad interior, por- tus noches y por tus relámpagos, por tus rayos... por todo. Por Ti mismo, cuando estuviste presente y cuando faltaste... te doy gracias Jesús».