2-18 - EL IMPUESTO AL CESAR
Mc/12/13-17
Mt/22/15-22
Lc/20/20-26
El dicho
«Lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» es una
de las
frases más célebres y citadas de todo el evangelio. Todos están convencidos de
que la
entienden y piensan que resuelve de una vez para siempre, de forma clara, las
relaciones
entre religión y política, entre estado e iglesia.
Pero las cosas no son tan sencillas.
La respuesta lapidaria dada por Jesús está incluida en un relato inserto a su
vez en una
controversia, que forma parte de una serie de controversias.
El problema
A primera vista puede parecer un episodio de impuestos que no se querrían pagar.
Se trata, en cambio, de una cuestión candente, en la que los componentes
políticos,
religiosos, materiales y morales se entremezclan y se embrollan de una forma
casi
inextricable.
«El camino de Dios» (v. 14) -típica expresión bíblica y semítica que indica no
solamente la
conducta que Dios quiere, sino el camino hacia Dios-, de hecho, libera al pueblo
de la
alianza de cualquier esclavitud. La fidelidad a Dios excluye toda forma de
sumisión a los
poderosos de este mundo. El reconocimiento de una autoridad terrena, extraña al
pueblo
elegido, es considerada como una disminución de la soberanía de Dios.
El tributo personal lo había sido introducido en el 6 d.C. Era el signo más
evidente del
sometimiento de los judíos al poder romano. Se trataba de un impuesto para todas
las
personas, excluidos los viejos y los niños.
El tributo, recaudado por el procurador, iba directamente a la casa imperial.
Por tanto
estaba excluido el sacrilegio. Solamente después de la toma de Jerusalén, el
dinero debido
a Dios (un didracma) fue a parar provocativamente al templo de un ídolo, Júpiter
Capitolino,
algo abominable para la mentalidad judía.
Los zelotas, nacionalistas fanáticos, se rebelaban abiertamente contra este
impuesto,
predicando incluso la violencia para deshacerse del yugo extranjero.
Fue típica, en este sentido, la rebelión de Judas el galileo -una especie de
precursor de
los zelotas-, de la que habla Flavio Josefo. Judas, en el momento del censo de
Cirino, había
instigado a sus paisanos para que no se manchasen con esa vergüenza y, en
contraste con
el sumo sacerdote Joazar que aconsejaba la sumisión, había dado la señal de la
revuelta
popular, siendo más tarde asesinado. Este Judas de Gamala, llamado también
galileo, había
fundado una especie de dinastía de líderes revolucionarios. Dos hermanos suyos,
Santiago
y Simón, habían sido crucificados por el procurador Tiberio Alejandro.
De todas formas, aunque el pueblo se sometía, no simpatizaba en nada con aquel
impuesto. Y la gente creía que no podía darse una motivación religiosa a la
instintiva
repugnancia hacia el pago de impuestos. Se adaptaban con un gesto de vergüenza,
considerando el gesto como una especie de traición.
Los protagonistas
Son los fariseos y los herodianos, conjunto decididamente híbrido, que ya había
anticipado la decisión de la muerte de Jesús (Mc 3, 6).
Podríamos decir: los nacionalistas -caracterizados por un fuerte radicalismo
religioso- y
los colaboracionistas.
Entendámonos. No es que los partidarios de Herodes Antipas amasen especialmente
a
los romanos. Estaban de su parte por un cálculo oportunista. No habían
abandonado, de
hecho, el proyecto de una restauración de la dinastía herodiana en Judea, en
lugar del
procurador romano.
Los fariseos, por su parte, aunque eran hostiles al gobierno romano, se
adaptaban por
razones de prudencia. Aunque estuvieran comprometidos políticamente no había que
esperar de ellos la señal de la rebelión. Explica R. Schnackenburg: «Aunque
rechazaban,
en principio, el dominio de los romanos como potencia extranjera, sin embargo se
adaptaban a él con la excusa de que también los dominadores paganos reciben el
poder de
Dios, mantienen el orden público y al mismo Dios rendirán cuentas un día de sus
acciones».
En este caso son enviados por el sanedrín, después del fracaso de la primera
comisión
de investigación.
Las intenciones de los adversarios
Abiertamente plantean una cuestión típica de las disputas rabínicas, relativa a
las normas
de comportamiento práctico.
En realidad quieren tender una trampa a Jesús. Y esta trampa puede resultar
mucho más
mortífera en cuanto que se coloca en el terreno político más bien explosivo.
La alternativa es clara. En base a la respuesta que dé Jesús, o se enajena el
favor
popular -el único elemento que retiene a los enemigos de intervenir
directamente- o bien se
pone contra lo s romanos.
Por el prólogo adulatorio, es evidente que los interlocutores no creen en la
posibilidad de
que Jesús tome una actitud favorable a la dominación extranjera en contraste con
la
sensibilidad de su pueblo. Apuntan más bien a la segunda hipótesis.
Sabemos que tienes el valor de decir la verdad ante cualquiera, que no temes a
nadie,
que no tienes miedo de comprometerte...
Halagándolo así, esperan cazarlo con una declaración «imprudente». En ese caso
el
juego estaría hecho. Los romanos se las arreglarían en esta cuestión con sus
métodos
habituales, para evitar tumultos populares. La avalancha de la gente,
insuperable para la
también poderosa policía del templo, caería ante la intervención de las fuerzas
de
ocupación.
De hecho, durante el proceso, se lanzará esta acusación: «Hemos comprobado que
éste
anda amotinando a nuestra nación, oponiéndose a que se paguen los tributos al
César, y
diciendo que él es Mesías y rey» (Lc 23, 2).
También en este caso, primero se busca al culpable. Después ya habrá tiempo de
encontrar o inventar las pruebas...
El tema de fondo
Esta disputa no está de hecho separada de la precedente.
Por parte de los adversarios, existe sustancialmente la misma exigencia de
comprobar la
autoridad de Jesús. Ya que no ha querido pronunciarse directamente, intentan
llegar
poniéndole en confrontación con la indiscutible, aunque odiada, autoridad
romana. Desde
la posición que asuma ante el poder dominante, el Maestro se ve obligado
necesariamente
a «descubrirse», declarar la propias intenciones y revelar sus pretensiones.
Pero existe una evidente continuidad también en las palabras de Jesús. Con su
respuesta, el discurso es referido a Dios, a su autoridad absoluta, al que tiene
el derecho
por excelencia.
Es significativo el verbo empleado: «devolved». Igual que los viñadores han
rechazado el
ceder la parte de los frutos que pertenecía al amo, así el pueblo de la alianza
es acusado
implícitamente de no «devolver» a Dios lo que es de Dios.
Por parte de Jesús su tema es el iniciado con la purificación del templo y la
paralela
maldición de la higuera y proseguido con la parábola de los viñadores homicidas.
Juzga la
«esterilidad», acusa por apropiación indebida. Para él, la oposición no está
entre el César y
Dios, sino entre la «casa de oración» y la «cueva del bandidos».
Ni siquiera ahora Jesús declara abiertamente el origen de su autoridad. Si acaso
deja
intuir que el Mesías es un Mesías religioso, que no se enreda en cuestiones
políticas.
Devolviendo el debate a lo que se debe dar a Dios, evita la trampa de los
adversarios.
Más aún, les obliga a mirar dónde ponen los pies...
Hace añicos su seguridad de que la oposición de fondo esté entre Dios y el
César.
El rabí de Galilea hace entender, en definitiva, que se puede estar contra el
César sin
que por ello necesariamente se esté de la parte de Dios. En lo cual
probablemente nunca
habían pensado, tan habituados como estaban a identificar la propia causa -sus
propios
intereses- con la de Dios.
Se quedan «atónitos» (v. 17), sorprendidos, casi perdidos.
Despojados de su radical convicción de que bastase negar -incluso sólo en las
intenciones secretas- lo «debido» a César para ajustar las cuentas con Dios.
Que, por dar
todo a Dios, estuvieran autorizados a sustraer algo al César.
Ahora se encuentran con la sospecha de que además de ser deudores del emperador
-por obra de aquella moneda que manejan desenvuelta e inútilmente...-, son
también
deudores insolventes ante Dios.
Puede ser que hubiese alguno que desease sinceramente una respuesta
desapasionada, pero descubre que las respuestas de aquel rabí no sirven tanto
para
resolver los problemas prácticos en el sentido deseado, cuanto para plantearlos
con más
firmeza.
El diálogo
Se desarrolla según los esquemas de las disputas rabínicas. Es decir:
- Una pregunta (v. 14).
- Una contrapregunta a la que los interrogadores se ven obligados a responder
(v.
15-16).
- Conclusión del Maestro (v. 17).
- Efecto provocado en el auditorio (v. 17).
Examinemos más de cerca el texto.
No debe extrañarnos la presencia de los herodianos. Es cierto que habitualmente
están
en Galilea. Pero podían haber venido a Jerusalén, especialmente con motivo de la
pascua,
desde el momento que estaba presente el mismo Antipas (Lc 23, 7 s).
El verbo que traducimos «para cazarlo con una pregunta», literalmente significa
cazar a
una animal salvaje.
«Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no
miras lo
que la gente sea. No, tú enseñas el camino de Dios de verdad» (v. 14).
J/PERSONALIDAD: El preámbulo, en boca de esta gente, tiene un algo de falso y
puede
aparecer incluso burlesco. Pero, a pesar de ser emitido por parte de los
enemigos, esto no
quita el que corresponda a la verdad. Mc tiene la ocasión de declarar,
sirviéndose de las
palabras de los fariseos y herodianos, lo que piensa realmente del Maestro. Y
esboza uno
de los retratos más significativos del su personalidad.
La pregunta tiene dos aspectos, uno de principio (¿está permitido?), otro
referido al
comportamiento práctico que seguir (por otra parte ya resuelto por ellos, que de
hecho
pagan el tributo).
Es formulada de tal manera que Jesús tenga que responder con un sí o un no. En
ambos
casos, de forma desfavorable para él.
Cualquiera que sea su respuesta firma la propia condena.
O se juega la simpatía popular o bien la impunidad ante los ocupantes. O
colaboracionista o rebelde.
Si dice que hay que pagar, será abandonado por la gente.
Si se niega, no puede huir de las manos de los romanos.
Como se ve, el mecanismo de la trampa ha sido estudiado con todo detalle.
«Jesús, notando su fingimiento...» (v. 15).
¿En qué está el fingimiento de los adversarios? En el hecho, evidentemente, de
plantear
una pregunta que es un simple pretexto para poner en apuros al Maestro. No hay
una
búsqueda auténtica de la verdad. «Se describe aquí un tipo de pregunta detrás
del cual se
esconde una decisión negativa ante Jesús, tomada de antemano. El relato pone por
tanto
en guardia contra un discutir que no se propone aprender porque ha tomado ya
antes una
actitud de cerrazón ante Jesús» (E. Schweizer).
«¿Por qué me tentáis?».
Jesús muestra que ha entendido...
Desveladas de esta forma las intenciones maliciosas de los adversarios, las
partes están
invertidas.
Sin embargo, continúa el juego. Acepta el debate en aquel terreno movedizo.
«Traed acá una moneda que la vea». Es una moneda de plata que representaba la
unidad monetaria romana. Pesaba unos 3,40 gramos. Es difícil establecer hoy su
valor
exacto. Parece que era la paga diaria de un obrero.
Evidentemente él no la tiene en el bolsillo. La tienen ellos.
Y en este momento Jesús se toma la revancha.
El detalle está cargado de ironía.
De modo que también vosotros, los puros, los justos, «los resistentes», tenéis
que ver
con el orden instaurado por los romanos.
Traficáis, defendéis vuestros intereses, sabéis arreglároslas.
No dudáis en mancharos las manos con una moneda que tiene impresa la imagen del
emperador y una inscripción claramente blasfema («Tiberio César, hijo del divino
Augusto»). Todo esto está condenado por la ley, va contra uno de los
mandamientos. Esos
mandamientos que vosotros tenéis siempre en la boca.
«¿De quién son esta efigie y esta leyenda?» (v. 16).
El debate se desplaza hacia un terreno más certero, el de la imagen (eikon).
«¿Qué es lo
que pretendéis dar valor, promover, desarrollar? ¿El dinero que está hecho a
imagen del
César o bien al hombre viviente hecho a imagen (eikon) de Dios?» (E. Binet).
La contrapregunta obtiene de esta forma su efecto. La trampa es descubierta del
todo.
Los interlocutores puestos al desnudo. Son ellos ahora los que se encuentran en
dificultad.
Obligados a preguntarse, a defenderse...
Pero ¿ha contestado Jesús?
«Lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» (v.
17).
Mientras ellos plantean la cuestión en términos de «dar», Jesús replica en
términos de
«devolver».
La frase, tan citada, en la que alguno con demasiada facilidad encuentra el
fundamento
de la doctrina acerca de la independencia de los dos poderes civil y religioso o
la base de
la «lealtad» de los cristianos ante el estado, en realidad es de muy difícil
interpretación.
Las opiniones son muy variadas.
Jesús ha contestado sí.
Ha dicho no.
Se las ha arreglado con un sí pero...
Alguno sostiene que en realidad no ha contestado.
Cito las interpretaciones que me parecen más significativas.
A. Loisy: «Se distorsionaría el pensamiento de Jesús si se supiera que el
tributo al César
se coloca en el mismo plano y con el mismo valor absoluto y definitivo que el
deber para
con Dios... Se estiman las cosas de la tierra por lo poco que valen y se cumplen
las propias
obligaciones en base a su necesidad. Pero, sobre todo, uno debe saber que lo
esencial
está en otra parte, en la fidelidad al Padre celeste».
Muchos otros autores (Lagrange, Taylor, Bonnard, Schlier, Cullmann, TOB)
interpretan la
misma melodía de la «jerarquización de los deberes». Existe la vida política y,
sobre ella, la
vida religiosa. En definitiva, distinción y jerarquía.
G. Dehn: «Si esta moneda pertenece al emperador, él tiene derecho a su
propiedad...
Pero también Dios tiene derecho a su propiedad. Si se pregunta: ¿Qué es lo que
pertenece
a Dios? sólo se puede dar una respuesta: nosotros mismos».
En la misma línea, más o menos. R. Volkl: «En efecto, no se puede afirmar que el
César y
Dios vengan situados aquí en el mismo plano, porque el estado tiene el poder de
exigir lo
que juzga necesario para la propia existencia, mientras que Dios pretende todo
el hombre,
que le debe "devolver" a sí mismo».
P. R. Bernard: «El poder que tiene la misión de hablar en nombre de Dios, de
promover y
defender el reino de Dios, detenta una superioridad en relación al César». Todo
está en
probar dónde y cómo Cristo instaura este poder, con o sin mayúscula...
J. Schmid: «Por el contrario, también se dice que el tributo, que representa un
reconocimiento de la autoridad de César, es moralmente lícito. La autoridad de
Dios no
resulta comprometida. Incluso pagando el tributo exigido por el emperador se
puede
siempre dar a Dios lo que le corresponde: es decir, dársele sin reservas. El
orden religioso
no es necesariamente limitado».
R. Schnackenburg: «Seguramente Jesús no pretende instaurar dos órdenes
separados:
uno terreno y humano, y otro divino, que no tendría nada que ver con las cosas
de aquí
abajo. Dios exige del hombre una restitución incluso en el campo social y en sus
relaciones
con el estado; pero esto último no es absolutizado, teniendo solamente un valor
limitado».
R. Fabris: «Teniendo en cuenta la actitud de fondo del evangelio, no se puede
entender
la respuesta de Jesús como una salida irónica y elegante para evadir una
situación
comprometida: el César no tiene importancia; lo que cuenta es Dios y su
voluntad. Ni
siquiera es sólo una respuesta antizelota. Conforme a la ideología política
judía tradicional,
Jesús acepta la autoridad del imperio. Pero al mismo tiempo él afirma
decididamente la
soberanía última y decisiva de Dios. El hombre que lleva la imagen de Dios (Gén
1, 27),
pertenece a Dios de forma más radical que el dinero, con lo que representa, al
César».
González-Ruiz: «La respuesta quiere demostrar que Jesús no está de acuerdo ni
con los
unos ni con los otros (zelotas y herodianos), ambos absolutizan una realidad
relativa: el
tributo y la imagen del César grabada en las monedas. El no defendía que el
servicio
debido a Dios se agotase en aquella clase de rechazo. Se podía pagar el tributo
al
emperador, sin por ello renunciar al primer mandamiento. Más aún, habría sido
mejor hacer
esta concesión al César con tal de conservar intacta la adhesión a Dios. Llegará
el
momento en que la fidelidad a Dios exigirá del creyente una renuncia mucho más
profunda,
y entonces será necesario obedecer a Dios antes que al César (Hech 49 19)».
Para concluir, podemos decir que no ha contestado a la pregunta.
Mejor, no ha dado la contestación que se esperaban los interlocutores. Y mucho
menos
la que quizá pretendíamos nosotros.
A este respecto puntualiza E. Schweizer: «El elemento decisivo de la respuesta
son las
últimas palabras, que van claramente más allá de la problemática planteada en la
pregunta.
Ellas contestan globalmente la posibilidad de una respuesta siempre a punto, de
una regla
que se pueda aplicar sencillamente a cada caso, para saber inmediatamente lo que
hay
que hacer: en efecto, a Dios pertenece todo, incluso el que ha planteado la
pregunta».
De acuerdo: las cosas de Dios y las cosas del César. Pero ¿quién es capaz de
hacer el
inventario preciso? ¿Cómo establecer exactamente los límites de los dos campos?
Y
cuando existen interferencias por una u otra parte, ¿cómo acertar con seguridad?
Nada de hacer de la frase de Jesús la formula mágica que resolvería de modo
definitivo
todos los problemas en los que la realidad del estado y del reino de Dios se
mezclan.
La realidad concreta es muy compleja. Las situaciones históricas tan cambiantes
exigen
valoraciones con frecuencia muy distintas entre sí. Los equívocos siempre son
posibles.
No. Jesús no es un expendedor de recetas para uso inmediato, que nos
dispensarían del
riesgo de las elecciones más dolorosas y lacerantes.
El cristiano no se encuentra con una solución prefabricada, válida para siempre.
Se encuentra con una conciencia. Y con una libertad. En cada ocasión hay que
hacerlas
funcionar.
PROVOCACIONES
1. Más que la conclusión me impresiona el mandato: «Traed acá una moneda que la
vea».
Por una vez habla de dinero. Pero del que está en los bolsillos de los otros. El
no tiene.
Estaría bien que lo mismo ocurriera siempre en la comunidad eclesial.
La libertad de hablar de un poder que ella no tiene, de dinero que no posee, de
prestigio,
fuerza y honores que ni siquiera la rozan.
Entonces las respuestas se vuelven creíbles.
Paradójicamente, en este terreno, la «carencia» es el título más cualificado.
Es distinto en la pobreza. Que es necesario, en cambio, «poseerla», conocerla de
cerca,
vivirla. En este caso, sin embargo, no hay necesidad de hablar.
2. Algunas veces ciertas personas religiosas parecen considerar a Dios como
fuente de
excepciones, privilegios, exenciones. Legitimación de todos sus incumplimientos
en el
campo de los deberes sociales.
Pero Dios no concede dispensas. Si acaso añade responsabilidades mayores.
Cuando está él por medio, no son posibles las rebajas. Lo único previsto es un
aumento
de los compromisos, incluso en un plano terreno.
Dios no protege a los evasores.
Su presencia está asegurada únicamente a quien no se ausenta de los más
incómodos
deberes humanos.
3. Sí. Alguna vez el César puede también invadir un terreno que no es de su
competencia. Pretender algo que no le pertenece.
Pero no vienen por aquí los mayores peligros. Además son fácilmente advertidos
por una
conciencia despierta.
La tentación más sutil es la de utilizar al César como recaudador al servicio de
Dios. El
camino más expeditivo para cobrar.
En este caso y con estos métodos no se «devuelve» a Dios, a pesar de las
apariencias.
Se realiza un desfalco colosal.
El camino más breve, los medios más eficaces, el constreñimiento, sólo sirven
para que
no lleguen a término las «cosas de Dios».
También porque él no las reconoce como «suyas».
La imagen que vuelve a Dios debe llevar el signo inequívoco del reconocimiento
de la
libertad.
4. «El Espíritu Santo permite a la iglesia llegar hasta el último día con el
último mártir» (S.
Quinzio). Ciertamente. Con tal de que sea inerme, débil. La única espada que le
puede
acompañar es la que los otros han usado contra él.
5. Jesús habla de devolver al César, no de copiar de él y mucho menos de hacerle
competencia.
Es decir, hay que darle lo que se le debe: pero nada más.
Ciertos conciertos y alianzas con los poderes de este mundo no son para la
gloria de
Dios, cualquiera que sean las intenciones declaradas. Si acaso están en contra.
Cuando la iglesia o cualquier institución cristiana se configura como poder
mundano, hay
siempre alguien y algo que queda fuera: Cristo y su evangelio.
6. PERSECUCION/SEDUCCION Hay algo peor que la persecución explícita del poder
mundano. Es su fuerza de seducción. Sobre todo cuando se presenta como servicio
dado a
Dios.
Dice muy bien S. Quinzio: «Basta mirar alrededor para ver que el método de la
seducción, perfeccionado al sumo, hace ya superflua la persecución. La
persecución
directa y violenta es apenas un reflejo en el sistema de la seducción. Cuando la
seducción
funciona perfectamente, todos en realidad, lo admitan o no de palabra, adoran
"la estatua
de la fiera" (/Ap/13/15)».
Y continúa la cita: «A todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, esclavos y
libres, hizo
que los marcaran en la mano derecha o en la frente, para impedir comprar ni
vender al que
no llevase la marca con el nombre de la fiera o la cifra de su nombre» (Ap 13,
16-17).
7. La imagen del César y de sus vasallos es fácilmente reconocible.
¿Pero la de Dios?
El creyente está llamado aquí a ejercer su especialización.
No se trata de buscar entre las piedras, o las monedas o los pergaminos.
Hay que buscar entre los rostros.
Cualquier rostro humano lleva impresa -aunque esté desvaída, oxidada o borrosa-
la
imagen de Dios.
«Darse cuenta, de repente, cuando la masa de los hombres ha sido desfigurada
porque
ninguno puede ver a quién podría asemejarse, modifica la existencia y turba la
tranquilidad.
Restituye a cada hombre su imagen y semejanza creadora con el creador. Porque la
imagen y semejanza creadora de cada hombre con el creador le ha sido robada por
los
dueños del mercado» (J. Cardonnel).
En tal caso, lo que es urgente restituir a Dios es precisamente su imagen
impresa en el
hombre, siempre expuesta a todas las rapiñas.
8. «El papa y el emperador, estas dos mitades de Dios» decía V. Hugo. Lo cual
demuestra que los genios no son sólo genios en la inteligencia. Llegan a serlo
también en
la estupidez.
Solamente los escribas de todo tiempo -como observa J. Cardonnel- han intuido el
provecho que podían sacar de las dos vertientes de esta enorme montaña de
autoridad.
El hombre, no. El hombre no tiene nada que ganar.
Mucho menos Dios.
César convertido en Dios, a lo sumo hace reír (si admitimos que los hombres sean
capaces de no perder nunca el sentido del ridículo).
Pero cuando Dios es presentado con el rostro y las actitudes del César, esto
resulta sin
duda un espectáculo repugnante y blasfemo. La mofa más atroz.
9. ¿Y si en el «devolver» a Dios las cosas de Dios, estuviera incluida la
obligación de
restituir precisamente las cosas del César, las cosas de los hombres, los
deberes
terrestres?...
¿Si lo que es debido a Dios comprendiera lo que se debe restituir a los pobres,
a los
excluidos, a los explotados, a las víctimas de la injusticia, a los sin voz, a
los sin derechos, a
los condenados, a los aplastados bajo cualquier forma de opresión, a los que han
sido
privados de su dignidad...?
No se ha dicho que Dios reciba los tributos que le pertenecen sólo en la
iglesia. Diría que
los prefiere recaudar tras las ventanillas de la humanidad.
10. ¿Y dónde ponemos a los desilusionados? También ante ellos somos deudores.
Los innumerables desilusionados poseen una tarjeta de crédito privilegiada.
Tienen
derecho a ser resarcidos en nombre de ese evangelio que hemos escondido, de ese
Dios
de quien nos hemos servido con gusto sin servirlo, de esos hechos siempre
esperados
inútilmente después de un diluvio de palabras.
El cristiano, ese deudor.
Todos tienen el derecho, cuando le encuentran por la calle, de exigir algo de
él.
No. No la limosna. «Dar» seria aún un privilegio, un lujo.
El cristiano está llamado -esta es su vocación especifica- a restituir.
Y es, en el fondo, su fortuna. Precisamente la de no sentirse jamás satisfecho.
CONFRONTACIONES
Ajeno a la política, pero sin retirarse a la interioridad
Con su respuesta, Jesús se sustrae tanto al radicalismo político -de los
zelotas- como al
peligro de una pura interioridad que se retira del mundo. Su palabra es de tal
profundidad y
amplitud que conserva su validez en las más diversas épocas y situaciones
históricas,
exigiendo al mismo tiempo una aplicación a cada uno de los momentos y dando
lugar
siempre a nuevas elecciones.
La iglesia primitiva se vio obligada en las circunstancias cambiantes de los
primeros
tiempos de su existencia histórica a establecer de cuando en cuando nuevas
actitudes y a
buscar su camino.
San Pablo propuso una relación positiva con el estado romano en cuanto potencia
ordenadora (Rom 13, 1-7) y del mismo modo otros escritores inspirados inculcaron
el
respeto a las leyes y el cumplimiento de los deberes civiles (1 Pe 2, 13-17; Tt
3, 1 s).
El Apocalipsis de Juan, en cambio, en una época en la que los emperadores
exigían para
sí honores divinos y afirmaban la omnipotencia del estado, consideraba el poder
terreno
como encarnación del demonio, adversario de Dios (Ap 13), al que el cristiano
debe
oponerse, rechazando sus pretensiones incluso a costa de sufrir una persecución
sangrienta.
La situación histórica actual es de nuevo distinta. Se exige en todas partes una
intervención de la iglesia a favor de la libertad y de los derechos humanos,
especialmente
de aquellos que se encuentran conculcados; pero su tarea específica no es de
orden
político, consiste en anunciar el evangelio de Dios y sus exigencias tanto a
cada individuo
como a la entera sociedad humana. Esto significa, entre otras cosas, que en todo
momento
su tarea de liderazgo moral sea realizada sin ceder a preferencias y que su
actividad resulte
libre de todo oportunismo, ocupándose exclusivamente de promover el bien de los
hombres
y asistirle en las desventuras.
Por eso, si en el mundo actual, el cristiano quisiera volver al puro campo
«religioso», al
culto litúrgico, a la preocupación por la salvación de las almas de sus fieles,
no habría
comprendido el verdadero sentido de la sentencia de Jesús: «Dad a Dios lo que es
de
Dios».
La posición asumida por Jesús, extraña a la política, contiene sin embargo
también una
exhortación a actuar responsablemente por el bien de la sociedad humana,
siguiendo en
ello la voluntad divina (R. Schnackenburg, o. c.).
Dos polos opuestos I/SANTA-PECADORA
A lo largo de todo el antiguo testamento, a pesar de sus miserias y de sus
vergüenzas,
Jerusalén es el polo diametralmente opuesto a Babilonia que es el polo del poder
mundano.
Israel es en sustancia un pequeño pueblo en torno al cual presionan los señores
del
mundo, los pueblos grandes y ricos, poseedores de armas y de caballos. Israel no
ha
convertido y dominado jamás el mundo con su poder mundano. Pero Roma es
Jerusalén y
Babilonia al mismo tiempo (Ap 16, 19; 17, 9 y 18). El poder mundano se
transforma en
cierto modo en iglesia. Basta leer las vidas de los santos para ver quién les ha
perseguido.
La cristiandad, ya agonizante, ha sido ese monstruoso híbrido a lo largo de
todos los
siglos que se han llamado cristianos. Un creyente no puede leer una historia de
la iglesia,
incluso la más inocua y oficial, sin horrorizarse casi en cada página. Medida
con el metro de
la esperanza de la primera generación cristiana es desesperante, pero incluso
confrontada
con la historia de otras grandes instituciones si sobresale en algún momento
desciende
también a abismos inéditos, llenos de ambigüedad y confusión.
En la kénosis de Dios, que continuará hasta el fin del mundo la forma de
permanecer la
palabra de Cristo en el mundo, es la «anticristicidad» (S. Quinzio, La fede
sepolta, Milano
1978).
No es una respuesta evasiva, sino comprometida
La respuesta de Jesús se parece a los dichos enigmáticos de los sabios, que
tienen el fin
de mostrar la inteligencia del maestro y, al mismo tiempo, de obligar al
discípulo a salir del
caso particular para pasar a las cuestiones más generales.
De todas formas, la respuesta de Jesús no fue evasiva. Va más allá, pero no por
miedo a
comprometerse.
Jesús sabe bien que la jornada de un hombre está llena de pequeñas preguntas que
exigen una respuesta inmediata (pero no se pueden dar recetas al respecto: está
el deber
de la rectitud y después cada uno debe regularse cada vez, según los casos).
Pero el evangelio sabe también muy bien que es peligroso dejarse aprisionar por
estos
problemas diarios, únicamente interesados en soluciones inmediatas: se
permanecería
siempre en la periferia de las auténticas decisiones y las interminables
discusiones -nacidas
bajo el signo de lo concreto, pero en realidad bajo el signo de un reformismo
excesivamente
práctico- nos dejarían en el mismo sitio, siempre inseguros, divididos e
insatisfechos. Es
más allá, por tanto, a donde hay que ir, allí donde se encuentra el centro
inspirador: en
nuestro caso, la justa dependencia de Dios es, por tanto, la justa libertad ante
el estado.
Con su respuesta Jesús no pone en el mismo plano a Dios y al Cesar, y mucho
menos
considera las dos realidades como independientes. El afirma la primacía de Dios
-por tanto
de la conciencia-, pero la primacía de Dios y la libertad de la conciencia no
privan al estado
de sus derechos.
La frase de Jesús se puede acentuar de distinta forma. En un contexto religioso
en el que
la afirmación de la primacía de Dios corre el riesgo de privar a la sociedad de
su autonomía,
el acento cae sobre el «dad al César lo que es del César».
En cambio, en una sociedad en la que la intromisión del estado se convierte en
idolatría
política, el acento cae sobre «dad a Dios lo que es de Dios», afirmando de este
modo la
libertad de conciencia y el decidido rechazo de cualquier idolatría política (B.
Maggioni, o.
c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 248-262)
2-19 - LOS SADUCEOS Y LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
Mc/12/18-27
Mt/22/23-33 Lc/20/27-40
SADUCEOS/RS
Los saduceos
La tercera disputa tiene como protagonistas a los saduceos1.
Era un partido político-religioso de corte aristocrático formado por personajes
conocidos,
ricos e influyentes, salidos sobre todo de las clases sacerdotales. Su campo
específico era
el culto del templo. Tenían una especie de exclusiva en la elección del sumo
sacerdote.
En el ámbito del sanedrín su presencia y su poder estaban contrarrestados por
los
escribas y los fariseos, por lo que, a pesar de tener un peso notable, no eran
capaces de
controlar totalmente la vida de la nación. Por otra parte, tendían a separarse
del pueblo.
Las noticias que tenemos sobre ellos son escasas y casi todas proceden de
fuentes
sospechosas (derivadas de ambientes claramente hostiles, sobre todo por motivos
ideológicos). Por lo cual el retrato que se dibuja resulta claramente negativo y
por ello
escasamente fiable.
La literatura rabínica, en particular, se ensaña gustosa contra ellos. En un
pasaje famoso
son acusados por una mujer de engendrar hijos para la gehenna.
En el libro apócrifo titulado Salmos de Salomón, surgido en ambientes
farisaicos, se
denuncia en los saduceos su insaciable sed de riquezas, la soberbia, la
presunción, el
arribismo.
Incluso Flavio Josefo, más ecuánime, tampoco se muestra favorable ante ellos.
Alguno los tacha de inmediato: «oportunistas en política, liberales en
religión».
Pero su posición era mucho más sutil. Podríamos decir: realista. Individuos
habituados a
calcular exactamente los pros y contras de cada situación y de cada decisión.
Preocupados
por salvaguardar los propios derechos y privilegios sacerdotales (no admitían,
por ejemplo,
que laicos, como los escribas, fueran autorizados para interpretar la
Escritura), se
mostraban más bien conciliadores con los romanos, más por la fuerza de los
hechos que por
convicción2. Al mismo tiempo, atentos para no entrar en conflicto con las masas
populares.
En cuanto a la doctrina se cree saber lo que rechazaban: inmortalidad del alma,
premio y
castigo personales, resurrección.
Un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (23, 8) añade también la negación de
los
ángeles y de los espíritus. Pero el dato no está confirmado por la literatura
judía.
No es ni siquiera exacto que aceptasen como Escritura exclusivamente los «Cinco
Libros».
También reconocían los demás, pero daban un valor fundamental y privilegiado,
una
autoridad absoluta al Pentateuco. Sobre todo tenían una verdadera alergia por
toda la
literatura de tipo apocaliptico.
El conflicto con los fariseos nacía principalmente del rechazo tenaz a colocar
en el mismo
plano la ley escrita y oral (de la que los fariseos eran exquisitos paladines).
Defendían con
ahínco la separación y el distinto grado de valor de la ley escrita y las
tradiciones orales,
con una clara tendencia a devaluar estas últimas.
Sin embargo, honestamente, hemos de tener presente que muchas cuestiones
doctrinales, en el siglo I, eran aún objeto de debate y llegarían a ser
doctrinas oficiales,
fuera de cualquier contestación, únicamente más tarde.
En la práctica, los saduceos reducían la resurrección a la propagación de la
descendencia. La vida eterna para ellos era sólo la conservación de la especie.
Su escepticismo se refería más que nada a la espera mesiánica.
También estaban inmunizados de la fiebre escatológica.
En conclusión: no modelos, pero tampoco impíos. No sería justo catalogarles
entre los
herejes. Fundamentalmente eran conservadores.
Este partido -no muy numeroso- sale prácticamente de escena en el 70, juntamente
con
el templo.
De todas formas «el verdadero y serio encuentro con la aristocracia saducea del
templo
se verificó en el cuadro de los sucesos de la pasión. Sin embargo, entonces no
eran ya los
representantes de doctrinas contrapuestas que polemizaban cara a cara, sino que
Jesús se
encontraba allí como acusado ante los que poseen el poder político. Por eso este
nuevo
encuentro no llevó a nuevos debates sino a la cruz del Gólgota» (K. Schubert).
La disputa
Los saduceos se acercan a Jesús sin tonos aduladores, pero también sin el
apasionamiento típico de los fariseos.
Están lejos de cualquier forma de fanatismo, saben mantenerse distantes,
objetivos,
habituados a razonar con argumentaciones sólidas, teniendo en cuenta lo que está
escrito
en el Pentateuco. Si acaso, una brizna de ironía en vez de agresividad. Sin duda
saben
atacar. Pero con una cierta frialdad y lucidez, cuando es necesario sobre todo
para evitar
alteraciones del orden político-económico-religioso.
La materia que proponen a Jesús no es «explosiva» como la cuestión del tributo.
Más
bien una cuestión académica. Ellos apuntan sobre todo al ridículo.
La pregunta está relacionada con la llamada ley del levirato3, por la que un
hombre debía
casarse con la cuñada cuando el hermano hubiera muerto sin dejar hijos varones.
Esta
institución tenía por objeto evitar que la viuda se casara con un extranjero
(por tanto
reflejaba la preocupación por conservar la raza), asegurar la descendencia y,
sobre todo,
que la propiedad permaneciera dentro del ámbito familiar.
Era una norma de difícil aplicación, frecuentemente olvidada y, en tiempos de
Jesús,
prácticamente anulada. Sin embargo, era un bocado sabroso para los casuistas.
Pero los saduceos no quieren aclaraciones sobre esta disposición legal. Se
sirven de
ella, inventando el caso grotesco de una mujer que se casa sucesivamente con
siete
hermanos y que se decide a morir sólo cuando ha enterrado al último marido, para
demostrar el absurdo de la creencia en la resurrección.
«¿De cuál de ellos va a ser mujer?» (v. 23).
Tengamos presente que en el judaísmo tardío se contraponían dos tendencias sobre
la
vida del «mundo futuro».
La primera decidida y groseramente materializante, tendía a transferir en el más
allá las
alegrías y las dimensiones más apetitosas de las realidades terrenas, a través
de un simple
aumento cuantitativo. Todo ello se verificaría especialmente en la fertilidad de
la tierra,
fecundidad de las mujeres y fuerza vital de los hombres.
Es citado, por ejemplo, el dicho del rabí Gamaliel, que aseguraba que en el
mundo futuro
«la mujer parirá diariamente, del mismo modo que las gallinas ponen un huevo
cada día». Y
más tarde el rabí Eliezer sostenía que cada israelita sería padre de unos
seiscientos mil
hijos ¡nada menos!
La otra tendencia -de impronta apocalíptica- era más espiritualista, aunque no
perdía el
característico espesor de «mundanidad» peculiar del hebraísmo. He aquí un
ejemplo: «Rab
solía decir: No es como este mundo el mundo futuro; en el mundo futuro no se
come ni se
bebe, ni hay reproducción de la especie, no hay intercambios comerciales, ni
celos ni odio
ni luchas, sino que los justos estarán sentados y coronados en sus cabezas y
gozando del
esplendor de la majestad divina»4.
No es que los saduceos pidan a Jesús el que se declare a favor de una u otra
posición.
Para ellos son todas indiferentes.
El caso que proponen debería servirles sólo para demostrar el absurdo de la
resurrección
en sí misma.
No debe extrañarnos el que una verdad, tan fundamental para nosotros, fuera
objeto de
controversia en aquel tiempo.
Tengamos presente que durante muchos siglos, en la fe hebrea, incluso en la más
robusta y auténtica, estaba ausente cualquier idea de inmortalidad del alma y de
resurrección de los cuerpos.
AT/MATERIALISMO: W. Zimmerli subraya al respecto «la peculiaridad de la fe
veterotestamentaria que la hace desde el punto de vista de la historia de las
religiones, un
caso único en relación al ambiente de la época: el hecho característico de que
el antiguo
testamento no sobrepasa en sus esperas, si prescindimos de algunas afirmaciones
marginales, el umbral de este mundo presente. Esta característica, que hace del
antiguo
testamento un libro apegado de forma muy notable a la tierra y "mundano", ha
sido
considerada frecuentemente con cierto malestar». Y el malestar aumenta si se
confronta
este elemento con las creencias explícitas de las demás religiones (baste pensar
en Egipto
y Persia).
La teología hebrea, durante siglos, ha hablado del más allá en términos muy
vagos e
incluso contradictorios. Se ha referido al sheol, en donde se vive una vida
disminuida, en
donde se actúa más bien como sombras, como larvas.
Por tanto, la posición de los saduceos es explicable, dado que se atenían
únicamente a
cuanto estaba escrito en los «Cinco libros».
La fe explícita en una vida después de la muerte se desarrollará lentamente en
el
judaísmo, a partir de algunos pasajes tardíos de la Escritura5, a los que por
otra parte los
saduceos daban escasa importancia.
El problema se había planteado sobre todo con ocasión de la terrible persecución
de
Antioco Epifanes (siglo II antes de Cristo), cuando se trataba de infundir
ánimos y mantener
la esperanza ante la muerte de los mártires. Esa experiencia, entre otras cosas,
sirvió para
preparar los espíritus a aceptar la idea de una vida futura.
Sin embargo es difícil encontrar una afirmación clara sobre la resurrección de
los
cuerpos.
La respuesta de Jesús
La cuestión propuesta por los saduceos comprendía dos elementos:
-el hecho de la resurrección
-el modo de la resurrección.
Jesús comienza esclareciendo este segundo aspecto.
Además precisa sin términos medios las causas del error de sus interlocutores:
escaso
conocimiento de las Escrituras e ignorancia del poder divino.
«El "poder divino" es la posibilidad de crear cualquier cosa de nuevo, algo
inimaginable
para el pensamiento humano. Se toma en serio el hecho de que Dios es Dios; y es
Dios
precisamente porque no puede ser circunscrito y encasillado en el pensamiento
humano.
Estas palabras, por tanto, mantienen los dos aspectos: por un lado, la
afirmación clara de
una vida después de la resurrección, que no se silencia; por otro se habla de
tal modo que
es respetado el misterio que supera las categorías y las imaginaciones humanas.
De esta
forma la respuesta... dice algo claro para la fe, pero no se puede especular
sobre ella ni
pretender resolver todos los posibles problemas teóricos» (E. Schweizer).
«Porque cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán, serán como
ángeles en el cielo» (v. 25).
ÁNGELES: Jesús está más cercano aquí a la perspectiva apocalíptica
espiritualista.
«...Os alegraréis como los ángeles del cielo»6. «Los justos habitarán en las
cimas de este
mundo, se parecerán a los ángeles, serán semejantes a las estrellas...»7.
La alusión a los ángeles puede también contener una puya contra los saduceos que
-al
menos según los Hechos- negaban la existencia de los espíritus.
Con esto Jesús no niega la dimensión de la corporeidad en los resucitados.
Solamente
afirma que la corporeidad y la existencia en general serán distintas de las de
la tierra.
CIELO-COMO-ES: Como el poder de Dios puede realizar cosas que van más allá de
las
posibilidades humanas, así la «nueva creación» se configura de un modo que
supera
nuestra misma imaginación. Por estar condicionados por esquemas terrestres no
somos
capaces de representarnos el «totaliter alter» del mundo de Dios «que no hay que
profanar
haciendo de él una continuación clarificada y mejorada de nuestro mundo humano»
(G.
Dehn).
Observa R. Schnackenburg: «En el caso de que quisiéramos representarnos la
resurrección como la reanimación física y material de cadáveres, como un revivir
sobre esta
misma tierra y un nuevo inicio de la vida interrumpida por la muerte, caeríamos
en la
concepción del judaísmo apocalíptico. La fe en la resurrección futura, que no
entra en el
juego de nuestro modo de pensar, se sostiene y cae con la fe en la
transcendencia de la
existencia humana, que encontrará en Dios la propia plenitud. Si tomamos en
serio esta fe,
la inclusión de todo el hombre, incluida la corporeidad, en la perfección de una
vida junto a
Dios, resultará sensata y consecuente. De hecho, sólo cuando Dios nos acoja con
nuestra
humanidad entera, haciéndonos participar en su vida, la transcendencia afirmada
por la fe
no constituirá ya para nosotros un modo distinto y extraño a nuestro ser. sino
el
coronamiento de este mundo nuestro, el logro de una perfección que esperamos de
la
bondad, fidelidad y poder de Dios, como meta suprema de nuestra vida humana».
Pero sobre las modalidades de esta maravillosa plenitud sería pueril e inútil
hacer
especulaciones.
Acerca del hecho de la resurrección (¿es posible? ¿es cierta?), Jesús ofrece una
demostración más bien insólita. Como los saduceos admitían sólo el contenido del
Pentateuco, el Maestro cita precisamente un pasaje del Éxodo (3, 6), el de la
zarza
ardiendo, en donde Dios se presenta a Moisés como el Dios de Abrahán, de Isaac y
de
Jacob.
A-D/RS RS-A-D Observa con su habitual agudeza B. Maggioni: «Se descubre en la
respuesta de Jesús un método original, distinto del rabínico y saduceo, de leer
las
Escrituras: podríamos hablar de una lectura global, que no se pierde en
virtuosismos
exegéticos y que sabe en cambio intuir el punto fundamental. En otros términos,
Jesús no
busca textos que hablen de la resurrección, prestándose de este modo a la
contestación de
los saduceos y, por tanto, reduciendo la resurrección a una cuestión exegética y
a una
disputa de escuela. El cita, sorprendentemente, Éxodo 3, que es un texto sobre
Dios y no
sobre la resurrección. En ello está precisamente la originalidad de Jesús: él se
refiere al
centro de las Escrituras, es decir a la revelación del Dios viviente, y devuelve
el debate al
amor de Dios y a su fidelidad: si Dios ama al hombre no puede abandonarlo al
poder de la
muerte».
En definitiva, Jesús no demuestra la inmortalidad del alma como podría hacer un
filósofo
platónico y ni siquiera sigue el método de un teólogo.
Habla de un Dios que no es «un Dios de muertos, sino de vivos» (v. 27).
Su argumentación conduce sustancialmente a reflexionar sobre dos elementos:
-el poder de Dios, capaz de crear «cosas nuevas»8;
-la fidelidad de Dios al hombre. Dios mantiene las promesas. Si se une al
hombre, lo hace
para siempre, no para un tiempo limitado, para un trozo de camino. La alianza no
puede ser
interrumpida por la muerte.
El pensamiento cristiano se encargará de desarrollar ulteriormente este tema,
centrándolo en torno a la figura de Cristo resucitado.
Para el cristiano, la resurrección no es sólo una teoría con sólidas pruebas de
orden
filosófico y teológico, sino un dato de fe ligado a la experiencia de Cristo
viviente, presente,
para quien los que le pertenecen, le pertenecen también más allá de la muerte.
El cristiano no es uno que cree en la resurrección. Es él mismo un resucitado
«con
Jesús» (2 Cor 4, 14).
PROVOCACIONES
1. «¿De cuál de ellos va a ser mujer?».
La preocupación no es sólo de los saduceos.
Incluso cuando «eleva» los propios pensamientos a la vida futura -si es que los
eleva- el
hombre continúa razonando sólo en términos de posesión, cálculo, derechos,
apropiación.
No es capaz de liberarse, no ya de la corporeidad, sino de las manos.
Las manos las tiene en el corazón, en la cabeza, en todas partes.
«Yo sólo tengo manos» podíamos decir parodiando al poeta.
Quizá la purificación última, la más difícil, consiste en enseñarnos por fin a
usar las
manos... de forma distinta.
2. Y nos presentamos a Dios como si fuésemos a inspeccionar una vivienda.
Se nos informa de la amplitud de las habitaciones, de cuánto sol reciben, del
material
empleado, del balcón panorámico. Y que no falte el jardín y el patio. Sobre todo
que haya
muchos espacios (¡con tantas cosas como tenemos que colocar...!).
Naturalmente tiene que haber un sitio para la cría de las gallinas y los conejos
(nunca se
sabe, dado los precios que corren, siempre es mejor valerse por uno mismo). No
estaría
mal una caseta para el perro.
He aquí el acostumbrado e incurable miedo a ser defraudados en algo que
esperamos.
La obsesión de que se olvide algún detalle del que estamos encariñados.
Nos interesamos por las cosas que nos dan, que nos deben dar.
Y no pensamos en él.
Sí. La mentalidad de quien va a alcanzar un premio. O, para alguno, el
resarcimiento de
los daños sufridos durante el difícil paso sobre la tierra.
Y se olvida que Dios no es un dador de recompensas, sino de vida.
La vida con él.
No se trata de asegurar con antelación cómo será la casa, cómo ha sido preparada
la
habitación o qué comprende el programa.
La información esencial se refiere a un Dios que no quiere estar separado ya de
su
creatura.
3. El problema principal que hay que resolver creo que es éste: ¿nos fiamos de
nuestros
gustos o bien somos capaces de fiarnos del Dios de la felicidad? ¿Nos
preocupamos de
nuestra supervivencia o bien tendemos hacia un Dios «de vivos»?
4. Si repitiéramos a continuación, como una letanía, esa precisión «no hay un
Dios de
muertos, sino de vivos», poco a poco terminaríamos por familiarizarnos no con la
idea de la
muerte. Algo más. No tendríamos ya miedo a la vida.
5. Tienen que haber quedado disgustados. Se vanagloriaban de ser especialistas
en la
Escritura. El Pentateuco era su especialidad. No se pasaban ni una coma.
Y se les echa en cara: «¿No será que no comprendéis las Escrituras?, ¿por qué
estáis
tan equivocados?».
Para confirmar la acusación, la cita de un pasaje famoso. Claro que lo conocían
perfectamente, faltaría más. Pero se limitaban a conocerlo, sin captar el
sentido.
También puede suceder que no se pasen ni una coma, pero se pasen lo más
importante.
Lo mismo nos sucede a nosotros.
Sobre todo cuando utilizamos la palabra para encontrar pruebas, demostraciones,
seguridades intelectuales.
Y nos ilusionamos con entender todo, o casi todo.
De hecho, podemos entender todo. Menos lo esencial: que Dios tiene la costumbre
de
explicarse no a golpe de demostraciones racionales, sino con las locuras de su
amor por el
hombre.
CONFRONTACIONES
No serán abolidos, sino transfigurados
El afirma que en la resurrección no existirán ya relaciones sexuales y
conyugales: los
hombres no tomarán ya mujer y las mujeres no serán entregadas al marido. Se
quiere decir
con esto que la «corporeidad» de los resucitados será completamente distinta de
la terrena
(cf. /1Co/15/36-50).
Jesús resalta este importantísimo concepto con la explicación ulterior de que
«serán
como ángeles en el cielo»...
...En el mismo pasaje Lc utiliza una expresión aún más fuerte: «iguales a los
ángeles».
Tal concepción condujo, en la historia de la teología, a una devaluación de la
sexualidad y
del matrimonio, porque se quiso ver el máximo ideal en un estado privado de
relaciones
sexuales y «angelical», y se aspiró a realizarlo lo más posible en esta tierra.
Las consecuencias de una concepción tan hostil al matrimonio y al cuerpo se
filtraron en
la moral cristiana sexual y conyugal y perduran todavía.
No se podría haber dado equívoco mayor en la interpretación de estas palabras de
Jesús. En efecto, con la doctrina de la resurrección de los muertos también la
corporeidad
es comprendida en la redención y en ella se proclama una concepción global del
hombre,
que no puede prescindir de su sexualidad.
Según lo que dice Mc se trata sólo de un ejemplo que sirve para que se comprenda
el
modo de existencia de los resucitados.
En todo caso la diversidad de tal existencia excluye una actividad sexual, en la
que se
engendren hijos. La multiplicación del género humano está limitada a la
existencia histórica
de aquí abajo y sirve a su prosecución. En la mentalidad de entonces y en la
problemática
de los saduceos existe sólo la idea de generación y de posteridad, mientras la
cuestión del
amor conyugal y del complemento personal de los esposos no entra en su óptica.
Las afirmaciones de Jesús no están en contraste con la nueva teología cuando
esta
última, convencida de que el mundo futuro enriquecerá el perfeccionamiento del
orden
creado a quien dará el último retoque, saca la consecuencia de que también las
relaciones
interpersonales entre hombre y mujer y por tanto también su recíproco amor, no
serán
abolidos, sino elevados y «transfigurados» (R. Schnackenburg, o. c.).
Resurrección de la persona
Hoy, para evitar todo equívoco y permanecer al mismo tiempo fieles a la
enseñanza del
nuevo testamento, habría que hablar de resurrección de la persona. En todo caso,
se hable
de resurrección del cuerpo o de resurrección de la persona, lo que importa
subrayar es
esto: el objetivo de la redención en Jesucristo no es la salvación de un
elemento -quizá la
parte «espiritual»- del ser humano, sino la salvación de la persona humana en su
totalidad
(P. H. Menoud).
Resurrección como nueva existencia INMORTALIDAD/RS:
El mundo helenístico-pagano no aceptaba la resurrección del cuerpo: el cuerpo es
la
prisión del espíritu y la salvación consiste precisamente en liberarse de aquel.
El
pensamiento helenístico es fundamentalmente dualista y habla gustosamente de
«inmortalidad», pero no de resurrección. Esto representa una primera y
sustancial
diferencia del pensamiento judío.
Además la reflexión griega busca la razón de la inmortalidad en el hombre mismo:
en el
hombre hay un componente espiritual, incorruptible, por su naturaleza capaz de
sobrevivir
al cuerpo corruptible. Esta constituye una segunda diferencia del pensamiento
judío, que
gusta en cambio de buscar la razón de la vida en la fidelidad de Dios. Frente a
esta
mentalidad pagana, que corría el riesgo de traicionar en profundidad la
enseñanza de
Jesús y la esperanza traída por él, el evangelista se preocupa sobre todo de
quitar un
posible equívoco: explica que «resurrección» no significa en modo alguno una
prolongación
de la existencia presente. La resurrección no es la reanimación de un cadáver.
Es un salto
cualitativo. Por eso distingue con cuidado la vida futura de la presente. Los
griegos tienen
serias razones para mostrarse insatisfechos de esta existencia y de sus límites:
una vuelta
a la misma o una prolongación no tendría ningún sentido.
RS/VIDA-NUEVA: Por tanto se debe hablar de una nueva existencia. Pero en esta
nueva existencia es todo el hombre el que entra, no sólo el espíritu. El
evangelio habla de
«resurrección», no de inmortalidad. La comunidad cristiana prefiere la solidez
de la
palabras de Jesús antes que la cultura de los griegos. La comunidad no busca la
razón de
la resurrección en los componentes del hombre, sino que se remonta a la fe en el
Dios
viviente. La promesa de Dios nos asegura que toda la realidad de la persona
entra en una
vida nueva y precisamente porque entra en una vida nueva, tal realidad es
transformada.
Esto es lo que Mc intenta decirnos (B. Maggioni, o. c.).
La relación con el Dios de la alianza
En la gran tradición bíblica el problema de la muerte se resuelve en una
relación vital con
el Dios fiel y justo que funda y garantiza la vida del hombre incluso en la
situación de
muerte.
Toda la atención del hombre bíblico se concentra en esta relación intensa con el
Dios de
la alianza que da sentido y plenitud a toda la existencia dentro de la trama de
las relaciones
históricas y terrenas (R. Fabris, I corpi risorti. Il Giorno [1978]).
.........................
1. El origen del nombre es controvertido.
Algunos dicen que viene de Saddoq, designado sumo sacerdote por
Salomón (I Re 2. 35). Algún estudioso. en cambio, dice que procede del termino
griego sundikoi individuos
que en Atenas defendían la pureza de las leyes sin innovaciones y
modificaciones.
2. Sin embargo no hemos de olvidar que la chispa de la revuelta del 66 partió
precisamente de un saduceo:
Eleazar. hijo del sumo sacerdote Ananías.
3. Del latín levir, cuñado. La disposición está contenida en el Deuteronomio
(25, 56): «Si dos hermanos viven
juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse
con un extraño; su cuñado se
casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el
primogénito que nazca continuará el
nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel». Como se
ve, la cita de Jesús no
es literal.
4. Berak 1 7a.
5. Por ejemplo: Is 25,8; 26, 19; Dan l2, 2; Sa 173, 23s, 2 Mac 7,
9.11.14.23.29.36; 12, 41-46; y quizá Job 19.
25-27.
6. Enoch 104 4.
7. Apocalipsis de Baruch 51, 10 s
8. Dice J. M. González-Ruiz: «La fe es una apertura a Dios y deja que el
Totalmente otro cree el totalmente
otro».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 264-274)
2-20 - EL PRIMER MANDAMIENTO
Mc/12/28-34
Mt/22/34-40
Lc/10/25-28
MDT-MAYOR
Al fin una persona sincera
Esta vez hay una pregunta sin doble sentido.
Jesús responde con gusto. Parece un escolar diligente que se somete a una
pregunta
seria. Acoge el elogio merecido y después, a su vez, aprueba al maestro.
Se tiene la impresión de asistir a un intercambio de cortesías y de aprobaciones
recíprocas.
Pero los dos están lejos del academicismo.
En realidad Jesús se encuentra, por una vez, a un interlocutor sincero, empeñado
en una
búsqueda auténtica, sin posiciones preconcebidas.
Mt atribuye a este escriba intenciones menos limpias y afirma que su pregunta es
capciosa.
Mc, en cambio, que no traga a los escribas, hace una excepción con este colega
de ellos.
Lo cual, entre otras cosas, pone a favor además de la originalidad de su relato,
también la
honradez del autor. En efecto, en el contexto de las polémicas habría sido muy
fácil y casi
lógico insertar un nuevo personaje con intenciones de asechanzas. Lo cual,
además, habría
justificado mejor la candente requisitoria del pasaje siguiente.
Este hombre, en cambio, ha seguido el debate precedente con los saduceos. Y ha
quedado admirado por la lucidez de la argumentación de Jesús. Por eso se atreve
a
proponerle su propia cuestión.
La pregunta
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
La pregunta nace de una exigencia particularmente sentida en el ambiente judío.
Una de las preocupaciones constantes de Israel ha sido la de hacer la voluntad
de Yahvé,
de modo que la propia conducta fuese agradable a Dios.
Para esto estaba la ley de Moisés. Defendida por una robusta valla. Sólo que con
el correr
del tiempo en aquel recinto sagrado habían sido introducidas y acumuladas
numerosas
normas, además de las antiguas. Se quería estar seguros de que ningún elemento
de la
vida cotidiana, ninguna situación escapara a una rigurosa codificación, de tal
forma que el
fiel supiera con precisión cómo comportarse en todas las circunstancias. Nada de
dejar
fuera algo.
De este modo, en un momento determinado, se podían hacer las cuentas. A veces
con
resultados sorprendentes. 613 preceptos, en su mayoría negativos. En efecto, 365
eran
prohibiciones (el mismo número de los días del año) y 248 imposiciones
(exactamente el
número que se creía entonces que eran los miembros del cuerpo humano).
Era difícil orientarse en aquel barullo de disposiciones insignificantes
mezcladas con
normas importantes1.
El equívoco de fondo consistía en vanagloriarse de haber recibido de Dios, con
preferencia a otros pueblos, un mayor número de leyes, y en creer que la
conciencia en
regla fuese cuestión de cantidad de normas respetadas y prácticas cumplidas.
Muchos veían la exigencia de fijar una jerarquía de valores en aquel cúmulo de
leyes. De
llegar a una simplificación. De forma que estuviera claro lo que era importante
y lo que no lo
era.
En los últimos tiempos se habían registrado resultados positivos en ese sentido.
Hillel, por ejemplo, un maestro prestigioso que había enseñado en los años de la
juventud de Jesús, repetía una máxima que se hizo famosa: «Lo que no te gusta,
no se lo
hagas al prójimo. Esta es toda la ley. Lo demás es sólo interpretación (de esta
sentencia)».
Cien años después el rabí Akiba, martirizado por su fe durante la segunda
revuelta (en
torno al año 135 d.C.) dirá aún más explícitamente: «Debes amar a tu prójimo
como a ti
mismo. Este es un gran y general principio de la ley».
En una anotación al Talmud babilónico podemos leer: «La limosna y las obras de
caridad
contrapesan todos los preceptos de la ley».
En una apócrifo como Testamento de los Xll patriarcas (siglo II antes de Cristo)
se
puede incluso ver que el amor al prójimo se coloca en el mismo plano que el amor
a Dios,
igual que en el evangelio: «Amad al Señor durante vuestra vida y amaos uno a
otro con
corazón sincero». Y también: «Amad al Señor y a vuestro prójimo, tened compasión
del
pobre y del débil»2.
Por tanto ya en el judaísmo se percibe el esbozo de una síntesis que lleva a
considerar la
atención hacia el prójimo como un valor esencial y las obras de caridad como el
mejor modo
de agradar a Dios.
Sin embargo permanecían bastantes incertidumbres (alguno, por ejemplo,
consideraba la
fe el valor supremo) y sobre todo no se realizaba de forma explícita la unión
entre los dos
mandamientos que sería hecha por Jesús.
El primer mandamiento son dos
Jesús responde uniendo3 dos pasajes del Pentateuco:
-El primero (Dt 6, 4) es el inicio del Shema Israel -de las palabras iniciales:
Escucha,
Israel-, una especie de profesión de fe con la que todo israelita abría y
cerraba la jornada,
probablemente ya en uso en tiempos de Jesús4.
- El segundo está sacado del Levítico (19, 18).
El escriba ha preguntado cuál es «el primer» mandamiento. Jesús responde citando
también el segundo y uniéndolo al primero. Por tanto los dos están en el mismo
plano,
formando un todo. Juntos -advertir «éstos» en plural- constituyen el
«mandamiento mayor»
(v. 31).
También son significativas las palabras introductorias -que sólo Mc refiere- y
que en
hebreo suenan más o menos así: «Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé».
Es una solemne declaración de fe monoteísta, que justifica el mandamiento que
sigue.
El Dios único excluye cualquier ídolo. La dependencia de él es fuente de
libertad.
El Dios que no está en competencia con el César, que es un Dios «no de muertos,
sino
de vivos», y también el Dios que exige una pertenencia y un amor total. «El amor
es la
respuesta del pueblo a la intervención de elección y de revelación de Dios y es
por tanto la
ley fundamental de este pueblo único» (Lohmeyer).
El amor se expresa con todas las facultades del hombre: corazón, alma, mente,
fuerza (v.
30). El hebreo tiene sólo: corazón, alma, fuerza. La falta de «mente» se explica
por el hecho
de que en la antropología semítica el corazón no se considera tanto como la sede
de los
afectos y de los sentimientos, cuanto más bien de la inteligencia. Por tanto la
mente está ya
comprendida en el corazón.
«Alma» quiere decir vida. Y puede significar además de la exigencia de amar a
Dios en
todas las circunstancias de la existencia, también la de sacrificarle la vida
misma si así lo
exigiera la fidelidad a él.
A este respecto se cita el ejemplo del rabí Akiba, el personaje del que ya hemos
hablado.
Mientras era conducido al martirio y los torturadores estaban ya sacrificándole,
en la hora
exacta de la oración, se puso a recitar el Shema. Los discípulos enseguida le
dijeron que
dadas las circunstancias podía considerarse dispensado de aquella observancia.
El replicó:
-Durante toda mi vida me he preocupado siempre del versículo que dice «con toda
mi
alma», incluso aunque se tome en serio el alma (la vida). Ahora que se presenta
la ocasión
para ponerlo en práctica ¿por qué no debería recitarlo?
«Con toda la fuerza» según algunos, se entiende la voluntad. Otros dicen «todas
las
fuerzas» y entienden las posesiones y los bienes terrenos.
Por tanto, más que cada una de las expresiones, habrá que tener en cuenta la
idea de
fondo, que es la totalidad y plenitud. Hay que amar a Dios con un amor que brota
del centro
de la persona e invade todas las facultades. La respuesta del hombre debe ser
completa.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 31).
Es importante la puntualización «como a ti mismo». Es sugerida la posibilidad e
incluso el
deber de amarse a sí mismo (lo cual obviamente es muy distinto de ser egoísta).
Hay un
sano amor a sí mismo que está en la base del auténtico amor a los demás. Hay una
buena
relación consigo mismo que constituye el fundamento de las relaciones auténticas
con los
demás. Personalmente creo que muchos cristianos y no pocas personas religiosas
son
incapaces de aceptar y amar verdaderamente a los demás porque son radicalmente
incapaces de amarse y aceptarse a sí mismos.
Es difícil definir con precisión qué se entendía en el judaísmo con el concepto
de
«prójimo». En primer lugar el término era más bien restrictivo. Sucesivamente,
sin embargo,
se habría ampliado hasta comprender a los extranjeros residentes, especialmente
los que
abrazaban la fe hebrea. Poco a poco, se fue alargando el horizonte, aunque con
dificultad.
Como demuestra este episodio: «Un no hebreo preguntó a R. Jehosua: "Vosotros
tenéis
fiestas y nosotros también. Cuando vosotros estáis alegres nosotros no estamos
alegres y
cuando nosotros estamos alegres vosotros no estáis alegres. ¿Cuándo en fin será
posible
alegrarse juntos?" Respondió: "En la estación de las lluvias". ¿Por qué motivo?
Está
escrito: Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses (Sal
65, 14).
¿Y qué hay escrito después? Aclamad a Dios, tierra entera, tañed en su honor,
alabad su
gloria... Bendecid, pueblos, a nuestro Dios (Sal 66, 1.8). No está escrito:
sacerdotes, levitas
e israelitas aclamad al Señor, sino: bendecid, pueblos, a nuestro Dios». Por
consiguiente,
la salvación de los paganos no era ya excluida categóricamente. Caída así la
barrera de la
discriminación religiosa, también el precepto del amor encontraba un nuevo,
vasto campo
de aplicación.
La aprobación
El escriba interviene aprobando incondicionalmente la respuesta de Jesús. Y
resalta el
concepto de la preeminencia del doble precepto del amor sobre todo el resto,
comprendido
el culto5.
La expresión «más que todos los holocaustos y sacrificios» (v. 33) adquiere un
relieve
especial si es pronunciada, como parece, en la explanada del templo.
Subraya indudablemente la frase de Oseas: «Porque quiero lealtad, no
sacrificios;
conocimiento de Dios, no holocaustos» (Os 6, 6). Y recuerda además otro pasaje
del
antiguo testamento: «Obedecer vale más que un sacrificio» (I Sam 15, 22).
Por otra parte, toda la tradición profética y sapiencial está de acuerdo en
reconocer la
preeminencia de las exigencias de fidelidad y de respeto de la justicia sobre el
culto. La
adoración agradable a Dios, la adoración «auténtica», no puede limitarse a los
labios y al
ámbito del templo, sino que debe abarcar al hombre en su interioridad y en sus
precisos
deberes hacia el prójimo.
En la sorprendente conclusión de Jesús «no estás lejos del reino de Dios» (v.
34) me
parece que se puede captar el hecho de que el escriba, a pesar de recalcar
sustancialmente las enseñanzas de la tradición judía, ha dicho sin embargo algo
particularmente nuevo y valiente6.
Sobre todo Jesús capta en el interlocutor una búsqueda desinteresada de la
verdad, una
disponibilidad no inficionada por prejuicios ante su persona. Por eso está
cercano al reino,
presente en Jesús mismo.
¿La novedad consiste en la ausencia de novedad?
En este punto se discute entre los estudiosos sobre la «novedad» de la respuesta
de
Jesús.
Es interesante examinar las posiciones de los distintos intérpretes, que hablan
todos de
la «auténtica novedad». Como si estuviera allí, evidentísima, elemental. Aunque
después
cada uno la interpreta de manera totalmente distinta.
Personalmente he contado media docena de «auténticas novedades». Lo cual
demuestra, al menos, que no es tan evidente como podría parecer a primera vista.
Alguno insiste en el hecho de haber colocado «en el mismo plano» los dos
mandamientos
(pero hemos ya advertido cómo una cierta síntesis en este sentido maduraba ya en
el
judaísmo).
Otros dicen que la novedad está en hacer depender el amor del prójimo del amor
de
Dios.
Otros, en cambio, la descubren en la característica de que la caridad hacia el
prójimo
constituye la concreción, la verificación, el control más seguro de la fidelidad
a Dios.
Hay quien se para en la ampliación del concepto de prójimo (pero, también aquí,
hemos
visto como un esbozo de visión universalista ya presente en el judaísmo más
abierto).
También hay quienes fijan la atención en la realidad del culto, que no puede ser
separado de la caridad y de la práctica de la justicia (un dato que se encuentra
en el
mensaje profético).
Finalmente algunos estudiosos subrayan específicamente la afirmación inicial en
clave de
riguroso monoteísmo. El único Señor excluye cualquier forma de esclavitud en
relación a
los ídolos de distinta naturaleza. El hombre, por eso, no debe erigirse a sí
mismo en señor,
pero ni siquiera hacer del prójimo un ídolo.
No es el momento de discutir todas estas posiciones, cuando cada una tiene el
mérito de
poner en evidencia un aspecto del problema (aunque no exclusivo).
¿Y si la «auténtica novedad» de Jesús en este caso consistiese precisamente en
la
ausencia de novedad, al menos como la entendemos nosotros?
Jesús probablemente conecta con los resultados más maduros de la tradición de su
pueblo y los hace propios, colocando sin embargo su persona como «cumplimiento»
-continuidad y superación-, punto de llegada de todo el itinerario precedente.
En este caso
la novedad consistiría en la posibilidad de encontrar concretamente el «camino
de Dios» en
la persona de Jesús.
Sin embargo, quiero citar la posición de E. Schweizer (que será expuesta
exactamente en
las «confrontaciones»). Pone de relieve estos elementos:
-Jesús contrapone el amor vivido con todo el corazón al legalismo siempre
obstinado en
medir con términos cuantitativos y en hacer el censo de los distintos preceptos
transgredidos u observados.
-Pone en guardia contra el riesgo del legalismo que, perdiéndose en mil
observancias,
termina por perder de vista la voluntad de Dios.
-«El mandamiento mayor» -que son dos- no es sólo el más importante en el sentido
de
que está sobre los demás, sino que es el que da sentido y orientación a todas
las demás
observancias. Es decir, los distintos preceptos resultan como vaciados de
significado, de
valor y de contenido si no son leídos y actualizados a la luz y en la
perspectiva del amor.
PROVOCACIONES
1. Precisa con la acostumbrada puntualidad B. Maggioni: «La Biblia afirma que
nuestro
amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente, sin el cual sería
incomprensible: el
amor de Dios a nosotros. Este es el dato que precede a cualquier otro, origen y
medida de
nuestro amor. El amor del hombre nace del de Dios y debe medirse sobre él».
Sin el amor que viene de Dios, nuestro amor no solamente sería «incomprensible»,
sino
imposible.
Afirma claramente san Juan: «Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor
viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (/1Jn/04/07).
Ciertamente el cristiano que pretenda ser fiel a Dios, debe amar al hermano.
Pero no
puede hacerlo si no recibe de Dios este don.
No existen recetas psicológicas -hoy muy de moda- que puedan sustituir este
retorno a la
«fuente».
2. No sé por qué, pero me parece que este encuentro con el escriba tiene varios
puntos
de contacto con el del hombre rico (10, 17-22).
«Una cosa te falta: vete a vender lo que tienes... y, anda, vente conmigo».
«No estás lejos del reino de Dios».
En ambos casos, más allá de las observancias legales, se perfila el absoluto de
Dios con
sus implacables y liberadoras exigencias. «Yo soy el Señor, tu Dios... el
único».
Y en ambos casos, falta un paso por dar. El decisivo.
El escriba no está lejos del reino. Pero todavía no es ciudadano.
Puede serlo, si da ese paso.
Deberíamos tener siempre presente este detalle y evitar ilusiones peligrosas.
Jamás considerarnos «dentro», definitivamente. Creer tener en el bolsillo la
ciudadanía y
ciertos derechos.
Cristiano es sólo uno que está llegando a serlo. Que tiene aún un paso que dar.
Hasta el
último día.
3. Sin embargo, hay que tener envidia de este escriba.
Pienso que es un caso único en el evangelio.
Está de acuerdo con cuanto afirma el Maestro. Pero también Jesús aprueba sin
ninguna
condición su respuesta «sabia».
No encuentra nada que replicar.
En definitiva, las palabras puestas en boca de Jesús y las puestas en boca del
escriba
podrían incluso intercambiarse y no cambiaría nada. Forman parte de una sola
enseñanza.
Así debería ser con todo auténtico discípulo. A propósito ¿dónde estaban los
discípulos?
CONFRONTACIONES
Dios no se atiene a la ley
Como en el antiguo testamento y en la enseñanza judía, Jesús entiende el amor
como un
querer y piensa en todas las pequeñas cosas cotidianas en el que este se
expresa. Lo que
da a estas proposiciones la fuerza que arranca todo legalismo es sólo el obrar
de Jesús
que como era ya evidente en 2, 1-3, 6, llamaba a los publicanos a la comunión
con Dios y
excluía a los legalistas que, intentando observar todos los posibles
mandamientos
particulares, perdían de vista la voluntad de Dios.
Solamente de esta forma resulta posible la afirmación de san Pablo (Rom 13,
8-10). Es
decir cuando el doble mandamiento es entendido tan radicalmente, como en la vida
y en la
muerte de Jesús, la ley no puede ya ser para el hombre el instrumento con el que
él se las
entiende con Dios y gracias al cual cree poder reivindicar algo de él.
En cambio, él se encuentra ante Dios como uno que no ha llegado a la meta -quien
en el
campo del amor hubiera llegado a la meta, estaría ya fuera del amor-, pero que
no duda
mínimamente de aquel amor que no ha sido jamás realizado, y tiene el consuelo de
saberse
amado por Dios y vivir la realidad de ese amor que se acrecienta cada vez más
(E.
Schweizer, o. c.).
La nueva posibilidad
La novedad evangélica, la buena noticia se da en la exclamación final de Jesús.
Tiene su
correspondencia en las sentencias en las que Jesús saluda el tiempo nuevo, la
nueva
situación inaugurada por su presencia y acción personal: el reino de Dios está
cercano (Mc
1, 15). En el encuentro con Jesús el escriba no ha encontrado simplemente la
confirmación
autorizada de las instituciones morales a las que su formación escatológica y
religiosa lo
había ya preparado, sino que ha hecho la experiencia de la cercanía de Dios, del
reino
cercano, de la justicia de Dios.
Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos no es ya sólo una
nueva
síntesis moral, el mandamiento más importante o el principio ético de grado
superior, sino
que es la nueva posibilidad ofrecida al hombre aquí y ahora en el encuentro con
aquel que
hace visible y accesible el amor de Dios. En Jesús amar a Dios y al prójimo es
un don, un
dinamismo inmenso en el que se abre a la fe (R. Fabris, o. c.).
El camino para llegar al prójimo A-H/CAMINO A-H/A-DEO:
¿Qué puede hacer el hombre sino inclinarse ante este Señor y obedecerle? Esto
precisamente significa: «Ama al Señor tu Dios». Nuestro amor hacia Dios consiste
en
sacrificar nuestra voluntad y esto se puede mandar hacer. En vez de decir: «Ama
a Dios»,
Jesús podría también haber dicho: «Sométete a Dios, obedécelo».
Esta interpretación permite captar el nexo entre el primer y segundo
mandamiento: sólo el
amor de Dios hace posible el amor al prójimo. Sólo el hombre que ha renunciado a
su «yo»
ante Dios, es capaz de encontrar el «tú», es decir al hermano. Sólo amando a
Dios se abre
una brecha hacia el torrente del amor, que de otra forma desembocaría de nuevo
en propio
egoísmo. No hay ningún camino para llegar al prójimo, sino pasando a través de
Dios.
Según Jesús, cualquier forma puramente humana de amor al prójimo, por muy bella
que
pueda ser. es ilusión...
...De esta forma el primer mandamiento determina el segundo y le confiere fuerza
y
contenido. Naturalmente que no se debe decir que el amor al prójimo sea idéntico
al amor
de Dios. Una cosa es amar a Dios y otra amar al prójimo. Pero el amor a Dios se
manifiesta
en el amor al prójimo: no existe una abstracta fruitio Dei, un amor a Dios que
se pueda
manifestar en una esfera especial, fuera de la relación concreta con los
hombres. Ni yo
puedo explicar el amor al prójimo como una obra buena, para mostrar mi amor a
Dios, como
si el segundo mandamiento fuese en relación al primero, el medio para llegar al
fin. Más
bien, mientras amo a Dios, yo amo al mismo tiempo también al prójimo. Estos dos
mandamientos se convierten por tanto en un único, doble mandamiento.
Sin duda Jesús con las palabras dirigidas al escriba ha dicho todo lo que se
puede decir
sobre la vida cristiana: todo está en orden si amamos a Dios y al prójimo como a
nosotros
mismos.
Ciertamente, debemos aprender que sólo a través de la cruz y de la resurrección
de
Jesucristo llegaremos a la experiencia personal del amor a Dios y al prójimo,
que nos hará
amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu, y nos
hará dar a
nuestro prójimo todo lo que el hombre por su naturaleza esta dispuesto a darse a
sí mismo
(G. Dehn, o. c.).
Un don del espíritu
La primera cualidad del amor, según la Escritura, es la de ser un carisma, un
don del
espíritu que proviene sólo de Dios y que en él sólo tiene su origen: no es una
posibilidad
del hombre, una actitud que puede realizarse a partir del corazón humano. Se da
demasiado por descontado que el hombre sepa amar con amor verdadero, que tenga
en sí
esta capacidad y la pueda ejercitar en nombre de su buena voluntad, según
cánones
naturales.
En cambio, el amor-agape, carisma de los carismas (I Cor 13) pertenece sólo a
Dios y
sólo puede descender de él sobre todas las cosas y todos los hombres. El amor
está fuera
de lo humano, de lo terrestre, es iniciativa de Dios y ha encontrado su epifanía
en ese
inclinarse hacia el hombre por parte de Dios, desde la llamada de Abraham hasta
el envío
al mundo de su hijo, el amado. Nosotros sabemos qué es el amor sólo porque hemos
visto
en él «que tanto ha amado al mundo que nos dio el unigénito» (Jn 3, 16 y cf. I
Jn 4, 9 s).
Solamente si conocemos este amor, si en la fe hacemos la experiencia pasiva, si
nos
sentimos amados por Dios, podemos responder y amar a Dios con todo el corazón,
con
toda la mente, con todas las fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos.
No es cierto que el amor a los hermanos es de por sí amor a Dios: puede también
conducirnos al ágape si Dios nos llama a través de él, puede ser una condición
para tener
en el corazón un punto accesible a la gracia, pero es siempre el amor de Dios el
que está
primero y el que va más allá de nuestros corazones...
...EI cristiano debe amar al hermano porque este amor lo ha recibido de Dios y
haciendo
así testimonia en él la presencia del amor. «No soy yo ya el que amo, sino que
es Cristo
quien ama en mí», podría decir el cristiano parafraseando a Pablo (cf. Gál 2,
20). No
leemos en las Escrituras que amando nos convertimos en hijos de Dios, sino que
puede
amar quien ha nacido de Dios, porque la vida de Dios está en él: es decir su
cualidad de
hijo de Dios se manifiesta en el hecho de que ama y es la causa que precede y
determina
este efecto.
La provocación del amor de Dios no puede acabarse, el cristianismo no puede
agotarse
en humanismo: si nuestra fe no es relación con quien es otro, si no requiere ya
la
intervención del don, del carisma por excelencia, el amor descendiente, el
ágape, si no nos
mueve ya a responder con el amor hacia el Señor viviente, entonces esta es
reducida a
religión del diálogo del hombre consigo mismo (E. Bianchl, o. c.).
....................
1. Podía ocurrir por ejemplo que se
colocase al mismo nivel la prohibición de coger nidos (Dt 22. 6-7) con el
mandamiento de honrar padre y madre.
2. Nos queda la duda, sin embargo. de que este texto, tal como nos ha llegados
haya sufrido retoques bajo la
influencia cristiana.
3. En Lc -que coloca el episodio en un contexto totalmente distinto- es un
doctor de la ley, quien hace esta
unión, lo cual hace sospechar que ya en el judaísmo se habría establecido la
misma conexión entre amor a
Dios y amor al prójimo Sin embargo, algún estudioso supone que Lc había puesto
la respuesta en boca del
escriba para preparar la parábola del samaritano. Es decir, el escriba conoce ya
la importancia fundamental
del mandamiento relativo al prójimo, pero no sabe exactamente quién es el
prójimo. A mí. modestamente me
parece que incluso invirtiendo las partes, la parábola y la pregunta que la ha
originado estarían plenamente
justificadas incluso desde un punto de vista literario, además de lógico.
4. El Shema comprende Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Núm. 15, 37-41.
5. Hay que notar cómo el escriba evita nombrar expresamente a Dios.
6. Según la tradición rabínica como subraya V. Tavior habría sido lógico esperar
que el doctor hubiera puesto
sencillamente en el mismo lugar amor y culto. En cambio va mas allá afirmando:
«vale mas».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 275-286)
2-21 - EL MESÍAS, HIJO DE DAVID
DENUNCIA CONTRA LOS LETRADOS
Mc/12/35-40
Mt/22/41-46 Mt/23/01-36
Lc/20/41-47
J/HIJO-DE-DAVID
Las contradicciones de los expertos
Y, como «nadie se atrevió a hacerle más preguntas» (12, 34), por eso Jesús mismo
es
quien pregunta. Se diría que pasa al contraataque.
Se divierte poniendo en apuros a los letrados precisamente en ese terreno de la
Escritura
en el que ellos se sentían a sus anchas, más aún del que sacaban motivos de
prestigio y
superioridad sobre los demás.
Jesús les hace notar a estos expertos una clara contradicción.
En efecto, sostienen que el Mesías debe ser un descendiente de David (según la
profecía
de Natán relatada en 2 Sam 7, 8 s).
Ahora bien él contrapone a esta tradición, el pasaje de un salmo de carácter
mesiánico
(110, 1) que conocian bien y que, por tanto, no era ni necesario citarlo
íntegro, como hace
el evangelista1.
La argumentación es sencilla. Desde el momento que David, inspirado -movido por
el
Espíritu Santo2- designa al Mesías como «mi Señor» -en hebreo Adonai, en arameo
Marana, en griego Kyrios- ¿cómo puede ser este hijo suyo?
En este pasaje, de hecho Dios -él es el Señor-, dice al Señor del salmista, es
decir al
Mesías, «siéntate a mi derecha»3. Es más bien insólito que un padre llame «mi
señor» a su
hijo...
Es una clásica cuestión haggadica en la que se discute una contradicción entre
dos
pasajes de la Escritura (aquí, el segundo, -2 Sam 7, 10 s- no se cita porque se
suponía muy
conocido.
Pablo resolverá la cuestión que los letrados no supieron responder: «...se
refiere a su Hijo
que, por línea carnal, nació de la estirpe de David y, por línea de Espíritu
santificador, fue
constituido Hijo de Dios en plena fuerza por su resurrección de la muerte:
Jesucristo Señor
nuestro» (Rom 1, 3-4).
Ciertamente aquí no aparece el título Hijo de Dios. Pero la cuestión lleva a él.
Jesús no desconoce que desciende de David -ha aceptado el título de «hijo de
David» del
ciego Bartimeo-, pero deja intuir que la historia no es sólo cuestión de
genealogía humana, y
ni siquiera una historia de poder y de esplendor terrestre.
Una vez más desmiente la espera mesiánica en clave política (un Mesías rey y
liberador).
La opinión de los letrados sobre la descendencia del Mesías de David no es
falsa. Es
incompleta. «Estos hombres sólo ven una parte de la esperanza mesiánica, que
para ellos
es nacional y política, por lo que el rey que viene no será sino una figura
principesca
mediante la cual su pueblo debe convertirse en poderoso» (G. Dehn).
En conclusión: Jesús no niega que es hijo de David; pero deja entender que no
sólo es
esto.
«Su figura no es la de un simple regente terreno, político, pues le ha sido
conferido el
reino celeste y eterno de Dios» (E. Schweizer).
Sin duda no habla explícitamente de su propia persona. Pero, en el fondo,
plantea el
interrogante decisivo, que es el de todo el evangelio de Mc, relativo al
misterio de su
persona.
La iglesia primitiva, por supuesto, no dejará de utilizar este pasaje en la
polémica contra
los ambientes judíos4, para demostrar que en Jesús se habían cumplido,
sustancialmente,
todas las esperanzas, esperas y promesas del antiguo testamento. Aunque las
hubiera
cumplido de forma diversa, transcediéndolas.
El Salmo 110 se convertirá en un texto fundamental de la cristología de la
iglesia primitiva
y ocupará un puesto de privilegio en la liturgia.
La expresión «sentarse a la derecha de Dios» será referida a la entronización
solemne de
Jesús junto a Dios después de la resurrección.
Requisitoria contra los letrados
Inesperadamente Jesús se enfrenta a los letrados. Atacados poco antes en el
plano
doctrinal, ahora también lo son en el plano de la vida.
En lugar del «¡ay de vosotros!» de (Lc 11, 43), aquí está la expresión
«¡cuidado!», una
advertencia dirigida a la gente y naturalmente a la comunidad de los discípulos.
Ya ha roto de manera definitiva con los «jefes», con la clase dirigente, ya no
discute con
ellos, les considera irrecuperables, dada su cerrazón preconcebida.
Sólo le interesa poner en guardia a la gente común. De esta forma aparece una de
las
constantes del evangelio de Mc: el pueblo en malas manos. La culpa es
esencialmente de
sus guías.
Las acusaciones dirigidas a los letrados -reducidas en comparación de los otros
sinópticos- se pueden resumir en estos defectos:
-vanidad,
-hipocresía,
-avaricia.
La documentación aportada es sólo un ejemplo.
Para la vanidad se cita el pasear pomposamente enfundados en sus amplios ropajes
de
lana amarilla o violeta (el tallit, manto), el complacerse en las reverencias y
saludos por
parte de la gente, el acaparamiento de los puestos de honor en los banquetes y
en las
asambleas litúrgicas.
En este punto es importante resaltar cómo la denuncia de Jesús es confirmada
también
por las fuentes judías. J. Jeremías cita este pasaje en donde se subraya el
prestigio de que
gozaba -y no hacía nada por ocultarlo- el escriba por parte del hombre
corriente: «Lo vemos
levantarse respetuosamente al paso de un escriba; sólo estaban excusados de
hacerlo los
obreros durante su trabajo. Lo oímos saludar solícitamente al escriba,
llamándole "rabí",
"padre", "maestro", cuando éste pasa ante él con su túnica de escriba, que tenía
forma de
manto que caía hasta los pies y estaba adornada de largas franjas. Cuando los
notables de
Jerusalén dan una comida, es un ornato de la fiesta ver aparecer, por ejemplo,
dos alumnos
y futuros doctores como Eliezer ben Hirkanos y Yoshúa ben Jananya. Los primeros
puestos
están reservados a los escribas y el rabí precede en honor al hombre de edad,
incluso a
sus padres. En la sinagoga ocupaba también el puesto de honor; se sentaba de
espaldas al
armario de la torá, mirando a los asistentes y a la vista de todos».
Para completar la escena hemos de figurarnos visiblemente la forma de saludo
entre los
orientales. Se hacía una inclinación muy profunda, mientras la mano derecha
describía una
curva aún más baja casi hasta llegar al suelo. Después el personaje de mayor
dignidad
dejaba que el otro le besase en las mejillas con gran efusión.
La hipocresía consiste sobre todo en una devoción ostentosa, basada en la
cantidad y
largura de las oraciones, hecha como espectáculo para lograr la admiración y
estima,
especialmente de las mujeres.
Que su religiosidad sea falsa aparece de forma particular en la tercera
acusación:
avaricia. En vez de ayudar a los pobres, a los pequeños, a los indefensos, no
dudan en
explotarlos descaradamente, aprovechándose incluso de su hospitalidad.
Los letrados, no olvidemos que eran también expertos en el campo jurídico y
daban
consejos en las distintas cuestiones de orden legal, para las que exigían
«parcelas» no
pequeñas, incluso a los débiles con los que deberían más bien tener comprensión.
Pero quizá aquí sean señalados por algo que va más allá de la, sin duda, odiosa
exigencia de los préstamos.
En otras palabras, se sirven de su prestigio religioso para obtener ventajas
materiales a
costa de los más sencillos. Son parásitos. Y aunque su comportamiento aparezca
externamente irreprochable y lleguen a justificar todo, su máscara de
«legalidad» caerá
ante el severo juicio de Dios.
La conclusión del debate registra sólo el interés de la gente sobre esta
enseñanza.
El pasaje, sin embargo, es bastante importante porque concluye la actividad
pública de
Jesús.
Desde ahora el Maestro, en los discursos, en las comidas de despedida, se
dirigirá
exclusivamente al círculo restringido de sus discípulos.
PROVOCACIONES
1. No sé por qué la cita del salmo 110 me recuerda los años en los que se
cantaba en
latín: «Dixit Dominus Domino meo sede a dextris meis...». Era el primero en las
vísperas del
domingo.
Mi párroco, al «sede», desde su «trono» en el coro hacía una señal y todos nos
sentábamos ruidosamente. Lo que entendía de ese salmo era el «sede» como señal
de
reposo...
No es que los estudiosos se hayan esforzado demasiado en las interpretaciones.
Tienen razón Maillot-Lelièvre que advierten cómo cuando Jesús quiere poner en un
compromiso a los letrados, les pide una interpretación correcta del salmo 110.
Pero ninguno
es capaz de responder.
Desde entonces no se han registrado progresos apreciables. Ciertamente se ha
escrito
mucho, pero hemos quedado en el campo de las hipótesis. Los escribas de hoy,
como los
de ayer, no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre la interpretación de
este salmo.
En el fondo, es una grata satisfacción. Sentarse y comprobar que los llamados
maestros
tienen dificultades, no tienen nada que enseñarnos.
Y acaso ser tocados por la sospecha de que, quizás, continuando con la
repetición de
esas palabras sin entenderlas totalmente -ni siquiera en nuestra lengua-, y
continuando a
rezarlas adorando el misterio que expresan, podemos ayudar a los escribas y
captar
finalmente el significado.
¿O debemos esperar al día en que podamos controlar personalmente -al menos, lo
esperamos- qué hay junto al famoso trono?
2. «La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo» (v. 37).
Una curiosidad insatisfecha. No podemos saber si «disfrutaba escuchándolo»
cuando
hablaba del mesías entronizado a la derecha de Dios, o bien después, cuando les
levanta
la máscara a los escribas.
Parece más probable la segunda hipótesis.
Los gustos son siempre los mismos.
Los sermones más interesantes son siempre los destinados a los demás.
Estamos de acuerdo con el predicador sobre todo cuando los tiros se dirigen a
otra parte.
Los exámenes de conciencia más agradables son los que mandamos hacer
escrupulosamente a nuestro prójimo.
3. Sí, ante esta página, es bastante fácil decir: ¡pobres escribas, qué papel
han hecho,
les ha zurrado! O ¡qué lección, se la han merecido!
Sería injusto, además de hipócrita, por nuestra parte.
Además no hay que generalizar. Más bien... alargar el discurso.
Al menos uno de los escribas, estamos seguros, está fuera de aquella
requisitoria. El no
está lejos del reino.
Una garantía como ésta, en cambio, no la tiene ninguno de nosotros.
Por un escriba que seguramente no importa, pueden existir centenares de millares
de
escribas potenciales que sí que importan, aunque no se den cuenta (y es un
agravante,
bien entendido).
4. Más que a los escribas, las acusaciones de Jesús se refieren a una especie de
deformación profesional que consiste en utilizar la propia posición religiosa
para «hacerse
valer».
Jesús, para su propia comunidad, ha enseñado el comportamiento opuesto:
-hacerse los últimos y siervos de todos (en vez de reivindicar honores y
privilegios y
reconocimientos por parte de los hombres);
-tener fe y perdonar (en vez de complacerse en grandes oraciones con el fin de
«hacerse
notar»);
-acoger a los pequeños e indefensos (en vez de oprimirlos y explotarlos).
Quede claro que el discípulo no es lo contrario del escriba. Debemos guardarnos
de
estas burdas simplificaciones.
Es, en cambio, el exacto contrario del «notable» (tanto en el plano humano como
religioso).
El discípulo es uno que no se da importancia, que no tiene posiciones que
defender
(también porque está siempre en camino).
Es un «pequeño» que busca a Dios y a los propios hermanos.
CONFRONTACIONES
El Señor resucitado nos permite comprender al Jesús histórico
La concepción completa de Jesús como hijo de David y, por tanto, su origen de la
estirpe
davídica y su entronización como «Señor y Mesías» (Hech 2, 38), corresponde tan
plenamente a la primitiva cristología de la iglesia naciente, que se la puede
considerar
igualmente en el origen de esta perícopa.
Incluso adoptando una visión crítica de este género, no se niega con ella que
tal
concepción no tenga el propio fundamento en la actividad terrestre de Jesús.
Algo parecido podría decirse respecto de los numerosos títulos de Cristo en los
evangelios: Jesús no los usó jamás como fueron más tarde empleados, prefiriendo
manifestar su derecho de forma velada e indirecta.
Fue después de la resurrección cuando la comunidad cristiana tomó conciencia
clara de
la pretensión de Jesús, traduciéndola en palabras que, para instrucción de los
fieles, fueron
atribuidas a él mismo.
La forma elegida por los evangelistas que, al presentar la actitud de Jesús se
proponían
dar a la fe una interpretación, no contiene nada de ilícito o de poco auténtico.
A causa de su fe en la resurrección y en la glorificación de Jesús, la iglesia
naciente se
encontró ante el problema de cómo conciliar la esperanza mesiánica del judaísmo
con los
hechos de la vida del Señor y cómo hacer plausible a la mentalidad judía el
acontecimiento
pascual ya fijado en su credo.
También para la iglesia el antiguo testamento representaba una palabra inspirada
por
Dios y ella descubría su verdad a la luz de su realización.
Una confirmación clara de que Jesús mismo proclamó el propio derecho mesiánico,
aunque no en el sentido de la espera judía relativa al hijo de David, se da en
la escena que
se desarrolla ante el sanedrín (Mc 14, 61 s), ya que fue precisamente en base a
esta
pretensión de ser el mesías -entendida a medias o malentendida por los judíos-
por lo que
Jesús fue entregado a los romanos y ajusticiado por ellos como rey-mesias
político.
Sin embargo, en la fórmula con la que Jesús proclama ante el sanedrín que es el
mesías
(14, 62), una vez más la interpretación de la iglesia primitiva es reconocible
por el hecho de
que en este pasaje se encuentra la combinación singular de Daniel 7, 13 con el
mismo
versículo del salmo 110, 1.
Así por todas partes se encuentra un fundamento sacado de la vida y de la
palabra de
Jesús y, al mismo tiempo, una interpretación dogmática realizada por la primera
comunidad
a la luz de las sagradas Escrituras. A este fenómeno importante para la
reflexión sobre la fe
le da un relieve particular la cuestión central, desde el punto de vista
cristológico, del hijo
de David.
El Jesús histórico resulta, por tanto, comprensible sólo partiendo del Señor
resucitado (R.
Schnackenburg, o. c.).
.........................
1. En todo caso entre los estudiosos se
discute si el salmo ha sido interpretado siempre en sentido mesiánico.
Coppens afirma que «nos encontramos ante una de esas formas inferiores de la
espera mesiánica en
donde la descripción de un David histórico cambia algunos rasgos y colores de la
esperanza escatológica».
Y ciertamente los rabinos a partir sobre todo del siglo I d.C.. han rechazado la
interpretación mesiánica de
este salmo, refiriéndolo a Abrahán o al rey Ezequías. «Esto sucedió, sin
embargo, porque se quería sustraer
a los cristianos uno de los pasajes de la Escritura más significativos para la
dignidad del Mesías» (J.
Schmid).
2. Jesús se adapta a la mentalidad de sus contemporáneos que atribuye a David la
composición del salterio.
Es difícil, sin embargo, datar el salmo 110. Alguno dice que ha sido compuesto
al menos 800 años después
de David (en tiempos de los Macabeos). Algún otro sostiene, en cambio, que es
antiquísimo.
3. Sentarse a la derecha es una expresión que indica la entronización del Mesías
junto a Dios en señal de
honor y poder. El puesto de la derecha es también el puesto de la acción. En la
Biblia, excepto en la
parábola de las ovejas y los cabritos, Dios no tiene izquierda...
4. Muchos intérpretes retienen que todo el pasaje no se remonta directamente a
Jesús, sino que es una
construcción de la comunidad primitiva que quería expresar así la propia fe en
Jesús. Hijo de David según la
carne, pero también Hijo de Dios. Pero sin excluir que la iglesia primitiva haya
releído e interpretado de ese
modo un dicho aislado de Jesús, resulta difícil demostrar que todo sea
construcción de una comunidad que,
entre otras cosas, no habría tenido ningún motivo para utilizar un título
superado como el de «Hijo de David».
R. Fabris sintetiza así su propio pensamiento: «La argumentación evangélica es
demasiado arcaica para
ser atribuida a la comunidad: pero es también lo bastante "cristiana'' para
fundar la fe explícita sucesiva de la
comunidad en Jesús Señor e Hijo de Dios».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 287-294)
........................................................................
LA CALDERILLA DE LA VIUDA
Mc/12/41-44
Lc/21/01-04
VIUDA/OFRENDA
Finalmente llegan los frutos
La escena -que se enlaza con el pasaje anterior por el término «viuda»- está
construida
cuidadosamente desde un punto de vista literario. Tres cuadros introducidos por
estos
verbos: «se sentó... y observaba», «se acercó una pobre viuda y echó», «llamando
a sus
discípulos les dijo...».
Observación, acción, lección. O bien: ver, leer, comprender.
El punto de partida, quizá, esté formado por el contraste entre la avaricia de
los letrados y
la conmovedora generosidad de este mujer.
Hay más: a la cerrazón altiva de los grandes, de los sabios, se contrapone la
disponibilidad de la gente sencilla, hacia la que Jesús no esconde la propia
simpatía.
Pero hay que ir más allá. Hasta el episodio de la purificación del templo. Los
frutos que
Jesús ha buscado inútilmente al principio, son traídos ahora por esta pobre
viuda.
La escena se desarrolla en el patio de las mujeres. Alrededor del muro había
colocados
trece cepillos en forma de embudo al revés -el cuello arriba, anchos abajo, a
causa de los
ladrones-, llamados «trompas». Parece que eran trece en relación a los distintos
destinos
de las ofrendas.
Mc utiliza el término «gazofilacio» o tesoro. Pero con este término se entendía
comúnmente el complejo de edificios en donde eran guardados los objetos
preciosos del
templo. Aquí se trata más bien del korbana, ofrendas.
Parece que el oferente debía declarar al sacerdote la entidad de su contribución
para el
culto o para otra cosa. En tal caso, el observador -aquí Jesús- tenía una doble
posibilidad:
ver y oír.
La mujer mete dos de las monedas más pequeñas que estaban en circulación,
correspondientes a un cuadrante, es decir un cuarto de as romano. Una cosa
irrisoria. Unas
pocas pesetas.
El motivo por el que esta mujer, a pesar de las apariencias, ha sido más
generosa que
todos es señalada por Jesús: los otros han dado de lo que les sobraba. La viuda,
en
cambio, ha echado de lo que le hace falta, de su miseria, de lo estrictamente
necesario
para vivir. «Ex indigentia», o «de penuria», decían las traducciones latinas.
En los ambientes judíos circulaba la historia de una pobre que había sido
recriminada por
el sacerdote por la ofrenda de un puñado de harina. Durante la noche, el
encargado del
templo, había recibido en sueños esta advertencia de Dios: «No la despreciéis:
es como si
ofreciese la propia vida».
La escena descrita tan vivamente por Mc tiene, sin embargo, todo el aire de
haber sido
captada de la realidad.
Y la enseñanza de Jesús adquiere un relieve especial porque está colocada al
final de
las disputas.
Comenta agudamente R. Fabris: «Con esta sentencia sobre el valor de la ofrenda,
termina la actividad y la enseñanza de Jesús en el templo. Había comenzado
atacando el
mercado y el tráfico que se desarrollaban bajo la tutela de los sacerdotes,
había
desaprobado la seguridad y la jactancia de los círculos dirigentes de Jerusalén
que tenían
en el templo el símbolo de su prestigio, escribas y saduceos, y ahora concluye
exaltando el
auténtico valor religioso del gesto de la pobre mujer. El lugar del encuentro
con Dios no
pasa a través del poder cultual o institucional, sino a través del corazón
pobre, es decir
totalmente disponible y abierto a Dios».
Y E. Schweizer: «La pequeña narración exalta por tanto ese sacrificio
silencioso,
completo y natural, que no transforma en historia su acto, pero en el que el
hombre deja de
modo muy concreto todas las seguridades para abandonarse enteramente a la
misericordia
de Dios. Esta es, por tanto, una conclusión adaptada a la actividad pública de
Jesús».
De todas formas, Jesús concluye de manera sorprendente las disputas. Hace
exégesis,
no de un pasaje discutido de la Escritura, sino de un gesto claro e inequívoco
de una
desconocida.
Hace la suma de todos los doctos debates y parece que las cuentas salen gracias
a
estos cuartos echados por una pobre mujer en el tesoro del templo.
PROVOCACIONES
1. Aquellas dos monedas que caen en el recipiente de las ofrendas, quizá tengan
un
sabor, o un perfume, o bien en el momento en que tocan el fondo de la cesta,
tengan una
musicalidad. O quizá todas estas cosas juntas. Sea como fuere, algo bello,
limpio y
pacificador.
No me importa que se diga que todo esto es poesía.
También Jesús al acabar aquel día estaba cansado de tanta teología. Y se ha
permitido
una pausa poética. Ha demostrado que le gusta esta música.
2. Es curioso que los cepillos fuesen llamados «trompas». Quizá no sólo por su
forma.
La limosna de mucha gente tiene necesidad de trompas, no puede ser de otra
manera.
En algunos casos no habría «ofrendas» si no se asegura una adecuada publicidad.
Esta mujer, en cambio, no quería hacer ruido. Se ha acercado dudosa a la
«trompa». Y
ha susurrado con un sentido de vergüenza el monto de la suma. Una cifra
ridícula, claro,
miserable como ella. El sacerdote debe haber sonreído de compasión. El templo
tiene
necesidad de otras cosas, con todos los gastos que hay que hacer.
Pero allí cerca había alguien que observaba y registraba el gesto
insignificante, el rumor
imperceptible -la música- de las dos monedas que caen sobre las grandes monedas
de
plata.
Y esta mujer ha entrado para siempre en el evangelio, es decir «en el libro de
los
pequeños, de los desconocidos, de los innominados que son los grandes ante Dios»
(G.
Dehn).
3. Las monedas pequeñas (lepta) eran dos. Y los comentadores no dejan de
resaltar el
detalle, explicando que la viuda podía muy bien haberse quedado con una.
Si hubiese pedido consejo a algún director «prudente», probablemente habría
escuchado
que no hay que exagerar, que basta la intención. Por fortuna la mujer no se ha
dirigido a
ningún maestro. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie.
4. Vuelven a escena los discípulos. Hay algo que aprender.
El pequeño episodio es un capítulo importante del método pedagógico de Jesús.
Que
invita a los discípulos a observar. Y sobre todo a observar en profundidad, sin
dar
valoraciones superficiales de hechos y personas.
Al discípulo de Jesús sabemos que se le propone la lógica de «ir más allá». Más
allá de
la mentalidad y del sentido común corriente.
Pero esta lógica tiene como punto de partida la capacidad de «mirar más allá».
Más allá
de las apariencias.
5. La pobre ha dado «más» que todos. Sin embargo «muchos echaban en cantidad».
Mientras ella ha echado casi nada.
En la especial contabilidad de Jesús, las cifras son importantes no por su
consistencia,
sino por su proveniencia.
No se trata de cantidad, sino de valor.
Los que han dado mucho, en realidad han dado «menos», porque han dado la oferta
de
lo superfluo, de lo que tenían en abundancia.
La viuda ha dado de «más», porque ha dado la oferta de lo que la faltaba.
La diferencia sólo es notada por Jesús.
Para dar de lo que se tiene, todos son capaces.
Pero dar de lo que no se tiene es una características de los «pequeños», a los
que Jesús
ama con predilección.
6. Esta viuda ha tenido, además, el honor de «cerrar» las controversias
planteadas por
los doctos. La lección final le ha sido confiada a ella.
Esperaríamos una declaración final de Jesús, una afirmación suya solemne sobre
el
plano doctrinal.
En cambio, el Maestro deja la palabra a esta mujer. La cual, como no sabe
hablar, se
explica con un gesto. Y hay que reconocer que se explica muy bien.
A pesar de tantos profesores a disposición, Jesús nos manda a la escuela de esta
pobre
analfabeta.
Y peor para nosotros si no sabemos aprender.
7. Si todos nuestros debates interminables encontrasen esta conclusión: un gesto
concreto, pequeño si se quiere, pero importantísimo...
Si mientras trajinamos a la búsqueda de soluciones para nuestros embrollados
problemas, fuésemos tocados por el pensamiento de que la solución está en otra
parte...
Si cuando enseñamos a los demás, fuéramos tocados por la sospecha de que tenemos
algo que aprender de los pobres, de los no expertos...
Si el estruendo de nuestras charlas fuese interrumpido, alguna vez, por el
tintineo
provocado por dos monedas de compromiso personal, de donación total...
8. Finalmente alguien ha previsto la reparación de los daños. Aquellos que,
aunque
pocos, fueron provocados por Jesús el día anterior, cuando interrumpió el
mercado del
templo.
La deuda está saldada ahora. Con dos monedas de la viuda.
Más aún, las cuentas dan un saldo favorable al tesoro del templo. Pero quizá los
«administradores» no se dan cuenta de estas cosas. Estos aprenden sólo a contar.
Captar el valor de una acción, de un gesto, es otra cosa.
9. Lo confieso. En el puesto de los discípulos no habría resistido la tentación.
A
escondidas, quizá de noche, habría ido a buscar la higuera seca.
Quién sabe si en el momento en que caían las diminutas monedas en el cepillo, no
habrá
aparecido alguna hoja verde.
CONFRONTACIONES
El loco se queda con el último dinero
El que se pone a la búsqueda de Dios
y vende todo lo que posee
salvo el último dinero
es sin duda un loco.
Es precisamente con el último dinero
con el que se compra a Dios (Proverbio chino).
Aquello a lo que Dios está atento
Dios no se fija tanto en lo que le damos, cuanto en lo que nos reservamos para
nosotros
(San Ambrosio).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 295-299)
2-22 - DISCURSO ESCATOLOGICO
Mc/13/01-37
Mt/24/01-36 Lc/21/05-33
¿Una página incomprensible?
PARUSIA/J-VENIDA J/VENIDA/PARUSIA
Es el más largo discurso contenido en el evangelio de Mc. Y plantea problemas
bastante
arduos.
«El llamado discurso de la parusía, o apocalipsis sinóptica, es uno de los
pasajes más
difíciles y por tanto más controvertidos de toda la tradición sinóptica» (J.
Schmid).
Intentaré desentrañar las distintas interpretaciones que se dan, todas rigurosa
y
sustancialmente divergentes.
No es muy alentador. Nos sentiríamos casi autorizados a saltarlo sin mas.
Sin embargo, hay que intentar al menos una aproximación, con la máxima
delicadeza, en
la esperanza de lograr algo, aunque no de dominarlo.
Antes de nada hay que precisar la composición, seguidamente dar con el género
literario
y después comprender la estructura.
Composición
No estará demás aclarar en seguida que el discurso no ha sido ciertamente
pronunciado
por Jesús tal como nos es presentado.
En efecto, contiene palabras y sentencias bastante distintas como género
-anuncios
proféticos, exhortaciones en clave moral, parábolas, citas bíblicas, referencias
apocalípticas-
y distintas también por su origen.
La mano del evangelista ha tenido un peso notable en la composición del texto.
Mc, ciertamente, ha tenido en cuenta la situación histórica particular en la que
se
encontraba la comunidad cristiana y ha debido responder a sus exigencias
específicas.
Sobre esto, están todos prácticamente de acuerdo. En cambio, saltan las
discusiones
cuando se trata de establecer exactamente en dónde terminan las palabras de
Jesús y
dónde comienza la parte redaccional. Estos límites resultan obviamente muy
inciertos y dan
origen a vivaces discusiones.
Hay quien pretende alargar el campo del discurso del Maestro, y quien -sobre
todo
recientemente- atribuye un espacio preponderante al evangelista (que, según
algunos,
habría incluso utilizado fuentes de los apocalipsis judíos). Si nos adentramos
en este
terreno, no saldremos jamás.
PD/APLICACION: Advierte muy oportunamente R. Schnackenburg: «El lector creyente
que
se dé cuenta de cómo la iglesia primitiva ha interpretado legítimamente la
tradición sobre
Jesús aplicándola a la propia situación actual, no tiene por qué preocuparse.
Los evangelios
arrancan de la predicación de los apóstoles y tienen el objetivo según su
intención, de
continuarla. La iglesia naciente garantiza la fidelidad a la palabra de Jesús al
aplicar el
mensaje a su propia época. La palabra de Jesús, en cuanto profética asume sus
funciones
únicamente en la medida en que es aplicable a cada momento incluso a un
determinado
círculo de oyentes. Con todo esto se quiere sobre todo afirmar que no
debemos ni podemos congelar las representaciones contenidas en el discurso
escatológico
en la cosmología y en la situación histórica de entonces, si queremos comprender
el
mensaje de Jesús en referencia a nuestra época y a nuestra manera de pensar».
Además, hay que reconocer que los aspectos contradictorios del discurso son
muchos.
Parece que esté reservado a pocos privilegiados, se diría «iniciados» -los
cuatro
apóstoles que interrogan a Jesús «aparte»- pero al final se declara solemnemente
que
todos son los destinatarios («y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos»
[v. 37]).
Están los acontecimientos del año 70 -destrucción de Jerusalén y profanación del
templo-
mezclados con otros elementos «catastróficos» referidos al fin de los tiempos.
Según ciertas frases, parece que la venida del Señor sea inminente, está ya a
las
puertas, pero después nos encontramos con expresiones que la alejan
notablemente.
No debemos impresionarnos, no digo escandalizarnos, ante semejantes antinomias.
Más
bien, hay que precisar el género literario empleado.
Género literario ESCA/QUE-ES APOCALIPTICA/QUE-ES
Es el escatológico-apocalíptico. Son dos cosas distintas, aunque tienen algunos
puntos
en común.
La escatología propone un discurso sobre las realidades últimas, definitivas.
El término apocalipsis se deriva de un verbo griego (apokalyptein) que significa
«quitar el
velo», «remover el velo». En sustancia, se trata de una re-velación.
Tanto en la escatología como en la apocalíptica la mirada se dirige a realidades
que van
más allá de la historia, aunque estén contenidas en cierto sentido en el
presente.
«La escatología bíblica es un discurso sobre la historia, un modo de leerla y de
asumirla»
(B. Maggioni).
TIEMPO/GRIEGO-BIBLICO: Para el griego el tiempo tiene un carácter cíclico:
parece
que los siglos y los años dan vueltas en círculo, trayendo irremediablemente los
mismos
acontecimientos. Por lo cual no hay que esperar nada sustancialmente nuevo.
El hombre de la Biblia, en cambio, considera la historia como una trayectoria
horizontal, el
tiempo tiene un desarrollo lineal, la historia camina, progresa, bajo la guía de
Dios, hacia un
término muy concreto. Por lo que no se repite jamás del mismo modo, sino que
está abierta
a la novedad, a lo inesperado, a la esperanza.
La historia, por así decir, tiene dos protagonistas: Dios y el hombre. «Esta es
conducida
hacia una salvación definitiva; la historia está recorrida por un juicio (no
toda elección
conduce a la salvación, sino sólo las que se realizan obedeciendo el plan de
Dios)» (B.
Maggioni).
«El profeta interviene en esta historia en nombre de Dios. Su misión consiste en
hacer
vivir plenamente a sus contemporáneos en el presente, revelándoles cómo se
desarrolla el
plan de Dios.
La palabra de Dios que él proclama está antes de nada unida a las circunstancias
presentes. Ciertamente, también se interesa por el futuro, pero en cuanto
confiere un
sentido al presente, en cuanto sostiene la esperanza de los oyentes recordando
la meta de
su camino, el "día" en el que Dios establecerá definitivamente el propio reino
en el mundo.
Pero este día permanece escondido, un "velo" esconde el fin de la historia a los
ojos
humanos» (E. Charpentier).
Existen, sin embargo, tiempos de crisis particularmente graves, en los que el
profeta
advierte que sus palabras no bastan para alentar la esperanza del pueblo,
conmovido por
tribulaciones y persecuciones, y que tiene necesidad de ser consolado, asegurado
de que
la fidelidad de los buenos no es inútil.
TIEMPOS-FIN: Desde el momento en que los tiempos son particularmente dramáticos
y
parecen contradecir de forma clara con su brutalidad el plan de Dios, se
quisiera «ver» el
fin de los tiempos. En otras palabras, se tiende a «quitar el velo» que esconde
el fin. Y esto
es precisamente lo que hace la apocalíptica. La profecía escatológica tiende de
esta forma
a convertirse en apocalipsis.
No es que el autor vea el fin del tiempo con precisión gracias a una visión
especial. Más
que nada «toma carretilla desde el pasado»1 para descifrar el presente, y así
infundir
seguridad a pesar de las conmociones, las contradicciones, apoyándose sobre todo
en un
fundamento sólido: la fidelidad de Dios.
La apocalíptica ha nacido sobre todo en el período siguiente a la experiencia
del exilio y
se ha desarrollado, no sólo a través de los escritos de algunos profetas, sino
en general a
través de toda la literatura judía.
Las diferencias entre apocalipsis y escatología se pueden trazar fácilmente
(gracias a
una cierta familiaridad con los textos, por supuesto).
De esta forma la escatología tiene una visión de la realidad más bien grandiosa,
pero con
una impronta de sobriedad y de sentido de la mesura. «Ningún intento de penetrar
los
secretos de Dios y ninguna concesión a la curiosidad del cuándo y del cómo» (B.
Maggioni).
La apocalíptica, en cambio, es menos discreta, más desenvuelta, casi obsesionada
por el
cómo y el cuándo. En resumen, quiere quitar el velo a toda costa y lo más pronto
posible.
Además subraya casi exclusivamente la acción de Dios, por lo que el hombre queda
reducido a comparsa.
Está veteada de pesimismo sobre la historia presente, que es por tanto relegada,
o
incluso descalificada, en favor del futuro.
La apocalíptica, finalmente, tiene un estilo inconfundible. Utiliza todo un
códice de
imágenes fantásticas. Recurre al lenguaje de los colores, de los números y de
otras
imágenes tradicionales2.
Sobre todo se complace en resaltar los tonos dramáticos, poner en escena
elementos
catastróficos, terroríficos. Además de las imágenes, se tiene la impresión que
recurre a los
rumores: y son espantosos.
En el relato de Mc están presentes, indudablemente, algunos rasgos
«apocalípticos»:
guerras, conmociones, terremotos, carestías, catástrofes cósmicas, el sol y la
luna que se
apagan, los astros que caen; todo ello con características de inmediatez. Pero
no son los
que prevalecen. Forman el marco del cuadro.
Se comprende en seguida que el mensaje central no se puede confundir con estos
elementos -aunque necesarios- de adorno.
Como revela B. Maggioni, Mc parece tomar distancias de una perspectiva
exageradamente apocalíptica. Baste pensar en la insistente exhortación a la
vigilancia, que
es una llamada al compromiso en la historia. Se tiene la impresión de que Mc nos
proyecta
hacia el futuro únicamente para devolvernos al hoy y para que concentremos con
más
fuerza la atención en el presente.
Estructura
El esqueleto del gran discurso puede mostrarse de esta forma:
1. Cuadro introductorio (v. 1-5). Jesús anuncia a los cuatro discípulos la
destrucción del
templo.
2. El discurso de Jesús (5-37) articulado en tres partes:
A) La gran prueba (5-23):
Advertencia general («Cuidado con que nadie os engañe», 5 b)
a) los que extravían (6)
b) las guerras (7-8)
c) persecuciones (9- 13)
b') guerra y sacrilegio devastador (14-20)
a') los que extravían (21-22).
De nuevo la advertencia («Vosotros estad sobre aviso, os he
prevenido de todo» 23).
B) La venida del hijo del hombre (24-27)
a) fenómenos celestes (24-25)
b) El hijo del hombre vendrá (26)
c) Reunirá a los elegidos (27).
C) Información y anuncio (28-37)
a) comparación de la higuera (28-29)
b) dicho sobre el tiempo cierto y cercano (30)
c) dicho de confirmación (31)
b') dicho sobre el tiempo desconocido (32)
a`) parábola del hombre que se va de viaje (33-36).
Conclusión con una llamada a la vigilancia.
Se puede advertir inmediatamente. Las partes A y C del discurso de Jesús tienen
una
forma cíclica característica; por eso lo que se encuentra en medio asume un
relieve
especial.
En la parte A: los que extravían guerras, persecuciones, guerra, los que
extravían. Es
central por tanto la alusión a las persecuciones.
En la parte C: parábola de la higuera, dicho sobre el tiempo cierto y cercano,
dicho de
confirmación, dicho sobre el tiempo desconocido, parábola del hombre que se va
de viaje.
Aquí es central la solemne afirmación: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no
pasarán» (31).
En la parte B se abandona la estructura circular. De hecho toda esta parte es el
centro
del discurso de Jesús. El anuncio de la venida del hijo del hombre es el hecho
por
excelencia, incontestable. No tiene necesidad de otras palabras. Es
significativo a este
respecto que esta parte no contenga advertencias como sucede, en cambio, en las
otras
dos.
Observaciones generales
Podemos hacer algunas observaciones de carácter general.
1. Los versículos 23 («vosotros estad sobre aviso, os he prevenido de todo») y
37 («y lo
que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Estad en vela!») están elegidos
cuidadosamente
para cerrar las dos partes del discurso A y C.
2. No es ciertamente casual que todo el discurso se concluya con la expresión: «Estad
en
vela» (v. 37). Como nota J. Lambrecht, para Mc la exhortación es lo más actual e
importante de toda la información apocalíptica.
3. La apocalíptica, como hemos subrayado, tiende a minimizar la obra del hombre,
que es
reducido a simple espectador, pasivo y asustado, de los acontecimientos que lo
superan y
casi lo destruyen.
Aquí, en cambio, son numerosos los imperativos.
El hombre, por tanto, está llamado a reaccionar, a tomar posiciones. El «juego»
-muy
serio- no se desarrolla sin él. Más aún, él puede influir en su éxito.
Solamente en la venida, los hombres parecen testimonios pasivos del
acontecimiento.
Entonces será el hijo del hombre con sus ángeles quienes actúen.
Los elegidos serán simplemente «reunidos». Pero esto supone que ellos hayan
desempeñado ya su papel.
4. La «gran prueba» (A) tiene en los dos extremos a «los que extravían». Las
persecuciones están incluidas entre las guerras por una parte y la guerra con el
«sacrilegio
devastador» por otra. Un crescendo notable. La colocación central de las
persecuciones
quiere decir, entre otras cosas, que no son sólo una fase de la «gran prueba»,
sino que
duran durante todo este período.
5. Otra palabra característica es «angustia» (thlipsin). La encontramos en los
versículos
19 y 24.
La venida, inesperada y definitiva, se coloca después de la «angustia». Por
tanto, en
cierto sentido, la «angustia» anuncia la venida del hijo del hombre.
6. Algunos versículos parecen indicar una cierta progresión cronológica que
conduce
hacia el término. Pero cuando este parece alcanzado, se nos dice que no, no se
trata de un
término sino de un comienzo. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a
todos los
pueblos» (v. 10).
En ello descubren algunos estudiosos la preocupación marciana de reaccionar
contra la
concepción casi paroxística, en ciertos ambientes, de una inminente parusía.
«Mc afirma que estos acontecimientos no pertenecen aún al fin, sino a la
historia. El
tiempo que vivimos no es el último, sino el penúltimo. Hay un intervalo entre
estos
acontecimientos y la parusía: un intervalo que no se puede calcular» (B.
Maggioni).
A pesar de ello Mc se retarda en el relato de la parusía y de la destrucción de
Jerusalén.
La suya, en definitiva, es una llamada de atención, pero también una condena de
la
impaciencia.
7. Se refiere una indicación cronológica precisa: «Antes que pase esta
generación todo
eso se cumplirá» (v. 30).
¿Cómo se concilia esta seguridad con la otra afirmación según la cual ni
siquiera el Hijo
conoce el día y la hora (v. 32)?
Ya en esta generación y nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo, acerca del
momento.
Tiene todo el aire de una equivocación.
¿O expresa un piadoso deseo?
¿Quizá Mc termine por creer lo que espera?
Probablemente las dos afirmaciones no son contradictorias, sino complementarias.
Son
verdaderas las dos.
Mc no ha dudado en aportar una palabra que ya en su tiempo suscitaba numerosas
perplejidades, porque de hecho había pasado una generación sin que todas
aquellas cosas
hubiesen acontecido.
Tengamos presente también que la frase «esta generación» tiene siempre en labios
de
Jesús un tono de reproche.
El problema queda abierto. Y quizá nos invita a reflexionar que las cosas, en un
cierto
sentido, han sucedido ya, aunque haya sido de forma diversa, menos evidente. El
juicio ha
sido ya dictado. Con su rechazo los contemporáneos de Jesús se han autocondenado.
Respecto a la declaración acerca de la propia ignorancia sobre el día y la hora,
Jesús
quiere sencillamente decir que no ha venido a la tierra para re-velar semejantes
cosas, para
satisfacer la curiosidad sobre ese punto. No es ése el encargo que el Padre le
ha confiado.
Más bien él se remite también a la decisión del Padre.
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha
reservado a su
autoridad» (Hech 1, 7).
Cuadro introductorio
«Al salir... del templo» (v. 1). Jesús desde que llegó a Jerusalén había entrado
y salido
más veces del templo. Ahora sale por última vez. Lo deja definitivamente. La
ruptura está
consumada.
Se puede recordar el episodio descrito por Ezequiel en el que la gloria de Dios
abandona
el umbral del templo en el momento de la deportación a Babilonia (Ez 10, 18).
«Uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué sillares y qué edificios!»
(v. 1).
Los discípulos, más que estar atentos a los gestos pequeños pero significativos,
como el
realizado por la viuda, se dejan aún fácilmente sugestionar por las cosas
relumbrantes.
«Los derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra» (v. 2).
En realidad, en el 70, el templo fue incendiado. Sólo en un segundo momento fue
«demolido».
SEGURIDAD-FALSA: En la profecía, sin embargo, más que la anticipación exacta de
los
acontecimientos previstos en detalle, hay que saber captar el significado
profundo. En este
caso: «Cualquier falsa seguridad del hombre, que se base en sus obras colosales
(incluso
religiosas), es atacada y destruida por el evangelio» (E. Schweizer).
Después de la primera destrucción (586 a. C.) la obra de reconstrucción había
comenzado con el retorno del exilio (520-515). Pero el resultado obtenido estaba
muy lejos
de la magnificencia propia del templo de Salomón.
Herodes sería quien volvería a dar a la construcción toda su magnificencia.
En tiempos de Jesús, aún perduraban los trabajos de embellecimiento y
decoración.
Habían sido ultimados sólo unos diez años antes de los acontecimientos del 70.
Los judíos, a pesar de su visceral antipatía por Herodes y su familia, se
enorgullecían de
la magnificencia y belleza de su templo.
En el Talmud está escrito: «Quien no ha visto ultimado el santuario en todo su
esplendor,
no sabe qué es la suntuosidad de un edificio» (Sukka 51b).
Aún hoy, en el muro de las lamentaciones, es posible ver aquellas enormes
piedras que
parecían destinadas a desafiar el tiempo.
La profecía de Jesús, por tanto, tiene como efecto la turbación profunda de los
oyentes.
«Estando él sentado en el monte de los Olivos» (v. 3).
La actitud de sentarse significa enseñanza. Jesús que sube a la cátedra.
El monte de los Olivos es más alto que la explanada del templo, que se encuentra
de
frente, estando en medio el valle del Cedrón.
La escena, por consiguiente, está construida con una ambientación perfecta.
Este lugar tiene referencias precisas en la tradición bíblica.
En estas pendientes se desarrolló la que viene comúnmente llamada la «pasión de
David» (2 Sam 15, 30 s).
Aquí, en el episodio de Ezequiel citado antes, se ha parado por un instante la
gloria de
Yahvé que había dejado el templo, antes de ir a alcanzar a los exiliados a
Babilonia (11,
23).
Según Zacarías, el Señor cuando venga al juicio final, comparecerá sobre el
monte de
los Olivos (Zac 14, 4).
En este mismo monte Lucas colocará la Ascensión (Hech 1, 12).
Junto con los tres íntimos aparece Andrés, aunque su nombre está separado del de
su
hermano Pedro, como había ya sucedido en la lista de los apóstoles (3, 13-19).
«¿Cuál será la señal de que todo esto está para acabarse?» (v. 4).
La expresión todo esto suena un poco extraña. No se refiere sólo a la
destrucción del
templo, sino también probablemente, a los acontecimientos relativos al fin del
mundo, de
que se habla después. La pregunta, pues, «anticipa» el tema sucesivo.
En la intervención de los cuatro discípulos se puede leer quizá la preocupación
de la
primera comunidad cristiana ante el pulular de fanáticos que, refiriéndose a la
gravedad
inaudita de los acontecimientos que se estaban desarrollando, hacían circular un
cúmulo de
rumores acerca de la inminencia del fin.
Sobre el alcance de la profecía me parece bastante equilibrado el comentario de
R.
Schnackenburg: «Es posible que Mc haya considerado retrospectivamente el hecho
cumplido. En este caso las dificultades y los problemas surgidos dentro de la
comunidad se
explicarían mejor y así se aclararía a qué se refiere la respuesta en el
discurso inserto en
este punto.
La catástrofe de Jerusalén y del templo, que a los contemporáneos aparecía como
un
espantoso castigo de Dios, planteó en la comunidad cristiana la pregunta de si
aquello no
representaba «el comienzo del fin», mientras apocalípticos exaltados sembraban
turbación
entre los fieles. Mc opuso resistencia a tales seducciones, aunque también él
estaba
convencido de que la parusía de Cristo no estaba lejana.
Pero él era consciente de que Jesús no había querido fijar un plazo, sino sólo
exhortar a
sus discípulos a estar preparados con una constante vigilancia.
Ante el suceso histórico, obscuro en su polivalente significación, la fe
escuchará la voz de
Dios que resuena en los acontecimientos transitorios, sin adelantar por ello una
respuesta
unívoca sobre los objetivos que Dios se proponía con ellos.
Por tanto, las posteriores interpretaciones dadas por los cristianos a la
destrucción del
templo, como si con ella el pueblo de Israel hubiera sido repudiado y disperso
por el mundo
para siempre, no están justificadas; más bien éstas resultan peligrosas y
contrarias a la fe
de Cristo: se ha contribuido de esta forma a las espantosas persecuciones
antisemitas que
se han hecho culpables de tantas lágrimas y de tanta sangre derramada
injustamente.
La palabra profética de Jesús hay que considerarla más bien como una llamada a
la
reflexión personal y a una renovada escucha de la voz de Dios, también en los
acontecimientos que nosotros hoy experimentamos»
Por su parte, R. Fabris comenta: «Jesús retomando un tema de la antigua
tradición
profética (Jer 26, 6. 18; Miq 3, 12), anuncia el fin de los tiempos como lugar
de encuentro
entre Dios y su pueblo, como signo de la antigua alianza. La tradición
evangélica retomada
también por Mc, ha conservado otra sentencia de Jesús acerca de la destrucción y
que
será presentada en la acusación del proceso (14, 58) y en los insultos bajo la
cruz (15, 29).
«Con esta afirmación Jesús no sólo anuncia el fin de la institución religiosa
representada
por el templo, sino que promete la fundación de un templo nuevo, obra definitiva
de Dios: la
comunidad de los creyentes».
Los discípulos, sin embargo, piden a Jesús una fecha y una señal de preaviso.
El Maestro como de costumbre rechaza el dar precisiones de este género. Se
limita a
presentar una serie de cuadros, que no hay que «leer» en sentido estrictamente
cronológico porque no tienen el objetivo de seguir el desarrollo exacto de los
acontecimientos. Más que nada son escenas, episodios de diversa naturaleza. Su
objetivo,
si acaso, es el de poner a prueba la fe. No por casualidad cada uno de estos
anuncios está
acompañado de palabras de ánimo.
Jesús no ahorra a los «suyos» la lucha. Y tampoco las sorpresas.
Más que dar indicaciones exactas sobre el desarrollo de la guerra, les arma para
la
guerra.
La gran prueba
Esta parte del discurso se articula así:
-signos premonitorios (5-13)
-acontecimientos en Judea (13-23).
Para ser aún más precisos, nos encontramos con que cada uno de los dos bloques
está
compuesto por algunos elementos descriptivos y termina con advertencias.
Tenemos, por tanto, este esquema:
«Cuidado...» (5-6),
«Cuando oigáis...» (7-13),
«Estad sobre aviso» (21-23).
Los elementos descriptivos están introducidos respectivamente por «cuando
oigáis» y
por «cuando veáis». Las advertencias están fijadas por «cuidado» y por «estad
sobre
aviso». La única diferencia está en el hecho de que las advertencias están
colocadas al
comienzo de los «signos premonitorios», mientras que se encuentran al final de
los
acontecimientos en Judea.
De todas formas, como hemos dicho ya en el esquema presentado al comienzo del
capítulo, la estructura es circular o de inclusión, y por tanto hay una nueva
toma de distintos
elementos (por ejemplo, los que extravían y las guerras).
Los discípulos, en primer lugar, deben ponerse en guardia contra los que
extravían, que
se hacen pasar por mesías. Los podremos definir como «usurpadores del nombre».
SECTAS/FANATISMO FANATISMO/SECTAS: Como recuerda R. Fabris, «la historia
bíblica, junto a la genuina experiencia religiosa y profética, registra un
pulular de fanáticos e
impostores religiosos que, sobre todo en tiempos de crisis, explotan la
emotividad popular».
Flavio Josefo presenta una serie impresionante de estos «seductores», que tenían
cierto
ascendiente sobre el pueblo y lograban conducir las personas de su séquito a
formas
colectivas de exaltación.
El primer pseudo-mesías parece haber sido un cierto Bar-Kockba (132-135) que
logró
hacerse tomar en serio incluso por el prestigioso rabí Akiba.
«Van a venir muchos usando mi título, diciendo "ése soy yo"» (v. 6). Es decir
«usando mi
título» van a decir que son el mesías.
E. Schweizer interpreta: «refiriéndose a mí y a mis palabras». Y subraya el
hecho de que
el evangelista deja entender que también en las comunidades actuaban estos
personajes
ambiguos.
Recordemos además que «yo soy» es una de las fórmulas sagradas del hebraísmo
para
indicar a Dios.
La comunidad es invitada, pues, a adoptar una actitud de extrema vigilancia ante
esos y
a ejercer una lúcida crítica ante las «señales y prodigios» (v. 22) que
eventualmente
podrían exhibir. «El prodigio no es una credencial unívoca. Se puede convertir
en un signo
auténtico sólo cuando es realizado por una genuina praxis de fe» (R. Fabris).
En cuando a las guerras, sorprende la declaración «tiene que suceder» (v. 7). Se
trata
de una fórmula que no hay que entender en sentido fatalista, sino que deriva del
lenguaje
apocalíptico de Daniel (27 28).
Cito de nuevo el comentario de R. Fabris: «No es la justificación de la guerra o
de las
catástrofes cósmicas, sino de una concepción apocalíptica... en la que la
historia es
interpretada como cumplimiento del plan secreto de Dios. Un plan revelado al
autor del
Apocalipsis que tiene sus momentos y su calendario de actuación.
Pero más allá de esta concepción mítica de la historia, hay un juicio religioso
extremadamente serio: la lógica interna de las potencias históricas que se
disputan el
poder, es la autodestrucción por medio de la violencia. Ahora bien, los
creyentes deben
realizar su cometido y encontrar el camino de la liberación en este contexto
conflictivo» .
«Se alzará nación contra nación...» (v. 8). Se puede citar un pasaje del antiguo
testamento que expresa la misma idea.
«Azuzaré egipcios contra egipcios:
peleará uno con su hermano, el otro con su compañero;
ciudad contra ciudad, reino contra reino» (Is 19, 2).
En el pasaje de Mc se habla de guerras cercanas y guerras lejanas. Guerras
locales que
después, poco a poco, asumen proporciones mundiales.
«Esos son los primeros dolores» (v. 8). Alguno traduce dolores como «punzadas».
La
imagen sería la de un parto. Precisamente las guerras destructoras, la violencia
homicida,
las carestías, se convierten, en esta perspectiva, en elemento de dolorosa
fecundidad.
Este es, por tanto, el principio no el fin. No sólo porque la tribulación
inimaginable debe
aún venir (v. 19), sino también porque estos acontecimientos desembocan en un
mundo
nuevo. Y quizá aquí se puede señalar una alusión a la verdadera, gran
«angustia»; la que
soportará Cristo en su pasión y de la que nacerá el mundo nuevo.
Sin embargo, otros autores interpretan la expresión en clave rigurosamente
escatológica.
La vuelta al tema de la guerra se registra desde el versículo 14 al 20.
Aquí aparece el «execrable devastador» (v. 14).
La expresión está en el libro de Daniel (9, 27). Se refiere al hecho sacrílego
del que fue
protagonista Antioco IV Epifanes que en el 168 a.C. había osado erigir dentro
del templo un
altar en honor de Zeus Olímpico.
Se puede quizá colegir una referencia a Calígula obstinado en colocar en el
templo su
propia estatua (40 a.C.). O, según algunos, es una alusión a la destrucción de
Jerusalén,
cuando los soldados romanos alzaron en el Santo de los santos los estandartes de
su
emperador Tito.
Finalmente, alguno ve la figura del Anticristo.
De todas formas, en el centro de las preocupaciones nos parece que no está la
profanación del templo, sino la situación dramática en la que se encuentran los
más
débiles, especialmente las madres obligadas a huir en condiciones precarias, de
emergencia.
«Quien esté en la terraza...» (v. 15) debe bajar por fuerza. Pero debe hacerlo
deprisa, por
la escalera exterior, sin entrar en casa. Algunos estudiosos, en cambio,
interpretan así:
algunas casas tienen las terrazas adosadas a las pendientes de la colina.
Entonces será oportuno descender abajo. Indicando que cualquier incertidumbre y
pérdida de tiempo puede resultar fatal.
Tengamos presente que aquellos «que estén en Judea» (v. 14) se encuentran ya en
una
zona montañosa. Aquí, probablemente son consideradas las montañas como refugio
seguro
y probablemente como lugar en donde se puede organizar la resistencia.
Hay que tener en cuenta además que en Palestina las noches son crudas y por
tanto la
capa sería bastante útil (v. 16).
La alusión al invierno (v. 18) está motivada por las especiales incomodidades
provocadas
por esta estación en la que, entre otras cosas, los ríos llevan el máximo caudal
y dificultan
la huida.
El tema de los elegidos, gracias a los cuales es reducido el tiempo de la
angustia (v. 20)
recuerda el del «pequeño resto» y es clásico en la apocalíptica.
«Vosotros andaos con cuidado» (v. 9). La atención es dirigida a la comunidad,
que debe
afrontar por su parte una prueba terrible.
Los discípulos serán «entregados» como el Maestro, bien a los tribunales
religiosos o
civiles, al poder en todas sus formas (sanedrín, sinagogas, vasallos de la
autoridad
imperial). Basta leer los Hechos de los apóstoles para encontrar una precisa
confirmación
de esta profecía.
Todo esto por causa del evangelio (por causa mía).
Pero tampoco esto es el fin. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a
todos los
pueblos» (v. 10).
«Para Mc la predicación al mundo entero tiene una importancia central; por ello
no puede
faltar en absoluto en una visión del futuro y debe ser insertada aquí, en donde
se habla de
testimonio, también para excluir el equívoco de que un testimonio sea sólo
necesario ante
los tribunales judíos» (E. Schweizer).
El versículo 11 tiene un acento particular de consuelo. Los discípulos no
deberán
preocuparse ante los tribunales. De hecho, tendrán como abogado defensor e
«inspirador»
al Espíritu Santo.
Inmediatamente después los tonos vuelven a ser obscuros.
Delaciones, traiciones dentro de la misma familia4, odio por parte de todos a
causa de
Jesús (v. 12-13).
«Los cristianos, a diferencia de cuanto se dice en la apocalíptica judía, no
pretenden
realizar sólo una supervivencia material, sino que aspiran a la salvación
interior incluso a
costa de su vida» (R. Schnackenburg).
Firmeza y perseverancia, incluso en la fragilidad de la carne, contradistinguen
la actitud
del cristiano en medio del aluvión de persecuciones.
«Pero quien resista hasta el final se salvará» (v. 13). No es otra cosa que una
versión de
la paradoja ya proclamada por Jesús antes: «El que pierda su vida por mí y por
la buena
noticia, la salvará» (Mc 8, 35).
La venida del hijo del hombre
Es, como hemos dicho, el núcleo central en torno al cual gira todo el complejo
discurso
de Jesús.
Los cuatro versículos (24-27) han sido construidos casi totalmente a través de
un sabio
«montaje» de textos del antiguo testamento.
Es la parusía, que significa literalmente, presencia, o bien venida (podemos
decir:
hacerse presente). El término se usa habitualmente para indicar el retorno de
Jesús al final
de los tiempos.
Las indicaciones cronológicas resultan más bien vagas: «en aquellos días...».
Las
intervenciones divinas no son jamás datables.
Sin duda Mc debe haber luchado bastante para resistir a la tentación de recurrir
a su
adverbio preferido «de repente», «inmediatamente» -lo usa 42 veces en su
evangelio- y
limitarse al más impreciso «en aquellos días».
La misma expresión «después de aquella angustia» (v. 24) más que especificar un
tiempo preciso, sirve para poner en evidencia el contraste entre una situación
de opresión,
sufrimiento y angustia y la salvación traída por Dios, su intervención
liberadora.
Mientras todos los acontecimientos precedentes se insertaban en la trama de la
historia,
aquí estamos proyectados decididamente más allá de la historia, situados ante
aquel
acontecimiento decisivo que da significado a la historia.
Las imágenes ambientales empleadas para describir la venida, son las
características de
la tradición profética, en donde la intervención de Dios es siempre señalada por
acontecimientos cósmicos excepcionales.
«Los astros del cielo, las constelaciones, no destellan su luz; se entenebrece
el sol al
salir, la luna no irradia su luz» (Is 13, 10). «El cielo se abarquilla como un
pliego y se
marchitan sus ejércitos...» (Is 34, 4).
Parece que se vuelve atrás, al relato de la creación. Cielos, estrellas, luna,
luz... Pero
esto, en cierto sentido, es lo contrario de la creación. Los astros han
terminado su servicio.
Pueden también apagarse. Ahora la luz viene de otra parte. Los hombres tendrán
posibilidad de «ver» gracias a la luz que emana directamente del hijo del
hombre. No hay
ya posibilidad de engaño. La mentira no tiene ya lugar. Esta es una luz que
elimina
cualquier zona de obscuridad, cualquier posibilidad de duda.
En la aparición del hijo del hombre «sobre las nubes, con gran poder y majestad»
(v. 26),
se puede percibir, en filigrana, la visión de Daniel (7, 13-14). Es evidente el
contraste entre
un contexto de persecución y el cuadro grandioso propuesto (nubes, poder,
gloria,
ángeles).
Hay que advertir que la reunión (v. 27) está limitada a los elegidos, aunque
sean de toda
la tierra. No se alude al juicio que sufrirán los malvados.
REUNIR/DISPERSAR DISPERSAR/REUNIR El término «reunir» merece una precisión.
Es una palabra-clave que en la Biblia no se utiliza jamás en un contexto de
prueba. Más
bien indica el final de la prueba. Cuando se trata de la prueba, de la
tentación, la
palabra-clave es la opuesta a reunir: dispersar. No por nada encontramos el
verbo
«dispersar» en el relato de la pasión (14, 27).
El texto de Mc se aleja de los apocalipsis judíos porque no registra la
descripción del
castigo y de la aniquilación de los enemigos. Será suficiente compararlo con el
texto más o
menos contemporáneo del judaísmo, La asunción de Moisés. En él es descrito un
aspecto de la felicidad de los elegidos, que pueden asistir al espectáculo de la
condena de
los enemigos... ¡Forma parte del premio!
En el discurso de Jesús, toda la atención está dirigida a la comunión ya
definitiva de los
elegidos con su Señor, al que han permanecido fieles en el período de la prueba,
de la gran
tribulación. No interesan los que están fuera (los que se han excluido). La luz
está
concentrada sobre la gran familia de Dios.
J/VICTORIA: Ciertamente el pasaje subraya fuertemente el triunfo del hijo del
hombre.
Un triunfo que, en las actuales circunstancias de la historia, parece puesto en
duda, más
bien incierto e incluso brutalmente desmentido. Ahora el hijo del hombre, y los
que tienen el
coraje de testimoniarlo, es perseguido, llevado ante los tribunales, acusado,
condenado.
Pero, he aquí que de improviso, los papeles se cambian. Y precisamente el hijo
del hombre
derrotado, humillado aparece en un contexto de magnificencia para pronunciar el
juicio
inapelable sobre la historia y sus llamados protagonistas.
«Hay un punto que precisar: el retorno del hijo del hombre en poder y majestad
no
significa en modo alguno que Dios, al final, abandonará el camino del amor para
sustituirlo
por el del poder. Si fuera así, la cruz no sería ya el centro del plan de
salvación y el mismo
comportamiento de Dios daría razón, en definitiva, a los que afirman que el amor
es inútil,
incapaz de conseguir el objetivo: ¡sólo el poder es eficaz! Nada de esto. El
triunfo del hijo
del hombre será el triunfo del crucificado (14, 61-62), la demostración de que
el amor es
poderoso, victorioso» (B. Maggioni).
Información y anuncio,
es decir, el compromiso del cristiano: vigilancia
Es la parte conclusiva del discurso. Jesús saca la suma de cuanto ha dicho,
sobre todo
en relación a la situación y responsabilidad de los discípulos, los de ayer y
los de mañana.
En los extremos tenemos dos comparaciones o parábolas: la higuera (28-29) y el
hombre
que se va de viaje (33-36).
Adentrándose hacia el centro, partiendo de estos dos extremos opuestos, dos
dichos
sobre el tiempo, en apariencia contradictorios: según el primero (v. 30) parece
cercano y
cierto, según el otro (v. 32) es más bien incierto. casi evanescente.
VICIA/CURIOSIDAD En el centro la afirmación solemne: «El cielo y la tierra
pasarán
pero mis palabras no pasarán» (v. 31).
Esta parte está caracterizada por una fuerte llamada a la espera y a la
vigilancia, que
excluyen tanto la impaciencia como el sueño, tanto la «huida hacia adelante»
como el
permanecer prisioneros en el horizonte del presente, tanto el temor como el
relajamiento.
Jesús parece responder sólo ahora a la pregunta inicial de los discípulos (v.
4). Pero
responde según su estilo habitual, desviando en otra dirección los términos de
la cuestión.
El problema no es el «cuándo», sino el hallarse preparados.
No se trata de saber «cómo» sucederán «todas estas cosas», sino «cómo» debe
comportarse el cristiano en la espera.
En cuanto a los signos premonitorios son numerosos, pero imprecisos y confusos
en su
acontecer histórico. El discípulo debe saberlos captar, adivinar a la luz de
Jesús y de su
evangelio.
Los mismos fenómenos de la naturaleza pueden enseñarnos algo.
En Palestina inmediatamente después de la estación de las lluvias, la higuera
echa
brotes y anuncia así el aproximarse del verano.
«Pues lo mismo, cuando veáis vosotros que suceden estas cosas sabed que está
cerca,
a la puerta» (v. 29).
¿Qué cosas? ¿La destrucción de Jerusalén, o las distintas calamidades que se
abaten
sobre los hombres en el curso de los siglos, o los trastornos finales?
Jesús -a través de Mc- deja en suspenso esta cuestión, parece que no quiere, a
sabiendas, precisar este aspecto.
Para el creyente todo es signo, todo es presagio, todo es huella, anuncio del
que viene,
que está ya a la puerta.
El creyente sabe que cada instante es el tiempo favorable, en el que debe tomar
una
decisión, dar una respuesta. En cada acontecimiento del presente se juega su
futuro.
De la contradicción de los versículos 30 y 32 ya hemos hablado.
R. Pesch afirma que «sopesan como sobre una balanza dos logia los cuales se
integran
y se interpretan mutuamente» acentuando y al mismo tiempo corrigiendo los dos
aspectos
complementarios de la realidad: certeza, que no hay que entender sin embargo
como
término definitivo. Esperanza, que no elimina la incertidumbre y el riesgo.
El peor modo de leer esta página me parece que es el de plantear aquí el
problema
-bastante debatido en teología- de la autoconciencia de Jesús, que es del todo
extraño a
ella.
El Maestro no habla de conocimiento, como nosotros entendemos, en relación a su
persona, sino en relación al mensaje que el Padre le ha consignado para
nosotros. Ahora
bien, en este mensaje la fecha permanece secreta.
El cristiano, por tanto, no debe hacer previsiones y cálculos.
VIGILAR/QUE-ES «El "tiempo" que no se puede calcular y que precisamente por esto
se
refiere a cualquier instante del hombre, llama a "vigilar", es decir a tener
hacia la vida una
actitud en la que se esté siempre responsablemente ante el Señor que viene, y no
se
permite que nada nos distraiga de una constante disponibilidad hacia él.
De esta forma el "tiempo" que viene se convierte en el que determina plenamente
el
presente, y le da su tensión, su esperanza, su fin, y por tanto su sentido. Esto
es afirmado
con la imagen de las tareas que son asignadas para el tiempo presente, antes de
la venida
del Señor, mientras que la imagen del vigilar y la referencia a la hora incierta
de su venida
da a esta responsabilidad toda su urgencia: ningún instante es secundario,
porque cada
uno puede ser el de la venida definitiva del Señor; por eso es imposible para la
comunidad
hacer pasar el tiempo en el sueño, como si fuese tiempo vacío, no tiempo ya
lleno de la
futura venida del Señor; como si no se tratase del uso que se hace de él» (E.
Schweizer).
En medio de todas las incertidumbres, Jesús ofrece un terreno sólido sobre el
que la
comunidad puede apoyar los pies, mientras todo parece caerse y destruirse. «El
cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Sorprende la expresión «mis palabras» insólita en el lenguaje de Marcos, que
habla
habitualmente de «enseñanza».
Queda, sin embargo, el acento de un fuerte contraste: entre el cielo y la tierra
que
pasarán y las palabras de Jesús que permanecen.
Se diría incluso que el acento, más que sobre el mundo que acaba, se pone sobre
la
«palabra» que no pasa.
La parábola final es una de las más breves. Más que nada un esbozo de parábola.
Alguno sostiene que está compuesta con elementos traídos de otras parábolas: la
del
ladrón nocturno y la de los talentos (o de las minas).
Un estudioso, llega a lanzar la hipótesis de que Mc ha juntado cuatro parábolas
diversas.
¡Un verdadero récord de síntesis elaborada en tres versículos!
No es una parábola fácil. No se está de acuerdo ni siquiera en el título de la
misma.
Alguno la llama «la parábola del portero». J. Dupont la titula «la parábola del
amo que
vuelve durante la noche». Y el prestigioso, gran estudioso, debe haber recibido
informaciones «reservadísimas» sobre esta llegada nocturna, desde el momento que
el
texto de Mc no excluye la hipótesis de la mañana...
Justamente J. Dupont advierte que mientras la comparación de la higuera responde
a la
segunda parte de la pregunta de los discípulos (v. 4) relativa al signo a través
del cual es
posible discernir la inminencia del fin, la parábola final está en relación a la
primera parte de
la pregunta («¿cuándo?»).
Se trata de un hombre que debiendo ausentarse, confía la propia casa a los
criados.
Sobre todo, inicialmente, se eleva la figura del portero, que recibe el encargo
específico de
«vigilar». Cada uno, sin embargo, tiene su propio papel que desempeñar, la
propia precisa
responsabilidad.
El «núcleo» de la parábola me parece que es... doble:
- La incertidumbre acerca de la hora del retorno. Puede ser -como observa
agudamente
R. Schnackenburg- antes de lo que uno espere, pero también más tarde de lo que
se cree.
«De repente» se presta a las dos hipótesis.
- La espera vigilante consiste en estar en el propio puesto en sentido activo,
es decir
trabajando.
La más grave desgracia que pueda suceder es que se encuentre a alguno «dormido».
Y
esto puede ocurrir no sólo de noche.
Por tanto, no es sólo el portero el encargado de vigilar. El no puede hacerlo
supliendo a
los demás.
Una vez más, por tanto, Cristo rechaza el responder a la pregunta sobre
«cuándo». Dice
sólo que la venida está cercana, es cierta, «imprevista» (v. 36). Y por eso hay
que vigilar.
Como era importante no engañarse acerca de la aparición de falsos cristos y
falsos
profetas -no son estos el «señor de la casa-, como era necesario mantenerse
fuerte en las
persecuciones, también hay que estar preparados en todo momento.
Podríamos sintetizar así las consignas contenidas en las exhortaciones insertas
en todo
el «discurso escatológico»:
Desde un punto de vista negativo:
-no dejarse engañar,
-no dejarse desanimar,
-no dejarse coger de improviso (es decir, no dejarle encontrar «dormidos» en el
momento
del retorno de Cristo).
En sentido positivo:
«Estad en vela». Y no por casualidad se ponen estas palabras como conclusión.
Que se
refieren a todos.
Me agrada citar aún dos pasajes significativos de dos de los mejores estudiosos
italianos
de Mc.
R. Fabris: «Esta insistencia sobre la vigilancia, a causa de la incertidumbre
sobre la
venida del Señor, da una perspectiva práctica a todo el discurso escatológico.
Las palabras
de Jesús, como parece sugerir Mc a los cristianos, no intentan dar informaciones
acerca del
fin y de los signos del fin, sino inculcar a los creyentes una actitud de
responsabilidad
vigilante. La vigilancia responsable excluye tanto el fanatismo apocalíptico que
proyecta el
futuro elaborando un fantástico calendario del mundo, como el narcótico o la
alienación
mundana que pierda de vista la tarea y la meta de un proyecto histórico a medida
del
hombre. En otros términos, la tentación escatológica de la comunidad cristiana
que espera
al Señor es una fuerza crítica ante la fuga hacia la utopía y ante una
congelación de la
situación presente».
B. Maggioni: «Vigilar significa estar constantemente alerta, despiertos, a la
espera.
Significa vivir una actitud de servicio, a disposición del amo que puede volver
en cualquier
momento. Implica lucha, esfuerzo, renuncia. No es en modo alguno falta de
compromiso o
indiferencia».
PROVOCACIONES
1. Me pregunto si el discurso escatológico contiene más referencias al futuro o
al
presente.
Ciertamente, el cuadro está dominado por la perspectiva de las realidades
últimas,
sobresale sin duda la visión de la venida del hijo del hombre.
Sin embargo, la mirada está concentrada en el hoy.
Casi como si la única manera para ser «contemporáneos» del futuro consista en
vivir en
plenitud el presente.
El único modo para permanecer fieles a lo eterno está en no traicionar el
presente.
2. El creyente no es alguien que viaja con el calendario en la mano. A lo sumo
tiene en la
mano una brújula.
Cristo da la dirección del camino. No nos ofrece la descripción anticipada de lo
que
ocurrirá a lo largo del camino.
Su palabra -la que no pasa- no es una clave mágica para resolver los enigmas de
la
historia, los jeroglíficos de la crónica cotidiana.
Es luz que permite captar el significado de los acontecimientos.
El cristiano no es uno que ya sabe todo antes. Es uno que es capaz de coger el
hilo
conductor de las distintas vicisitudes.
La culpa del cristiano no es la de no estar informado. Sino la de no estar
preparado.
3. En vez de curiosidad, vigilancia.
En vez de informaciones, exhortaciones.
Jesús no dice: «Estad tranquilos». Dice: «Estad en vela».
No nos dice: «poned el despertador a una hora determinada».
Impone: «no durmáis».
4. Muy agudas las observaciones de E. Pousset. Ante un texto enigmático, debemos
arriesgar una lectura que busque, adivine, intuya, descubra.
Las cosas que hay que entender no están allí como algo que se encuentra por el
suelo.
Se trata de adquirir una cierta manera de orientar nuestra atención sobre lo que
es
verdaderamente importante y que no es otra cosa que un cierto arte en ser
puntuales, es
decir, de no dejarse sorprender por los acontecimientos decisivos de la
existencia.
5. El amo que parte no deja individuos que le esperan, sino individuos que
tienen algo
que hacer, a los que ha dado algo que hacer.
Cuando vuelva no le interesará tanto saber si le estaban esperando, sino si han
desarrollado la tarea para la que les ha «dejado».
6. No sé si Mc ha utilizado realmente la parábola de los talentos.
En todo caso, el equivalente del siervo que va a esconder el talento recibido,
aquí es el
siervo que se deja sorprender dormido.
7. Cierto, el Señor llega de improviso. Por la tarde, de noche o a las primeras
luces del
alba.
Puede suceder que esté ya al llegar.
Justamente J. Dupont resalta que Jesús no habla tanto de su reino, cuanto del
reino de
Dios.
Ahora el reino de Dios ha llegado ya, está presente aquí, en medio de nosotros.
Por tanto, hay algo peor que estar dormidos.
Y es el no darse cuenta de una presencia.
8. Produce cierto efecto la presencia de ese imperativo: «estad en vela».
Podría ser que con todo ese fracaso provocado por guerras, persecuciones,
cataclismos,
desconciertos cósmicos, se estuviera a la fuerza en vela.
En cambio, no.
No son los acontecimientos externos -por muy ruidosos y terroríficos- los que
nos hacen
estar en vela. A lo sumo, no nos dejan dormir.
La vigilancia cristiana es otra cosa. Depende de algo que hay dentro. Una espera
vivida
en la esperanza. Son los pasos ligeros de una persona los que nos mantienen
despiertos.
Y se está en escucha del silencio.
9. Y reaparece la higuera. Debe existir un motivo para que Jesús preste una
atención tan
especial hacia esta planta.
En el discurso sobre las «realidades últimas» hubiera encajado perfectamente la
imagen
de la higuera seca de raíz.
En cambio la encontramos con las «ramas tiernas», reverdeciendo con brotes
nuevos.
Una imagen de vida, enmarcada en medio de un cuadro que parece reclamar la
desolación y la muerte (¡qué lección para los muchos «catastrofistas»!).
Jesús no se sirve de la planta «maldita» para sugerirnos que es el fin.
Lo debemos comprender -debemos advertir que él está a la puerta- por un árbol
lleno de
brotes.
¿O quizá él continúa a retrasar el fin, no se resigna a cerrar el discurso con
el hombre,
hasta que la planta no haya aprendido a no desilusionar las esperanzas?
¿En este caso el discurso escatológico no documenta también las esperanzas de
Dios?
Cierto. El no está dispuesto a renunciar a la estación de los frutos
CONFRONTACIONES
Una esperanza que activa
las energías históricas
La parusía, venida-presencia del Señor resucitado, no es un residuo cultural de
la
mentalidad apocalíptica sino el desarrollo lógico de la fe cristiana en Jesús
resucitado. La
resurrección no es un acontecimiento privado relativo sólo al destino de Jesús
de Nazaret
en la ultratumba, sino un acontecimiento que señala un cambio en el destino de
la
humanidad y del cosmos con el que ésta es solidaria.
En Jesús resucitado ha surgido ese reino de libertad y de justicia que ahora
indica la
meta hacia la cual madura toda la entera historia humana. Pero esta maduración
hacia la
plena y definitiva libertad y justicia, no sucede de forma fatalista o mecánica,
sino a través
del compromiso de cuantos, rompiendo la solidaridad con las potencias de
destrucción y
opresión, se encaminan hacia el nuevo futuro. Esta esperanza operativa es la
espera de la
parusía, de la venida del hijo del hombre. Una esperanza que pone en movimiento
las
energías históricas de la comunidad creyente porque se funda en la garantía
histórica que
no desilusiona: la fidelidad de Dios manifestada y operante en Jesucristo (R.
Fabris, o. c.).
Los acontecimientos presentes
no son secundarios
Si dirigimos una mirada retrospectiva a todo el discurso, podemos poner en
evidencia
una vez más las típicas diferencias respecto a los distintos apocalipsis de la
época:
a) Mc 13 no ofrece al lector una especie de hoja de ruta de los acontecimientos
finales,
para que él pueda establecer, consultándola, en qué etapa del viaje nos
encontramos. No
repite una historia ya sucedida, presentándola bajo forma de profecía (ficticia)
escribiendo
bajo la cobertura del nombre de un famoso personaje del pasado; ni describe
acontecimientos históricos contemporáneos o esperados a corto plazo de modo que
se
adapten a su objetivo, aunque originariamente los versículos 14-20 se hayan
entendido así.
Además las indicaciones sobre el tiempo son tan generales que se trata más de
transiciones redaccionales sin especial importancia, que de indicaciones
precisas de
sucesión cronológica.
De esta forma es conservada la perspectiva veterotestamentaria de que también
detrás
de la guerra, la pestilencia y el hambre está Dios, que a través de todos los
sufrimientos
conduce a los suyos al justo fin.
b) Este fin no es el aniquilamiento de lo s enemigos o su condena a una pena
eterna,
sino el poder y señorío del hijo del hombre, que comprende también la reunión de
los
dispersos en la comunión definitiva con su Dios.
Se trata, en definitiva, del cumplimiento de la oración: «Santificado sea tu
nombre; venga
a nosotros tu reino; hágase tu voluntad» que incluye también el «líbranos...».
c) Sobre todo llama la atención la repetida interrupción del estilo de
descripción de los
acontecimientos futuros con llamadas directas a la comunidad, referidas a su
presente.
También en esto Mc 13 coincide con los profetas del antiguo testamento, que
hablan
siempre del que debe venir sólo para hacer urgente e inevitable la conversión de
Israel
ahora, en el presente del profeta.
Aunque nosotros seamos capaces de explicar el origen general de todos los
detalles, y
aunque estos no puedan tener carácter vinculante como descripción precisa del
curso de
los acontecimientos finales, las afirmaciones decisivas de este capítulo no son
por esto
menos centrales e importantes:
(a) Cualquier sufrimiento del presente está subordinado a Dios; forma parte de
una
historia de la que Dios es el Señor y que él conducirá a su meta. Se trata de
una espera
intensa y de una alegre esperanza que caracterizan la posición de la comunidad
en relación
a la historia con todos sus sufrimientos.
(b) La meta es el poder y la soberanía de Dios y el retorno de los elegidos a la
plena
comunión con él. Con esto se ha dicho ya que en definitiva, se trata sólo de
Dios, de su
victoria y de su gloria, y que Dios, que nos encontrará en esta victoria, tendrá
el rostro del
hijo del hombre.
Entonces, cuando él sea todo en todos y nada se le resista ya, él no será un
Dios
abstracto en su aseidad, sino un Dios que se dirige a nosotros, como se ha
revelado en el
hijo del hombre Jesús de Nazaret.
(c) Precisamente por esta razón los acontecimientos del presente no son
secundarios,
sino que se convierten en presagios de esa venida conclusiva de Dios, y por
tanto del
mundo y del tiempo, en el que la comunidad debe realizarse, viviendo de aquel
que le ha
sido dado en el hijo del hombre, y en el que ya ahora puede experimentar siempre
de nuevo
la potencia y la gloria de Dios.
Así se debe creer también hoy. Entonces cualquier cosa desde la «pequeña»
experiencia
del fugitivo que no tiene ni tiempo de entrar en casa a coger la capa (v. 16)
hasta la «gran»
experiencia de la misión en el mundo (v. 10) es puesta en la luz de Dios que
viene y recibe
de esta fuente su significado y su orientación (E. Schweizer, o. c.).
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1. La expresión es de Charpentier que se
refiere al salto de longitud en atletismo. El pasado es la carrerilla,
realizada lo más velozmente posible, el trampolín que ayuda al salto es la
fidelidad de Dios, la trayectoria
permite sobrepasar el presente y proyectarse en el futuro. Y comenta: «El autor
del apocalipsis es como uno
de nosotros: ignora el fin de los tiempos. Pero está seguro de una cosa: Dios es
fiel. Para saber lo que
pasará al fin de los tiempos, él intenta por tanto descubrir de qué modo actúa
Dios ahora. Y como es
necesario un cierto espacio de tiempo para discernir un movimiento, las grandes
leyes del obrar divino. Por
eso, junto al propio tiempos salta hacia adelante, y proyecta al final de los
tiempos estas grandes leyes
generales... Así escribe el autor del libro de Daniel en tiempos de la
persecución de los años 165-164 a.C.
Para saber cómo terminará todo, él se coloca de forma ficticia en otro tiempo
difícil del pasado: el exilio de
Babilonia (entre el 587 y el 538); por tanto recorre rápidamente la historia
entre el 538 y el 164 y llegado
finalmente a la propia época, proyecta hacia adelante lo que ha descubierto en
este "repaso" histórico. "Ve",
por consiguiente, no los acontecimientos precisos, sino más bien la manera con
que, fiel a sí mismo, Dios
concluirá la historia. Naturalmente podrá expresar todo esto recurriendo sólo a
las imágenes».
2. NU/SIMBOLOS SÍMBOLOS: Algunos ejemplos. En los colores. Blanco = victoria,
pureza. Rojo =
homicidio, violencia, sangre de los mártires. Negro = muerte, impiedad. En los
números. Siete = la cifra
perfecta, la plenitud. Seis = la imperfección (siete menos uno). Tres y medio
(la mitad de siete) =
sufrimiento, tiempo de la prueba, persecución. Cuatro = el mundo creado. Mil =
una gran cantidad. En las
imágenes tradicionales. Cuerno = potencia. Caballos blancos = eternidad (¡no
vejez!). Vestidura larga =
dignidad sacerdotal. Cintura de oro = poder real. (E. Charpentier, Unna lectura
del Apocalipsis).
3. Sigo el esquema propuesto por J. Lambrecht en el estudio «La struttura di
Marco XIII» en I. de la Potterie. Da
Gesú ai Vangeli.
4. Viene a la mente un texto de Miqueas: «No os fiéis del prójimo, no confiéis
en el amigo, guarda la puerta de
tu boca de la que duerme en tus brazos: porque el hijo deshonra al padre, se
levantan la hija contra la
madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa» (7,
5-6).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 302-327)