2-5
- SEGUNDO ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
Mc/09/30-32   Mt/17/22-23   Lc/09/43b-45  
J/PASION/ANUNCIO-2

El poder está en manos de la maldad
Jesús recorre Galilea de incógnito, porque desea impartir algunas enseñanzas reservadas
de modo especial a los discípulos.
El dicho sobre la pasión sería, según algunos, el más antiguo, el más original de los tres y
«uno de los mejor documentados y significativos» (Cadoux).
El punto central está constituido por la afirmación según la cual el hijo del hombre debe
ser entregado, por Dios (el verbo, en efecto, está en pasiva, la llamada «pasiva divina») en
las manos de los hombres.
Weiss afirma con seguridad que «Jesús piensa caer en manos de fanáticos excitados.
Está fuera de dudas que él no tenía en mente la crucifixión sino la lapidación por parte de la
plebe». Este «fuera de dudas» confirma que el estudioso debe haber tenido informaciones
precisas sobre ello, que nosotros desconocemos...
Es improbable que Jesús se refiera aquí a la traición de Judas.
Nos viene a la mente más bien la expresión de Pablo: «Aquel que no escatimó a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom 8, 32).
En el "lo van a entregar" hay indudablemente una sensación de impotencia y de horror.
Puede ser un acercamiento a lo que Jesús, poco antes, había dicho a propósito de Elías:
«Lo han tratado a su antojo» (9, 13).
Jesús tiene conciencia de ir al encuentro de una muerte cruel.
Advierte J. Guillet: esta conciencia no hay que entenderla como «una lectura a distancia
de los acontecimientos futuros. Tampoco los tres anuncios más precisos... implican,
necesariamente, que para formularlos Jesús haya tenido necesidad de ver desarrollarse
ante sus propios ojos, el escenario futuro. Existen razones bastante serias para pensar que
estos tres textos han sido redactados por autores que conocían este escenario y estaban
familiarizados con un relato de la pasión, pero son razones de orden literario...
El lenguaje del Jesús de los evangelios no es el de un vidente que descifra un porvenir
que se va a desarrollar delante de él, sino el de un enviado por Dios consciente de su
propia misión y del final que ella comporta y que, a esta luz, interpreta los acontecimientos
que le suceden y al igual que todos ve lo que se le echa encima...».

Verdadero hombre, no un vidente
Aquí se plantea el problema de cómo se puede conciliar la clara conciencia, por parte de
Jesús, de lo que le espera, con su condición humana, con el hecho de que es un hombre
real y no un Dios que aparenta ser hombre.
Dice H. Urs von Balthasar: «Jesús es un hombre auténtico. Ahora bien, la nobleza
inalienable del hombre consiste en el poder, e incluso en el deber proyectar libremente el
plan de la propia existencia en un porvenir que le queda desconocido. Si este hombre es un
creyente, el porvenir en el que se abandona y se proyecta es Dios en su libertad y en su
inmensidad. Privar a Jesús de esta posibilidad y hacerlo avanzar hacia una meta
conocida anticipadamente y distante sólo en el tiempo, esto equivale a despojarle de su
dignidad de hombre».
En otras palabras no debemos entender a Jesús como alguien que posee el porvenir
enrollado en una tela en donde están representadas con precisión todas las escenas que
deberán representarse, como un actor que conoce perfectamente su papel y cuyo objetivo
es mantener al público en la incertidumbre, pero él sabe ya cómo acabará todo...

«El es el Señor del porvenir no porque tenga reservado, detrás de los telones que cierran
nuestro horizonte, un espectáculo que constituye un desafío a la imaginación, sino porque
en el instante presente, de muertos abatidos bajo su pasado, hace surgir hombres libres,
vencedores del miedo, humildemente preparados para todos los acontecimientos.
Esta manera única y divina de dominar el porvenir dejándolo acercarse por sí mismo, se
intuye en estado puro, en los anuncios de la pasión. Paradoja que sorprende: Jesús
aparece como alguien que domina el futuro, sabe lo que le reserva y dónde le conduce, y al
mismo tiempo está privado del propio poder, abandonado a la potencia más temible, el odio
de los enemigos. Nada expresa mejor esta coincidencia entre su potencia soberana y su
radical impotencia, que las declaraciones acerca del hijo del hombre venido para ser
entregado a la crueldad de los hombres».
Sin embargo el problema no queda resuelto, el misterio permanece sin descifrar. Para
nosotros resulta extremadamente difícil poner de acuerdo la clara conciencia de Jesús ante
el propio destino de sufrimiento y de muerte -expresada en los tres anuncios- con la
realidad de su condición humana. Conservar en esa conciencia una característica de
unicidad sin hacerle perder su dimensión humana, esto representa para nosotros una
dificultad no fácilmente superable.
Muy interesante, a este respecto, es la conclusión de J. Guillet: «Igual que su conducta,
también su conciencia es coherente. Esta nace de una profundidad en donde nuestra vista
se pierde y, sin embargo, nos revela un ser auténtico. Esta no es una construcción mítica,
sino misterio que se nos revela y ofrece».
Los discípulos, sin embargo, no entienden y no osan interrogarle.
Esto contrasta con el hecho de que Jesús les separa de los demás y les reserva una
enseñanza particular.
Con su incomprensión los discípulos se colocan una vez más de parte de la gente, de los
que «están fuera».
Sus pensamientos permanecen «en lo humano» (8, 33).


PROVOCACIONES

1. G. Dehn traduce «atravesaron Galilea» (v. 30) por «pasaban ante las casas de los
hombres», o «pasaban de lejos ante la casa de los hombres».
No puedo decir si tiene razón desde un punto de vista rigurosamente filológico.
Pero el sentido me parece muy sugestivo.
Para captar la enseñanza de Jesús, no hay que pararse, es necesario pasar de largo
ante las casas de los hombres, las academias, los palacios de los poderosos, los teatros de
las representaciones mundanas.
La paradoja cristiana no tolera el ser domesticada. Las exigencias evangélicas pueden
ser comprendidas sólo en una lógica de superación de los muros de casa, de las categorías
del buen sentido, de la prudencia y de la racionalidad.
La verdad de Cristo es un ir mas allá.
Entretenerse un instante para razonar, para discutir, para sutilizar, significa cavar una
distancia incolmable.
Pararse en conciliar, poner de acuerdo, atenuar, equivale a fijar una extrañeza total.
Su palabra ha venido a habitar en medio de nosotros. Pero no pretende ser una nana
tranquilizante de nuestra digestión o de nuestro sueño, un trasfondo sugestivo para
nuestras representaciones habituales.
Es, en cambio, una invitación perentoria para salir fuera, orden molesta de traslado, señal
lacerante para abandonar los reparos.

2. «Ellos no entendían sus palabras, y les daba miedo preguntarle» (v. 32). Chouraqui
traduce: «No penetraban su palabra». Sí, se quedan en la superficie. No quieren
profundizar. Prefieren apretar filas en aquel la zona exterior. Con la ingenua ilusión de que
la no comprensión les dispense de la tarea de enrolarse en aquel itinerario obscuro.
Quizá por esta razón temen preguntarle.
No por miedo a ser reprochados por su escasa inteligencia.
Es el miedo a que, a través de la claridad, se les quite la coartada de la ignorancia y por
tanto se impida la huida.
Como nosotros los hombres, siempre refractarios ante lo que no nos gusta, también ellos
buscan no la profundización en una verdad desagradable, sino el mantenimiento de sus
propias ilusiones.
¡Sobre todo... no quitarles los pretextos!


CONFRONTACIONES

Este es el Jesús de los evangelios
Este es Jesús tal como aparece en los evangelios. Habla en vistas del porvenir, anuncia
el reino; compromete el porvenir, se rodea de discípulos; juega toda su existencia sobre el
porvenir, será él mismo sólo el día en que aparezca el Hijo del hombre, sin embargo no
hace ni planes ni cálculos. No se abandona a la fantasía o a los impulsos, está siempre
disponible porque es siempre él mismo. En cualquier circunstancia, le ocurra lo que le
ocurra, encuentra en sí elementos para reaccionar y responder. Se le puede sorprender,
jamás confundir. Es posible golpearle y herirle de muerte, es infinitamente vulnerable, pero
nunca es más él mismo que cuando está prisionero y agonizante, jamás tan abierto a los
hombres como el día en que muere, rechazado por todos. ¿Ser libre de este modo, en un
mundo roto por tantas esclavitudes, no será quizá ser Dios?... (J. Guillet, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 72-76)
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QUIÉN ES EL MAYOR
Mc/09/33-37   Mt/18/01-05   Lc/09/46-48
SERVICIO/PRECEPTO

Reglas para la comunidad
Jesús se dirige ahora hacia Jerusalén. Se detiene por última vez en Cafarnaún, que en el
fondo puede considerarse «su» ciudad, punto de partida y de referencia de su misión en
Galilea.
Es probable que la casa sea también la de Simón y Andrés. Esta es un poco «su» casa.

Casi siempre los apóstoles son los que preguntan a Jesús en casa, privadamente. Aquí
es él quien tiene necesidad de saber.
«¿De qué discutíais por el camino?» (v. 33).
Se callan, embarazados, porque no pueden estar orgullosos del tema de su animada
discusión, que era lo opuesto a cuanto poco antes el hijo del hombre había anunciado
acerca del propio itinerario de humillación.
Como después del primer anuncio había saltado la protesta de Pedro, que manifestaba
cómo no razonaba «al modo de Dios», así también después del segundo anuncio, la
polémica que envuelve a los discípulos demuestra cómo sus pensamientos y sus
preocupaciones son «al modo de los hombres».
«Por el camino habían discutido quién era el mayor» (v. 34).
Una vez más Jesús tiene que explicar que el camino del discípulo no puede ser distinto
del de su Maestro. Una vez más se ve obligado a precisar las rudas exigencias del
seguimiento. No basta caminar con él. Hay que «cargarse» además de con la cruz, también
con su escala de valores, que constituye un cambio radical de las posiciones y de las
precedencias establecidas en el mundo.
Tengamos presente que la cuestión de las precedencias no denuncia -como podríamos
creer- una preocupación de tipo mundano, sino que era un problema típico de la mentalidad
religiosa del tiempo. «La aspiración a ser "grandes" impregnaba enteramente la piedad
palestina. En cualquier ocasión, en las asambleas religiosas, en la administración de la
justicia, en la mesa común, en cualquier actividad, salía continuamente el problema de
quién era el más grande. La valoración de la dignidad, del puesto que le correspondía a
cada uno, era objeto de asidua atención y se le daba una notable importancia» (Sclatter).
Especialmente en las comunidades religiosas el rango de cada uno de los miembros
daba lugar a interminables y vivaces diatribas, que desembocaban en minuciosas
prescripciones. Basta leer, a este propósito, algunos textos de Qumram.

«Se sentó, llamó a los doce...» (v. 35).
Se sienta como una postura característica del Maestro o quizá porque está cansado del
viaje. El llamar hacia sí no es superfluo, pretende subrayar que se trata de una enseñanza
fundamental.
En realidad Jesús, partiendo de la disputa sobre las precedencias, pretende instaurar
otro orden de cosas.
Se inicia así lo que se llama comúnmente, un esbozo de reglas comunitarias que estará
mucho más desarrollado en Mt- y que viene señalado por algunas palabras-clave (en mi
nombre, siervo, escándalo, fuego) las cuales, a través de un «procedimiento de encaje»
sirven para introducir el tema sucesivo y facilitar la memoria (1).
Esta primera lección está compuesta de dos partes (33-35 y 36-37) aparentemente
desunidas y que quizá Mc ha recibido de contextos diversos, pero que se unen entre sí de
manera bastante coherente. En realidad, las dos constituyen una respuesta al problema de
las precedencias, a través de un cambio de los valores: el primero es el último y el siervo de
todos (v. 35). Además, el niño, es decir lo que no tiene importancia a los ojos de los
hombres, lo que es pequeño, es grande a los ojos de Dios (v. 37).

Una respuesta en dos partes
Está muy clara la primera parte: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos
y el servidor de todos».
Ningún otro texto paralelo del evangelio refiere de esta forma la antítesis que aquí es
presentada: primero-último. Y solamente éste debería ser el logion primitivo, mientras la
noción de servicio tiene todo el aire de ser un añadido, que estropea un poco el
paralelismo, aunque esté en perfecta armonía con el significado de la sentencia.
El ejemplo más significativo de esta enseñanza le tienen ante sus ojos: Jesús es el
primero que se ha hecho último y siervo.
Más ardua es la interpretación de la segunda parte. Jesús coloca en medio un niño, lo
abraza y dice: «El que acoge a un niño como éste por causa mía, me acoge a mí» (v. 37).
Es importante clarificar que el mensaje de Mc en este punto se separa bastante del de
Mt, que resuelve el episodio en clave moral, insistiendo en la exigencia de hacerse
pequeños. Es decir, el niño como modelo de humildad, de naturalidad, de simplicidad,
condiciones indispensables para entrar en el reino. Nada de esto hay en Mc, que insiste en
cambio en la acogida del niño en nombre de Jesús. Es decir, viene aquí subrayada la
eminente dignidad del niño.
Tengamos presente que la condición del niño, en la sociedad palestina del tiempo de
Jesús, era muy distinta de la nuestra. Hoy, más bien, el niño corre el peligro de ser mimado,
idolatrado y considerado casi como «objeto de lujo».
Según la mentalidad hebrea, los hijos eran acogidos indudablemente como una bendición
de Dios para la familia, sobre todo los varones. En las ceremonias nupciales, ante el umbral
de la casa o de la tienda de los esposos, frecuentemente se partía una granada para que
los granos apareciesen simbolizando los numerosos hijos que se deseaban a la pareja. A
pesar de todo, los niños no gozaban de especiales derechos y privilegios. Podríamos decir
que eran considerados más por el número que por su importancia particular.
Por tanto, en la presente sentencia, el niño simboliza la realidad más insignificante a los
ojos de los hombres, todo lo que no tiene importancia, no cuenta, no es digno de atención,
se encuentra en una situación de inferioridad.
Jesús, por consiguiente, se identifica con quien es «irrelevante», no tiene prestigio, es
débil e indefenso, necesita asistencia.
En este sentido -como resalta Schnackenburg-, la escena presentada por Mc se asemeja
a la del juicio universal descrita por Mt (25, 3146) en la que Jesús se identifica con los
necesitados y los últimos.
La atención del discípulo -centrada en las precedendas y en la grandeza- es desviada a
la exigencia de acoger a alguien que es «grande» porque es objeto de la atención de Dios.

Una última noticia. Según una pía tradición, el niño de quien se habla en estas páginas
habría llegado a obispo y mártir de Antioquía: san Ignacio. La identificación se ha hecho
jugando con el nombre griego (que de portador-de-Dios se ha convertido en
portado-por-Dios). Otros, en cambio, piensan en san Marcial.


PROVOCACIONES

1. Nos podemos preguntar qué relación existe entre la acogida y la disputa inicial sobre
las precedencias.
Como de costumbre, Jesús no resuelve nuestros líos ni se mezcla en nuestras ridículas
bagatelas. No da recetas preparadas. Más bien desvía el problema a otro plano y,
podríamos decir, lo complica más, aumenta la dificultad.
Ciertamente parte de las precedencias, pero invierte los términos de la cuestión.
Como si dijera: está bien que os ocupéis de precedencias. Sólo que las precedencias no
se refieren a vosotros, sino a los demás. Buscad por tanto, quién tiene derechos a la
precedencia en vuestra hospitalidad.
Es justo que habléis de primeros puestos. Pero daos cuenta de aclarar quién debe
ocupar el primer puesto de vuestra atención.
Es más que legítima la pregunta sobre quién es grande. Pero tened cuidado de honrar y
amar a los grandes según Dios: es decir los que son pequeños y con los que él se
identifica.
Progresad; pero no para imponeros a los demás, para estar por encima de ellos, sino
para recibir a aquellos de quien nadie se ocupa.
Acogiéndoles a ellos, me acogéis a mí. Y acogiéndome a mí acogéis al Padre que me ha
enviado.
Como puede verse, Jesús no abolía las jerarquías. Las mantiene sólidamente, más aún
las prolonga más allá de nuestras miras.
Nos enseña, sin embargo, a valorarlas... a fondo.
Nos enseña que no es necesario destruirlas. Es suficiente con «darles la vuelta».
Tiene que existir un orden; con tal que sea un orden dado la vuelta.
Una vez más nos muestra que nuestro punto de vista está equivocado. Nos preocupamos
de nosotros mismos, de nuestra grandeza. Y nos obstinamos en «probarla» midiendo con el
patrón acostumbrado.
El Maestro nos advierte: tira ese patrón. No pierdas tiempo calculando tu estatura. ¿No
has entendido que desde el momento en que Dios ha bajado a la tierra, es ridículo
pretender sobresalir?
El problema no es el de ser grande, sino el de «dejar sitio».
La importancia no está documentada con la tarjeta de visita. Depende, en cambio, de las
personas «sin importancia» que acoges en casa.
Eres grande no si ocupas un puesto de relevancia, sino si en tu vida hay sitio para quien
no tiene grandeza.
Eres respetable en la medida en que demuestres respeto y amor hacia aquellos que no
han sido capaces de obtenerlo.
Podemos decir: las precedendas no se establecen por decreto ley. Son ganadas por
quien no se ocupa de ellas porque está empeñado en tener abierta su casa a aquellos que,
de otra forma, permanecerían fuera.

2. «¿De qué discutíais por el camino?».
La pena es que hoy el Maestro no está ya ahí para importunarnos con esta pregunta
embarazosa.
Así podemos ir tranquilamente por el camino discutiendo de tonterías. Hay un modo de
eludir los problemas reales (creando otros falsos) y de no llegar jamás a término.
Con la agravante de que no existe ni siquiera el silencio de la vergüenza. Más aún se
tiene la imprudencia de emplear otras palabras inútiles y otro tiempo precioso para
demostrar que aquellos son los grandes problemas en los que hay que ocuparse.
Y, a fuerza de debatir «temas de fondo» -que sólo son tales porque no se tiene el coraje
de afrontar los auténticos problemas- se llega a perder toda credibilidad.
Cristo y los hombres de nuestro tiempo nos esperan siempre en otro lugar.

3. Quizá sería necesario convencerse de que el aliento se nos da para el seguimiento y
no para charlatanerías.
Cuando uno está verdaderamente comprometido en tener detrás al hijo del hombre, no
encuentra tiempo ni fuerzas para hablar de tonterías.
Ciertos discursos le desagradan.
¿Qué sentido tiene hablar de precedencias, cuando hay que seguir a uno que nos
precede hacia el Calvario?
Las precedencias sólo tienen razón de ser si se camina en... dirección equivocada.

4. En definitiva, dime de qué discutes y te diré si eres discípulo de Cristo.

5. Resalta S. Légasse: «El niño, cuando Jesús lo estrecha entre sus brazos, se convierte
en la imagen del discípulo acogido con ternura en nombre de Cristo». Yo diría también:
símbolo del discípulo acogido con ternura por Cristo.
Y, cuando hemos «ganado» aquel puesto en su corazón, aparece entonces como
absurda la búsqueda de los primeros puestos por otra parte.

6. He visto recientemente a una persona acogida con todos los honores «en el nombre
de Jesús».
No era un niño, ni siquiera uno de tantos marginados.
Por otra parte, el niño es estrechado entre los brazos de Jesús. No dado en espectáculo.

El respeto, la acogida, van de acuerdo con la delicadeza y la ternura. Ciertas
manifestaciones externas, en cambio, nos muestran más la imagen del escenario que el
gesto, tan espontáneo y natural, realizado por Jesús.
Qué difícil es, para ciertas personas religiosas, identificar a Jesús con los últimos. Se
teme, quizá, humillarlo. Por eso se le identifica con los primeros, creyendo rendirle un
honor. Y no nos damos cuenta de que añadimos honor y dignidad a quien lo tiene ya en
exceso. Mientras él quiere que «en su nombre» se dé honor a quien no lo tiene.
Me atrevería a decir que está de acuerdo en prestar el propio nombre a quien no posee
títulos para hacerse valer en este mundo de las apariencias.
Pero no se complace, sin duda, en que su nombre sea empleado como elemento de
prestigio o disparador de carrera.
Es decir, su nombre puede ser utilizado para contestar la feria de las apariencias, no para
darle un apoyo religioso.


CONFRONTACIONES
Jesús ama al niño y lo estrecha contra su corazón; se reconoce en él; parece decir a sus
discípulos: vosotros aspiráis al primer puesto; pero quien quiera pertenecerme, debe
apreciar todo lo que es pequeño y de poco precio. En efecto, en este niño yo, en persona,
encuentro al hombre. Jesús es el amigo de los hombres que no cuentan en la sociedad y
son despreciados por ella, y de éstos el niño es casi el símbolo (R. Schnackenburg, El
evangelio según san Marcos, Barcelona 3.1980).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 77-83)
.......................
1) Las palabras de Jesús, como observa J. Delorme «aparecen agrupadas según un procedimiento
mnemotécnico habitual en las civilizaciones orales, que consiste en unir dos frases independientes por
medio de una palabra que se encuentra empleada en ambas (procedimiento de las "palabras-eslabón")».
Hay que advertir además que en arameo el mismo término talya sirve para indicar el siervo o el niño, es
decir permitiría la articulación entre el dicho sobre el siervo y la escena sucesiva del niño.
 


2-6 - QUIÉN PUEDE USAR EL NOMBRE DE JESÚS
Mc/09/38-41   Lc/09/49-50   Mt/10/42


El exorcista abusivo
El enlace con la discusión precedente está formado por la expresión «en tu nombre» (9,
37). Juan refiere el encuentro con un exorcista que utilizaba el nombre de Jesús para
expulsar demonios. Parece que los discípulos habían intervenido sin éxito para impedírselo.

Pero la unión entre las dos disputas no se limita a la palabra que sirve de enlace.
Se trata también de preocupaciones de grandeza y de prestigio, esta vez no de algunos,
sino del grupo en cuanto tal, que reivindica una especie de exclusiva con relación a Jesús.
Me parecen exageradas, a este respecto, las posiciones de muchos estudiosos, que
atribuyen el episodio a la iglesia primitiva, la cual habría proyectado en el pasado un
problema que le preocupaba: la manifestación de fenómenos extraordinarios, la aparición de
individuos exaltados que eran capaces de realizar prodigios indiscutibles, incluso sin estar
adheridos a la comunidad cristiana.
Bastaría la salida brusca de Juan -la única vez en todo el evangelio que interviene
personalmente- para hacer tambalear esta hipótesis y para dar a los hechos una nota de
autenticidad.
Uno de los «hijos del trueno», por tanto, exige una legitimación por parte de Jesús en sus
protestas contra aquel extraño.

«No se lo impidáis...» (v. 39).
Pobres discípulos. Desde un tiempo a esta parte, no dan una. También el episodio al que
se refieren, y del cual piensan poder sacar ventajas, constituye la enésima demostración de
la incomprensión del espíritu del Maestro.
También aquí se establece un estridente contraste entre su mezquindad, su puntilloso
«egoísmo de grupo» y la largueza, la tolerancia y el espíritu abierto de Jesús.
«En confrontación con la respuesta de Jesús, la comunidad aparece intolerante y sectaria,
más preocupada de la expansión y éxito del grupo que de la realidad en juego. Una cierta
simpatía y confianza en el nombre de Jesús, aunque usado sólo en una fórmula de conjuro
por un exorcista judío, es un portillo y una primera aproximación a la comunión salvífica con
Jesús. La tolerancia y el ecumenismo de Jesús son premisas para liberar a la primera
comunidad del sectarismo mezquino e introvertido» (R. Fabris).
Por su parte E. Schweizer comenta: «Juan personifica la actitud natural del hombre que se
preocupa de conquistar adeptos y de reforzar el propio grupo eclesiástico, y por tanto, no
tiene mucha consideración para aquellos que quedan al margen y no quieren enrolarse. La
respuesta corresponde a la mentalidad de Jesús en esto: la comunidad no debe poner ante
sus ojos el fin del propio crecimiento material, sino que debe ser abierta y comprensiva hacia
los que están fuera».
En el fondo, Jesús, después de haber explicado, en la lección precedente, que los suyos
no deben preocuparse de aparecer grandes individualmente, aquí les invita a no atribuirse
demasiada importancia ni siquiera como grupo que se remite a él.
«Nadie que haga un milagro usando mi nombre puede a continuación hablar mal de mí»
(v. 39). A primera vista la explicación del Maestro parece dictada por el oportunismo. Como
si estuviera preocupado por reclutar simpatizantes y seguidores. Un poco como si dijese: es
mejor siempre el tener algún amigo más, el que alguno más no hable por detrás.
Pero el sentido profundo de la motivación adoptada es muy distinto. Jesús exhorta a los
discípulos a reflexionar: si uno expulsa los demonios en mi nombre, lo puede hacer
solamente a través de la fuerza del Espíritu y no por una especie de fórmula mágica que
funciona automáticamente. Por lo cual es absurdo que uno actúe en mi nombre ejerciendo
ese poder -y después hable mal de mí.
Así -como observa J. Delorme- Jesús establece una unión entre la acción en su nombre y
la palabra sobre él.
Además se les indica a los apóstoles la posibilidad de una acción de Cristo más allá de
las fronteras visibles de la iglesia. Lo cual debería impedirles cualquier actitud sectaria,
cualquier instinto dominador, cualquier pretensión monopolizadora.
Poco antes (9, 35) habían sido invitados a comportarse como siervos. El episodio
presentado por Juan demuestra hasta qué punto estaban sometidos a la tentación del
poder y del dominio, aunque fuera con la excusa de salvaguardar el honor del nombre de
Jesús (en este caso, paradójicamente, son ellos y el exorcista abusivo los que utilizan el
nombre de Jesús para afirmar su deseo de predominio sobre los demás).

¿Quién es para nosotros?
«O sea, el que no está contra nosotros está a favor nuestro» {v. 40).
Esta afirmación parece justamente la contraria de la referida por Mt: «El que no está
conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12, 30).
En realidad se complementan mutuamente y ambas son verdaderas (1). Hay que tener,
sin embargo, presente que se refieren a situaciones distintas.
Me parece muy acertada la explicación que da P. R. Bernard: «Los dos axiomas no se
aplican a la misma situación, ni a las mismas personas. El de Mc se aplica a la gente de
bien que va por buen camino hacia Jesucristo y su iglesia: a estos individuos, afirma Jesús,
no debéis tratarles con modos bruscos, ni rechazarlos, existe una presunción en su favor;
dejad madurar las buenas disposiciones; el que no está contra nosotros está a favor
nuestro. El otro axioma es una especie de intimidación a no romper la unidad, a no poner
las cosas al revés; se dirige a los que forman parte del reino o al menos así lo creen; en
confrontación con estos, Jesús se muestra severo. Dice: quien no está conmigo está contra
mí y quien no recoge conmigo, desparrama. Si, formando parte del rebaño, hacéis un grupo
aparte, se puede efectivamente presumir que no sois ya del todo para mí; desde el
momento en que no trabajáis en unidad, trabajáis en vano, desparramáis. De esta forma
estos dos axiomas no sólo resultan bastante coherentes, sino que están preñados de
consecuencias para la formación de la iglesia. Finalmente, hay una cosa contra la cual
ambos insurgen de común acuerdo: la neutralidad. En ningún caso esa es admisible: nadie
puede permanecer neutral ante la invitación de Dios».
En otras palabras: el logion de Mt (aunque ciertos predicadores lo usen habitualmente
contra los «enemigos») se refiere expresamente a los seguidores de Cristo para subrayar la
radicalidad del compromiso -o estáis totalmente conmigo o estáis en contra, no se puede
hacer trampas-, mientras que el de Mc expresa el respeto y la paciencia que la comunidad
debe tener ante los que, a pesar de no formar parte expresamente, sin embargo, realizan ya
en la práxis el mensaje de Cristo. Estos están más cercanos de lo que parece.
Lo que Jesús condena es la pretensión de acaparar su nombre y aprovecharse de una
especie de monopolio sobre él. La pertenencia no puede traducirse en actitudes
exclusivistas.

El vaso de agua no se olvidará
El versículo 41 que habla de la acogida al discípulo se une un poco artificialmente -a
través de la palabra clave «en nombre» (2)- con cuanto precede. En una primera lectura
parece que tendría que estar situado después de la escena del niño (también los discípulos
son «pequeños» que son acogidos y defendidos).
Refiriéndose precisamente a aquel discurso, después de haber subrayado la dignidad del
niño, se resalta la dignidad del discípulo, siempre por supuesto refiriéndose al Maestro, de
«quien representa a Cristo porque lleva su nombre» a Delorme). Para quien la más
modesta acción realizada en favor del discípulo -como el gesto de darle un vaso de agua-
tiene un valor a los ojos de Dios, no será olvidada y tendrá su recompensa.
Hay que advertir que el evangelio, tanto aquí como en otros lugares, no duda en hablar
de «recompensa». Sin embargo, esta «tiene siempre su fundamento únicamente en la
benevolencia de Dios, que considera seriamente nuestro obrar, de tal forma que no olvida
ni siquiera la más pequeña acción que haya sido hecha verdaderamente por Dios («porque
sois de Cristo»). Pero quien quisiera reivindicar un derecho a la recompensa, mostraría ya
sólo por esto no haber actuado por Dios, sino por sí mismo» {E. Schweizer).
El versículo, sin embargo, desde un punto de vista lógico, completa también la
explicación del episodio del que ha sido protagonista Juan. Las fronteras se alargan cada
vez más: no sólo el exorcista abusivo, sino también quien tenga un rasgo de humanidad
hacia los discípulos entra a formar parte del reino.
Uno de los puntos sobresalientes de la pedagogía de Jesús en este discurso
comunitario, consiste por tanto en curar a los discípulos de la mezquindad, enseñarles a ver
en perspectiva, invitarles a no encerrarse en los horizontes estrechos de las relaciones
intracomunitarias y a darse cuenta de una realidad prometedora que está fuera de su
«recinto». Los únicos problemas no son los internos, sino que deben abrazar una realidad
mucho más vasta y compleja que puede ser terreno preparado para la construcción del
reino. Una vez más la persona de Jesús -no la de los discípulos- establece la línea de
demarcación entre quien está dentro y fuera. Los discípulos deben cuidarse de pronunciar
apresuradas sentencias de exclusión.


PROVOCACIONES

1. No quisiera ser muy malicioso. Pero tengo la impresión de que la brusca salida de
Juan estaba determinada, más que nada, por el despecho en comprobar que el exorcista
no autorizado había triunfado allí donde ellos habían fracasado.
Frecuentemente nos ponemos en contra de alguien y le consideramos enemigo,
sencillamente porque hace lo que nosotros no queremos o no sabemos hacer. La envidia
-enmascarada a veces por una preocupación de salvaguardar los principios- denuncia
siempre impotencia.
Ciertas descalificaciones -justificadas quizá con capciosas razones de ortodoxia o de
reglamentos internos- ponen al descubierto nuestras incapacidades.
De esta forma consideramos enemigo a quien constituye un reproche inquietante para
nuestra inercia y nuestros fallos.
¿No es cierto que hoy, en ciertos ambientes llamados cristianos, basta el hablar de
justicia para ser considerados como «adversarios»?
Quizá Juan, más que dirigirse a Jesús, hubiera sido mejor que se hubiera dejado enseñar
el secreto por el exorcista extraño...
El verdadero discípulo tiene que aprender todo; de todos.

2. Es triste el tener que comprobar que un grupo se consolida precisamente contra
alguien o algo. Encuentra una aparente cohesión solamente cuando trata de defenderse.
Tiene necesidad de un adversario -auténtico o fingido- para poder hacer y decir algo, para
sentirse vivo.
¿Sería mucho pedir que el nombre de Jesús fuera usado esencialmente «para» y no
«contra»? ¿Que el evangelio sea utilizado más que para defender posiciones, para dilatar
los espacios del reino?

3. A los apóstoles no se les pasa por la imaginación la sospecha de que fuesen ellos y no
el exorcista, los «extraños» a la enseñanza del Maestro.
Conozco personas que, con la máxima desenvoltura, proponen a los otros -quizá en
cuestiones que no se refieren al espíritu, sino a la letra más obtusa- una brutal alternativa: o
dentro o fuera. Puede ser que tengan razón. Pero puede suceder también que tengan que
«salir» ellos y no los demás.

4. El discípulo, según la lección de Jesús, no debe ser alguien que «olfatea», descubre
enemigos por todas partes como un sabueso. Nadie le autoriza a pedir la documentación a
los demás. Debería ser, en cambio, alguien capaz de descubrir secretas conexiones e intuir
preciosas complicidades insospechadas. Capaz de comprender que alguien habla de Jesús
aunque no lo tenga en los labios, pero lo tiene en sus acciones.
Una comunidad debería especializarse en identificar con un sentido de gozosa maravilla
quién «está con nosotros» entre los muchos que «no son de los nuestros».

5. No sé si he leído mal. Pero Jesús promete una recompensa a quien ofrece un vaso de
agua a un discípulo suyo, a un misionero del evangelio. No me parece que diga que el
discípulo tiene derecho a servirse del evangelio para obtener recompensas humanas. O
sea, no reconoce al discípulo el derecho, además del vaso de agua, también a los honores,
privilegios, en definitiva a todas aquellas cosas que sacian la ambición personal o de grupo.

El hecho de pertenecer a Cristo autoriza a exigir un vaso de agua -lo indispensable para
vivir-, no a cobrar indemnizaciones y condecoraciones en la ventanilla de la vanagloria.
A pesar de parecer impertinente, osaría decir que así como hay una recompensa para
quien ofrece un vaso de agua a un discípulo, también la habrá para quien le niega
-precisamente por el hecho de que pertenece a Cristo- una reverencia, una zalamería, un
sillón o un primer puesto en el palco del mundo.
En efecto, un vaso de agua porque se va de viaje.
El resto, en cambio, constituye un estorbo, un impedimento para el camino.


CONFRONTACIONES

La tolerancia excluye toda forma de puntillosa ortodoxia
Mientras exista este mundo con su historia, en la que entran manifestaciones de maldad
a veces «diabólica», la lucha contra el mal es necesaria. Por otra parte, Jesús ha venido a
buscar, con infinito amor y con paciencia, el bien donde quiera que se encuentre. Por eso
descubrimos en la figura de Jesús rasgos belicosos junto al ansia de «salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19, 10). Cual sea el comportamiento que hemos de adoptar cada vez, nos
viene indicado únicamente por las circunstancias. En las palabras referidas por Mc (9, 40)
somos exhortados a superar siempre la avaricia humana y a abrir nuestro corazón a cada
hombre que, aunque no pertenezca externamente a la comunidad de Cristo, puede
igualmente realizar acciones buenas. La tolerancia de Jesús excluye, pues, toda forma de
puntillosa ortodoxia... Es importante, por consiguiente, considerar las palabras de Jesús, de
cuando en cuando, según las circunstancias. En caso de duda, hay que recordar que Jesús
sobre todo se inclinaba a acoger en torno a sí a los hombres de buena voluntad. Un
aislamiento sectario, un retorno al gueto eclesiástico, una actitud narcisista, son actitudes
extrañas al espíritu de Cristo (R. Schnackenburg, o. c.).

El nombre no indica el recinto sino la lógica
Detrás de la protesta de Juan... se ve con claridad ese egoísmo de grupo, tan frecuente,
ese mezquino miedo a la competencia, que frecuentemente se enmascara de fe (de hecho
su pretensión es la de tutelar el amor de Dios), pero que en realidad es uno de los más
profundos desmentidos.
El discípulo -puntilloso y mezquino, pero también profundamente inseguro- soporta mal
que el Espíritu sople donde quiera. Es envidioso, se siente desmentido y traicionado: ¿no
debería el Espíritu de Dios estar sólo en nuestras manos, de tal forma que aparezca con
claridad que nosotros, sólo nosotros, somos sus portadores?
Vuelve a la mente un episodio del antiguo testamento: Moisés comunicó el espíritu de
Dios a setenta ancianos, que habían salido del campamento y se habían reunido junto al
tabernáculo. Pero un joven notó con sorpresa que el espíritu se había posado también
sobre Eldad y Medat, dos ancianos que no se habían unido al grupo y que no habían salido
del campamento y también ellos se pusieron a profetizar. Y Josué exclamó: Moisés, mi
señor, prohíbeselo. Moisés en cambio, le respondió: «¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el
pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!» (Núm 11, 29-30).
Los auténticos amigos de Dios, como Moisés y Jesús, se gozan en la liberalidad del
Espíritu. No se sienten desairados porque aman a Dios y no a sí mismos, y esta es la
cuestión. En cambio, muchos puntillosos sostenedores de Dios -quiero decir todos los
puntillosos sostenedores de Dios- en realidad se sostienen a sí mismos, su propio recinto.
También es cierto que no todo gesto es de Cristo, no toda tentativa de liberalización le
pertenece: le pertenece sólo lo que ha sido realizado en su nombre... Solamente que el
nombre no indica el recinto sino la lógica (B. Maggioni, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 84-91)
...................
1) Parece que las expresiones son de origen popular. Habrían sido una especie de eslóganes empleados en la
guerra civil entre César y Pompeyo.
2) Casi hay que excluir que Jesús haya usado la fórmula «en nombre del Mesías». De hecho nunca se indica a
sí mismo con ese nombre. El lenguaje es paulino.


2-7 - ADVERTENCIAS CONTRA EL ESCÁNDALO
NECESIDAD DE LA SAL Y DE LA PAZ
Mc/09/42-50   Mt/18/06-09   Lc/17/01-02     


Una trampa, una piedra,
un basurero y algo precioso

Es esencial en este pasaje precisar los términos usados por Jesús.

1. ESCANDALO/QUÉ-ES: El escándalo. No se entiende en el sentido que hoy damos a la
palabra (un hecho que tiene una vasta resonancia y provoca turbación en la opinión
pública) sino que indica, según el lenguaje bíblico, un peligro para la salvación.
Se podría también decir: perjuicio para la fe.
Literalmente la palabra significa tropiezo, trampa, engaño, obstáculo puesto en el camino
de alguien. Por tanto, quien escandaliza es un individuo que quiere hacer caer a otro,
desviarlo de su fe, hacerle difícil el camino de su adhesión a Cristo.

2. DISCIPULO/PEQUEÑO PEQUEÑO/DISCIPULO: ¿Quiénes son los pequeños? Nos
encontramos ante los mikroi, los pequeños y ya no ante los paidoi, los niños, de los que
hablaba poco antes {9, 37).
Son los miembros más débiles y frágiles de la comunidad. Son los hermanos más humildes
y sencillos. Aquellos que comúnmente los rabinos consideraban con desprecio, porque para
ellos «pequeños» equivalía a «inmaduros».
La única relación que se puede establecer con los niños, es en el sentido de que estas
dos categorías de personas están indefensas, necesitadas de protección, porque están más
expuestas al peligro por su fragilidad.
Pero Jesús no habla de los niños en sentido propio.
Explica E. Schweizer: «Los pequeños son los discípulos de Jesús. La expresión tiene el
mismo significado que "pobres de espíritu". Mc ha aclarado el término, que sería
incomprensible, con la precisión de "que creen en mí"... Los discípulos, precisamente en su
pequeñez y en su condición de blanco de la tentación, están de forma especial a la sombra
de la protección divina. Son, por tanto, los más insignificantes, los menos interesantes, los
que están particularmente recomendados a la comunidad, los rechazados, los extraños, los
molestos, los que viven al margen. Se deberá incluso pensar en aquellos que en su sencillez
no son capaces de seguir todo lo que la teología conoce; pero nunca en aquellos
"pequeños" que se consideran a sí mismos como únicos verdaderos creyentes y se imponen
a todos los demás".
Y también R. Schnackenburg precisa: «La fe de los sencillos es un bien tal que nadie
puede quitarlo impunemente. Por supuesto no hace falta decir que con este dicho Jesús no
entiende que se prohíba el reflexionar sobre la fe y que se discutan los problemas. La
amenaza se dirige a aquellos que, maliciosamente y con intención, inducen a los otros a
desistir de creer en él".

3. La piedra-de-molino. Era una gran piedra que tenía más o menos la forma de una
campana.
Explica minuciosamente Lagrange: «Mientras la piedra a mano se compone de dos
piedras redondas en la que la de arriba tritura el grano sobre la de abajo, la piedra para el
asno es una especie de gran cáliz de piedra, perforado en el medio por un largo orificio a
través del cual pasa un mazo también de piedra. El grano se echa en el cáliz y se tritura
contra el mazo a medida que la piedra gira, puesta en movimiento por un asno atado a las
abrazaderas de la piedra. Era posible levantar el cáliz perforado y ponérselo en el cuello de
alguien. La expresión de Mc resulta, por tanto, absolutamente literal».

4. La gehenna. Habitualmente se traduce como infierno. Era el «valle de Hinnom» y se
encontraba al sur de Jerusalén. En este lugar antiguamente, bajo el rey Acaz y Manasés,
se habían ofrecido sacrificios -también de niños y niñas- a las divinidades paganas. Los
profetas habían lanzado por eso terribles amenazas. Por esta razón se había extendido la
creencia de que aquel valle sería el teatro del juicio universal. Después, poco a poco, la
gehenna se había convertido, por antonomasia, en lugar de castigo para los condenados.
Por desprecio los hebreos le habían hecho vertedero público. El fuego quemaba a
continuación hasta destruir los desechos.
La cita de Jesús está tomada de Isaías: «Su gusano no muere, su fuego no se apaga» (Is
66, 24).

El mensaje
La amonestación de Jesús se desarrolla en dos partes: la primera está constituida por el
versículo 42, la segunda va desde el 43 al 47.
Las palabras relativas al escándalo para los pequeños aparecen tanto más severas
cuanto que poco antes Jesús ha garantizado la recompensa a quien acoge y ofrece un
vaso de agua a los discípulos (también ellos son «pequeños» a los ojos de la gente que
cuenta). Aquí, en cambio, se considera la actitud opuesta: la de quien pone en peligro la fe
de estos «pequeños» constituye un pecado bastante más grave que la pérdida de la vida
misma. Tengamos en cuenta que la imagen de un hombre que se ahoga en el mar con una
piedra de molino encajada en el cuello, resultaba particularmente dramática para los
hebreos, dada su mentalidad que consideraba la muerte por ahogamiento como la más
abominable.
«Seguramente en torno a Jesús habría personas que disuadían a "los pequeños" y a los
sencillos que le seguían para que no pusieran en él su fe ni le fueran fieles. Era obvio que
Jesús considerase, indignado, semejantes intentos de seducción» (R. Schnackenburg).
Después de haber puesto en guardia contra el propósito de destruir la fe en el corazón
de los pequeños, Jesús considera otro tipo de escándalo: no ya el provocado por los otros,
sino el que nace dentro de nosotros.
Se alude a la mano, al pie y a los ojos, como ocasiones de escándalo. Pero no es
necesario pensar en tentaciones específicas en este sentido, aunque la interpretación
alegórica lo haya hecho abundantemente (por ejemplo: la mano simboliza alguien o algo a
lo que estamos muy apegados, que nos es querido y útil; o bien una entrega exagerada a la
acción. El pie puede indicar la orientación equivocada de la vida. El ojo expresa los malos
deseos).
En otra ocasión Jesús ha subrayado ya cómo el mal brota del corazón del hombre (Mc 7,
21).
Aquí el Maestro quiere decir sencillamente que la posibilidad de caída del hombre, la
atracción hacia el mal, depende de su naturaleza corpórea.
Jesús, con gran fuerza, inculca el rechazo más claro de cualquier connivencia con el mal.

La salvación, el seguimiento, plantean exigencias tan radicales que hay que estar
dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier despego.
La imagen usada para indicar cómo nada vale más que la salvación, es la de la
mutilación de los miembros más preciosos. Cuando está en juego el destino último del
hombre -expresado con el término «vida» y sucesivamente «reino de Dios»- hay que estar
dispuestos a las elecciones más lacerantes.
Naturalmente no hay que entender que Jesús recomiende la mutilación para evitar el
pecado, además se puede cometer una culpa siendo cojo o tuerto... Jesús insiste en la
vida, no en la disminución física.
«El cortarse un miembro no es un fin en sí mismo y no sirve ni siquiera para el
perfeccionamiento del espíritu en el sentido de la mortificación del cuerpo. Sencillamente
indica que la obediencia a Dios es, en cualquier circunstancia, la más importante, incluso
más importante que los propios miembros (estos no son por tanto mencionados como algo
despreciable, sino como las cosas más preciosas que el hombre posee). Está, pues, claro
que no se trata de aplicar literalmente estas palabras... No se trata de infligirse el sacrificio
de una mutilación para adquirir méritos, sino para liberarse de todo aquello que constituye
un obstáculo a la comunión con Dios. Y este obstáculo en cada caso será distinto» (E.
Schweizer).
Es decir, todos han de tener el coraje de cortar por lo sano. Si uno está dispuesto incluso
a perder una mano por la salvación del cuerpo, mucho más por la salvación total.
Al discípulo, por tanto, se le plantea la alternativa de la extrema seriedad del compromiso
con Cristo.
Las tres sentencias de Cristo -medidas según un cierto ritmo- aunque se refieren al
campo moral, no se limitan a él, sino que abarcan todas las opciones existenciales.
El lenguaje de Jesús, aunque exprese una seriedad excepcional, sin embargo, es
necesariamente metafórico y como tal es entendido, no para hacerlo menos incómodo o
atenuar su carga provocadora, sino para traducirlo a las situaciones más diversas y
aplicarlo a los compromisos más variados.
Incluso para la gehenna, Jesús se sirve de una imagen familiar a los que le escuchaban.
No debemos pedirle sobre esto informaciones relativas a las penas infernales o sobre la
vida del más allá. Para él «entrar en la vida» o «ser echado a la gehenna» , quiere decir
sencillamente participar en el reino futuro o bien ser reprobados por Dios. En este último
caso se pone en evidencia el fallo de la vida del hombre en relación a su fin
transcendente.
Nota oportunamente R. Fabris: «La novedad del evangelio no consiste en proponer una
nueva concepción del más allá, sino en dar, a través de la palabra y de los hechos de
Jesús, un nuevo fundamento al compromiso de vivir seriamente en el más acá, en donde es
decidido también el destino último y definitivo del hombre ante Dios».
Y V. Taylor: «Jesús se sirve de una idea corriente en su tiempo. No se le deben atribuir
ideas posteriores de castigos eternos, ajenas a su enseñanza sobre Dios y sobre el
hombre; pero, por otra parte, sus palabras no pueden ser interpretadas como una metáfora
pintoresca. En oposición a la fórmula "entrar en la vida", las palabras "ser arrojados en la
gehenna" indican la ruina espiritual y quizá la destrucción».
Lagrange: «La cuestión de la eternidad del castigo no es tratada directamente. Los
agentes del suplicio no se paran jamás, mientras haya que castigar... pero esto no
determina la duración de la pena».

La sal
«De hecho cada cual será salado a fuego» (v. 49). La unión con lo que precede viene
dada por la palabra «fuego». Sin embargo, de este versículo se han dado al menos unas
quince interpretaciones distintas.
La más... cruel me parece la que atribuye a Jesús un pensamiento de este tipo: es
necesario sufrir, ser atormentados. El que no acepta la mutilación en este mundo (según lo
que se ha dicho antes), deberá sufrir el fuego en el otro. Sería como querer hacer de Dios
un torturador a toda costa. Algo decididamente repugnante.
Mucho más sensata es la posición de quienes, partiendo de la consideración de algunas
propiedades de la sal (purificación, conservación), y de que era usada a veces en las
ofrendas sacrificiales, refiere el dicho (mediante la unión simbólica fuego-sal, es decir el
fuego que es sal) a la persecución que enviste la vida de los seguidores de Cristo. No
hemos de olvidar que Mc escribe para una iglesia que conoce la persecución más dura.
Por eso el dicho de Jesús podría significar esto: la persecución, en ciertos casos, es el
único modo de conservar la fe y demostrar la propia fidelidad. Las pruebas que
generalmente tiene que afrontar el discípulo son un elemento purificador (como el fuego)
que destruyendo todo lo que no es digno de Dios, hacen agradable la ofrenda que se le
presenta.
En definitiva, persecución y sufrimiento garantizan la autenticidad de la fidelidad del
discípulo.
TENTACION/MERITO: Decía Tertuliano: «Nadie que no haya pasado a través de la
tentación puede obtener el reino de los cielos».
Nadie, por tanto, puede ilusionarse de que no sea probado.
La disponibilidad al sacrificio no es un fin en sí misma, pero indica que el discípulo
atribuye el máximo valor al seguimiento, por el que está dispuesto a pagar cualquier precio
(en este sentido la sentencia completa las precedentes).

«... Pero si la sal pierde el gusto, ¿con qué la daréis sabor?» (v. 50). También
discusiones infinitas sobre este versículo, que parece ser desmentido por los químicos, los
cuales afirman que la sal no puede perder sus propiedades.
Sin embargo, Jesús no tiene necesidad de referirse a los análisis químicos. La sal es
elegida como símbolo. La sal a la que él se refiere, claro que puede volverse insípida.
Desgraciadamente.
De esta forma la aplicación a los discípulos resulta bastante transparente: se habla de su
especificidad, de su función peculiar que han de ejercitar ante el mundo.
«Jesús pensaba en la fuerza íntima del ser cristianos. En este pasaje los discípulos son
invitados, por tanto, a no disipar su sustancia específicamente cristiana, sino a conservarla
para poder cumplir su función hacia el mundo. Si se pierden las cualidades sustanciales es
imposible recuperarlas» (G. Dehn).
Y J. Schmid resalta el mismo pensamiento: «El discípulo que ha perdido el espíritu de su
misión, es decir la seriedad religiosa, la prontitud para sacrificarse y para servir, ha perdido
todo su valor y es inservible».

«Que no falte entre vosotros la sal...» (v. 50). En este último versículo, exclusivo de Mc,
la sal parece estar tomada como elemento indispensable en las buenas relaciones internas
de la comunidad. No es casual que después de la recomendación «que no falte entre
vosotros la sal» se añada «y convivid así en paz».
La sal que los discípulos no deben absolutamente perder quizá sea la total dependencia
de Jesús. Lo que les permite ser auténticamente sí mismos, conservar la propia
singularidad.
Pero puede también ser la sal de la sabiduría, de la doctrina, que está en la base de las
relaciones con los otros. San Pablo escribe: «Vuestra conversación sea siempre agradable,
con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno» (Col 4, 5).
Por su parte V. Taylor comenta: «Un modo para vivir en paz con los demás es una
existencia condimentada con las cualidades de la sal; es decir, probablemente lo que
nosotros llamamos sentido común».
No olvidemos que entre los griegos, la sal era símbolo de amistad. En este sentido, a
veces se le ofrecía al huésped un poco de sal.
Sin embargo, me parece que hay que tener presente también la conclusión de E.
Schweizer, que tiene el mérito de armonizar este dicho con los elementos antes apuntados
y, por tanto, de proponer un discurso unitario: «Tened el espíritu de sufrimiento que se
sacrifica, de la resistencia al mundo, pero tened paz unos con otros».
Y la TOB propone: «Tened en vosotros mismos espíritu de sacrificio (en relación al
mundo) y vivid en paz (entre vosotros)».
R. Schnackenburg por su parte une la última frase «convivid así en paz» con la disputa
inicial de los discípulos sobre las precedencias. Y comenta: «Si los seguidores de Jesús se
empapan bien de todo lo dicho precedentemente, no encontrarán dificultad en superar la
animosidad recíproca. Pero hay más: el seguimiento de Jesús, que exige el empleo de
todas las fuerzas y pone a prueba el testimonio que hay que dar en medio del mundo,
¿cómo puede permitir que existan entre ellos riñas y celos? Es una afirmación grave, válida
para todos los tiempos... Sólo una extrema dedicación al servicio de Cristo y una concordia
realmente fraterna pueden dar a la comunidad cristiana el vigor necesario para recorrer el
camino que siga las huellas de Jesús».


PROVOCACIONES

1. Sí, hay quien escandaliza a los «pequeños» que tienen fe.
Pero también puede haber «pequeños» que escandalizan a los que están buscando,
sufriendo y abriendo camino sinceramente.
Esto sucede cuando los discípulos se entretienen por el camino en vez de seguir
decididamente al Maestro, se mantienen en una razonable distancia, riñen por las
precedencias, debaten animosamente cuestiones internas o académicas, se ocupan de
bagatelas, se contentan con medias tintas, no tienen el coraje de comprometerse hasta el
fondo por el evangelio.
En este caso se convierten en escándalo, obstáculo e impedimento en el camino. Hacen
difícil el paso.
Estorban y no permiten acercarse a Cristo.

2. También hay pequeños que no lo son y que tienen una fe que es todo menos fe.
Más que adherirse al Maestro, están atados a su propia mentalidad, a sus propias
costumbres, seguridades, inercias.
Cuando estos gritan escandalosamente, no hay que dejarse impresionar.
No son gritos de sufrimiento, sino caprichosos.
En su boca, la defensa de la fe es sólo un chantaje para imponer a todos su paso lento,
sus cantos apagados, sus gestos vacíos, el inmovilismo, la tristeza y el aburrimiento.
Ante estos pequeños abusivos, el escándalo se convierte en un deber. Y consiste en no
tomarles en serio y continuar caminando a pesar de sus chillidos.
Puede ser que, finalmente, se dejen arrastrar por el «soplo» que les impulsa hacia
adelante.
El Maestro, de hecho, está más allá.

3. Quién sabe cuántas personas he escandalizado y continúo escandalizando. Estoy
íntimamente convencido y profundamente afligido, aunque no soy capaz de buscar una
piedra de molino y encargármela en el cuello. Y, en el caso de que la encontrase, temo que
la tendría como objeto ornamental.
Sin embargo, me parece honesto confesar que también yo permanezco a veces
escandalizado.
Y soy escandalizado precisamente por aquellos que no me escandalizan jamás.
Quiero decir aquellas personas que me proponen como ejemplares, que tienen la
pretensión de alardear -oh, muy humildemente...- ante tus ojos como modelos. Modelos de
regularidad, respeto a la autoridad, espíritu de fe, observancia, sacrificio, prácticas
piadosas. Irreprochables, inatacables, irreprensibles. La conciencia rígidamente
almidonada. Jamás una falta de moral, una rotura en su lúcida coraza de ortodoxia.
Estos me escandalizan porque siempre están «a punto». No hay nada que les ponga en
crisis, que les remuerda con fuerza. La conversión es una tarea a la que se dedican, sin
duda, pero para los demás (estaría tentado a decir «contra» los demás).
Me ayudarían mucho más, en mi escasa fe, si les viese, alguna vez, con un poco de
barro en los zapatos, si les cogiese en un momento de duda, de desaliento. Si su blindaje
se resquebrajara por un momento y dejase adivinar una reflexión, una ligera duda, una
desviación.
Me convencerían totalmente, si al menos alguna vez les escuchase decir «no sé», «no
estoy seguro».
Resolverían mis problemas, si al menos en una ocasión confesasen no tener la respuesta
en el bolsillo.
Su buen ejemplo es el que me escandaliza y su presunta cercanía al Maestro lo que me
aleja, su sorprendente seguridad de estar siempre y en todas partes en lo cierto me da
ganas de meterme en la parte equivocada.
Tengo necesidad urgente de un escándalo suyo. Lo espero con ansia.
El día en que les cogiese en un fallo, les sintiese reconocer públicamente una culpa
enorme, admitir «he sido un desgraciado, procurad perdonarme», no, no correría a buscar
una piedra de molino para encajármela al cuello. Me pondría de rodillas, junto con ellos, me
golpearía el pecho en sintonía con sus golpes.
Y nos sentiríamos todos menos lejanos de él.

4. Algunos estudiosos advierten con premura que Cristo cuando inculca la exigencia de
cortarse la mano, el pie, de arrancarse el ojo cualquiera que sea el motivo de escándalo,
habla en sentido metafórico. Y dan la sensación de calmarte, con un sentido de benévola
complicidad.
Como si dijeran: no te asustes, es sólo un modo de hablar.
Yo, por el contrario, estoy asustado precisamente por esto.
Si no hubiera hablado en sentido figurado, me sentiría más tranquilo.
Precisamente porque es «un modo de hablar», permanezco turbado, conmovido. Advierto
el peligro.
De esta forma sé que, en algunas circunstancias, Cristo me puede pedir algo más difícil
que la pérdida de un miembro del cuerpo.
Puede invitarme, por ejemplo, a conservar las manos en perfecta eficiencia, pero para
utilizarlas en algo que no sea el consabido aferrar, tener o acumular.
Puede permitirme mantener entrenados los pies. Pero, en definitiva, para utilizarlos en
ese camino por el que no quisiera ir.
Puede autorizarme a tener la vista bien. De tal forma que no cierre los ojos a una realidad
que quema.
Sería más cómodo tomar las palabras de Jesús a la letra.
La pena es que él nos deja entrever que no se conforma con eso.
Sus palabras son «exageradas» no en su formulación, sino en sus consecuencias. No te
permiten pararte.
Más que tomarlas al pie de la letra e interpretarlas estrechamente, es necesario dejarse
captar por ellas, dejarse tomar en su incomprensibilidad, en su misterio y dejarse llevar
quién sabe dónde.
Queridos estudiosos, esta vez hubiera sido mejor demostrar que Jesús quería realmente
decir aquello...
Insinuándome, en cambio, que es sencillamente «un modo de hablar», me habéis
alarmado. Veo detrás, inquietante, un «modo de hacer» que no me gusta...

5. Ciertos maestros dan la impresión de hablar en términos opuestos a la enseñanza de
Jesús.
Para ellos se trata de conservar la paz dentro de la comunidad perdiendo la sal (es decir,
la propia identidad, la propia especificidad).
Cristo afirma, en cambio, que solamente si conservas la sal dentro de ti, es decir si
permaneces tú mismo (modelado en él) puedes vivir en paz con los otros.
En otras palabras, la contribución más grande que puedes ofrecer a la paz fraterna es la
de conservar la unicidad, tu originalidad, no dejar perderte en la masa, en el anonimato y en
la superficialidad.
La paz es lo contrario de la nivelación.
Resultan más dañinos los acomodamientos forzosos que los contrastes excesivos.
Los suspiros pueden ser más perjudiciales que la rabia auténtica. Una cabeza que piensa
por su cuenta, ciertamente, molesta. Constituye un peligro para el sueño del rebaño. Pero
no es una amenaza para la paz.
La comunidad se consolida con la sal, se refuerza con el fuego, no con el caramelo, ni
mucho menos con el humo.

6. Naturalmente no hay que dejar la sal-sacrificio, la sal-renuncia para asegurar la paz.
Sin embargo, si es cierto que uno debe estar dispuesto a cortar el egoísmo, el amor
propio, todo lo que se opone a la comuni6n con Cristo y con los hermanos, no se le puede
pedir sacrificar los auténticos valores, ni renunciar a sí mismo.
Además, todos deben sacrificar algo. Nadie está autorizado a hacer trampas.
No es honesto que uno pida a los otros dolorosas renuncias, espíritu de fe, mientras él
practica únicamente las exigencias de la paz (y de la propia tranquilidad).


CONFRONTACIONES

No hay que escandalizar ni siquiera a aquellos otros... Hay que tener en cuenta, al
leer este texto hoy, que no se puede aplicar de manera unilateral. Por ejemplo, decir que no
se puede innovar por temor de chocar con los creyentes instalados en sus costumbres y
que están desconcertados por los cambios actuales. Estos tienen derecho,
indudablemente, a ser iluminados acerca del sentido de estos cambios y respetados en el
ritmo de su fe. Pero a los que no se debe escandalizar, es decir conducir al mal y dejar que
se pierdan, pueden ser también aquellos que están tentados a abandonar la iglesia porque
no se reforma, o aquellos que están en el umbral y no pueden entrar porque nuestro
comportamiento les retiene fuera. (J. Delorme, Lecture de l'evangile selon saint Marc,
Cahiers Evangile 1/2, Paris 1972).

También hay un escándalo de Dios
Ciertamente, el evangelio conoce también un escándalo «divino», que consiste en la
posibilidad de que la obra salvífica de Dios sea motivo de escándalo para un hombre, a
causa de su inescrutabilidad. Para los judíos la doctrina y la actividad de Jesús fue un
obstáculo (escándalo) que les llevó a la ruina. Más aún, en Jesús el escándalo llega a su
ápice. El es el Mesías no «mesiánico» que está en neta contradicción con cuanto los judíos
esperaban del Mesías. Su mismo manifestarse como Mesías acontece de un modo tan
velado, que parece casi invitar a los hombres a la incredulidad. Lo divino se manifiesta en él
de una forma que desilusiona completamente a los hombres. Esta forma paradójica de
actuar de Dios en el mundo aparece por eso una locura para ellos (1 Cor 1, 18-24).
Pero esta situación por la que los hombres son expuestos al peligro del escándalo
precisamente por la revelación de Dios, tiene su fundamento en la antítesis que separa el
evangelio del mundo y en la coexistencia de los dos «siglos» (eones) a partir de la venida
de Cristo (J. Schmid, El evangelio según san Marcos, Barcelona 1967).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 92-102)


2-8 - CONTROVERSIA SOBRE EL DIVORCIO
Mc/10/01-12   Mt/19/01-09   Mt/05/32   Lc/16/18   


Una comunidad más vasta
El último viaje a través de Galilea (9, 30-50) ha sido jalonado por una serie de
instrucciones reservadas a los discípulos, dirigidas a subrayar algunas exigencias del
seguimiento, y que forman una especie de compendio de normas para la vida comunitaria,
articulado de esta manera:
-Segundo anuncio de la pasión y resurrección (9, 30-32).
-Quién es el más grande (9, 33-37).
-Quién puede usar el nombre de Jesús (9, 38-41).
-Admoniciones contra el escándalo; «dichos» sobre la necesidad de la renuncia, de la sal,
y de la paz (9, 42-50).

Ahora Jesús se despide de Galilea, cuna del evangelio, y se dirige hacia Judea, lugar de
la pasión. Encuentra a la gente de la que estaba apartado desde hacía un poco de tiempo.
Este viaje está caracterizado por algunas enseñanzas que no se refieren exclusivamente a
los discípulos, sino que se alargan a dimensiones y exigencias de una comunidad más
vasta. He aquí los temas:

-La controversia sobre el divorcio (10, 1-12).
-El puesto que ocupan los niños (10, 13-16).
-Actitud ante las riquezas y los bienes terrenos (10, 17-25).
-El problema de la recompensa (10, 28-31).

Aparentemente se trata de argumentos éticos y sociales. Pero, en el trasfondo, se adivina
siempre el seguimiento con sus exigencias. Por eso E. Schweizer titula estos pasajes de la
siguiente forma: «El seguimiento en el matrimonio», «Seguir a Jesús con una fe de niños
pequeños», «Seguir a Jesús en la libertad de la riqueza».
Gracias a la introducción de este pasaje -Jesús se dirige hacia el sur- Mc se gana una vez
más el suspenso en geografía. Ciertamente sus indicaciones, como de costumbre, no
aclaran las cosas; más bien las complican.
Alguno afirma categóricamente que Jesús, para ir a Judea, tendría que haber pasado
antes por Transjordania (Perea) y no al revés.
Puede suceder, que también aquí prevalezca en Mc la preocupación teológica, por lo que
también la geografía entra a formar parte de su construcción arquitectónica. De esta forma,
pone antes Judea, queriendo subrayar el hecho de que Jesús se encamina hacia la cruz.

Mandato y permisión, es decir, intención de Dios
y dureza de corazón de los hombres
MA/DIVORCIO DIVORCIO/MA

La pregunta de los fariseos es capciosa y sólo tiene el objetivo de poner a Jesús a
prueba. La trampa podía consistir en obligarle a declararse a favor de una de las escuelas
rabínicas que estaban encontradas en esta materia, o hacerle caer en desgracia ante
Herodes Agripa -como le había sucedido a Juan Bautista- por el episodio «candente» del
repudio de su mujer legítima.
El divorcio estaba generalmente admitido en el judaísmo.
La discusión quedaba abierta en los motivos que lo podían autorizar. La iniciativa, salvo
rarísimas excepciones (1), pertenecía siempre al marido.
La gama de razones era más bien amplia. Iba desde los casos más fútiles (la mujer que
dejaba quemar la comida), para pasar a través de los que se consideraban como atentados
a la moral del tiempo (la mujer que salía sin el tradicional velo calado sobre la cara, o que
se entretenía en la calle a hablar con todos o que se ponía a hilar en la vía pública), para
llegar al caso más grave, el adulterio. Solamente para esta última situación no había
prácticamente dudas acerca de la posibilidad e incluso el deber del divorcio.
Para los demás casos, las posiciones eran muy distintas.
El texto fundamental era una disposición sancionada por el Deuteronomio (24, 1-4).
Especialmente la expresión -«... porque descubre en ella algo vergonzoso»- daba origen a
la controversia. Se enfrentaban dos escuelas que tenían por jefes a dos rabinos
prestigiosos, Shammai y Hillel.
La primera, que se podría definir como rigorista, interpretaba el texto en sentido
restrictivo, aplicándolo a hechos inmorales de evidente gravedad. Esta línea severa
tutelaba, sobre todo, la dignidad de la mujer contra el arbitrio del marido.
La escuela de Hillel, en cambio, adoptaba una actitud más permisiva, que de hecho
desembocaba en la facilonería y legitimaba toda clase de pretextos, incluso los caprichos
del marido (en efecto, bastaba con que el hombre encontrase en la mujer algo que le
molestase o bien que hubiera encontrado otra mujer más graciosa, para ser autorizado a
deshacerse de la esposa legítima).
De esta forma se le reconocía al hombre un derecho casi unilateral al divorcio,
fundamentado en los motivos más banales, con grave perjuicio para la condición de la
mujer, que llegaba a un nivel de degradación verdaderamente humillante.
La única restricción para un divorcio rápido era establecida por... el dinero. En efecto, el
hombre, además de conceder el libelo de repudio, estaba obligado a dar a la mujer una
suma establecida en el contrato matrimonial.
En el caso de que no tuviera esta posibilidad financiera, para... resarcirlo del
inconveniente de tener que soportar una mujer desagradable, se le consentía llevar a casa
otra mujer. Así se verificaban no pocos casos de poligamia.
Entre los distintos círculos religiosos del tiempo, solamente la comunidad de Qumram se
oponía decididamente a esta última práctica y generalmente en el campo matrimonial,
propugnaba una práctica más bien rígida.
La pregunta de los fariseos (o de alguno que se hacía intérprete de su pensamiento), por
tanto, estaba dirigida a envolver a Jesús en esa disputa de corrientes que desembocaba en
una casuística vergonzosa.
A la pregunta Jesús responde, sin embargo, con una nueva pregunta. Hay que advertir
que el Maestro pregunta: «¿Qué os ha mandado Moisés?» (v. 3).
Ellos responden: «Moisés permitió...» (v. 4). En esta contraposición entre mandato y
permisión está el núcleo de la controversia.
Jesús explica la razón de la «concesión» por parte de Moisés: «por lo testarudos que
sois» (v. 5). Es vuestra sclerokardia, es decir la opacidad ante la revelación de Dios, la
causa de todo.
Pero ¿se puede verdaderamente hablar de concesión, de permisión a causa de la
debilidad, de la fragilidad humana?
Me parece que tiene razón E. Schweizer cuando sostiene que la expresión contiene «un
juicio contra ellos, un testimonio de su dureza de corazón, un acto de acusación
permanente».
Aquella permisión que ellos interpretaban como una conquista, como un signo de
benevolencia divina para ellos, en realidad sería un inquietante testimonio contra ellos,
porque se mostraban incapaces de vivir el amor en la relación hombre-mujer como lo vive
Dios en alianza estrecha con su pueblo (2).
Por ello Jesús, saltando el legalismo de los fariseos, lleva la cuestión «al principio del
mundo» (v. 6) para encontrar el proyecto de Dios en la relación hombre-mujer. De esta
forma les hace reflexionar sobre el hecho de que la voluntad divina implica una unión muy
estrecha entre los sexos con la característica de indisolubilidad.
Hay que aclarar algunas cosas. MA/UNA-CARNE:
«Y serán los dos un solo ser» (v. 8). La expresión no está limitada a la unión física.
Carne, la palabra original en hebreo, significa el hombre en la realidad de su ser corporal e
incluso la persona en su totalidad. Por lo que la unión típica del matrimonio implica la
donación completa de una persona a otra (de la que el acto sexual es precisamente la
expresión sensible). La mentalidad hebrea está muy lejos del desprecio del cuerpo o de la
descalificación de la sexualidad. Sin embargo la unión conyugal no puede reducirse a la
unión física. En este caso sería como un «signo» vacío de contenido.
«La personalidad humana recibe aquí un reconocimiento y esto permite darse cuenta de
que la unión conyugal ante todo no es la satisfacción del impulso sexual, sino más bien la
relación interpersonal en la que se explica la actuación por sí del ser humano mediante el
encuentro y la comunidad de vida con el partner... El matrimonio es una comunión personal
y cuanto mejor se realiza esta comunión, tanto más fácil resulta la superación de las
dificultades y de las tensiones insertas en la relación sexual» (R. Schnackenburg).
La expresión, por tanto, se podría traducir libremente: y los dos formarán una comunión
de vida.
«Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (v. 9). Parece que aquí el
hombre no hay que entenderlo como «legislador humano» o «autoridad judicial», sino que
indicaría el marido en su responsabilidad personal. Por otra parte, todo el pensamiento de
Jesús en el texto se pone en una perspectiva que no es ciertamente la estrictamente
jurídica.
«Detrás de las imágenes Jesús se refiere a la relación personal. Es una locura tratar este
texto como una prescripción legal. Sus palabras son espirituales y, por tanto, las más
vinculantes; pero su aplicación es dejada a la conciencia cristiana iluminada» (V. Taylor).

«Vueltos a casa, los discípulos le preguntaron...» (v. 10). Ante las preguntas de los
«suyos», Jesús no hace otra cosa que confirmar la enseñanza dada en público. No añade
ninguna novedad a su pensamiento, que permanece en una línea de extrema claridad y
compromiso.
El hombre que se divorcia y se casa con otra mujer, comete adulterio.
El versículo 12 (del que se dan varias versiones), probablemente, es un añadido de la
iglesia primitiva y contempla la situación de un ambiente grecorromano en donde, a
diferencia del hebreo, también la mujer podía asumir la iniciativa para el divorcio. La
comunidad, por tanto, actualizando -y, en cierto sentido, completando- con libertad la
lección de Jesús, afirma que también la mujer divorciada que se casa con otro hombre, es
culpable de adulterio.
De esta forma el discurso de Jesús, lejos de ser cambiado arbitrariamente, recibe
sencillamente una aplicación inserta en una situación distinta (3).

El punto de partida
La posición de Jesús merece ser considerada atentamente porque contiene aspectos de
gran importancia y de candente actualidad.
La podemos sintetizar así:

1. Superación del legalismo. Tanto del «permisivo» como del «restrictivo». Jesús no ha
venido para alargar ni para restringir la ley, sino para alargar los horizontes.
Una vez más no se deja envolver en las disputas de escuela, seducir por la casuística
más banal, no se alista ni con Shammai ni con Hillel.
Saltando decididamente el aspecto jurídico, lleva el debate a su verdadero horizonte: la
intención fundamental del Creador.
En esta perspectiva iluminadora -no moviéndonos en las distintas interpretaciones y
tradiciones humanas- hay que afrontar el problema.
Jesús rechaza el ofrecer una solución raquítica. Pero encauza la solución en el punto de
partida preciso.

2. Está fuera de lugar el preguntarse si Jesús asume aquí una posición de extrema
dureza que parece estar en contraste con otras actitudes suyas de comprensión y de
mansedumbre.
La posición del Maestro no puede ser valorada en estos términos precisamente porque,
en el caso específico, incluso cuando se refiere «al principio», no se refiere a un
mandamiento inicial, sino a un « hecho», al acto creador de Dios considerado como
«intervención amorosa para los hombres». Muy bien dice E. Schweizer: «Externamente
Jesús parece tener la misma posición que el judaísmo más rígido; pero la insistencia con
que Jesús transforma la pregunta sobre lo que está permitido en pregunta sobre qué es la
voluntad de Dios, revela una fundamental superación del legalismo. No se puede preguntar
ya: ¿qué está prohibido por la ley y dónde hay un hueco para escaparme de la ley? En vez
de plantear este dilema, Jesús dirige la mirada de los que le escuchan al don del Creador y
les exhorta a vivirlo.
De todas formas, la posición de Jesús es mucho más abierta e implica mucho más: se
nos puede dar este don de Dios en la medida en que se vive de la manera querida por él.
Esta posición significa no sólo evitar lo que está prohibido, sino también cumplir la voluntad
de Dios en el campo de lo que está "permitido". En esta libertad sobre consideraciones
exclusivamente legales, que es don de Jesús, se realiza por tanto el fin de la creación».

3. Jesús rechaza también el ponerse en un plano que entienda el matrimonio
fundamentalmente como un contrato, donde todo es cuestión de obligaciones, dar y recibir,
propiedad, derechos, razones más o menos válidas.
El se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de la seriedad del amor. No duda
en definir como «adulterio» la ruptura de una relación y de un «pacto», que no tienen nada
de contrato, sino que deben reproducir el esquema de alianza de Dios con su pueblo, y
constituir por ello una comunidad estable, a pesar de las distintas contingencias.
«Un pacto es precisamente una unión interpersonal que comporta obligaciones
duraderas. El deber de estar juntos para toda la vida, en tal perspectiva, no es una
imposición opresora, sino una elección libre y liberadora, que depende de la estructura
personal del hombre y confirma su dignidad» (R. Schnackenburg).

4. Pero en todo el discurso de Jesús me parece poder captar esencialmente una oferta.
Moisés había ofrecido una derogación, una concesión (4).

El ofrece una posibilidad
Precisamente él, que parece más exigente, en realidad es más abierto. Abierto en
dirección de las posibilidades del hombre.
La posibilidad que se ofrece es precisamente la de volver al proyecto inicial de Dios, a
pesar de la fragilidad y debilidad humanas.
La vuelta «al principio», a la fuente, no es sencillamente una llamada para descubrir la
voluntad originaria de Dios, sino a encontrar en él aquella fuerza que el hombre no puede
obtener por sí mismo.
«Inaugurando el reino de Dios venido con fuerza (9, 1), Jesús restablece la alianza en su
integridad, a partir de la voluntad creadora de Dios. Revela, así, al hombre y a la mujer la
posibilidad concreta de vivir unidos en una sola carne: en efecto, sólo el Hijo amado puede
vencer la imposibilidad del hombre para amar como ama el Dios de la alianza» (J.
Radermakers).
En el fondo, incluso esta página aparentemente dura, es un alegre anuncio: «Aquí y
ahora, siguiéndole, es posible actualizar el proyecto original de Dios, porque ahora viene
suprimida, eliminada la dureza del corazón. Ahora existe para el hombre y para la mujer una
posibilidad real de crecimiento en el amor» (R. Fabris).
Y creo que no debemos olvidar que el seguimiento, en el presente contexto de itinerario
hacia Jerusalén, no puede no tomar el camino del hijo del hombre: el sufrimiento. De esta
forma también el amor, en esta perspectiva, encuentra su significado, su solidez, su
aspecto liberador, no adoptando soluciones fáciles, incluso bajo la cobertura de la ley, sino
colocándose bajo el signo de la cruz.


PROVOCACIONES

1. Decir que Jesús no se pone sobre un plano legal, sino en una perspectiva espiritual,
no significa de hecho que se reduzcan las exigencias. Al contrario.
Su lección es aún más vinculante y comprometedora, porque no está inserta en el
revestimiento de la ley (ante la cual, siempre es posible encontrar escapatorias,
acomodaciones, subterfugios en perfecta... legalidad), sino inscrita en la conciencia
personal.
Hay individuos que son capaces de conjugar la más escrupulosa observancia de la ley
con la traición más escandalosa, precisamente a los valores que la ley quisiera expresar.
Para estos la ley -observada en su aspecto literal- representa la tapadera más prestigiosa
del egoísmo.
Entre los pliegues de un artículo de código es un juego de niños arreglar las propias
conveniencias (a pesar de las apariencias de seriedad y de sacrificio).
En cambio, la conciencia, cuando se la pide que funcione tiene el inconveniente de
molestar.
El legalismo, en el fondo, denuncia sólo la preocupación de «estar a punto» para no ser
molestados.
El compromiso evangélico no te permite sentirte en regla porque tienes un «permiso». La
dialéctica permiso-prohibición es superada por la exigencia de sentirse en regla con el
proyecto divino.

2. Me gusta mucho la respuesta de Jesús que, de pronto, hace trizas todas las diatribas
de los expertos para plantear el «caso» más allá de la casuística y ponerlo ante la intención
del Creador.
Esta es, pensando bien, la auténtica «vuelta a las fuentes» de la que tanto se habla en
ciertos ambientes religiosos, pero que a menudo se acomodan en las lagunas del
oportunismo.
Algunas discusiones giran en el vacío en torno a tradiciones más o menos remotas, más
o menos obligantes. Nos detenemos en «derivaciones» a veces secundarias, sin tener el
coraje de llegar a las fuentes.
Se consideran como vinculantes proyectos «derivados», que representan ya
modificaciones, adaptaciones, incluso reducciones -quizá determinadas por circunstancias
históricas- y parece que se tiene una especie de sacro terror a abrir el proyecto original y
confrontarse con él.
Seamos sinceros. Todos, en realidad, evitamos cuidadosamente volver «al principio».
Porque la novedad nos da miedo. Y lo más nuevo, en ciertas circunstancias, es
precisamente la vuelta al principio.
El momento creativo es siempre el más difícil de captar. El más incómodo. Especialmente
para nosotros, que tenemos una distinguida vocación de embalsamadores.

3. La posición de Jesús, hoy sería definida «intransigente».
En realidad, él no pide prolongar una relación puramente exterior, mantener en pie una
fidelidad-como-cuerda-al-cuello, vacía de contenido y de alegría.
Exige un compromiso que, al referirse a Dios, encuentra la luz y la fuerza para superar
todos los elementos disgregadores, para soldar las roturas, para encontrar la frescura de
un don que representa un desafío a lo provisional.
Lo que pretende es una fidelidad creativa, no cansinamente repetitiva. Una fidelidad que
se inserte en la línea del amor, no de la ley; en la línea de la alianza, no del
contrato-comercio.
Una fidelidad que invente el futuro, que no se limite a prolongar de mala gana el pasado.

Una fidelidad portadora de valores actuales, no de gestos vacíos.
Jesús, en el fondo, más que pedir continuar, pide re-comenzar.
La posibilidad que ofrece no es ciertamente la de apuntalar un edificio en ruinas, sino la
de reconstruirlo.
Sí, Jesús es intransigente. No puede no serlo. Porque está de parte de la libertad.

4. Ciertamente los lazos se atenúan y se desgastan. Las motivaciones iniciales «ya no
valen». La costumbre hace pesado el paso y nivela la realidad. Las dificultades son reales.
No paramos.
También Dios ha conocido dificultades parecidas en su relación con el hombre.
Ha ocurrido algo grave.
También Dios se ha cansado del hombre.
Y precisamente cuando no podía más, ha decidido terminar. Y ha venido a buscar al
hombre...
Este es el estilo de Dios.
Cuando la distancia es demasiada, cuando entre los dos no hay ya nada en común, Dios
decide abolir las distancias, rompe su clausura divina y viene a plantar su tienda en medio
de nosotros.
¿Quién no ha dicho alguna vez «así no se puede seguir», «en estas condiciones es
imposible continuar»? Y nos paramos.
Dios, en cambio, precisamente entonces da el paso decisivo con relación al hombre.
Con la encarnación Jesús no viene a traernos a domicilio el «libelo de repudio», sino el
«gozoso anuncio» de su amor incurable por el hombre.


CONFRONTACIONES
EE/INTERPRETACION

No todo es igualmente fundamental
Jesús lleva la cuestión a la fuente. Y ya aquí encontramos una enseñanza, una lección
de método: no basta apelar a las tradiciones es necesario valorarlas en base a su
dinamismo profundo, en base a aquella intención inicial que las ha engendrado y que ellas
a su modo y para su tiempo (pero también a menudo pagando el tributo de la debilidad de
los hombres, a su poca fe y a sus pecados) han buscado expresar. Es un principio que se
debe aplicar incluso a las Escrituras: todo es palabra de Dios, pero hay textos y textos.
Jesús no pone en el mismo plano Génesis y Deuteronomio: el primero revela la intención
profunda de Dios, el segundo paga un tributo a la dureza del corazón humano. No todo es
igualmente fundamental, no todo es igualmente normativo: las Escrituras deben ser
«escrutadas» (B. Maggioni, o. c.).

Principios operativos
La tendencia de la enseñanza de Jesús es contra el legalismo. Las cláusulas de
excepción en Mt representan el primer estadio en el que sus dichos han sido tratados como
preceptos legales, mientras en su forma original estos son principios operativos
eminentemente penetrantes, precisamente por su carácter espiritual. El cristiano concreto
no puede tener ninguna duda sobre su observancia, bajo la iluminación del Espíritu en la
iglesia y con su propio discernimiento. Para la sociedad en general el problema es más
complejo. Aún menos en este ámbito las palabras de Jesús pueden ser tratadas como
leyes. Sin embargo, si quiere buscar su propia seguridad y el propio bienestar, la sociedad
sólo ganará al dejarse guiar por la enseñanza positiva de Jesús al definir motivos para el
divorcio que amenazan la vida personal y familiar (V. Taylor, Evangelio según san Marcos,
Madrid 1980).

No se pueden ignorar situaciones trágicas
También en el clima de la nueva alianza es posible que una unión conyugal se quiebre
por fragilidad o por culpabilidad de los hombres y , en este caso, la prosecución puramente
exterior de un matrimonio destruido podría conducir directamente a nuevos errores. La
cuestión como tal resulta extremamente compleja, habida cuenta de la índole de los
preceptos de Jesús y de las cambiantes relaciones de la sociedad moderna...
Sobre un solo punto no puede existir sombra de duda: Jesús quiere conducir a los
esposos al mantenimiento fiel de su matrimonio en consideración de la ordinaria voluntad
expresada por Dios con la creación, la cual exige un supremo sentido de responsabilidad
moral. La iglesia primitiva acogió muy seriamente una llamada tan comprometida. La
exégesis de la posición asumida por Jesús en este tema planteaba problemas ya en el
pasado, y hoy da que hacer de nuevo a la iglesia.
En un mundo como el actual, si da una interpretación que sea indulgente con el egoísmo
humano llevaría fácilmente a una praxis análoga a la condenada por Jesús entre sus
contemporáneos, por otra parte también una interpretación puramente jurídica y legal de la
posición de Jesús, falsea sus intenciones. Esta es la dificultad ante la cual nos
encontramos sobre todo hoy, en la que la situación insostenible de muchos matrimonios
asume frecuentemente aspectos trágicos.
Nuestra iglesia, confiando en la asistencia del Espíritu Santo, tiene el deber de revisar de
arriba a abajo la entera problemática matrimonial, sabiendo sin duda que es responsable
ante Dios de la salvación de los hombres. Este hecho debe convertirse para todos nosotros
en un incentivo para intensificar nuestras oraciones (R. Schnackenburg, o. c.).

La ley no puede resucitar un amor muerto
La respuesta de Jesús transfiere la cuestión desde el plano normativo jurídico al
religioso. El libelo de repudio o acta de divorcio es un paliativo que busca poner remedio a
una situación viciada de raíz. En efecto, es el corazón endurecido, la sclerokardia, lo que
compromete el proyecto originario de Dios. A la refinada sutileza casuística de los piadosos
leguleyos que intentan hacer coincidir la voluntad de Dios con los propios deseos e
intereses, Jesús opone una nueva óptica. No hay ley que pueda hacer nacer el amor o
resucitarlo donde está muerto. Solamente la fuente originaria del amor, el gesto creador de
Dios, ofrece al hombre y a la mujer la posibilidad de realizarse en el recíproco compromiso
de amor. El proyecto originario de Dios, tal como es expresado en Gén 1, 27; 2, 24, es decir
la comunidad del hombre y de la mujer en un solo ser viviente o carne, queda
comprometida por la pereza o miedo humano que agota la fuente del amor en el centro
mismo de la personalidad, en el corazón (R. Fabris, o. c.).

El encuentro con él hace posible la obediencia
a sus exigencias éticas
Con sus palabras, Jesús además de restaurar el ordenamiento divino en el campo de la
relación hombre-mujer, proporciona a los discípulos una más amplia indicación sobre su
vida de seguimiento. El seguir a Jesús no se realiza sólo en el compromiso ascético, en la
abnegación y en el martirio, sino también en la unión matrimonial, con todas sus exigencias
de fidelidad; se realiza en una forma de vida que se desarrolla en los ámbitos naturales de
la existencia humana, sustraídos a los deseos egoístas del hombre y puestos bajo la
soberana voluntad de Dios. Obsérvese finalmente que la afirmación de Jesús sobre el
matrimonio, que en forma sintética puede ser formulada con la norma «quien abandona al
cónyuge, es adúltero» entra también en «el hablar en parábolas» (4, 33 s). ¿Cómo podrá el
hombre, con su «dureza de corazón», establecer su relación con la mujer de modo
conforme a la voluntad del creador? Jesús no da una respuesta al problema: se limita a
estimular la reflexión que podrá desarrollarse en esta linea: sólo la adhesión a Jesús y la
eficacia transformadora del encuentro con él, hará realizables las exigencias éticas
proclamadas por Jesús (K. Gutbrod, Wir lesen das Evangelium nach Markus, Stuttgar
1970).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 104-114)
...........................
1) Un caso clamoroso había sido el de Salomé, hermana de Herodes el Grande, la cual había tomado la
iniciativa en el ejercicio del divorcio. Pero no debemos olvidar que se trataba de una princesa.
2) Existía un texto muy significativo de Malaquías: «Y hacéis otra cosa: cubrís el altar del Señor de lágrimas,
llantos y lamentos, porque no se fija en vuestra ofrenda ni la acepta de vuestras manos. Preguntáis por qué;
porque el Señor dirime tu causa con la mujer de tu juventud, a la que fuiste infiel, aunque era compañera
tuya, esposa de alianza. Uno solo los ha hecho de carne y espíritu» (Mal 2, 13-15a).
3) Subraya muy oportunamente K. Gutbrod, que el añadido de este versículo «constituye un ejemplo bastante
claro de cómo en las comunidades primitivas, las palabras de Jesús eran reformuladas en base a las
situaciones y al lenguaje de las distintas áreas culturales. La palabra de Jesús no era transmitida de modo
servil y juricista, palabra por palabra: era en cambio reformulada, como discurso vivo, para la nueva
situación».
4) La dispensa, en la intención del legislador del Deuteronomio, servía más que nada -a través de la obligación
de dar el libelo- a tutelar la libertad de la mujer que, sin aquel acto, habría estado expuesta a toda clase de
arbitrariedad.