2-9 - JESÚS ACOGE A LOS NIÑOS Y A LOS QUE SON COMO
ELLOS
Mc/10/13-16
Mt/19/13-15 Lc/18/15-17
J/NIÑOS
Mejor que los pintores
Prefiero la escena, tal como la presenta Mc a las interpretaciones -chorreando
ternura-de
muchos pintores.
Mc nos ofrece una instantánea de efecto seguro y de rara belleza en la que la
dulzura
está inmune de sentimentalismos.
Por otra parte la escena, tomada al vivo, resulta completa y llena de sugestión,
aunque
falten indicaciones de tiempo y de lugar y muchas figuras no tengan un rostro
muy definido.
Probablemente el episodio esté encuadrado en algún descanso del viaje. No se
aclara
quién lleva o presenta los niños a Jesús. Quizá las madres o los hermanos
mayores.
La reacción de los discípulos, según algunos, estaría dictada por motivos
teológicos:
aquellos chicos no están maduros para el reino, que es cosa de mayores capaces
de
comprometerse en el seguimiento y comprender la enseñanza del Maestro.
Otros sostienen que quieren impedir un gesto supersticioso («para que los
tocara...»),
cercano a la magia, por el que el contacto físico con Jesús-curandero traería
fortuna. Pero,
más sencillamente, parece que aquí se pide al Maestro la imposición de las manos
(como de
hecho sucederá después), un gesto característico de bendición, como lo hacían
los rabinos
más eminentes.
Personalmente me parece que la preocupación de los discípulos denuncia actitudes
características de los organizadores, de los maestros de ceremonias. Aquellos
chiquillos
molestan, son elemento de desorden.
En esto los discípulos están de acuerdo con la mentalidad del tiempo, según la
cual los
niños merecen escasa atención. Ocuparse de ellos significa desperdiciar el
propio tiempo.
A la regañina de los discípulos sale al paso la indignación de Cristo por aquel
comportamiento duro y, después de la lección, el gesto afectuoso.
«Los modos bruscos contra los niños dejan reconocer a Pedro, la indignación
contra los
discípulos y la ternura hacia los pequeños dejan reconocer a Jesús» (P. R.
Bernard). Yo
añadiría: el colocar juntos todos estos rasgos deja reconocer a Mc. En efecto,
es el único
evangelista que registra tanto la indignación de Jesús, como su gesto de ternura
expresado
en el abrazo final. Su cuadro resulta, una vez más, el más completo, el más
cercano a la
realidad, porque no duda en poner juntos los elementos más contrastantes.
El niño como modelo
NIÑO/RD RD/NIÑO:
Pero la escena, más bien vivaz, no es fin en sí misma. Se convierte en ocasión
de
enseñanza. Esta se desarrolla en dos tiempos:
-Reprensión a los discípulos porque han adoptado una actitud equivocada. ¡Una
vez
más! Igual que cuando se sintieron importantes personalmente (discusión sobre
las
precedencias) o como grupo («excomunión» del exorcista extraño), también ahora
demuestran su incomprensión porque, con el pretexto de salvaguardar la grandeza
del
Maestro, tienen la presunción de decidir ellos mismos quién es digno y quien no
de
acercarse a él.
-Invitación a imitar la actitud de fondo de los niños que es «ejemplar», tipo de
la acogida
ante el reino (disponibilidad, receptividad).
Es significativo este dar la vuelta a los temas. Jesús no se limita a decir «no
debéis hacer
así», «procurad no ser tan duros», «mostraos más comprensivos». La escena final
(abrazo
y bendición) sería sencillamente la ilustración de un comportamiento distinto
ante los niños.
Jesús, yendo más lejos del pequeño incidente, afirma solemnemente: aprended de
ellos.
Por eso es central el v. 15: «Os lo aseguro: quien no acepte el reino de Dios
como un
niño, no entrará en él», que debía constituir el logion original, pronunciado
quizá en otra
circunstancia y que Mc inserta en este episodio, en donde se armoniza
perfectamente.
Alguno interpreta: se trata de acoger el reino de Dios como se acoge a un niño
(no como
lo acoge un niño). Por tanto, la enseñanza de Jesús no haría otra cosa que
recalcar la
exigencia, precedentemente afirmada, de acoger a los pequeños.
No, aquí se trata de algo totalmente diverso. El niño se convierte en modelo. Su
actitud
se toma y se copia como ejemplo en relación al reino de Dios.
El reino del que se habla es el que está presente en Jesús, en su persona, en su
mensaje (palabras y obras). En el fondo, es el evangelio (1).
Ahora se plantea la cuestión sobre la que estamos llamados a interrogarnos. ¿En
qué se
puede considerar el niño modelo? Descartemos en seguida algunas cosas. No
ciertamente
de inocencIa (algo extraño a la mentalidad bíblica). Ni siquiera de humildad (es
difícil hablar
de humildad a propósito de niños).
Los niños son bienaventurados «porque no tienen nada que ofrecer, ninguna obra
que
calcular; son semejantes a la mano vacía de un mendigo» (E. Schweizer). Son los
que no
tienen nada de que vanagloriarse, ninguna pretensión que alegar. No pretenden
conquistar
con la fuerza lo que les viene dado.
En definitiva, representan la actitud anti-farisaica por excelencia.
«Querer coger para uno el reino de Dios y apropiárselo es necedad humana y
presunción
farisaica, es zelotismo refinado» (K. L. Schmidt).
El núcleo de la lección impartida por Jesús está precisamente aquí. El reino es
don. Y es
acogido, recibido. Se trata de entrar, no de construirlo.
Sin duda, Jesús no se refiere a una «mentalidad infantil», sino más bien a la
sencillez, la
naturalidad, la ausencia de cálculo que deberían ser características del
espíritu de infancia
(muy distinto de las varias formas de infantilismo).
No se trata ni siquiera de ingenuidad y mucho menos de credulidad. Ya lo había
dicho
san Beda: nada de credulidad, sino docilidad.
Digamos también: inmediatez, ausencia de complicaciones.
Por otra parte el niño no tiene posiciones que guardar, ni prestigio que
mantener, ni
privilegios que defender. Es, por tanto, libre, está preparado para responder a
las llamadas
que se le dirigen. Se abre confiado, con abandono. No existe en él esa prudencia
sospechada y maliciosa que frecuentemente distingue a los adultos.
«Porque los niños y los pobres no tienen seguridades que defender... o papeles
que
desempeñar, pueden estar totalmente abiertos a los dones de Dios, en cuanto que
están
totalmente disponibles al cambio radical y a la confianza que el reino reclama.
En efecto, el
anuncio del reino de Dios hecho por Jesús requiere estas dos condiciones:
convertirse y
creer» (R. Fabris).
Finalmente en el niño está implícito un sentido natural de dependencia.
Dependencia
sobre todo de las personas. Y, por tanto, quizá aquí se insinúa también otro
elemento de la
didáctica de Jesús: mentalidad filial. La misma que distingue al Maestro en sus
relaciones
con el Padre, en toda su misión. La alusión, aunque implícita, resulta bastante
plausible.
Se puede también notar una descomposición-combinación del reino en sus dos
aspectos:
presente ya aquí, ahora; y reino futuro, definitivo. Los dos verbos que indican
las dos
dimensiones, en realidad están expresados respectivamente en presente («acepte»)
y en
futuro («entrará»).
Es decir, solamente quien ahora se abandona en las manos de Dios, a su
revelación, se
fía totalmente de Jesús, podrá entrar en el reino escatológico.
De esta forma se indicaría el dinamismo cristiano que parte de una receptividad
como la
del niño para comprometerse después en la línea del evangelio, preocupándose de
mantener el corazón libre de todo lo que pueda obstaculizar, retener o construir
un
impedimento a la consecución del fin.
Por eso, sólo quien responde hoy al don y a la iniciativa de Dios -presente en
la acción
de Cristo- con una fe incondicionada, tiene la certeza de entrar cuando el reino
se
establezca de forma absoluta y definitiva. De esta forma -como dice V. Taylor-
«el reino
presente es acogido; en el reino futuro se entra».
El bautismo de los niños
BAU/NIÑOS
Algunos descubren una contradicción en el hecho de que Jesús diga a propósito de
los
niños «no se lo impidáis» para después dar una motivación no del todo lógica:
«pues de los
que son como ellos es el reino de Dios». Según una cierta coherencia tendría que
haber
dicho: «Pues de ellos es el reino de los cielos». Y precisamente para evitar
este cambio de
acento, algunos autores traducen así esta última parte del versículo 14.
No creo que sea necesario recurrir a semejantes evoluciones lingüísticas. Quizá
Jesús
quiere hacer comprender que el reino de Dios no está limitado a los niños, es
decir, no es
cuestión de edad, sino de actitud de espíritu. La actitud que viene simbolizada
precisamente por los niños. Sería un poco como decir: cerrando la puerta a los
niños, os
priváis de un indispensable término de confrontación para vuestra conducta.
Otros, finalmente, consideran el episodio como un argumento decisivo en favor de
la
práctica del bautismo de los niños.
Las razones adoptadas, basadas esencialmente en la expresión «no se lo impidáis»
y
sobre el hecho de que en la iglesia primitiva, esta página de Mc se incluía en
la liturgia
bautismal, son un poco frágiles.
Quizá haya que hacer otra consideración, mucho más sugestiva. Como observa E.
Schweizer, el pasaje, si no como prueba directa, puede servir, indirectamente,
para
expresar una cierta realidad que debería estar siempre presente en el bautismo.
Es decir,
que «el reino de Dios se nos promete sin previas condiciones, sin méritos, más
aún sin
ninguna pretensión meritoria por parte del hombre».
De esta forma el bautismo de los niños (o, como dicen los estudiosos, la «praxis
pedobautista») se convierte en signo eficaz «de la promesa de la gracia por
parte de Dios,
que precede todo actuar humano».
PROVOCACIONES
1. No. Los niños no son en modo alguno ejemplos de humildad. Es, más bien, la
humildad
la que debe referirse constantemente a las actitudes peculiares de los niños si
no quiere
convertirse en una falsa humildad.
No es fácil. Muchos llegan a reconocerse débiles, insuficientes, incapaces; pero
no
basta. Hay que reconocerse dependientes.
Decir, como alguno, «no soy nada», es demasiado poco. Hay que saber dónde está
el
todo, abrirse al don. En ese caso no es ya necesario decir con palabras «no soy
nada».
La humildad que no sea receptividad resulta ambigua.
Puede representar aún una forma subrepticia de darse importancia, puede
enmascarar el
deseo inconsciente de hacerse notar por Dios y por los demás. Puede ser un
título de
mérito que se alega.
A Jesús le interesa la apertura, la capacidad de recibir, no la humildad en sí.
El quiere un
vacío que no se cierre en sí mismo.
Un «saco vacío» (he aquí otra expresión predilecta de ciertas personas
humildes), pero
sellado, no dice nada a Dios.
La humildad, quizá, deba aprender de los niños, no a tener la cabeza baja, sino
a
levantarla en dirección del don.
Humilde es solamente el que está a la espera...
2. Hay algo peor que una persona soberbia.
Y es una persona humilde que se lo toma en serio.
3. Puede haber una vuelta a la infancia como puede darse un analfabetismo de
retorno.
No es lo que quiere Jesús.
Se trata, más bien, de recuperar los valores fundamentales de la infancia. Los
que evitan
el convertirse en la caricatura de sí mismo.
No es cuestión de volver atrás. Sino de ir hacia adelante hasta... convertirse
en niño.
«La verdadera génesis está al final» (E. Bloch).
4. En el fondo, el niño es uno que no se ha habituado todavía a la vida. Lo que
le
caracteriza es el sentido de lo maravilloso y de lo sorprendente.
No hay espectáculo más deprimente que ciertos niños que saben todo y han visto
ya
todo.
Uno se convierte en viejo no cuando comienza a caérsele el pelo o cuando le
salen
canas, ni siquiera cuando pierde la memoria, sino el día en que pierde la
capacidad de
maravillarse.
Siempre me han conmovido ciertos ancianos que dan la impresión, cada día, de
asomarse a la vida como principiantes. Todavía no se han habituado a la vida.
Han
conservado intacta la capacidad de maravillarse de todo, de no dar nada por
descontado.
Hay una unión evidente entre receptividad, es decir apertura al don, sentido del
estupor y
acción de gracias.
En esta perspectiva, la oración (canto, alabanza, adoración) es lo opuesto a la
vejez.
5. Una bonita faena que Jesús presente el reino como don que hay que recibir.
No estamos preparados; nos abruma.
Unimos instintivamente el reino a la idea de conquista. Difícil perder este
reflejo.
Además, la conquista, a pesar de las apariencias, facilitaría las cosas.
También porque si uno no logra el éxito, siempre puede decir: «Es algo muy
arduo»,
«está por encima de mis fuerzas».
Pero, ante un don que recibir, ¿qué excusa puedo encontrar?
Demasiadas personas religiosas parece que no se han dado cuenta aún de que Jesús
continúa diciendo «bienaventurados» y no «valientes».
6. El equilibrio de la vida cristiana está entre pasividad y actividad,
confianza y fidelidad.
La pasividad nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, a recibir de él día
tras día.
Este «abandono», sin embargo, nos empuja no a la inercia, sino a un dinamismo
capaz de
producir el esfuerzo de obediencia integral, que es la consecuencia inevitable
de la fe.
El que suplica no es un inepto, sino el que se acerca confiado a Dios como
fuente de
fuerza y de audacia.
El creyente es un hombre que vive en la quietud y en el compromiso al mismo
tiempo.
Sosegado y fortificado.
7. A los discípulos se les regaña siempre porque tratan de «impedir» y de
«prohibir»
(tanto en el caso del exorcista como de los niños).
Ni siquiera una vez han merecido una regañina del Maestro por su
condescendencia, por
el exceso de confianza hacia los otros, por miras demasiado largas.
La incomprensión está siempre en la vertiente del rechazo, de la cerrazón.
Especialistas en excluir, campeones del ostracismo, profesionales de la
indignación, más
que expertos en la acogida, como más bien deberían ser.
Es una actitud que se repite también hoy.
Hace algún tiempo S. Bonnet planteaba esta inquietante pregunta: «¿Será quizá
porque
nos revelamos incapaces de ayudar a entrar en la iglesia, por lo que nos damos
tanta maña
para echar fuera a los que aún están?».
CONFRONTACIONES
Jesús no idealiza a los niños
El itinerario que conduce a Dios consiste en obtener la fe. Precisamente de esto
se trata
cuando Jesús asigna a los niños el reino de Dios...
...Jesús no idealiza para nada a los niños... Ha hablado otras veces de niños
maleducados que juegan en la plaza del mercado y quieren ahora una cosa, luego
otra..., y
se muestran impacientes y testarudos (Lc 7, 23). Por esto la palabra citada no
significa, en
efecto, que los adultos deban retornar al estadio de niños. Hay algo, sin
embargo, que
poseen los niños y que les distingue de los adultos: el niño es, por naturaleza,
confiado,
está dispuesto a recibir lo que se le da, capaz de dejarse guiar; tiene el don
de vivir en el
instante presente. Tal es la actitud de fe...
...Se trata aquí de acoger el reino en la actitud confiada y sencilla del niño,
porque sólo
con esta actitud puede ser superado, en la fe, el escándalo de Cristo (W.
Grundmann).
Una nueva bienaventuranza
«De los que son como ellos es el reino de Dios». Entenderemos mejor lo que aquí
se
expresa si somos capaces de no ver detrás de estas palabras una llamada, como
por
ejemplo: «convertíos en niños», «haced sólo lo que un niño desea hacer». Lo que
Jesús
dice tiene, en primer lugar, un valor afirmativo. Es como si dijera una nueva
bienaventuranza: «Bienaventurados los niños porque de ellos es el reino de los
cielos». El
reino de Dios se promete también a los niños, como a los pobres, a los
oprimidos, a los
hambrientos y sedientos de justicia, en el sermón de la montaña o en cualquier
pasaje en
donde se promete el reino de Dios.
El salvador de todos aquellos que no tienen nada y no son nada, es también el
salvador
de los niños. Por tanto, a los niños pertenece el reino de Dios, en cuanto estos
no tienen
obras ni posesiones y como tales están llamados a recibir el reino, que es don
total y que
permanece cerrado a los que quieren hacer algo por su cuenta...
... Estas palabras nos ofrecen una clara imagen del hombre evangélico. No es el
hombre
fáustico que intenta en el mundo su vuelo de Icaro, no es el hombre que se
afana, siempre
anhelante y que lacerándose a sí mismo persigue un ideal y llegando a poseerle
cree que
ha creado la paz. La Biblia no es el libro del joven que a velas desplegadas, se
lanza al
océano de la vida. El tormento de la pubertad, y también el de la eterna
pubertad del
hombre idealista, no tiene eco en las páginas de este libro.
La Biblia es el libro del niño, del hombre y de la mujer, en la medida en que el
niño ha
permanecido vivo en ellos (G. Dehn, o. c.).
Jesús movido por un espíritu de niño J/NIÑOS:
Porque Jesús permaneció niño hasta el fin, humilde de corazón, porque no
esperaba
nada de sí mismo, sino todo del Padre, porque no se perdió en el ideal, ni en
sueños
juveniles de fuerza, sino que buscó la fuerza verdadera, por eso ha podido ser
hombre, el
único. No sabemos nada de sus años juveniles, pero sabemos que a través de los
acontecimientos más duros, desde el Getsemaní al Gólgota, no ha sido jamás
movido por
un espíritu juvenil, sino por un espíritu de niño...
... Es en la obediencia y en la falta de presunción, incluso de presunción
moral, como
Dios realiza sus milagros. No concede su fuerza a los Prometeos que escalan los
cielos,
sino al niño, no al orgulloso sino al humilde (G. Koch).
Son demasiado adultos
El niño por estar alejado de todo artificio, por carecer de intenciones
precisas, de la
preocupación de hacerse y estar dispuesto, es capaz también de acoger esta gran
revolución de la existencia anunciada por Jesucristo y llamada por él «reino de
Dios». Este
mensaje da qué pensar a las personas mayores. Su prudencia formula la objeción
de que
esto no puede ser así y su cautela prevé las consecuencias que de ello se
derivan. Su
orgullo personal se rebela. Su endurecimiento no quiere ceder. Se han encerrado
en su
mundo artificioso, temen que sea conmovido; por lo cual no llegan a comprender.
Sus ojos
están cegados; sus oídos, sordos; su corazón, endurecido, tal como lo va
repitiendo Jesús.
Son demasiado «adultos».
El pueblo judío, los fariseos y los doctores de la ley, los sacerdotes y los
sumos
sacerdotes, ¡qué «adultos» son! Si les observamos de cerca, tropezamos con todo
su
endurecimiento y perversión, con toda la herencia del pecado. ¡Qué viejos son!
Su
recuerdo abraza más de dos mil años, se extiende hasta Abraham. Es, por tanto,
una
conciencia histórica, poco corriente en otros pueblos. La sabiduría les viene de
Dios y de
una larga experiencia humana. Son clarividentes, inteligentes, correctos.
Examinan,
sopesan, distinguen, reflexionan y, a la llegada del Mesías, con la cual se
cumple la
profecía y su larga historia llega a su plenitud, se atienen obstinadamente a lo
pretéritos se
agarran a sus tradiciones humanas, se parapetan tras el templo y la ley; son
astutos, duros,
ciegos, y la hora de Dios pasa. El enviado de Dios muere por mano de aquellos
que
guardan la ley de Dios. El joven cristiano surge de su sangre y del Espíritu
santo en tanto
que el judaísmo queda encerrado en la espera de Aquel que ya ha venido.
El niño es joven. Posee la sencillez de la mirada y del corazón. Al llegar lo
nuevo, lo
grande, lo redentor, el niño lo mira, se acerca y entra en ello. Esta
sencillez... es aquella
infancia de la que nos habla la parábola. Jesús no se refiere, por consiguiente,
a nada
sentimental, conmovedor, amablemente impotente y delicadamente acariciador, sino
a la
sencillez de la mirada, la facultad de mirar a lo lejos, a sentir lo esencial y
a aceptarlo sin
segundas intenciones (·Guardini-R, El Señor I; Madrid 6. 1965).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 115-124)
.....................
1) La identidad entre Cristo y el Reino es
expresada por Orígenes con el termino autobasileia.
2-10 -SEGUIR A JESÚS
EN EL DESAPEGO DE LAS RIQUEZAS
Mc/10/17-31
Mt/19/16-30 Lc/18/18-30
No es una señal de peligro
sino la indicación de un camino
RIQUEZA/SEGUIMIENTO JOVEN-RICO
Al dar el título a esta página, muchos prefieren alzar un cartel de aviso:
«peligro de las
riquezas».
Ciertamente alguno preocupado por la duda de ser demasiado negativo, nos pone un
cartel augural y decide en este sentido: «peligro de las riquezas y bendición
prometida a
quien sigue a Jesús». Está mejor, pero no me parece suficiente. Las dos cosas
estarían en
el mismo plano.
Incluso «riqueza y seguimiento», aunque traducen el contenido del pasaje, no
explican
que el gran tema es el seguimiento, y la riqueza puede ser sólo el incidente o
mejor, el
impedimento en el camino. Las riquezas están consideradas como lo que corta,
retiene y,
por tanto, no permite seguir a Jesús.
A mí me parece que el tema de fondo es la vida
La pregunta inicial, de hecho, transmite la preocupación de «heredar» la vida. Y
también
la respuesta de Jesús a la cuestión planteada por Pedro no es otra cosa que la
promesa de
una vida que aparece en plenitud.
No olvidemos que el episodio se encuadra en el itinerario hacia Jerusalén, y se
inserta en
el capítulo fundamental de la pedagogía del Maestro que subraya la exigencia,
por parte del
discípulo, de tomar la propia cruz y recorrer el mismo itinerario doloroso.
En este punto se convierte en esencial la precisión: ese camino no conduce a la
muerte.
Sino a la vida.
Por tanto, la meta es la vida, es decir la plena comunión con Dios. Solamente
afirmando la
grandeza de esta meta y el valor absoluto de este ideal, palidecen las otras
realidades
terrenas y son ajustados los demás valores. Estos son considerados precisamente
como
peligros en cuanto tienden a «apegar» al hombre a su gozo, en vez de hacerlo
disponible,
ligero para seguir al hijo del hombre.
De hecho, la vida en el presente no es una sistematización, un estado. Es un
camino, un
seguimiento. El tener -que procura seguridad para la vida sedentaria- constituye
una unión
incompatible con la vida nómada.
Precisado de esta forma el tema de fondo de esta página, es fácil después captar
la
estructura.
Jesús, tomando como punto de partida el encuentro (v. 17-22) con un hombre
animado
por la buena voluntad, pero no dispuesto a una decisión radical en la
perspectiva evangélica
que le ha sido indicada, advierte a los discípulos sobre el peligro que
constituyen las riquezas y sobre la casi imposibilidad para un rico de entrar en
el reino de
Dios (v. 23-27). Por eso, respondiendo a la pregunta de Pedro acerca de la
suerte de quien
ha dejado todo por el seguimiento, el Maestro completa su enseñanza garantizando
una
recompensa no sólo para el futuro, sino ya en el presente (v. 28-31).
Es obvio que, en la primera comunidad cristiana, el episodio inicial constituía
un óptimo
punto de partida para desarrollar una reflexión en profundidad sobre el tema de
la pobreza
y sobre la fortuna de estar con el Maestro, aunque se encontrasen envueltos en
medio de
persecuciones (v. 30).
El relato de Mc reconocido por la mayoría de los estudiosos como el más fiel al
desarrollo
de los hechos, impresiona por su inmediatez, a pesar de que no nos dé detalles
sobre el
protagonista del incidente. Se limita a decir «uno», mientras Mt lo presenta
como un
«joven» y Lc le hace «notable».
Se reconoce, además de la acertada habilidad narrativa de Mc, también la
aportación de
un testigo ocular, que en este caso sería Pedro.
De todas formas, la característica visión del evangelio de Mc no se pierde ni
siquiera
aquí.
En efecto, no sólo la escena principal está constituida por algunos elementos
que la
hacen vivaz, sino que también los dos diálogos sucesivos, con un carácter
decididamente
catequético-didáctico, están dominados por imágenes pintorescas, que ayudan a
fijar en la
memoria la enseñanza del Maestro. En el primero, aparece la mole mastodóntica
del
camello ante el ojo de una aguja.
En el segundo, el cuadro resulta poblado por muchos personajes (padre, madre,
hermanos, hermanas, hijos...), con el fondo de casa y campos. Y la
característica idílica de
la escena queda rota por el elemento dramático de la persecución y agitada por
la
revolución de las posiciones (primeros que serán últimos y últimos primeros).
Otro elemento dominante en el conjunto del cuadro es, sin duda, el rostro de
Jesús. Se
pone en evidencia tres veces. La primera, con relación al personaje anónimo. Las
otras dos
referidas a sus discípulos.
Decir «bueno» crea numerosas complicaciones...
«Maestro bueno...» (v. 17).
«¿Por qué me llamas bueno?» (v. 18).
Se diría que el anónimo personaje, con su pregunta, más que poner en dificultad
al
Maestro, crea serios quebraderos de cabeza a los estudiosos.
Y también la contrapregunta de Jesús alimenta una serie de inquietantes
interrogantes,
que todavía hoy no se han resuelto.
Es la famosa cuestión «de bono»
Como si previera estas complicaciones, Mt ha pensado en el futuro, cambiando el
apelativo original «bueno» por una pregunta «sobre lo que es bueno».
Sin perdernos en el bosque casi inextricable de las distintas interpretaciones,
anotemos
algunas cosas.
Es cierto que «Maestro bueno» representa una fórmula casi desconocida en el
lenguaje
palestino de la época. Sin embargo, no es necesario recurrir a la explicación de
Lagrange,
según el cual «el rico desconocido estaba muy probablemente fascinado por la
extrema
bondad que Jesús ha testimoniado hacia los niños, a pesar de la oposición de los
discípulos». Y mucho menos caer en el extremo opuesto hasta inculparle -como
hace
Jerónimo- porque se había limitado a llamar bueno al Maestro sin llegar a
confesar su
divinidad.
El hecho de que Jesús rechace el título de bueno, en conformidad con la
revelación
bíblica, según la cual sólo Dios es bueno, «no constituye en efecto una prueba
para decir
que la conciencia que Jesús tenía de sí no le presentaba su ser más allá de los
límites de
cualquier ser humano» (J. Schmid).
Me parece que tiene razón S. Légasse cuando advierte que se trata de un problema
falso. Jesús no imparte una lección de dogmática ni de cristología, ni tiene
intención alguna
de profundizar el misterio de las dos naturalezas. «Jesús se expresa aquí como
pedagogo
para subrayar la absoluta transcendencia del Padre que está en los cielos. El
rico ve en él
un rabí, quizá de rango superior. Y Jesús le responde de esta manera un poco
brusca e
hiperbólica, familiar al lenguaje de su ambiente, partiendo del título que el
personaje le
confiere para resaltar la única bondad de Dios. Reconoce en otros logia que los
hombres
pueden ser buenos y justos (Mt 5, 45; 12, 35; Lc 6, 45; Mt 22, 10; 4, 20). Al
dar gloria a
Dios, Jesús actúa, por otra parte, como verdadero «bueno» y «justo», desde el
momento
que proclama la excelencia de aquella bondad en confrontación con la cual, la de
los
hombres no merece ni siquiera ser nombrada. Si es bondad, no hay que olvidar que
existe
sólo en razón de un don de Dios. Dios es el bueno».
Modestamente quisiera añadir dos elementos.
Poniendo el acento sobre la única bondad de Dios, Jesús coloca desde el
principio al
interlocutor en la perspectiva justa para resolver el propio problema.
Solamente poniéndose ante el absoluto de Dios nuestras preguntas no son dudas
académicas, no se reducen a satisfacer una curiosidad, sino que manifiestan la
voluntad de
aceptar la seriedad de un compromiso y las consecuencias de las elecciones más
decisivas.
Además, probablemente, Jesús deja entender que el interlocutor, aunque sea
inconscientemente, ha rozado la verdad. En efecto, precisamente en él, Dios, el
único
bueno (por su misericordia, el perdón, la compasión por las miserias) se ha
hecho cercano
al hombre.
En realidad, como nota E. Schweizer, en este episodio Jesús se comporta «en el
puesto
de Dios mismo; en su llamada a seguirlo, la vida eterna, Dios mismo, vienen de
hecho hacia
aquel hombre y su sí o su no a Jesús son en realidad un sí o un no a Dios».
Dirá san Pablo: «Este es imagen de Dios invisible» (Col 1, 15).
La pregunta sobre la vida
«Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17).
La pregunta sobre la vida era más bien frecuente en la religión judía. Solamente
en el
judaísmo tardío se convertirá en pregunta sobre la «vida eterna».
«Ya el antiguo Israel sabía que hay vida donde Dios está cercano.
De este modo la promesa de la vida tiene inicialmente su puesto del todo
especial en los
lugares sagrados, en los que el visitante puede creer en la cercanía de Dios».
Antes de entrar en el santuario, el peregrino era sometido a una especie de
examen ritual
para saber si tenía las disposiciones y la preparación necesaria para acercarse.
Eran las llamadas «liturgias de la puerta».
La pregunta está admirablemente sintetizada en el salmo 15:
«Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (v.
1).
Se podría traducir así: «¿Quien puede entrar en el lugar en donde está la fuente
de la
vida?» (cf. Sal 36, 10).
La respuesta parece que era dada por los guardianes de la puerta de la casa de
Dios, los
cuales, en base a ciertos elencos en donde eran compendiadas las principales
normas del
derecho divino relativas a los distintos sectores de la conducta humana -una
especie de
decálogo ampliado y aplicado-, podían decidir la admisión o la exclusión.
«Hombre, ya te ha explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que
defiendas
el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios» (Miq 6, 8).
«...El que procede honradamente y practica la justicia, el que habla
sinceramente y no
calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama a su
vecino...» (Sal 15,
2-3).
Por tanto, la pregunta del hombre parte de esta perspectiva, clásica en el
judaísmo, pero
se aleja porque va dirigida directamente a un rabí y se adentra también en el
campo de la
vida en el mundo futuro.
El individuo en cuestión no quiere «conquistar» la vida eterna, sino
«heredarla», en
cuanto miembro del pueblo de la alianza, gracias a las promesas divinas.
Superado el examen sobre los mandamientos
«Ya sabes los mandamientos...» (v. 19).
Jesús le recuerda los de la segunda tabla, relativos a las relaciones con el
prójimo, que
son citados sin respetar el orden (en efecto, los deberes hacia los padres están
aquí en el
último puesto; puede ser que tenga razón Lagrange, el cual insinúa que existe un
paso de
los mandamientos negativos -comenzando por el más grave: no matar- para llegar
al
positivo en favor del padre y de la madre).
Por otra parte, en el decálogo falta el «no estafarás». Quizá se trate de una
precisión del
«no robarás». Mucho más importante en este caso en cuanto que se inserta en la
situación
concreta del hombre que tiene muchos bienes.
El verbo que nosotros traducimos por «estafar» indica «la acción por la que se
priva al
pobre de lo necesario y a veces al asalariado de lo que le es debido,
explotándole» (S.
Légasse).
Los textos del antiguo testamento que se podrían citar en apoyo son bastante
numerosos. Así por ejemplo: «No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea
hermano
tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su
jornal, antes
que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no,
apelará al
Señor, y tú serás culpable» (Dt 24, 14-15). O bien: «No explotarás a tu prójimo
ni lo
expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero»
(Lev. 19, 13) (1).
De cualquier forma, es significativo que Jesús resuma la esencia de la ley en el
respeto y
en el honor del prójimo.
«El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven» (v. 20).
Alguno ve presunción e inconsciencia. No me explico por qué.
El decálogo, deshojado de la casuística o de las molestias de la tradición
siguiente, no
estaba fuera del alcance de cualquiera, desde el momento que constituía la
expresión de la
voluntad de Dios, el único bueno.
Por otra parte, Jesús no encuentra nada que corregir a esta afirmación, y no veo
por qué
tengamos nosotros que tener dudas al respecto.
Se trata, ciertamente, de un hombre recto, de conducta irreprensible. En
definitiva, un
justo.
Hay que saltar el último obstáculo
«A esto, Jesús lo miró fijo, le tomó cariño...» (v. 21).
El detalle sólo nos viene dado por Mc (2). La mirada es mucho más que
pleonástica. Si
se subraya, es porque debería tratarse de algo inolvidable.
En el «le tomó cariño» se puede incluir -según comentaristas de clara fama-
incluso un
gesto de ternura, como una caricia, un beso o cualquier gesto de amistad.
Lohmeyer, por ejemplo, traduce: «Lo estrechó en su corazón».
Pero teniendo presente el lenguaje bíblico, se puede ir más allá del matiz de
ternura,
hasta vislumbrar una llamada particular, una elección especial.
Amor y vocación, amor y elección divina para una misión específica, están
habitualmente
asociados en el antiguo testamento (3).
Precisamente el amor en el contexto de una llamada para ejercitar un papel
particular, es
lo que explica lo que se nos dice inmediatamente después.
«...Una cosa te falta...» (v. 21).
Jesús parece en contraposición consigo mismo. Ha propuesto, un poco antes, un
elenco
que debería ser suficiente para heredar la vida.
Y ahora le dice al hombre que le falta una cosa.
Algo ha ocurrido entremedias.
Se ha dado un cambio en Jesús, que comienza a mirar al hombre de forma nueva. La
mirada se hace ahora más atenta y penetrante.
Habría que decir: provocativa. Porque intenta «llamar», hacer surgir no ya al
observador
de la ley, sino al discípulo potencial. Una vez más la mirada de Jesús descubre
y elige un
individuo para él.
Nos encontramos ante un giro imprevisto del diálogo.
Quizá el Maestro -como observa C. Spicq- capta en aquel ánimo una capa de
insatisfacción. Y apunta a esto.
Sí, estás muy cercano a Dios. Pero existe aún un obstáculo que salvar para tener
plena
comunión con él en mi seguimiento: debes deshacerte de todo. La cosa que te
falta es la
posibilidad de seguirme. Te la ofrezco yo, ahora. Tú, sin embargo, debes quitar
los
impedimentos, liberarte de lo que no te permite compartir mi vida itinerante al
servicio del
reino.
«...Vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres...» (v. 21).
No. No debes llevar los bienes conmigo. No me interesan. Y además, desde el
momento
que impiden tu marcha, incluso si los metes en la caja común terminarían por
estorbar el
camino de todos. Serán, en cambio, los pobres quienes disfruten de ellos, los
verdaderos
destinatarios de los bienes a los que se renuncia.
El abandono de las riquezas que Jesús exige en el caso específico no tiene
ningún
carácter jurídico. Es un dato sin más.
El acento, por tanto, más que en el «vender», «dar», está en el «seguir» (esto
es lo que
le falta al israelita).
La llamada asume un carácter marcadamente personal.
El desapego de las riquezas es la consecuencia natural del seguimiento, más que
la
condición.. Lo dice muy bien E. Schweizer: «La renuncia a la riqueza no es una
precondición para el seguimiento, sino la consecuencia..., es decir, el acto
concreto en el
que ésta se realiza. Por consiguiente, no existe ninguna prescripción legalista
válida para
todos. Una vez será necesario abandonar la barca de pescador o el banco de
recaudador,
otra a los padres, otra también a otros profetas o un prejuicio religioso,
porque de otra
forma sería imposible estar cercanos a Jesús. En la llamada a seguir a Jesús se
trata, por
tanto, siempre de la totalidad del hombre; de una elección que da mientras
exige...».
Pero, quizá, en la invitación de Jesús se puede leer también una característica
de
irrevocabilidad. Es decir, quema las naves, no se puede tener nada a las
espaldas.
La vuelta atrás no está prevista.
Sería absurdo que un discípulo se decidiese en favor de Jesús con un
razonamiento de
este género: tengo una casa y alguna tierra, no se sabe nunca: en el caso que
debiera
cambiar de idea, no me encontraré con las manos vacías.
No. «La entrega a Jesús y al evangelio no puede ser sino absoluta y, como tal,
no puede
admitir alguna cláusula o reserva en vista del futuro» (S. Légasse).
La ruptura se verifica de forma irreparable. Sin posibilidad de reajustes
sucesivos.
La vida eterna está en el presente
«...Y dáselo a los pobres, que tendrás un tesoro en el cielo» (v. 21).
Hay que advertir la promesa de este «tesoro en el cielo».
Puede parecer una cosa accesoria, desde el momento que el abandono de los bienes
hay que situarlo en relación al seguimiento y no a la recompensa ultraterrena.
En realidad -como explica S. Légasse- este elemento constituye la verdadera
respuesta a
la pregunta inicial del rico. El tesoro sería, por tanto, el equivalente de la
vida eterna (y no
un grado de gloria superior).
Jesús, en cierto sentido, asegura al hombre que la vida eterna que él busca, la
tendrá sin
duda.
Pero, como de costumbre, va más lejos. Y le propone una comunión de vida ya en
el
presente, una participación en el reino de Dios, aquí, ahora.
Algún autor sostiene que, en el caso concreto, sentimiento y vida eterna están
íntimamente unidas, por lo que Jesús no daría por tanto una respuesta
tranquilizadora, sino
que haría depender todo de la respuesta a la llamada particular. Por lo cual, el
hombre en
su rechazo se jugaría la vida eterna. Me parece excesivo.
Queda el hecho, indudable, de que Jesús responde a la pregunta inicial del
hombre, no
añadiendo un mandamiento especial, sino indicando un cambio radical en su vida.
El no ha
venido a traspasar la ley, sino a «cumplirla» en su propia persona.
«Aquí se plantea la cuestión de la disponibilidad, por parte de un verdadero
israelita en el
que no hay dolo, como para el comerciante de perlas o para quien ha encontrado
un tesoro
en el campo (Mt 14, 44-46), a dejar todo ante lo que se ha iniciado con la
venida de Jesús,
y a acoger prontamente el incipiente señorío de Dios como discípulo que sigue a
Jesús.
«...Jesús, con su invitación al seguimiento, sale del ámbito de la multiplicidad
de
mandamientos y llama a la cercanía de la vida que ha comenzado con él a quien ha
confesado la fidelidad hacia su Dios con la observancia de los mandamientos. El
no da sólo
un nuevo mandamiento, aunque más profundo (no se entiende así la venta de los
bienes),
sino que le ofrece lo nuevo de su persona, con una invitación totalmente
histórica y
concreta. La respuesta más profunda a la pregunta sobre la "vida" no se da por
ello en la
referencia hecha al "tesoro en el cielo" que la venta de los bienes le procura,
sino en la
oferta del seguimiento».
En la óptica de Jesús, expresada con la invitación a seguirlo, la «vida eterna»
se
convierte así en una posibilidad presente.
«A estas palabras el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, porque
poseía una
gran fortuna» (v. 22).
Mc nos informa sólo al final de que aquel era rico. Como de costumbre nos
informa sobre
los detalles sólo si estos son necesarios para explicar algo (como en el caso de
la edad de
la hija de Jairo).
Es la única vez, en todo el evangelio, en que uno responde negativamente a la
llamada.
Algún autor llega a concluir que Lc y Mt han hecho bien en omitir la expresión
«le tomó
cariño». No se lo merecía, con aquel rechazo.
En cambio, me parece que sólo el amor manifestado por el Maestro explica la
tristeza del
hombre. Si no hubiese existido aquella mirada llena de afecto, se podría haber
ido como si
no hubiera pasado nada, despreocupado. Pero precisamente el amor complicaba las
cosas
y apesadumbraba dramáticamente su retorno a casa.
La tristeza no es por los bienes, sino por algo distinto.
Por conservar la propia fortuna, ha perdido la gran ocasión de su vida.
Hay que tener en cuenta un último elemento: en el hombre se trastoca un
principio
religioso. En efecto, la riqueza según la mentalidad judía era considerada como
una
bendición de Dios, una recompensa a la piedad.
Jesús, en cambio, propone la benevolencia de Dios como consecuencia de la
renuncia a
los bienes.
Más que una vida rica, propone una vida plena.
De esta forma rompe la relación tradicional entre fidelidad y prosperidad
terrena.
El hombre no entiende nada. Se cae un pilar de su religiosidad.
Le llega a faltar un «signo» tangible, material, de que Dios está contento de
él.
¿Fundamento de la vida religiosa?
El relato de Mc no puede ser considerado como fundamento escriturístico directo
de la
vida religiosa. Como si existieran cristianos «selectos» a los que el Señor pide
todo y otros
para los que se contenta con poco.
En definitiva, la distinción entre preceptos y consejos no entra en la
perspectiva de este
episodio. Por otra parte, en Mc no encontramos ni siquiera el «si quieres», sino
una serie
de órdenes (vete, vende, ven, sígueme) que no dependen ciertamente de un «si».
Se subraya aquí el imperativo de una llamada, aunque particular.
Y la llamada divina para el hombre constituye un precepto, no un consejo (y
esto,
obviamente, sin querer discutir acerca de la gravedad de la culpa en caso de
rechazo).
Por parte del hombre no se trata de razonar diciendo «soy capaz» o «no soy
capaz». La
invitación es una gracia, pero que determina una precisa responsabilidad
personal. Se trata
de acoger la exigencia del momento y concretarla en la obediencia a Dios.
Por otra parte, no es necesario ni siquiera considerar este relato como un
esquema
válido para todos. Es un caso particular que se refiere a una situación
concreta. No a todos
los discípulos ha pedido Jesús precisamente estas cosas.
El desapego de las riquezas es válido para todos, sin distinción, pero se
traduce de forma
diversa.
«No a todos les es indispensable deshacerse de los propios bienes totalmente,
como no
todos se encuentran en la necesidad de sacrificar la vida por causa de Jesús y
del
evangelio; sin embargo, todos deben escuchar la llamada a una total entrega, que
Jesús
dirige a cada uno aunque de modo distinto. Si a tal llamada se le quiere dar el
nombre de
«consejo», hay que aclarar también que éste para una persona determinada puede
convertirse en un precepto. El distinguir entre "consejo" y "precepto" tiene
sentido
únicamente en cuanto que decisiones, como la de la renuncia total a la propiedad
personal,
no se pueden exigir a todos» (R. Schnackenburg).
Sin embargo, aunque el episodio no fundamenta directamente la vida religiosa en
cuanto
tal, hay que reconocer que se puede fácilmente rastrear el espíritu y muchos
elementos
doctrinales que, sin duda, caracterizan la vida religiosa.
Sobre todo es indiscutible que muchas personas, leyendo esta página, se han
sentido y
se sienten interpeladas personalmente, y han decidido consagrarse totalmente al
Señor
abrazando esa forma particular de vida.
No se dice el nombre del hombre. Así, muchas personas han podido y pueden
identificarse con él, entender como dirigida a sí aquella palabra y, lo que es
más importante,
dar la respuesta positiva que él no ha sabido dar.
El camello tiene que entendérselas con el ojo de la aguja CAMELLO/AGUJA
Jesús, que estaba a punto de irse de viaje cuando llegó el desconocido, ahora
parece
que no tiene ya tanta prisa en emprender el camino.
Aprovecha la escena a la que han asistido los discípulos para precisar algunas
cuestiones.
«Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Con qué dificultad van a
entrar los que
tienen mucho en el reino de Dios!» (v. 23).
Aquí está interesada toda la comunidad, también la más amplia formada por
nosotros que
lo leemos.
La entrada en el reino resulta problemática, sobre todo, para los ricos.
«Los discípulos se quedaron pasmados ante estas palabras» (v.24).
Es difícil explicar esta reacción por parte de quien es pobre y ha dejado todo.
Crisóstomo
la atribuye a una «preocupación pastoral» de los discípulos.
Sin embargo, Jesús no duda en aumentar la dosis. Y esta vez en términos
generales, no
ya limitados a una categoría de personas.
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!» (v. 24). La dureza de su
proposición
contrasta con el tono dulce, persuasivo que la introduce: «Hijos...».
Algunos manuscritos tienen el inciso: «para quien confía en las riquezas». Pero
quizá sea
sólo un desmañado intento de limitar el discurso a los ricos.
Viene, en cambio, a la memoria la imagen de la puerta estrecha (Mt 7, 13-14; Lc
13, 4).
Como si no bastase, Jesús vuelve al tema de los ricos y presenta una imagen aún
más
inquietante: «Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no
que entre un
rico en el reino de Dios» (v. 25).
Es sorprendente que mientras el Maestro recurre a posta a una imagen paradójica
para
hacer ver la idea de la dificultad e incluso de la imposibilidad, los
comentaristas de todos los
tiempos se han esforzado en atenuar la fuerza provocativa e incluso eliminarla
del todo.
Para algunos se trataría de un banal error de transcripción. No kamelos,
camello, sino
kamilos, cable, maroma, cabo para amarrar las naves.
Algún otro también descubre que en Jerusalén existía una puerta tan baja y
estrecha que
se la llamaba por eso «ojo de aguja». Por eso los camellos, cuando las puertas
más
grandes estaban ya cerradas, si querían entrar en la ciudad, se veían obligados
a
agacharse para pasar a través del «ojo de aguja».
En este punto, también han intervenido los predicadores, muy comprensivos, que
han
explicado todo, patéticamente, en términos de humildad. Por lo cual la entrada
en el reino,
más que cuestión de aligeramiento, era cuestión más sencilla, de rebajarse...
Pero el testimonio acerca de la famosa puerta resulta más bien sospechoso por lo
tardío
(siglo IX) y no tiene ningún fundamento serio en la arqueología.
Comúnmente, para la gente sencilla de Israel, el camello era el animal grande
por
excelencia.
Y además existe un dicho rabínico que recalca la imagen usada por Jesús, aunque
el
animal sea distinto: «¿Acaso eres de Pumbeditha, en donde se hace pasar un
elefante por
el ojo de una aguja?».
Sea lo que fuere, Jesús usa frecuentemente metáforas a propósito exageradas:
paja y
viga en el ojo, filtrar mosquitos, tragar camellos, trasladar montañas...
El objetivo del Maestro me parece precisamente el del llevar a los discípulos a
aquella
conclusión: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (v. 26) Es decir, la imagen del
camello y
del ojo de la aguja conduce a una conclusión inevitable: imposible.
De hecho, es imposible salvarse. Es posible sólo ser salvado.
«Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque Dios lo puede todo»
(v. 27).
Tenemos aquí una afirmación perentoria de la teología de la gratitud que, además
de ser
una característica del evangelio de Mc, se encuentra en sintonía con el
pensamiento de
Pablo.
Alguno sugiere invertir el orden de los versículos. De esta forma el versículo
25 (con la
parábola del camello) iría mejor inmediatamente después del 24 que afirma la
extrema
dificultad para los ricos de entrar en el reino.
Jesús ante el desconcierto de los discípulos, responde alargando ulteriormente
el campo
de la dificultad. No sólo para los ricos, sino para todos (v. 24). Así se
explicaría mejor, en
este punto, el pasmo de los discípulos «que muestra el pavor del hombre cuando
se coloca
con seriedad ante Dios» (E. Schweizer).
A pesar de ello, los discípulos no son capaces aún de comprender del todo. «Se
quedan
siempre dentro del horizonte del hombre, incluso cuando tienen un juicio exacto
sobre el
hombre, en vez de mirar al gran acto de Dios y no al hombre. Por esta razón
Jesús le busca
de nuevo con la mirada...» (E. Schweizer).
Y la frase siguiente («Dios lo puede todo») sirve para subrayar el hecho de que
la
salvación es un milagro de la gracia.
Aparte de la plausibilidad de las correcciones propuestas, que quisieran dar una
«gradualidad lógica» a las afirmaciones de Jesús, surge legítima la sospecha de
si,
precisamente un orden demasiado lógico, no termina por estar en contradicción
con el
lenguaje intencionalmente paradójico, excesivo, de Jesús.
En el fondo la mejor solución consiste en dejar el texto tal como está,
atormentado, con
desarrollos y repeticiones, pasajes bruscos, saltos.
Es una página destinada a inquietar, no a tranquilizar.
Y está bien el que la arquitectura literaria no sea perfecta.
Se tiene la impresión de pasar de un pico a un precario guijarro de roca (¡nada
de
gradualidad lógica!) con vertiginosos precipicios que se abren a los pies.
Solamente al final
las manos encuentran un agarradero: «Para los hombres es imposible, pero no para
Dios».
Más aún, bastante más que un simple agarradero.
Algo como «sentirse acogidos».
Pedro está a punto
«Pues, mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (v. 28).
El «mira» de Pedro tiene todo el aire de un suspiro de alivio, después de pasado
el
peligro. El y los otros han abandonado sus modestos bienes por amor de Jesús,
por tanto
están a punto. El problema para ellos está resuelto.
A diferencia de Mt, Mc no pone en boca del portavoz de los discípulos una
pregunta
explícita de aclaración sobre la recompensa.
Es Jesús mismo quien afronta el tema. Y la promesa no se refiere solamente a los
doce
(que, según otro dicho, tendrían que sentarse sobre tronos para juzgar a las
doce tribus de
Israel), sino a todos los que de algún modo, «han dejado casa... por mi causa y
la del
evangelio». La expresión era de bastante actualidad en la primera comunidad
cristiana, en
un tiempo en el que abrazar la fe significaba encontrar separaciones y
contrastes
insanables dentro de la misma familia.
La recompensa es doble:
-vida eterna, en el mundo futuro,
-«compensación» centuplicada, aquí.
Sobre todo el segundo aspecto debe ser aclarado. Muchos entienden que el
discípulo,
renunciando a los afectos familiares y a las propiedades, encuentra después
muchos otros
hermanos en la fe (4) y en el ideal, además de hospitalidad y el apoyo de la
comunidad.
En definitiva, los discípulos son invitados a una experiencia en la que serían
«compensados» de la renuncia con una nueva comunión de bienes y de relaciones
interpersonales (5). Hay algo de verdad en todo esto. Pero me parece que no es
este el
núcleo de la cuestión.
Puntualiza J. Schmid: «Por compensación centuplicada de los bienes terrenos no
se
entienden ciertamente estos mismos bienes en cantidad centuplicada, sino algo
que les
sobrepasa cien veces, es decir que vale infinitamente más, la unión con Dios».
Es decir, una vez más el acento se coloca en el «seguir». El que está con Jesús
encuentra en él todo lo que ha dejado, no centuplicado cuantitativamente sino
cualitativamente. Quiero decir que en el seguimiento se gana una plenitud de
vida.
Esta idea de totalidad está expresada también por un detalle.
Mientras las cosas abandonadas son enumeradas con o...o...o..., las recibidas
son
introducidas por y..., y... y... Más que una suma detallada, la operación hay
que entenderla
en el sentido de plenitud. La totalidad ofrecida por Jesús incluye todo.
La alusión realista a las persecuciones (es el acostumbrado «estar con los pies
en la
tierra» de Marcos...) impide ver en la «recompensa» algo puramente consolatorio,
que
garantizaría al discípulo una vida tranquila, libre de preocupaciones, una
especie de
«pensión».
No. El estar con Jesús es una riqueza siempre amenazada. Se trata de un tesoro
que,
lejos de colocar en una situación envidiable desde un punto de vista humano,
«expone» al
desprecio y tal vez al odio. A pesar del anticipo de plenitud, este es todavía
el tiempo de la
prueba, no del cumplimiento.
Hay que notar que «por la buena noticia» probablemente sea un añadido
redaccional y
eclesial. Solamente la iglesia primitiva llegará, de hecho, a identificar la
persona de Jesús
con el «anuncio gozoso» y con el reino.
La enseñanza se concluye con un dicho sobre los primeros y los últimos. «Y
muchos de
los primeros serán últimos y los últimos, primeros» (v. 31). Lo que llama la
atención en este
loghion son los artículos. Los primeros no serán necesariamente últimos, sino
«muchos de
los primeros». Sin embargo «los últimos» serán sin duda primeros.
En los primeros no debemos ver exclusivamente a los ricos, aunque esta página
los haya
puesto en el centro de la atención. En general, son aquellos que ocupan
posiciones de
prestigio y de importancia en el mundo (por la riqueza, la cultura o el poder).
Jesús no habla de jerarquías. Sus palabras quieren decir: ser acogidos o
excluidos en el
reino.
Los discípulos que han dejado todo, compadecidos, despreciados, considerados
últimos
por los jefes del pueblo, por los judíos, por la gente que cuenta y que «sabe»
(también
religiosamente), se han convertido en los primeros. Pero tampoco ellos deben
sentirse
satisfechos y seguros definitivamente. En efecto, puede suceder que si se dejan
llevar por
la presunción y acaparan títulos de mérito, muchos de ellos vayan a terminar en
los últimos
puestos y algún desconocido (como el ladrón sobre la cruz) llegue a precederles.
En la perspectiva de Jesús, el cambio de las posiciones no está jamás concluido,
sino
siempre en acto.
PROVOCACIONES
1. Difícil clasificar a aquel hombre. Se podría definir como uno que tiene la
manía de
acumular, dispuesto a añadir siempre algo más.
Su gesto de arrodillarse ante el Maestro es algo «más» que los homenajes que se
rendían a los rabís famosos.
Su pregunta trasluce la espera de alguna práctica, prestación suplementaria
-sugerida
por Jesús- además de aquella que realiza habitualmente con la observancia de los
mandamientos.
El no tiene dificultad en añadir un deber más, un ejercicio más al programa de
sus
compromisos religiosos, una materia más para obtener la anhelada promoción.
La invitación del Maestro a dejar sus bienes le deja atónito.
«Una cosa te falta...».
Justo, lo que pensaba, habrá dicho él. Una obra más y seré aún todavía mejor.
En cambio, aquella revelación inesperada: debes dejar, no añadir; perder, no
adquirir;
despojarte, no llenarte de otras obras buenas.
Esto estaba en contraste con toda su formación precedente.
Su razonamiento, dada la mentalidad judía que consideraba la riqueza una especie
de
«sacramento» de la presencia de Dios en casa de una persona pía, puede
reconstruirse
con suficiente exactitud: con una observancia más, me haré más agradable a Dios,
que me
dará aún más riqueza. Teniendo más riquezas, puedo dar más limosnas y, por
tanto,
aumentar mi capital en vistas a la vida eterna...
Componendas. La piedad como inversión segura.
Una doble contabilidad, una doble seguridad: para el presente y para el futuro.
Acumular
aquí abajo me da la posibilidad de acumular también allá arriba. Y teniendo a mi
nombre un
tesoro en el cielo, Dios está como obligado a certificármelo con signos
tangibles en esta
tierra.
La respuesta de Jesús es escandalosa porque trastoca esta práctica religiosa
basada en
la doble ganancia.
Y precisamente este es el meollo central del seguimiento.
Jesús no añade un mandamiento nuevo.
Pide, antes de nada, renunciar a una cierta mentalidad, a una cierta
contabilidad, a un
cierto capitalismo espiritual.
Muchos de nosotros estaríamos dispuestos a seguir al Maestro, si se nos
impusiera un
peso suplementario.
La pena es que pide un «aligeramiento» total.
No exige algo más.
Quiere otra cosa.
No un añadido a tu vida.
Sino una orientación distinta de tu vida.
Si se trata de soportar cargas imprevistas en el viaje, quizá lo haríamos.
Pero ¿quién está dispuesto a invertir la dirección del camino?
Doblar la espalda puede ser más fácil que dejar a la espalda nuestras ideas
religiosas.
Un Dios que nos asignase una tarea más difícil quizá lo toleraríamos.
Pero un Dios que no sigue nuestro juego, nos escandaliza.
Pero..., bueno, si ni siquiera Dios respeta las reglas religiosas, ¿dónde vamos
a parar?
En el fondo, no rechazamos ni pizca, darle lo que pide. Basta que hable, diga la
cifra.
Hemos hecho ya tanto, que no nos retraeremos a este enésimo sacrificio.
Cierto. Es precisamente una imagen de Dios la que debemos dejar.
Se trata del distanciamiento más doloroso. Y muchos no llegan a hacerlo.
Dios no es el monarca sentado en la mesa para recaudar los impuestos o sentado
en el
trono para recibir los homenajes y dones de los súbditos.
Es alguien que va a lo largo de un camino opuesto al nuestro.
Su oído más que percibir el tintineo del óbolo que cae en la caja del reino,
está atento al
sonido de los pasos a su espalda.
Ese Maestro exigentísimo, siempre de viaje, no manda materias suplementarias y
más
difíciles.
Se contenta con que los discípulos mantengan su paso...
2. Debemos reconocerlo. Es el que ha comprendido mejor que nadie las exigencias
del
seguimiento.
Sí, precisamente él, el discípulo que no llegó a serlo.
Se ha ido abatido y triste, porque ha medido hasta el fondo lo que Jesús
pretende de
quien le sigue.
Para comprender el riesgo y la grandeza de una vocación, tenemos necesidad no
sólo de
los «sí», sino también de este «no».
Nos permite valorar exactamente el coeficiente de dificultad del itinerario
propuesto por
Cristo.
Por otra parte, entre quien se queda con la ilusión de negociar, obtener
rebajas,
minimizar, dulcificar, parece más honesto el hombre que se va, asustado.
El suyo es un modo de advertirnos que se trata de una cosa terriblemente seria.
Una amonestación válida incluso para los que han aceptado cumplir el
desprendimiento.
Como si dijera: yo no he sido capaz de desprenderme. Pero tened en cuenta que a
vosotros no se os consiente dar marcha atrás, a escondidas, o bien recuperar de
otro modo
lo que habéis dejado.
Me atrevería a decir que esta «vocación rechazada» es menos peligrosa que
ciertas
vocaciones padecidas o vividas a medias.
De hecho aquella, al menos, puede constituir un desafío para alguno. Estas, en
cambio,
se resuelven en una especie de vacuna que prácticamente llega a inmunizar contra
cualquier lanzamiento, a neutralizar, de raíz, cualquier voluntad de arrojarse a
la aventura.
Aquella puede estimular. Estas descorazonan.
3 «Lo miró fijo, le tomó cariño». Sería demasiado simplista concluir que,
después del
rechazo, Jesús le ha retirado su amor.
No. Aquella mirada el hombre se la ha llevado siempre detrás.
Mejor, dentro. Aquel amor no le ha abandonado ya.
El más atormentado de los remordimientos.
El reproche más implacable.
Quizá si el Maestro se hubiese mostrado duro, cortante, indiferente, aquél se
hubiera ido
a casa menos triste.
Pero una mirada de ese género se convierte en algo insoportable.
Son las provocaciones de Cristo.
El hombre del rechazo sabe algo. Porque aquella provocación es una solicitud
obstinada,
colocada en la profundidad de su corazón para que salga fuera, vea la luz
finalmente el ser
liberado de la esclavitud del tener.
Así la llamada rechazada una vez se convierte en una llamada continua, un
reclamo tenaz
aunque silencioso.
No hay duda. La mirada y el afecto no han cesado. Y ni siquiera han sido vanos.
La
provocación ha tenido el resultado esperado.
Más aún, bastante más...
Baste pensar en las innumerables personas que, leyendo esta página del
evangelio, se
han sentido interpeladas, la han considerado como algo que iba con ellas y han
respondido
que sí.
Son los hijos, innumerables, de una vocación que ha fallado.
Han comenzado los monjes antiguos.
En este caso se puede decir, dando la vuelta al dicho famoso, que el padre ha
comido los
agraces, y los dientes de los hijos (y no sólo los dientes) se han librado.
Todos estos, los hijos de aquella vocación fallida, los podéis reconocer por un
signo
inequívoco. Su alegría.
4. Fundamentalmente la lección que Cristo remacha en este episodio es siempre la
de
perder para ganar.
Entre el antiguo y el nuevo testamento está por medio la aritmética. Un nuevo
modo de
contar.
Todavía hoy, muchos no han sido capaces de captar este método revolucionario. Se
sienten más seguros con el método tradicional (el del hombre que tenía muchos
bienes)
según el cual sólo acumulando, conservando, sumando, se puede ganar.
Jesús, en cambio, propone una aritmética que simplifica enormemente las cosas.
Pero a nosotros nos gustan las cuentas complicadas.
Mira, Señor, si se tratase de quitar algo, de restar alguna cifra, podríamos
incluso
arriesgarnos a seguir tu sistema que asegura una ganancia colosal, según tú
dices.
Pero tú quieres convencernos de que es necesario perder todo para ganar todo.
No somos capaces. También porque, si perdemos todo, qué nos queda para
consolarnos
en caso de una eventual falta de ganancia (perdona, sabes, pero también puede
suceder
esto, somos tan desafortunados...).
Nos comportamos como jugadores cautos y prudentes. Nos movemos con
circunspección. Preferimos ir sobre seguro. No por mucho correr...
Nuestras «apuestas» son siempre «razonables», proporcionadas a nuestros
bolsillos.
Nos sucede a veces que arriesgamos incluso una gran suma. Pero «todo», como tú
quieres, no lo arriesgamos jamás al juego de la vida.
Y continuamos esperando que tú modifiques tu radical «o todo o nada».
Esperamos que cuando te des cuenta de la escasez de clientes que te encuentras,
decidas contentarte con menos.
Mira, cómo también nosotros aceptamos ajustar nuestras pretensiones. No queremos
ganar todo. Fíjate; nos contentamos con ganar mucho. Con pequeñas pérdidas.
Sobre todo estando sobre seguro. Pagos al contado por nuestra parte. Por tu
parte,
estamos dispuestos a darte un crédito. Un anticipo aquí. El resto nos lo pagarás
allá arriba.
Quizá no te lo hayan dicho. Pero nuestro juego preferido, Señor, es la
razonabilidad.
Tiene muchas variantes: realismo, prudencia, justo medio, compromiso. Pero en la
práctica
es lo mismo.
Entonces, Señor, ¿te quedas aún con tu peligroso juego de lo absoluto?
5. Entre todos los comentaristas, me parece que sólo G. Dehn ha anotado este
detalle.
No es cierto que Jesús haga el interrogatorio del hombre rico basándose
exclusivamente
en los mandamientos de la segunda tabla.
Los de la primera tabla son tenidos en cuenta al final.
«Vete a vender lo que tienes...».
«Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses ante mí... No te postrarás
ante estas
cosas y las servirás. Porque yo el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso...». Más
allá de una
pía observancia, el hombre ve perfilarse el absoluto de Dios, ante el cual todo
se hace
relativo.
Dios aparece tan grande, tan real para el hombre, que las otras cosas se
convierten en
pequeñas e insignificantes.
Para practicar los mandamientos de la segunda tabla uno puede salir adelante con
cualquier renuncia, sacrificio, privación, limosna.
Pero cuando Dios se convierte verdaderamente en Dios para nosotros, el único,
nos
damos cuenta de que hay que escoger entre lo que tenemos y lo que nos falta.
DESPRENDIMIENTO/ADORACION El desprendimiento es el más grande acto de
adoración.
La liturgia terrestre se celebra, sobre todo, a través de el desprendimiento,
dirigido a
cantar el absoluto de Dios. Todo desprendimiento es como una genuflexión que
reconoce
el todo de Dios.
El hombre rico, pensándolo bien, ha equivocado el momento de la adoración.
Es al final cuando debería haberse puesto de rodillas.
6. Pero el verdadero pobre es él.
La mirada es la expresión más evidente de su pobreza.
No dispone de otro recurso.
«A esto, Jesús lo miró fijo, le tomó cariño y le dijo...».
«Jesús se les quedó mirando y les dijo...».
«Jesús, mirando alrededor, dijo...».
Advirtamos que la mirada precede siempre el decir.
Son palabras comprometidas, casi descorazonadoras, que expresan exigencias
«imposibles» para los hombres.
Y Dios es pobre.
No tiene nada que ofrecer como garantía, fuera de esa mirada.
Los hombres se pueden ir, volverle la espalda.
Dios es pobre, débil.
No tiene otra fuerza para retenerles que aquella mirada, cargada de cariño.
7. En la respuesta de Jesús a Pedro se puede entrever una solución del problema
del
camello y del ojo de la aguja.
En la frase de Jesús que habla de hermanos y hermanas dejados y encontrados,
«recibidos», me parece que se puede apreciar también una precisión de este
género: en el
reino no se entra solos, sino juntos.
He aquí una hipótesis de solución de la parábola del camello.
Por aquella puerta estrecha es imposible pasar solos, egoístamente.
Con muchos, sí.
8. Hay otro detalle desconcertante.
No se habla, en esta página del evangelio, de una recompensa por las
persecuciones
sufridas.
Sino que las persecuciones forman parte de la recompensa.
9. ¿...O es que Pedro se siente culpable, y cuando dice «lo hemos dejado todo»
es
invadido al menos por una sospecha, si no por un remordimiento?
Quizá aquella declaración no la hace en tono de vanagloria, sino con una
resquebrajadura de incertidumbre.
Aquel «pues, mira» es precisamente lo contrario de un suspiro de alivio.
No excluiría la hipótesis.
Me conozco demasiado bien.
El «todo» del Señor es muy distinto del nuestro.
Cuando él nos asegura que tendremos todo, ese todo incluye verdaderamente todas
las
cosas, comprende también lo que no osamos ni siquiera esperar.
Cuando nosotros, en cambio, decimos «todo», dejamos siempre fuera algo.
Por esto, con frecuencia, advertimos un sentido de vacío en nuestra vida.
Es el vacío provocado por lo que... no hemos dejado.
CONFRONTACIONES
Dios no acepta nuestra planificación moral
El hombre rico, aunque honesto y sincero, parte de una moral a nivel del hombre;
él
piensa que es posible combinar la posesión de bienes con el cumplimiento de los
mandamientos divinos. En cambio, cuando Jesús, que aquí obra claramente como
Dios, le
pide algo que no entra en una ya preestablecida planificación moral, al rico se
le escapa
cómo los mandamientos derivan de una iniciativa divina y no entran en una
codificación
humana.
El hombre rico, habituado a garantizar y a garantizarse todo con su riqueza,
creía de
buena fe que también la herencia de la vida eterna le sería garantizada sólo a
través del
cumplimiento escrupuloso de las reglas del pacto.
Pero he aquí que Dios cambia de golpe el razonamiento preciso del hombre y
establece
nuevas reglas, o bien introduce una inesperada excepción. La salvación
dependerá, por
tanto, sólo de su arbitrio. En ciertos casos Dios querrá que un hombre rico
pueda combinar
su riqueza con la salvación; pero será un «milagro», una iniciativa divina.
Generalmente la
riqueza inclina al hombre a creer en la propia autosuficiencia incluso con
relación a la vida
eterna. Esta es la razón de que sea tan difícil el que un rico entre en el reino
de Dios (J. M.
González, Evangelo secondo Marco, Milano 1973, 181-182).
Los sacrificios extremos los realiza solamente el niño
Nos encontramos en este joven un tipo de hombre absolutamente distinto de aquel
al
que, en ese momento, había prometido Jesús el reino.
En él no hay nada de niño, ninguna sencillez; más aún, está preocupado, en lucha
consigo mismo, en búsqueda. También aquí se ve que el reino de los cielos no
pertenece a
estos hombres.
El idealista se equivoca, si cree vivir la existencia, porque apenas se le
dirige una
exigencia verdaderamente existencial, la rechaza. Los sacrificios extremos los
realiza
solamente el niño en el hombre, el niño escondido en el padre y no el joven
egocéntrico,
que no puede penetrar la verdadera realidad, porque está demasiado ocupado de sí
mismo,
de la propia evolución y de los propios deseos (G. Dehn, o. c.).
Dejarse seducir por Dios
El centro de todo el pasaje es el centro de la fe cristiana: el dejar todo por
Cristo Jesús
-el «dejarse seducir» por el Dios que ha aparecido en Jesús. Sólo quien tiene
este
«supremo conocimiento de Cristo Jesús» (Fil 3, 8) está junto a Dios, ha
encontrado la perla
preciosa, abandona todo con alegría, porque tiene la plenitud de la vida del
reino que está
reservado a los pobres.
Está claro, por tanto, que el hombre no tiene cuanto tiene o posee sino cuanto
da. El
verdadero rico es el que da, no quien está aferrado a las cosas. Uno que se da a
sí mismo,
es sí mismo.
Uno que da todo es todo, y se encuentra rico de todo. Esta es la bendición
mesiánica
que Jesús ha traído (Una comunità legge il vangelo di Marco, Napoli 1979).
Vacíos de vacío
Pero ¿de qué hemos de liberarnos, vaciarnos, empobrecernos? No ciertamente,
Señor,
de tus dones, sino sólo de nuestra codicia que nos lleva a usarlos
superficialmente, sin
comprometernos totalmente, sin jugarnos el todo por el todo. Vaciarnos, por
tanto, de
vanidad, de disipación, de alienación: vaciarnos del vacío porque tú no nos
quieres vacíos
sino llenos de tus dones; llenos de ti y llenos también de nosotros: de ese yo
verdadero y
profundo que no se consigue sin despojo, pero que no se realiza sin
enriquecimiento.
Vacíos de vacío para llenarnos de todo (A. Zarri, E più facile che un cammello....
Torino
1975).
La restitución no se paga entera en monedas celestes
¿Cómo será, Señor, ese «cien veces más»?
Sé muy bien que ciertos hermanos míos sobrenaturalistas, que han ido a clases de
platonismo, lo imaginan todo hecho de espíritu y de gracia, porque la
«naturaleza» les da
miedo y no quieren saber nada con la materia para no mancharse las manos.
Pero yo ya tengo las manos sucias: son suciedad porque son materia; y yo las amo
así,
tú las has amado así y así las has querido aceptar, cuando has tomado carne
humana. Yo
no tengo miedo de la carne, de su calor, de su amor, hecho también de
escalofríos
terrestres.
Y no pienso que tú quieras destruirla y cancelar el don que nos has hecho, al
comienzo
de los siglos, cuando te manchaste las manos también tú, con esta tierra nuestra
(¿qué otra
cosa significa el símbolo de las manos que amasan la creación y modelan el
hombre con
arcilla, sino tu manejar sin más la materia terrestre?). No, no pienso, Señor,
que la
restitución sea toda en monedas celestes: en virtud, en gracia, en gloria
eterna. Sí,
ciertamente, también y sobre todo, pero no sólo.
Tu nos darás, Señor, la misma moneda; y si te hemos sacrificado un afecto, nos
restituirás ese afecto; si te hemos dado una casa, nos darás esa casa con los
adornos de
las paredes y los tiestos de geranios en las ventanas. Quizá no sean las mismas
paredes,
pero será la dimensión, la posibilidad, la libertad de poderla tener de nuevo y
habitarla.
Serán aquellos geranios que hemos sacrificado por nuestra libertad y por el amor
exclusivo
hacia ti, los que florecerán para siempre: en la eternidad y en nuestros días de
ahora (Ibid.).
La resurrección de las cosas
Y ¿cuándo será este céntuplo? ¿Cuándo ocurrirá esa restitución? También aquí sé
que
mis hermanos escatologistas proyectan todo en el más allá. Pero tú nos has
prometido el
céntuplo y la vida eterna. El céntuplo, por tanto, no es la vida eterna: es algo
que tú nos
das aquí, mientras nosotros estamos aún en la tierra. Forma parte, por
consiguiente, de la
vida eterna, en cuanto nada está fuera de tu reino y todo se inicia ya sobre la
tierra; pero es
aún de la tierra y no debemos esperar a la muerte para recibirlo: basta -aunque
es
necesaria- la muerte diaria del ayuno, del desprendimiento, de la pobreza, para
que surja la
resurrección de las cosas.
Y si este céntuplo tú nos lo das en monedas terrestres y ya aquí sobre la
tierra, ¿esto
quizá significa que es un asunto que concluye y que desaparecerá después de la
muerte?
No creo, Señor, que tú nos des dones provisionales y nos tomes lo que ya ha sido
objeto
de muerte y de resurrección. Esto ya ha entrado en tu reino, forma ya parte de
tu vida
eterna y no nos será quitado. Lo llevaremos al más allá, tan puro como nos lo
has
purificado y como nosotros hemos consentido que nos lo purificases. Es nuestra
pequeña
porción, nuestro pequeño anticipo del cielo (Ibid.).
No se le piden cuentas a Dios
¿No se podría, sin embargo, objetar que este motivo de la recompensa es poco
honrado
y casi inaceptable? ¿No sirve quizás a estimular una actitud renunciadora, por
la que se
sufren aquí abajo privaciones y «sacrificios» con el fin de obtener un premio
celeste lo más
grande posible en la «felicidad eterna»? ¿No conduce quizás a esa huida del
mundo, a ese
aislamiento de las comunidades en una especie de gueto, que hoy reconocemos como
falso y perverso en cuanto induce a la iglesia a renunciar a todo, sustrayéndose
de sus
compromisos en el mundo, de su acción social y de las necesarias intervenciones
contra la
opresión de algunos grupos privilegiados? ¡Pensamos en América Latina! En
realidad estos
peligros no se pueden negar y además debemos admitir muchas culpas históricas
por parte
de la iglesia.
También las palabras de Jesús están expuestas al peligro de falsas
interpretaciones.
Pero si reflexionamos en su intención original, la ansiosa búsqueda de la
recompensa está
excluida.
El se sirve de la imagen de una recompensa centuplicada para animar a los
discípulos a
emplear los bienes de la tierra según las exigencias evangélicas. El quiere
disuadir a sus
seguidores de la sed de dinero y de propiedades, para que se dediquen totalmente
a Dios:
ellos deben emplear los bienes como Dios manda, es decir, para los pobres y
necesitados.
Por último, con esto no adquirimos derechos ante Dios y no les está permitido
hacer otra
cosa que esperar de él la restitución, bajo forma de don, de todo a lo que han
renunciado.
La concepción judía de la recompensa, en el anuncio de Jesús no sólo es
corregida sino
sencillamente dada la vuelta. En efecto, Jesús excluye categóricamente la
aspiración a un
premio siempre mayor, así como el vanagloriarse de las propias prestaciones.
Jesús parte
del pensamiento judío («tendrás un tesoro en el cielo»), pero lo supera apelando
a la
grandeza y liberalidad de Dios, que igual que no se deja comprar, tampoco se
deja ganar
en bondad. El que le da todo recibirá de él dones abundantes. En cambio, quien
espera el
premio pidiéndole cuentas a Dios y obrando el bien con cálculo, todavía no ha
actuado el
don de sí a la divinidad (R. Schnackenburg, o. c.).
La comunidad no es un refugio para personas solas
También el hacer de la comunidad la propia casa puede esconder insidias. El que
busca
en la comunión con los hermanos y las hermanas de fe una compensación real a
cambio de
lo que ha dejado o perdido, no ha comprendido aún la llamada al seguimiento de
la cruz.
Jesús se separó incluso de los discípulos más queridos, muriendo solo y
abandonado, por
la salvación de todos. La comunidad no es, en primer lugar, un refugio para las
personas
solas, sino un espacio en donde se reúnen los que renuncian a los propios deseos
por
amor de Jesús y se ponen al servicio de los demás hombres. Esta no constituye un
rincón
tranquilo y apartado del mundo, sino un punto de partida para ir hacia el mundo.
Sin embargo, la comunidad en cuanto tal debe preparar y reforzar a los
creyentes,
dándoles la confianza de tener junto a sí otras personas animadas por idéntico
ideal, con
los que recorrer juntos el mismo camino y presentarse en el mundo con la misma
misión,
recibida por Jesús.
Una comunidad probada y perseguida tiene necesidad de este alivio y de esta
certeza
(cf. I Pe 5, 9).
En este sentido la iglesia primitiva no se equivocó al interpretar al Señor
cuando, junto a
sus inauditas pretensiones, recordaba continuamente también su infinita bondad
que todo
lo comprende (Ibid.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 126-151)
.................
1) Cf. también Eclo 34, 21-22; Mal 3, 5;
Eclo 4, 1-3.
2) En el evangelio de Mc se registra el mayor número de «rasgos emocionales» de
Jesús.
3) Cf. Os 11, 1; Dt 7, 7-8.
4) Jesús mismo ha dicho: «El que cumple la voluntad de Dios ése es hermano mío y
hermana y madre» (Mc 3,
35).
5) «En las comunidades, de hecho, se inaugura ya la riqueza del reino, por el
hecho de que no se posee sino
que se da. En ella sucede por tanto lo que ha sido prefigurado en la
multiplicación de los panes, en donde en
vez de poseer y atesorar, se da y se divide, obteniendo como resultado la
multiplicación de los bienes, de
forma que todos tengan hasta la saciedad... Así la iglesia se debe situar en el
mundo como el lugar concreto
de la nueva praxis del reino de Dios», (Una comunità legge il vangelo di Marco,
II. 117).
2-11 - TERCER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
Mc/10/32-34
Mt/20/17-19 Lc/18/31-34
J/PASION/ANUNCIO-3
El que va delante
Este tercer anuncio se distingue de los precedentes por la escena introductoria
particularmente rica de significado, y por el contenido bastante pormenorizado.
Jesús «sube» hacia Jerusalén, lugar de la pasión. Camina delante de todos.
El verbo «subir» es apropiado, desde el momento que Jerusalén se encuentra a
unos 800
metros de altura. Quizá Jesús está ya por la llanura de Jericó. «Les llevaba la
delantera» (v.
32). Indudablemente el verbo hace referencia a la costumbre rabínica de ponerse
a la
cabeza del grupo de discípulos. Pero aquí la expresión puede tener un
significado
marcadamente cristológico (1). E indica decisión, conciencia, aceptación de la
misión
encomendada por el Padre. Por lo cual el correspondiente «ir detrás» de los
discípulos no
hay que entenderlo sólo en sentido material, sino que traduce una adhesión
interior
(seguimiento).
En la disposición del grupo hay algo poco claro. En efecto, parece recogerse la
presencia
de dos grupos distintos. El primero, más cercano al Maestro, está formado por
individuos
«asombrados», el otro, un poco detrás, recluta gente que también va asustada.
Algún estudioso supera la dificultad atribuyendo a Jesús un sentimiento de
consternación.
Por tanto, no «estaban asombrados», sino «Jesús les precedía y estaba invadido
por la
consternación. Y los que venían detrás tenían miedo...» (Turner). De esta forma,
tendríamos
aquí, en el acercarse a Jerusalén, una anticipación de la angustia de Getsemaní.
Pero, probablemente, a pesar de resultar misterioso el versículo -que Nisin
considera el
más dramático de todo el evangelio- se indican dos grupos distintos. En el
primero, junto con
los apóstoles, probablemente hay también otros seguidores (de hecho, poco
después,
Jesús llamará aparte solamente a los Doce). En el segundo, formado
presumiblemente por
simpatizantes en general, empieza a abrirse paso la inseguridad, la duda y, por
tanto, el
miedo, y parece que les vemos separarse (2).
Sea como fuere, se puede captar una atmósfera saturada de tensión. Es la hora de
la
gran decisión.
El contenido de la profecía, mucho más detallado que los anteriores y que
presenta una
singular coincidencia, tanto en la sucesión cronológica de los acontecimientos
(3), como en
la terminología, con el relato de la pasión, induce a pensar en una
reelaboración formal de
la iglesia primitiva.
Confrontando las distintas predicciones, se nota en esta última la presencia de
ocho
elementos distintos. En este orden: entrega a los sumos sacerdotes y a los
escribas,
condena a muerte, entrega a los paganos, burlas, escupitajos, flagelación,
muerte,
resurrección. De estos, solamente tres figuran en los primeros dos anuncios,
mientras se
encuentran todos en el relato de la pasión.
Hay que notar que en ninguna de las tres profecías es recordada la crucifixión.
Se habla
sólo de muerte.
En cambio, todas concluyen con la palabra sobre la resurrección.
Aquí no se relata la reacción de los discípulos. Pero ya ha sido descrita
suficientemente
en la escena introductoria. Por lo que no es difícil adivinar su estado de
ánimo.
Por otra parte, están «subiendo» a Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad de
Dios. Y no
van en peregrinación. Acompañan a un «condenado a muerte».
PROVOCACIONES
1. Quién sabe cuántas veces Jesús se habría puesto a la cabeza del grupo.
Pero esta vez, la expresión «les llevaba la delantera» parece expresar algo
distinto de lo
acostrumbrado.
Hay por parte de Jesús una determinación más resuelta.
Se advierte además un sentimiento de cansancio.
En efecto, además de vencer la repugnancia de la propia naturaleza humana para
subir a
Jerusalén, Jesús debe vencer también la resistencia, la pesadez de los
discípulos.
Se diría que debe remolcarles...
2. Ciertamente Jesús, también en un plano humano, puede intuir las oposiciones
que se
hacen cada vez más duras, los complots que se van tramando secretamente, las
decisiones
que se concretan en una verdadera coalición contra él en los ambientes que
cuentan, los
de los negocios, de la política y de la religión. Las amenazas se precisan sin
dejar lugar a
dudas. Se siente ya vigilado de cerca.
Tiene la impresión de estar enredado en estas intrigas. Pero en vez de buscar
una
salida, avanza decididamente, con vigor.
El plan puesto en práctica por sus enemigos conecta en su punto central con el
plan de
salvación de Dios.
No sólo en relación a sus discípulos, sino también en relación con sus
oponentes, se
diría que Jesús «va delante».
Jesús va por delante. Los demás se limitan a reaccionar.
La potencia del mal está como obligada a mantener el paso con su desconcertante
iniciativa de amor.
Las fuerzas amenazadoras de las tinieblas, capaces de hacer el mal, se ponen en
movimiento porque han sido provocadas por uno que ha pasado haciendo el bien y
teniendo el coraje de no defenderse.
El mal está allí, evidente, en toda su atrocidad, con todo su poder de
destrucción. Pero
-como dice J. Guillet- no es él quien dirige el juego. Y mucho menos quien le
concluye.
Después de haberse ensañado sobre su víctima, el mal se encontrará como vacío.
En efecto, su victoria se limita a la destrucción del inocente. Después de esto
no tendrá
ya nada que destruir.
La víctima será capaz de quitarle el veneno mortífero.
Sin embargo, para que suceda esto, no se puede evitar la confrontación.
3. El aspecto paradójico de estos anuncios de la pasión está en el hecho de que,
mientras por un lado expresan la necesidad, la inevitabilidad del mal, del odio,
del
desencadenarse de la maldad de los hombres, por otra parte son también y sobre
todo
anuncios de victoria.
4. Un estudioso resalta que Mc en la secuencia inicial, se comporta como un
óptimo
director. Prepara la escena, disponiendo al personaje y a los distintos grupos
que le
acompañan con esmero, obteniendo un efecto de rara potencia.
Pero en aquellos grupos también hay sitio para nosotros lectores.
Y, tanto Mc como Jesús en persona, tienen necesidad de que tomemos posición. En
el
cortejo hacia Jerusalén son necesarias muchas otras presencias.
Si tuviese posibilidad de elegir, estoy seguro que me presentaría ante el
director Mc para
pedirle que... me ahorrase el viaje y que me buscase un puesto, a ser posible de
primer
plano, en el grupo de aquellos que entran en escena después del tercer día...
CONFRONTACIONES
Hacia una pavorosa tiniebla
En lo relativo al lenguaje, cuidadosamente elegido en este anuncio de la pasión,
merece
especial atención el verbo entregar (en griego es igual a «traicionar»)...
...Los tres significados del verbo griego, que son «entregar», «traicionar»,
«poner en
manos de alguien», desde el punto de vista teológico convergen en un sentido
único, y son
todos igualmente adecuados para preparar nuestra reflexión sobre el misterioso
enredo de
la perversidad y crueldad de los hombres con la inestable permisión divina, que
esconde
por otra parte un designio de salvación. Tanto más se cierra la obscuridad de la
pasión,
cuanto más se une el pensamiento del abandono por parte de Dios a la ignominia y
al dolor
causado por los hombres; pero precisamente hacia esta tan pavorosa tiniebla el
hijo del
hombre dirige sus propios pasos (R. Schnackenburg, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 152-156)
........................
1). El mismo verbo griego proago será
utilizado para expresar la promesa de la resurrección. Cristo resucitado
precederá a los suyos en Galilea. Cf. el termino proago a cargo de K. L. Schmidt,
en Grande Lessico del
Nuovo Testamento, de G. Kittel y G. Friedrich, I, coll. 349-351.
2). Comenta R. Schnackenburg: «Mientras los discípulos que se asombran de Jesús,
que se pone resuelta-
mente en camino delante de ellos, hacen de fondo a la figura de Cristo, las
otras personas que lo siguen,
representan la situación y la actitud de la comunidad. El conjunto resulta una
imagen apropiada del pueblo
de Dios peregrinante que, irresoluto y tímido, quizá lleno de miedo, sigue a su
Señor, arrastrados sin
embargo por él que es "el autor y consumador de la fe" (Heb 12, 2)».
3). Solamente el orden de los malos tratos resulta invertido. El relato de la
pasión habla primero de la flagelación
y después de las burlas.
2-12 -
LA ASIGNACIÓN DE LOS
PUESTOS
Mc/10/35-45
Mt/20/20-28 Lc/22/24-27
ZEBEDEO/HIJOS
La ambición no explica todo
Hay casi unanimidad en condenar la salida de los «hijos del trueno»
atribuyéndola a una
ambición desenfrenada, arribismo, egoísmo, deseo de poder.
De esta forma, su petición se cataloga bajo la expresión «incomprensión de los
discípulos», que es un leit-motiv del evangelio de Mc.
Solamente P. R. Bernard, que yo sepa, asume, patéticamente, la defensa, llegando
incluso a dar la vuelta al sentido del incidente, que él explica así: «Se
acercan a Jesús y con
la máxima familiaridad, le presentan una pregunta que les parece del todo
natural: toman
precauciones para el reino futuro. Jesús ha manifestado siempre con ellos la más
grande
amistad. Si se sitúa en su propio poder mesiánico, pueden esperar que no les
alejará de sí.
Hay en este deseo que es expresado de forma un tanto ingenua, no tanto ambición
personal
cuanto apego a él... Encuadrado en esta relación de amistad, el diálogo se puede
entender
mejor y no está privado de grandeza. Santiago y Juan reaccionan ante la
propuesta del
Maestro mejor que lo había hecho Pedro con ocasión del primer anuncio de la
pasión (Mc 8,
31-33); se muestran más dispuestos a entrar en aquellos misterios dolorosos que
Jesús ha
predicho, se ofrecen para acompañarlo, no quieren dejarlo solo...».
Quizás exagera este autor queriendo presentar exclusivamente como «buen corazón»
lo
que los otros indican exclusivamente como «ambición».
Queda el hecho de que el episodio, a menos que se recurra a simplificaciones
abusivas,
presenta muchos aspectos desconcertantes. Lc lo ignora. Mt, dándose cuenta de lo
embarazoso de la situación, intenta salvar a los dos hermanos, atribuyendo la
responsabilidad de la petición a su madre. La cosa, haciéndola pasar como
ingerencia
materna, se convierte en plausible. Aunque Mt da la impresión de dejar las...
huellas de su
corrección diplomática cuando incurre en un olvido demasiado evidente en los
versículos
siguientes, en los que Jesús se dirige a los hijos, ignorando la presencia de la
madre (que,
quizá. no está).
Se puede retener, adoptando una vía intermedia, que la petición de Santiago y de
Juan
no es ni descaradamente egoísta ni totalmente desinteresada. Una mezcla de
entusiasmo y
de cálculo. Un fondo de generosidad en la que se insinúa una pizca de
vanagloria. Una
disponibilidad a arriesgar, pero... con alguna garantía. Ingenuidad y astucia
(baste pensar
en el modo en que intentan «cazar» a Jesús, queriendo obtener de él la promesa
de
concesión, antes aún de especificar el contenido de la petición).
La actitud de los «hijos del trueno» aparece muy humana, por su bondad de fondo,
no
totalmente limada de elementos ambiguos.
Por otra parte, no hemos de olvidar que «se acercaron» (v. 35) al Maestro, le
alcanzan en
el camino que sube a Jerusalén. Por tanto han decidido seguirle a lo largo de
aquel itinerario
del que han sopesado toda su aspereza.
De hecho Jesús no les reprende. Se limita a «purificar» su visión, aún demasiado
terrestre, de su gloria mesiánica. Por lo demás «como el corazón es bueno, es a
través del
corazón como les reprende» (P. R. Bernard).
En cambio, quienes han interpretado en sentido decididamente desfavorable la
respuesta, son los compañeros. Los cuales, por eso, «se indignaron contra
Santiago y
Juan» (v. 41), sin duda no para tutelar la pureza de la doctrina sobre el reino
de Jesús, sino
por banales motivos de prestigio y celos: en efecto, se sienten amenazados en
sus sueños
de grandeza por los avances de aquellos dos que a su parecer quieren acomodarse
sin
tener en cuenta las jerarquías.
En este sentido la pregunta de Santiago y de Juan es sólo la mecha que hace
explotar
una vez más entre los discípulos la controversia sobre las precedencias, aún no
apagada
del todo. Por lo que la lección severa de Jesús (v. 42-45) está dirigida
esencialmente a los
«diez» más que a los dos responsables de aquel paso mal dado.
La disputa se convierte, por eso, en una prolongación de la surgida
inmediatamente
después del segundo anuncio de la pasión (9, 33-37)
Garantizado el cáliz, no el puesto
Después de haber encuadrado el episodio en su conjunto y en sus motivaciones más
bien complejas, leámosle de forma más pormenorizada, intentando clarificar el
significado
del lenguaje usado.
Sentarse a la derecha y a la izquierda en la gloria (v. 37). Los dos discípulos
reivindican,
con esto, los puestos de honor -con la autoridad consiguiente- según una visión
insistentemente jerarquizada del reino mesiánico. La perspectiva en la que se
mueven está
aún contaminada por sueños de realización terrena.
Jesús, tomando pie en esta preocupación, reafirma un elemento fundamental de su
pedagogía: las condiciones para llegar a la gloria, el camino a seguir.
Tales condiciones vienen expresadas con dos imágenes: el cáliz y el bautismo.
El cáliz podía ser, pocas veces, la copa de la alegría que el dueño de la casa
ofrecía al
huésped en señal de acogida, o la «copa del consuelo», que en los banquetes
funerarios,
era ofrecida a los miembros de la familia del difunto, o también, la «copa de la
salvación».
Pero con más frecuencia, sobre todo en el antiguo testamento, era el cáliz
amargo del
sufrimiento. Más aún, con un acento de castigo, de ira divina. Una especie de
juicio de Dios
sobre la infidelidad del pueblo (1).
Estamos, por tanto, ante una imagen que remite a la idea de muerte, asociada
además a
la idea aún más repugnante de cólera divina que decreta la ruina de los impíos.
Jesús tomará esta imagen, aplicándola a sí mismo al referirse a la propia pasión
inminente durante la agonía en Getsemaní, quizá sobreentendiendo el pensamiento
de que
«él toma sobre sí el juicio de Dios y quiere padecer un tormento extremo por
amor a los
hombres» (R. Schnackenburg).
La metáfora del bautismo evoca literalmente la inmersión, el bucear en las aguas
del
sufrimiento más atroz y en la muerte (2). Podría hacer referencia a la idea de
naufragio, es
decir algo irreparable.
El bautismo de Jesús en el agua del Jordán ha inaugurado su ministerio. Entonces
aquel
gesto quería expresar la solidaridad con los pecadores. Ahora la expresión de
Jesús
precisa que aquello era sólo un símbolo. El autentico bautismo se coloca al
término de su
misión (3): «es muerte con los pecadores y por los pecadores» (R. Fabris).
Los dos discípulos proclaman que son capaces de compartir su destino de
humillación,
sufrimiento, muerte violenta: «sí, lo somos» (v. 39).
Hay una cierta seguridad por su parte, quizá una desenvoltura excesiva. Pero no
se dice
que tengan exclusivamente en cuenta sus propias fuerzas para pasar aquellas
pruebas
espantosas y aquel trago de sabor tan amargo. Quizá estén íntimamente
convencidos de
que el discípulo debe dejarse conducir por el Maestro y recibir de él la fuerza
para afrontar
el camino doloroso que debe recorrer.
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y también seréis bautizados con el
bautismo con
que yo voy a ser bautizado...» (v.39). Alguno ve una profecía de la muerte
violenta que
deberán sufrir los dos apóstoles (4). Pero más probablemente, Jesús se limite a
indicar las
tribulaciones y las persecuciones que afrontarán por amor del Maestro.
Casi con toda seguridad, las primeras comunidades cristianas se habrán referido
a este
dicho de Jesús al participar en los ritos sacramentales del bautismo y de la
cena, queriendo
con ello expresar la propia inserción en la suerte del Maestro. Sin embargo,
como observa
E. Schweizer, «la comunidad debe haber entendido el texto como el israelita del
antiguo
testamento que participa en las promesas de Dios y de la tierra que sus padres
han
heredado; con la circuncisión y con el banquete de la alianza es "incorporado" a
estas
realidades y esto significa que su camino se desenvuelve de forma análoga al de
los
padres. La incorporación en el destino de Jesús, que comporta la participación
en su
bendición y en su señorío es, por tanto, lo primero; que esto se presente en
forma de un
camino análogo al de Jesús, es lo secundario. Esto se deduce también de que el
versículo
38 tiene los verbos en presente, y el versículo 39 los tiene en futuro: el
camino presente de
Jesús y el camino futuro del discípulo, que se deriva del anterior, se
encuentran en dos
planos distintos; todo «ir detrás» es fundamentalmente una participación en su
camino; él
siempre «ha ido delante», es decir ha precedido. Es la vía, es decir el camino
del mismo
Jesús hacia la cruz que incluye toda la experiencia de la comunidad. La realidad
de esta
inserción en el camino de Jesús se manifestará efectivamente más veces de forma
concreta
en muchas analogías con el camino de Jesús».
«Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; sino
que es
para quienes está preparado» (v. 40).
Jesús asegura a los dos la posibilidad de ser asociados en profundidad al propio
destino
de sufrimiento, sin garantizar por otra parte los puestos de honor ambicionados.
«... Sino que es para quienes está preparado». No olvidemos que la pasiva indica
la
acción de Dios, que se desarrolla bajo la enseña de la libertad y de la
gratuidad.
Dice con la acostumbrada agudeza R. Fabris: «Las profecías y las promesas de
Dios no
son pronósticos y predicciones, sino propuestas para que el hombre se abra al
futuro de
Dios. Un futuro que no puede ser hipotecado y secuestrado: es libre don de Dios
hecho a la
libre disponibilidad del hombre».
J. Schmid por su parte comenta: «Beber el cáliz del dolor es condición necesaria
para
obtener los puestos de honor, pero no es aún el fundamento de algún derecho para
obtenerlos. Concederlos no le compete a Jesús, sino al Padre celestial, que
decide en su
eterno consejo».
E. Schweizer: «Precisamente el hecho de que Jesús deje en suspenso quiénes son
aquellos para los que ha sido preparado el puesto por Dios, hace absolutamente
imposible
interpretar el seguimiento de Jesús como pretensión de una recompensa especial.
Todo
carácter meritorio del sufrimiento es sustancialmente rechazado. El hecho de que
el
inserirse en el camino de Jesús se evidencie con sufrimientos particulares no
constituye
una condición para una recompensa y no da ningún derecho particular, aunque Dios
no lo
olvide (9, 41)».
Es inútil discutir, como se ha hecho en el pasado, si con esta declaración Jesús
niega la
propia igualdad con el Padre. Tampoco aquí el Maestro pretende impartir una
lección de
teología trinitaria y ni siquiera insinuar la idea de una predestinación («está
preparado»). A
lo sumo Jesús hace, como en otros puntos del evangelio de Mc, «teología de la
gratuidad».
Aquí únicamente quiere indicar que su misión terrena está subordinada al
designio del
Padre. Por lo cual también el discípulo que se asocia a su tarea histórica, debe
también
abandonarse totalmente a la libertad y a la generosidad de Dios, sin pretender
«hacer
lotes» del reino. Como Jesús se pone confiadamente en las manos del Padre, así
también
quien le sigue debe asumir la misma actitud.
Jesús en este versículo se sirve de un lenguaje típico de la apocalíptica para
pedir a los
discípulos que no se preocupen de la prenotación de los puestos. En el fondo, su
respuesta
es una invitación al amor, abandonando cualquier contabilidad de recompensa.
Esta está
en buenas manos. Renunciando a la ambición, los creyentes demuestran fiarse de
la misma
manera que Jesús de lo que el Padre ha preparado.
El discípulo está llamado a obrar en el presente, dejando que Dios programe
libremente
el futuro.
En otras palabras, una vez más es subrayada esta realidad: el seguimiento tiene
ya en sí,
ahora, su propia recompensa. Cristo sólo puede prometer, como don, la
posibilidad de
seguirle.
Seguir a Jesús no significa recibir explicaciones, sino ser asociados a su
misterio de
dolor y de gloria.
Jesús formula un proyecto de comunidad
«Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41).
El incidente no está cerrado. Al contrario, se alarga al grupo de los apóstoles,
que
estaban atentos, sospechando de aquella forma de hablar. Siempre dispuestos a
saltar
cuando se trataba de establecer quién era el más grande entre ellos. La
intrepidez de los
dos colegas les ha ofrecido, han advertido una amenaza en la elaboración del
organigrama
que regula promociones y escala puestos en la carrera.
Jesús, entonces, aprovecha esta ocasión polémica para aclarar su pensamiento
relativo
a la estructura que debe tener su comunidad. «Los reunió y les dijo...». Esta
vez se decide
a afrontar la cuestión de los puestos de honor, se diría que sólo ahora da la
respuesta.
Para ilustrar su propio concepto de autoridad, realiza una rápida excursión en
el campo
político. Allí los discípulos tienen ante sus ojos algunos modelos de mando y de
comportamiento.
PODER/J Existen «jefes» (hay una ligera ironía en la expresión «los que son
tenidos como jefes», es decir parecen o creen hacerlo y terminan por convencer
también a
los demás en este sentido...) y los que se llaman «señores», notables,
ministros,
funcionarios de todas las categorías, que ejercen el dominio «sirviendo» a los
otros con el
poder, la fuerza, la apariencia. Ante este espectáculo de gente que busca la
escalada del
poder, el éxito, los discípulos deben darse cuenta de que tienen la obligación
de hacer
precisamente lo contrario. Es decir, Jesús, realiza una incursión por la
política para salir
inmediatamente. Justo el tiempo para denunciar el aspecto prevaricador del
poder. Para
advertir que hay que hacer lo contrario. «No ha de ser así entre vosotros» (v.
43). Observa
oportunamente J. Delorme que el verbo es un indicativo presente, por lo que no
se trata de
un augurio y mucho menos de un mandato. Es una especie de presente
constitucional.
«Jesús excluye categóricamente el modelo de poder ejercido en la política. No
ofrece sólo
una ley entre otras, sino la constitución misma de la comunidad de sus
discípulos.
cada uno es el servidor de todos».
A este respecto presenta dos modelos de aquel anti-poder que debe caracterizar
el estilo
de una comunidad cristiana: el siervo (diakonos) y el esclavo (doulos). El
primer término
expresa sobre todo el servicio concreto (especialmente en la mesa) y el segundo
subraya
mayormente la dependencia.
Hay que notar el paso de «servidor vuestro» a «esclavo de todos». Es decir, la
regla
fundamental del servicio se alarga más allá de los confines de la comunidad. El
criterio de
autoridad, por tanto, es la ventaja que reciben los demás.
«La autoridad no debe tomar la actitud del servicio para ser acogida y estimada
como
autoridad: sería aún una forma fraudulenta e hipócrita de poder y de dominio.
Quien está
realmente sin rol y sin prestigio y verdaderamente sirve a los demás, este
ejerce la
autoridad» (R. Fabris).
Jesús no se contenta con abolir los grados, exhortar genéricamente a la humildad
y ni
siquiera establecer normas de comportamiento práctico . Pretende cambiar la
mentalidad,
convertir la «libido del poder» en alegría de desaparecer y servir, arrancar
completamente
el instinto de dominio del hombre sobre otro hombre.
DOMINIO/DESEO «El instinto de dominar está profundamente arraigado en el corazón
del hombre y le corrompe al igual que la riqueza. Jesús no se apresta a
convertirse en un
revolucionario político, sino que pretende revolucionar a sus discípulos en lo
íntimo de su
espíritu, imponiéndoles una ley fundamental que no sólo prohíbe tal deseo de
dominio, sino
que también imprime a su sociedad en cuanto tal una fisonomía completamente
distinta»
(R. Schnackenburg).
Y, después de haber presentado un modelo que no hay que imitar, Jesús no duda en
ofrecerse a sí mismo como ideal al que referirse. En la actitud del Maestro la
comunidad
encontrará la motivación decisiva de la nueva ley constitucional: «Porque
tampoco el hijo
del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en
rescate por
muchos» (v. 45).
Tengamos presente que en la tradición bíblica el hijo del hombre es quien recibe
de Dios
«poder, gloria y reino» (Dan 7, 14). Pues bien, Jesús dando la vuelta audazmente
a esta
imagen, precisa que el poder lo tiene en cuanto siervo, la gloria en cuanto
capaz de
humillación, la autoridad real en cuanto disponible al don total de la vida (5).
El comportamiento del Maestro, que no ha venido para señorear, sino para servir,
debe
ser. por tanto, normativo para los discípulos.
«...Y para dar su vida en rescate por muchos» (v. 45). Es un versículo que ha
hecho y
hace discutir.
Precisemos brevemente. El rescate (lutron) deriva de un verbo que significa
«soltar»,
«liberar». Es el precio que había que pagar por la liberación de un individuo,
normalmente
un familiar, que había caído prisionero o esclavo.
Aquí no es el momento de preguntarse a quién paga Jesús este precio (¿a Dios o a
Satanás?) ni adentrarnos en el espinoso problema de su muerte expiatoria o del
sufrimiento
vicario.
No estamos en el campo de un contrato y tampoco en un contexto jurídico en el
que se
habla de sanción penal. Estamos en el campo del amor.
A través de un sacrificio voluntario Jesús ofrece la propia vida «en el puesto
de» (o
según algunos «en rescate por») quien se encuentra en la imposibilidad de
liberarse, de
soltarse por sí solo. Se hace esclavo para liberar a los esclavos (es una
especie de ley de
la homeopatía: «similia similibus curantur»).
Dios, más que pretender, acepta esta «satisfacción», acepta este gesto de
donación
suprema por parte del inocente que quiere pagar las culpas de todos.
Por lo cual Dios no está allí para regatear el precio, sino más bien para acoger
en su
amor, junto con aquel que es su Hijo, a muchos, es decir a la humanidad salvada
por él.
Recordemos que «muchos», en lenguaje semítico, significa «todos».
La antítesis está entre «uno» y «muchos». La vida (o el rescate) de uno solo
hace de
contrapeso a la multitud, es decir a todos.
La afirmación de Jesús tiene una dimensión universal porque comprende todos los
pueblos además de Israel, y esto en estridente contraste con la mentalidad
hebrea, según
la cual los méritos de uno (Abraham) reportaban una ventaja exclusiva a sus
descendientes
(6).
Conclusiones
Concluyamos, subrayando algunos puntos fundamentales de esta página.
-Como observa E. Schweizer, la falta de una jerarquía (entendida en sentido
mundano)
en la comunidad cristiana, es el fruto del árbol de la cruz, «un fruto que no
podrá ser
quitado y que ni siquiera los errores de una iglesia podrán eliminar».
Con su pasión y muerte, Jesús conquista el último puesto, logra el máximo grado
de
grandeza en el servicio y le dona a su iglesia.
Por eso, desde este momento, el fundamento de la eclesiología sólo puede ser una
imagen invertida del poder. Y repitamos que esto no como mandato, sino como don,
ofrecido desde la cruz.
-Jesús presenta un proyecto de comunidad-sin-poder, no de
comunidad-sin-autoridad.
Sólo que la autoridad no está caracterizada por la posibilidad de mandar, sino
por la
realidad del servicio.
J/SERVICIO SERVICIO/PRECEPTO Es significativo que los tres anuncios de la pasión
terminan con el verbo «servir». Esto excluye una interpretación dolorosa del
itinerario de
Cristo. «El camino de la cruz no es "sufrir", sino, antes de nada, "servir"» {J.
Delorme).
-El «dar la vida» representa por tanto el punto más alto, el aspecto esencial
conseguido
por el servicio de Cristo en favor de los hombres. De esta forma, no sólo su
vida, sino
también su muerte es «servicio» en favor de los hombres. La grandeza está en el
don de sí.
Y éste no tiene límites.
PROVOCACIONES
1. No es cierto por tanto que Jesús vaya siempre delante. Alguna vez los
discípulos
llegan a precederlo. Como en este caso.
El está aún en el camino que sube a Jerusalén.
Y ellos han «subido» ya a la gloria.
Por una vez Jesús se ve obligado a llamarles -a llamarnos- hacia atrás, más
abajo.
No es lícito saltar la idea del Calvario, pasándose al reino.
No está permitido remover la imagen de la cruz, sustituyéndola con la de un
puesto de
honor.
La tarea del discípulo no consiste sólo en comprender las exigencias del
Maestro, sino
también encontrarse en el puesto justo, en el momento justo. Ni retrasos ni
huidas hacia
adelante. Ni rechazos ni evasiones triunfalistas.
En el fondo, el discípulo está llamado al sentido de mesura.
Sólo que la mesura no la establece él, con su buen sentido, su prudencia, sino
que está
sincronizada con el paso de Cristo, con su posición, hoy.
Y si hoy Cristo «se hunde» en una angustia mortal, el discípulo debe contentarse
con
seguirle.
Jesús ha dicho «ven y sígueme», no ha dicho «vete y haz tu camino».
Nuestra obsesión es la de llegar.
Jesús, en cambio, nos pide sencillamente acompañarle.
2. Si es cierto que el Cristo crucificado es ya el Cristo glorificado, entonces
verdaderamente los dos «hijos del trueno» no saben lo que piden. Los puestos a
la derecha
e izquierda, en realidad han sido ya señalados, más aún robados... por gente del
oficio.
3. Alguna vez he oído en alguna comunidad religiosa una lamentación de este
género:
«aquí no se sabe ya quién manda».
Lo he considerado como un álito de esperanza, una nota de autenticidad
evangélica, no
ciertamente un drama como querían hacerme creer.
¡Qué bien! ¡No se sabe ya quién manda, porque todos quieren servir!
4. Tiene razón B. Maggioni cuando escribe: «La autoridad debe entenderse como el
lugar
en el que la lógica de la cruz se hace más clara, emergente».
Con tal que la lógica de la cruz no se quede a nivel de declaraciones teóricas
de
principio, sino que sea expresada, concretamente, en el servicio.
No basta con quejarse del «peso de la cruz», o bien discutir «si yo supiera qué
quiere
decir» (a no ser que después se sienta el desafío, como he escuchado una vez,
«se podría
probar...»).
La autoridad no es creíble porque camina inclinada bajo el peso de la cruz, sino
porque
se inclina con naturalidad, en una actitud real, inequívoca, de servicio.
No. No se trata, genéricamente, del servicio de la autoridad.
Debe ser el servicio quien califica, quien indica el que verdaderamente tiene
autoridad.
No tendría que ser necesario en una comunidad el presentar al superior. Sería
estupendo poder descubrir la autoridad, por uno mismo, sirviéndose de la
indicación
ofrecida por Cristo...
Jesús antes de inclinar la espalda bajo la cruz, se ha inclinado para lavar los
pies de los
discípulos. Y si, por su parte, ha aceptado el que alguien hiciera ese gesto con
él,
añadiendo incluso perfumes, lo ha consentido como gesto profético en vistas del
Calvario,
no después, como signo de reconocimiento.
Una autoridad no tiene derecho a mendigar comprensión, compasión o consuelo por
el
hecho de que está obligada a llevar la cruz (como una compensación de daños, una
indemnización por la cruz). En este caso sería una autoridad humana, a pesar de
las
apariencias.
Con esto no tengo intención de minimizar el peso de ciertas responsabilidades,
faltaría
más. De hecho, estoy tan aterrorizado que busco el mantenerme lejos. Tengo
miedo, lo
reconozco.
Sin embargo confieso que una autoridad me convence, no sólo cuando se llega a
anular
(s'éffacer, como dicen los franceses) sino sobre todo cuando llega a cancelar (éffacer)
la
cruz que lleva, quiero decir a no hacerla pasar sobre los demás.
5. Autoridad-servicio-cruz. Un equilibrio bastante delicado, sin duda. Sin
embargo se
podría sintetizar así: el servicio de la autoridad no está en llevar la cruz. La
autoridad lleva
efectivamente la cruz sólo en cuanto sirve. Es el servicio su modo de llevar la
cruz, no al
contrario.
También porque el servicio es evidente, verificable. Elimina todas las dudas.
Con el
servicio se controla realmente que la autoridad no está arriba.
6. A pesar de parecer impertinente, debo decir que comprendo mucho más a un
superior
que al llegar la tarde se lamenta porque tiene la espalda rota de cansancio, que
a un
superior que suspira por los fastidios originados por su cargo.
Quizá me equivoco. Y pido excusa por mi escasa sensibilidad.
Pero me convencen mucho más las personas con callos en las manos que las que
están
llenas de preocupaciones.
Un superior que, al caer la tarde, se rinde por el cansancio, llega a
conmoverme.
El que está desvelado me irrita.
7. «No ha de ser así entre vosotros». Debería ser una letanía que se repitiera
hasta el
infinito en todas las comunidades que se llaman cristianas.
«No ha de ser así entre vosotros»...
¡Animo! repitamos continuamente esta fórmula. Es prodigiosa. Es un observatorio
importante. Un test, si nos gusta más.
Si nuestros comportamientos y nuestros espacios no son evangélicos, la frase nos
provoca una sensación de malestar. Incluso más: tenemos la impresión de chocar
contra un
muro.
En cambio, si nuestras relaciones son lo contrario de una lógica de grandeza en
sentido
humano, entonces la frase nos brota de la boca como un canto de júbilo. La
alegría de
quien se ha abierto paso ganando el último puesto.
En definitiva, todo está en ver si después de haber recitado la fórmula «no ha
de ser así
entre vosotros», añadimos «por desgracia» o bien «afortunadamente».
En el primer caso, por desgracia, no respiramos aire evangélico.
En el segundo, afortunadamente, demostramos haber comprendido la lección.
8. Como observa J. Delorme la insistencia sobre este punto denuncia claramente
que Mc
siente una auténtica repugnancia por todas las manifestaciones de ambición, de
arribismo
entre los cristianos. La búsqueda del poder, las camarillas que se forman en la
comunidad,
especialmente cuando se sirven de Cristo como cobertura del egoísmo, debían
haberlo
disgustado e indignado. Por otra parte no eran fenómenos raros en la iglesia
primitiva.
Mc nos deja entrever, tras las líneas de su evangelio, una imagen ciertamente no
idealizada de la comunidad.
Hay que tenerlo en cuenta y estar en guardia también hoy.
El patrimonio cristiano que debemos salvar es también este: la lógica de la
cruz.
9. ¿Y si Jesús, diciendo que debemos ser siervos de todos, además de indicarnos
un
cambio en las jerarquías, quisiera habernos revelado el secreto para ser todos
libres?
10. «Maestro, querríamos que hicieras lo que te vamos a pedir».
«No sabéis lo que pedís».
Hay que tenerlo presente en la oración.
Muchas veces tenemos la pretensión de hacer firmar a Dios un cheque en blanco.
Pobre,
si se prestase a nuestro juego de astucia. Los perdedores seríamos nosotros. «No
sabéis
lo que pedís».
Debe ser al contrario. Somos nosotros quienes en la oración, firmamos un cheque
en
blanco. Dios, después, podrá hacernos conocer aquello a lo que nos hemos
comprometido
«a ciegas».
Debemos convencernos de que hay que fiarse de lo que nos pedirá el Señor, más
que de
lo que podamos pretender nosotros de él.
Su petición es mucho más ventajosa que nuestras pretensiones.
Paradójicamente tenemos todo que ganar cuando Dios no nos concede lo que
queremos
que «haga por nosotros».
En otras palabras, el problema principal de la oración está en saber qué hay que
pedir.
La acogida segura y ventajosa para nosotros, consiste en pasar de «reclamadores»
a
«ser reclamados». Se trata de invertir los papeles.
La auténtica oración no es «queremos que tú hagas por nosotros cuanto te
pedimos»,
sino «queremos hacer cuanto tú nos pidas».
CONFRONTACIONES
La democratización de la iglesia
no es garantía de autenticidad evangélica
Cuando Jesús denuncia el apetito de poder, lo hace en contraste con un cierto
modelo
de gobierno. Por tanto, debemos desconfiar de todos los modelos políticos,
cualesquiera
que sean, para definir la constitución de la iglesia. Esta no puede ser feudal,
ni monárquica,
ni siquiera democrática, porque la democracia no suprime el instinto de poder.
La
democratización de la iglesia, sin duda necesaria, no será sin embargo una
garantía
automática de autenticidad evangélica. En efecto, el evangelio se coloca en otro
nivel (J.
Delorme, o. c.).
Una comunidad en la que no exista
el cáncer del poder
El mundo es un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que en el
fondo
son demoníacas. Jesús no viene para quitar el «poder» a los que de hecho lo
ejercen: en el
plano misterioso de Dios ellos continuarán ejerciendo el poder, más o menos
opresivo,
hasta el fin de la historia. Sin embargo, Jesús desde ahora, inicia el rescate
de la
humanidad, entregándose a sí mismo como víctima del poder y convirtiéndose él
mismo en
«siervo» de todos. Es una liberación paradójica: su iglesia no deberá ofrecer al
«poder
demoníaco» la alternativa de un «poder cristiano». Esta sería la más grande y
peligrosa
tentación. Esta deberá existir como comunidad en cuyo seno no exista el cáncer
del
«poder», ni el eclesiástico ni el civil. Solamente una comunidad de
«servidores», sin
ambiciones políticas podrá ayudar eficazmente a la humanidad a liberarse de las
fuerzas
que la oprimen (J.-M. González Ruiz, o. c.).
La obstinada solidaridad y Ia lógica de la cruz
Para prepararnos en la comprensión de la originalidad de la concepción cristiana
de la
autoridad, Cristo se sirve de dos parangones, uno negativo y otro positivo. No
concibáis la
autoridad -dice Jesús- y no la ejerzáis al estilo de los príncipes del mundo: en
la medida en
que los modos con los que ejercéis vuestra autoridad se asemejen a los de otras
autoridades, sospechad de ella. Inspiraos, en cambio, en el ejemplo del hijo del
hombre que
viene a servir, no a ser servido. Por tanto, la autoridad debe concebirse como
el lugar en el
que la lógica de la cruz se hace más clara, sale a flote, y precisamente así es
como la
autoridad encuentra su justificación.
Pero es el término «rescate» el que puede aclararnos aún mejor las ideas. Evoca
un
contexto jurídico que todos conocemos: cuando un hombre cae en esclavitud y no
puede
pagar el rescate, le toca a un pariente próximo sentirse obligado a pagar en su
lugar. Es lo
que ha hecho Yahvé con Israel.
Lo que está en el primer plano no es la exigencia de justicia, una justicia que
sea como
sea ha de ser llevada a cabo, aunque sea otro quien pague. En primer plano está
la
«solidaridad»: el pariente no debe despreocuparse sino sentirse implicado y
solidario hasta
llegar a sustituir al otro. Esta es la lógica de la cruz: la obstinada
solidaridad, imitación y
prolongación de la alianza de Dios que se nos revela en Jesucristo. Este es el
seguimiento
que todos deben vivir y la autoridad en primer lugar (B. Maggioni, o. c.).
El papa Juan decía... Los ambiciosos son las más ridículas y las más pobres
criaturas
del mundo.
El Espíritu santo me ha elegido a mí. Se ve que quiere trabajar sólo.
Me parece a veces que soy un saco vacío que el Espíritu santo llena
imprevistamente de
fuerza.
Hijo mío, no hay que llevarse mal rato por dos metros de tela (la púrpura) que
cubren
tanta miseria...
Tener un alto grado en la jerarquía o no tenerlo, me es del todo indiferente.
Esto me da
gran paz.
Cuando se ha pisado el orgullo y el amor propio se ha sometido, entonces se es
capaz
de aceptar lo que el Señor nos pide y el alma permanece en paz para siempre.
Por lo poco, por lo nada que soy en la santa iglesia, ya tengo mi púrpura que es
el
ponerme rojo por encontrarme en este puesto de honor y de responsabilidad,
valiendo yo
tan poco.
Todo este ruido en torno a mí no me hace efecto.
No me cuesta nada el reconocer y repetir que yo no valgo nada.
A mi pobre fuente se acercan hombres de toda clase. Mi función es dar agua a
todos.
Nada hay más noble y honroso en el mundo que el darse al servicio de los
hermanos.
Me gusta repetir con el patriarca de Constantinopla: Yo soy el siervo de vuestra
caridad.
Nadie conoce los caminos del futuro. En donde quiera que yo esté en el mundo, si
alguno
de Bulgaria pasase ante mi casa, de noche, en condiciones angustiosas, este
encontrará
mi ventana con una luz encendida. ¡Llama, llama! No te preguntaré si eres
católico o no,
hermano de Bulgaria: basta, entra. Dos brazos hermanos te acogerán, un corazón
cálido de
amigo te festejará (Juan XXIII).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 158-172)
........................
(1).«...ponte en pie, Jerusalén, que
bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el
cuenco del vértigo» (Is 51, 17). Cf. también Jer 25, 15-29; 49, 12; Ez 23,
31-33; Zac 12, 2; Sal 10, 6; 59, 5:
74, 9.
(2).«Tus torrentes y tus olas me han arrollado» (Sal 41, 8). Cf. también Sal 68,
3.15.16.
(3).«Pero tengo que ser sumergido en las aguas y no veo la hora de que esto se
cumpla» (Lc 12, 50). Pablo
desarrollará esta idea en Rom 6, 3: «¿Habéis olvidado que a todos nosotros, al
bautizarnos para vincularnos
a Cristo Jesús, nos bautizaron para vincularnos a su muerte?». Cf. el término
bapto, baptizo, a cargo de A.
Oepke, en Grande Lessico del Nuovo Testamento de G. Kittel y G. Friedrich, II.
coll. 41 s. Parece que hay
que excluir la idea de que en este pasaje de Mc, Jesús haga alusión al martirio
como «bautismo de
sangre».
(4).Lo cual es seguro en Santiago que, siguiendo a Hech 12, 2, habría sido
matado por Herodes Agripa en torno
al 44, y por tanto bastante antes de que Mc escribiese su evangelio, en cambio
el martirio de Juan no es
seguro. La noticia atribuida a Papías no es del todo fiable.
(5).J/SIERVO:En este sentido Jesús se presenta más bien como el «siervo
doliente» vislumbrado en el
capítulo 53 de Isaías. «Es un siervo... en cuanto acoge sobre él el destino de
dolor y de pecado de toda la
comunidad humana. Su servicio se actúa en la fidelidad radical y en la
responsabilidad plena hacia los
hombres. Por eso la aceptación libre de su muerte violenta se convierte en el
precio de liberación para
muchos, es decir. se convierte en el principio y el fundamento de ese proceso de
liberación que afecta a una
multitud que tiene las dimensiones de la humanidad» (R. Fabris).
(6).Genesi Rabba (LVI, 15) relata esta oración de Abraham: «Dijo Abrahán:
Soberano del mundo... yo te he
entregado mi corazón para cumplir tu beneplácito. Que te agrade, Señor Dios
nuestro, para que cuando los
hijos de Isaac caigan en transgresiones y en acciones malas, te acuerdes en su
favor de este sacrificio».