Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate
Autor: Jorge Salinas
Capítulo 6: Cristo en nosotros y nosotros
en Cristo
En estas líneas pretendo recoger en un solo discurso
teológico una serie de afirmaciones que están presentes en el Magisterio del
Iglesia de las últimas décadas. No suponen ninguna innovación sino, más bien,
una mayor continuidad con el lenguaje de la Sagrada Escritura, de los Padres y
de los grandes místicos. Se trata de la presencia de Cristo, con su Santísima
Humanidad incluida, en el corazón de los fieles y, recíprocamente de nuestra
morada en el Corazón de Cristo. ¿Es éste un modo de hablar poético, simbólico,
emotivo o corresponde a una realidad que conocemos por la fe?
¿Cuál es el alcance de este «en» (vosotros en Cristo, Cristo en vosotros) que
Pablo escribe 164 veces en sus Cartas? El alcance permanece entre los velos del
misterio, porque ese estar Cristo en mí y yo en Él, no es una realidad sensible,
ni siquiera «natural»; es de naturaleza superior, «sobrenatural», pero -es
preciso subrayarlo- tan real, o más si cabe, que todo lo natural, como «más
real» es la Vida divina que toda vida creada[1].
Cristo mismo nos ofreció una alegoría que nos aproxima al misterio: «Yo soy la
vid, vosotros sois los sarmientos» (cf. Jn 16, 4 ss). Por los sarmientos corre
la misma savia de la vid que los vivifica y les da capacidad de dar frutos
riquísimos. 0 sea que, en cierto modo ellos no son la vida y, a la vez, de algún
modo lo son. El fiel cristiano no es idéntico a Cristo, pero en cierta real
manera se identifica con Él, porque lo mejor de su vida está «escondido con
Cristo en Dios», es vida «en Cristo», porque Cristo es realmente «su vida», esto
es, el origen de la vida sobrenatural que diviniza el espíritu del cristiano y
aun su cuerpo. Mucho más verdaderamente que el enamorado de una criatura, el
bautizado en Gracia de Dios, puede decir a Cristo: «¡vida mía!». Porque Él no
sólo es el Amor de los amores; no sólo es «otra vida», de la que estoy
enamorado, sino que ha venido a estar «en mí», para cumplir el deseo nunca
cabalmente realizado del amor entre criaturas, de tal manera que somos «dos en
uno». Permanecen su identidad y la mía, somos dos, pero a la vez somos una sola
vida, la suya.
Para seguir un cierto orden comencemos por lo que está más sólidamente
establecido en el Magisterio de la Iglesia, que es la presencia de Cristo en la
Eucaristía. ¿En qué desemboca la presencia de Jesús en el altar, en la comunión
eucarística o en el sagrario?
Los otros modos de presencia de Cristo no menos reales
Comienzo con esta afirmación hecha por Pablo VI precisamente en ese modo, es
decir relacionando toda presencia de Cristo con la Eucaristía. Hay una frase en
la Constitución Sacrosanctum Concilium que fue muy comentada en su momento.
Refiriéndose a la obra de la salvación enseñó el Concilio: “Para realizar una
obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la
acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona
del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que
entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.
Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se
lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por
último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió : ‘Donde
están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos’” (Mt.,
18,20).[2]
Pablo VI completó y amplió esa enseñanza en su Encíclica Mysterium fidei: “Bien
sabemos todos que son distintas las maneras de estar presente Cristo en su
Iglesia. Resulta útil recordar algo más por extenso esta bellísima verdad que la
Constitución De Sacra Liturgia expuso brevemente. Presente está Cristo en su
Iglesia que ora, porque es él quien ora por nosotros, ora en nosotros y a El
oramos: ora por nosotros como Sacerdote nuestro; ora en nosotros como Cabeza
nuestra y a Él oramos como a Dios nuestro. Y El mismo prometió: Donde están dos
o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Presente está Él en su Iglesia que ejerce las obras de misericordia, no sólo
porque cuando hacemos algún bien a uno de sus hermanos pequeños se lo hacemos al
mismo Cristo, sino también porque es Cristo mismo quien realiza estas obras por
medio de su Iglesia, socorriendo así continuamente a los hombres con su divina
caridad. Presente está en su Iglesia que peregrina y anhela llegar al puerto de
la vida eterna, porque El habita en nuestros corazones por la fe y en ellos
difunde la caridad por obra del Espíritu Santo que El nos ha dado.
De otra forma, muy verdadera, sin embargo, está también presente en su Iglesia
que predica, puesto que el Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios, y
solamente en el nombre, con la autoridad y con la asistencia de Cristo, Verbo de
Dios encarnado, se anuncia, a fin de que haya una sola grey gobernada por un
solo pastor.
Presente está en su Iglesia que rige y gobierna al pueblo de Dios, puesto que la
sagrada potestad se deriva de Cristo, y Cristo, Pastor de los pastores, asiste a
los pastores que la ejercen, según la promesa hecha a los Apóstoles. Además, de
modo aún más sublime, está presente Cristo en su Iglesia que en su nombre ofrece
el Sacrificio de la Misa y administra los Sacramentos. A propósito de la
presencia de Cristo en el ofrecimiento del Sacrificio de la Misa, Nos place
recordar lo que San Juan Crisóstomo, lleno de admiración, dijo con verdad y
elocuencia: “Quiero añadir una cosa verdaderamente maravillosa, pero no os
extrañéis ni turbéis. ¿Qué es? La oblación es la misma, cualquiera que sea el
oferente, Pablo o Pedro; es la misma que Cristo confió a sus discípulos, y que
ahora realizan los sacerdotes; ésta no es, en realidad, menor que aquélla,
porque no son los hombres quienes la hacen santa, sino Aquél que la santificó.
Porque así como las palabras que Dios pronunció son las mismas que el sacerdote
dice ahora, así la oblación es la misma.
Nadie ignora, en efecto, que los Sacramentos son acciones de Cristo, que los
administra por medio de los hombres. Y así los Sacramentos son santos por sí
mismos y por la virtud de Cristo: al tocar los cuerpos, infunden gracia en la
almas.
Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y dan a
contemplar el misterio de la Iglesia. Pero es muy distinto el modo,
verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el
Sacramento de la Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el
más dulce por la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el
contenido; ya que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida
espiritual y el fin de todos los sacramentos.
Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran
reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por
ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro.
Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una
naturaleza, como dicen, “pneumática” y omnipresente, o la redujera a los límites
de un simbolismo, como si este augustísimo Sacramento no consistiera sino tan
sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima
unión con los fieles del Cuerpo Místico”.[3]
El Espíritu Santo y la presencia real de Cristo en la Eucaristía
La restauración plena de la eplíclesis anteconsecratoria en la misa ha sido un
gran bien para la Iglesia, porque permite identificar la fe profesada y la fe
celebrada. Al Espíritu Santo, en efecto, se atribuye la transubstanciación del
pan y del vino. Para impetrar la intervención misteriosa del Espíritu, la
Iglesia, antes de las palabras de la consagración, implora: “Por eso, Padre, te
suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado
para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” [4]A
este propósito el Papa también es explícito: “ El signo sacramental por
excelencia de las últimas realidades ya anticipadas y actualizadas en la Iglesia
es la Eucaristía. En ella el Espíritu, invocado en la epíclesis,
“transubstancia” la realidad sensible del pan y del vino en la nueva realidad
del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Señor resucitado está realmente presente en
la Eucaristía y, en él, la humanidad y el universo asumen el sello de la nueva
creación. En la Eucaristía se gustan las realidades definitivas y el mundo
comienza a ser lo que será en la venida final del Señor.” [5]
El mismo Espíritu artífice de la Encarnación del Verbo en las entrañas de la
Virgen hace presente al mismo Cristo de un modo sustancial bajo las apariencias
del pan y el vino eucarísticos. Pedimos al Padre en la epiclesis, “Te suplicamos
que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para Ti, de
manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
nos mandó celebrar estos misterios”[6]. Como dice el Papa: “En efecto, sin la
potencia del Espíritu divino, ¿cómo podrían unos labios humanos hacer que el pan
y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor hasta el fin de los
tiempos? Solamente por el poder del Espíritu divino puede la Iglesia confesar
incesantemente el gran misterio de la fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. La Eucaristía y el Orden son frutos del mismo
Espíritu: “Al igual que en la Santa Misa el Espíritu Santo es el autor de la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, así en
el sacramento del Orden es el artífice de la consagración sacerdotal o
episcopal” (Don y Misterio, p.59)[7].
También podemos añadir otra cita del Papa: “El signo sacramental por excelencia
de las últimas realidades ya anticipadas y actualizadas en la Iglesia es la
Eucaristía. En ella el Espíritu, invocado en la epíclesis, “transubstancia” la
realidad sensible del pan y del vino en la nueva realidad del Cuerpo y la Sangre
de Cristo. El Señor resucitado está realmente presente en la Eucaristía y, en
él, la humanidad y el universo asumen el sello de la nueva creación. En la
Eucaristía se gustan las realidades definitivas y el mundo comienza a ser lo que
será en la venida final del Señor”.[8]
Una vez más se advierte aquí la relativa precedencia de la misión del Espíritu
sobre la de Cristo. Pero también será el Espíritu Santo quien nos una a Cristo
glorificado a través de la recepción del Sacramento. No pueden ser más
explícitas estas palabras del Papa: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero
ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” Ga 2,20). Las palabras del Apóstol
Pablo a los Gálatas que acabamos de escuchar en la segunda lectura, expresan
sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la inhabitación
de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo.[9]
La actuación inmediata del Espíritu Santo
Me parece importante comprobar que Cristo está presente, con su Humanidad
Santísima, entre nosotros, de un modo inefable, por una actuación del Espíritu
Santo, una actuación que en sí misma es inmediata.
Varias veces ha salido ya en este trabajo la calificación de “inmediata”
atribuida a la actuación del Espíritu Santo. Me parece un punto de gran interés.
A ello se refiere el Papa en diversos documentos, incluso refiriéndose a la obra
de la Creación . El Espíritu Santo es “don increado, fuente eterna de toda
dádiva que proviene de Dios, en el orden de la creación el principio directo y,
en cierto modo, el sujeto de la autocomunicación de Dios en el orden de la
gracia”[10] Nada media entre el Espíritu y el alma en gracia, nada le es previo
en el alma, porque la misma gracia previniente es gracia del Espíritu Santo. Sí,
es verdad, le preceden al Espíritu las Personas del Padre y del Hijo pero sólo
en el orden de las procesiones y de las misiones, pero en la criatura no hay
nada de orden sobrenatural que sea previo a la acción del Espíritu Santo. Me
parece que sintetiza muy bien este pensamiento un texto autorizado: “El Espíritu
es la Persona divina a través de la cual Dios Padre, inmediatamente, infunde la
vida. Él es el último ‘toque’ a través del cual Dios alcanza a sus criaturas,
las ‘salva’ de la no-existencia, las conserva, las renueva y las conduce a su
plenitud. Estar en el Espíritu es estar en la ‘vida’”[11]
De un modo correlativo, el Espíritu es el principio, en la criatura, de la
reditio ad Deum , es el punto de reversión hacia las otras dos Divinas Personas
El Espíritu Santo en su condición personal de nexus[12] causa esa realidad
sobrenatural que llamamos in Spiritu en la que el alma es como un espacio y un
tiempo en los cuales comunica el cristiano con Cristo y, a través de Cristo, con
el Padre.
El Padre es Eterno, pero en Cristo están resumidos todos los tiempos; por eso en
Cristo podemos comunicar con todos los misterios de su vida y, también, con
María y todos los santos.
La mediación universal de María y la acción inmediata del Espíritu Santo
Mühlen, en su obra El espíritu Santo en la Iglesia, dice: “cada vez que nos
volvemos a María estamos ya en el Espíritu” (p. 721, 13.43). Eso vale también de
Cristo porque nadie puede decir “Jesús es el Señor” si no es en el Espíritu (cfr.
). E igualmente se puede decir del Padre puesto que “nadie va al Padre si no es
a través del Hijo”. Lo propio del Espíritu es su actuación inmediata en el alma
. En este sentido es cierto que Él no es mediado, sino que es la mediación que
nos lleva a Cristo y al Padre; también a María y a través de María a Cristo. A
eso debe referirse el autor cada vez que dice “la mediación que se comunica a sí
misma”.
Me parece que hay cierto recelo a que la mediación maternal de María quede
relegada a un plano subordinado. Ciertamente lo es. Pero si analizamos bien los
pasos de un discurso teológico sereno, la importancia de María queda realzada si
comprobamos que el Espíritu nos lleva a Cristo (de quien procede) y también a
María. A María nos lleva, en primer lugar, Cristo que nos la señala como Madre,
pero también el Espíritu que es el maestro y memoria de toda la Iglesia. Si
María adquiere una dimensión creciente en el panorama total de la Iglesia es por
voluntad y acción decisivas de las tres divinas Personas. Dios mismo nos señala
a María como camino seguro. Pero si nos fijamos en María es porque, antes, actúa
de un modo inmediato el Espíritu en las almas. En un segundo momento el recurso
a la mediación maternal de María nos asegura una mayor efusión del Espíritu y
una mayor proximidad a Cristo en su condición humana. Jamás un mejor
conocimiento del Espíritu Santo pondrá en entredicho al aforismo sabio de Maria
nunquam satis. El mayor partidario de María es Dios mismo.
El recinto de la oración cristiana
El Espíritu Santo es el artífice de la presencia de Cristo en la Eucaristía (y
en los demás Sacramentos), pero también lo es en el alma de quienes le están
unidos por la fe, la esperanza y la caridad.[13] Esa presencia de Cristo, por la
acción del Espíritu Santo, es atractiva hacia Sí y desde el Padre (cfr.Jn 6,
44). Existe además un recinto en el que la realidad de la Iglesia y de su
Liturgia de interiorizan , un recinto en el que la Trinidad se comunica mediante
las misiones a los fieles y los introduce en su intimidad divina mediante el
movimiento de sentido inverso de las misiones: a Spiritu per Filium ad Patrem,
secuencia llamada reditio ad Deum. Ese recinto es la oración .Como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica (n.2655):”La misión de Cristo y del Espíritu
Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y
comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los
Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración
interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma.
Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6,6), siempre es oración
de la Iglesia, comunión con la Santísima Trinidad.”[14]
San Bernardo sitúa en el centro de ese recinto interior del alma orante al mismo
Cristo:“Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo
habita”.[15]
Sabido es que Santa Teresa ve en la Humanidad de Cristo el
centro de toda su oración: “Este, pues, es buen tiempo para que nos enseñe
nuestro Maestro, para que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso
enseñar, y le supliquéis no se vaya de con nosotros. Si esto habéis de pedir
mirando a una imagen de Cristo, bobería me parece dejar la misma persona por
mirar el dibujo. ¿No lo sería si tuviéramos un retrato de una persona que
quisiésemos mucho y la misma persona nos viniese a ver, dejar de hablar con ella
y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es bueno y caso
en que yo me deleito mucho?: para cuando está ausente la misma persona y quiere
darnos a entender que lo está con muchas sequedades, es gran regalo ver una
imagen de quien con tanta razón amamos. A cada parte que volviésemos los ojos la
querría ver”[16]
No veo, por tanto, ningún inconveniente, explicando bien las cosas, en aceptar
pacíficamente que el único Cristo, que nació de María Virgen por obra del
Espíritu Santo y ahora está en el seno del Padre, ese único Cristo, se hace
presente en la Eucaristía principalmente sub speciebus (también lo está, de otro
modo, en el celebrante) y, además, a través de la Eucaristía, vive en el alma en
gracia, quien se nutre de Cristo comiéndolo y bebiéndolo espiritualmente [17] y
también adorándolo ante el Sagrario o uniéndose a Él en el recogimiento
interior.
Decía el Beato Josemaría: “Dios nos espera siempre en el Sagrario. Pero, además,
ha querido bajar hasta la profundidad de nuestro corazón: para perdonarnos, para
consolarnos, para llenarnos de paz. ¡No podemos sentirnos solos! Por eso, es muy
importante que todo el amor de nuestras almas sea para ese Señor, que ha querido
asentarse dentro de nosotros.[18]”
Al mismo tiempo, el alma cristiana lo descubre en los demás, especialmente en
los enfermos, en los más despreciados. Con estas palabras estamos repitiendo lo
que se lee en San Juan y en San Pablo casi al pie de la letra: por ejemplo, vita
vestra abscondita est cum Christo in Deo (Col 3,3). [19]
Quizá sea necesario subrayar el modo espiritual (en el Espíritu) de esa
presencia. También debe destacarse que esa presencia es per prius en el alma.
Así se aleja todo desconcierto de una imaginación habituada a lo corpóreo, a lo
espacial, a lo sensible[20]
Otra cosa es la redundancia que esa presencia de Cristo pueda tener en la
sensibilidad espiritual de un cristiano en determinadas ocasiones.
El “tercer Adviento” en San Bernardo
San Bernardo habla en un famoso sermón suyo de un adviento intermedio que ocurre
de modo discreto en los hombres piadosos. Es como una venida distinta de la
Encarnación de Cristo y de su futura Parusía. La describe así: “Sabemos de una
triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida
intermedia. Aquellas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se
manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él
mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios y
mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo
los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se
salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad;
en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la
última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última aparecerá como
nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo. Y para que nadie
piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta venida intermedia,
oiga a él mismo: El que me ama –nos dice- guardará mi palabra, y mi Padre lo
amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme a Dios obrará el
bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque éste guardará su
palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón, sin duda alguna, como dice el
profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti. (....) Si
es así como guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti.
El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará
Jerusalén, el que lo hace todo de nuevo.”[21]
Son, pues, tres los efectos de la Eucaristía que guardan entre sí una clara
secuencia en el mismo orden señalado en otros lugares de este trabajo: 1) el
Espíritu Santo es participado: Él nos prepara para la recepción espiritual de
Cristo mediante la comida y bebida eucarísticas; 2) El Espíritu Santo fructifica
esa comunión eucarística con la inhabitación de Cristo en el alma, como ha
señalado el Papa en una homilía y 3) Cristo, que es perfecta imago Dei nos
transforma, cooperando el Espíritu Santo, en una similitudo , en una semejanza o
reflejo suyo.
El modo de vivir Cristo en el cristiano, es en palabras del Papa “como sólo una
persona divina puede vivir «en» una persona creada: sin dañarla, ni alterarla
sustancialmente, ni suplantarla en modo alguno, dejándola a la vez intacta, pero
enriquecida indeciblemente por un principio vital superior no creado, sino
creador; en concreto: la misma Vida originaria increada: «Yo soy la Vida», les
había dicho Jesús; «el que cree en el Hijo, tiene vida eterna» (no «va a tener»,
o «tendrá», sino tiene) (Jn 3, 13; cf Jn 5, 24; 6, 47; 6, 54). «Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).”
El Espíritu Santo y la presencia de Cristo en el alma
El artífice de esa instalación mística y real de Cristo en el alma es, en la
enseñanza de Juan Pablo II, el propio Espíritu Santo: “Nosotros sabemos que
Cristo es el Verbo que se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1,14).
Sí, yendo al Padre, dice: Yo estoy con vosotros...hasta el fin del mundo (Mt
28,20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar
continuamente por medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que
durante su misión terrena era física y visible en la humanidad asumida, pero
que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio.
La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a
la Iglesia (Él mora con vosotros y en vosotros está: Jn 14,17), hará presente a
Cristo invisible de modo estable hasta el fin del mundo. La unidad transcendente
del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el
Verbo, habite y actúe donde quiera que se realice, con la potencia del Padre, el
designio trinitario de la salvación.”[22]
En la Liturgia de las Horas aparece esta idea igualmente recogida en la oración
siguiente: Iesum...Da nobis mandata tua servare ut per Sanctum Spiritum in te
maneamus et tu in nobis (Heb. I., fer III, Ad laudes).
En otra oración dirigida a Cristo, la Iglesia pide: Per Spiritum tuum nos tibi
coniunge” (Hebd. VII temp. pasch. feria V ad laudes).
También rezamos: Verbum Dei, quod in sinu Mariae Virginis caro factum est et in
hunc mundum venisti, in cordibus nostris per fidem semper inhabitare digneris
(Preces ad laudes, 8 de enero).
San Agustín comenta sobre esta permencia nueva de Cristo en nosotros: “Porque no
se retardó, sino que corrió dando voces con sus palabras, con sus obras, con
muerte, con su vida, con su descendimiento y su ascensión, clamando que nos
volvamos a él, pues si partió de nuestra vista fue para que entremos en nuestro
corazón y allí le hallemos; porque si se partió, aún está con nosotros”.[23]
Vemos también que en la actuación de las Personas divinas se da un orden inverso
o de reditio ad Deum si lo comparamos con el orden de las misiones. El Espíritu
actúa de inmediato en el alma, en la materia de la eucaristía, en la celebración
del sacerdote, en la transusbstanciación, en el fruto de la comunión
eucarística, en traer y conservar a Cristo en el alma. A su vez, Cristo nos
lleva al Padre. El es el Mediador eterno entre Dios y los hombres precisamente
en su condición humana, en su Humanidad glorificada. Santa Teresa, por
experiencia, sabía de esa mediación permanente de Cristo: “Y veo yo claro, y he
visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere
que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se
deleita”[24]
Cristo es, por una parte, el icono del Padre, es Aquel a quien viéndole se ve al
Padre; por otra parte, Jesús a través de su Humanidad glorificada nos comunica
el Espíritu suyo, Espíritu de adopción que nos hace sabernos hijos de Dios, a
Quien clamamos Abba, Padre!
Si hemos hablado de una cierta precedencia de la misión del Espíritu sobre la de
Cristo hay que señalar con igual fuerza la precedencia lógica que se da siempre
en la misión del Hijo sobre la del Espíritu: Es Hijo Quien envía desde el seno
del Padre (ex Patre per Filium o Ex Patre Filioque) al Espíritu Santo. Es el
Hijo hecho hombre, muerto y glorificado, Quien a través de su Santísima
Humanidad nos concede su Espíritu. Hemos de recordar una vez más que el Espíritu
Eterno entra en la historia como Espíritu de Cristo, del Jesús Ungido. Por tanto
si es cierto que el Espíritu “precede” al Cristo eucarístico en la
transubstanciación y en preparar al alma para que en ella inhabite Jesús de un
modo nuevo, también hay que afirmar (en la línea de la mutua implicación de la
doble misión conjunta) que Cristo eucarístico nos da el Espíritu Santo, alma de
la Iglesia. Por ello Santo Tomás dirá que la res tantum de la Eucaristía es la
unidad del Cuerpo místico de Cristo.
Esta concatenación está reflejada en las Plegarías Eucarísticas renovadas, en la
epíclesis anteconsecratoria se vive litúrgicamente la precedencia de la misión
del Espíritu sobre la de Cristo eucarístico:[25]
La eterna alteridad entre Cristo y el cristiano
Me parece importante precisar más algunas expresiones que se vienen repitiendo
en este trabajo, para deshacer algunos equívocos sembrados por frases piadosas.
La relación entre Cristo y el alma se recoge de modo adecuado con la palabra
comunión. Es la que usa el Catecismo, recogiendo una frase de la Exh. Ap.
Catechesi tradendae, 5: Catechesis scopus: ‘Ut quis [...] ad communionem cum Eo
[cum Iesu Christo][...] perveniat; Ipse enim solus conducere aliquem potest ad
amorem Patris in Spiritu et ad Sanctissimae Trinitatis vitam participandam’”[26].
Con la palabra comunión queda siempre clara la alteridad entre Cristo y el alma.
Nunca se confunden Cristo y la persona humana. La santidad no es una “fusión”
con Cristo. El mismo Catecismo lo recuerda: spiritualis progressus ad semper
arctiorem cum Christo tendit unionem[27]. El hombre santo identifica su voluntad
con la de Cristo en el sentido de querer lo mismo, pero no son idénticas la
potencia volitiva del santo y la de Cristo (que son dos: la voluntad divina y la
voluntad humana; ambas distintas entre si aunque coincidan en querer lo mismo).
La identificación con Cristo nunca significa una identificación substancial ,
puesto que la Persona de Cristo siempre es el Verbo y la del cristiano será
siempre la propia. La alteridad entre Cristo y el alma es irreducible; siempre
tiene una estructura dialogal yo-tú. Por eso expresiones como “morir a uno
mismo”, “pisotear el propio yo” tienen un sentido bien preciso que no se refiere
a la substantividad personal del yo humano abierto y entregado al Tú divino. Se
refieren a la renuncia a proyectos o afectos que no sean los de Cristo y a
permitir un “lleno” de Cristo en el “vacío” de la propia humildad; si se quiere
se refiere a una cierta “despersonalización” en el sentido de “no vivir para sí
sino para Él que por nosotros murió y resucitó”[28]; pero jamás es aniquilada la
persona en su sentido ontológico. La hipostatización de una naturaleza humana en
la Persona del Verbo sin que se dé ónticamente una persona humana sólo se ha
dado y se da para siempre en un solo caso, numéricamente uno, y ese caso es
Nuestro Señor Jesucristo. Los demás estamos llamados a unirnos a Él y vivir en
Él y con Él, y para Él, pero siendo distintos de Él.
En el discurso espiritual de muchos autores se pueden encontrar expresiones como
transformación en Cristo, llegar a ser Ipse Christus. Son dichos válidos y
antiguos, pero siempre requieren una matización posterior para no caer en
afirmaciones contrarias al realismo del ser. La noción de comunión es más
antigua; está en la Escritura y en los Padres y, actualmente, es usada por el
Magisterio de un modo muy reiterativo, con una semántica analógica amplia, que
la hace eficazmente útil al hablar de la Trinidad, de la Iglesia y de la vida
personal cristiana. Tiene como ventaja esta noción de comunión la de incluir las
nociones de persona, de recíproca interioridad y de alteridad.
Todo lo que pretendo expresar en estas paginas está plasmado en una sencilla
plegaria del Beato Josemaría que consta de diez peticiones dirigidas todas a
Jesús:
Señor, que desde ahora sea otro: que no sea “yo”, sino “aquél” que Tú deseas.
Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que
nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo. Que
ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el
Espíritu Santo me encienda (Forja, 122).
Toda la aspiración a una vida cristiana plena se resume en esos anhelos, que no
son sino los mismos que tiene el Señor respecto a nosotros. Citando al mismo
autor termino estas líneas :“ No me aparto de la verdad más rigurosa, si os digo
que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón. Hemos de pedirle
perdón por nuestra ceguera personal, por nuestra ingratitud. Hemos de pedirle la
gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestras almas.”[29]
Jorge Salinas
Madrid, 2.4.01
Notas
--------------------------------------------------------------------------------
[1] Vease Antonio Orozco en ARVO
[2] Const. Sacrosanctum concilium, n. 7.
[3] Enc. Mysterium fidei, n.5
[4] Plegaria Eucarística III
[5] Juan Pablo II:Audiencia general, 2.12.98.
[6] Plegaria Eucarística III.
[7] Juan Pablo II: Carta a los sacerdotes, 1998, n.2
[8] Juan Pablo II:Audiencia general, 2.12.98.
[9] Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de Roma, 14.6.1998
[10] Enc. Dominum et vivificantem, n.50 (el subrayado es mío)
[11] El Espíritu del Señor, Comité para el Jubileo del Año 2000, p. 38.
[12] quodammodo in cognitione Patris includitur cognitio Filii, non enim esset
Pater si Filium non haberet, quorum nexus est Spiritus Sanctus. et quantum ad
hoc bene moti sunt qui posuerunt unum articulum trium personarum. (Sth, II-II, q
1, a 8, ad 3).
[13] La naturaleza inmediata de la actuación del Espíritu Santo es un tema
anunciado pero aún sin desarrollar suficientemente: “Del hecho de que el
Espíritu Santo es ‘la nueva alianza” deriva que la obra de la Tercera Persona de
la Santísima Trinidad consiste en hacer presente al Señor resucitado y con él a
Dios Padre. En efecto, el Espíritu realiza su acción salvífica haciendo
inmediata la presencia de Dios” (Juan Pablo II: Audiencia general, 17.6.1998, n.
5)
[14] Missio Christi et Spiritus Sancti, qui, in sacramentali Ecclesiae liturgia,
salutis mysterium annuntiat, efficit actuale et communicat, in corde prosequitur
oranti. Patres spirituales quandoque cor altari comparant. Oratio liturgiam
reddit interiorem et sibi propriam, eius perdurante celebratione et post eius
celebratione. Oratio, etiem cum in vitam ducitur “in abscondito” (Mt 6,6),
semper est Ecclesiae oratio, eadem communio est cum Sanctissima Trinitate” (CEC
2655).
[15] Antologia de textos n. 5338: San Bernardo, Sermón 5.
[16] Antología de textos n. 3195:Santa Teresa, Camino de perfección, 34, 10-11.
[17] Así leemos en el oficio de lectura el sábado de la octava de Pascua: cum
sumpseris corpus et sanguinem Christi, concorporeus et consenguineus ipsi
efficiaris. Sic enim et christiferi efficimur, distributo in membra nostra
corpore eius et sanguine (...) confirma cor tuum, panem illum tamquam spiritalem
sumens, et animae tuae faciem exhilara (Ex Catechesibus Hierosolymitanis, Cat.
22, Mystagogica 4, 1. 3-6.9; PG 33, 1098-1106)
[18] J. Escrivá de B., textos tomados de la predicación oral.
[19] “Por tanto, Navidad significa la presencia de Cristo en el alma mediante la
gracia.” (Juan Pablo II: Hom. a los universitarios, Roma,18-XII-1979).
[20] La Liturgia es la”fe celebrada”. Con mucha frecuencia pedimos esa presencia
de Cristo en nosotros: Tu, qui Apostolis saepius apparuisti et Sanctum eis
Spiritum insufflasti, creatorem Spiritum renova in nobis. Tu, qui discipulis
tuis promisisti te cum esi mansurum usque ad consummationem daeculi, mane
nobiscum hodie, semperque nobis adesto (Preces de Laudes, feria III infra
octavam Paschae)
[21] San Bernardo: Sermón 5 en el Adviento del Señor, 1-3; Opera omnia, edición
cisterciense, 4, 1966, 188-190: segunda lectura del oficio del miércoles de la
1ª semana de Adviento
[22] Juan Pablo II: Audiencia general, 24-V-1989
[23] San Agustín, Confesiones, IV, 12, 19
[24] Antología de textos n. 3193: Santa Teresa, Vida, 22
[25] PE II:...por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de
tu Espíritu de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo,
nuestro Señor...
PE III:...Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu
estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de
Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro..
PE IV: ...Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas
ofrendas, para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor...
Las epíclesis de antes de la comunión reflejan el efecto posterior a la
recepción del Sacramento:
PE II: ...Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a
cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo...
PE III: ...para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos
de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
Que El (Ipse, es decir el Espíritu Santo, razón por la que esta palabra debiera
escribirse con mayúscula para evitar que se pueda entender de otro modo) nos
transforme en ofrenda permanente---
PE IV: ...concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados
en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo victima viva para
alabanza de tu gloria...
[26] CCE n. 426
[27] CCE n. 2014
[28] cf Plegaria Eucarística IV
[29] Es Cristo que pasa, n. 19