3-6 - EL CAMINO DE LA CRUZ.
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE.
CONFESIÓN DE FE DEL CENTURIÓN.
Mc/15/20-39
Mt/27/31-54
Lc/23/26/33-37 Lc/23/44/47
La cruz de Simón de Cirene :
Un pasaje que se caracteriza por un gran número de presentes históricos y una
serie
increíble de "y". Da la impresión de un relato que dIscurre a saltos. Una
especie de
"staccato" musical.
Quizás Mc intenta aislar cada frase y contraponer con fuerza cada una de las
escenas
para indicarnos que todas ellas encierran un instante decisivo.
Aquí consigue Mc la máxima precisión. Su relato se vuelve más conciso que de
costumbre.
Su "via crucis" es el más breve: cuatro líneas en total y centradas en un sólo
personaje,
Simón de Cirene, escogido cuando volvía del campo y obligado a llevar la cruz de
Jesús.
Cirene es una ciudad del norte de África cercana a la actual Bengasi (Libia).
Allí residían
numerosos judíos, alrededor de la cuarta parte de la población.
Sorprende que en una narración reducida a su esqueleto, refiera Mc tantos
detalles sobre
este individuo indicando su proveniencia y el nombre de sus hijos (puede ser que
Rufo sea
el mismo de quien habla Pablo en Rm 16, 3, pero es algo que hay que probar).
Pudieran
tratarse de personas muy conocidas en la primitiva comunidad cristiana.
O quizás quiera dejar claro que el asunto que está aconteciendo puede
documentarse
históricamente y que no pertenece a la leyenda.
Simón de Cirene, además de ser "requerido" (el verbo expresa el acto de obligar
a prestar
un servicio público) para llevar la cruz, es hoy todavía forzado por algunos
biblistas a
"defender" la tesis -fundada en Jn y en contra de los sinópticos- de que este
viernes es la
víspera y no el día de la fiesta de pascua.
Pues sería completamente normal que este hombre hubiera ido a trabajar al campo
y
vuelva ahora a casa ya que está a punto de empezar la obligación del descanso
pascual.
El hecho es que Mc dice que "volvía del campo", pero no que hubiera ido a
trabajar. No
olvidemos que no son todavía las nueve de la mañana y que, por tanto, sólo había
tenido
tiempo de comenzar su trabajo... Lo más que podría haber hecho es haber ido a
dar un
vistazo a la finca.
Y, además la expresión utilizada podría significar que "venía de su casa de
campo", de los
alrededores de la ciudad.
Sobre la forma de la cruz detalla con precisión P. Benoit: "El suplicio de la
cruz se consideraba el más atroz después del de ser quemados vivos (Cicerón -"In
Verrem",
5, 64- lo define "crudelissimum taeterrimumque supplicium"); era un suplicio
infamante,
reservado a los esclavos o a los que no eran ciudadanos romanos. Podía consistir
en un
palo vertical en el que se empalaba o se colgaba al condenado con la cabeza en
la parte
superior o inferior según los casos. También podía ser una horca en la que se
encajaba la
cabeza del condenado; a veces, después de estar colgado de este modo, se le
azotaba
hasta la muerte. A menudo era un "patibulum", un madero horizontal colocado en
la parte
superior de un palo vertical formando ambos una T mayúscula. O también, y es
nuestra
cruz tradicional, el "patibulum", en lugar de estar en la parte superior del
palo vertical, se
cruza con éste. El evangelio nos dice que la cruz de Jesús fue de este último
modelo ya que
sobre la cruz de Jesús se colocó una inscripción, lo que supone una prolongación
vertical
hacia arriba.
Por consiguiente la forma tradicional de nuestros crucifijos resulta verosímil".
Normalmente el mismo condenado llevaba la cruz. O toda entera o, más
frecuentemente,
el patibulum, es decir, el madero transversal, mientras que el palo vertical
estaba ya sujeto
al suelo en el lugar del suplicio.
Ateniéndonos al texto de Mc, Simón de Cirene no se limita a ayudar a Cristo a
llevar la
cruz -como con frecuencia se representa- sino que la lleva él mismo.
Probablemente porque
Jesús, agotado por la flagelación, no estaba en condiciones de aguantarla.
Pero Mc no precisa si el Cireneo llevó la cruz durante todo o sólo parte del
recorrido.
El suplicio incluía que el condenado recorriese la ciudad y atravesase los "suk"
para
servir de severa advertencia a la gente y para poder constituir un fácil blanco
de las burlas
y golpes (Escribe Plauto: "Patibulum ferat per urbem", Carbonaria, 2. El
condenado iba
desnudo según la costumbre romana. Pero el evangelio dice que le pusieron sus
vestidos
después de la flagelación).
El calvario
La palabra Gólgota (Gulgultha en arameo) significa cráneo, calavera.
Es difícil, sin embargo, precisar por qué.
Dice P. Benoit: "¿Por qué se puso este nombre a este lugar? Se ha dicho que,
posiblemente, porque en él eran decapitados los condenados.
Existe una leyenda que dice que allí se había encontrado el cráneo de Adán. La
capilla
de Adán en el Santo Sepulcro debe en efecto su nombre a esta leyenda.
La sangre de Cristo se habría vertido sobre la cabeza de Adán.
Aquí tuvo su origen la calavera que se encuentra en la base de nuestros
crucifijos. Esta
leyenda es ciertamente falsa y ya san Jerónimo se indignó al haberla oído
predicar en el
Calvario entre los aplausos de la gente.
Pero si desde el punto de vista histórico no deja de ser un producto de la
imaginación,
desde el plano teológico constituye una magnífica verdad: la sangre de Cristo,
el nuevo
Adán, ha purificado al primer Adán".
Otros hacen provenir su nombre de un saliente rocoso, bastante similar a una
calavera.
Finalmente, algunos sostienen que en este lugar el terreno se levantaba
ligeramente
formando una especie de joroba que podía dar la impresión de una cabeza.
Sea como fuere, este lugar estaba situado muy cerca de la línea de murallas de
la
ciudad.
La expresión "le conducen" (v. 22) hace suponer que en este momento Jesús es
casi
incapaz de moverse por sí mismo.
El vino mezclado con mirra (v. 23) era una bebida embriagante, fuertemente
aromática,
que servía para aliviar el sufrimiento de los torturados. atonteciéndolos ("Dad
bebidas
fuertes al que va a perecer, y vino al de alma amargada" /Pr/31/06).
El rechazo de este narcótico por Jesús expresa su intención de afrontar
lúcidamente y
con plena consciencia el suplicio de la cruz.
Crucifixión
"...Le crucifican" (v. 24). El máximo laconismo en estos momentos en que el
dolor alcanza
su mayor intensidad.
El condenado era fijado a la cruz con lazos o con clavos. Mc no especifica si
Jesús ha
sido atado o clavado. Pero Mc y Lc sí aluden a que fue traspasado con clavos. Y
toda la
tradición cristiana ofrece la imagen de Jesús clavado.
El sitio más "adecuado" para los clavos no es la palma de las manos cuyo tejido
se
desgarra con facilidad sino la muñeca.
De todos modos parece que se le puso un trozo de madera entre las piernas para
sostener el peso del cuerpo. Algunos Padres de la iglesia hacen referencia a
este asiento
descubriendo en él el signo de una cátedra o de un trono. San Justino, por
ejemplo,
compara a Jesús en la cruz con un juez sentado en su trono. En cambio Agustín
presenta a
Jesús en la cruz como un maestro que enseña desde su cátedra de doctor.
Parece que también tuvo un soporte en los pies.
La muerte llegaba por agotamiento y ahogamiento, pero a veces después de varios
días
de atroces sufrimientos. La víctima desnuda e incapaz del más mínimo movimiento
estaba
expuesta a la más atormentadora sed, a los insectos y a los dolores más
desgarradores. En
ocasiones ni siquiera los verdugos eran capaces de soportar ese atroz
espectáculo y
"remataban" al desgraciado con un lanzazo o le rompían las piernas.
Es completamente verosímil la costumbre de otorgar los vestidos del condenado a
los
ejecutores de la sentencia. Y también el sortearlos. El juego de los dados era
una forma de
matar el tiempo mientras la víctima se decidía a morir.
Mc recuerda el salmo 21, 19 (22): "repártense entre sí mis vestiduras y se
sortean mi
túnica". (La norma de los romanos era crucificar desnudos a los condenados. "Sin
embargo
es verosímil -como hace notar P. Benoit- que en Palestina los romanos no hayan
querido
herir la sensibilidad judía muy delicada a este respecto. Pues la ley judía
pide, en efecto,
que el condenado lleve un trozo de paño en torno a los riñones. Es posible por
tanto que
los soldados romanos hayan dejado un retazo de tela en los costados de Jesús en
la
cruz").
Se da con precisión la hora de la crucifixión: las nueve. A mediodía
vendrán las tinieblas. A las tres, la muerte.
De este modo el tiempo de la pasión se divide de acuerdo con un reparto que
corresponde a tres momentos de la oración: tercia, sexta y nona, como si
quisiera situar el
suplicio de Cristo en el contexto de una acción litúrgica.
E. Schweizer descubre ahí otro simbolismo: "La indicación de la hora... tiene la
única
función de mostrar cómo todo va desarrollándose hora tras hora según la voluntad
de Dios.
El es el Señor de este día y de cada una de sus horas... En estos
acontecimientos la
decisión no corresponde a la casualidad ni a la iniciativa humana, sino a la
voluntad de
Dios".
"La inscripción" (v.26) es atestiguada por todos los evangelistas aunque con
ligeras
variantes. Los romanos exigían que el motivo de la condena fuera bien visible
por encima
de la cabeza del ajusticiado.
Como puede verse, prevaleció la acusación ("rey de los judíos") formulada desde
el
principio ante Pilato, aunque evidentemente constituía un pretexto. Por lo demás
era la
única que el gobernador podía presentar ante el emperador con ciertas garantías.
A ambos lados de Jesús son crucificados dos malhechores (v.27).
Nada preciso se dice sobre ellos ya que Mc polariza toda la atención en la
pasión de
Cristo. De hecho poco después no nos referirá lo que han hecho anteriormente
sino lo que
ahora están haciendo a Jesús: insultarlo.
El v. 28 que hace referencia a la Escritura (Is 53, 12: "...y con los rebeldes
fue contado")
no se encuentra en muchos manuscritos y probablemente carece de autenticidad.
E. Schweizer sintetiza, como sigue, las características de este relato de la
crucifixión:
"...Una descripción extraordinariamente concisa y sobria que renuncia tanto a
cualquier tipo
de sentimentalismo como a suscitar compasión u odio... Muy pronto llegó a
reconocerse y
subrayarse la voluntad de Jesús de sufrir conscientemente. En diversos momentos
se
expresa también la sensación de la comunidad de que en el sufrimiento de Cristo
se ha
realizado el cumplimiento global del camino de todos los justos sufrientes de
Israel y, por
consiguiente, que por ese sufrimiento Dios llega al final previsto de su propio
camino con
Israel... El pensamiento de la victoria de Dios en la humillación de una
ejecución capital
constituye el punto central del relato".
Las burlas junto a la cruz
Una tercera escena de ultrajes, esta vez al pie de la cruz.
Sus protagonistas son los "transeúntes", los sumos sacerdotes y los escribas y
los
crucificados con Jesús.
Las burlas retoman los dos cargos del proceso: la destrucción del templo y la
pretensión
de ser el rey de Israel.
Pero se centran en el "¡sálvate a ti mismo!" (v. 30-31).
Se pone de este modo en evidencia que el fin supremo consiste, para la gente, en
salvar
su propia vida.
Las autoridades judías añaden por su parte una motivación teológica: Jesús es
invitado a
"bajar de la cruz" y a presentar así una prueba ("para que lo veamos") de poder,
que
constituya una razón para creer ("y creamos").
De este modo se evidencia todavía con toda crudeza en el momento supremo la
incomprensión radical de la misión y del mensaje de Cristo, la incompatibilidad
entre los
pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres (Mc 8, 33).
Jesús, en efecto, ha presentado como valor la posibilidad de perder la propia
vida (Mc 8,
35). El suyo es el camino de la debilidad y no el del poder espectacular.
Apunta con agudeza E. ·Schweizer-E: "El equívoco
alcanza su punto álgido en la pretensión de que Jesús les haga una demostración
de su
poder para poder creer. Pero esto es precisamente lo que imposibilitaría la
fe... A esto
habría que añadir que el bajar de la cruz hubiera sido un milagro prodigioso
pero, a lo más,
habría mostrado a Jesús como un superhombre y no como "mesías y rey de Israel".
Dios se
distingue del hombre y del superhombre precisamente porque no tiene necesidad de
imponerse, ni de justificarse, ni de destruir a sus enemigos. Este es el mensaje
de la pasión
de Jesús...".
Me parece que la escena de las burlas aquí, en el Calvario, pone de relieve la
soledad de
Cristo.
En este momento nadie está en comunión con él. Hasta sus compañeros de
desventura
lo ultrajan.
Es el aislamiento total, agravado por la incomprensión y las burlas.
"Hasta los delincuentes se consideran superiores a Jesús" (H. Schlier).
El "menear la cabeza" (v.29) es un gesto irónico de conmiseración que resalta la
contradicción entre la pretensión de ser el Mesías y su radical impotencia.
Bajo la escena de las burlas puede leerse un certero texto de Isaías:
"Sobre ti baten palmas todos los transeúntes; silban y menean la cabeza..." (/Lm/02/15).
Y sobre todo algunas frases del /Sal/021/08:"todos los que me ven, se mofan de
mí, tuercen
los labios, menean la cabeza...
"La comunidad de Mc, al escuchar esta escena de la pasión, sabe que precisamente
en
la cruz, de forma paradójica, Jesús se salva a sí mismo y se convierte en fuente
de la
salvación de todos; en la cruz se da el signo de credibilidad que excluye
cualquier otra
garantía suplementaria pretendida por los judíos. El amor fiel y el poder de
Dios se ponen
realmente de manifiesto en esta situación de fracaso y de jaque total" (R.
Fabris).
Muerte de Jesús
La muerte de Jesús se halla encuadrada entre dos signos apocalípticos: las
tinieblas (a
mediodía) y el desgarramiento del velo del templo.
Lc habla expresamente de un eclipse solar (imposible en el plenilunio de
primavera).
En la Biblia, y concretamente en el libro de Amós se relata un fenómeno
semejante
acompañando a "un duelo por el unigénito": "Sucederá aquel día -oráculo del
Señor Yahvé-
que, en pleno mediodía, yo haré ponerse el sol y cubriré la tierra de tinieblas
en la luz del
día" (/Am/08/09).
El P. Lagrange se refiere al "siroco negro" que azotaría Jerusalén levantando
nubes de
polvo brumoso a comienzos de abril y dando origen a días de cielo sombrío y de
atmósfera
cargada.
Es seguro que Mc se refiere a uno de esos fenómenos que a menudo se relacionaban
con la muerte de un gran personaje.
El objetivo más próximo puede ser el de subrayar el alcance cósmico de la muerte
de
Cristo. Pero también el de situar este acontecimiento en una perspectiva
escatológica: está
sucediendo ahora algo de lo que sucederá en el último día.
"La muerte de Jesús -observa E. Schweizer- se sitúa ya a la luz de ese suceso:
la
catástrofe venidera tampoco estará sujeta ni a la locura de un hombre ni a la
casualidad
sino que estará bajo la cruz de Cristo, es decir, bajo la voluntad de Dios que a
través de
todo juicio pronuncia el sí de su gracia para el mundo".
Todavía se pone en boca de Jesús, en forma de grito, un versículo del salmo 21
(22),
que sin duda constituye el texto clave que acompaña todos los acontecimientos
del
Calvario: "¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?".
Suscita perplejidad el equívoco en que incurrieron algunos de los presentes que,
además
de no caer en la cuenta de que Jesús estaba recitando un salmo, cambiaron Eloí
por Elías
(el profeta invocado en el judaísmo como valedor celeste en las desventuras).
Mc transmite la frase en arameo. El malentendido sería más comprensible de haber
usado la frase hebrea (en la que Elí puede confundirse más fácilmente con Elías)
como de
hecho la refiere Mt.
De cualquier modo el grito expresa la profundísima angustia de Cristo que en
este
momento llega al fondo de su soledad hasta sentirse abandonado por el Padre.
Dejemos constancia de los comentarios más significativos.
P. Benoit: "No hay que tener miedo en admitir que el
Señor haya sentido angustia, no debe considerarse aparentemente este sufrimiento
de
Cristo, como si no sufriera realmente por el hecho de conocer de antemano todo
lo que
tenía que suceder. No hay que vaciar de contenido este profundo misterio a base
de
endulzarlo. Jesús, Hijo de Dios, ha vivido como hombre en el más pleno sentido
de la
palabra y ha querido saborear la muerte en lo que de más trágico tiene".
V. Taylor: "Las interpretaciones menos inadecuadas son las que ven un estado de
desolación en el que Jesús experimenta con tal fuerza el horror del pecado que
llega a
oscurecer por unos instantes su perfecta comunión con el Padre".
X. L. Dufour hace notar que Jesús murió "sobre un por qué". Jesús no penetró en
la
muerte iluminado por una revelación sublime. En medio de la más desnuda fe ha
atravesado el silencio de Dios y de la muerte yendo a chocar contra un muro de
un "por
qué" que queda sin respuesta.
Jesús no sólo ha sido abandonado por Dios a sus enemigos sino que ha sido el que
Dios
ha abandonado, o sea, el abandonado de Dios. Pero esto no quiere decir que Dios
haya
abandonado realmente a su propio Hijo -¡sería el infierno!- sino que la
expresión quiere
indicar que Jesús ha vivido efectivamente la terrible experiencia de este estado
de
abandono.
Muy bello es también el comentario de E. Schweizer: "En el grito de Jesús se
resume con
extraordinaria hondura el doble aspecto de todo lo que en este momento sucede:
es una
expresión radical del sufrimiento solitario de Jesús que debe experimentar no
sólo como
abandono de los hombres sino también de Dios; pero al mismo tiempo es también un
asirse
fuertemente a Dios contra toda experiencia, un reivindicar todavía a Dios como
Dios "mío" y
como el ausente, como el que deja solo al que ora... Con es hermanos... Porque
no ha
despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas
cuando le
invocaba le escuchó" (v. 23-25).
J. Delorme observa muy acertadamente cómo, aunque se tome en serio el abandono
de
Jesús, no puede encuadrarse sin embargo dentro de una categoría psicológica en
sentido
moderno, sino que ha de situarse en una perspectiva bíblica donde el abandono es
ocasión
de un brote de fe. "No tengo ninguna esperanza, mi única esperanza es Dios y él
me
abandona. Tú eres el único que puede explicarme el por qué de mi situación: te
insistiré, no
te dejaré tranquilo hasta que no me hayas explicado y me confío a ti en el curso
de los
acontecimientos. Tampoco el grito de Job era, igual que éste, un grito de
desesperación: si
importuna al cielo con sus interrogantes es porque sólo de Dios espera la
respuesta...".
Silencio de Dios, por tanto.
Incomprensión y equívoco continuos por parte de los hombres.
"Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle" (v. 36).
El verbo "dejad" podría entenderse así: "Dejad, vamos a ver si...".
"La traducción es conscientemente tosca para respetar el tono de quienes hablan.
Lejos
de ver aquí burla y malicia: si llama a Elías hay que darle vinagre para
prolongar su vida.
Los romanos daban efectivamente vinagre a los condenados para reanimarles y
obligarles
a prolongar sus sufrimientos. Incluso rociaban sus heridas con vinagre para
reavivarlas. En
el relato de Mc los presentes se burlan cruelmente: "Que no muera todavía porque
Elías
está a punto de llegar" (P. Benoit).
De todos modos el gesto del individuo que corre a empapar la toalla puede
interpretarse
tanto en el sentido de una última y cruel broma como en el sentido de un gesto
aislado de
compasión. En este último caso más que de vinagre se trataría de una bebida
apropiada
contra la sed: vino un poco ácido (el "posca" de los campesinos de mi Monferrato).
"La muerte de Jesús se describe con una impresionante sobriedad, sin adorno
alguno,
sin alusión alguna a su imperturbable paz interior y sin gestos ni palabras
solemnes como
en los relatos de la muerte de mártires judíos" o cristianos. Aquí no se
necesita más que el
sobrio relato del hecho mismo" (Schweizer).
La muerte de Jesús está precedida de un "fuerte grito" o de una gran voz, "phoné
megalé" (v. 37).
Es algo tanto más llamativo cuanto que los crucificados solían morir por asfixia
o por
agotamiento.
De todos modos debemos tomar nota de esta paradoja: la última palabra de Jesús
es un
grito desarticulado.
Y por mucho que nos esforcemos por explicarlo, por penetrar su significado,
queda
siempre algo de misterioso e impenetrable.
Un grito y sólo un grito. Quizás para acallar nuestras frivolidades.
Se rasga el velo del templo
"El velo del santuario se rasgó en dos, de arriba a abajo" (v.38).
Es el primer fenómeno que sucede después de la muerte de Cristo.
Pero no es acompañado, como en Mt de otros signos escatológicos. Por ello
adquiere un
sentido único. Es difícil, sin embargo, precisar su contenido exacto.
Se han dado diversas interpretaciones simbólicas. Aludamos a las más
significativas.
1. Algunos piensan en una "personificación del templo" y lo ponen en paralelismo
con el
fenómeno de las tinieblas de mediodía. Por tanto, de un lado la naturaleza (Dios
creador)
que se pone de luto vistiéndose de oscuridad, de otro el templo (o sea, el Dios
de Israel)
que expresa su propio luto rasgando sus vestiduras por la muerte de su Hijo.
2. Otros lo comparan con el gesto del sumo sacerdote durante el interrogatorio
de Jesús
pero interpretándolo no como luto sino como indignación. Aquí el Padre, gran
sacerdote, es
quien se rasga las vestiduras indignado frente a la blasfemia más horrible: los
hombres han
osado condenar a muerte al Hijo de Dios.
Una antigua antífona pascual (probablemente de la segunda mitad del siglo
segundo)
expresa admirablemente estos dos aspectos: "El velo del templo se rasgó,
participando en
la pasión y designando al verdadero gran sacerdote celestial...".
3. Hay quienes defienden que se trata de una profecía de la próxima destrucción
del
templo.
4. Más o menos en la línea anterior se interpreta este prodigio simbólico como
la
desconsagración del antiguo santuario y el anuncio del fin de la antigua alianza
y de su
culto.
5. Otra sugestiva hipótesis. El velo del templo "escondía" la trascendencia de
Yahvé, la
protegía. El velo rasgado indica desde ahora la revelación a los hombres de los
misterios
de Dios.
Así se expresa san Cirilo de Alejandría: "La rotura del velo del templo abre el
santo de los
santos a los justificados por la fe en Cristo.
Y, en cierto modo, Dios muestra el santo de los santos a quienes son dignos de
él. A
partir de ahora les es permitido a quienes siguen las huellas de Cristo el
acceso incluso a la
parte más íntima de la tienda sin que nadie se lo impida" (Comm. in Mt 27, 41=PG
72,
468).
6. Otros, por el contrario, insisten en la dimensión universalista del prodigio:
una vez
rasgado el velo todo hombre, pagano o judío, puede entrar en la casa de Dios.
7. Todavía algunos autores establecen un paralelismo entre esta escena y la del
bautismo de Jesús con los cielos "rasgados" (Mc 1, 10) para expresar el
restablecimiento de
la comunicación entre cielo y tierra.
Allí se trataba de la comunicación descendente.
Aquí, mediante la cruz de Jesús, se inaugura la comunicación ascendente.
La carta a los Hebreos se orienta en este sentido: "...que nosotros tenemos como
segura
y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde
entró por
nosotros como precursor Jesús" (Hb 6, 19-20). "...Al servicio del santuario y de
la tienda
verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre" (8, 2).
8. Finalmente, y apoyándose igualmente en un pasaje de la carta a los Hebreos,
el velo
sería la carne desgarrada de Cristo a través del cual tenemos acceso al Padre.
De este
modo Cristo se convierte en el nuevo camino para llegar al Padre. Tenemos la
inaudita
posibilidad de pasar "por ese camino nuevo y vivo, inaugurado por él para
nosotros, a
través del velo, es decir, de su propia carne..." (Hb 10, 20).
Como puede verse todas estas interpretaciones son bastante ricas y están
cargadas de
consecuencias. No se trata de elegir entre ellas sino, más bien, de unificarlas.
Pero, como observa P. Lamarche, ha de intentarse el rastreo de la idea
fundamental del
texto de Mc.
"Si se comparan los relatos de Mc y Mt se llega a la siguiente constatación: el
primer
evangelio invita a la imaginación del lector a ver el templo en su significación
cósmica y a
contemplar el universo entero roto en el momento de la muerte de Cristo. Nada de
esto hay
en Mc. La imagen del velo se presenta de forma brutal, sin explicación alguna,
sin
acompañamiemto y estrechamente inserta en una escena que se desarrolla
enteramente en
el Calvario.
Todo sucede como si la imaginación del lector no debiera abandonar ni por un
instante a
Cristo en la cruz. Es como si apareciera sobreimpresionado en la cruz un velo
que se
rasga.
Existe una especie de identificación entre Cristo y el templo hasta el punto de
que su
muerte es entendida, visualizada y comprendida como una rotura con todo el
sentido
profundo y variado que conlleva toda imagen de este tipo cuando se trata del
santuario
divino".
El mismo teólogo hace ver cómo toda imagen puede sugerir distintas ideas. En
concreto,
las imágenes elementales contienen un doble aspecto: positivo y negativo. El
fuego, por
ejemplo, es un símbolo de destrucción, pero también de purificación. El agua
puede ahogar
(símbolo de muerte) pero también quitar la sed (símbolo de vida, de fertilidad).
Mc ha utilizado uno de los más sagrados símbolos de Israel y lo ha hecho tanto
en su
carga negativa cono en su carga positiva: un velo que se rasga significa una
destrucción
irremediable pero también una apertura decisiva.
Ahora bien, esta imagen contemplada desde un punto de vista negativo, se refiere
a la
muerte de Cristo como fracaso provocado por el rechazo de los hombres. "...Y el
mundo no
lo conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 10-11).
No sólo los judíos y romanos, sino todos los hombres han rechazado a Cristo.
"Es demasiado fácil decir que la cruz representa la voluntad de Dios. Al hablar
así es
seguro pasar junto a la realidad sin captar la profundidad de la revelación. La
cruz es, en
primer lugar, el libre rechazo de los hombres. El enviado de Dios, que vino a
salvarnos, es
rechazado, expulsado, aniquilado.
Pero lo que sorprende es que Jesús, suficientemente fuerte como para imponerse a
las
fuerzas de la enfermedad, para someter la naturaleza desenfrenada y para arrojar
los
espíritus del mal, no quiera tomar ninguna medida para detener a los hombres.
En lugar de imponerse, en vez de recurrir a todo su poder, el enviado de Dios se
entrega,
se abandona a los hombres con las manos y los pies atados. Se anonada ante
ellos. Esto
es Cristo en su pasión.
La actitud kenótica de Jesús, es decir, su abajamiento y su anonadamiento (Flp
2, 7) nos
revela en profundidad el ser del Hijo de Dios. Pero desde el momento en que
Jesús
representa la imagen perfecta del Padre, al mismo tiempo nos revela un nuevo
rostro de
Dios" (P. Lamarche).
Por consiguiente Cristo nos revela un nuevo rostro del Padre,
pero sin servirse de una definición conceptual sino con su propia actitud, con
su kénosis.
Por eso, además de la kénosis del Hijo puede también hablarse de la kénosis del
Padre.
A este respecto dice Lamarche: "Hasta la muerte de Cristo había un velo que
impedía ver
a Dios en el esplendor de su debilidad, un velo que impedía penetrar en el santo
de los
santos, un velo en la cabeza de Moisés y en el corazón de los no cristianos
(/2Co/03/14-18), un velo que impedía descubrir a los perseguidores de Jesús la
sorprendente y escandalosa impotencia de Dios frente a la mala voluntad de los
hombres".
En esta sugerente perspectiva, puede compararse el velo del templo con el que
cubría el
rostro de Jesús, blanco de los insultos de los soldados.
De este modo partiendo del aspecto de la imagen hemos llegado a captar su
sorprendente valor positivo.
P. Larmache concluye así su fascinante investigación: "El mesías era la promesa
viviente,
la personificación del templo en que Dios se hacía presente. El mesías condenado
a
muerte, destrozado, roto, constituye por eso mismo la promesa rasgada, la
alianza
aniquilada, el templo destruido...
...Era no obstante necesaria la destrucción de las apariencias materiales y
carnales, la
desaparición de todo lo hecho por manos de los hombres para que un régimen nuevo
entre
Dios y el hombre pudiera establecerse. El velo que representa al cielo se rasga
para abrir
de par en par un paso para Jesús y para todos aquellos que están unidos a él.
Constituido
en templo nuevo, no hecho por mano de hombres, es decir, perteneciente a la
nueva
creación (cf. Hb 9, 11), Cristo da acceso al Padre.
Sin embargo esta nueva realidad es ofrecida sólo en imagen; será necesaria la
resurrección de Cristo, su glorificación, su entronización a la diestra del
Padre para llegar a
su total plenitud del misterio iniciado en la cruz".
Nos hemos detenido largamente en este punto. Pero creo que valía la pena.
La confesión de fe del centurión
"Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera,
dijo:
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"".
La afirmación del centurión no se reduce a un simple "comentario" hecho después
de la
muerte de Cristo por uno de los que habían desempeñado en ella un papel de
primer orden.
Constituye el punto de llegada del evangelio de Mc. Es la tan esperada respuesta
al
interrogante fundamental que subyace en todo el libro: ¿quién es Jesús? Después
de
tantas respuestas, equivocadas unas y acertadas otras, pero provenientes de la
parte
equivocada (los demonios) y otras incompletas, he aquí la respuesta exacta.
Y esta respuesta, que es una verdadera profesión de fe, procede de un pagano que
descubre la identidad de Jesús precisamente en el momento de la derrota y del
fracaso.
Advierte E. Schweizer: "...La pasión representa para Mc la decisiva revelación
de la
filiación divina de Jesús. Jesús es Hijo de Dios..., pero lo es por encargo de
Dios que lo
sitúa en un camino bien preciso (1, 9-11).
Por eso la fe que atribuye a Jesús una naturaleza divina
basándose exclusivamente en sus milagros es una fe/demoníaca (/Mc/03/11; /Mc/05/07)
y
por consiguiente no debe difundirse mediante su proclamación.
Sólo después de la rectificación del error de Pedro y después de que la
revelación central
de Dios, velada hasta ese momento en su lenguaje parabólico, tuviera lugar en
los
anuncios de la pasión del hijo del hombre y después de hacerse la promesa de la
posibilidad de una fe auténtica solamente a quienes lo sigan en el camino de la
cruz, Dios
mismo revela a los tres íntimos la filiación divina de Jesús y sin referirse ni
siquiera ahora a
sus milagros sino a sus palabras (9, 7. Transfiguración, n.d.r.).
Sólo al comenzar la pasión, y de un modo particularmente reservado, confiesa
Jesús su
aceptación del título empleado por el sumo sacerdote (no por el mismo Jesús), y
no antes
de haber expirado Jesús con un gran grito, puede por primera vez un hombre
confesar
como expresión de su propia fe: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
El hecho
de que se trate de un pagano manifiesta al mismo tiempo que esta muerte ha
abierto la
puerta al mundo de las naciones".
E. J. Radermakers dice muy concisamente: "La confesión de fe del centurión
prueba que
el Espíritu prometido por Cristo está ya operando entre los hombres".
El evangelio que empieza con "Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios" (1, 1)
encuentra aquí su lógica justificación.
En el bautismo había tenido lugar el reconocimiento de lo alto: "Tú eres mi Hijo
muy
amado; en ti me complazco" (1, 11).
Ahora en el Calvario, después de su muerte, después del abandono del Padre,
llega por
fin el reconocimiento desde abajo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios".
Y no es un discípulo, sino un pagano, el que efectúa este reconocimiento.
Alguien que no
lo había seguido, pero que había sabido "leer" el acontecimiento decisivo.
PROVOCACIONES
1. Me parece saber la razón por la que Mc nos trasmite con tanto lujo de
detalles sus
noticias sobre Simón de Cirene. CIRINEO:
Es protagonista de un hecho histórico.
En él nos encontramos con una fecha básica en la historia del seguimiento.
Es el primer discípulo que sigue a Jesús llevando su cruz (/Mc/08/34).
Cuando la cruz está por medio nunca Mc se olvida de dar el nombre (como en el
caso de
Bartimeo, el ciego de Jericó).
Nada importa que se haya visto obligado a hacerlo.
Presta un servicio de utilidad pública. Así lo dice expresamente el verbo
utilizado: "lo
requisan".
Cristo había "reclutado" con anterioridad a los apóstoles para que estuvieran
preparados
a realizar esa tarea.
Pero ¡cualquiera sabe dónde estarían en este momento los doce! Y entonces los
soldados romanos proceden a reclutar a otro cualquiera.
De esta forma el seguimiento es asegurado por alguien que no había sido llamado
por el
Maestro, sino por sus verdugos.
Pero, al fin y al cabo, es un seguimiento.
El gesto de Simón de Cirene y la profesión de fe del centurión, es decir:
siempre hay
alguien venido de lejos que realiza las acciones y dice las cosas que deberían
haber hecho
y dicho los "vecinos" más íntimos, pero que no se dejan ver en la hora decisiva.
Nadie puede considerarse un privilegiado ni pretender tener un puesto seguro
junto a
Jesús.
Privilegiado es, en todo caso, quien, como el Cireneo o el pagano, se hace el
encontradizo en el momento justo, en el sitio justo. En lugar de los que tienen
derecho.
No hay puestos reservados para estar junto a Jesús. Sí hay, sin embargo, puestos
libres.
2. El gnóstico Basílides, con quien se enfrentó san Ireneo, afirmaba que se
había
verificado una sorprendente sustitución de persona: al final los soldados habían
confundido
al Cireneo que llevaba la Cruz con Jesús y le habían matado en lugar de al "rey
de los
judíos".
Pero el colosal error no es el de los soldados. Sino el de quien interpreta la
pasión al
revés. Y no comprende que, en realidad, ha sido Jesús el sustituto del hombre y
el que
murió en lugar del hombre.
También nosotros podemos llevar la cruz por un tiempo más o menos largo. Pero,
al final,
siempre llega él para sustituirnos.
Estoy diciendo que toma mi cruz.
En realidad, Jesús me pide "sostener" o llevar mi cruz e ir detrás de él. Hasta
que clavado
tome posesión de ella y la haga definitivamente suya.
Si así no fuera, de nada serviría que llevara yo la cruz. Sería un condenado no
un
"indultado".
3. "Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su
izquierda".
Es ahora cuando Santiago y Juan están en condiciones de entender lo que
significa
sentarse a la derecha o a la izquierda de Jesús en su gloria (10, 37).
4. "Y los que pasaban por allí le insultaban...".
"...Y se burlaban de él".
He aquí un aspecto del amor revelado por la cruz.
Lo había intuido perfectamente S. Weil: "Un hombre perseguido y condenado por su
fidelidad a una causa o a una colectividad, a una idea o a una fe, por razones
nacionales,
políticas o religiosas, no padece esta total pérdida de prestigio... Aunque, en
cierto sentido,
Cristo haya sido el primer mártir, el señor y modelo de todos ellos, en otro
sentido puede
afirmarse aún con más verdad que ni siquiera es un mártir. Se burlaron de él
como de esos
locos que se tienen por reyes, pero después murió como un criminal de delitos
comunes".
Vista desde fuera, la pasión de Cristo no tiene nada de glorioso ni de heroico,
sino que es
algo escandaloso, ridículo, despreciable.
Cristo en la cruz no se presta a la admiración sino al desprecio.
No se le aprecia, sino que se le compadece.
5. La escena de las burlas me suscita una duda. Evidentemente, el sufrimiento de
Cristo
es tremendo. El suplicio de la cruz es algo "insoportable".
Y, sin embargo..., tengo la impresión de que es más fácil soportar el dolor
físico que
aguantar a los hombres, sobre todo cuando llegan a ciertos abismos de maldad y
de
estupidez.
Es probable que los clavos duelan menos que la idiotez humana volcada contra el
torturado.
6. "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse".
La incomprensión llega ahora a uno de sus límites.
Aquella gente es incapaz de comprender que Jesús puede ayudar a los otros porque
no
se ayuda a sí mismo. Que puede salvar a los otros por la única razón de que no
ha
aceptado salvar su propia vida, consintiendo en perderla.
Me atrevería a decir que si la gente comprendiera el sentido de la crucifixión,
prueba
suprema de la obediencia de Cristo al Padre y de su amor a los hombres, debería
sentirse a
cubierto precisamente porque los clavos sostienen...
7. Es todavía más grosera la pretensión de los sumos sacerdotes a pesar de estar
revestida de teología: "que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos".
Querrían ver para creer.
Desearían una prueba segura para creer.
Esta es la pretensión absurda: creer eliminando el riesgo de la fe.
En una palabra: ¡tienen la pretensión de creer prescindiendo de la fe!.
8. Sí. Es el grito (v. 37) del que muere. El grito de alguien que se despide del
mundo.
Pero el grito de Jesús es sobre todo el grito de alguien que nace, que da así su
saludo a
la vida, que de este modo establece su relación con el mundo.
El grito de Jesús anuncia el nacimiento de un mundo nuevo. Han desaparecido las
tinieblas que envolvían la tierra. Una vez más ha tenido Dios que separarlas
para hacer
brotar la luz (Gen 1, 4).
Como el primer día, el creador está manos a la obra. Y así despunta un mundo
nuevo.
Ese grito es el grito de alguien que pasa por la oscuridad de la muerte, pero
que al mismo
tiempo saluda el día de Dios que clarea sobre el mundo.
En el fondo, ese grito puede ser también el grito de mi nacimiento del Espíritu
Santo. El
Espíritu que, desde el fondo de mi ser me sugiere la plegaria del recién nacido:
"Abba,
Padre".
CONFRONTACIONES
No es gozo estético
Mc contiene la narración más breve, pero más impresionante de la crucifixión de
Jesús.
Ningún rastro de la estilización cultual que tan fácilmente nos desvía de la
seriedad y cruda
realidad del acontecimiento del Gólgota. Exactamente como dice Leonardo Ragaz:
"Estamos acostumbrados a ver la pasión y muerte de Jesús tras una cierta
transfusión
artística. Lo acompañamos hasta el Gólgota con Rafael o con Holbein y miramos al
crucificado con los ojos de Durero, Rembrandt o Rubens. Y de este modo, aunque
siga
siendo impresionante, todo se convierte en una especie de gozada artística".
Hasta somos capaces -continúa diciendo Ragaz- de escuchar música de la pasión en
una
sala bien iluminada en la que un cantante con frac y camisa almidonada expresa
con
sonidos bien modulados los gritos de dolor de un condenado a muerte que se está
revolviendo entre tormentos. En la pasión "Jesús se nos presenta como el gran
príncipe de
la gloria... Está rodeado del esplendor de la transfiguración fruto de su
sufrimiento, rodeado
del amor y adoración de innumerables almas que no conocen nada más sublime que
él.
Contemplando esta pasión nos parece que ya antes, cuando la estaba viviendo,
todas las
generaciones cristianas lo miraban de lejos llorando, orando y dando gracias y
que él
mismo se daba cuenta de ello".
Como contraposición léase el relato de Mc. Si se le quiere encontrar una
interpretación
artística no puede ser la de Durero ni la de Rubens y mucho menos la de
Rembrandt;
quizás sólo la de Matías Grünewald.
En esta última resulta imposible difuminar en las categorías estéticas la
impresión de la
crucifixión. Ante la figura de Cristo condenado, caído en el oprobio y la
ignominia, lo único
que se puede hacer es esconderse, profundamente conmovidos por el juicio que
espera al
hombre y su pecado.
Hay allí en este caso una posibilidad de fe" (G. Dehn, Figlio di Dio, 1970).
Confusión de las cruces
"Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, a que llevara su cruz".
Ya tienes tus problemas.
No te faltan líos.
Tantas preocupaciones.
Tienes que andar tu camino, y quieres caminar de prisa, sin obstáculos.
Y aun cuando las cosas van a su paso, no alcanzas nunca a todo.
Llegas siempre con retraso. Imagínate si te propinan encargos suplementarios.
Y mira por dónde, de repente te encuentras el camino cortado por un pobrecito
tirado por
tierra, que no puede más.
Querrías esquivar aquello, pasar inadvertido, ignorando la multitud apiñada en
torno al
hombre que yace, como roto, bajo una cruz imposible.
Callado, de puntillas, sosteniendo el aliento para pasar desapercibido, para
hacerte
sutil, casi invisible...
Quizás lo consigas. Te abres paso, logras pasar mirando hacia a otra parte...
Maldición, alguien me ha bloqueado precisamente a mí. Las protestas son
inútiles, yo ya
tengo mi carga que llevar, incluso demasiado pesada; mirad no puedo,
precisamente ahora
voy...
No hay escapatoria. Tengo que desollarme las manos y dejarme romper la espalda
por la
cruz de este desconocido y quién sabe, además, cómo se las ha arreglado para
echarse
encima un peso de esas proporciones.
Sobre todo me he visto obligado a modificar mi itinerario, se van a pique todos
mis
planes, quién sabe cuándo podré recuperar todo este tiempo perdido.
Es inútil recriminar. Ya estoy metido dentro, hasta el cuello. Y el asunto no es
precisamente agradable.
Y comienzo a subir bajo este peso imprevisto, mientras él arrancaba
fatigosamente, y no
conseguía ni siquiera caminar; quién sabe cómo se las había arreglado con este
trasto a las
espaldas... Casi, casi yo soy fuerte...
E incluso yo, el cireneo, siento mis piernas, como si fueran de plomo, me
encuentro sin
energías, tropiezo, caigo, no logro levantarme, todo da vueltas a mi alrededor.
Entonces sucede algo impensable. El, el pobrecito exhausto, o el pobre diablo
que
arrastra los pies, me levanta con decisión, carga con mi cruz (¿o la suya?), y
me invita a
seguirle, con una sonrisa de complicidad, él se preocupará de suplirme...
Así ya no entiendo nada.
¿Soy yo el cireneo o lo es él? ¿Soy yo quien ha dado o quien ha recibido? ¿Soy
yo
quien se encontró en su camino o es él el que providencialmente ha venido a
parar al
mío? ¿Y esta cruz es la mía o la suya? Ahora sólo veo una cosa con absoluta
claridad: se
llega muy lejos con esta... confusión de cruces (A. Pronzato, Cansados de no
caminar,
Salamanca 1982, 125,s).
No nos ayuda con su omnipotencia sino con su debilidad
Nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de
nuestra
situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que
logran vivir
sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (/Mc/15/34)!
El Dios
que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante
el cual nos
hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios clavado en
la cruz,
permite que lo echen del mundo.
Dios es impotente y débil en el mundo y precisamente sólo así está Dios con
nosotros y
nos ayuda... Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y
por sus
sufrimientos. Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas los demás
religiones. La
religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el
mundo: así
Dios es el "deus ex machina". Pero la Biblia lo remite a la debilidad y al
sufrimiento de Dios;
sólo el Dios sufriente puede ayudarnos" (D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión,
Salamanca
1983, 52 s).
El grito
"Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró".
Para dos de los tres evangelistas que transmiten la última palabra de Jesús,
ésta es su
última palabra: un grito. Una palabra sin palabras, una palabra de imposible
exégesis, que
únicamente puede escucharse en la forma en que nos llega en pleno rostro sin
poder
evitarla antes de que pidamos taparnos los oídos. Una palabra. Una palabra que
no pide
respuesta.
¡Quieto, Jesús! ¡Detén tu grito! No se te pide que no sufras, sólo que no hagas
ruido, que
sufras en silencio, que mueras en silencio dignamente, estoicamente,
cristianamente.
¿Qué quieres que hagamos con tu grito? ¿Y qué suscitará en nosotros? ¿Qué va a
provocar en esa armonía de las cosas en que vemos necesario creer para vivir?
Ese grito
es la nota desentonada. Es la nota del escándalo. Se describirá todo el resto de
la pasión.
Valiéndose de la pasión, el arte alcanzará la perfección estética. Pero ¿y este
grito? No es
posible reproducir este grito. Sólo se puede hacer mucho ruido para acallarlo.
O, por el
contrario, parar en este instante todos los instrumentos de la orquesta y que se
haga
silencio... Un tiempo de silencio, inmóvil. Pues solamente un silencio... puede
ser algo
comparable al grito. Y que en todas las partituras haya allí un compás que
únicamente
contenga las palabras del nuevo testamento: "Pero Jesús, dando un fuerte grito,
expiró".
Pero, ¿cómo seguir a continuación? ¿Cómo continuar después viviendo? Si alguien
se
abre por un instante al grito de Jesús, ¿cómo podrá cerrarse luego a todos los
demás?
¿Cómo podrá cerrarse a los gritos de los enfermos, de los dementes, de los
detenidos, de
los hambrientos, de los condenados y de los moribundos? Pero no quiero pensar en
lo que
inexorablemente me lleva a pensar el grito de Jesús. ¡Oh! si se pudiera callar
sin quitarnos
las ilusiones sin las que nos es imposible vivir. Porque, efectivamente, el
hombre no vive
solamente de la verdad sino de la ilusión que sale de la boca del Maligno.
Tenemos
necesidad de creer que, al fin y al cabo, no están tan mal las cosas entre Dios
y el
hombre... Que caiga si es preciso en las manos de Dios viviente, pero que no
grite al caer.
Que después de todo, no se hace uno tanto daño en esa caída...
Jesucristo, cordero sacrificado, eres una buena oveja: una "oveja muda". La
bondad que
de ti esperamos en tu mutismo. Te degollamos, cordero de Dios, pero, por favor,
no bales.
Nosotros, los hombres, tenemos el valor de degollarte o de permitir que te
degüellen, pero
carecemos de coraje para soportar tu gemido. Tenemos un corazón tierno y un alma
delicada...
Y sobre todo tenemos miedo. Miedo de nosotros mismos y de Dios. Miedo a las
tinieblas
y miedo a la luz. Solamente el sueño nos libera del miedo. Y necesitamos mucho
sueño
para vivir. Y tu grito no nos deja dormir (Th. Riebel, Les trompettes de Jéricho,
Taizé).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 103-123)
3-7
- LAS MUJERES DEL CALVARIO.
SEPULTURA DE JESÚS.
Mc/15/40-47
Mt/27/55-61 Lc/23/49-56
Jn/19/28-30
Jn/19/38-42
J/SEPULTURA
Las mujeres y José-de-Arimatea:
una presencia valiente
Mc nos da dos noticias que antes se había callado:
-Había mujeres que seguían a Jesús. Y ello en evidente contraste con la
costumbre judía
en general y rabínica en particular que tenían de la mujer un concepto casi
insignificante.
Estas mujeres son de Galilea, no de Jerusalén. Y "muchas" (v. 41) subieron hasta
aquí
arriba.
-La muerte de Jesús tuvo lugar en viernes.
Se recuerda a María de Magdala, a María la madre de Santiago y Juan.
Sin embargo al margen de su identidad lo que aquí tiene importancia es su papel
de
testigos: a falta de los discípulos son las que aseguran la continuidad del
testimonio sin
permitir que se rompa la ligazón entre los episodios de la muerte, la sepultura
y la tumba
vacía.
Sabemos poco de José de Arimatea. Puede ser miembro del Sanedrín o de cualquier
otro
tribunal local pero también, como afirma D. Flusser, consejero municipal.
En cualquier caso sólo a un personaje relevante podía Pilato hacer aquel favor.
El verbo
"concedió" o "regaló" indica que la acción realizada por Pilato no era
obligatoria sino fruto de
su condescendencia.
A los ajusticiados se les sepultaba normalmente en una fosa común, a no ser que
sus
parientes o amigos fueran a reclamar su cadáver.
Dice la Mishna: "...Dos cementerios (grutas, salones de sepulturas) estaban a
disposición
del tribunal, uno para los muertos a espada y para los estrangulados y otra para
los
apedreados y quemados". Pero se trata de gente condenada por el sanedrín.
La meticulosidad de Pilato en cerciorarse de la muerte de Jesús (v. 44) tiene en
Mc la
probable finalidad de quitar toda consistencia a las habladurías que estaban
corriendo en
unos y otros sitios sobre su muerte aparente.
El hecho de que José de Arimatea tenga tiempo antes de la puesta del sol (los
judíos no
dejaban a los condenados en la cruz durante el sábado y mucho menos durante la
fiesta
pascual) a presentar su solicitud al gobernador, a esperar que este realice sus
indagaciones, a comprar la sábana de calidad, a proceder al "descendimiento" del
cuerpo
de Jesús de la cruz y finalmente a sepultarlo, indican que la muerte sucedió sin
duda en las
primerísimas horas del mediodía.
Y, sobre todo, una observación importante: ni siquiera ahora hay algún discípulo
que se
ocupe de la sepultura; tiene que hacerlo alguien perteneciente al más amplio
circulo de
"simpatizantes", alguien que "esperaba el reino de Dios" (v. 43).
En Palestina se enterraba a los muertos preferentemente en parcelas de terreno
privado
fuera de los centros habitados más que en los cementerios.
Las tumbas se excavaban a menudo en roca viva. Podían constar de varios huecos o
"celdas" funerarias a las que daba acceso un estrecho corredor.
Se colocaba a los cadáveres sobre losas de piedra, una especie de bancos, o en
nichos
excavados en las paredes.
Se cerraba la entrada con una enorme losa, como una piedra de molino, que se
hacía
rodar por un pequeño canal construido al efecto. De este modo estaba a cubierto
de las
incursiones no tanto de los ladrones como de las fieras.
"Hizo rodar una piedra" (v. 46). Lo lógico sería esperarse una conclusión de
este tipo: "y
se fue...". Pero no, Mc cierra el relato con la atenta presencia de las mujeres
(dos de las
cuales quedan vigilando).
Estas no han intervenido en la sepultura (es probable que José tuviera siervos
que lo
ayudaran) sino que "se fijaban dónde era puesto" (v. 47).
Deben grabar bien en su memoria el lugar con la evidente intención de retornar a
él.
Pero, además, es probable que Mc se sirva de la obstinada presencia de las
mujeres
(testigos oculares de la muerte y del lugar de la sepultura) para sugerirnos la
idea de que
no estamos ante un final.
PROVOCACIONES
1. Así como Simón de Cirene fue el primer discípulo de Jesús en llevar la cruz,
también
las mujeres fueron las primeras discípulas en permanecer junto a la cruz. Y que
Mc nos
refiera sus nombres (cosa rara en este evangelista) subraya la importancia del
hecho.
No hay lugar a dudas. La primera comunidad cristiana, congregada en torno a la
cruz, no
se compone de hombres. Se trata de una comunidad femenina.
2. Cierto que el evangelio precisa que estaban "mirando desde lejos".
Y que la actitud de las mujeres parece estar entonces muy cerca de la de Pedro
que "lo
siguió de lejos".
Pero ambas actitudes no tienen nada en común. Pedro está a distancia porque
tiene
miedo. No quiere perder de vista al Maestro, pero sin comprometerse demasiado.
Es una
distancia voluntaria.
En cambio es muy probable que la distancia de las mujeres se deba a una
imposición de
otras personas. No podían sobrepasar ese límite. No podían hacer más.
La lejanía de Pedro es una expresión de cobardía.
La de las mujeres, fruto del valor.
Pedro se ha mantenido lejos.
Las mujeres se han acercado hasta allí.
Podríamos decir, incluso, que es una lejanía con vocación de cercanía y que
Cristo así la
considera.
3. Si todavía a alguien le quedaran dudas sobre el discipulado de las mujeres,
bastaría
un detalle para disiparlas: "habían subido con él a Jerusalén". Y eran muchas.
No hay duda de que ese título se gana con "subir" a Jerusalén.
El discípulo es alguien que viene de Galilea, cuna del evangelio, pero sólo pasa
a serlo si
tiene el valor de "subir" con él a Jerusalén. Es en el lugar de la pasión, en la
hora decisiva
cuando se demuestra la condición de discípulo.
A Pedro se le había ofrecido esta posibilidad en la hora justa.
Había sido "reconocido" en el momento preciso : "Sí, tú eres de ellos".
Pero había rechazado este reconocimiento.
4. Me parece que la presencia de las mujeres en el Calvario tiene en Mc el mismo
significado que la confesión del centurión.
La profesión de fe es aquí, sin embargo, silenciosa.
En cambio el hombre la expresa con palabras.
No debemos sorprendernos. Aquel es un pagano que sólo con palabras claras puede
tomar postura a favor de Jesús.
Al discípulo, sin embargo, le llega el momento en que también su silencio se
vuelve
testimonio, confesión de fe.
En este caso la presencia sustituye a las palabras. Más aún, la presencia se
convierte en
"palabra", hecho, acontecimiento.
5. Si queremos saber algo de lo ocurrido en el Calvario tenemos que recurrir
necesariamente e ellas.
Ellas "saben" porque "están allí".
Y estaban porque no tenían mejor cosa que hacer.
Nosotros, los hombres, a diferencia de ellas, teníamos en cambio muchos e
importantes
compromisos: la fuga, las declaraciones programáticas, la "definición exacta de
los roles"
(incluso los de las mujeres), los "análisis correctos", las habladurías más
serias...
No. No digamos que también nosotros estábamos con ellas.
Demasiado fácil.
Estaban ellas por nosotros. Que es muy distinto.
6. Las mujeres no "deben" reivindicar ningún puesto en la iglesia.
Ya se lo han ganado por su fortaleza y su valor en el Calvario.
No pueden pretender, por consiguiente, lo que ya se han ganado.
Simplemente han de limitarse a esperar.
No. Pero no a esperar a que los hombres les concedan algo.
Esperar a que los hombres hayan terminado de pagar su ausencia de aquel
viernes...
Y tengo la impresión de que aún hay para rato.
Mujeres, tenéis que esperar.
Cometisteis el error de llegar primero allí arriba. Y ahora tenéis que esperar a
que
nosotros recuperemos la distancia, de que hayamos terminado de anular la
distancia
acumulada en nuestra fuga.
7. A pesar de las apariencias y de su gran proceder, José de Arimatea pertenece
aún al
antiguo testamento.
Esperaba el reino de Dios y es probable que el asunto de Jesús le haya hecho
surgir la
duda de si ya ha llegado.
Pero, por desgracia, el asunto había concluido.
Y ya no le quedaba más que otorgar honores fúnebres a un personaje respetable a
pesar
de su evidente fracaso.
La piedra sepulcral sellaba la defraudada esperanza de José.
Tendría que resignarse y seguir esperando.
En el fondo sigue siendo el hombre de la espera. Quizás por haber tenido tanta
prisa en
"cerrar".
Pero las mujeres no se mueven, no están dispuestas a "cerrar". Se convierten así
en las
creaturas de la esperanza.
Para José la piedra cierra una etapa.
Para las mujeres la abre.
Esta es la razón de su extraña pasividad. Dejan hacer. Que se ocupe el ilustre
consejero
de toda esa faena. Cuando acabe, ya no tendrá nada que hacer.
Para ellas, sin embargo, todo está por empezar.
8. "Mirando desde lejos...".
"Estaban observando...".
La actitud de las mujeres es aquí netamente "contemplativa".
El seguimiento lleva necesariamente al Calvario.
Hasta allí se puede y debe llevar la cruz.
Después hay que distanciarse para tratar de comprender.
Simón de Cirene es relevado por las mujeres.
La acción deja el lugar a la contemplación.
La cruz representa el punto culminante del seguimiento. Me refiero a la cruz
"contemplada" con aquel que está sobre ella, no la cruz "llevada".
En el Calvario no hay nada que hacer.
La parte "activa" no es nuestra sino suya.
Sólo el hombre clavado está en acción.
A nosotros sólo nos queda observar, recibir.
"Desde lejos".
Hasta las mujeres que de forma casi "connatural" expresan complicidad con el
dolor y con
la vida, deben contentarse con permanecer a cierta distancia. No pueden
sobrepasar esa
barrera.
Esa es la barrera que el hombre no puede sobrepasar.
A partir de ella comienza el verdadero escándalo de la cruz, inaccesible a la
mente
humana. Por lo que el hombre, aunque esté cerca y enfrente, se halla
necesariamente
"lejos".
A partir de ella comienza el ilimitado espacio del misterio del loco amor de
Dios.
CONFRONTACIONES
Esas mujeres...
...Esas mismas mujeres cerrarán el evangelio o, mejor, lo iniciarán con el
encargo de
llevar el mensaje de Cristo resucitado (16, 1-8). Es interesante advertir que de
la misma
forma que toda la actividad pública de Jesús está encuadrada entre el milagro de
la suegra
de Pedro que encarna su espíritu de servicio y la pobre viuda que a imitación
suya "da toda
su vida", también el evangelio de la muerte-resurrección de Jesús está
encuadrado entre la
unción de la mujer de Betania y estas mujeres que, testigos de su muerte, lo
acompañarán
al sepulcro y recibirán la sorpresa de su resurrección (Una comunitá legge il
vangelo di
Marco, II, 1978).
La pasión es la verdadera revelación
El momento decisivo de la revelación es, sin lugar a dudas, la pasión. Cierto
que para los
discípulos la pasión representó una crisis tremenda y que la resurrección se
hizo necesaria
para consolidar definitivamente su fe.
Pero si la resurrección es. según los evangelios, el hecho fundante de la fe
haciendo
aparecer a Jesús en su poder, es la pasión la que permite decir quién es el
Jesús que
resucita.
Pues Jesús resucitado no tiene en efecto gran cosa que decir y no dice nada
nuevo
sobre lo que es. Remite a los discípulos a lo que les decía antes de su muerte,
los lanza
hacia adelante en el mundo.
Si algo prueba la resurrección es la verdad de lo que Jesús había dicho entonces
sin
lograr hacerse entender; desvela el sentido de lo que había dicho sin poder
todavía
explicarlo.
El que resucita aporta la prueba de ser lo que realmente tenía la pretensión de
ser, de
aquello por lo que murió.
La revelación de Jesucristo no finalizó ni tomó forma antes de la resurrección.
Y sin
embargo se expresó de forma integral, con palabras y gestos, en el mismo momento
en que
Jesús exhala su último suspiro.
De otro modo nos estaría permitido tomarla por un mito. Si la revelación nos
fuera
transmitida por un resucitado venido de otro mundo a hablarnos de un mundo nuevo
que
acaba de descubrir, la fe no sería más que un ciego abandono a una palabra
incomprobable.
Pero Jesús resucitado retorna solamente para asegurarnos que sigue siendo el
mismo,
que todas sus palabras eran verdaderas y que valen para todos los pueblos y
todos los
tiempos (J. Guillet, Jésus devant sa vie et sa mort, 1971).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 128-133)
3-8
- RESURRECCIÓN
Mc/16/01-08
Mt/28/01-08 Lc/24/01-11 Jn/20/01-02
Se rompe el hilo
En el episodio de la resurrección utiliza Mc una técnica narrativa creada adrede
para
desconcertar.
Parece conducir al lector sin sobresaltos a tomar nota de un acontecimiento
ligado casi de
forma natural con los anteriores.
A no ser que quiera situarlo de improviso frente a un punto de ruptura.
Parece querer confirmarlo con algunas presencias ya familiares y hacerle revivir
en torno
a ellas la continuación «lógica» de las historias precedentes. Para luego
lanzarlo de golpe
ante un acontecimiento inaudito y desconcertante.
Diríase que Mc prepara al lector para algo absolutamente desconcertante. Lo
lleva por un
terreno familiar bruscamente interrumpido por el «salto» a lo imprevisible.
Todo, en el relato, lleva el signo de la continuidad. Enseguida lo veremos
mejor.
El mismo estilo literario jalonado como en la pasión por una impresionante serie
de «y» se
sitúa en armonía con las páginas precedentes y no permite prever nada nuevo.
Pero la continuidad queda asegurada sobre todo por las mujeres.
Son las tres mismas del Calvario. Dos de ellas han seguido los pasos de la
sepultura.
Todo se desarrolla desde el principio con una cierta lógica. Se trata de
completar las
honras fúnebres, más bien apresuradas, del viernes por la tarde, por la
inmediatez del
reposo sabático.
Hay abundantes y hasta insólitas precisiones de lugar y tiempo.
Y todo se desarrolla en riguroso respeto de la legalidad.
La adquisición de los aromas se sitúa la tarde del sábado, después de la puesta
de sol,
cuando estaba permitido.
Pero entonces es ya tarde para visitar el sepulcro, haciéndolo al día siguiente
(denominado «el primer día de la semana» y no el «tercer día», expresión típica
del lenguaje
catequético).
Incluso se especifican dos momentos distintos de la mañana: el grupo de mujeres
sale
muy pronto de casa. Y llega al sepulcro cuando ya ha salido el sol 1.
La misma preocupación por mover la piedra entra dentro de la lógica humana. Y en
este
punto, dicho sea de paso, me parecen excesivas las dificultades planteadas por
algunos
especialistas que ven aquí una contradicción entre los cuidadosos preparativos
de la
víspera y este llamativo descuido. ¿Cómo es que no cayeron antes en la cuenta?
Creo que el razonamiento de las mujeres puede resumirse más o menos así:
«¿encontraremos allí alguien que nos retire la piedra de la entrada?».
Por consiguiente Mc nos presenta un cuadro normal y totalmente coherente, en el
que se
sitúan en primer plano las intenciones, las acciones e incluso las
preocupaciones de las
mujeres.
La piedra retirada da acceso no sólo al sepulcro sino a la desconcertante
sorpresa. El
hombre es conducido a levantar acta de la acción de Dios.
«¡Ha resucitado!». Literalmente: «Ha sido resucitado (por Dios)».
He aquí el brusco paso de la intervención del hombre a la intervención de Dios.
Y es precisamente aquí a donde Mc quiere llegar: a hacernos tomar nota de que
este
acontecimiento depende exclusivamente del poder de Dios...
La insistencia en la piedra, que ya ha sido retirada a pesar de ser muy grande,
se
encuadra en esta perspectiva de la intervención de Dios que supera todas las
posibilidades
humanas.
La acción del hombre se queda fuera del sepulcro.
Y aquí está la paradoja, el punto de ruptura: en que en el centro de un
sepulcro, donde el
hombre nada tiene que hacer excepto ocuparse de un muerto, se sitúa la acción de
Dios
que expresa la vida e inicia una nueva historia.
Muy acertadamente dice J. Delorme: «El relato merece atención: es el relato del
aborto
de un proyecto humano llevado a cabo con meticulosidad. Proyecto humano en el
más
profundo sentido de la palabra: las mujeres manifiestan un profundo apego a
Jesús. Y
hacen todo lo que está en sus manos para llevar a cabo lo que su afecto les
inspira. Han
hecho su plan y han pensado en todo...
«...Pero su proyecto es superado por el acontecimiento. Han pensado en todo
menos en
lo que realmente ha sucedido. Se quedaron paradas en el momento de la muerte de
Jesús.
Pero él ha resucitado. Ya nada tienen que hacer aquí. La acción de Dios
desconcierta al
hombre.
«Han sido anticipadas por el acontecimiento. Se han asustado porque la lógica
humana
ha fallado».
Y el mismo autor: «El significado teológico de la escena consigue oscurecer
cualquier
otro interés: la resurrección del crucificado no es idea de hombre, sino acción
de Dios y, en
consecuencia, no puede ser sino revelada en oposición con cualquier espera
humana. El
segundo evangelio alcanza aquí su punto culminante».
El acontecimiento decisivo
encerrado en ocho versículos
Mc no nos hace una crónica de la resurrección. Por él nos es imposible saber
cómo,
cuándo y dónde sucedió 2.
Su relato, construido con datos cronológicos y topográficos precisos está
relacionado con
la visita de las mujeres al sepulcro y no debe confundirse con una crónica de la
resurrección de Jesús
Esta se nos presenta a través de una revelación.
Por consiguiente Mc no nos hace presenciar la resurrección y ni siquiera
pretende
describírnosla, pero nos lleva a captar su anuncio.
La escena que se desarrolla dentro del sepulcro y cuyos protagonistas son las
tres
mujeres y el misterioso joven, puede considerarse una especie de teofanía al
estilo de la
transfiguración o de la agonía de Getsemaní.
¡Ocho versículos para hablar del acontecimiento decisivo! Parecen pocos en
comparación con los quince capítulos anteriores. Y. sin embargo, allí está todo.
Tan es así
que con estos ocho versículos puede Mc dar por terminado su evangelio.
En estos ocho versículos resume el evangelista tres experiencias distintas:
-El anuncio o kerigma de la resurrección.
-La tradición pascual de la comunidad de Jerusalén.
-Las apariciones del resucitado.
1. El anuncio pascual. Las mujeres no encuentran vacía la tumba. La encuentran
ocupada por un «joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca»
(v. 55).
Es evidente que se trata de un personaje celeste. Pero que no está allí para ser
contemplado, sino para ser escuchado.
Precisemos aun más: el ángel no es un simple intérprete del acontecimiento. Es,
más
bien, el ángel revelador del acontecimiento.
El mensaje se reduce a lo esencial recalcando algunos esquemas clásicos de los
anuncios que pueden encontrarse en la Biblia.
«No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no
está aquí.
Ved el lugar donde le pusieron» (v. 6).
Incluso el último detalle forma parte del esquema de anuncio: se trata del
«signo» (no de
la prueba).
Es fácil captar, en las palabras del personaje celeste, el núcleo de la
profesión de fe en la
resurrección de la primitiva comunidad cristiana.
Pero este anuncio o kerigma no se expresa siguiendo el procedimiento típico de
una
determinada apologética.
Oportunamente lo advierte Delorme: «Después de la clásica recomendación en un
contexto de este tipo: "no temáis", aparece inmediatamente la afirmación
decisiva
expresada mediante una antítesis muy vigorosa: "buscáis a Jesús de Nazaret, el
crucificado: ha resucitado". Esta afirmación ilumina el resto de la frase: "no
está aquí" y el
ángel invita a constatarlo: "ved el lugar donde le pusieron".
El orden de las proposiciones no es en absoluto indiferente. Se afirma la
resurrección
antes de cualquier alusión a la ausencia del cuerpo. No se procede partiendo de
la
constatación física para llegar a su explicación sobrenatural. El camino no es
el de la
apologética. La revelación, por el contrario, viene de Dios para afirmar el
inesperado: "ha
resucitado"; y esta revelación ilumina el extraño hecho del "no está aquí".
La invitación a la comprobación no se hace para probar la resurrección. Se
trata, más
bien, del revés del hecho revelado: desde el momento en que ha resucitado no
puede estar
aquí, podéis comprobarlo» (o. c., 107).
Por consiguiente el ángel no se limita a interpretar, a resolver un problema,
sino que está
encargado de revelar lo inesperado.
La experiencia que tienen las mujeres parece que ha de limitarse, al menos al
principio, a
ver. De hecho ven la piedra retirada (v. 4). Y, dentro ya del sepulcro, ven a un
joven vestido
de blanco (v. 5).
A partir de aquí el ver deja el puesto al escuchar.
La palabra es la que introduce en el acontecimiento y permite captarlo en su más
profunda y desconcertante realidad.
«He aquí el tipo de relato adecuado para los cristianos atraídos por este
sepulcro. En él
encontraban el marco para una sorprendente meditación sobre la resurrección tal
como era
afirmada por la predicación apostólica. Allí donde nada podía ya verse o
tocarse, sólo la
palabra de Dios posibilita el acceso al inaprensible misterio de su poder» (J.
Delorme, o. c.,
130).
Es decir, Mc presenta la resurrección de Cristo «ambientándola» en un lugar
preciso, la
tumba abierta, vacía, la tumba de la que se afirma ha sido la del crucificado,
pero todo su
relato está centrado en la revelación del misterio expresado en términos de la
predicación
apostólica entendida como proclamación de la palabra de Dios.
2. La tradición pascual de la comunidad de Jerusalén
Pero en el relato de Mc quizás pueden descubrirse también las huellas de una
antiquísima tradición litúrgica centrada en la peregrinación a los lugares de la
pasión dentro
de la ciudad.
De esta forma su narración habría recogido una conmemoración religiosa de la
pasión en
Jerusalén y su consiguiente calendario litúrgico.
Así lo explica J. Delorme: «El interés de los creyentes, que residen en
Jerusalén o
llegados en peregrinación, se detecta en varios relatos de la pasión cuya
atención a los
lugares sirve de soporte a una evocación y quizás a una conmemoración de los
grandes
acontecimientos de la historia de la salvación en Jesucristo. Al final de esta
evocación, la
visita al sepulcro es fácil de entender. Y cuando se quisieron reagrupar los
relatos que
recogían la tradición jerosolimitana de la pasión, el de la ida de las mujeres
al sepulcro
ofrecía una conclusión sugestiva que tenía el valor de afirmar la definitiva
victoria del
crucificado en el mismo lugar en que la muerte habría debido manifestar su
victoria» (o. c.,
133).
Era completamente verosímil que en este momento de la peregrinación se hiciera,
al
público participante, el mismo anuncio del ángel: «No está aquí. Ved el lugar
donde le
pusieron».
No cabe duda de que es una tesis sugestiva. Pero debemos precisar:
-Que la iglesia primitiva estaba en posesión de informaciones antiguas y bien
confirmadas sobre los acontecimientos (pasión, muerte y sepultura).
-Que la celebración es consecuencia y no causa de la fe. Es decir, que la
tradición
cultural no ha determinado la fe en el resucitado ni su correspondiente
predicación
apostólica, sino que es su expresión. Ha sido la fe en la resurrección la que ha
determinado
y favorecido la acción litúrgica.
Por consiguiente, si en el evangelio de Mc puede detectarse este tipo de
tradición, no ha
de olvidarse que se trata de una tradición basada en hechos históricos
documentables y
también en la fe de la primera comunidad de Jerusalén.
3. Las apariciones del resucitado. Pero el relato de Mc alude también, aunque
limitándose a un esbozo, a la tradición de las apariciones a los discípulos que,
por el
contrario, ocuparán un puesto relevante en la primitiva predicación misionera.
El mismo ángel orienta en este sentido: «Pero id a decir a sus discípulos y a
Pedro que
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo» (v. 7).
Precisamente la «misión» de las mujeres hacia los discípulos asegura la ligazón
del
relato de Mc con la tradición centrada en las apariciones.
Unidad y oposiciones
X. L. Dufour detecta en el relato de Mc un motivo unitario y tres series de
oposiciones.
Cito casi literalmente:
La unidad la forman las mujeres. Se las llama por su propio nombre, van a
comprar los
aromas, salen hacia el sepulcro, discuten entre sí por el camino, constatan que
la piedra ha
sido retirada, entran en el sepulcro, tienen miedo, escuchan, salen, huyen,
callan.
Son, por consiguiente, las mujeres las que, al haber ocupado el lugar de los
apóstoles
fugitivos, tienen el encargo de proponer al lector «seguirlas» en su itinerario
hacia la
revelación. Como ellas, el lector ha podido constatar la muerte de Jesús y
descubrir el lugar
del sepulcro. Como ellas, lleno de admiración y reconocimiento por este hombre
Jesús,
quiere rendirle un último homenaje. Y he aquí que el camino del sepulcro está
abierto de
par en par ante él, desde el momento en que se ha hecho rodar a la piedra de
forma
maravillosa, pero todo ello tiene el objetivo de provocar la rendición ante la
sorprendente
revelación de la resurrección de Jesús. Es necesario pasar, después de la fuga,
a otro
proyecto que no se nos especifica de antemano.
Casi como contrapunto se encuentran oposiciones que resaltan todavía más la
armonía
precedente.
1. Lo oscuro contrasta con lo luminoso. Es la oposición entre la tarde del
sábado y la
mañana con sol ya alto. Esta oposición se prolonga luego en otras dos
categorías: dentro y
fuera. Las mujeres entran y salen del sepulcro. Y lo extraño está en que el
misterio pascual
es revelado en la oscuridad de dentro de la tumba, mientras en la luz del mundo
circundante se preocupaban y después huyen.
2. Palabra y silencio. Las mujeres hablan al aire libre, el ángel habla en el
interior.
Finalmente callan las mujeres al encontrarse fuera.
3. Presencia y ausencia. El cadáver está presente en su mente y las empuja a
actuar
comprando los aromas y dirigiéndose al sepulcro.
Y precisamente, cuando se les hace notar que el cadáver no está allí, pierden de
repente
toda su capacidad de acción, se quedan como paralizadas y luego huyen y no
hablan.
Tendrán que descubrir una nueva forma de presencia a través de la ausencia.
Elementos típicos de Marcos
En el relato de la resurrección se encuentran sobre todo dos elementos típicos
de Mc.
1. La incomprensión. En él las mujeres no piensan más que en la muerte,
únicamente se
preocupan por rendir honores a un cadáver.
Su plan excluye al viviente. En el fondo no trascienden las posibilidades
humanas. No
llegan a sospechar el poder de Dios en acción. Es el tema de la incomprensión de
los
discípulos que sirve de contrapunto a todo el evangelio.
2. El temor. El vocabulario de Mc es como siempre muy variado cuando se trata de
expresar este sentimiento que no ha de entenderse en sentido psicológico sino
que traduce
la reacción del hombre ante lo sagrado.
Se habla por tres veces, con matices diversos y expresiones diferentes, del
miedo de las
mujeres. Todo ha de interpretarse en una perspectiva bíblica: es el espanto,
mezcla de
miedo y estupor, de aturdimiento y de temor que embarga a la creatura ante la
manifestación de Dios. Es un perder la cabeza, un salir-fuera-de-sí provocado
por un
acontecimiento sobrenatural.
El hombre no puede aprender el misterio ni encuadrarlo tranquilamente en sus
esquemas. Sólo le queda abrirse a su revelación, una revelación que lo deja en
realidad
fuera-de-sí.
Las mujeres que tienen el valor de encararse con un cadáver que lleva ya dos
noches y
un día en el sepulcro (en oriente), se quedan desconcertadas y aterrorizadas, no
«soportan» la revelación relacionada con un viviente.
Quede claro que las mujeres no huyen del sepulcro aterrorizadas porque lo han
encontrado vacío. Ha de relacionarse su terror con la aparición del ángel y con
el mensaje
divino que han escuchado de su boca (jamás puede separarse el ángel del mensaje)
Otros elementos del relato:
La piedra. No excluye la posibilidad de la sustracción del cadáver. Su función
es
esencialmente simbólica: según la concepción judía, los muertos no pueden volver
a salir
del sheol.
La piedra es muy grande, pero no porque resulte difícil moverla sino porque
cierra el
sheol.
La piedra retirada significa, por consiguiente, que el poder de Dios ha
triunfado sobre el
poder del infierno. La muerte ha sido derrotada.
En efecto, cuando la piedra obstruye la entrada de la tumba, indica que la
muerte ha
triunfado sobre la vida.
Retirada, simboliza la derrota de la muerte.
En cierto sentido puede decirse que la piedra tiene una función epifánica:
manifiesta el
poder de Dios.
El hombre puede entrar a ver las consecuencias de la intervención divina sobre
la
muerte.
De este modo el primer día de la semana se convierte en el día en que se
manifiesta el
poder de Dios, su victoria.
La tumba-vacía. P. Althaus sostiene con seguridad que el mensaje de la
resurrección
«no hubiera podido sostenerse en Jerusalén ni un día, ni una hora, si la tumba
vacía no
hubiera sido un hecho comprobado por todos los interesados».
Conviene hacer algunas precisiones.
Es cierto que en la polémica con los judíos no queda constancia de que en ningún
momento se haya contestado la realidad de la tumba vacía. En todo caso se trató
de dar
una explicación acusando a los discípulos de la sustracción del cadáver.
De todas formas tenemos el hecho, por otro lado significativo y sorprendente, de
que la
tumba vacía no aparece nunca como objeto de predicación ni en los discursos de
los
Hechos ni en san Pablo.
R. Fabris dice así: «El sepulcro vacío no es una prueba de la realidad o de la
verdad de
lo anunciado, sino una indicación para el que cree. La tumba vacía no es una
prueba de la
resurrección, porque Dios solamente puede revelar su acción escatológica y
salvífica en
Jesucristo a quien está disponible. En efecto, sólo el encuentro con el Señor
viviente hará
madurar la fe en él como resucitado. La tumba abierta y vacía de Jerusalén, cuyo
recuerdo
ha conservado la primitiva iglesia con cuidado y veneración siguiendo la
costumbre judía de
visitar y honrar las tumbas de los profetas y mártires, sigue siendo un indicio,
una grieta en
el tejido de las experiencias mundanas. Al creyente le sugiere la dimensión
histórico-corpórea de la resurrección; para el que no cree permanece como un
interrogante
abierto a todas las hipótesis».
Ya hemos resaltado cómo en el anuncio del ángel el hecho de la tumba vacía no
constituye el punto de partida que lleve al descubrimiento del hecho de la
resurrección. Al
contrario: es el hecho de la resurrección el que constituye el punto de partida,
siendo la
tumba vacía una simple referencia a él. Con otras palabras: la tumba vacía no es
la
explicación de la resurrección. Sino que es ésta la que explica por qué la tumba
está vacía.
A este respecto precisa J. Delorme: «Un hecho como el del sepulcro vacío ha sido
indudablemente histórico, sin ser necesario... Hay que reconocer que, hoy más
que nunca,
la tumba vacía no nos sirve demasiado para expresar la realidad absolutamente
nueva del
resucitado. Es verdad que permite constatar el realismo de la fe. Pero hay que
conjurar
rápidamente el peligro demasiado real de representar la resurrección de Jesús
como una
reanimación de un cadáver, como una revivificación similar a la de Lázaro» (o.
c., 147).
Nunca se insistirá lo suficiente en la idea de que la fe en la resurrección no
nace del
sepulcro vacío sino de una revelación.
Galilea, lugar del encuentro con el resucitado. «Pero id a decir a sus
discípulos... que
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo» (v. 7).
Se trata únicamente de la confirmación de lo que el mismo Jesús dijo después de
la
última cena (14, 28).
El resucitado se aparecerá, pues, en Galilea. La perspectiva de Mc es opuesta a
la de Lc
que sitúa las apariciones en Judea.
GALILEA/JUDEA Hemos advertido ya desde el principio que la
geografía de Mc es una geografía teológica: Galilea se convierte en el lugar del
anuncio del
reino, en la cuna del evangelio. Judea es el lugar del rechazo.
Jerusalén ha mostrado ser la ciudad de las tinieblas y de la muerte. Por ello el
resucitado
fija su cita con sus discípulos en el lugar donde todo comenzó.
L. Schente lanza la hipótesis de que Mc estaba preocupado por liberar a los
cristianos de
la tutela «monopolística» de la iglesia de Jerusalén. Los relatos de las
apariciones pueden
localizarse también en Judea. Pero hay que salir rápidamente para Galilea más
allá de los
horizontes particularistas de la institución jerosolimitana en la que la iglesia
corre el riesgo
de bloquearse.
«... Y a Pedro». No se subraya solamente el papel preponderante de Pedro. Con la
especificación «y a Pedro» quizás quiera decirse que la fidelidad de Dios es más
fuerte que
todas las defecciones de los hombres, que su amor supera todas las debilidades.
El silencio de las mujeres. «Y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo».
Sorprende y suscita discusiones la desobediencia de las mujeres a la consigna
recibida
del «joven» vestido de blanco.
La misión no es cumplida.
Creo que puede excluirse aquí la inclusión del silencio en la perspectiva del
secreto
mesiánico, ya superada por los acontecimientos.
Pero tampoco creo que se trate de un silencio absoluto, definitivo. Mc se limita
a decir
que de momento las mujeres perdieron la cabeza. El miedo, la turbación ante la
sensacional
revelación, ha sido el sentimiento que ha prevalecido.
Han salido del sepulcro trastornadas, incapaces de hablar. Esto es todo.
Una conclusión inexistente
porque no se escribió...
El evangelio de Mc finaliza en el v. 8.
Las líneas que siguen no son auténticas. Aunque se haya reconocido su
inspiración,
puede excluirse que hayan salido de la pluma de Mc.
A muchos les parece extraño que el evangelista concluya su libro con la
partícula gar, es
decir, en efecto. Tengamos presente que la frase conclusiva dice literalmente
así: «temían
miedo en efecto».
Personalmente no encuentro nada extraño que una persona como Mc, capaz de
empezar
con la frase «Comienzo del evangelio de Jesucristo», finalice su evangelio con
un «en
efecto».
Pero, sobre todo, habría que demostrar que Mc haya tenido realmente la intención
de
«concluir» sus páginas.
Para él la resurrección no es un final alegre después de las «desventuras» de la
pasión.
Es un comienzo.
Por lo tanto el evangelista prefiere dejar abierto el tema.
Abierto a todos los creyentes.
Ha condensado lo esencial en los ocho últimos versículos. Si se leen con
atención se cae
en la cuenta de que son realmente completos.
Las posibles lagunas se resuelven con la frase «como os dijo» (v.7), que remite
a toda la
enseñanza de Jesús.
Estos ocho versículos pueden y deben bastar para poner en camino al lector.
No hay tiempo que perder, hay que actuar de prisa porque hay alguien que nos
precede.
No se puede uno retrasar con las palabras.
Si el objetivo fundamental del evangelio de Mc estaba en plantear se la pregunta
fundamental «¿quién es Jesús?», una vez obtenida la respuesta no veo por qué
deba
concluirse este evangelio respetando las normas estilísticas (algo que nunca ha
preocupado a Mc).
Esa brusca interrupción no será estéticamente bella. Pero sí extremadamente
eficaz.
El evangelio de Mc es un evangelio que no tiene un final, por la sencilla razón
de que
quiere tener siempre y sólo un principio.
PROVOCACIONES
1. Nacer, vivir, morir, ser sepultados. Es la trayectoria normal de la vida
humana.
La resurrección de Cristo rompe esta trayectoria, liquida definitivamente esta
historia.
El sepulcro -el suyo, vacío- marca un comienzo, no un final.
La tumba deviene el lugar del nacimiento.
Sorprende que los pintores que han pintado a Cristo resucitado nunca lo hayan
representado en el momento de «salir» de una cuna.
Y sin embargo el Hijo que vuelve al Padre, en la gloria, después de haber
cumplido hasta
el fondo su voluntad, es un recién nacido (del Edén había salido un viejo,
condenado a
muerte). Es el hombre que retorna después de la muerte del pecado al nacimiento,
al
momento de la creación.
2. He vuelto a caer.
Y decir que todavía me duraba la señal de la primera vez.
Me había jurado a mí mismo que no habría vuelto.
Pero los amigos me insistían. No podía decirse que se había estado en Jerusalén
sin
acercarse allí. Y tenían razón.
Y así, muy temprano, no sin haberlos vacunado anticipadamente contra una
inevitable
desilusión, los he conducido al interior de la basílica de la resurrección.
Hemos asistido a la liturgia más descuidada, ramplona y chabacana que imaginarse
pueda (no es el momento de describir el rito: ciertas independencias culturales
son
«patrimonio» universal, en ciertos casos la vulgaridad es ecuménica).
Nos mirábamos unos a otros, desconcertados, casi incrédulos en medio de un
rastro
devocional magníficamente abastecido. Había en él de todo excepto algo de buen
gusto.
Aquellos increíbles mármoles. El hedor de los cirios. La humedad que respirabas
que se te
pegaba a la piel, al alma. Y la gente que te pisoteaba para disparar sus flash.
Tuve sólo el tiempo de formular la esperanza de que nunca entre allí alguien con
fe
titubeante o en busca de un destello de fe.
La impresión de disminuir.
He tenido necesidad de sales para rehacerme. Sí. De las palabras del evangelio:
«ha
resucitado, no está aquí».
Me he precipitado fuera pisoteando la mayor cantidad de pies devotos que he
podido y
repitiendo en voz alta a pesar de las indignadas miradas que me traspasaban como
si fuera
un blasfemo: «No está aquí».
Nos hemos vuelto a encontrar con los amigos una hora después.
Estábamos arracimados sobre una piedra en un suk de la ciudad vieja, en medio de
una
bulla infernal, pero que daba la bienhechora sensación de la vida.
Confundidos, humillados, irritados.
Hacíamos el inventario de lo que había quedado dentro y de lo que habíamos
podido
salvar. Afortunadamente lo «esencial» no había sido afectado. Salvado el
peligro. Todavía
la alegría de creer, a pesar de la deprimente experiencia.
Nadie hablaba. Solamente intercambiábamos miradas perdidas.
Al final no he resistido y he dicho:
-Nos está bien...
Porque también nosotros, como las mujeres, hemos pretendido encontrarlo aquí.
Pero éste es el único lugar en el que no hay nada de él.
De lo que se trata es de echar una rápida ojeada y comprobar que es el lugar
donde lo
habían puesto. Pero, naturalmente, no está.
Hay que irse, salir de prisa.
Tiene razón X. L. Dufour: «Como un muelle que lanza fuera a quien busca apoyo en
él,
también la tumba arroja lejos de sí».
Esta vez he hecho otro propósito.
Volveré.
Siento todavía necesidad de entrar en aquel sepulcro. De respirar aquel aire de
muerte.
De sentir en mi garganta el roce del hedor de los cirios.
Para sentir el deseo de salir de allí enseguida, precipitadamente.
Para convencerme de que tengo que buscarlo en otra parte.
3. Y pensar que a causa de este sepulcro ha habido guerras, muertes, auténticas
carnicerías.
«Para liberarlo», era la justificación religiosa.
¿Pero no lo había ya hecho Cristo?
¿Y no había liberado Cristo ya con él todos los sepulcros de los hombres?
¿No es la liberación de la muerte la auténtica liberación?
No, el sepulcro no necesitaba ser liberado.
Los hombres, sí. Los hombres tenían, han tenido siempre necesidad de ser
liberados.
Salvar la vida de un hombre: he aquí la verdadera cruzada, el modo auténtico de
honrar
el sepulcro de Jesús para manifestar la fe en la resurrección. El hombre y no el
sepulcro es
quien siempre está en peligro de caer en manos de los «infieles».
El hombre es la reliquia que hay que conservar celosamente.
El hombre, reliquia viviente del resucitado.
4. Y pensar que por ese sepulcro se ha pleiteado y continúa pleiteándose entre
las
iglesias cristianas.
Dan ganas de gritar: dejádselo. Que lo cojan.
Soy un ingenuo. Lo sé.
Pero pienso que sería una acción que proclamaría, mejor que cualquier otra, que
hemos
comprendido el mensaje a las mujeres: «no está aquí. Id...».
Descuidar una tumba puede significar un escaso respeto por el muerto. Pero ésta
está
vacía.
No riñamos, no nos enojemos unos contra otros por un sepulcro vacío. Que se
queden
con él.
En compensación reivindiquemos la posibilidad de «salir» por todas partes, de
acudir a
las numerosas citas fijadas por el viviente que nos precede.
5. ¡Pobres mujeres! Como ya no hay un cuerpo que embalsamar, se quedan como
paralizadas.
Pero enseguida el ángel les señala una misión distinta.
Se trata de entrar en otro plan.
Quizás esté aquí la conversión.
Dejar de encerrar a Dios en nuestros esquemas, de entumecerlo en nuestros ritos,
de
embalsamarlo en nuestras fórmulas. Y permitir ser empujados en sus itinerarios
de vida.
Desde lo alto, el sol hiere el sepulcro.
Sería el momento de apagar nuestra vela.
Y de aprovechar la luz.
6. Creo que tiene razón Mc y no Lc.
La cita es en Galilea, no en Jerusalén.
Es cierto que también puede haberse aparecido en Jerusalén para reunir a sus
discípulos, pero para llevárselos inmediatamente a Galilea.
No olvidemos que pascua es liberación.
Con su rechazo, Jerusalén se ha convertido en la tierra de la esclavitud.
El resucitado inicia ahora un nuevo Éxodo.
La tierra prometida puede estar en cualquier parte. Menos en el lugar en que
Cristo ha
sido «entregado», detenido, condenado, ofrecido a los látigos de los carceleros.
«He escuchado el clamor que le arrancan sus capataces; pues ya conozco sus
sufrimientos. Ahora, pues, ve... para que saques a mi pueblo de Egipto» (Ex 3,
7.10).
7. «Ellas salieron huyendo del sepulcro...».
También ellas han huido.
Los discípulos huyeron después de su prendimiento cuando iba hacia la muerte.
Las mujeres cuando es liberado de la prisión de la muerte.
Parece que nuestra verdadera vocación para con el Maestro es la de la fuga.
Y que el verlo vivo nos dé aún más miedo que contemplarlo en manos de sus
enemigos.
Y él no nos persigue.
Se limita a ir delante de nosotros. A Galilea tierra de la esperanza. Esperanza
sobre todo
para Pedro y para nosotros que, como él, nos hemos especializado en fugas.
Puede sospecharse que los discípulos se escapan a Galilea para alejarse lo más
posible
de donde han abandonado y «entregado» al Maestro.
Allí, en Galilea, podrán reemprender por fin su vida anterior.
Tranquilos. Sin pesadas aventuras.
Y sin embargo es allí donde se encuentran cara a cara con el resucitado.
En este sentido, a medida que va tomando cuerpo su fuga del Maestro, se
convierte en
una carrera de aproximación a él.
8. Sí, es posible que haya «búsquedas» que encubran el intento de liberarse de
Dios y
de sus exigencias.
Pero existen también fugas dolorosas, atormentadas por el remordimiento y la
nostalgia
que nos llevan a precipitarnos en él.
Dios no se deja conquistar.
Acostumbra más bien a esperar.
A un Dios que se nos anticipa, no lo podemos conquistar.
A lo sumo podemos sospechar que nos espera.
Antes de venir al mundo, Cristo era el esperado de las gentes.
El hombre, el esperado por Dios.
9. Señor, tú sabes que muchas veces nuestras fugas son un intento de liberarnos
de ti,
de tu incómoda presencia.
Pero, al mismo tiempo, son la prueba de que no podemos prescindir de ti.
Como no podemos seguirte, nos alejamos... hacia ti.
CONFRONTACIONES
Un porvenir ya comenzado
El mensaje de la resurrección de Mc se construye sobre el esquema de la
predicación
cristiana primitiva: el crucificado ha resucitado, o mejor, ha sido resucitado,
es decir, ha sido
despertado por Dios a la vida alcanzando así su meta. No fue un retorno a la
existencia
terrena sino que ha sido elevado a una nueva dimensión que consiste en la forma
propia de
ser del mundo celeste y escatológico. En Jesús encuentra su suprema realización
aquel
dicho de que «quien pierda su vida, la salvará» (8, 35).
Lo que en esas palabras se dice para los seguidores de Jesús, se desvela y se
realiza
para todos a la vez en el acontecimiento de la resurrección del crucificado
«autor de la
salvación». En efecto, sólo porque Jesús, muerto por los hombres, ha sido
resucitado por
Dios puede también verificarse la promesa hecha por él a todos los que creen en
su
persona. Por eso resuena junto al sepulcro vacío el mensaje de la resurrección
que, para la
comunidad de los creyentes, no tiene solamente una referencia histórica
circunscrita a
Jesús sino que adquiere un valor que la afecta directamente.
Pues con la fe en la resurrección de Jesús ella encuentra, en efecto, su propia
salvación,
divisa ante sí su porvenir eterno que esta misma resurrección ha inaugurado para
ella» (R.
Schnackenburg, El evangelio según san Marcos II, Barcelona 31980).
La cámara nupcial
El sepulcro se transforma en cámara nupcial. El resucitado es el esposo, el que
viene, el
esperado con temor y temblor...
«Cirios en mano, vamos al encuentro de Cristo que sale de la tumba como se va al
encuentro del esposo...». «Al resucitar, sales de la tumba como de una cámara
nupcial...».
«Toda la historia de la salvación podría describirse como un drama de amor, como
un
inmenso Cantar de los Cantares, pero no se trata tanto de la prometida que busca
a su
amado, como del Dios fiel que busca a su adúltero pueblo, que busca a la
humanidad que
se ha alejado de él para hablarle al corazón y devolverle su primer amor como
dice Oseas
(2, 16-17) (O. Clement, La celebration pascale, en Le mistère Pascal,
commentaires
liturgiques, Spiritualité oriental n. 16? Abbaye de Bellefontaine 1975).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 134-150)
........................
1. G. Nolli traduce: «nacido ya el sol»: y
ello en relación con el momento, no de salir de casa, sino de llegar al
sepulcro. Quizás pueda descubrirse en este detalle un aspecto simbólico como
hace notar H. Schlier: «...se
levantaba el sol sobre el sepulcro...». Se trata del levantarse del sepulcro de
un sol completamente distinto,
del sol de la salvación.
2. Puede resultar interesante comparar la descarnada narración de Mc con este
detallado relato de la re-
surrección del libro apócrifo El evangelio de Pedro: «... Pero en la noche en
que empezaba a iluminarse el
día del Señor, mientras los soldados hacían la guardia de dos en dos, resonó un
gran grito en el cielo. Vieron
los cielos abiertos y a dos hombres que descendían de ellos con gran esplendor y
que se acercaban al
sepulcro. La piedra que estaba puesta a la entrada comenzó a rodar por sí misma
y se retiró. Se abrió el
sepulcro y entraron los dos jóvenes. Al ver esto los soldados despertaron al
centurión y a los ancianos.
También estos se encontraban allí para la custodia. Mientras contaban lo que
habían visto vuelven a ver salir
de la tumba a tres hombres: dos de ellos sostenían al tercero mientras una cruz
los seguía. La cabeza de
los dos primeros llegaba hasta el cielo mientras la del que era llevado por
ellos subía por encima del cielo.
Entonces oyeron una voz de lo alto que decía: «¿Has predicado a los que
duermen?». «Luego se oyó la
respuesta procedente de la cruz: "si"». No se satisface la curiosidad con la
lectura de estas lineas, pero se
termina por añorar el seco relato de Mc. En su desconcertante sobriedad Mc se
muestra más «completo»,
nos cuenta bastantes más cosas...
3-9
- FINAL CANÓNICO DE MARCOS
Mc16, 9-20
APÉNDICE
¿Ha desaparecido un folio o han substraído una línea?
Y. así se desencadena una especie de crucigrama en cuya solución se concentran
los
esfuerzos de especialistas de distintas disciplinas. Pero hasta el presente sin
soluciones
apreciables.
Un crucigrama cuyos puntos oscuros se multiplican y cuyas líneas se embrollan.
Un título para los especialistas: el final de Mc.
Otro sensacionalista: el evangelio mutilado.
Los elementos:
-Habría desaparecido un versículo. O incluso una página. Mc había terminado
satisfactoriamente su trabajo de acuerdo con todas las reglas de los relatos
serios.
Entonces este versículo (o esta página) ha sido substraída por alguien
interesado en
hacerla desaparecer. ¿Por qué motivos? Hay quienes apuntan a razones dogmáticas.
En
suma, la desaparición estaría motivada por el deseo de evitar problemas a Mc
ante un...
tribunal eclesiástico.
-Pero basta ya de hurtos. Ha sido un incidente banal aunque desagradable. El
célebre
versículo final se ha perdido y basta, sin que nadie tenga responsabilidades
especiales ni
haya debajo razones ocultas.
-Otros salen de sus laboriosas investigaciones con esta hipótesis: ni robo ni
desaparición.
Mc rompió el relato de esa forma brusca porque le ocurrió algo que le impidió
continuar. ¿De
qué se trata? ¿Qué le sucedió exactamente a nuestro autor? Nadie lo sabe.
-Pero hay también quienes siguiendo pistas diversas, proponen la siguiente
hipótesis: Mc
se proponía escribir una continuación de su evangelio a partir del capítulo de
las
apariciones. Pero por razones desconocidas no le fue posible llevar adelante su
proyecto.
Alguno habla de un viaje imprevisto para visitar las iglesias de Asia con una
delicada misión
a cumplir. A su vuelta se habría visto inmerso en el torbellino de la
persecución, sintiéndose
obligado a dejar la pluma por razones de fuerza mayor.
-No puede negarse, sin embargo, que tenemos en nuestras manos o, mejor, ante
nuestros ojos un final más que aceptable: exactamente el que va del v. 9 al 20.
Pero algunos especialistas objetan lo siguiente: pero ese es «el cuerpo del
delito». Es una
colosal y grosera «sustitución de persona» o, si se prefiere, de texto.
Los que han birlado la página auténtica de Mc, la han sustituido con este falso
texto para
rellenar un vacío demasiado evidente. La operación «cambio» se ha realizado,
pero de
forma poco hábil.
-Intervienen ahora los inocentes totales. No admiten ni hurto ni pérdida, ni
olvido ni ningún
tipo de incidente relacionado con la persona de Mc.
El habría terminado tranquilamente su obra. Y los versículos 9-20 habrían salido
igualmente de su pluma.
Esta tesis, especialmente en su parte final que atribuye a Mc la paternidad de
los
versículos 9-20, es cuando menos arriesgada, porque olvida a la ligera sobre
todo el
análisis de la tinta, es decir, del estilo del autor. A quien se lo hace notar
contestan
respondiendo que el evangelista puede haberse visto obligado a suspender su
trabajo en el
v. 8. Y cuando volvió a reemprenderlo, lo hizo a costa de la continuidad.
Como puede verse sobran ingredientes y suspense para un «crucigrama textual».
Algunos puntos más o menos firmes
Intentemos, si es posible, fijar algunos puntos de una cuestión todavía abierta.
1. Opinión personal. Como ya he dicho, creo que no disponemos del final
auténtico de
Mc. Y es inútil tratar de encontrarlo o de reconstruirlo por la sencilla razón
de que Mc no
sólo no lo ha escrito sino que ni siquiera ha querido escribirlo.
Su evangelio había de tener un comienzo y solamente un comienzo, pero nunca una
conclusión.
Su evangelio es un evangelio «abierto», que lleva a volver a comenzar desde el
principio.
Pero se trata de una opinión basada sobre todo en la imprevisibilidad y en la
libertad del
autor que parece empeñado en escribir para desconcertar y provocar al lector,
para
impulsarlo a rehacer un camino.
Mc no pretende ofrecer un trabajo «acabado», algo admirable o de «prontuario».
Presenta en cambio un punto de partida, suministra los elementos capaces de
enrolar y
comprometer a todos los que estén dispuestos a afrontar una aventura de fe.
Es decir: Mc deja espacio al lector. No le dice: aquí tienes todo lo que debes
saber,
apréndelo bien y habrás cumplido. Sino que le sugiere: aquí tienes lo esencial
para una
decisión y una elección. Defínete, ponte en camino y veras.
Por un camino rigurosamente científico P. Benoit llega más o menos a mis mismas
conclusiones: «Tengo la impresión de que Mc decidió terminar aquí su evangelio
sin hablar
de las apariciones conformándose con la enunciación de los hechos de la
resurrección a
través de las palabras del ángel. Su evangelio termina con esta afirmación:
Jesús ha
resucitado. Con ello se contenta Mc».
2. La conclusión (9-20) llegada a nosotros falta, según el testimonio de Eusebio
y
Jerónimo, en casi todos los mejores manuscritos. Sin embargo la mayoría de los
códices
griegos, algunas versiones y varios padres de la Iglesia la confirman,
3. A través de diversos manuscritos y de diferentes versiones, el evangelio de
Mc nos ha
llegado con distintos «finales».
Sustancialmente son estos:
a) El denominado final corto que sería el final original y definitivo de Mc (16,
8).
b) El final largo o canónico (16, 8 + 9-20).
c) El final largo interpolado. Entre los versículos 14 y 15 del manuscrito W ha
sido
interpolada una especie de «apología de los discípulos» que dice así:
«Reprocharé su
incredulidad... Y estos (los discípulos) se defendían diciendo: «Este mundo de
iniquidad e
incredulidad está puesto bajo el dominio de Satanás, que no permite a quien se
encuentra
bajo el yugo de los espíritus inmundos, acoger la verdad y el poder de Dios:
revela por
tanto desde ahora tu justicia». Esto es lo que decían a Cristo, a lo que Cristo
respondió:
«Los años de poder de Satanás han llegado a su fin, pero se avecinan otras cosas
terribles. Y yo he sido destinado a la muerte por los que han pecado para que se
conviertan
y no pequen más y para que hereden la gloria de la justicia, esta gloria
espiritual e
incorruptible que está en el cielo. Pero id por todo el mundo y predicad...».
d) Un final más corto transmitido por el códice de Bobbio (de procedencia
africana, del
siglo IV). Después del v. 8 y omitiendo «y no dijeron nada a nadie porque tenían
miedo», se
lee lo que sigue: «Ellas (las mujeres) anunciaron enseguida a los compañeros de
Pedro lo
que se les había mandado. Después el mismo Jesús (se les apareció y) envió por
medio de
ellos la sagrada e incorruptible predicación de la salvación eterna desde
oriente a
occidente. Amén». Como puede verse, en este caso el evangelio de Mc terminaría
no con
un «efecto» sino con un «amén». A esta añadidura se la ha llamado «final del
kerigma
incorruptible».
e) El final largo (16, 8 + 9-20) acompañado de asteriscos y de otros signos
convencionales colocados al margen de las líneas para indicar la existencia de
dudas sobre
la autenticidad de este final.
f) Un final inserto entre el v. 8 y el «final canónico».
4. Refiriéndonos al «final canónico», incluido en nuestras traducciones de los
evangelios,
puede hacerse las siguientes observaciones finales:
-La mayoría de los especialistas actuales, apoyados sobre todo en las
investigaciones de
la crítica textual, excluyen que se deba a la pluma de Mc. Las diferencias de
estilo y
vocabulario son demasiado evidentes. Todo el conjunto deja entrever la intención
de
armonización con los otros evangelios.
-Se trata de un final autorizado con un innegable valor intrínseco que la
iglesia considera
inspirado aunque no auténtico. Por esto se le llama «final canónico de Marcos»,
por estar
inserto en el evangelio de Mc aunque no sea necesariamente suyo.
-La fecha de composición puede fijarse hacia el 150. En cuanto al lugar caben
solamente
conjeturas: se escribió probablemente en Siria (con menor probabilidad en Asia
Menor,
-Efeso- ; de todos modos parece deba excluirse un origen occidental).
-El final canónico, aun sin haber salido en cuando tal de la pluma de Mc, se
armoniza
-como observa J. Hug- con la temática del segundo evangelio.
Anotemos especialmente que:
a) La expresión «proclamar el evangelio» o «predicar el evangelio» es típica del
texto que
tiene como centro el acontecimiento de la predicación.
b) Presenta a los discípulos como «aquellos que han estado con Jesús».
Precisamente
los que «han dejado todo por la causa de Jesús y por el evangelio» (cf. 10,
28-29) están a
punto de ir a llevar el evangelio a todo el mundo.
c) Pero una vez más los discípulos vuelven a ser los que no creen, los que
padecen de
«esclerocardia» y no comprenden.
d) La elección decisiva entre fe e incredulidad. Se ofrece una muestra de
incredulidad
precisamente en la actitud de los discípulos.
e) El evangelio que comienza como «evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1, 1)
encuentra su culminación en la marcha de los mensajeros encargados de llevar
este
evangelio a todo el mundo. Por esto puede afirmarse, con J. Delorme que «el
evangelio
ahora proclamado es Cristo dinámicamente presente y continuado».
f) Los signos de poder que acompañan a la predicación son atribuidos al poder de
aquel
que, pasando por la cruz, está ya en la gloria. Otro tema característico del
evangelio de Mc:
cruz y gloria, humillación y glorificación, debilidad y poder.
He aquí por qué puede hablarse de perfecta coherencia y continuidad entre el
segundo
evangelio y este final no auténtico. Los versículos 9-20 pueden ser el fruto de
una relectura
-en clave pastoral- del segundo evangelio por una comunidad que hubo de tener
una gran
familiaridad con el texto de Mc.
Una lectura del texto
Así analiza J. Hug la estructura del texto del final canónico: «En primer lugar
dos breves
resúmenes de tradiciones relacionadas con las apariciones de Jesús resucitado.
Abriendo
camino la aparición que transforma a la ex-endemoniada en la primera mensajera
de la
buena noticia de que Jesús está vivo. Pero también la primera negativa a
aceptarlo por
aquellos que se han quedado bloqueados todavía en su pasado. A continuación una
nueva
aparición que convierte esta vez a dos discípulos en nuevos mensajeros de la
resurrección.
Y vuelve a repetirse la incredulidad de los demás.
La aparición del resucitado a los once, preparada por las dos apariciones
anteriores, se
dirige inmediatamente hacia lo esencial del final de Mc, recordando el reproche
debido a la
actitud de los once a los que ahora se hace mensajeros del evangelio por todo el
mundo.
Evangelio que sitúa a los oyentes ante una neta e inexorable alternativa
subrayada por la
advertencia constituida por el reproche de Jesús con motivo de la incredulidad
de los
discípulos. El evangelio exige esencialmente adhesión mediante la fe y, en
consecuencia,
el bautismo que desemboca en la salvación definitiva. El rechazo del evangelio
conduce
directamente a la condenación que es la consecuencia inevitable del rechazo.
Después de
esta solemne advertencia, el optimismo de la emulación o de la propaganda.
Algunas
manifestaciones de poder acompañarán a quienes hayan creído. Finalmente, en
algunos
rasgos hieráticos, una insistencia en el iniciador, su verdadera identidad
revelada en su
ascensión y exaltación y a los mensajeros que manifiestan aquí abajo, con su
misión actual
y universal, el alcance de esta exaltación del Señor Jesús».
Repasando el texto, puntualicemos ahora sus distintos elementos.
J/APARICIONES
Las apariciones del Resucitado. Están precedidas por una anotación cronológica:
«resucitó en la madrugada, el primer día de la semana» (v. 9). Esta frase,
además de situar
la resurrección en un momento concreto (la mañana del domingo), posiblemente
deja
traslucir la temática de la resurrección como nueva creación situándola en
paralelismo con
la creación de la luz el primer día (Gén 1, 3). Pero también puede entreverse la
costumbre
de la reunión dominical de la comunidad unida a la resurrección de Cristo.
Tres son las apariciones recordadas: a María Magdalena, a los dos de Emaús y a
los
once sentados a la mesa.
La expresión «bajo otra figura» (v. 12) referida en la aparición a los
discípulos de Emaús,
puede interpretarse de dos formas:
-«bajo otra figura», o sea, con las características de un viajero en oposición
al aspecto de
«jardinero» con que se apareció a la Magdalena
-«bajo otra figura» indicaría, por el contrario, el aspecto glorioso de Cristo
resucitado en
contraste con los rasgos normales de su vida terrena.
La situación actual de los discípulos. Antes de las apariciones, una situación
de
abatimiento («estaban tristes y lloraban»).
Después de las apariciones relatadas por María Magdalena y sus dos compañeros:
«incredulidad».
La incredulidad afecta a todos los discípulos y es obstinada. Está relacionada
específicamente con la resurrección: los discípulos son reprendidos por su
actitud para con
los testigos de la resurrección.
Y solamente la intervención de Cristo con su reproche relativamente duro les
hace «salir»
de este estado de incredulidad y dureza de corazón.
La misión. El envío a la misión se halla inserto entre el mandato de Jesús («id»,
v. 15) y
la marcha efectiva («salieron...», v. 20).
En relación con la misión se especifican:
-Su objeto. mediante el verbo «proclamar» o «predicar» (v. 15.20) y dos
complementos,
el evangelio (v. 15) y la palabra (v. 20).
-Los dos movimientos: ir (v. 15) y partir o salir (v. 20).
-La geografía: «por todo el mundo» (v. 15), «por todas partes» (v. 20).
-La universalidad: «a toda la creación» (v. 15).
-El riesgo: aceptación o rechazo, fe o incredulidad. Y en consecuencia:
salvación o
condenación (v. 16). De este modo la predicación del evangelio se convierte en
algo
ineludible que obliga a tomar postura, a escoger. Y, en el fondo, se convierte
ya en «juicio».
Las señales para los que creen. Es una lista más bien larga que ocupa un puesto
relevante en este final (17-18).
Dos de estos signos ya han aparecido en el envío «prepascual» a la misión. Y
están
también en correlación con los distintos signos de poder que acompañan la misión
de
Jesús.
Es notable la insistencia en el primero (expulsión de demonios), que aparece
desde el
principio con el recuerdo de la liberación de Magdalena.
Un detalle significativo: aquí las señales se prometen a los creyentes sin
distinción y sin
que aparezcan subordinadas a ninguna condición, excepto a la de «creer». Quizás
se haya
insistido demasiado poco hasta ahora en este aspecto original del final de Mc.
El tema de las señales vuelve a aparecer en el v. 20 pero ahora como
«confirmación» de
la predicación (pero también en este contexto pueden aplicarse a los creyentes y
no sólo a
los predicadores).
Por consiguiente los creyentes, y no sólo los apóstoles, son «portadores de
señales».
Es cierto que resulta sorprendente esta insistencia, si se tiene en cuenta que
es probable
que la comunidad ya en este momento estaba sufriendo la experiencia contraria
del fracaso
de los signos, al menos en su aspecto más visible.
Esto puede tener una doble explicación:
-los signos tienen la función de adorno de una convicción profundamente
arraigada más
que de reflejo de situaciones presentes y concretas. La palabra de Dios es
ciertamente
eficaz, produce algo. Esa es la razón de que no necesiten corrección ni
restricción alguna;
-puede ser que en determinadas comunidades hubiera todavía realmente claras
manifestaciones carismáticas.
Se indican cinco signos:
1. Exorcismos en el nombre de Jesús. Se trata en este caso de signos que
manifiestan el señorío de Jesús.
2. El don de lenguas. Puede entenderse como capacidad milagrosa para hablar
lenguas
extrañas o como glosolalia (cf. I Cor 12-14).
3. Serpientes inofensivas. En Mc 10, 19 y en el Sal 90, 13 pueden encontrarse
paralelismos. Viene sobre todo a la memoria el episodio de Hech (28, 1-6) cuyo
protagonista es Pablo desembarcado en Malta después del naufragio. El apóstol
coge una
brazada de ramas secas para encender fuego. Una víbora salió de ella huyendo del
calor y
le mordió en la mano. Pablo «sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió mal
alguno».
También en la mordedura de las serpientes podría esconderse un simbolismo: la
antigua
serpiente que continúa con sus destrucciones. Y con ello se subraya la victoria
de Cristo
sobre las fuerzas del mal.
4. Los venenos sin poder de envenenar. Puede tener el mismo sentido anterior,
insistiendo especialmente en la malicia de los hombres.
5. Curación de los enfermos. La última señal se relaciona siempre con la
«proximidad»
del reino (cf. Lc 10, 9): «curad los enfermos... y decidles: el reino de Dios
está cerca de
vosotros».
Hemos de observar, finalmente, que todas las señales prometidas a los creyentes
tienen
su fundamento en la invocación del nombre de Jesús. Se trata, pues, de una
manifestación
de poder vinculada a la persona que se invoca.
Llama sin embargo la atención la total ausencia del Espíritu en este final.
Cabría esperar
una alusión a él relacionada sobre todo con la promesa de asistencia.
Hay que observar, sin embargo, la ligazón existente entre el Espíritu y las
manifestaciones de poder (señales y carismas). Y habría, en consecuencia, una
presencia
implícita del Espíritu.
Nótese que los signos dependen claramente aquí de la invocación del hombre. Hay
que
concluir entonces que nombre -manifestaciones de poder y Espíritu- y
manifestaciones de
poder son dos líneas distintas que raramente aparecen mezcladas en la tradición
cristiana.
Por esta razón el final de Mc se atiene a esta distinción.
Ascensión y glorificación. El v. 19 afirma la ascensión y exaltación de Jesús a
la
derecha de Dios. Es significativo el término empleado «Señor» que vuelve
rápidamente a
aparecer después del v. 20.
Para la descripción de la ascensión y de la glorificación se utiliza una
terminología
veterotestamentaria (para la primera, cf. 2 Re 2, l 1; Eclo 48, 9 y 49, 14; I
Mac 2, 58 para la
segunda, Sal 110, 1).
A diferencia del kerigma primitivo en el que resurrección y exaltación están
estrechamente ligadas sin solución de continuidad, aquí se hallan claramente
divididas y
separadas. Pues el final de Mc sitúa las apariciones del resucitado en medio de
los dos
momentos.
J. Hugo dice que en este punto el evangelio de Mc tiene una innegable
originalidad
porque ningún otro evangelio presenta como relato la exaltación a la derecha de
Dios.
La exaltación del resucitado indica su entronización como Señor. Y la
consecuencia
inmediata de esta realidad, aquí abajo, es la marcha de los apóstoles a su
misión universal.
La cooperación del Señor se expresa en presente con el verbo sunergeo, obrar
conjuntamente, y bebaioo que literalmente significa consolidar y, por tanto,
confirmar,
garantizar. El Señor se hace garante de la palabra de los apóstoles.
Es probable que ambos verbos no indiquen dos acciones distintas. Entre otras
razones
porque «obrar conjuntamente» casi nunca lleva a Dios por sujeto; en todo caso,
son los
apóstoles quienes cooperan con Dios. Por ello esa expresión puede formularse
así: el
Señor actúa con ellos confirmando la palabra. La garantía mediante las señales
es el modo
de cooperar propio de Dios.
Además los signos no se limitan a acompañar (a seguir de cerca) a la
predicación, sino
que acrecientan la acogida del evangelio.
Conclusión
El final de Mc establece también una estrecha relación entre eclesiología y
cristología.
Esta ligazón aparece especialmente en el «paso instantáneo de la afirmación
solemne de la
exaltación al comienzo de la misión. La proclamación universal del evangelio
constituye la
representación directa de la exaltación. Por tanto la iglesia es contemplada en
su surgir
dinámico: existe donde la palabra es acogida por la adhesión a la fe y por el
bautismo» (J.
Hug).
Todavía más: la ligazón entre la iglesia y su Señor es expresada en términos de
obediencia a la misión recibida (por parte de la iglesia) y de cooperación a
esta misión con
señales especiales (por parte del Señor).
Un dato de hecho extraordinariamente significativo: se trata de una asistencia
dinámica.
El Señor promete su asistencia a una iglesia misionera.
Por lo demás, Ias señales no tienen en sí mismas valor demostrativo. O sea, no
son
causa sino consecuencia de la fe. En la práctica llevan al creyente, que las ha
recibido, a
comprenderlas como un don y a remontarse a su origen: el nombre o la persona de
Jesús.
«La iglesia del final de Mc es la comunidad que se abre a todos. Es la comunidad
de los
que creen en la palabra del evangelio y que, al bautizarse, experimentan la
asistencia
dinámica del Señor Jesús a través de muestras de su poder y que serán salvos»
(J. Hug).
PROVOCACIONES
1. Los discípulos «estaban tristes y llorosos».
Pero cuando luego les llegan noticias que tendrían que haberles obligado a
secarse
rápidamente las lágrimas, no «quisieron creer».
Así pues, del llanto a la incredulidad, de las lágrimas fáciles a la «dureza de
corazón». No
puede hablarse ciertamente de progreso.
Bien pensado, la tristeza era la actitud más cómoda que podían tomar ante la
pasión,
donde tenían que haber sido actores principales.
Igualmente la incredulidad es la más cómoda postura ante la resurreción.
Incapaces de seguir a Cristo hasta el Calvario, se conforman con llorarlo. La
tristeza es
su refugio.
Incapaces de respetar sus citas con el viviente, se encierran en la incredulidad
o, lo que
es lo mismo, en negarse a tomar nota de lo sucedido.
En uno y otro caso, se niegan a moverse. Es el anti-seguimiento.
Se llega a sospechar que la huida ante la cruz lleva también a la fuga de los
compromisos concretos derivados de la resurrección.
Y se plantea esta pregunta: ¿Quién resulta más incómodo, el Cristo que va a
morir o el
Cristo que comunica que está vivo?
2. Y ahora viene lo más sorprendente. Cristo les alcanza precisamente en esta
situación
de incredulidad y les saca de ella proyectándolos hacia la misión.
Diríase que les cura de su incredulidad «haciéndolos» misioneros. Y que les
libera de su
«esclerocardia», dándoles el encargo de ir a abrir el corazón y los ojos de los
otros.
Los que salen a proclamar el evangelio por todo el mundo son unos individuos
doblemente culpables. Culpables de haber abandonado al Maestro en la pasión y de
incredulidad después de la resurrección.
Precisamente a los discípulos que han fracasado estrepitosamente en estas dos
pruebas
decisivas es a quienes se ordena: Id por todo el mundo a hablar de mí.
Difícilmente podía expresarse mejor la realidad del misionero que lleva una
noticia que no
le pertenece y que es sostenido por la fuerza de otro.
Se le autoriza a «salir» no por haber demostrado ser el mejor o el más
inteligente.
«Sale» un pecador que ha obtenido el perdón.
«Sale» un liberado de su incredulidad.
3. No me convencen demasiado las razones «tranquilizadoras» que dan los
intérpretes
para justificar la ausencia de las señales prometidas por Jesús en las
comunidades
actuales.
Personalmente no me siento tranquilo en absoluto. Hasta ahora no he
experimentado en
mi vida ni siquiera una sola de estas cinco señales ni ninguno otra equivalente
a ellas «en
consonancia con un hombre de nuestro tiempo» (para usar el mismo lenguaje de los
intérpretes «tranquilizadores»).
Y esto me preocupa a pesar de lo que digan los especialistas.
Que quede bien claro. No las necesito para creer. Porque si así fuera, la
carencia de
señales justificaría la falta de fe.
Lo que sucede en mi caso es que la desoladora carencia de señales, en vez de
justificar,
denuncia implacablemente la extrema escasez de mi fe.
El creyente no puede decir: «No he sido capaz».
Tener a disposición este nombre y que nada suceda, denota una incapacidad
culpable.
Queda afortunadamente el remordimiento, permanece la humillación. Algo así como
un
«sexto signo» para quien, aun creyendo, no ha podido todavía producir los otros,
pero
tampoco ha perdido la esperanza de conseguirlo.
4. Todos los verbos del final de Mc están en pasado. Menos los tres últimos, que
se
construyen en presente.
La asistencia del Señor se expresa en presente.
Nosotros podremos fallar ahora, en el presente. El no.
Los tiempos de nuestras culpas, de nuestras debilidades, de nuestros propósitos
oscilan
entre el pasado y el futuro.
Pero a él sólo en el hoy lo encontramos.
El Señor resucitado es fiel al presente.
Dios sabe conjugar sólo el presente.
Si hablamos u oramos en pasado o en futuro, nos arriesgamos a no hacernos
entender.
El presente de Dios asegura la continuidad de esa línea rota innumerables veces
por
nosotros.
El presente de Dios garantiza que la historia de nuestras relaciones con él no
se
interrumpan a pesar de nuestras continuas interrupciones.
(·PRONZATO-3/3.Págs. 154-165)
3-10 - SI NO SE APAGAN LAS LUCES
NO SE VE
He visto un cuadro reciente de Felice Filippini. Desconcertante.
El gran artista suizo parece haber dejado por una vez los colores relucientes,
los rojos que
incendian sus inconfundibles obras para empapar sus pinceles de oscuridad.
Toscos golpes
de espátula en el hollín.
El resultado ha sido un cuadro de sombríos colores, una grande mancha opaca,
indescifrable.
Me habían dicho que representaba a Cristo en la cruz.
Pero no lograba verlo.
Podía ser un animal, un montón de desechos ennegrecidos, un absurdo ovillo de
miembros, una explosión de ceniza. Pero no podía distinguir la silueta del
hombre clavado.
Probablemente todo se debía a una perspectiva equivocada.
Descolgué el cuadro, lo coloqué en distintas posiciones y lo saqué fuera, al
sol. Nada. No
había iluminación capaz de perforar aquella niebla oscura, de dar una figura
verosímil a
aquellos desordenados trazos.
Pero no me desanimé. Volví a colgar el cuadro al azar, sin ninguna intención de
situarme
en la verdadera perspectiva.
Me tumbé ante él en actitud de contemplación-espera, decidido a mantenerme así
algunas
horas para familiarizar mis ojos con aquella oscuridad. Estaba segurísimo que
algo
imprevisible surgiría de aquel embrollo de oscuridad y de líneas desordenadas.
No sé el tiempo que pasó sin quitar los ojos del cuadro.
En un instante se recortó, en la mancha opaca, la imagen del crucificado, nítida
y brutal.
Fue una especie de iluminación imprevista, pero surgida después de una larga
familiaridad con la oscuridad, con lo incomprensible, con el absurdo, con lo
loco.
No fui capaz de contener un grito de estupor. Pero a la vez de satisfacción como
si yo
fuera el autor del cuadro.
Sin lugar a dudas el artista había creado una obra maestra. Lo hace a menudo.
Filippini no ha querido introducir la luz.
Y obliga al espectador a que la ponga él, naturalmente al espectador atento,
activo, no al
indiferente o distraído.
Sin la luz aportada por el espectador, es una obra maestra fallida.
Algo parecido sucede al leer el evangelio de Mc y, en especial, el difícil
relato de la
pasión.
Diríase que poco a poco se apagan todas las luces, los
colores vivos, las tonalidades pintorescas de las muchedumbres a lo largo de las
orillas del
mar de Galilea.
Las llamaradas de los milagros se apagan.
Se esconde Cristo.
Su silueta no tiene ya nada que ver con los rasgos que tendrían que permitirnos
reconocer al Hijo de Dios.
Todo lo contrario: pierde incluso la fisonomía de un hombre.
Alguien, burlón, tiende sobre su rostro una venda que lo oculta totalmente.
Y así no comprendemos nada.
A mediodía toda la tierra se oscurece.
Quien haya vivido la experiencia de una tempestad de arena en el Sahara está
capacitado para comprender la escena.
Sólo que el silbido del Calvario no es el silbido del viento, sino los insultos
dirigidos a la
cruz.
Acaso los mismos insultos nos ayuden a «adivinar» al condenado escondido en esas
tinieblas.
Sí. Es la hora de la más densa oscuridad.
En pleno mediodía nada puede verse.
Es el eclipse total de la razón.
Son los esquemas humanos, nuestras ideas sobre Dios engullidas por la oscuridad.
La razón tropieza y se despeña y desaparece en el
vacío del escándalo de la cruz.
Y en el instante de más impenetrable oscuridad brota la chispa inesperada.
Cuando el alarido atroz del condenado se apaga en un silencio de muerte, he aquí
que
es nuevamente desgarrado por una voz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios».
Por fin alguien ha arrancado de la niebla la silueta auténtica de Cristo.
El reconocimiento «sucede» en la oscuridad.
La luz depende de nosotros. Debe estar en nuestra mirada.
No es que el centurión -de cuya boca salió esa confesión de fe que marca el
momento
cumbre del evangelio de Mc- poseyera una mirada más penetrante que los demás.
El Espíritu le había encendido algo dentro. Algo que le permitió ver claro,
identificar al
ajusticiado.
La fe que nos posibilita la reconstrucción de la silueta del hombre colgado en
la cruz, que
nos permite superar el escándalo de la cruz, más aún, precisamente mediante el
escándalo,
el tropiezo, el extravío, nos hace permanecer en pie, gritando nuestro
descubrimiento, es un
don y sólo un don (como el relámpago genial del artista).
De todos modos, ahora y sólo ahora es posible decir quién es Jesús.
Ahora descubrimos el motivo de la consigna de silencio que caracteriza numerosas
etapas de la historia de Jesús que Mc nos relata.
Todavía no ha llegado la hora.
Había que esperar las tinieblas.
Tenían que desaparecer las ilusorias luces de nuestros sueños y proyectos
humanos.
Palidecer las falsas luces de nuestros deseos y de nuestras representaciones
religiosas.
Debía caer la noche. A mediodía.
La hora sexta estaba fijada para el reconocimiento con tal de no desviar la
vista de ese
punto oscuro.
En la oscuridad se perfila, inconfundible, sin posibilidad de equívocos, la
figura que nos
interesa.
Ahora sabemos.
Precisamente aquél.
...Es tan distinto.
El negativo de la verdad,
o sea, los hombres tienen razón
incluso cuando no la tienen
Pero no sólo descubre el centurión la verdadera identidad de Cristo.
Hay quienes la descubren y proclaman aun sin darse cuenta.
Durante la pasión sus enemigos, los soldados, llegan a afirmar con algunos
gestos y palabras, verdades profundas sobre Cristo.
Los tres momentos de los ultrajes son muy significativos a este respecto.
Le colocan en la cabeza una corona de espinas y le tributan honores reales. Y.
en
realidad, él es rey.
Le echan en cara su pretensión de reconstruir el templo en tres días. Y es
verdad,
aunque no estén convencidos de ello.
Le reprochan haber salvado a otros sin poder salvarse a sí mismo. Y no pueden
explicar
mejor el significado de la vida de Jesús en cuanto «vida dada por».
Verdad en negativo si se quiere. Pero verdad al fin y al cabo.
Incluso en este caso, si bien se mira, la oscuridad tiene una transparencia
hasta
luminosa.
Lo que suena a falso en boca de esos hombres, se convierte en verdad.
«El crimen más grande del hombre se convierte en la mayor victoria de Dios» (P.
Lamarche).
Y cuando le piden los hombres el milagro de bajar de la cruz, Jesús lo entiende
en su
auténtico sentido, es decir, en un sentido distinto.
Y los escucha realizando el milagro de no dejar el patíbulo, esto es, el lugar
de la
salvación.
La debilidad de Dios
En medio de las tinieblas de la pasión y muerte de Cristo aparece también otro
rostro.
Vemos al Mesías en poder de los hombres inerme, indefenso, «entregado» a la
maldad,
zarandeado de acá para allá, arrastrado como un malhechor ante los tribunales,
tratado
como un juguete, blanco de las burlas.
Se deja llevar sin ofrecer resistencia.
Sabemos, sin embargo, que Cristo es la imagen perfecta y visible del Dios
invisible. Y
entonces he aquí que en este Mesías condenado, abandonado, rechazado aparece «un
Dios débil, indefenso, sin armas ni armadura, un Dios vulnerable, humilde y
humillado, muy
distinto de ese ser inmutable e impasible que a menudo imaginamos» (P. Lamarche).
La kénosis, el anonadamiento de Cristo, se convertía también en la kénosis de
Dios.
Libremente la omnipotencia se anonada, renuncia a toda voluntad de poder.
Afortunadamente una corriente teológica actual insiste en este aspecto de la
revelación:
la debilidad de Dios.
Algunas citas:
«Un Dios que no puede sufrir es más desgraciado que cualquier hombre. Pues un
Dios
incapaz de sufrimiento es un ser indolente. No le afectan sufrimiento ni
injusticia. Carente
de afectos, nada le puede afectar, nada conmoverlo. No puede llorar, pues no
tiene
lágrimas. Pero el que no puede sufrir, tampoco puede amar. O sea que es un ser
egoísta.
El dios de Aristóteles no puede amar, lo único que puede hacer es que lo amen...
El "motor
inmóvil" es un "amante-egoísta"... ¿Pero es entonces un Dios o más bien una
piedra?
...En contra de los monofisitas sirios la gran iglesia se había mantenido firme
en la
afirmación de la impasibilidad de Dios. Dios no es pasible en el sentido de la
creatura,
expuesta a enfermedad, dolor y muerte. ¿Pero tiene que pensarse, por eso, que
Dios es,
impasible en todos los sentidos?...
...Es verdad que la teología de la antigua iglesia la única contraposición que
conocía del
sufrimiento era la impasibilidad (apatía), el no sufrir. Pero entre el
sufrimiento involuntario
causado por otro y la impasibilidad sustancial hay otras formas de sufrimiento,
o sea, el
activo, el del amor. Si Dios fuera impasible en todos los sentidos y, por tanto,
absolutamente, también seria incapaz de amor. Así como amor es la aceptación del
otro sin
mirar el propio bienestar, de la misma forma encierra en sí la potencia de la
compasión y la
libertad de padecer la otroriedad del otro. Una impasibilidad en este sentido
contradiría a la
sentencia cristiana fundamental de que "Dios es amor"...
...La negación justificada de una pasibilidad de Dios causada por carencia
esencial no
debe desembocar en la negación de su pasibilidad, basada en la plenitud de su
ser. es
decir, de su amor» (·Moltmann-J, El Dios crucificado, Salamanca 21977,
311-312.324-325).
Varillon-F en un libro cuyo significativo título es La humildad
de Dios, escribe: «En el principio está la gratuidad de la libertad. Pero Cristo
nos revela
que Dios, en su bienaventuranza, no quiere prescindir de nosotros. Es vulnerable
porque
quiere serlo... El amor no manipula las libertades que crea. No puede obligarla
a amar.
Dándoles la posibilidad de crearse por sí mismas, acepta el riesgo de verlas
alejarse de él y
de rebelarse contra él. Un amor creador de libertad no puede ser otra cosa que
un amor
sufriente».
Por otro lado ya Gregorio el Taumaturgo hablaba de una pasión del Dios
impasible.
Cristo, liberando la imagen auténtica del Padre de las adherencias de un rey
terrestre,
nos la restituye en «actitud permanente de kénosis», o sea, de anonadamiento,
que lo lleva
a darse a los otros.
«Dios admite ser rechazado, desconocido, recusado, expulsado de su propia
creación.
En la cruz Dios contra Dios se ha puesto de lado del hombre» (P. Evdokimov).
Se hace notar justamente que a la fórmula atea «si Dios existiera, no sería
libre el
hombre» podría oponer la Biblia «si existe el hombre, Dios ya no es libre».
Porque el hombre puede decir no a Dios. D/FIDELIDAD Pero Dios no puede decir no
al
hombre. Porque, como dice Pablo, «en Dios no hay más que sí». Es el sí de la
alianza que
Cristo repite en la cruz después de haberlo reafirmado en la institución de la
eucaristía.
A partir de ahora no basta decir que Dios es amor, que Dios nos ama. Hay que
expresar
esta realidad mediante un lenguaje kenótico, de vaciamiento. humillación y
debilidad que es
el lenguaje de la cruz de Cristo.
Y la fe no será más que una respuesta a este camino de abajamiento.
La fe no nos proyecta hacia arriba, no nos lleva a alcanzar a Dios en lo más
alto, sino en
el punto más bajo de la parábola descendente de su loco amor.
Con la muerte de Cristo se rasga el velo y puede finalmente el hombre mirar
hacia el
santo de los santos para descubrir allí un Dios vulnerable a quien todos pueden
golpear.
Y no sólo mirar sino penetrar en la intimidad de este Dios....Tan distinto.
La cruz, señal del cristiano
La cruz define al cristiano.
Es inútil buscar su identidad fuera del Calvario.
El seguimiento vaciado de cruz ya no es tal, sino parada.
La existencia cristiana privada de la cruz es teatro, no vida.
Un cristianismo sin sacrificio se convierte en palabrería que a nada conduce.
La señal del reconocimiento del cristiano ha de ser su conllevar la cruz con
Cristo.
La cruz es su divisa, su signo distintivo.
No. Basta de sandeces. El hábito no hace el monje. ¡Sólo nos faltaría que la
pertenencia
a Cristo se redujera a un problema de sastrería!
Si un cristiano, un sacerdote o un religioso no está construido por la cruz, no
hay hábito
que logre hacerlo, como tampoco que consiga manifestarlo como tal.
Dime qué llevas sobre tus espaldas y con quien lo llevas y te diré quién eres.
Se trata de
un madero tosco, no de paño.
La cruz, es decir, la otra cara del amor.
Es verdad que la cruz está hecha de sufrimiento, de soledad, de incomprensión,
abandono, ingratitud, humillación, rechazo, pero sobre todo de amor. No basta
sufrir para
poder decir que se lleva la cruz de Cristo. Hay que llevarla en la dirección que
la llevó él,
sufrir en su misma línea de don y plenitud.
La cruz del cristiano, como la de su Maestro, no desvela solamente su identidad
sino que
también explica el significado de su vida.
Por consiguiente no es la cruz por la cruz, el dolor por el dolor. Sino la cruz
como signo
revelador de una vida dada, ofrecida, gastada por los otros. Ese «por» es el que
califica a
la cruz como cristiana.
No basta llevar la cruz. También es necesario que exprese solidaridad, voluntad
de no
pertenecerse, capacidad de perder la propia vida en beneficio de los otros.
Lutero habla del hombre que está fuera del influjo de la gracia como del hombre
in se
incurvatus, esto es, del hombre encerrado y envuelto y enroscado en sí mismo sin
posibilidad de liberarse. Pero, paradójicamente, sólo encorvándose bajo el peso
aplastante
de la cruz es como el cristiano se levanta y se convierte en hombre abierto a
todos.
... No nos engañemos diciéndonos que la resurrección representa la superación de
la
cruz. Porque sólo lo es para quien ha pasado y sin cesar sigue pasando por el
Calvario.
¡El crucificado es el resucitado! Este es el auténtico y completo mensaje
pascual.
Indudablemente Jesús vuelve a encontrarse con los discípulos después de la
resurrección. Los reúne en Galilea después de su abandono, fuga y dispersión. El
resucitado se manifiesta a quienes no han podido seguirlo hasta el final.
Pero no creamos que Cristo les perdone el Calvario, los libre de esta
experiencia
dolorosa, los exima del pesado compromiso que han esquivado, les promueva «como
si»
hubieran superado la prueba.
No. Para seguir al resucitado sus discípulos tendrán que partir también del
Calvario,
deberán recorrer personalmente ese itinerario.
Por la pasión a la gloria. Este es el mensaje fundamental del evangelio de Mc.
No se
puede sortear el paso obligado de la cruz.
«El único distintivo que separa al cristianismo y a su Señor de otras religiones
es la cruz,
si bien tendremos que pensar más tarde, que fueron muchas las cruces que el
imperio
romano levantó.
Designado el evangelio como mensaje de la cruz declarando que no quiere saber ni
dar
testimonio de otra cosa sino del crucificado, deja ver a las claras que incluso
el núcleo de
su teología de la resurrección es siempre la cruz. Usando una formulación
atrevida,
diríamos que la resurrección es una página del mensaje de la cruz y no un libro,
uno de
cuyos capítulos trata de la cruz... Dios ha exaltado solamente al que fue
crucificado; el reino
de su resurrección es el reino del crucificado, su señorío y su triunfo.
...La cruz de Jesús no ha desaparecido de la tierra. Simplemente ya no es él
quien la
lleva sino nosotros en representación suya. La cruz no es un acontecimiento de
salvación
que se pueda aislar, como se puede aislar un acontecimiento histórico, sucedido
una sola
vez. La cruz de Jesús permanece levantada sobre la tierra como signo de la
verdad divina y
del escándalo que dicha verdad provoca en el mundo. Sólo el Dios de la cruz es
nuestro
Dios. Ciertamente no es nunca este Dios aquel que el mundo pueda aceptar sin
haberse
convertido primero» (·Kasemann-E, La llamada de la libertad, Salamanca 1974,
88.96).
No es posible oponer una teología de la cruz a una teología de la gloria. Tienen
que
coexistir al mismo tiempo. La resurrección no puede oscurecer el mensaje de la
cruz, ni
disminuir su importancia. La cruz no es simplemente la sombra de la
resurrección. También
la cruz es luminosa.
Desde la tierra podemos ya participar en la gloria de Cristo si llevamos la cruz
detrás de
él.
El cristiano es portador del Espíritu. Pero, al mismo tiempo, portador en su
cuerpo de los
sufrimientos de su Señor.
Me atrevería a decir que la luz nace en las llagas.
Sólo resplandecen las señales de los clavos.
En realidad también el cristiano es un crucificado resucitado. Su camino de aquí
abajo es
a la vez un camino hacia la cruz y la resurrección.
Quien crea poder hablar solamente del Jesús que una vez glorificado ha dejado ya
la
cruz detrás de sí, no habla de Jesús de Nazaret, sino de otro.
No seamos ilusos: al mundo no se le ayuda sin la cruz.
Sólo al estilo de Cristo podremos ayudarlo.
No nos engañemos pensando que, con la eliminación de la cruz de nuestro
vocabulario,
vamos a hacer un lenguaje cristiano más comprensible y al alcance de todos.
Quizás pueda
ser un lenguaje más fácil pero, desde luego, no será el mensaje proclamado por
Cristo.
La especificidad del cristiano procede de la cruz.
Un solo rostro
permite reconocer todos los demás
De la oscuridad del Calvario emerge, en consecuencia, el rostro de Cristo, el
rostro
auténtico de Dios y del cristiano.
Pero si escrutamos a fondo en esas tinieblas, descubrimos también el rostro del
hombre
que sufre. De cualquier hombre. Del hombre de todos los tiempos.
El dolor no conoce estaciones ni fronteras geográficas, de raza o de región.
Todo individuo que se tambalea bajo el peso de una cruz desproporcionada es
contemporáneo del hombre enviado a la muerte como un malhechor fuera de las
murallas
de Jerusalén.
La pasión de Cristo continúa en la pasión de las interminables filas de
vencidos,
despreciados, humillados, burlados, entregados, torturados, condenados,
desesperados,
engañados, separados, de todas las víctimas de la soledad, de la indiferencia y
de la
maldad.
Cuando echaron sobre sus espaldas el instrumento del suplicio, Cristo recibió el
sacramento del sufrimiento de los hombres. Se emparentó con todos nosotros.
Vínculo de
sangre, de lágrimas. Fue un choque terrible: el dolor humano fue a quebrantar el
corazón
de Dios.
Desde ese momento ya no ha vuelto a abandonar la cruz. Continúa llevándola a
través
de nuestras calles. Y yo soy llamado a no doblar la esquina, a reconocerlo. A
gritar: «¡he
aquí el hombre!».
Desde este momento si paso junto al hombre arrojado al borde del camino y no me
paro,
estoy rehuyendo a Dios.
O la contemplación de la pasión de Cristo me ilumina para reconocer su rostro en
el
rostro desfigurado del hermano y la fuerza para inclinarme sobre él o se
convierte en «un
piadoso ejercicio» de escasa piedad.
El pintor americano Rico Lebrun se inspiró en algunas fotografías de campos de
exterminio para pintar un famoso cuadro sobre la crucifixión. O sea, del dolor
del hombre al
dolor del hijo del hombre.
Quizás nosotros tengamos que recorrer un camino inverso.
Inspirarnos en el crucificado para imprimir en nuestro corazón los rasgos
precisos de
todos los pobres cristos con quienes nos cruzamos en nuestro camino.
Hay una sola cruz que me hace descubrir millones de cruces.
Un único rostro que se reproduce en millones de rostros.
Un único drama, con un único protagonista, que se repite sin cesar, hasta el fin
de los
siglos.
Y una sola cobardía. La de estar ausentes mientras Dios se hace presente en el
dolor del
hombre.
Dios da la razón a los vencidos
La resurrección es sobre todo para ellos.
Es un hecho que atañe a las víctimas, a los vencidos, a los débiles, a los
inermes, a los
humillados.
La resurrección de Cristo es la obra más grande realizada por Dios. Es el gesto
con el
que el Padre da la razón al Hijo condenado por los hombres, rechazado por los
poderosos,
escarnecido por los sabios. Da la razón a sus palabras, a sus gestos, a sus
opciones.
Es la victoria de la debilidad.
«La resurrección viene a explicar el sentido de nuestra esperanza» (L. Boff).
Con Cristo resucitan los derrotados, los perdidos! las victimas de la opresión,
los
explotados.
Y con Cristo resucitan los que luchan contra la injusticia, los que están de
parte de los
pobres, los que otorgan voz a los que no tienen voz, los que asumen la causa de
los
indefensos.
Y resucitan los que se empeñan en trabajar por una convivencia más fraterna.
Los que no creen en la fuerza, pero sí en la debilidad irresistible del amor.
Los que rechazan la violencia y escogen el perdón.
Los enfermos incurables de esperanza.
Los que luchan en los subterráneos de la historia.
Los «locos» que no participan en los juegos de las personas sensatas.
Los pequeños que no saben protegerse en las trincheras de las intrigas y de los
compromisos sino que avanzan a cuerpo descubierto sin más defensa que su
«corazón
puro».
Bajo la cruz
para aprender el primer mandamiento
Me siento seguro en una iglesia que está bajo la cruz.
En cambio, me da miedo una iglesia en busca de caminos de fácil popularidad, de
éxito,
de prestigio, de consenso organizado.
Una iglesia aclamada, aplaudida que aparece en los titulares de los periódicos
pero que
no está en el corazón de los hombres, que es noticia sin proclamar la buena
noticia, que
provoca el entusiasmo pero que no hace surgir la chispa del compromiso ni de las
opciones
más incómodas, me infunde sospechas.
Una iglesia despreciada, vilipendiada, que «no cuenta» para los poderosos, que
no trata
de imponerse, que no hace nada para atraer la atención sobre ella, que no se
preocupa por
«salvarse» porque tiene que salvar a otros, que no entra en el competitivo
mercado de las
ideologías y de las modas dominantes, es una iglesia que se asemeja al Maestro.
Sólo una iglesia escondida y amante de la oscuridad puede hablarme de forma
convincente del deus absconditus.
Sólo una iglesia que lleve las inequívocas señales de los clavos podrá decirme:
-Dios está precisamente allí donde nadie podría pensar en encontrarlo.
-Está precisamente allí donde parece no ser Dios (como en la cruz).
-Es precisamente él cuando parece imposible que lo sea.
-Su sabiduría está «escondida» en su locura.
-Su gloria está «escondida» en su humillación.
-Su amor en el abandono.
-Su fuerza en la debilidad.
-Su reino en el exilio.
-Su éxito en el fracaso.
-La vida en la muerte.
-Su misericordia está «escondida» en su justicia.
-Su grandeza en la pequeñez.
-Su dominio en el servicio.
-Su inalcanzable altura en su abajamiento.
-El milagro «está escondido» en lo ordinario.
-La palabra en su silencio.
-Su presencia se manifiesta en su ausencia.
Entonces entran ganas de dejarse alcanzar por este «Dios escondido».
Una iglesia que no se lo toma en serio, que no tiene que jactarse de su propia
grandeza
ni de exhibir sus propias pompas, es una iglesia que ha de tomarse en serio y
tiene el
derecho de tomar en serio la grandeza de Dios y su «loco amor» por los hombres.
Siento necesidad de ver a la iglesia bajo la cruz. Ese es su sitio y no otro.
Ese es su lugar
de irradiación.
Y ella misma necesita permanecer largo tiempo bajo ese árbol.
Porque ahí es donde escucha, como por primera vez, aquella solemne palabra
dirigida a
ella: «Yo soy el Señor, tu Dios». Y esta otra: «No habrá para ti otros dioses
delante de mí...
No te harás escultura ni imagen alguna... No te postrarás ante ellas ni les
darás culto.
Porque yo, Yahvé tu Dios, soy un Dios celoso» (Dt 5, 7 s).
«Una comunidad merecedora de tal nombre, es el grupo en el que el amor de Dios
ha
roto el encantamiento de los demonios y de dioses extraños, abriéndose paso
hacia el
mundo. Donde existe una comunidad auténtica viene liberado de demonios el mundo
en un
determinado ámbito y comienza de un modo nuevo el dominio de Dios sobre la
creación»
(E. Kasemann, o. c., 101).
Una iglesia que reconoce el señorío total de Dios en la cruz es una iglesia que
se
despoja de todas las vanidades y de todo instinto de dominio, que renuncia a
toda
pretensión de competir con los poderes terrenos, que se hace pobre y humilde y
portadora
de un mensaje de libertad (por estar ella misma libre de toda connivencia con
las
diplomacias y con Mammón) y que se dirige al mundo como aquella que ha nacido de
la
cruz.
Entonces y sólo entonces podrá entrar también ella, como el Cristo resucitado,
«con las
puertas cerradas», en las casas y en los corazones de los hombres.
Ni Dios ni los hombres exigen la perfección a la iglesia.
Lo que Dios y los hombres le exigen es, más bien, que «bajo la cruz de Jesús y
en la
fuerza del primer mandamiento, tengan lugar aquellos dolores que conduzcan al
parto de la
libertad acabada y a la Jerusalén celestial, madre de los libres, según se
afirma en Gál, 26»
(E. Kasemann, o. c. 109).
La cruz es el lugar donde la iglesia se hace obediente al único Señor. Y. por
consiguiente, libre y «comunidad de hombres libres».
En la cruz la iglesia aprende a ir contra corriente sin por eso aislarse del
mundo en una
especie de «reserva religiosa».
Y los hombres podrán comprender que el seguimiento de la cruz es la única
posibilidad
de participar del señorío del crucificado resucitado.
Quisiera decir que la iglesia tiene que esconderse, rodearse de las luminosas
tinieblas de
la pequeñez, de la no importancia y del decidido rechazo de toda auto-idolatría
para no
esconder al único Señor.
Podría repetir a la iglesia, dándole la vuelta, el desafío de los sabios en el
Gólgota: «No
bajes de la cruz. Así veremos y creeremos en él».
Peregrinación al lugar del delito
Una confidencia personal.
Hubo un tiempo en que aceptaba solamente la iglesia de los perfectos.
Me escandalizaba todo pequeño jirón en su vestido, toda mancha me indignaba.
Me molestaba toda arruga en su rostro.
Toda debilidad provocaba implacables condenas dictadas por el pequeño juez
acurrucado dentro de mí.
Afortunadamente hoy estoy curado de estas idealistas pretensiones.
He comprendido que esa era la iglesia de mis sueños, no la iglesia fundada por
Cristo y
sobre Cristo.
He caído en la cuenta, sin dramatismos, que la iglesia revela a Dios, pero que
también lo
oculta.
Lo manifiesta pero, en ciertos momentos, lo oscurece.
Lo acerca pero a veces lo aleja.
Es verdad. La iglesia es santa, pero hecha de pecadores.
Cierto que la iglesia me entrega a Dios. Pero me lo ofrece como envuelto en la
ganga de
su propia miseria, en la maraña de sus propias contradicciones .
I/SANTA-PECADORA: En Dios no hay sombra, ni arruga, ni mancha. La iglesia, en
cambio, está hecha de hombres y por tanto. está hecha de miserias, debilidades,
culpas y
de un surtido de desórdenes.
A. Maillot tiene razón cuando dice que quienes sueñan delirando en una pureza
idealista
de la iglesia son «enemigos del reino».
He aprendido a amar y aceptar con alegría a la iglesia tal como es. Porque
también yo
soy iglesia. Y también yo necesito ser aceptado por la iglesia con mi pesada
carga de
miserias y de sombras.
Estoy seguro de que jamás me avergonzaré de la iglesia. Al contrario, le estaré
agradecido. Incluso por sus sombras.
Al releer ahora el relato de la pasión descubro también la fidelidad de la
iglesia. Fidelidad
al transmitirme el mensaje de aquel que reprendió duramente su incredulidad y
dureza de
corazón.
La iglesia me entrega intacto el relato de la pasión. Donde no aparecen ni sus
méritos ni
sus aportaciones valerosas. Pero donde aparece, completamente iluminada, la
fidelidad de
Dios enmarcada, como en un viril, en las infidelidades de los hombres.
No. Ya no consigo encarnizarme con el traidor, contra el jefe que niega al
Maestro, contra
todos los otros decididos en sus palabras pero tan decididos en su fuga.
Al contarme fielmente los apóstoles sus propias infidelidades me muestran en el
fondo la
fidelidad de Cristo. Y esto es lo que necesito. Me importa saber que él no se ha
echado
atrás. Que no se ha cansado. Que ha sido obediente hasta el final a la voluntad
del Padre.
...Y si volviera a caer alguna vez en la tentación de buscar a Cristo en la
iglesia de mis
construcciones idealistas, de la perfección imposible, pido a la iglesia que me
repita con
fuerza estas palabras: «Ha resucitado. No está aquí». Y sacarme a la fuerza
inmediatamente del sepulcro donde una vez más he vuelto a meterme.
Pido a la iglesia que me acompañe, mejor, a los sitios en los que lo hemos
abandonado,
donde lo hemos traicionado, donde nos hemos dormido, donde no lo hemos
reconocido,
donde hemos huido.
Es necesaria esta peregrinación a los lugares de nuestro delito.
Así podremos compartir la alegría e incluso el orgullo de pertenecer a esta
comunidad de
pecadores perdonados.
La alegría de seguir a pesar de todo a aquél que nos precede y es siempre más
fuerte
que nuestras debilidades.
Entonces podremos alzar juntos la cabeza.
No. No es la hora de los héroes.
Sino de la actitud intrépida y agradecida de los «agraciados».
Para empezar... La pasión de Cristo es su pasión por el hombre.
Una pasión incurable.
Por esto no acaba jamás.
En el evangelio está al final.
Pero sabemos que Mc lo escribió al revés. En realidad hay que partir desde aquí
para
leer lo anterior. Para entender el significado de lo que Cristo ha hecho y dicho
anteriormente. Sin duda. Hay que partir de aquí. Para empezar a ser cristianos.
E intentar
ser hombres.
(·PRONZATO-3/3.Págs. 169-182)