34 - LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL
Mc/08/11-13 Mt/12/38-39
Mt/16/01-04 Lc/11/16/29-32
Jn/06/30
La libertad de Dios
El tema dominante del relato (según algunos sería un apotegma) es la ceguera de
los
hombres. Y su pretensión de someter a Jesús y su mensaje al examen de los
signos.
El v. 12, que expresa el rotundo rechazo de Jesús, es ante todo restituido a su
dureza
original. La traducción literal, en efecto, suena así: «en verdad os digo, si a
esta generación
no le será dado un signo...».
G. Nolli explica: «El "si" equivale al hebreo "im", semitismo que sobreentiende
una
imprecación: "(Podría morirme) si diera una señal". Equivale a una negación
absoluta y se
usa con sentido negativo, en todo el nuevo testamento, solamente en este pasaje;
en los
otros casos vale para afirmar». La expresión «esta generación» es considerada
como
ofensiva en el antiguo testamento y en la literatura rabínica. «Caracteriza el
conjunto de
aquellos que se rebelan contra la revelación divina» (Lohmeyer).
Como es habitual, no se dice de dónde vienen los fariseos. Normalmente, en el
evangelio
de Mc, «se presentan», aparecen de improviso. Sobre todo cuando se trata de
discutir o
polemizar sobre algo.
Pero aquí más que entablar una polémica acerca de un tema específico o sobre un
incidente, adelantan una pregunta, frente a la cual Jesús puede decir
simplemente sí o no.
J/TENTACIONES: Tengamos presente que la palabra «señal» quiere decir sello, o
también «contrasigno que distingue exteriormente».
Comenta ·Schweizer-E: «No se trata de un problema particular. Sino del problema
de
fondo: qué es la fe. 'Cielo" podría ser una perífrasis de Dios, pero es más
probable que se
aluda a una señal que no había podido ser dada por un taumaturgo cualquiera:
quizás un
milagro cósmico, de naturaleza apocalíptica.
«Una petición de esta especie es una "tentación". Es verdad que Mc precisamente
es
quien subraya con trazos vigorosos la concreción del hacer de Dios; pero él sabe
que
cuando se pide la señal, cuando, en una palabra, la fe termina por depender de
una
demostración visible, se sitúa en el camino equivocado. En este caso la fe no
sería más que
una deducción lógica, a la que podría llegarse incluso sin compromiso personal.
«La palabra original de Jesús es una advertencia para no hacerse a priori una
imagen de
Dios sobre la cual se mida la acción divina para después decidir, en base a tal
medición, si
aquí Dios efectivamente está actuando o no, antes de ponerse de su lado.
«La comunidad que ha relacionado esta palabra con la narración de la
multiplicación de
los panes, ha querido hacer una distinción entre una señal libremente dada por
Dios, capaz
de cuestionar al hombre y fortificar al hombre, y una señal pretendida por el
hombre, que
destruye la fe».
Creo que es uno de los análisis más lúcidos y profundos de la perícopa en
cuestión.
Y ·Fabris-R dice: «Por parte de los fariseos está la pretensión de basar la fe
en la
demostración evidente y controlable de Dios, sin correr el riesgo del compromiso
personal.
Desde una postura de espectadores y controladores neutros y distantes, son
capaces de
establecer lo que es señal o no de la presencia de Dios.
«Esto significa reducir la libertad de Dios dentro de los límites de los propios
prejuicios,
de los propios esquemas subjetivos. En tales condiciones ya no hay espacio ni
para la
libertad humana ni para la experiencia genuina de la fe. La fe es el cotejo más
serio de Dios
con el hombre, como sucedió en el caso de Jesús.
«El rechazo de Jesús de instrumentalizar la libertad de Dios en favor de quien
tiene
miedo a vivir en el riesgo de la libertad, es el rechazo a vender a buen precio
la libertad del
hombre».
No es casual que Mc no describa las tentaciones de Jesús al principio de su
ministerio,
habla de tentación (v. 11) a propósito de esta petición de los fariseos. «Es la
invitación
engañosa, en nombre de una presunta seriedad religiosa, a recorrer el camino del
mesianismo espectacular» (R. Fabris).
Dentro de poco Jesús indicará, sin posibilidad de equívocos, cuál es el camino
completamente opuesto a la espectacularidad y al triunfo que pretende recorrer
hasta el
fondo. Y entonces «aparecerá» Pedro intentando impedírselo. Y será tratado,
precisamente, de «tentador».
Las tentaciones de Jesús, pues, en el evangelio de Mc no constituyen un episodio
inicial
circunscrito, sino que se desarrollan y manifiestan y se entremezclan
dramáticamente en su
itinerario, con la pretensión de modificarlo sustancialmente y trastocar su
sentido.
Este es el núcleo fundamental de la discusión.
Pero debemos tener también presentes algunos detalles del texto que Mc presenta.
«Dando un profundo gemido...» (v. 12). La expresión denota una emoción intensa,
con
una mezcla de amargura, indignación, doloroso estupor, cansancio.
También la postura final expresada por el verbo «dejándolos» es más bien
descortés.
Jesús les deja plantados, sin excesivos cumplidos. Les abandona a su curiosidad,
a su
indiscreta pretensión de controlar sus credenciales a través del sello de algo
espectacular.
El toma las distancias de esta gente que pide pruebas exteriores.
La barca que pasa a la orilla opuesta indica que Jesús no está dispuesto de
ninguna
manera a fomentar los equívocos, a comprar la adhesión de los hombres,
complaciéndoles
en sus manías sensacionalistas, y saliendo a su encuentro por el camino de la
facilidad.
Es posible alcanzarlo, en la otra orilla, si se abandonan las seguridades de la
tierra firme,
afrontando el riesgo de la fe.
PROVOCACIONES
1. La pena es que los fariseos de siempre también exigen «pruebas» de los otros.
No caen en la cuenta, ante todo, de que la libertad de Dios y la libertad del
hombre van a
la par.
Si Dios les complaciese -según sus pretensiones- violaría la libertad de los
hombres;
condición indispensable para una relación de fe y de amor con él.
No. Estos atentan con desenvoltura contra la libertad de Dios, con la pretensión
de
imponerle los modos de manifestación.
Y, de la misma manera, se comportan con los demás. Pretenden «signos» de
fidelidad,
de religiosidad, de autenticidad cristiana. Los signos que ellos llevan en la
cabeza,
entiéndase bien.
Esa gente es de la que quisiera someter a todos a examen. Y pobre de él si da
una
respuesta que no está contenida en sus manuales. Se le suspende inexorablemente.
O se responde en base a las fórmulas codificadas por ellos, o no hay nada que
hacer.
Indiscretos con Dios, indiscretos con los hombres.
Dispuestos a medir todo con su metro, frecuentemente mezquino y ridículo.
Uno puede incluso hacer milagros. Pero si no son los autorizados por ellos (casi
siempre
milagros de... pequeñez y de comportamientos formales), no supera los exámenes.
Pero hay que decir que precisamente ellos quedan suspendidos en el examen de fe
y en
la prueba del amor.
2. Pero han tenido el signo. Cuando Jesús les ha dejado. También la ausencia
puede ser
significativa.
La barca que se aleja, que se dirige a otro lugar, era la señal que deberían
haber leído.
Jesús les hacía la señal para que abandonaran sus seguridades y subieran a la
barca
con él, afrontando la aventura del seguimiento.
Parece que éstos solamente están dispuestos a creer -o sea a fiarse de Jesús-
cuando
se verifica una señal a su favor.
FE/MILAGROS MIGROS/FE Jesús, sin embargo, considera la fe como condición para
entender los signos.
Todo el equívoco está aquí: la fe no puede depender de los milagros. Son los
milagros
los que dependen de la fe.
Sin fe, los signos no dicen nada.
Y además, qué pretensiones. No es el hombre quien tiene que dictar a Dios las
condiciones. En todo caso al contrario.
Los fariseos solamente estarían dispuestos a fiarse de Jesús después de un
cuidadoso
control de sus documentos de identidad.
La desgracia (o la suerte) es que Jesús no tiene los papeles en conformidad con
sus
expectativas, con su mentalidad. No está en disposición de presentar el
certificado de
buena conducta de Mesías que ellos exigen en base a sus esquemas.
No. Jesús no presenta los documentos a los fariseos. No los tiene. Los ha dejado
en el
cielo. A propósito. Circula aquí abajo de incógnito, como un cualquiera. Es el
clandestino
por excelencia.
Cuando le piden «probar» su proveniencia, prefiere irse a otra parte.
Quizás encuentre a alguien con quien intercambiar una señal de entendimiento.
3. Jesús nos ha asegurado que tendremos siempre signos. Nos ha garantizado que
jamás faltará su presencia.
Su persona es el signo fundamental.
Si él está, todo se hace signo.
Comenzando por el pan.
CONFRONTACIONES
Dios no planta el signo vencedor
Es muy necesario caer en la cuenta de un peligro: el de dar, o el de quererse
poner como
respuesta a la ansiosa pregunta siempre viva de una «señal», quizás del cielo o
quizás de
la tierra, de una manera u otra de dimensiones... convincentes.
En efecto, se ha criticado, con razón, un triunfalismo de marca eclesial también
reciente;
queda uno sorprendido de la facilonería con que a veces se manipulan, para
confeccionar
una religiosidad natural popular, apariciones y milagros que apagan la sed de
que
hablábamos más arriba; pero no se cae en la cuenta de que quizás se corre el
peligro de
que te tomen el pelo de un modo todavía más sutil cuando se intenta poner en
medio un
signo vencedor, que tiene como variante el ser concreto, radicado en la tierra,
en vez de en
el cielo, pero que conserva como constante la pretensión del poder, de la
bravura humana.
Un nuevo triunfalismo «bajo falsos despojos» de la misma familia de la
autosuficiencia.
Jesús no ha hecho concesión alguna en esta dirección: lo ha rechazado
firmemente. No
se ha exhibido.
Le apremia la salvación, la liberación. ¡Absolutamente nada el espectáculo! Por
tanto, si
tiene que haber signos, será el del pan, realidad simple y cotidiana: se parte,
se come; y a
la multitud llega de una manera sobreabundante la vida y la liberación.
Lo mismo se pide a la comunidad que cree. Entre otras cosas, si es objetiva y
sincera,
reconocerá que a veces el discurso del signo vencedor termina por ser pretexto
inconsciente o coartada para una real falta de compromiso: pero deberá sobre
todo admitir
que forma parte de la conversión y de la fe aceptarse a sí misma como «signo del
cielo»
poco glorioso, en la cual, sin embargo, obra el espíritu del resucitado (Una
comunitá legge il
vangelo di Marco, o. c.).
Cúranos de la búsqueda de signos
Cúranos, Señor, de esta búsqueda de signos exteriores y consagrantes, de este
puerilidad de camareros que quieren un profeta con penacho. Tú no tenías
penachos, tú no
amabas lo extraordinario, y, si hacías milagros, los hacías sólo por piedad y
exigías que no
se hablase de ellos.
Eres pobre, pero querías esta riqueza: que la gente te amase por ti y no por lo
que
hacías.
Nosotros, por el contrario, con frecuencia te amamos porque haces milagros y
porque
eres extraordinario: Cristo Rey, con las vísceras en la mano, que muestra un
corazón
radiante, algo así como un rubí engastado en el pecho.
Llenamos de alhajas tu cruz para olvidar que era un signo de infamia, y hacer
así de ella
un símbolo para llevar durante una batalla: «In hoc signo vinces». Y, sin
embargo, tú tienes
un simple corazón como el nuestro y tu cruz estaba adornada únicamente por los
clavos.
La única vez que te vistieron de personaje lo hicieron por burla: con una corona
de
mentira, pero hecha con espinas de verdad.
Danos, Señor, la gracia de amarte así, sin necesidad de otro cosa; y de
comprender que
la encarnación más grande es precisamente esta pequeña, deslizada en los gestos
más
normales; y de extraordinario solamente existe lo extraordinario y no sus
vestidos de fiesta.
Líbranos de la búsqueda de lo excepcional: haznos entender que el santo es pobre
de
oropeles y también de oros: pasa por la calle y nadie lo conoce.
Haz que amemos la pobreza de este anonimato, que amemos también nosotros el
pasar
inadvertidos, desaparecer en la curva del camino, que nadie nos vaya mirando.
Haz que rechacemos una fácil notoriedad, incluso aquella de la virtud titánica,
que
pretendiera vestirnos de fiesta y ponernos en un palco; que amemos los asientos
de platea,
todos iguales, porque la diversidad está en nosotros, escondida en lo profundo.
Haznos amar los días ordinarios, en los que no hay dulces en la mesa ni vestido
de fiesta
ni la homilía del domingo, sino la comida normal, el mono de trabajo, la mesa
«lisa», y no
pasa nada más que la vida: este suceder inmenso, abarcándolo todo, que es el
precipitarse, en el tiempo, tu vivir eterno (A. Zarri, E piú fàcile ehe un
cammello, Torino
1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 381-386)
35
- LA LEVADURA DE LOS FARISEOS Y DE HERODES
O SEA, LA CEGUERA DE LOS DISCÍPULOS
Mc/08/14-21 Mt/16/05-12
No es un descuido
Se tiene la impresión de que Mc, de repente, suspende o modera notablemente la
narración de los hechos, que en él habitualmente tienen un ritmo apremiante,
para acentuar
el elemento didáctico.
Como si los intereses catequéticos se sobrepusieran y prevalecieran sobre los
narrativos.
En suma, una pausa de reflexión y verificación. Es inútil acumular hechos, si
éstos no son
digeridos, asimilados a través de la percepción de su significado profundo.
Examinemos, pues, este paréntesis, de ruda pedagogía.
Hecho precedente. Los discípulos, una vez en la barca, caen en la cuenta de que
no
tienen pan suficiente a causa de un olvido suyo.
Y el detalle, molesto, es advertido y se hace presente ante todos,
convirtiéndose en
motivo de discusión.
Ellos son los encargados del avituallamiento, como de todas las cosas
materiales.
Quizás se echan la culpa unos a otros. ¿A quién tocaba? ¿Y cómo se puede
remediar?
Algunos interpretan los v. 14-16 como prólogo a una tercera multiplicación de
los panes,
para el círculo de los amigos de Jesús. Me parece excesivo. Es difícil pensar
que Jesús haga
un milagro para resolver las dificultades prácticas de los suyos.
Más bien parece que el dicho «guardaos de la levadura de los fariseos y de la
levadura
de Herodes» está fuera de su sitio, e interrumpe el hilo de la narración. Algún
estudioso
insinúa que se trata de una inserción posterior y no muy feliz.
Es cierto que sorprende un poco el hecho de que Jesús no vuelva más, en todo el
episodio, sobre este tema.
Pero veamos las cosas con calma.
Tengamos presente que la levadura, en la mentalidad judía, es una imagen
negativa.
Sólo Jesús, en una parábola (Lc 13, 20-21; Mt 13, 33), la traducirá en clave
positiva.
Los rabinos, sin embargo, veían en la levadura la imagen de una fuerza que obra
dentro
del hombre en sentido malo y lo predispone al mal.
Principio de fermentación, la levadura se entiende como principio de corrupción.
No es casual que los panes fermentados no pudieran ofrecerse en el templo.
Es típica en este sentido, la oración del rabino Alejandro (s. III d.C.): «Señor
del universo,
es claro en tu presencia que nuestra voluntad sería hacer tu voluntad, ¿y quién
lo impide?
La levadura que está en la masa y el servilismo a los reyes. Que se cumpla tu
voluntad de
liberarnos de su poder y que volvamos a cumplir las leyes de tu voluntad con
todo el
corazón».
Según algunos, este dicho, aplicado a la expresión de Jesús, se adaptaría
perfectamente:
la levadura en la masa equivaldría a la «levadura de los fariseos»; y el
servilismo a los reyes
encontraría su paralelismo en la «levadura de Herodes».
No olvidemos que los fariseos y los herodianos se habían puesto de acuerdo para
eliminar a Jesús (Mc 3, 6). Los primeros, quizás, por miedo a perder el
prestigio religioso de
que gozaban ante el pueblo. Los segundos, porque veían en él una amenaza a su
política.
Los dos partidos, tan distintos entre sí, se encontraban en una postura común
frente a
Jesús: la cerrazón ante Dios (en nombre de la religión, los fariseos; en nombre
de los
políticos, los herodianos; y los dos, tocados por el mismo mal que determina el
rechazo: el
apego a sí mismos).
Si las cosas están así, se puede también comprender que el «dicho» (logion) no
está en
efecto fuera de lugar en la trama del relato. La barca no hace mucho que despegó
de la
orilla, después de la discusión con los fariseos, y los apóstoles se dan cuenta
del grave
olvido del pan y están preocupados por ello. Jesús, sin embargo, todavía bajo la
impresión
de la disputa precedente, quiere advertir a los suyos que no se preocupen del
pan, sino
más bien de la levadura de los fariseos (que, quizás, aún se dejan ver en la
lejanía). O sea,
deben estar atentos a no dejarse contagiar por aquella mentalidad, a no dejarse
influenciar
por aquella mala disposición respecto de ellos.
·Lagrange comenta: «Jesús quiere que sus discípulos se mantengan lejos de
aquellos
dos partidos (fariseos y Herodes): del primero, cuya religión es más exterior
que profunda;
del otro, que está totalmente cogido por las cosas del mundo y de la política.
Los discípulos
deben buscar a Dios en la más absoluta pureza».
Otra hipótesis: quizás ha sido Jesús, con su advertencia a guardarse de la
levadura de
los fariseos (conclusión de la discusión precedente), quien trae a la memoria de
los
discípulos la falta del pan. La sustancia de las cosas no cambia.
Pero, a estas alturas, la reprensión de Jesús asume una amplitud insospechada y
se
resuelve en una diagnosis cruel de las enfermedades que padecen los discípulos:
corta
inteligencia, ceguera, sordera, dureza de corazón, sospechosa pérdida de
memoria.
El estado general de su salud está bien lejos de ser tranquilizador...
Hace observar J. Delorme: «En el lenguaje bíblico, los ojos, los oídos, el
corazón van
juntos. Los ojos permiten ver el evento, los oídos oyen la palabra que se dice
acerca del
evento, y el corazón permite comprender la voluntad de Dios».
Tengamos además presente que el «¿no comprendéis»? (v. 17) se traduciría
literalmente
por «¿no tenéis cabeza?». Así se reprendería la falta de atención, mientras que
el «no
entendéis» se referiría a la falta de reflexión profunda.
En suma, es el martilleo de cinco reprensiones sucesivas «que pasan revista a
todos los
sentidos del hombre para hacer entender a los interlocutores que no han
entendido
absolutamente nada» (C. M. Martini).
La torpeza de los discípulos se manifiesta, sobre todo, con referencia a los dos
hechos
más extraordinarios y recientes: la multiplicación de los panes.
Si recordamos el discurso de las parábolas, y confrontamos algunas expresiones
idénticas, comprendemos la gravedad de la reprensión de Jesús: los discípulos se
están
poniendo en la misma situación de los que están «fuera».
Es lucidísimo, a este respecto, el análisis de Lagrange: «Los discípulos
recuerdan
perfectamente los hechos. Responden sin dudar lo más mínimo y saben distinguir
muy bien
lo que ha sucedido en las dos circunstancias. Están muy lejos de ser unos
estúpidos, pero
no comprenden el gran drama que está desarrollándose ante sus ojos. Después de
un
incidente insignificante, he aquí que explota el disgusto del Maestro; ataca
toda la postura
de los discípulos hasta aquel día. A pesar de su situación privilegiada, están a
la misma
altura que la gente. Pero como sucede con frecuencia en casos semejantes, el
Maestro se
aprovecha de un descuido bastante vulgar para decir todo lo que merecen acerca
de su
conducta».
La esclerocardia es una enfermedad de los ojos COR/DUREZA:
El diagnóstico de Jesús se concentra esencialmente en una enfermedad: dureza de
corazón (v. 17). Se habían ya manifestado síntomas alarmantes durante la
travesía del lago
y siempre a propósito del «hecho de los panes» (6, 52).
Esta enfermedad se expresa con un término técnico: esclerocardia.
Tengamos presente que el corazón, en lenguaje bíblico, indica no tanto la sede
de la vida
afectiva, cuanto la fuente de los pensamientos y de la comprensión.
Por tanto aquí se denuncia, no la falta de comprensión, sino la falta de
inteligencia. «La
esclerocardia es la incapacidad para ver el alcance mesiánico de lo que
acontece» (B.
Maggioni).
Cerfaux traduce justamente: «ceguera del espíritu» Es una de las expresiones
típicas de
Pablo. Que se encuentra también en Juan.
Normalmente se trata de un lenguaje que denuncia sobre todo la ceguera del
pueblo
elegido, y es significativo que, en este contexto, Mc la aplique a los
apóstoles.
Mc adopta esta expresión, por primera vez, en el episodio de la curación del
hombre de la
mano paralizada, cuando subraya la cólera de Jesús contra los fariseos, y
después su
tristeza precisamente frente a la dureza de su corazón (3, 5). Y.
particularmente en este
caso, resulta significativa la postura de Jesús que demuestra ya la indignación
ya la
compasión frente a criaturas incapaces de reconocer en él al enviado de Dios y
de ponerse
en sintonía con las intenciones divinas.
El tema de la ceguera volverá en las parábolas. Y aquí la no-inteligencia afecta
a la
realidad del reino de Dios que se ha hecho cercano, presente en Jesús.
La categoría de la ceguera se aplica a los tres tipos de terreno-oyentes
descritos en la
parábola del sembrador. «Los fariseos se reconocerán fácilmente en el primero,
el pueblo
en el segundo» (L. Cerfaux).
Pero la ceguera se desliza también al campo de los milagros. Los enemigos de
Jesús
pecan contra el Espíritu, porque, en vez de descubrir en los prodigios
realizados una señal
de la presencia del reino de Dios, ven -como en el caso de los exorcismos- una
obra del
demonio.
El hecho de que Jesús asimile la postura de los discípulos a la de los fariseos
y a la del
pueblo, es bastante grave e inquietante. Sobre todo en relación a los milagros.
No se trata
de «no-inteligencia» desde un punto de vista humano o de ilusión óptica (cuando
Jesús
camina sobre las aguas) sino de incapacidad para entender el alcance de los
gestos
hechos por Jesús, de penetrar su significado profundo, de captar el sentido de
lo que pasa
ante su vista, de sacar sus consecuencias.
Los apóstoles son «ciegos» porque no reconocen la revelación del poder y de la
tarea de
la persona de Jesús.
En el fondo, la inteligencia de esta realidad se identifica con la fe.
Por tanto, no se trata de ser más doctos, sino más confiados, más abandonados a
él.
PROVOCACIONES
1. Yo soy uno que no entiende.
Esta es la definición del discípulo, como se deduce del evangelio de Mc.
No es excesivamente entusiasta.
Pero sirve, al menos, para no darnos aires de maestros en relación con los
demás.
Sirve, sobre todo, para hacernos apear de una postura de suficiencia, para
colocarnos en
un estado de ignorancia -reconocida, admitida-, lo único que nos abre al
misterio de Dios.
En la escuela de Jesús, la ignorancia constituye el único título válido para ser
admitidos a
la comprensión.
2. No sé cuántos de nosotros tendremos el coraje de adoptar el esquema de Jesús
para
nuestras revisiones de vida.
El experimentado por él sobre su comunidad es una visita médica completa, y
hecha
incluso sin excesivos cumplidos.
Parece que ningún órgano importante (cerebro, corazón, ojos, oídos) funciona
debidamente.
Jesús no mide las palabras, no calibra los adjetivos. Bien distinto a ciertos
jugueteos
comunitarios, en donde si uno aventura una palabra de crítica se le califica
como derrotista.
«Entonces, según usted, no hay nada que marche bien...».
Parece exactamente que para Jesús no hay nada que marche bien. ¿También él ve
todo
negro? ¿También él es un derrotista?
Concluye su diagnosis despiadada -una especie de proceso al enfermo, que es
sepultado bajo el peso de siete preguntas- no con una terapia, sino con una
pregunta que
traiciona la intolerancia: «¿No entendéis aún?».
Al llegar aquí, creo que la única cosa que entendieron los apóstoles era la
necesidad de
estar en la barca con el médico.
3. La memoria no está enferma. Esta funciona perfectamente.
Recuerdan todo a las mil maravillas.
Las cifras son las exactas.
No confunden ni siquiera los canastos con las espuertas, para satisfacción de
los
exegetas.
Todo exacto.
Pero lo malo es que no basta recordar los hechos, conocer la realidad, es
necesario
captar su significado, sacar sus consecuencias.
Conozco gente con una memoria privilegiada. El archivo en orden. Registran hasta
el
último detalle. No hay un dato que se les escape. La figura del santo fundador
estudiada,
analizada, celebrada, subrayada su creatividad. Los riesgos que ha corrido, las
dificultades
superadas, su precisión para interpretar las exigencias de los tiempos, su
respeto a las
personas, el espíritu de fe.
Después, cuando se trata de entender el significado para hoy, aparece algo que
impide
la marcha, que ya no funciona... Sordos, ciegos, cerrados.
Se diría, una memoria hecha a propósito para no entender.
Una memoria que sirve para embalsamar el evento, no para hacerlo actual.
Y se hacen también las cuentas. Allí están las estadísticas, a la vista, para
refrescar la
memoria. Y no son excesivamente entusiasmantes.
Sí. Las cuentas no salen.
Pero parece que los ojos, al llegar a este punto, se hayan dado para no ver, los
oídos
para no querer escuchar, la inteligencia para hacer ostentación de torpeza, y
las cuentas
que no salen... para continuar cometiendo los mismos errores.
Se llega incluso a diagnosticar la esclerocardia, y denunciar la ceguera del
espíritu.
En efecto... a los otros se les envía al médico.
4. La postura opuesta a la «dureza de corazón» (esclerocardia) es la de la
Virgen.
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc
2, 19).
La Virgen «recuerda» de verdad los acontecimientos y, mediante un ejercicio de
la fe, se
esfuerza por leer su significado. La memoria es cuestión de corazón. Recordar,
en efecto,
significa volver a llevar al corazón.
Nuestro corazón está enfermo de endurecimiento cuando rechaza elaborar el
material
que la memoria le ofrece. Y entonces nos hacemos «ciegos». Quedamos a oscuras,
incluso
de aquello que ha pasado delante de nuestros ojos.
5. No me importa reconocerlo. También en mí hay síntomas evidentes de
esclerocardia.
El desfase más estridente entre memoria del «hecho de los panes» y comprensión
de su
significado, se da precisamente respecto a la Eucaristía.
Sí, he hecho la comunión.
Y, sin embargo, me obstino regularmente a no entender que es necesario después
hacer
comunión.
Es verdad, es un Maestro distinto de los otros.
Para medir la inteligencia de sus discípulos emplea un test simplicísimo y
extremadamente comprometido: el test del pan.
CONFRONTACIONES
ORA/COMPROMISO CSO/ORACION
Lo que no llego a entender es una oración separada de la realidad...
Una señal para distinguir al verdadero contemplativo del simple productor de
oraciones
en su capacidad de comprender la historia de su tiempo, una especial
sensibilidad que le
hace captar por qué camino hoy se va hacia la liberación.
El productor de oración es un conservador, un miedoso: la oración, en vez de
liberarlo, le
hace sumergirse cada vez más en el temor, en la desconfianza, porque no existe
un acto
tan intimista como la oración.
Si uno no encuentra al Dios que lo lanza fuera, lo pierde completamente en los
otros, en
el mundo, la persona que ora puede hacerse mucho más cerrada en sí misma -y por
lo
mismo mucho más temerosa, conservadora, egocentrista, narcisista- que una
persona que
no reza. La oración, en este caso, arruina...
...Dios es el refugio, la seguridad, el áncora para que podamos lanzarnos sin
miedo y sin
volver la vista atrás. (A. Paoli, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 387-394)
36
- CURACIÓN DEL CIEGO DE BETSAIDA
Mc/08/22-26
Mt/16/13-23 Lc/09/18-22
MIGRO/CIEGO-BETSAIDA
Solamente un milagro...
La primera etapa del ministerio de Jesús concluyó con el endurecimiento del
corazón de
los fariseos y de los herodianos (3, 1-6).
La segunda, con el endurecimiento de sus paisanos de Nazaret (6, 1-6).
Esta tercera etapa corre el peligro de terminar con el endurecimiento del
corazón de los
mismos discípulos de Jesús.
Puesto que el endurecimiento del corazón, como hemos visto, equivale a la
ceguera, urge
una curación milagrosa.
Y es lo que sucede con este milagro que presenta un evidente valor simbólico,
dada su
colocación.
Sólo Jesús es capaz de abrir los ojos.
Mc, como hemos subrayado ya muchas veces, tiene un esquema fijo cuando narra las
curaciones hechas por Cristo. Pero, aquí faltan alguno de esos elementos
característicos.
Por ejemplo, del enfermo no se dice nada (mientras que, habitualmente, se
describe la
enfermedad, se alude a su duración, gravedad, a los esfuerzos vanos de los
médicos...).
Podemos solamente proceder por inducción. Este no debía ser ciego de nacimiento
porque,
apenas recupera la vista, distingue a los hombres y a los árboles.
Y podemos también imaginar su condición no muy feliz, dadas las características
del
ambiente. En el Oriente Medio, en efecto, los casos de optalmía purulenta eran
muy
frecuentes y se agravaban a causa del sol, del polvo y de la suciedad. Por otra
parte aquel
tipo de enfermedad, según la mentalidad hebrea, representaba un castigo divino,
personal o
familiar (en el judaísmo tardío, la ceguera era un castigo que provenía de la
aceptación de
dinero por corrupción, vulgarmente «propina)>...). Mientras que la ley exhortaba
a la piedad
hacia el ciego, como hacia un pecador castigado, la tradición rabínica llegaba a
prohibir la
visita a los enfermos de los ojos.
Otro elemento que falta en esta relación del milagro es la fe. El hombre
permanece
completamente pasivo. Sin embargo, no debemos olvidar que Jesús exige la fe,
pero ésta
puede ser implícita y es sólo él quien puede aceptarla. Por otra parte, en
algunos casos
como el del paralítico descolgado por el tejado la fe puede ser de los
portadores. Y no se
puede excluir que estemos en un caso parecido.
Y una omisión final: no se describe la reacción de la gente.
La novedad notable, en este milagro, consiste en el hecho de que la curación
acontece en
dos tiempos. Como si Jesús no lo lograra inmediatamente. Al principio el ciego
ve
confusamente. Sólo después de la segunda imposición de manos distingue
nítidamente las
cosas.
Quizás también este detalle tenga un alcance simbólico, e indica la lenta,
progresiva
iluminación de los discípulos, su gradual abrirse a la comprensión a través de
la fe.
Las omisiones y la novedad que acaecen en este relato legitiman la sensación de
que Mc,
apartándose del esquema familiar, haya querido acentuar el alcance simbólico del
milagro que, entre otras cosas, es colocado en una posición central en su
evangelio, y hace
de bisagra entre las dos grandes partes en que está dividida la narración de Mc.
La
primera, en efecto, se concluye con el reconocimiento mesiánico por parte de
Pedro. La
segunda se abre con la revelación, por parte de Jesús, de su misterio pascual.
Y.
precisamente, en la inminencia de estas dos «iluminaciones», se coloca la
curación del
ciego. Los ojos de los apóstoles comienzan a abrirse a la luz...
No es una copia
Desde un punto de vista literario, el relato presenta un evidente paralelismo
con el del
sordomudo de la Decápolis (7, 31-37). Veamos.
Curación del sordomudo Curación del ciego
Le presentan un sordo, que, Le presentan un ciego y le su-
además, hablaba con dificul- plican que le toque (v. 22).
tad, y le ruegan imponga la ma-
no sobre él (v. 32).
El, apartándolo de la gente, a Tomando al ciego de la mano,
solas, le metió sus dedos en los le sacó fuera del pueblo, y ha-
oídos y con su saliva le tocó la biéndole puesto saliva en los
lengua (v. 33). ojos, le impuso las manos (v. 23).
Y, levantando los ojos al cielo... El, alzando la vista (v. 24).
(v. 34).
Se abrieron sus oídos y, al ins- Y comenzó a ver perfectamente
tante, se soltó la atadura de su y quedó curado, de suerte que
lengua y hablaba correctamen- veía de lejos claramente todas
te (v. 35). las cosas (v. 35).
Jesús les mandó que a nadie se Y le envió a su casa,diciéndole:
lo contaran (v. 36). «ni siquiera entres en el pueblo» (v. 26).
Las semejanzas son notables. Pero también las diferencias son llamativas.
El coloquio de Jesús con el ciego es verdaderamente singular: un médico que,
preguntando al paciente, asegura la curación.
Por otra parte, en el primer caso es Jesús quien alza los ojos al cielo, en
postura de
oración. En el segundo es el enfermo quien levanta los ojos en dirección a quien
le cura.
Pero, sobre todo, es la frase del ciego la que se impone por una marca de
unicidad y, en
su realismo, con aquel parangón inesperado, testimonia su autenticidad: «Veo a
los
hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Bastaría una frase de este
tipo, ese
lenguaje genuino, ese acercamiento fulgurante, para excluir toda copia o
artificio literario.
A propósito de esta expresión, citamos otras traducciones paralelas: «Veo las
personas,
las veo como árboles, pero caminan» (TOB). «Veo los hombres; porque veo algo
como
árboles que caminan» (J. Schmid). «Veo los hombres, que veo caminar como
árboles» (G.
Nolli). «Entreveo los hombres: como árboles, los veo caminar» (Chouraqui). «Veo
hombres,
porque veo como árboles que caminan» (B. Ricaux). «Veo los hombres, como si
fuesen
árboles que yo veo caminar» (Huby).
Queda el hecho, indiscutible, de que Mc, aun sirviéndose de un bastidor, se sale
de él
con frecuencia y con ganas, y presenta escenas logradas bajo el signo de la
vivacidad y de
los detalles más pintorescos.
El primer versículo, por ejemplo, contiene cuatro verbos que indican acción, con
tres
presentes históricos (v. 22). La viveza de la narración está asegurada así desde
la primera
línea.
Recordemos todavía que la imposición de las manos, en la Biblia, constituye un
acto
simbólico bastante frecuente. Se practica, por ejemplo, sobre las víctimas
ofrecidas en
sacrificio, para bendecir a los enfermos, con vistas a su curación, para
transmitir un
encargo.
Mc utiliza, al menos diez veces en su evangelio, el verbo «tocar». Casi siempre
las
curaciones de Jesús se hacen por contacto (Jesús «toca» o se deja «tocar»).
Es verdad que la aplicación de la saliva choca no poco a nuestra sensibilidad
moderna.
Pero no debemos olvidar que el gesto de Jesús, aquí, aparece como sacramental. Y
se
sirve de una materia -la saliva, precisamente- a la que se reconocía comúnmente
un poder
curativo, sobre todo para las enfermedades de los ojos (y era conveniente
escupir en
ayunas...).
E insistimos aún respecto a la curación en dos fases. Algunos ven aquí un
paralelismo
con el relato siguiente. Primer estadio: el ciego ve algo confusamente. Y
también los
discípulos refieren voces confusas respecto a Jesús. Segundo estadio: el ciego
llega a ver
con claridad. Y he aquí que Pedro pone a la luz, claramente, la persona de
Jesús.
No quiero negar la legitimidad de estos ejercicios llevados sobre la cuerda del
simbolismo. Pero tengo la impresión de que ciertos exegetas tienen una vista que
les lleva
a mirar demasiado lejos, con el riesgo de perder toda la belleza de lo que está
allí cerca.
Por mi parte, prefiero pararme a buscar todo lo sugestivo de la escena que
describe Mc, sin
preocuparme de mirar demasiado lejos.
El último versículo se refiere al secreto mesiánico. Y esta vez la consigna del
silencio es
respetada. Probablemente para concentrar más la atención en la declaración de
Pedro, que
viene inmediatamente después.
Algunos manuscritos, en vez de «ni siquiera entrar en el pueblo» (lo que
presupone que
el hombre habitaba en las cercanías del pueblo), ponen «en el pueblo no hables
con nadie
de esto».
Hay, sin embargo, una incongruencia evidente, por el hecho de que Betsaida
(patria de
Pedro, Andrés y Felipe, según Jn 1, 44) es una ciudad, mientras que el texto
continúa
hablando de pueblo.
Probablemente Mc se refiere todavía al viejo barrio que debía subsistir cerca de
la nueva
ciudad de reciente construcción.
Una última observación. Sólo Mc refiere este milagro. Aparte de su evidente
utilización en
el particular cuadro teológico, la persona de Pedro no debe ser extraña a esta
cita de
deferencia. Caramba, el hecho ocurrió en su tierra. Y no se puede excluir que él
conociera
al ciego.
PROVOCACIONES
1. Una suerte que el ciego no tenga nombre, una historia dejada atrás.
Así puedo yo ponerme en su lugar sin dificultad.
Un trueque de personas que se hace creíble por la identidad de la enfermedad.
Sí, yo soy uno que no entiendo. Uno de tantos.
Pero tengo siempre la posibilidad de dejarme agarrar de la mano por alguien, que
me
saca lejos del pueblo lleno de gente que cree que ve, y dejarme abrir los ojos
por él.
2. Todos hablan del milagro en dos fases. Y, sin embargo, las fases son tres.
No olvidemos la primera: «Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del
pueblo...».
El milagro es posible sólo a través de este primer gesto: dejarse coger de la
mano.
Convencimiento de que la vista solo puede venir de él, al margen de todas las
otras luces
ilusorias. El es la luz.
FE/LUZ LUZ/FE Sí, la fe no comienza con la luz. Comienza con la oscuridad
superada
poniendo la mano en la mano de otro.
La luz vendrá después. Al principio no se ve nada. Si nos dejamos conducir, se
ve todo.
Sin ni siquiera pedir información.
La curación no se produce cuando uno tiene la impresión de entender hacia donde
camina. La curación comienza cuando entiendo que de aquella mano me puedo fiar
completamente.
En lo que se refiere a ver claro, por mi parte, vendrá después, cuando la
curación termine
sobreabundantemente. Me atrevería a decir que es un por añadidura. Algo así como
las
sobras del pan...
3. Una sola advertencia, Señor.
Yo soy un enfermo un poco especial, ten paciencia.
Quizás soy capaz de decirte que veo perfectamente, pero sólo porque no tengo
idea de
lo que significa ver claro. Cambio la confusión por la armonía. Me dejo
impresionar por lo
que brilla, por lo que es resplandeciente, como un niño.
Mejor estar seguros, Señor.
No me siento capaz de juzgar por mí mismo la calidad de mi vista.
Entonces la pregunta, si me permites, te la haré yo. Y hasta te la repetiré más
veces.
Sí, esta vez será el enfermo quien pregunte al médico acerca del propio estado
de salud.
Y tú me dirás si veo bien. Si mi vista funciona.
4. El realismo de Mc (el famoso pie bien afincado en la tierra) se revela
también en este
episodio.
La primera imagen que ve el ciego, durante el gradual y fatigoso proceso de
curación, no
es la figura de Cristo.
No es un campanario (aunque resultaría muy «piadoso»).
Y ni siquiera un panorama sugestivo.
Sí, están los árboles, pero que se confunden con hombres. Arboles extraños, que
caminan. Y, al final, no hay dudas: son hombres, no plantas.
El ciego es curado precisamente porque ve, antes de nada, a sus semejantes.
Y debería estar atento, en el futuro, a no cerrar más los ojos incluso si
ciertos rostros no
son tales como para inspirar a un artista.
Pero la mirada «nueva» se le ha regalado precisamente para esto.
Para que sepa ver en cada rostro un rostro bello.
O, al menos, descubrirle una minúscula huella de la belleza original, un indicio
de
semejanza...
CONFRONTACIONES
A ti se te ha dado la vista que necesitas
«Veo», has dicho, «a los hombres como árboles que andan».
Hombres... árboles... En el cuaderno de las cosas visibles, como en un
abecedario
ilustrado, hombres y árboles son efectivamente los personajes elementales del
ojo, los que
pueden simbolizar y recapitular toda la realidad. Pero el milagro está en esto:
que tú los has
confundido en una sola cosa...
...Pero en nuestro mirar opaco de todos los días nosotros vemos los hombres como
hombres, los árboles como árboles. Nuestra vista es una vista cansada y fría. Y
tú tienes
razón, afortunado ciego del evangelio. Los hombres son árboles que caminan.
Tienen
hojas, ramas, nidos en los cabellos y dan frutos las más de las veces amargos.
Los árboles
son hombres: las encinas, los cipreses, los abedules son hombres silenciosos y
sabios,
sometidos al viento y al sol que les sacude.
A ti se te ha dado la vista precisa. A nosotros, ciegos incurables, los hombres
nos
parecen hombres, los árboles árboles, a la luna, a las piedras, a los cicláminos
les
llamamos luna, piedras y cicláminos. Y muchas veces ni siquiera los miramos (L.
Santucci,
o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 395-401)
........................................................................
LA PROCLAMACIÓN DE PEDRO
Mc/08/27-30 Mt/16/13-23 Lc/09/18-22
PEDRO/CONFESION
El punto de vista de los que están con él
La proclamación o profesión de fe de Pedro se coloca como una especie de línea
divisoria, que separa en dos partes el evangelio de Mc.
Luego es importante también la ambientación geográfica.
Estamos en el territorio más septentrional de Palestina, a unos 30 kilómetros al
norte de
Betsaida en los contornos de Cesarea de Filipo.
El tetrarca Herodes Filipo había transformado una antigua localidad -sede de un
culto
helenístico denominado de la «gruta del pan», en las fuentes del Jordán, en una
ciudad de
notable importancia, y la había bautizado con el nombre de Cesarea en honor del
emperador Augusto. Normalmente se añadía la denominación «de Filipo» para
distinguirla
de otra Cesarea, sede del Gobierno romano, que se encontraba cerca del mar,
llamada
también Torre de Estratón.
Una ciudad famosa por su belleza, por la fertilidad de la zona, rica de aguas y
de verde.
Colocada en la falda del Hermón, se abría hacia una vasta llanura. Un estudioso
no duda
en definirla: «La Tíboli de Siria». Es la actual Banias.
Los discípulos aparecen aquí, de improviso, después que su presencia ha
permanecido
en la sombra durante el episodio precedente.
Jesús, a lo largo del camino, desarrolla una especie de sondeo de opinión.
La pregunta es doble: quién es, según la gente.
Los discípulos no tienen dificultad en referir las opiniones más corrientes.
Pero Jesús, en este momento, separa a los discípulos de la gente y les interpela
personalmente: «Pero vosotros...».
«Jesús distingue a sus discípulos de la "gente" en general, transformando un
sondeo de
opinión más o menos descomprometido en un diálogo en el que ellos se encuentran
comprometidos y han de asumir la responsabilidad de lo que dicen. De esta manera
provoca una auténtica profesión de fe...» (E. Schweizer).
Así se cae en la cuenta de que el momento es solemne, uno de los culminantes de
todo
el evangelio.
Los discípulos, envueltos en el destino de Jesús, deben dar una respuesta que no
puede
ser la misma que dan los que están fuera. Su posición del todo particular, la
relación única
que han establecido con el Maestro no les permite refugiarse en categorías
ajenas.
Pedro es quien toma la palabra en nombre de todos.
«Tú eres el Cristo» (v. 29). El término, literalmente, significa «ungido». La
unción formaba
parte de la ceremonia de entronización de los reyes de Israel y era una especie
de acto
sagrado, que se realizaba en lugar sagrado, «ante Yahvé». Por medio de la unción
«el
nuevo rey recibía la investidura jurídica sobre Israel» (D. Muller). Un cuerno
contenía el
aceite, que se conservaba en el templo, y estaba mezclado con aromas. Por esto,
quizás se
decía que el rey irradiaba alegría y perfume.
Por tanto la respuesta de Pedro, la palabra usada, expresa el cumplimiento de
las
esperas de Israel.
Cito el comentario de J. Delorme, que me parece el más lúcido:
«Aquí, Pedro da a Jesús el primero de los dos títulos que hemos encontrado en la
confesión de fe cristiana al principio del Libro: "Evangelio de Jesús, el
Cristo, Hijo de Dios".
Se trata de una etapa muy importante, en este debate acerca de la persona y la
misión de
Cristo, que constituye el evangelio de Mc.
«Las opiniones de la multitud han de tenerse muy en cuenta: clasifican a Jesús,
desde el
punto de vista de la fe hebrea, entre los más grandes. Juan Bautista, Elías, los
profetas.
Clasificar a Jesús entre los profetas equivale a afirmar que tiene una misión
divina. Ver en
él a Elías significa hacer de él el más grande de los profetas, el que debe
preceder
directamente el fin de los tiempos, para restaurar todo.
«Las multitudes, pues, han llegado a una conclusión importante, que no se puede
minimizar.
«Pero la confesión de fe de Pedro va mucho más lejos, y sólo los discípulos son
capaces
de hacerla: "vosotros que me habéis acompañado desde el principio, vosotros a
quienes se
ha abierto el misterio del reino, ¿quien soy yo para vosotros?" "Tú eres el
Cristo". Los
profetas eran "estafetas" a través de los cuales Dios conducía la historia a su
cumplimiento.
Pero Cristo es aquel a través del cual se llega al cumplimiento.
«Entonces "les mandó enérgicamente" no decirlo». Este titulo revelará la propia
verdad
sólo con la pasión y la resurrección.
«Siempre que encontramos una consigna de silencio en Mc, tengamos presente que
es
señal de una revelación importante, pero que no es necesario aún divulgar. Habrá
que
esperar a la pascua para que encuentre su pleno significado. Será necesario que
Jesús
pase a través de la muerte para que su identidad se manifieste».
También los apóstoles tienen aún que entender
Jesús acepta el título, en cierto sentido reconoce como válida la respuesta de
Pedro.
Pero impone categóricamente no divulgar tal descubrimiento.
Es la famosa cuestión del «secreto mesiánico».
Casi siempre los intérpretes colocan esta exigencia en relación a los otros, a
la gente.
Dice, por ejemplo, Weiss: «Era fácil que esta postura desembocase en iniciativas
políticas
inoportunas; ¡era fácil que los discípulos, difundiendo esta convicción suya,
hiciesen
flamear en medio del pueblo un movimiento revolucionario! La prohibición de
Jesús de
hablar de estas cosas está motivada, en lo profundo, por la situación y por su
postura
personal frente al problema de la mesianidad; y podemos entender muy bien por
qué él
intervenía de una manera tan preocupada».
Y Lagrange: «El título de Mesías, por su naturaleza, puede situarnos en un falso
camino
a causa de los malentendidos que corre peligro de producir en los desprevenidos;
así como
no todos pueden beneficiarse de las explicaciones que Jesús dispensa a los
discípulos, he
aquí entonces que ordena mantener el secreto acerca de su persona. No había
llegado aún
el momento de hablar en voz alta».
Minette de Tillesse explica que Cristo debe aún precisar en qué sentido puede
usarse
este título.
Y esto no afecta sólo a la gente, fácil para cargar sobre el Mesías todas sus
esperas
político-nacionalistas y proyectarlo en una luz triunfal.
El asunto afecta también a Pedro y a los discípulos.
También ellos tienen peligro de asociar la idea del Mesías a la del poder y
gloria.
Por eso Jesús exige silencio. Al menos de momento.
La comprensión es aún imperfecta.
Será completa cuando la cruz corrija toda falsa perspectiva y la imagen de una
gloria
inmediata.
Se podrá hablar en voz alta de él como Mesías sólo cuando se aclare que Cristo
es el
crucificado.
PROVOCACIONES
1. Es necesario reconocer que Mc ha sabido orquestar muy bien su evangelio en
torno a
la pregunta esencial: «¿Quién es éste?».
La respuesta de Pedro señala un momento fundamental, pero está preparada al
mismo
tiempo muy sabiamente.
Las páginas de la primera parte han sabido crear un clima de espera a través de
temas
desarrollados paralelamente: el estupor de las masas y la incomprensión de los
discípulos.
Ocho capítulos en que la pregunta de fondo es asumida con diversas tonalidades:
-«¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (1, 27).
-«¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos
milagros hechos por sus manos?» (6, 2).
-«¿No es éste el carpintero?» (6, 3).
-¿Quién es este «medico» que come y bebe en compañía de pecadores públicos? (2,
16).
-¿Quién es este «novio» que dispensa a sus discípulos del ayuno reglamentario?
(2, 19).
-¿Quién es éste que se atreve a perdonar los pecados? (2, 7).
-¿Quien es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» (4, 41).
Y, como contrapunto, algunas respuestas precisas que son rechazadas (las de los
demonios). Y varias respuestas falsas: un blasfemo, un confabulado con Beelcebul,
un
fantasma...
La respuesta justa es dada por Pedro en el momento justo después de una cierta
tensión.
Después de tantas notas de espera y notas falsas, he aquí finalmente una nota
exacta.
Pero aún no es el punto final. No es la gran final. Quizás el mismo Pedro pensó
que
habría aprobado los exámenes, que había llegado a la meta. No se daba cuenta de
que
aquello era simplemente un punto de partida.
En aquella respuesta comienza el itinerario más difícil.
2. Inevitable. Después de estar tanto tiempo con él, llega el día en que,
mientras estamos
caminando, él te pide informaciones. Crees que te las arreglas, refiriéndole
todas las voces
que corren acerca de su persona.
Pero de improviso te deja clavado con una pregunta a la que no puedes escapar:
«Pero
tú...».
No te permite contestar con las definiciones de los teólogos, con las bellas
expresiones
de los literatos, y ni siquiera con frases hechas.
Estás obligado a pronunciarte personalmente, a «inventar» la respuesta poniendo
juntas
las briznas de tu experiencia.
Esa conclusión ha llegado demasiado pronto.
Intuye que, desde este momento, comienza la segunda parte del itinerario, la mas
comprometida.
Los milagros, de ahora en adelante, se harán muy raros, las multitudes
disminuirán, los
enemigos se harán más aguerridos.
He entendido, Señor. Decir quién eres, no significa demostrar que soy el
colegial más
inteligente. Significa aceptar un brusco cambio en la propia vida, encaminarse
contigo a lo
largo de un camino sobre el que se alarga, inquietante, la sombra de la cruz.
He comprendido, Señor. A ti no te interesa saber lo que yo pienso.
Te interesa averiguar que estoy dispuesto a acompañarte hasta el final.
Por esto, después de la respuesta, se da la orden del silencio.
La conversación se reanudará a partir del calvario, no antes.
Sí. Con Jesús no es nunca posible intercambiar cuatro chácharas «descomprometidas»,
así, sólo por hablar.
Una palabra, y te comprometes. El te toma, literalmente, «por la palabra» .
Una respuesta. Y la vida, con él, se convierte inmediatamente en una cosa seria.
CONFRONTACIONES
Por qué el silencio
La orden de callar dada por Jesús ni corrige ni refuta la respuesta de Pedro,
sino que
subraya la seriedad y el compromiso de la misma. Sobre todo, que una
indiscriminada
propaganda de este título puede poner en movimiento las ambiguas esperas
mesiánico-nacionalistas de las masas populares. Esto sería no sólo un riesgo de
fracaso
para el proyecto original de Jesús, provocando la represión violenta del poder
ocupante,
Roma, sino que sería la incomprensión más clamorosa de su identidad. Hay que
esperar la
experiencia pascual para dar la respuesta a la pregunta de Jesús (R. Fabris, o.
c.).
Para un encuentro verdadero
Durante todo su ministerio Jesús ha evitado muy probablemente el uso de la
palabra
«Cristo». La situación de Mc es distinta, porque después de la Pascua, cuando se
decía
«Jesucristo» se sabía que se trataba del Mesías crucificado, por lo que toda
idea sobre un
rey glorioso nacional se excluía. Con la teoría del secreto mesiánico, Mc
expresa
precisamente lo que impedía a Jesús usar él mismo aquel título: evitar que el
hombre
tomase de nuevo simplemente una expresión tradicional y clasificase a Jesús en
una
categoría concreta, huyendo así de un encuentro verdadero y sin prevenciones (E.
Schweizer, o. c.).
¡Escóndete, oh Señor!
Ante mi claridad humana: escóndete, oh Señor.
Ante el cálculo preestablecido de mi ingenio: escóndete, oh Señor.
Ante mi valentía espiritual: escóndete, oh Señor.
Ante mis capacidades intelectuales superiores: escóndete, oh Señor.
Cuando no soy suficientemente pobre de espíritu: escóndete, oh Señor.
Cuando no sé comprender el sufrimiento: escóndete, oh Señor.
Ante aquello que me costaría entender si estuviese entre las víctimas de la
injusticia;
escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podría escuchar estando junto al huérfano y la viuda: escóndete,
oh
Señor.
Ante cosas para siempre incomprensibles a los pescadores del mar de Galilea y de
cualquier otro mar: escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podía ser guardado en el corazón de una madre: escóndete, oh
Señor.
Pero en todo y siempre, también cuando te decimos con Pedro «apártate de mí»,
sábete
que todavía decimos con Pedro: «Tú sólo tienes palabras de vida eterna» (Una
communità
legge il vangelo di Marco, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 402-408)
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