Reflexiones sobre Ecclesia de Trinitate
Autor: Jorge Salinas
Capítulo 11: La unidad de la Eucaristía
Jorge Salinas Alonso
Sumario:
1. La adoración de Cristo en la Hostia Santa fuera de la misa
2. La noción de real concomitancia en Santo Tomás
3. Cómo subsisten Cristo y su Acontecimiento en una unidad permanente
4. El principio de la “real concomitancia” en el contenido de la Eucaristía
5. Tiempo y eternidad en la Eucaristía
6. La Santísima Trinidad nos concede el don de la Eucaristía y a través de
Jesús Sacramentado edifica la Iglesia.
1. La adoración de Cristo en la Hostia Santa fuera de la misa
Recuerdo al Santo Padre durante su visita a Sevilla en 1993. La TVE nos
trasmitió en directo algunos momentos especialmente significativos. El Papa
fue a clausurar solemnemente el XLV Congreso Eucarístico Internacional que se
desarrolló con gran piedad y con una aportación teológica importante de varios
ponentes. En la Catedral hispalense se celebró un Acto de Adoración con el
Santísimo expuesto en una rica custodia. La cámara ofrecía a espectador de un
modo recurrente y con alternancia un primer plano de la Hostia Santa y un
primer plano del Santo Padre leyendo una alocución. La Catedral estaba llena
al completo de una multitud fervorosa. Aquél era uno de los muchos actos
eucarísticos que tuvieron lugar durante varios días en la ciudad. En el
transcurso de la alocución papal todos oímos de sus labios unas palabras que,
más o menos, decían lo siguiente: “..Sí, amados hermanos y hermanas, es
importante que vivamos y enseñemos a vivir los misterios totales de la
Eucaristía: el Sacramento del Sacrificio, del Banquete, y de la Presencia
permanente de Jesucristo el Salvador.... las varias formas de culto a la
Sagrada Eucaristía son una extensión y a la vez una preparación para el
Sacrificio de la Misa y de la Comunión ”. Aquellas palabras no aparecen en la
versión oficial del discurso; eran algo que dijo espontáneamente, al hilo del
texto que leían con calma. No es la primera vez que algo semejante haya
ocurrido con los discursos de Juan Pablo II. En el texto publicado
posteriormente se lee: “.... las varias formas de culto a la Sagrada
Eucaristía son una extensión y a la vez una preparación para el Sacrificio de
la Misa y de la Comunión ¿Será necesario insistir de nuevo en las profundas
motivaciones espirituales y teológicas del culto al Santísimo Sacramento fuera
de la celebración de la Misa? Es verdad que la reserva del Sacramento se hizo,
desde el principio, para poder tomar la Comunión a los enfermos y a aquéllos
ausentes de la celebración Pero, como dice el Catecismo de la Iglesia
Católica, ´para profundizar la fe en la Real Presencia de Cristo en Su
Eucaristía, la Iglesia se hizo consciente del significado que tiene adorar
silenciosamente al Señor presente bajo las especies Eucarísticas´" (n. 1379).
(Papa Juan Pablo II, homilía de junio de 1993, Congreso Eucarístico
Internacional en Sevilla, España).
Quiero retener la expresión “los misterios totales de la Eucaristía: el
Sacramento del Sacrificio, del Banquete, y de la Presencia permanente de
Jesucristo el Salvador”. En los documentos del Magisterio de la Iglesia de los
últimos decenios (Concilio Vaticano II, Pablo VI, Juan Pablo II, Catecismo de
la Iglesia Católica, Magisterio de los Obispos y libros rituales) predomina un
modo de proponer el misterio de la Santísima Eucaristía bastante común que no
coincide del todo con el modo de tratar este augusto misterio en manuales
dogmáticos anteriores o en la literatura piadosa. Por supuesto que estamos en
la misma fe de la Iglesia primitiva, substancialmente única e invariable. Aquí
me refiero solamente a una cuestión de esquemas explicativos, de acentos, de
desarrollos según una dimensión u otra, dentro del misterio eucarístico tan
inagotable como lo es el misterio de Cristo, Persona y Acontecimiento, en toda
su plenitud del cual la Eucaristía es Sacramento. El Magisterio actual conecta
más directamente con las fuentes bíblicas y la gran Patrística latina y griega
y, al mismo tiempo, incorpora el impresionante enriquecimiento eucarístico que
se da en la Iglesia Católica desde el siglo XIII al XVI. En primer lugar, la
palabra Sacramento abarca todos los aspectos parciales (aunque sean también
siempre totales) de una única realidad llamada Eucaristía. El Sacramento de la
Santísima Eucaristía comprende, de un modo inclusivo, toda una variedad de
aspectos: el sacrificio sacramental de Cristo en la Santa Misa, la comida y
bebida sacramentales de su Cuerpo y su Sangre, la presencia sacramental de
Cristo después de la Santa Misa allí donde se reserven las especies
sacramentales, la comunión a los enfermos, el Viático, la adoración a Jesús
Sacramentado en la Custodia, en las procesiones del Corpus, la consumición
siempre por vía de comunión sacramental de las Hostias consagradas y
reservadas en el Tabernáculo. Convendrá recordar que en algunos casos se
guarda dentro del sagrario parte del Sanguis de la Misa, en un recipiente
adecuado, para dar la comunión a enfermos que no pueden deglutir cuerpos
sólidos (cf. CIC 925). Ha sido Juan Pablo II quien ha sabido plasmar una
búsqueda teológica que viene de lejos en una triada ya clásica: La Eucaristía,
Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Banquete, Sacramento-Presencia.
2. La noción de real concomitancia en Santo Tomás
A partir de unas palabras del Concilio de Trento podríamos entender mejor
(dentro de los límites del misterio, pero sacudiendo la pereza) la íntima
conexión que se da entre “los misterios totales de la Eucaristía”, entre la
celebración de la eucaristía, la reserva eucarística fuera de la misa, la
adoración a la Hostia Santa, la comunión de los enfermos, la renovación de las
formas consagradas reservadas en el tabernáculo, las bendiciones con el
Santísimo, las procesiones eucarísticas y otras manifestaciones de culto a un
único misterio.
Trento propone la doctrina de la fe con estas palabras: inmediatamente después
de la consagración está el verdadero cuerpo de Nuestro Señor y su verdadera
sangre juntamente con su alma y divinidad bajo la apariencia del pan y del
vino; ciertamente el cuerpo, bajo la apariencia del pan, y la sangre, bajo la
apariencia del vino en virtud de las palabras; pero el cuerpo mismo bajo la
apariencia del vino y la sangre bajo la apariencia del pan y el alma bajo
ambas, en virtud de aquella natural conexión y concomitancia por la que se
unen entre sí las partes de Cristo Señor que resucitó de entre los muertos
para no morir más [Rom. 6, 5]; la divinidad, en fin, a causa de aquella su
maravillosa unión hipostática con el alma y con el cuerpo [Can. 1 y 3]. Por lo
cual es de toda verdad que lo mismo se contiene bajo una de las dos especies
que bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e íntegro, está bajo la especie
del pan y bajo cualquier parte de la misma especie, y todo igualmente está
bajo la especie de vino y bajo las partes de ella [Can. 3]. (Denz.1545-1563,
876 ).
Se da una razón explicativa para colegir que desde una presencia de “cuerpo de
Cristo” y de otra presencia de “sangre de Cristo” se llega a la presencia de
Cristo entero bajo ambas especies: en virtud de aquella natural conexión y
concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo Señor que
resucitó de entre los muertos para no morir más (ut supra). Esta razón la
empleó ya en el siglo XIII Tomás de Aquino, llamándola “real
concomitancia”[1], que consiste en lo siguiente: “si dos cosas están realmente
unidas entre sí, donde esté una de ellas está la otra”[2]. Esta argumentación
(ratio theologica) la empleó el Aquinate también para cuestiones trinitarias:
por real concomitancia, por ejemplo, donde está una divina Persona también lo
están las otras Dos.[3] Santo Tomás establece una distinción entre la fuerza
de las palabras de la consagración eucarística (que haría presente solamente
el Cuerpo o la Sangre de Cristo como términos de la conversión) y la fuerza de
la real concomitancia que haría presente a Cristo entero (cuerpo, sangre, alma
y divinidad ) bajo los accidentes de pan y vino porque donde está el Cuerpo de
Cristo Resucitado está su Sangre, su Alma y su Divinidad y donde está su
Sangre está su Cuerpo, su Alma y su Divinidad. El Concilio de Trento recoge
esta doctrina empleando la palabra “especies” en vez de “accidentes”. Sin
embargo, es importante distinguir entre el contenido firme y permanente de la
fe (en este caso, la presencia de Cristo entero bajo las dos especies
eucarísticas) y lo que es una razón argumentativa para facilitar una cierta
comprensión del misterio creído (en este caso, el argumento de la real
concomitancia). Hay que señalar que una buena parte de la teología católica
más reciente evita usar el argumento de la “real concomitancia” al dar cuenta
de lo que es indiscutible para la fe católica; suelen alegar razones de tipo
bíblico y patrístico. También hay que señalar que el Catecismo de la Iglesia
Católica no menciona la “real concomitancia” al exponer la doctrina de la fe
de siempre: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es
singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de
ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos
los sacramentos" En el santísimo sacramento de la Eucaristía están "contenidos
verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y
la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero".
"Esta presencia se denomina «real», no a título exclusivo, como si las otras
presencias no fuesen «reales», sino por excelencia, porque es substancial, y
por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente"[4].
Me parece que la noción misma de “real concomitancia” responde a un sentido de
la realidad muy fuerte; se trata de una noción más que de un concepto, puede
entenderse en diversos sentidos análogos y es útil para ilustrar muchos
aspectos de la fe y de la vida espiritual. El nervio conductor de este trabajo
va a ser precisamente la noción de real concomitancia aplicada a la Presencia
de Cristo en la Hostia Santa (o en el Cáliz consagrado). No ha sido muy
frecuente el recurso a esta argumentación para enriquecer reflexivamente el
contenido de nuestra fe ante el Santísimo Sacramento pero puede intentarse,
yendo siempre de la mano del Magisterio, de los textos litúrgicos, de la vida
eucarística de los santos.
3. Cómo subsisten Cristo y su Acontecimiento en una unidad permanente[5]
El Catecismo de la Iglesia Católica hace un aporte de gran interés: todo lo
que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la
eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene
permanentemente presente.[6] Todo lo que Jesús "hizo y padeció" participa de
la eternidad divina. Esta afirmación requiere más atención. La existencia
humana de Jesús se desplegó en el tiempo, en una secuencia de momentos
distintos, desde la primera infancia hasta su agonía en la Cruz. En nuestra
condición humana y caduca todos los momentos del pasado se desvanecen y sólo
se vive el momento presente, pero en el caso de Cristo es distinto por razón
de la Persona. En frase oída al profesor Antonio Aranda en una conferencia,
"Cristo en su Ascensión al Cielo llevó consigo toda su historia". No podemos
imaginarlo, pero es necesario aceptar que el Niño Jesús, cuya imagen besan con
piedad los fieles en Navidad, es una realidad celeste, como lo es el Cristo de
la agonía en cuyas llagas buscan refugio los atribulados, como lo es el Rey de
la Gloria. ¿Cómo pueden estar entre sí conectados en una unidad personal una
multitud de momentos distintos y simultáneos? Ya hemos mencionado la cohesión
que otorga el Verbo Eterno, la Persona divina del Hijo, a toda la naturaleza
humana de Cristo realizada en una multitud de actos y padecimientos. También
el Espíritu Santo, uno e idéntico numéricamente, está en cada momento
histórico de la Humanidad Santísima de Cristo.
Si un Santo Padre dijo que "el Espíritu es el lugar de los santos", con cuánta
más razón se puede decir que el Espíritu es el lugar en el que se da toda la
vida de un santo; es decir, es el lugar en el cual se despliega toda la vida
de un solo santo. En el caso de Cristo humano la secuencia de momentos vividos
está unificada en el Verbo y en el Espíritu en el seno del Padre y esa unidad
inefable "participa de la eternidad divina" . Este presente permanente de todo
lo pasado está recogido, por ejemplo, en Rm 8, 34: ¿Quién condenará? ¿Cristo
Jesús, el que murió, más aún, el que fue resucitado, el que asimismo está a la
derecha de Dios, el que incluso intercede por nosotros? . En 1 Jn 2, 1:
Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca,
tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo, el justo. Quizá el testimonio
más impresionante es Hbr 7, 25: Por esto puede también salvar perfectamente a
los que se acercan a Dios a través de Él, ya que vive siempre para interceder
por nosotros. El tiempo humano transcurre aquí en la tierra y esa presencia
del Misterio de Cristo es inadvertida por la mayoría de los hombres; en todo
caso, se habla de acontecimientos controvertidos que ocurrieron hace unos dos
mil años y que ha dejado una profunda huella cultural en la humanidad. Sin
embargo, las palabras del CCE son rotundas: domina así todos los tiempos y en
ellos se mantiene permanentemente presente.
No somos capaces de imaginar cómo la Persona del Verbo posea de un modo real y
simultáneo todos sus actos vividos o padecidos en su naturaleza humana, porque
nuestra experiencia es la propia de personas simplemente humanas, pero la fe,
el sentido de toda la liturgia, el testimonio vivo de los santos nos hablan de
esa unidad de Cristo y su Acontecimiento completo, de un modo semejante
(puesto que se trata de una participación) a como Dios en cuanto Dios goza de
esa posesión total y simultánea de una vida perfecta e inacabable que Boecio
llamaba eternidad . El Verbo en cuanto Dios es eterno sin más, pero la
historia humana del Verbo participa de esa eternidad. Esos son los términos
del Catecismo de la Iglesia Católica. Por tanto, cualquier momento de Cristo
en la tierra “se mantiene permanente presente”, más allá de este tiempo y de
este espacio; de este tiempo que a nosotros se nos va de entre las manos y nos
separa de nuestro propio pasado; de este espacio que a nosotros nos limita y
nos separa de los demás. Nos ayuda a entender algo más del misterio de Cristo
si consideramos que la totalidad de su vida en la tierra está orientada a los
que Él llama “su hora”[7]. La “hora” de Jesús es la hora de su expiración
voluntaria y amorosa en la Cruz que es también el momento de su tránsito al
Padre: Padre en tus manos entrego mi Espíritu[8]. De ese trance dice el
Catecismo: Cuando llegó su hora, vivió el único acontecimiento de la historia
que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se
sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6, 10; Hb 7,27; 9,12).
Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no
puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la
muerte (...)[9].
Podríamos reclamar con fe humilde algo más de inteligibilidad ante el hecho de
que en “una hora” se pueda condensar la totalidad de la peripecia
divino-humana de Cristo, desde su concepción virginal en el seno de María
hasta su exaltación en la gloria. Es así por la unidad de sentido de todos los
momentos de Cristo. Se encarnó “por nuestra salvación” profesamos en el Credo;
con las palabras de un salmo (“me diste un cuerpo y he aquí que vengo a
cumplir tu voluntad”) resume la Carta a los Hebreos la irrupción de Cristo en
este mundo[10]; Cristo murió “por nuestros pecados”; resucitó “para nuestra
justificación”, en resumen: por nosotros vivió, murió y resucitó. Esa unidad
de sentido desde el principio hasta el final permite afirmar que el Misterio
Pascual de Cristo es la culminación de su Encarnación.[11] Todos los momentos
de Cristo no constituyen una mera sucesión de acontecimientos, como a veces
ocurre con nuestra vida dispersa e inconexa, sino que constituyen en su
conjunto un único Acontecimiento que encuentra su mayor densidad de contenido
en la Muerte y Resurrección. Una vez destruida la muerte con su muerte, esa
totalidad de Sujeto, acciones y padecimientos que llamamos el Acontecimiento
Cristo, permanece para siempre: Cristo, con todo lo que vivió y sufrió por
nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el
acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).[12]
4. El principio de la “real concomitancia” en el contenido de la Eucaristía
El principio de la “real concomitancia” es aplicable al contenido de lo que se
hace presente a la fe en el Pan consagrado y en el Vino consagrado durante la
santa misa. Creemos que bajo ambas especies o apariencias se contiene
“verdadera, real y substancialmente el Cuerpo, la Sangre, el alma y la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo”. Como nos enseña el Himno eucarístico
Adorote devote ante esa inefable Presencia son inútiles la vista, el gusto, el
tacto; sólo la fe (que es comunicada externamente por el oído) conoce, cree y
adora esa Presencia. La vista, el gusto y el tacto nos sirve sólo para captar
unos signos externos que, a su vez, indican y señalan una Presencia oculta,
solamente percibida por la fe y en la fe. Quien está presente es la Persona
Cristo en su totalidad de Verbo eterno humanado. Santo Tomás emplea una frase
de gran precisión y fuerza: “El Verbo se hizo carne, es decir hombre: como si
el mismo Verbo fuera personalmente hombre”.[13] En la Hostia Santa no sólo
están el Cuerpo o la Sangre como partes de una realidad corpórea, sino que
está la totalidad de la Humanidad Santísima de Cristo Resucitado (cuerpo y
alma) cuya única Persona es el Verbo. Adoramos la Persona de Cristo en su
realidad divina y humana, inseparables, Adoramos a Jesús muerto y resucitado.
Adoramos al único Cristo, uno en sí mismo y único, no multiplicable, no movido
de acá para allá, no distinto de sí mismo en este sagrario o en aquel otro, no
distinto de sí mismo cuando comulga esta persona o aquella otra, no distinto
de sí mismo cuando se celebra una misa ahora, o ayer o mañana, no distinto de
sí mismo cuando se fracciona la sagrada forma. Siempre se trata del mismo y
único Cristo que se nos ofrece bajo las apariencias sensibles de la
Eucaristía. Por ello es muy adecuada la expresión de Cristo Sacramentado o
Jesús Sacramentado que no significa otro Cristo distinto del Único, sino el
mismo y único Cristo que se nos da de un modo sacramental, in mysterio, oculto
a los sentidos, aunque significado por gestos, palabras y realidades
materiales y humanas. Esos gestos y palabras sacerdotales junto con ese pan y
ese vino se multiplican aquí o allí, hoy y mañana, pero significan y
“producen” siempre una Única Presencia del Único Cristo que se ofrece al Padre
por nosotros, cooperando el Espíritu Santo; que se nos da como comida y bebida
espirituales.
Podríamos considerar la presencia de la Persona de Cristo de un modo
abstracto, como una parte separada de una unidad más completa, pero, entonces,
estaríamos elucubrando, diseccionando la realidad quizá para entenderla un
poco mejor. La realidad es que en Cristo no cabe separar la Persona de su
historia divino-humana; no cabe separar la Persona del Acontecimiento. Una vez
más citamos la frase del Catecismo: todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y
padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos
los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente.[14] El “Cristo
entero” al que se refiere la doctrina de la fe cuando habla de la presencia de
Jesús bajo las dos especies eucarísticas puede legítimamente entenderse de
modo que en el “entero” esté incluido el Acontecimiento en virtud de la “real
concomitancia” que tenemos presente desde el principio de ese artículo. Es
verdad que el Magisterio jamás ha enseñado que en la Hostia Santa está Jesús
recién nacido en Belén, Jesús Niño en Egipto, Jesús adolescente en el Templo
de Jerusalén, Jesús predicando en las sinagogas de Galilea, Jesús del
Calvario, Jesús Resucitado hablando con la Magdalena, Jesús sentado a la
derecha del Padre. El lenguaje de la fe es más sobrio y sintético: en la
Sagrada Eucaristía está verdadera, real y substancialmente presente el mismo
Cristo que fue concebido virginalmente de la Virgen Santísima, padeció bajo el
poder de Poncio Pilato muerte de Cruz por nuestros pecados, resucitó al tercer
día, subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre y vendrá a
juzgar a vivos y a muertos. Ante la Hostia Santa podemos contemplar con los
ojos de la fe cualquier momento de Cristo y podemos descubrir, con la ayuda
del Maestro que llama, nuestra implicación en cada una de las palabras y
gestos de Jesús. Se trata de algo muy experimentado por los santos: Os diré
que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible
donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros
sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y
naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro.
Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da
alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo
Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el
deseo junto al Señor Sacramentado.[15]
Quizá la palabra implicación sea adecuada para expresar la razón última de la
Eucaristía que es el Amor infinito de Dios a los hombres. Tomad y comed...mi
Cuerpo entregado por vosotros..Tomad y bebed...mi Sangre derramada por
vosotros. En la Eucaristía, Jesús se nos da y nos llama, nos interpela. Con la
ayuda del Espíritu Santo seremos capaces de conocernos a nosotros mismos en
Cristo Nuestro Señor que se nos da en la Eucaristía. La Eucaristía es el lugar
más adecuado para encontrar o volver a encontrar nuestra propia vocación
personal. En palabras del Papa: La Eucaristía constituye el momento culminante
en el que Jesús, al darnos su Cuerpo inmolado y su Sangre derramada por
nuestra salvación, descubre el misterio de su identidad e indica el sentido de
la vocación de cada creyente. En efecto, el significado de la vida humana está
todo en aquel Cuerpo y en aquella Sangre, ya que por ellos nos han venido la
vida y la salvación. Con ellos debe, de alguna manera, identificarse la
existencia misma de la persona, la cual se realiza a sí misma en la medida en
que sabe hacerse, a su vez don para todos.[16]
5. Tiempo y eternidad en la Eucaristía
Sabemos que en la celebración (Santa Misa) la eternidad entra en el tiempo, o
mejor quizá, somos elevados a la eternidad porque participamos de la liturgia
celestial.
Utilizando una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía
es "gustar la eternidad en el tiempo" (A. J. Heschel). Como Cristo vivió en la
carne permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es
presencia divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo de la
"compenetración de la ciudad terrena y la ciudad celeste" (Gaudium et spes,
40). Por su naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo,
introduce lo eterno y lo infinito en la historia humana.[17]
Pertenece a la doctrina de la fe la conexión esencial entra las palabras de la
consagración y la conversión eucarística del pan y el vino. Los Padres de la
Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra
de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión.[18]
Sólo ahí se da una coincidencia concreta, una parcela excepcional, en la que
la eternidad y el tiempo coinciden. Pero si atendemos al tiempo de la
celebración que precede o que sigue a las palabras consecratorias, no podemos
decir que “ahora” (según mi reloj de este tiempo del mundo) está dándose tal o
cual momento del Acontecimiento Cristo. No podemos decir que “ahora”
conmemoramos y se hace presente su Nacimiento, su oración de Gethsemaní, su
Agonía, su Resurrección... Esta idea la expresa con lucidez F.M. Arocena: Si
imaginamos la Historia de la Salvación como una larga línea que se desarrolla
en el tiempo, podemos indicar aquello que “ya” se ha realizado con una línea
continua que llega hasta el momento presente, y lo que “todavía no” ha
acontecido, aquello que esperamos que se cumpla, con un trazo discontinuo que
puede interrumpirse en cualquier instante, ya que ignoramos cuándo vendrá el
Señor. Si nos preguntamos qué lugar ocupa la Eucaristía en la Historia de la
Salvación y en qué punto de la línea debemos situarla, la respuesta es que no
ocupa un lugar concreto, sino que la ocupa enteramente. La Eucaristía es
coextensiva a la Historia de la Salvación: toda ella está presente en la
Eucaristía y la Eucaristía está presente en toda la Historia de la
Salvación[19]
La misma variedad de ritos legítimos conservados en el interior de la Iglesia,
a través de los tiempos, demuestra que la riqueza del Misterio de Cristo es
inagotable y a fortiori lo es su celebración en el seno de la Iglesia. Hay una
cierta complementariedad en esa diversidad de ritos sin que ninguno de ellos,
en singular, agote la insondable riqueza del Misterio. Por esta razón la
Iglesia exhorta a la conservación de todos los ritos legítimos: El sacrosanto
Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre
Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente
reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los
medios. Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados
con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor,
teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.[20] Hay diversidad
de acentos en las distintas celebraciones de la única Eucaristía; hay matices
distintos en la lógica celebrativa; todo ello, sin embargo, nunca daña la
unidad de la fe sino, que por el contrario, manifiesta su riqueza.[21]
En la celebración de la Eucaristía (Santa Misa) nuestro tiempo terreno cede el
paso a la eternidad. Se comprende el sentir de un enamorado de la Eucaristía:
Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra
correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes.
[22] El Acontecimiento Cristo, cuyo corazón es el Misterio Pascual, desaloja,
por decirlo de algún modo, la intervención humana. Podríamos hablar de un
“tiempo eucarístico” durante el cual la Trinidad Santa tiene toda la
iniciativa. Ese “tiempo eucarístico” no se circunscribe y limita al altar y a
la duración de la Santa Misa. Si algunas formas consagradas son llevadas a un
Sagrario para su reserva, llevan consigo “ese tiempo eucarístico”, no dejan de
ser parte de una misa ya celebrada, empieza a ser también parte de otra misa
en la que serán sumidas o, en todo caso, se reservan para ser dadas en
Comunión eucarística a enfermos o a ausentes. Mientras tanto, el Misterio
Eucarístico es adorado por los fieles delante del Sagrario o Tabernáculo. Un
ejemplo tomado de la experiencia puede ayudar a expresar esta idea. Imaginemos
una proyección en vídeo de un acontecimiento grabado anteriormente. Se suceden
escenas, secuencias, diálogos, primeros planos de distintas personas, De
pronto, alguien manifiesta interés en observar mejor un detalle o un rostro;
basta parar, retroceder, volver a reproducir y, justo, cuando llega la escena
buscada se pulsa la tecla Pause. La imagen se para y permanece detenida el
tiempo que queramos; luego se vuelve a presionar Play y se reemprende la
visión de la cinta de un modo normal. Con la debida proporción, puede
afirmarse que la Hostia Santa reservada en el Sagrado es como una pausa entre
una misa y la comunión en otra misa; es decir, se encuentra dentro del “tiempo
eucarístico”. Si meditamos las palabras de himnos venerables que fueron
compuestos para ser cantados ante la Hostia Santa comprobamos esa conexión no
interrumpida entre la Santa Misa y el Sacramento fuera de la Misa. En el Adoro
te devote cantamos: O memoriale mortis Domini , (oh memorial de la muerte del
Señor). La inmolación redentora de Cristo es cantada ante el Santísimo: Pange
lingua gloriosi/ Corporis Mysterium/Sanguinisque pretiosi/ quem in mundi
pretium/ fructus ventris generosi/ Rex effudit gentium. (Canta, lengua, del
glorioso Cuerpo el sagrado misterio y de la Sangre preciosa que, del mundo en
rico precio, derramó el Rey de las gentes, fruto del más noble seno). Un
compendio de todo el Misterio eucarístico está contenido en una estrofa del s.
XIII: O sacrum convivium/ in quo Christus summitur/ recolitur memoria
Passionis eius/ mens impletur gratia/ et futurae gloriae/ nobis pignus datur.
(¡Oh, sagrado banquete! En el que se recibe a Cristo, se recuerda la memoria
de su Pasión, el alma se colma de gracia y se nos da la prenda de la gloria
futura). Del siglo XIV procede esta letra: Ave, verum Corpus,natum/ de Maria
Virgine/ Vere passum, inmolatum/ in Cruce pro homine (Salve, verdadero Cuerpo
nacido de María, la Virgen. Verdaderamente atormentado e inmolado en la Cruz
por los hombres).
No es una presencia estática la de Cristo en la Hostia Santa: es la presencia
de Cristo muerto y resucitado; es el Cordero del Apolalipsis “degollado y
puesto en pie”; es Jesucristo el Justo que intercede de contínuo por nosotros.
Su presencia es también presencia de un sacrificio perenne, de forma que no
sólo cada año (como entre los judíos se hacía), sino también cada día, y hasta
cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo, para que
no dejemos de tener la ayuda más imprescindible .[23]
La “real concomitancia” de todo lo que es Cristo respecto a lo que es su
Cuerpo o su Sangre permite entrever la densidad de presencia que Jesús ofrece
a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor.[24]
6. La Santísima Trinidad nos concede el don de la Eucaristía y a través de
Jesús Sacramentado edifica la Iglesia.
En una oración atribuida a Santo Tomás pedimos: Oh amantísimo Padre, concédeme
que al recibir a tu Hijo Amado oculto, pueda contemplarlo finalmente para
siempre con la faz desvelada. El que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo por los siglos de los sigos. Amén.[25] En la Eucaristía
comunicamos con la Santísima Trinidad en cuyo seno tiene lugar el
Acontecimiento Cristo. En esa misma oración, pedimos: Oh Dios lleno de
mansedumbre, concédeme de tal modo recibir el Cuerpo de tu Hijo Unigénito,
alumbrado por la Virgen María, que merezca ser incorporado a su cuerpo místico
y ser contado entre sus miembros.[26] A través de la Eucaristía somos
constituidos Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia.
Quiero concluir citando una plegaria de adoración de Juan Pablo II ante Jesús
Sacramentado porque en ella se contienen todos los elementos citados casi de
pasada en este artículo.
Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú
eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena
y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al
Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente
«silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la
voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi
complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras
situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y
social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre
intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado
contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú
eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de
valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer
lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen
amigo presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la
voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta.
Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes
básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia
vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de
presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como
respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por
eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y
callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir
esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida
y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu
presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos
hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o
«misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el
«misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en
nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio
activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en
capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en
el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la
más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu
Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.
. Madrid, 5 de marzo de 2002
Jorge Salinas Alonso
--------------------------------------------------------------------------------
[1] Ad primum ergo dicendum quod, quia conversio panis et vini non terminatur
ad divinitatem vel animam Christi, consequens est quod divinitas vel anima
Christi non sit in hoc sacramento ex vi sacramenti, sed ex reali concomitantia.
Quia enim divinitas corpus assumptum nunquam deposuit, ubicumque est corpus
Christi, necesse est et eius divinitatem esse. Et ideo in hoc sacramento
necesse est esse divinitatem Christi concomitantem eius corpus. Unde in
symbolo Ephesino legitur, participes efficimur corporis et sanguinis Christi,
non ut communem carnem percipientes, nec viri sanctificati et verbo coniuncti
secundum dignitatis unitatem, sed vere vivificatricem, et ipsius verbi
propriam factam. Anima vero realiter separata fuit a corpore, ut supra dictum
est. Et ideo, si in illo triduo mortis fuisset hoc sacramentum celebratum, non
fuisset ibi anima, nec ex vi sacramenti nec ex reali concomitantia. Sed quia
Christus resurgens ex mortuis iam non moritur, ut dicitur Rom. VI, anima eius
semper est realiter corpori unita. Et ideo in hoc sacramento corpus quidem
Christi est ex vi sacramenti, anima autem ex reali concomitantia (STh III, q.
76, a. 1 ad 1)
[2] Si enim aliqua duo sunt realiter coniuncta, ubicumque est unum realiter,
oportet et aliud esse, sola enim operatione animae discernuntur quae realiter
sunt coniuncta. (STH III, q.76, a. 1 ad 1)
[3] sed intelligitur in nomine Christi Spiritus Sanctus ratione concomitantiae,
quia ubicumque est Christus, est Spiritus Christi, sicut ubicumque est Pater,
est Filius (Contra errores graecorum, pars 1, cap. 13)
[4] CCE, n. 1374
[5] Este tema está desarrollado en otro artículo titulado: La Presencia del
Acontecimiento Cristo, www.theologoumena.com
[6] CCE n. 1085
[7] Jn 2, 4; 12, 27
[8] Lc 23, 46
[9] CCE n. 1085
[10] Hb 10, 7
[11] cfr CEE n.
[12] CCE n. 519
[13] Verbum caro factum est,id est homo: quasi ipsum Verbum personaliter sit
homo (Quaestiones disputatae V, de unione Verbi Incarnati,a.1)
[14] CCE n. 1085
[15] Beato Josemaría: Es Cristo que pasa, 154.
[16] Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
(12-05-2000)
[17] Juan Pablo II:
[18] CCE 1375
[19] F.M. Arocena, En el corazón de la liturgia, Madrid 1999, p. 415.
[20] Conc. Vaticano II: Const. Sacrosanctum concilium, n. 4)
[21] Después de la celebración de la Eucaristía en la Basílica de San Pedro en
el Jubileo Santo del 2000, el Papa dijo a los asistentes: La celebración que
acabáis de realizar según vuestro antiguo y venerable rito hispano-mozárabe se
une en este Año santo a la serie de celebraciones jubilares tenidas en Roma en
los diversos ritos y tradiciones litúrgicas de la Iglesia, tanto del Oriente
como del Occidente. Con ellas se ha puesto claramente de relieve la unidad de
la fe católica en la diversidad legítima de sus múltiples expresiones
históricas y geográficas. (Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a diferentes
grupos de peregrinos jubilares y de la archidiócesis de Toledo, 16 de
diciembre de 2000).
[22] Beato Josemaría: Forja 436
[23] Del comentario de san Juan Fisher, obispo y mártir, sobre los salmos.
Salmo 129: Opera omnia, edición 1579, p. 1610
[24] Santo Tomás dice de un modo rotundo que en altar por la fuerza del
sacramento está la substancia del Cuerpo de Cristo; los accidentes de Cristo
están también, a) de un modo concomitante, por concomitancia real , b) quasi
per accidens y, c) no según su modo natural, sino per modum substantiae. Es
verdad que el Aquinate se limita a sacar todas las consecuencias considerando
el caso particular de la cantidad extensiva: Ad primum ergo dicendum quod
modus existendi cuiuslibet rei determinatur secundum illud quod est ei per se,
non autem secundum illud quod est ei per accidens, sicut corpus est in visu
secundum quod est album, non autem secundum quod est dulce, licet idem corpus
sit album et dulce. Unde et dulcedo est in visu secundum modum albedinis, et
non secundum modum dulcedinis. Quia igitur ex vi sacramenti huius est in
altari substantia corporis Christi, quantitas autem dimensiva eius est ibi
concomitanter et quasi per accidens, ideo quantitas dimensiva corporis Christi
est in hoc sacramento, non secundum proprium modum, ut scilicet sit totum in
toto et singulae partes in singulis partibus; sed per modum substantiae, cuius
natura est tota in toto et tota in qualibet parte. (STh IIIª q. 76 a. 4 ad 1)
Una de las consecuencias es la siguiente: de ningún modo está el Cuerpo de
Cristo “localizado” en este sacramento (Unde nullo modo corpus Christi est in
hoc sacramento localiter :STh IIIª q. 76 a. 5 co). La extensión del pan no
pasa a ser la extensión de Cristo, sino que sigue siendo extensión de pan,
captada por los sentido y signo cierto de que nos encontramos ante una
presencia substancial del Cuerpo de Cristo, presencia que por sí misma no cae
bajo la percepción sensible de los hombres.
Si aplicamos con rigor la lógica tomista podríamos repetir el razonamiento con
otros accidentes de la substancia aparte de la cantidad; por ejemplo,los
accidentes propios de la cualidad. Santo Tomás afirma que cualquier mutación
que no altere la substancia inhiere en ella de un modo accidental, sea por vía
de cantidad o por vía de cualidad. Todos los acta et passa Christi pertenecen,
desde una visión metafísica, al orden accidental; por tanto, están presentes
con la substancia del Cuerpo de Cristo de un modo concomitante, quasi per
accidens, per modum substantiae no según su modo natural (aliqua vero mutatio
in qua variatur illud quod inest rei accidentaliter, scilicet quantitas vel
qualitas, ut patet in motu augmenti et alterationis; aliqua vero mutatio est
quae pertingit usque ad formam substantialem, sicut generatio et corruptio :In
libros Sententiarum In IV Sententiarum Distinctio 11 Artículus 3ª, CO)
[25] O amantissime Pater, concede mihi dilectum Filium tuum, quem nunc velatum
in via suscipere propono, revelata tandem facie perpetuo contemplari: Qui
tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula
saeculorum. Amen
[26] O mitissime Deus, da mihi Corpus unigeniti Filii tui, Domini nostri, Iesu
Christi, quod traxit de Virgine Maria, sic suscipere, ut corpori suo mystico
merear incoporari, et inter eius membra connumerari
. |