Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate
Autor: Jorge Salinas
Capítulo 12: La Eucaristía, ¿fuera o
dentro de nosotros?
Por Jorge Salinas Alonso, pbro.
Doctor en Teología
Buzón: jsalinas00@hotmail.com
Sumario: 1) Inmanencia y trascendencia de Dios respecto al hombre. 2) La
“perichoresis” entre las Personas Divas de la Santísima Trinidad. 3) Nuestra
inserción en la Trinidad a través de Cristo. 4) Maestro, ¿dónde moras? 5) La
Eucaristía celebrada en la Iglesia. 6) Delante del Sagrario. 7) La Humanidad
de Cristo contemplada en la fe. 8) El ánima ecclesiática de San Agustín. 9)
Imaginación y realidad sobrenatural
1) Inmanencia y trascendencia de Dios respecto al hombre
Recuerdo una conversación que mantuve con el joven conductor de un taxi.
Intentaba aquél muchacho explicarme cómo se dirigía a Dios mientras conducía
el vehículo por las calles de Madrid. “Mire Vd: ¿sabe lo que hago? Le hablo a
Dios con toda sencillez para pedirle ayuda en determinados momentos...Como
está allá arriba, yo le hablo muy alto; no levanto la voz, porque me tomarían
por loco, pero “desde dentro” le hablo muy fuerte para que me oiga bien”.
Aquél hombre no era consciente, probablemente, de la hondura que encerraba su
testimonio. Con gran sencillez había descrito la transcendencia de Dios
respecto al hombre y, al mismo tiempo, su inmanencia en el corazón humano. San
Agustín buscando a Dios llegó a resolver esa aparente contradicción entre Dios
fuera de mí y Dios dentro de mí: ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te
buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti
aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían[1] El encuentro con
el Dios buscado lo formuló el Obispo de Hipona con esa frase imposible de
traducir bien a ninguna lengua: tu autem eras interior intimo meo et superior
summo meo[2]. Quizá podríamos aproximarnos a su sentido original latino con
algo parecido: tú estabas dentro de lo más íntimo de mí y por encima de lo más
alto de mí. Tú eres más íntimo a mí de lo que to mismo lo soy respecto a mí y,
al mismo tiempo, me excedes en altura por alto que yo pueda subir dentro de
mí. No hay autor verdaderamente espiritual que no se expresa en esos términos
de interioridad: Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el
fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad! -Y,
si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a
Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» -toda pura, maravillosa-,
para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con
tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame -enséñanos a todos a tratar a tu
Hijo![3] En esta última frase se menciona expresamente a Jesús (“no te atreves
a buscar a Jesús dentro de tí”) y, en este sentido, la via de la interioridad
de Agustín está orientada hacia el trato con el Dios humanado, con Cristo
Jesús. Éste es un paso distinto al de la relación sólo con Dios puesto que se
incluye también a la Humanidad Santísima de Cristo.
La intimidad de Dios a su criatura es, hasta cierto punto, comprendida por la
razón y la libertad. Dios nos da el ser y nos mantiene en el ser; Dios pone en
nosotros el principio de toda operación y así obra en nosotros y a través de
nosotros respetando nuestra libertad. Todo, por otra parte, está patente y
desnudo ante su mirada penetrante. A la comunicación interior con Dios estamos
llamados todos los seres humanos. Como dice A. Orozco: Dios no es yo; yo no
soy Dios. Pero Dios no es «el Otro», lejano, inasequible, inescrutable. Dios,
como dijo lapidariamente San Agustín, es Aquél que me es más íntimo que yo
mismo (San Agustín, Confesiones, cap. VI). Yo soy más suyo que de mí mismo. No
es necesario «salir a» buscarle, basta centrar el pensamiento, con toda
sencillez -sin necesidad de ejercicios psicológicos estrambóticos ni de
«meditaciones trascendentales»-, en la propia conciencia, para conversar con
Él, con una intimidad tal que no se puede alcanzar con ninguna otra
persona.[4] Hay, sin embargo, otro centro de convergencia privilegiado entre
Dios y el hombre y ese centro de la Humanidad de Cristo. A ese centro, lugar
de encuentro y de admirable intercambio (admirabile commercium[5]) entre Dios
y el hombre nos referimos en este artículo.
2) La “perichoresis” entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad
La relación más perfecta de inmanencia y de transcendencia recíproca se da
entre las Personas de la Santisima Trinidad. En Dios, la alteridad (el tú
permanente) lejos de ser una imperfección es la máxima de las perfecciones[6].
Dios es llamado Amor por San Juan porque consiste en una relación permanente
entre Personas de tal modo que el Otro es siempre fruto de una entrega
completa de un Yo, de un Nosotros. Necesariamente toda la comprensión posible
del misterio de Cristo y de la vida cristiana nace del conocimiento de la
Trinidad y sin referirnos a la Trinidad toda reflexión sobre nuestra fe es
pobre, limitada, moralizante y sentimental. Son muy conocidas expresiones como
la del filósofo E. Kant, quien escribió que "el dogma de la Trinidad no
significa nada en la práctica". O la del teólogo K. Rahner, quien señalaba que
si se eliminase la Trinidad de los libros de teología, nada cambiaría en el
pensamiento ni en la vida de los cristianos. Como dice B. Forte, se trata de
afirmaciones tremendas, si se piensa que Dios Uno y Trino constituye "el
misterio central de la fe y de la vida cristiana", en palabras del Catecismo
de la Iglesia Católica y es convicción compartida por todas las Iglesias
cristianas. Tampoco sin la Trinidad podemos entender algo de Jesucristo y del
Amor que se encierra en su Corazón humano. Siempre nos encontraremos con un
misterio del Yo y el Tú donde el Amor respeta la alteridad y la ama: el
misterio de un amor insondable, a cuya esencia pertenece el unir cosas
distintas de tal modo que se respete la distinción; es que el amor, en
definitiva, es la incomprensible unidad de dos que, continuando distintos, no
pueden, sin embargo, estar el uno sin el otro en su recíproca libertad.[7]
Entre las Personas Divinas se da una recíproca interioridad perfecta, llena de
vida y amor. Los Padres griegos llaman a esa comunión íntima de vida y amor
“perichoresis” y la conciben como una especie corriente circular que mantiene
unidas perfectamente a las Tres divinas Personas sin que sufra menoscabo la
identidad personal de cada divina Persona. En ese Misterio se esconden, al
mismo tiempo, el máximo de Unidad y el máximo de Alteridad . Pues bien, en
Cristo, la Persona del Verbo vive esa singular relación con el Padre y con el
Espíritu Santo a través de su Humanidad Santísima. Esto quiere decir que la
filiación eterna del Verbo se expresa en el Abba! de un corazón humano y que
la paternidad eterna de Dios se expresa en el “Tú eres mi Hijo” del Jordán y
del Tabor. Simultáneamente eso quiere decir que la relación paterno-filial del
Padre y del Hijo se da en el Espíritu Santo y que el Espíritu Santo enviado a
los hombres procede del Padre y de Cristo muerto y resucitado.
3) Nuestra inserción en la Trinidad a través de Cristo
Nuestra inserción en la vida divina (que es Vida de Tres) se realiza siempre a
través de la Humanidad de Cristo; se realiza siempre porque así lo ha
dispuesto Dios en su eterno designio de salvación del género humano. Lo
confesamos en el Símbolo de la fe cuando decimos de Cristo que por nosotros,
los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, que fue concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo, y por obra del Espíritu Santo nació de Santa
María Virgen, se encarnó de María, la Virgen,y se hizo hombre[8]. Es decir,
proclamamos que la Encarnación ha acontecido propter nostram salutem, para
nuestra salvación, para nuestra salud eterna. La Humanidad de Cristo es el
instrumento universal de salvación. [9] Esta doctrina ha sido notablemente
remarcada en la Carta Dominus Iesus: debe ser firmemente creída la doctrina de
fe sobre la unicidad de la economía salvífica querida por Dios Uno y Trino,
cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del Verbo. Tal
afirmación central puede ir flanqueada por dos asertos excluyentes que se
contienen en la misma Carta: 1) no es compatible con la doctrina de la Iglesia
la teoría que atribuye una actividad salvífica al Logos como tal en su
divinidad, que se ejercitaría « más allá » de la humanidad de Cristo, también
después de la encarnación, y 2) Hay también quien propone la hipótesis de una
economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo
encarnado, crucificado y resucitado. También esta afirmación es contraria a la
fe católica, que, en cambio, considera la encarnación salvífica del Verbo como
un evento trinitario[10]
La centralidad de Cristo, Verbo encarnado, significa que nuestra relación con
Dios Uno y Trino “pasa” siempre por la Humanidad de Cristo. Quizá podamos
mejorar lo dicho. Es la Trinidad misma quien se nos a través de la Humanidad
de Cristo. Y nuestra respuesta de un modo u otro, siempre es respuesta dada a
Jesús.
4) Maestro ¿dónde moras?”
También hoy podemos hacerle a Jesús la misma pregunta que le hicieron, al
conocerle, Juan y Andrés [11]. A esa pregunta el Señor nos responde: en mi
Iglesia. El lugar de esa Presencia siempre actual de Cristo, en su totalidad
de Persona y Acontecimiento, es su Iglesia. Incluso tendríamos que añadir más,
precisar mejor. No se trata de una existencia de la Iglesia como un lugar
previo a donde se traslada el Señor; no se ha dado nunca una Iglesia “vacia”
que, a partrir de un momento dado, es “ocupada” por Cristo. La Iglesia no es
propiamente un recipiente que llega a ser morada de Jesús. En su última
realidad la Iglesia consiste en la presencia de Cristo en sus fieles; por
tanto, Cristo mismo hace a la Iglesia cuando se establece en el corazón de los
suyos. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?[12], dice Jesús a Pablo
identificándose con los cristianos perseguidos. Una vez más hemos de citar la
Carta Dominus Iesus para evitar toda disociación entre Cristo y su Iglesia: El
Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos,
sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la
Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn 15,1ss; Ga 3,28; Ef 4,15-16; Hch 9,5);
por eso, la plenitud del misterio salvífico de Cristo pertenece también a la
Iglesia, inseparablemente unida a su Señor. Jesucristo, en efecto, continúa su
presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia (cf.
Col 1,24-27),[13] que es su cuerpo (cf. 1 Co 12, 12-13.27; Col 1,18).[14] Y
así como la cabeza y los miembros de un cuerpo vivo aunque no se identifiquen
son inseparables, Cristo y la Iglesia no se pueden confundir pero tampoco
separar, y constituyen un único “Cristo total”.[15] Esta misma inseparabilidad
se expresa también en el Nuevo Testamento mediante la analogía de la Iglesia
como Esposa de Cristo (cf. 2 Cor 11,2; Ef 5,25-29; Ap 21,2.9). [16]
Sabemos que esa presencia de Cristo es simultánea con la presencia de la
Trinidad en los fieles. Hemos de añadir, sin embargo, que nunca tendríamos una
certeza de pertenecer a la Iglesia de Cristo si no existieran unos criterios
externos que nos impiden en caer en un subjetivismo peligroso cuando no
cargado de angustía. La Iglesia es una realidad extra nos que nos precede, nos
acompaña, nos acoge, nos guía. En la Const. Apost. Bonus Pastor se recuerda
que "a esta sociedad de la Iglesia están incorporados plenamente quienes,
poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la totalidad de su ordenamiento y
todos los medios de salvación establecidos en ella, y en su cuerpo visible
están unidos con Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los
obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del
régimen eclesiástico y de la comunión".[17] Intra nos el Espíritu Santo nos
introduce en la comunión con Cristo y, a través de Cristo, con el Padre y con
todos nuestros hermanos. Empleando una terminología tradicional esa realidad
interior es la res tantum causada instrumentalmente por el sacramento de la
Iglesia. Pertenecen también a esa realidad intra nos la obediencia a Cristo,
la fe, la esperanza, la caridad, la comunión afectiva y efectiva respecto a
nuestros hermanos.
5) La Eucaristía celebrada en la Iglesia
Dentro de la Iglesia encontramos a Cristo en la Eucaristía como en una cima,
como en una fuente. No hay Iglesia sin Eucaristía, como tampoco hay Eucaristía
sin Iglesia. Sabemos que la Presencia del único Cristo, que abarca como en un
haz todos los momentos de su Acontecimiento, se da de diversas maneras. La
Encíclica Mysterium fidei de Pablo VI enumeró una serie de situaciones que las
que Cristo nos sale al encuentro para establecer un orden al compararlas con
la singularísima presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía. Estas varias
maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y dan a contemplar el
misterio de la Iglesia. Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime,
con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el Sacramento de la
Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la
devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya
que contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y
el fin de todos los sacramentos.
Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran
reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues
por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro
[18]. En realidad, la presencia de Cristo en la Eucaristía es como la raiz y
causa de todos los demás modos de hacerse presente Jesús a los suyos, en los
demás, a través de otros, etc. El Beato Josemaría resumió este pensamiento en
una frase: La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la
raíz y la consumación de su presencia en el mundo.[19] Me atrevo a considerar
que sin Eucaristía no habría Iglesia y con ello comenzaría la pruebe más dura
que cabría imaginar para los fieles de Cristo, ante la cual tendrían que
clamar más que nunca:¡Ven, señor Jesús!.
La Eucaristía está finalizada en la comunión eucarística y en la comunión
eclesial. Conviene recordar que el magisterio y la disciplina eclesiástica, al
enumerar las razones para la conservación de la Eucaristía fuera de la misa,
siempre emplean en primer lugar la comunión de enfermos o ausentes, y en
segundo lugar, la adoración del Santísimo Sacramento. Con este orden no sólo
se respeta la historia sino se mantiene destacada la intención del Señor al
instituir este Sacramento: tomad y comed, tomad y bebed. La finalidad del
Sacramento, la res tantum, sabemos que es doble: la morada inefable de Cristo
en el corazón de los suyos y la unidad de su Cuerpo Místico, que es la
realidad interior de la Iglesia.. Porque considero importantes unas palabras
del Papa vuelvo a citarlas otra vez: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo,
pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí" Ga 2,20). Las palabras del
Apóstol Pablo a los Gálatas que acabamos de escuchar en la segunda lectura,
expresan sintéticamente el fruto existencial de la comunión eucarística: la
inhabitación de Cristo en el alma, por obra del Espíritu Santo...(...)[20].
Extra nos, fuera de nosotros, las especies eucarísticas tienen una función de
signo, nos dan la certeza de la presencia substantialiter de Cristo, pero se
trata de una certeza de fe porque en virtud de ellas mismas no serían capaces
de manifestar la presencia de Cristo. Santo Tomás da tres razones por las
cuales la divina Providencia ha dispuesto sabiamente la permanencia de los
accidentes del pan y del vino en este Sacramento: 1º) porque no es habitual
entre los hombres sino cosa horrible, comer y beber sangre humanas y, de este
modo, se nos efrece Cristo bajo la apariencia de alimentos comunes, como lo
son el pan y el vino; 2º) para no exponer este sacramento a la burla de los
infieles, cosa que ocurriría si comiéramos al señor en su estado físico; 3º)
para que el hecho de recibir invisiblemente el cuerpo y la sangre del Señor
aumente el mérito de nuestra fe[21]. Sin la percepción extra nos de la
Eucaristía, contemplada y deseada con fe y con caridad, no podríamos tener la
certeza de que realmente viene a establecer su morada en nosotros. La certeza
del Jesús con nosotros, en nuestra alma, intra nos, es consecuencia de la fe
en una realidad que se nos da extra nos.
6) Delante del Sagrario
Delante del Sagrario un cristiano con fe encuentra alegría recitando cualquier
himno eucarístico y leyendo y releyendo el capítulo 6º de San Juan. Puede
mirar la Sagrada Hostia expuesta en una Custodia y adorar en silencio la
presencia oculta de Cristo; puede recogerse en su interior y encontrar al
Maestro que en él mora. Hay una continuidad experimentada y difícil de
describir entre lo intra nos y lo extra nos. No dejamos de mirar y de oír a
Jesús cuando miramos hacia fuera o hacia adentro. Jesús comunica consigo a
todos los fieles a través de la Eucaristía; por supuesto el mismo Espíritu de
Cristo actúa en el Sacramento y en las almas; en el Espíritu Santo comunicamos
todos de un modo correlativo a como comunicamos todos en Cristo.
Al llegar a este punto surgen unas objecciones bastante comunes. La primera,
si el fruto existencial de la comunión eucarística es la inhabitación de
Cristo en al alma ¿por qué debemos comulgar más veces, incluso, si es posible,
es aconsejable la comunión a diario? ¿No nos bastaría volver una y otra vez al
Jesús del alma para mantenernos en comunión con Él? ¿Acaso no ha habido santos
eremitas en los primeros tres siglos que apenas recibían la Eucaristía? La
respuesta comenzaría por recordar que la excepción confirma la regla. Añadimos
que el fruto de la Eucaristía depende también del grado de fe y de caridad del
comulgante. Es verdad que una sola comunión plenamente fructuosa elevaría a
una persona cristiana a un grado de caridad y santidad perfectas. Normalmente
no ocurre así; la donación de Cristo no es acogida tan plenamente. Además, hay
que contar con un “desgaste” de nuestro “hombre interior” durante el combate
de la vida cristiana ; a esa necesidad responde la Eucaristía como pan del
peregrino, como alimento que restaura las fuerzas, como viático para un camino
arduo.
Una segunda objeción sería la siguiente. Si ya comulgamos con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo de vez en cuando, ¿por qué hemos de buscar esa otra actividad
de emplear un tiempo en adorar, sin comulgar, el Santísimo Sacramento? ¿Acaso
los santos durante los primeros doce siglos de la Iglesia necesitaron el
Sagrario para ser santos? A tales preguntas no vale decir que la excepción
confirma la regla. La Iglesia Católica fue profundamente eucarística durante
esos siglos y lo siguen siendo la Ortodoxia y las Iglesias Orientales sin
haber desarrollado la dimensión de adorar la Presencia eucarística fuera de la
misa. La respuesta va más en la dirección de un enriquecimiento, de un
especial don de sabiduría y de piedad concedido por el Espíritu Santo a la
Iglesia Católica a partir de un momento de su historia. La respuesta ya está
prometida en unas palabras de Jesús: El Espíritu de verdad...os llevará al
conocimiento de la verdad completa [22]. El Espíritu ha conducido a la Iglesia
a una mayor profundidad en la respuesta cristiana al don de Cristo en la
Eucaristía; ha conducido a la Iglesia al descubrimiento de la adoración de la
Presencia de Cristo eucarístico. A ese desarrollo han contribuido de un modo
determinante los santos de los últimos siglos. Tendríamos que recordar aquí
otras palabras del Señor: al que tiene se le dará [23]. La intención de la
Iglesia manifestada por los Pastores es cada vez más manifiesta en este punto:
“Todos los miembros de la Iglesia, especialmente los Obispos y los Sacerdotes,
deben observar vigilancia en ver que este Sacramento de Amor ocupe el centro
de la vida del pueblo de Dios, de manera que en todas las manifestaciones del
culto que se le debe, se le devuelva a Cristo “amor por amor”; y que
verdaderamente se convierta en la vida de nuestras almas” [24].
7) La Humanidad de Cristo contemplada en la fe
Hemos de tener más en cuenta el lenguaje de los verdaderos místicos porque nos
dan pistas para una reflexión más ordenada sobre los contenidos de la fe.
Consideremos, por ejemplo, esta frase: ¡Verdaderamente es amable la Santa
Humanidad de nuestro Dios! -Te "metiste" en la Llaga santísima de la mano
derecha de tu Señor, y me preguntaste: "Si una Herida de Cristo limpia, sana,
aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las cinco, abiertas en
el madero?"[25] En Cristo están unidos todos sus momentos. Nada de cuanto Él
hizo o padeció en su naturaleza humana ha pasado ya como si se hubiera
desvanecido en el olvido; todos sus acta et passa participan de la eternidad
del Verbo. La Eucaristía nos hace contemporáneos a todos sus momentos; nos
hace contemporáneos e implicados en una trama de recíproca intimidad. “La
Llaga santísima de la mano derecha de tu Señor” no es una fantasía piadosa o
un recurso meramente emocional para desencadenar la compunción o facililitar
buenos propósitos. Me parece que es algo más, que pertenece a la historia
siempre presente de Jesús, que se descubre el en Eucaristía y en la oración.
Esa presencia es coparticipativa para el cristiano, es interpelante.
8) El ánima ecclesiática de San Agustín
Por otra parte, Cristo nunca está solo ante nuestra conciencia. No podemos
disociarlo ni del Padre ni del Espíritu Santo; tampoco podemos disociarlo de
su Iglesia. No podemos, por tanto, disociarlo de nuestros hermanos vivos o
difuntos. La percepción vital de la unidad entre Cristo y su Iglesia es
llamada por San Agustín anima ecclesiatica, una cualidad que se ha dado en
todos los santos. Son conocidos los sermones de San Agustín, que hablan de
este vínculo entre Cuerpo Eucarístico de Cristo e Iglesia . Explicando el
Misterio Eucarístico, Agustín dice a sus oyentes: «Si queréis entender lo que
es el Cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol: ‘Vosotros sois el cuerpo de
Cristo y sus miembros’. Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de
Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros mismos, y lo
que recibís es vuestro propio símbolo (mysterium)»[26].
San Agustín se niega a separar el cuerpo sacramental, que está en la mesa
eucarística del Cuerpo eclesial de Cristo (Cabeza y miembros). El pan
eucarístico es el cuerpo de Cristo. Pero puesto que por el bautismo los
cristianos son miembros del cuerpo de Cristo, ellos son verdaderamente este
pan. Reciben lo que son. El sacramentum lleva consigo, al contener el Cuerpo y
la Sangre de Cristo in mysterio, la gracia objetiva de la comunión, es decir,
de la unidad. Es el don, no ya de un Cristo aislado de la Iglesia, sino de la
Cabeza unida a su cuerpo. Y ese cuerpo de Cristo está hecho, inseparablemente,
del cuerpo personal del Señor resucitado y de los miembros que son los
cristianos conjuntados por el Espíritu en una comunión viva. [27]
Este pensamiento pensamiento se encuentra ya en San Pablo, quien tiene la
intuición de una correspondencia misteriosa entre el Cuerpo que se da en la
Mesa Eucarística y el Cuerpo eclesial del Señor (1Cor. 10, 16-17).
Llegando al final de este resumen, podríamos afirmar que toda alma eucarística
es, o llegará a ser, profundamente cristocéntrica y trinitaria y también alma
de Iglesia (anima ecclesiastica, en el sentido Orígenes, de San Agustín y
otros Padres de la antigüedad). Cualquier insuficiencia en uno de estos
aspectos será corregida por el Espíritu Santo si media la humildad, el
estudio, el tiempo.
9) Imaginación y realidad sobrenatural
¿Qué criterios podríamos establecer para andar con seguridad por los caminos
de la vida espiritual sorteando los riesgos de la fantasía, del
sentimentalismo, de la irrealidad? La primera respuesta sería la fe y el
sentido común. Respecto a la fe la fuente primordial es la Sagrada Escritura y
la norma práctica y próxima es el Magisterio auténtico de la Iglesia. Respecto
al sentido común la mejor fuente es la experiencia propia y ajena, dentro de
la Iglesia, en 2000 años. Buena experiencia la de los santos, especialmente
los grandes maestros espirituales. Con todo, asumiendo el riesgo de
simplificar demasiado, podríamos utilizar las dos categorías intra nos y extra
nos y confrontar ambos espacios como criterios de verdad.
a) Maestro, ¿dónde moras? En mi Iglesia. El extra nos que asegura estar en
buen camino lo señalamos anteriormente: "a esta sociedad de la Iglesia están
incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo, aceptan la
totalidad de su ordenamiento y todos los medios de salvación establecidos en
ella, y en su cuerpo visible están unidos con Cristo, el cual la rige mediante
el Sumo Pontífice y los obispos, por los vínculos de la profesión de fe, de
los sacramentos, del régimen eclesiástico y de la comunión". Con esa certeza
objetiva podemos entrar en el recinto intra nos: ahí está la realidad última
de la Iglesia, porque como dijo Jesús, regnum Dei intra vos est[28].
b) Maestro, ¿dónde alcanzo dentro de tu Iglesia la máxima unión contigo? En la
Eucaristía. El extra nos que da la seguridad de estar en el buen camino para
esa especial unión con Cristo es la celebración eucarística en la Iglesia y
por la Iglesia y la presencia de las especies sacramentales después de la
consagración (sacramentum tantum y res et sacramentum). La comunión
eucarística fructuosa nos abre las puertas a una realidad intra nos: la
especial morada de Cristo en nuestro corazón y nuestra más íntima pertenecia a
la Iglesia (res tantum).
c) Maestro, enséñanos al Padre. Quien me ve a Mí ve al Padre.[29] El camino a
la Trinidad comienza en la Humanidad Santísima de Cristo a quien nos
incorporamos por el bautismo antes de la Eucaristía. La Santísima Trinidad es
realidad extra nos y, al mismo tiempo, intra nos cuando la gracia transforma
el alma.
La familiaridad con la Trinidad, con Jesús y con el misterio de su Iglesia se
nutre de la Eucaristía, tomada ésta en todas sus dimensiones: la celebración
del sacrificio, la adoración de la Presencia y la fructuosa comida y bebida
eucarística.
María realiza en sí de un modo eminente esas notas. Ella es la criatura más
íntima a la Santísima Trinidad por razón de la Encarnación del Verbo en sus
entrañas. Ella es la criatura más estrechamente vinculada a la Persona y la
Obra de Cristo. Su relación con la Iglesia es materna en el orden de la gracia
y constituye su más perfecto icono. Hay una presencia muy especial de María en
la Eucaristía. Por todo ello, un alma de Eucaristía fácilmente llegará, por la
acción del Espíritu Santo, a ser alma trinitaria, alma cristocéntrica, alma de
Iglesia, alma mariana.
Jorge Salinas Alonso
25.03.02
[1] Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libro 10, 26, 37-29,
40: CSEL 33, 255-256)
2 San Agustín: Confesiones, liber III, caput 6
3 Josemaría Escrivá: Forja, n. 84
4 Antonio Orozco Delclós: Dios no es «el otro», en www.encuentra.com 18.
03.02.
5 cf. Oración sobre las ofrendas en la Misa de Navidad (medianoche); Prefacio
de Navidad III.
6 Cf. CDF: Carta a los Obispos sobre la oración cristiana,
7 W. Kasper: Jesús el Cristo. Ed.Sigueme, Salamanca 1998, p308)
8 Símbolo niceno-constantinopolitano
9 Santo Tomás habla siempre de la Humanidad de Cristo como instrumentum
coniunctum Verbi.
10 CDF: Declaración Dominus Iesus, nn. 10 y 11.
11 Jn 1, 38
12Hch 9, 4; 22, 7; 26, 14
13Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
14Cf. ibíd., 7.
15Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San
Gregorio Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.
16CDF Dominus Iesus, n. 16
17Juan Pablo II: Constitución Apostólica Bonus Pastor, n. 1
18Pablo VI: Enc. Mysterium fidei, n. 5
19Josemaría Escrivá: Es Cristo que pasa, n. 102
20Juan Pablo II: Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de Roma,
14.6.1998
21 STh III, q. 75, a. 5, in c.
22Jn 16, 13
23Mt 25, 29; Lc 19, 26
24Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, n.
25Josemaría Escrivá: Camino, n. 555
26 San Agustín: Serm 272
27 Serm. 272. Cfr. Tillard J.M.R., Carne de la Iglesia, Carne de Cristo. En
las fuentes de la eclesiología de comunión, Salamanca (Sígueme) 1994, pp. 51 y
ss.; Solano J., Textos Eucarísticos primitivos II, Madrid (BAC) 1979, pp.
204-207; 209-212. Esta misma idea queda muy bien resumida en el Sermón
Guelferbytanus, n. 7: «Quod accipitis vos estis, gratia qua redempti estis»
(«vosotros mismos sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido
redimidos»; cfr. San León M., Serm. 63, 7 PL 54, 357D, citado en L.G., n. 26.
28 Lc 17, 21
29cf. Jn 14, 8-9
--------------------------------------------------------------------------------
[1] Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libro 10, 26, 37-29,
40: CSEL 33, 255-256)
[2] San Agustín: Confesiones, liber III, caput 6
[3] Beato Josemaría Escrivá: Forja, n. 84
[4] Antonio Orozco Delclós: Dios no es «el otro», en www.encuentra.com 18.
03.02.
[5] cf. Oración sobre las ofrendas en la Misa de Navidad (medianoche);
Prefacio de Navidad III.
[6] Cf. CDF: Carta a los Obispos sobre la oración cristiana,
[7] W. Kasper: Jesús el Cristo. Ed.Sigueme, Salamanca 1998, p308)
[8] Símbolo niceno-constantinopolitano
[9] Santo Tomás habla siempre de la Humanidad de Cristo como instrumentum
coniunctum Verbi.
[10] CDF: Declaración Dominus Iesus, nn. 10 y 11.
[11] Jn 1, 38
[12] Hch 9, 4; 22, 7; 26, 14
[13]Cf. Conc. Ecum. Vat.II, Const. dogm. Lumen gentium, 14.
[14]Cf. ibíd., 7.
[15]Cf. San Agustín, Enarrat.In Psalmos, Ps 90, Sermo 2,1: CCSL 39, 1266; San
Gregorio Magno, Moralia in Iob, Praefatio, 6, 14: PL 75, 525; Santo Tomás de
Aquino, Summa Theologicae, III, q. 48, a. 2 ad 1.
[16] CDF Dominus Iesus, n. 16
[17] Juan Pablo II: Constitución Apostólica Bonus Pastor, n. 1
[18] Pablo VI: Enc. Mysterium fidei, n. 5
[19] Josemaría Escrivá: Es Cristo que pasa, n. 102
[20] Juan Pablo II: Homilía del Papa en la misa para el seminario mayor de
Roma, 14.6.1998
[21] STh III, q. 75, a. 5, in c.
[22] Jn 16, 13
[23] Mt 25, 29; Lc 19, 26
[24] Juan Pablo II: Enc. Redemptor hominis, n.
[25] Josemaría Escrivá: Camino, n. 555
[26] San Agustín: Serm 272
[27] Serm. 272. Cfr. Tillard J.M.R., Carne de la Iglesia, Carne de Cristo. En
las fuentes de la eclesiología de comunión, Salamanca (Sígueme) 1994, pp. 51 y
ss.; Solano J., Textos Eucarísticos primitivos II, Madrid (BAC) 1979, pp.
204-207; 209-212. Esta misma idea queda muy bien resumida en el Sermón
Guelferbytanus, n. 7: «Quod accipitis vos estis, gratia qua redempti estis»
(«vosotros mismos sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido
redimidos»; cfr. San León M., Serm. 63, 7 PL 54, 357D, citado en L.G., n. 26.
[28] Lc 17, 21
[29] cf. Jn 14, 8-9
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