30 - DISCUSIÓN SOBRE LAS TRADICIONES
DOCTRINA SOBRE LO PURO Y LO IMPURO
Mc/07/01-23 Mt/15/01-20
PURO/IMPURO
Lo que se capta inmediatamente
Tenemos que estar agradecidos a Mc por el paréntesis (v. 3-4).
También nosotros, como el ambiente pagano a quien se dirige, tenemos necesidad
de
estar informados acerca de la paradoja de una vida proclive al legalismo.
De una primera lectura, conseguimos sólo captar algunas líneas que afloran en
este largo
discurso. Podemos expresarlas así:
-Mandamiento de Dios y añadiduras humanas.
-Las añadiduras humanas, las explicaciones, las tradiciones se sobreponen a la
palabra
de Dios hasta esconderla por completo.
-Una praxis que, bajo la máscara de fidelidad exterior, no respeta la intención
del Señor.
-Una observancia legalista se convierte en hipocresía y se resuelve,
fundamentalmente,
en astuta desobediencia.
-Exterioridad e interioridad.
-Jesús supera el absurdo del legalismo llevando todo al verdadero centro: el
corazón del
hombre.
Estos son los grandes temas de la discusión. Para entenderlos, sin embargo, es
necesario
precisar el contexto.
Puro e impuro
El lavarse las manos, que ha dado origen a la polémica, se coloca en la
categoría de lo
puro y de lo impuro.
La pureza es la condición requerida para acercarse al santo que es Dios. Y
afecta no sólo
a las personas, sino también a los animales y a las cosas.
Tengamos presente que estamos colocados en una dimensión de culto y sólo
secundariamente el concepto tendrá también una repercusión espiritual y moral.
Impuro es todo lo que no es santo, no propio de Dios.
Esto implica la concepción de una esfera de lo sagrado y de lo profano opuestos
rígidamente entre sí. Por lo que todo lo que entra en contacto con la divinidad,
es liberado
del uso profano.
Las prescripciones tenían su origen en la convicción de que algunos fenómenos
naturales
-especialmente lo que tenía relación con la vida sexual-, ciertas enfermedades
(particularmente la lepra) hacían impuras a las personas. Había también animales
que eran
declarados inmundos y no se podían ni comer ni usar para los sacrificios. La
impureza se
refería también a ciertos alimentos, por lo que eran numerosos los tabúes
alimenticios.
El contacto con los cadáveres y las tumbas hacía impuros.
Existían varios grados de contaminación y consiguientemente las prácticas
relativas de
purificación tenían formas y duración diversas (1).
Paradójicamente, la purificación no servía sólo para lavarse de la impureza
contraída,
sino también para lavarse de un contagio sagrado. «El vaso de metal, en el que
la carne del
sacrificio, cosa santísima había sido cocida, debe ser fregado y lavado con agua
abundante; si el vaso es de arcilla debe romperse; en el día de las expiaciones,
el sumo
sacerdote que ha entrado en el Santo de los Santos debe cambiarse de vestidos y
bañarse;
el hombre que ha llevado el macho cabrío al desierto, y quien ha quemado las
víctimas
ofrecidas en sacrificio por el pecado deben lavar sus vestidos y bañarse... La
guerra santa
"santifica" a los que han participado en ella y el botín de que se apoderan, y
el retorno al
estado normal exige una desconsagración...». También las sagradas Escrituras
«manchan»
las manos y, por tanto, hacen necesaria la ablución después de usarlas.
«En la distinción veterotestamentaria entre puro e impuro no se trata, de
ninguna manera,
de una ley solamente exterior, sino más bien de una lucha dinámica de la
religión de Yahvé
contra los frentes siempre nuevos en el interior del mundo cultual que rodea a
Israel. Con
otras palabras, esta (ley) intenta hacer prevalecer, también en referencia a las
cosas, la
"voluntad inmanente" de Yahvé, quien en absoluto puede contentarse con un culto
solamente interior» .
En el judaísmo tardío la preocupación de la pureza cultual ha tomado formas
hasta
grotescas. Se decía, por ejemplo, que un fariseo se hacía impuro incluso tocando
solamente el vestido de un aldeano, que no supiese leer la thorá.
La forma más común de purificación consistía en lavarse las manos antes de las
comidas. Una inmersión completa se hacía necesaria, cuando uno volvía del
mercado,
porque en aquel ambiente se podía haber estado con paganos.
Antiguamente las prescripciones para la ablución de las manos afectaban sólo a
los
sacerdotes y a los agregados al culto. Pero poco a poco se extendió también a
los laicos,
especialmente después que se introdujo para cada comida la oración de bendición,
gracias
a la cual el tomar alimento se convertía así en un acto religioso de culto.
F. Belo (2) sostiene que el sistema de puro e impuro es tardío respecto a un
sistema
precedente que él define del don y del débito (ofensa).
Los dos se articulan en torno a tres centros: la mesa del israelita, su casa (en
el sentido
de la familia y del clan), y el templo.
El sistema del puro y del impuro parte de una concepción mágica de la
participación de
los hombres en las fuerzas de la naturaleza, de donde manan la vida y la muerte.
Por lo que
es impuro todo lo que, de alguna manera, esté en relación con la muerte.
El sistema del don y del débito (ofensa), por el contrario, se mueve desde una
concepción que ve la tierra como lugar de los hombres y el cielo como lugar de
Dios, del
que provienen sus dones, especialmente el sol y la lluvia. «Dios da la lluvia y
fecunda los
campos y los animales, por consiguiente el hombre israelita debe dar a quien no
tiene;
como Dios le sacia a él, él debe alimentar a su prójimo. O sea, el sistema
don/débito
(ofensa) regula la sociedad israelita, y el que recibe como don la abundancia en
su mesa y
en su "casa", debe dar, compartir con quien está privado de abundancia. Recibe
por una
parte, y da por otra...».
Amar significa dar. Por lo que matar, robar, engañar, explotar, significa estar
en deuda, y
consiguientemente perdido, maldito.
Mientras que el dar es fuente de bendición y de justicia social, el acaparar
excluyendo a
los otros, es más, quitando a los otros aquello de lo que tienen necesidad para
vivir, es
pecado, débito, ofensa.
El comportamiento inspirado en el sistema puro e impuro está conducido por
prohibiciones y preceptos rituales.
El comportamiento inspirado en el sistema don/débito (ofensa) viene conducido
por
prohibiciones y preceptos que tienen como fin promover el don, la repartición, e
impedir la
violencia, la agresión, el egoísmo.
El primero es conservador, por naturaleza. El segundo tiende a impedir cualquier
explotación del hombre por el hombre.
Es necesario todavía advertir, según F. Belo, que el sistema del don/débito fue
elaborado
por tribus nómadas de pastores y tenía como fin «una participación permanente»
que
evitase la existencia de ricos y pobres («...con el fin de que no haya ningún
pobre junto a ti,
oh Israel», Dt 15, 4).
Sucesivamente, a nivel legislativo, por obra especialmente de los sacerdotes, se
crearía
el sistema de la impureza, estrechamente ligado al culto, y que terminaría por
sofocar al
otro que tendía a la igualdad social, hecha de solidaridad. Sería típico en este
sentido el
libro del Levítico.
Siguiendo aún a F. Belo vemos cómo sostiene que, contra este proceder del
sistema de
la impureza -funcional para las clases dominantes-, levantaron la voz los
profetas y el
mismo Jesús.
Se trata, naturalmente, de una hipótesis.
Corbán, o sea una ofrenda hecha a sí mismos...
Corbán se podría traducir por don. Era una especie de voto con el que se
consagraban a
Dios los bienes propios que, así, se hacían "intocables".
Se convertirá en un modo aprobado para retener para sí con las uñas los así
llamados
dones. Con el tiempo, en efecto la seriedad de la intención inicial de la
práctica se convirtió
en expediente para defender los propios bienes.
Por ejemplo, en una tumba del s. I a. C., se halló esta inscripción: "Todo lo
que uno
pueda encontrar para su provecho en esta urna funeraria es corbán para Dios, y
de parte
de quien está dentro".
Los hebreos habían tomado la costumbre de usar juramentos incluyendo el corbán
(o los
diversos subtítulos: konam, konah, konas) para vincularse en una especie de
compromiso
sagrado, impidiéndose el uso de alguna cosa.
Así, uno podía decir: «¡konam! si yo pruebo en el futuro alimento cocido». O
también:
«¡konam! si mi mujer goza a causa mía, porque me ha robado la cartera...».
Poco a poco el corbán se había desfigurado convirtiéndose en un voto de rechazo
de
algo a alguien. Más que una cosa "cercana" a Dios (según el significado original
del
término) era una cosa «alejada» de los otros. Era una privación, ¡pero que
debían hacer los
otros! Se trataba, en concreto, de un voto contra alguien. Ni Dios ni el templo
conseguían
alguna ventaja de esto.
El colmo del descaro se alcanzaba cuando, a través del corbán -y es el
caso-límite citado
por Jesús- se dispensaban del mandamiento de Dios que imponía honrar (o sea
mantener,
asistir) a los padres.
Explica Schmid: «...Un hijo, que hubiera tenido ojeriza a sus padres o hubiese
sido un
ávido egoísta, podía declarar que cualquier servicio que sus padres le pedían,
debía ser
para ellos como una ofrenda (corbán).
«Así la dureza de corazón, o la ingratitud, podían ponerse la máscara del temor
de Dios:
a los padres se les privaba para siempre de cualquier derecho de asistencia por
parte del
hijo, porque estaba prohibido a cualquier persona sacar algún provecho de una
ofrenda
sacrificial o votiva para el templo. En base a esta doctrina rabínica, el hijo
podía dejar en la
más cruda miseria a sus padres confiados a su cuidado, sin tener que dar al
templo ni
siquiera algo de su patrimonio o de sus entradas».
La casuística rabínica se encarga después de barrer los expedientes para
«liberar» del
vínculo del corbán. Así, cuando los viejos, hacia los que había un compromiso de
no-asistencia (!), habían llegado a una situación de hambre, se podía proveer...
a través de
terceros. Se daba algo a un extraño a la familia, que se encargaba de entregarlo
a los
padres en la miseria. Una obra maestra de hipocresía y de complicación
legalista.
No se sabe si estas sutilezas existían en tiempo de Jesús. Queda el hecho
fundamental,
de una tradición humana que, además de eludir las exigencias de Dios, sirve de
«cobertura» al más crudo egoísmo.
Queda la torsión de una práctica religiosa que se convierte en pretexto para
sustraerse a
las obligaciones más elementales y se resuelve en una «consagración» de los
propios
intereses.
¿Fariseos o fariseísmo?
El nombre indica «los separados», o sea los santos, la verdadera comunidad de
Israel.
Son los «observantes» de la ley por excelencia.
Si son «separados», no olvidemos que su intento es el de «separarse» antes de
nada del
pecado. Estos individuos, en realidad, se distinguen por el rigor de su práctica
religiosa.
Debemos estar atentos para no caer en fáciles simplificaciones e injustas
generalizaciones respecto a los fariseos (3).
Existían, sin duda, fariseos que merecían el título de hipócritas. Pero había
también otros
animados por la rectitud y cuya práctica derivaba de una auténtica interioridad.
No olvidemos que han existido fariseos que invitaron a Jesús a comer. Y algunos
intentaron salvarlo de las manos de Herodes (Lc 13. 31).
El evangelio, a veces, presenta una imagen un poco caricaturesca de los
fariseos, sobre
todo por exigencias pedagógicas. Se trata de poner en guardia contra una «lógica
religiosa» (para usar la expresión de B. Maggioni), o contra una enfermedad del
espíritu
que puede brotar en cualquier parte.
El evangelio más que tomársela con cada uno de los fariseos, se muestra muy duro
contra el fariseísmo, o sea -como dice X. L. Dufour- condena «el peligro
permanente que
amenaza a cada espíritu religioso, cuando condiciona la propia búsqueda de Dios
a una
práctica de la ley».
Schnackenburg bosqueja este retrato: «El intento farisaico de una observancia
exterior
de la ley, constituye en cada época un peligro para un cierto tipo de personas
"religiosas",
que como consecuencia de esto se consideran mejores que los demás, faltando al
amor al
prójimo y haciéndose duros de corazón y orgullosos. Estos olvidan muy fácilmente
que
también ellos tienen necesidad de la misericordia divina. Allí donde el
legalismo
(observancia literal de la ley) se instaura y da el brazo a la humana
complacencia de sí
mismo, sale esa especie de caricatura que es precisamente el "fariseo"».
O sea, las señales exteriores del fariseo, enfermo de fariseísmo, son:
observancia
exterior, complacencia, seguridad que se deriva de las propias virtudes y
aportaciones
onerosas, facilidad para juzgar y despreciar a los demás.
Tengamos, finalmente, presente, para comprender el alcance de la discusión en la
que
se ha comprometido Jesús, que los escribas y los fariseos -en oposición a los
saduceos,
defensores acérrimos y «conservadores» de la sola ley escrita- afirmaban la
validez incluso
de la ley no escrita, o sea de la tradición de los antiguos, que ellos hacían
llegar igualmente
hasta Moisés y hasta la revelación divina. Por lo cual los preceptos
transmitidos por la
tradición oral (4) -en una especie de cadena ininterrumpida, de generación en
generación-
era considerada tan sagrada y obligatoria como la ley escrita.
Una polémica compleja
Examinemos ahora la discusión verdadera y propia.
Podemos dividirla en cuatro partes.
1. Introducción. Incidente y digresión acerca de las observancias farisaicas en
el tema de
la purificación (v. 1-5).
Los fariseos y los escribas (que bajan de Jerusalén con vestido de inquisidores)
la toman
no con Jesús, si no con sus discípulos.
Los antiguos, de quienes es necesario seguir las tradiciones, son los «maestros
judíos de
la ley, cuyos juicios eran transmitidos y considerados como normativos para
escribas y
fariseos» (V. Taylor).
Las «manos» (v. 3) es un término difícil y muy controvertido. Literalmente
serían
«puños». Puede ser que fuera un gesto ritual.
En el v. 4 se puede advertir una vena de ironía.
2. Jesús acusa a los acusadores (6-13). Pasando decididamente al contraataque,
Jesús
no nombra ni siquiera a los discípulos, ni los defiende, sino que acusa
duramente a los
acusadores, demostrando que precisamente ellos son malos discípulos de la ley de
Dios.
La argumentación que desarrolla es doble: 6-8 y 9-13. Se basa en una cita de
Isaías y en
un ejemplo que es un caso límite de su comportamiento absurdo, el del corbán
(pero Jesús
precisa también: «y hacéis muchas cosas semejantes a éstas»).
La cita de Isaías está sacada no del texto hebreo, sino de la versión griega de
los LXX, y
es introducida por un comentario irónico de Jesús y concluida por una
formulación de
acusación.
El texto original sería: «...EI culto que me rinden es obra de usos humanos» (Is
29, 13).
El término «hipócrita» significaba «actor».
Con el ejemplo del corbán, Jesús afirma el principio: «Dios no quiere ser
honrado y
amado a costa del amor al prójimo» (Schnackenburg).
La denuncia, ya formulada en el v. 8, es retomada en el v. 13.
Los fariseos ponen en el mismo plano la ley de Dios y las tradiciones de los
hombres
que, en su conglomerado, contradicen en muchos casos la intención divina. Y, al
final, la
palabra de Dios viene a ser literalmente «vaciada».
Esta parte de la polémica puede considerarse como un apotegma.
3. Dichos acerca de la contaminación (14-16). Algunos consideran el v. 15 como
«una de
las más grandes palabras de la historia de las religiones» (Montefiore). Entre
otras cosas,
este versículo es tenido como el núcleo original, el punto de partida de todo el
debate que,
así como lo leemos, traiciona la sedimentación de diversas reflexiones. La
cuestión
suscitada, además, representaba sin duda un punto de roce entre las primeras
comunidades cristianas y el mundo judío. Al «dicho», por su formulación un tanto
enigmática, se le define también como «parábola». Está construido según un
típico
procedimiento de paralelismo antitético.
«Con esto Jesús llega a desvelar el principio decisivo de la moral, el anclaje
de la ética
en la decisión de la conciencia humana, al mismo tiempo que interioriza la vida
religiosa»
(Schnackenburg).
Otro estudioso dice: «No las cosas, sino sólo las personas pueden ser
religiosamente
puras o impuras. Y las personas no pueden contaminarse por las cosas, sino sólo
por si
mismas, obrando de un modo irreligioso» (Montefiore).
Y R. Fabris comenta: «No son las cosas externas las que pueden hacer al hombre
impuro, esto es, inhábil para el encuentro con Dios sino que es la relación que
el hombre
establece con las cosas la que decide acerca de su posición ante Dios. Son las
cosas que
salen del hombre las que le hacen inhábil para la comunión con Dios».
El v. 16 falta en algunos manuscritos.
4. Explicación a los discípulos y catálogo de los vicios (17-24).
La afirmación de Jesús debió ser bastante desconcertante para la mentalidad del
tiempo
si los discípulos le preguntan acerca de la parábola.
El Maestro, después de haber dejado constancia de su torpeza, explica el
principio que
acaba de afirmar.
El v. 19 suscita muchas discusiones. Algunos ven una afirmación irónica parecida
a «...va
a parar al excusado que hace iguales a todos los alimentos».
Pero quizás es más probable que se trate de un comentario de Mc: «Así declaraba
puros
todos los alimentos».
Jesús invita a reflexionar sobre cómo las acciones del hombre vienen, en cierto
sentido,
«fabricadas» en el interior. Lo que aparece al exterior recibe su sello -bueno o
malo- de la
intención del corazón, del que proviene.
«El reino de Dios y su justicia, que se han hecho cercanos en Jesús expresa
también la
última intención de la voluntad de Dios: la integridad y la voluntad del hombre.
Si la
perversidad no está en las cosas, el hombre está libre de cualquier falso tabú,
es restituido
a su integridad; si su destino salvífico es decidido desde dentro, desde el
corazón, la
libertad y la responsabilidad no son una concesión sino un quehacer fundamental
para el
hombre» (R. Fabris).
El catálogo de los vicios
En el «catálogo de los vicios» o de los productos malos vertido por Jesús, se
hace difícil
distinguir entre acciones y pensamientos.
Se trata, sin duda, de un elenco bastante impresionante por su severidad, frente
al cual
se siente la tentación de decir que es una exageración. Pero tenemos que
reconocer que él
sabe «lo que hay en el hombre» (/Jn/02/25) y consiguientemente está preparado
para
hacer el inventarlo de cierta mercancía, para desvelar aquello de lo que es
capaz el
corazón del hombre.
Detengámonos en alguno de estos productos
«Envidia» se traduciría, literalmente, por «ojo malo» (ophtalmós ponerós). En la
parábola
de los obreros de la viña, el amo replica así a los de la primera hora: «¿No
puedo hacer con
lo mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es malo porque yo soy bueno?»
Por tanto envidia, pero también la presunción de criticar los designios de Dios,
la
incapacidad de entender sus caminos, el ver las cosas por el lado mezquino y no
por el
lado de Dios.
La soberbia traduce hyperephania. Podría decirse: orgullo, altivez, arrogancia,
estar
llenos de sí mismos. Es la postura -opuesta a la humildad, a la «nada» de la
Virgen- que,
según el Magnificat, Dios dispersó (Lc 1, 51).
Es la postura propia de quien cree que es alguien, «aquel pecado del espíritu
que
encierra al hombre en sí mismo y lo hace impenetrable a Dios y a los hermanos»
(Schnackenburg).
Y después está la tontería y la estupidez (aphrosyne). El campo en que se
manifiesta la
tontería es interminable y sus modos infinitos.
Pero en el evangelio encontramos dos indicaciones interesantes.
Son, en efecto, llamados «necios» los fariseos que se preocupan de limpiar el
exterior del
vaso y no se cuidan de vaciar el interior que está «lleno de rapiña y maldad» (Lc
11, 39).
En este caso, la tontería es preocupación por aparecer más que por ser. es la
incoherencia peculiar de quien se contenta con lo de fuera sin afrontar una
realidad interior
desastrosa. En el fondo, es la preocupación por las minucias y la dejadez de las
cosas
importantes.
En otro lugar del evangelio de Lc se llama «necio» (aphron) al rico que proyecta
la
construcción de graneros más grandes (12, 20). Necio, según esta óptica, es el
hombre
que funda la propia seguridad en el tener, el que se afana por poseer y acumular
en vez de
comprometerse a crecer, que se identifica con las cosas, que no las transforma
en
sacramento de comunión con los hermanos.
Una última observación. El libertinaje se expresa con la palabra (aselgeia) que
manifiesta
un comportamiento público ostentoso. Por tanto, más que simple libertinaje, es
desvergüenza.
PROVOCACIONES
1. Me asalta la duda de que los fariseos la tomen con los discípulos porque
representan
un blanco más fácil. No tienen el coraje de enfrentarse con la gente.
Pero las informaciones que han recogido, a mi parecer, afectan a un fenómeno
mucho
más amplio. Sí. ¡Los cinco mil hombres en el desierto han comido el pan sin
lavarse las
manos!
La postura farisaica es típica de una cierta mentalidad incapaz de alegrarse
viendo una
multitud saciada, pero que tiene el coraje de entristecerse porque no han sido
observadas
las normas.
Cierto tipo de gente no tendría nada que decir por el hecho de que los hombres
mueran
de hambre. Con tal de tener las manos limpias.
2. Estamos en la secuencia de los panes. Y si el milagro de Jesús casi ha
inundado el
aire con la fragancia del pan, la llegada de los escribas y fariseos trae el
hedor del
legalismo más mezquino.
No es casual que en la perícopa se termine hablando del excusado.
Se tiene la impresión de que las manos de Jesús tengan olor a pan. Mientras que
las de
los fariseos, debidamente lavadas y purificadas con mucho cuidado, emanan un
hedor
nauseabundo.
Dios es quien nos deja respirar, quien perfuma el aire. Pero hay siempre alguien
que, a lo
mejor tomando a Dios como pretexto consigue envenenar la atmósfera, matar la
espontaneidad, ajar las cosas bellas.
De ciertos corazones mezquinos no sale fuera, no, la maldad. Sale fuera algo
peor: la
capacidad de mortificar, de desalentar.
Ciertos compartimentos no se pueden analizar en sus componentes. Pero se
reconocen
por el olor a rancio que tienen...
3. No caiga una risa nuestra sobre la práctica del corbán.
Todavía está en uso en ciertos ambientes. Quien tenga oídos para oír que oiga...
Sólo que a diferencia de aquel hebreo, aquí la ventaja de la renuncia personal
de uno va
al templo, o sea a la institución que tiene la pretensión de administrarlo.
Es, de todos modos, casi siempre un ofrecimiento contra alguien. En el sentido
de que
los gastos son pagados regularmente por otros.
Cierto. Se provee, después; son sensibles y atentos e incluso generosos en caso
de
necesidad. Pero la hipocresía está precisamente en esto: se ofrece, en términos
de
caridad, lo que se debería en términos de justicia.
En todo caso, sería interesante saber qué piensa Dios de todo esto que, mientras
no se
demuestre lo contrario, él es el destinatario...
4. El legalismo es santidad exterior, aparente.
5. Cristo no abolió la ley polemizando contra el legalismo. Frente al legalismo,
él opone
su radicalismo. Va «más allá» de la ley. O sea, Jesús es aún más exigente. Pero
exigente
en relación al corazón del hombre, a la esfera de la interioridad.
Una religiosidad al estilo de la farisaica, se presta a ser medida, controlada,
pesada. Pero
se puede medir y calcular sólo lo que aparece al exterior. Cristo, por el
contrario, no se
conforma con las apariencias, sino que baja a las profundidades del hombre, para
«medir»,
a ese nivel, su adhesión.
En el fondo, el legalismo, si bien con su complicación y sus excesos, es
reductivo
respecto a las exigencias radicales de Cristo.
6. El legalismo farisaico crea observantes, no obedientes.
7. Los fariseos creen que honran a Dios pero, en realidad, es precisamente su
postura la
que los aleja de Dios. Sus observancias, en el fondo, valen para defenderles de
Dios.
Dice muy bien B. Maggioni: «El legalismo farisaico nace de una incomprensión de
Dios y
ofrece una razón para refutarlo: representó un motivo para refutar a Jesús».
Si ciertas personas que mezclan con desenvoltura -quiero decir sin pudor- a Dios
en
ciertos asuntos, haciendo referencia continuamente a su voluntad, y que
confunden los
propios "estrépitos" con la palabra de Dios, y la propia cabeza con su misterio,
cayeran en
la cuenta de que él en ciertas cosas no entra para nada...
8. Jesús suministra un elenco de doce productos deteriorados que salen del
corazón del
hombre.
Pero esa fábrica, no lo olvidemos, puede producir también cosas bellas.
Y me parece significativo que estas ultimas no se enumeren.
Puede darse un catálogo de vicios.
Pero las cosas buenas y limpias no pueden clasificarse. Debe quedar un espacio
para
las novedades, para los descubrimientos. Existe siempre un margen enorme
concedido a la
inventiva.
El pecado es viejo, repetitivo. No se inventa nada en este terreno. Como mucho
existen
variaciones puestas al día sobre el mismo tema; o sobre pocos temas;
modernizaciones,
adaptaciones de productos tan antiguos como el mundo. La manzana, en el fondo,
es
siempre la misma.
Sólo en la bondad es posible la creación de algo verdaderamente nuevo e
insospechado.
Sólo en este campo son posibles los descubrimientos, las sorpresas, los inventos
más
sensacionales, las cosas más increíbles.
El hombre, en el campo del mal, se mueve en un espacio restringido. Está atado a
un
guión casi obligatorio, sus gestos están muy previstos. En el pecado no existe
mucho
espacio para la fantasía.
Las posibilidades del hombre se manifiestan únicamente en el bien. En el bien,
en la
verdad, en la belleza es donde el hombre es auténticamente creador.
Del lado del mal, pueden venir sorpresas solamente a nivel cuantitativo.
Pero en la otra dirección se puede esperar de todo.
CONFRONTACIONES
Falso conformismo
Jesús, haciéndose eco de la gran tradición profética, opone al conformismo falso
la
adhesión genuina a la voluntad de Dios; ésta nace del corazón, esto es, del
centro de la
personalidad, donde maduran las elecciones libres y conscientes, el primero
procede de la
presión externa de los modelos sociales que explotan el miedo del individuo.
El comportamiento consecuente a la presión social es la hipocresía: la
acomodación
externa y estereotipada a la norma. Pero no existe una hipocresía sutil y más
peligrosa que
la generada por el equívoco y por la manipulación religiosa, que hace pasar un
modelo
social como si fuera voluntad de Dios. En este caso se instrumentaliza la
voluntad de Dios
mediante un control de los mecanismos humanos de reacción (R. Fabris, o. c.).
Una polémica mucho más profunda
No se trata simplemente de una crítica iluminista a la moral, y no es suficiente
quitar de la
legislación hebrea los casos más absurdos y contradictorios. La polémica es
mucho más
profunda.
He aquí una primera afirmación importante: hay que considerar como distintos el
mandamiento de Dios y las tradiciones de los hombres (v. 8-9). No están en el
mismo plano,
perenne el primero, y provisionales las segundas. Las tradiciones (aunque nazcan
como un
esfuerzo para interpretar el mandamiento: incluso como un intento de cubrirlo de
veneración) no deben ser tales que escondan el mandamiento mismo, tales que nos
distraigan de lo esencial.
Segunda afirmación: Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro,
entre una
esfera religiosa, separada, en la que Dios está presente y una esfera ordinaria,
cotidiana,
en la que Dios está ausente. No se nos purifica de la vida cotidiana para
encontrar a Dios
en otra parte: se nos debe purificar del pecado que llevamos dentro de nosotros.
Según los fariseos, yendo al mercado había peligro de impureza, por el probable
contacto
con pecadores y paganos.
La afirmación de Jesús, a la luz de este caso, adquiere una significación
ulterior: no sólo
la abolición entre lo sagrado y lo profano, sino también la abolición de toda
división entre
los hombres, entre puros e impuros (B. Maggioni, o. c.).
El corazón en orden
Con esta pequeña parábola Jesús afirma la moral del corazón, no sólo de las
acciones.
Es el hombre el que debe estar en orden: solamente de un hombre ordenado
proceden
acciones morales. Es un reclamo para la recta intención. El corazón puede estar
en
desorden y en ese caso ciega. Es necesario entonces un constante esfuerzo de
purificación.
El primer deber de conciencia para Jesús es el de tener limpia la conciencia,
antes aún
de seguirla.
No se trata sólo de hacer las cosas de corazón (contra el formalismo, sino de
hacer
cosas que provienen de un corazón recto).
Aquí está el punto. Para Jesús el corazón debe estar limpio porque debe estar
preparado
para acoger la voluntad de Dios: voluntad que no es siempre letra escrita, que
no es
repetitiva. No basta superar las hipocresías y el formalismo, y la
interiorización no va
solamente en el sentido de la sinceridad.
Como también sería empobrecer la enseñanza de Jesús si la redujésemos a un
simple
reclamo al coraje, esto es a la disponibilidad entendida como capacidad de poner
en
práctica las normas dadas, cueste lo que cueste. El corazón recto, de que habla
Jesús, no
está sólo hecho de coraje, fidelidad y buena memoria. Está hecho de
disponibilidad,
entendiendo con esto libertad e intuición. Se trata de crear una situación
interior capaz de
conocer a Dios, al Dios verdadero, capaz de leer de nuevo la voluntad de Dios.
El corazón es el lugar donde Dios se revela, no simplemente donde se percibe la
obligatoriedad de un esquema ya existente y donde se encuentra el coraje de
repetirlo
(Ibid.).
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5. 8).
Reproches diversos
En la página que hemos leído están sobreentendidos varios reproches: la
confusión entre
el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad de Dios (la
minuciosidad
no es siempre signo de fidelidad); la cavilación en la interpretación de los
deberes morales
(es este un defecto que lleva a dos peligros: hace complicada, sobre todo para
las
personas sencillas, la observancia de la ley; enseña, y esto sobre todo para los
listillos, a
poner en paz la conciencia salvando el esquema de la ley y traicionando su
sustancia).
El conjunto del evangelio pone de relieve un tercer peligro: la confianza en las
propias
observancias antes que en el amor de Dios que gratuitamente nos alcanza. Por
todo esto el
evangelio asume un doble quehacer: destacar el centro de la ley (la caridad) y
considerar la
obediencia del hombre a la ley como respuesta al gesto salvífico y gratuito de
Dios (Ibid.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 343-356)
.....................
1) La que ha dado a luz es impura durante
cuarenta días después del nacimiento de un niño, durante ochenta
días después del nacimiento de una niña. La impureza contraída por el contacto
con un cadáver hacía
impuros durante siete días y afectaba a todos los presentes e incluso a los
recipientes abiertos. La
purificación resultaba bastante complicada, y debía hacerse con agua lustral en
la que se mezclaban las
cenizas de una vaca de pelo rojo, sin defecto, y que no hubiese sido uncida al
yugo.
2) Lectura materialista del evangelio de Marcos, Estella 1975; una síntesis de
su pensamiento y de sus
hipótesis se puede encontrar en el volumen Lectura política del evangelio,
Madrid 1975.
3) Para un estudio serio de este complejo fenómeno. cf. sobre todo J. Jeremías,
Jerusalén en tiempos de
Jesús, Madrid 1977.
4) Que más tarde se pondría por escrito, hacia finales del siglo II d. C., en la
mishná.
31
- LA FE DE UNA MUJER PAGANA
Mc/07/24-30 Mt/15/21-28
MUJER-CANANEA
Una mujer se adelanta para reivindicar las migajas
En contraste con los fariseos que, antes de gustar el pan, se hacen problema de
las
manos lavadas, he ahí una mujer pagana que se adelanta a pedir las sobras del
banquete
celebrado en el desierto.
Pero, antes que ella, ha sido Jesús, como de costumbre, quien ha tomado la
iniciativa
«saliendo» al territorio de la impureza, entre los paganos.
En un principio, sin embargo, parece que Jesús, si bien ha superado aquella
barrera,
permanece aún bloqueado por el racismo religioso típico de los hebreos. Y esto,
aunque la
dureza de su posición es atenuada en parte por el «primero» (v. 27): primero
tienen que
saciarse los hijos. Mateo dirá: «No he sido enviado más que a las ovejas
perdidas de la casa
de Israel» (15, 24).
En realidad la barrera es saltada por la mujer, o mejor por su fe. Y se diría
que Jesús no
esperaba otra cosa.
El no se mueve mucho fuera de los confines de Israel. Sus contactos con los
paganos son
esporádicos. Sin embargo su postura hace que estos últimos descubran el secreto
para
acercarse a él y el título (la fe) que les autoriza a sentarse a su mesa.
Más que ir directamente en misión a los paganos, Jesús provee para dejar
abolidas todas
las complicaciones de tipo religioso-burocrático y todas las prevenciones en
relación con las
mismas, ya que éstas prácticamente cerraban el paso a estos «alejados».
Me parece que toda la narración está articulada en torno a dos términos claves:
casa e
hijos. La casa es, inicialmente, donde Jesús se refugia para excluir a los
intrusos. A la «hija»
de la mujer, Jesús contrapone los propios «hijos», a los que parece destinado el
pan de una
manera exclusiva.
Veámoslo mejor. En casa Jesús busca resguardo. Y precisamente, la casa se
convierte en
lugar de encuentro incluso para los «extraños».
Y la mesa, dispuesta para acoger a los hijos, termina por ser una mesa abierta a
todos.
Los cachorros, que se conforman con las migajas que caen de la mesa, logran
también
ellos encontrar puesto y se convierten en hijos.
Paradójicamente Jesús, aunque no se mueva de aquella casa, alcanza (se deja
alcanzar)
de todos aquellos que hasta ahora eran inexorablemente dejados fuera.
Tengamos presente, que, algunas veces, en el hebraísmo, los paganos recibían el
apelativo de perros. El rabí Eliecer sentenciaba: «El que come con un idólatra
es como uno
que come con un perro».
Y tengo que decir que el perro era considerado "como la más despreciada,
atrevida y
miserable de las criaturas, por lo que resultaba la peor de las injurias llamar
a una persona
con este nombre" (P. Billerbeck).
Pero aquí se habla de cachorros, y es difícil que la palabra pueda tener un
sentido
totalmente despectivo. De todos modos, estamos siempre dentro de un contexto
doméstico.
Las palabras son importantes
Algunos detalles de la narración.
La zona de Tiro (llamada Fenicia en los Hechos) limitaba al nordeste con
Galilea.
La alusión a Sidón falta en muchos manuscritos, y probablemente se trata de una
asimilación con el relato de Mt.
El fin de este viaje parece que no fue misionero. Quizás existía en Jesús
solamente el
deseo de apartarse. O, también, la exigencia de sustraerse a las «atenciones» de
Herodes
Antipas. Un hecho sorprendente en Mc: no hay alusión alguna a los discípulos.
«El retiro en territorio de Tiro constituye la ligazón esencial entre el fracaso
del ministerio
galileo y el informe de la jornada decisiva en los alrededores de Cesárea de
Filipo".
La mujer es definida en base a su religión (griega, o sea pagana) y a su
nacionalidad
(siro-fenicia, para distinguirla de la líbico-fenicia, o cartaginés).
Es la primera vez que en un relato de Mc, Jesús es llamado con el título de
«Señor».
Se trata de una curación a distancia. Esto es más bien insólito en el evangelio
de Mc,
donde las curaciones se obtienen, normalmente, por contacto o también a través
de una
palabra «poderosa». Aquí se trata, por el contrario, de una certeza («el demonio
ha salido
de tu hija», v. 29) y de un mandato-despedida («¡Vete!")).
En casa la mujer encuentra a su hija echada en la cama. Quizás el detalle
pretende
subrayar un estado de debilidad y postración, después del paroxismo de la
posesión
diabólica (V. Taylor).
Se puede observar aún que este milagro está construido más sobre las palabras
(sobre
la «lucha» verbal entre la mujer y Jesús) que sobre los hechos.
Y lo que resulta importante es la palabra de la mujer ("...por lo que has
dicho..", v. 29)
que logra mover a Jesús de aquel rechazo inicial, pero también la palabra de
Cristo. Por lo
que, en el encuadre de un milagro que, entre otras cosas, no se describe, somos
invitados
a reflexionar acerca de la palabra que es pan, que es alimento espiritual.
«¡Vete!...». La mujer corre, por supuesto, para constatar el milagro.
Pero también para anunciar a los demás, que son como ella, que en la mesa de
Jesús
hay también pan para ellos.
Así como Jesús no sigue la Halacach farisaica, tampoco esta mujer se preocupa de
los
límites impuestos por el particularismo judío. Posee, sin saberlo, una fuerza
capaz de mover
las montañas (Mc 11, 23).
PROVOCACIONES
1. Puede ser que Jesús fuera a la región de Tiro para «apartarse» (desde la
vuelta de los
discípulos no lo ha conseguido).
Pero pienso que ha sido sobre todo la discusión con los fariseos lo que le ha
decidido.
Esas son las cosas que acaban con una persona, que la vacían literalmente, que
hacen
sentir la necesidad urgente de cambiar de aires.
Jesús, cuando está empachado de minucias legalistas, marcha a otra parte...
Cuando se hace problema de reglamentos, se razona en términos jurídicos, él no
está.
Prefiere pasar a otro lugar, entre los paganos, más que permanecer en éste
discutiendo
indefinidamente acerca de «nuestras cosas».
Donde las «observancias exteriores» se convierten en la preocupación principal,
Jesús
sabe que allí no se puede esperar nada bueno.
Aquí, implicado en disputas mezquinas, escucha siempre los discursos habituales.
En territorio pagano tiene la posibilidad de oír, de labios de una mujer, una
palabra
nueva.
2. La insistencia en el tema del pan destinado a los hijos deja adivinar que las
primeras
comunidades cristianas son sensibles a la cuestión de la participación a la
mesa. Constituía
un motivo de notable fricción entre mentalidades opuestas.
Se diría que el caso no está totalmente resuelto ni siquiera hoy, en ciertos
ambientes,
donde se prefiere dar dinero a compartir la mesa, donde se practica la limosna
-y quizás un
«tratamiento» con todos los respetos- pero no la hospitalidad, donde no se
permite que a
una persona le falte algo, pero a quien se niega el don esencial: hacer que se
sienta como
en casa.
Con el agravante de que, en aquel tiempo, se trataba de relaciones entre paganos
y
cristianos, mientras que hoy el problema afecta a personas de la misma fe. Y es
algo que
de verdad desanima.
No queda sino esperar a que las comunidades cristianas caigan en la cuenta de
que la
línea evangélica (la única que define a una comunidad como cristiana) pasa a
través del
pan.
Un pan ofrecido aparte a los de fuera no es ya un pan ofrecido sino rechazado.
Por
mucho que desagrade, es necesario tener el coraje de reconocer que se da también
este
sacramento negativo, al que se acercan muchas personas religiosas: el rechazo de
la
comunión.
Hay algo peor que la soledad. Y es el permanecer «entre nosotros» .
3. «Por lo que has dicho...» Entre mis innumerables vicios, no existe la envidia
(al menos,
eso me parece). Pero, aquí, no puedo por menos de envidiar a aquella mujer.
Qué daría yo por oír decir algo semejante: «por lo que has dicho...».
El Señor oye muchas palabras mías, incluso excesivas. Quién sabe si al menos una
vez,
en medio del montón de mis plegarias charloteadas, el Señor logra descubrir una
palabra.
La que le interesa. La que no ha oído nunca. Después de la cual, puedo volver a
casa
seguro.
Mis oraciones, con excesiva frecuencia, son peleas que no conducen a nada,
grandes
maniobras verbales. Jesús prefiere una oración que sea lucha. Y no desea otra
cosa mejor
que quedar vencido. Por una palabra...
4. La mujer siro-fenicia ha sido habilísima.
Ha dado la razón a Jesús. Pero ha logrado traer el argumento a su favor.
«Sí, Señor, pero...». Con aquel "pero" ha tomado al Maestro por la palabra y le
ha llevado
a su campo. Le ha arrancado de los hijos, para interesarle por los «cachorros».
A ella le venía muy bien el ejemplo de los perros. No se sentía ofendida en
absoluto por
la cercanía. En el fondo, aquella era su arma, y se la había puesto al alcance
de la mano
precisamente el adversario.
Precisamente. Yo no pretendo el pan de los hijos. Pretendo las sobras que tocan
a los
cachorros.
Quizás esta mujer tiene algo que enseñar a todos, incluso a los maestros de
oración más
acreditados.
La oración, en el fondo, consiste en dar la razón al Señor. Y cuando él tiene
razón,
cuando estamos de acuerdo con él, nosotros somos los que ganamos.
Cierto, Señor, soy un desgraciado. ¿Pero tu gracia no está destinada
precisamente a
aquellos que están desprovistos de ella?
Cierto, soy un pecador. Pero tu perdón no es para ti, debes darlo por fuerza a
quien tiene
necesidad de él.
Cierto, Señor, no hago nada bueno. Pero lo importante es que tú hagas algo bueno
por
mí (y mi ineptitud, que no me cuesta reconocer, impide que pueda existir
confusión en la
atribución de los méritos).
Mira, Señor, conmigo tienes todas las de perder al tener razón...
CONFRONTACIONES
El pan de los hijos
¿Cuál es este pan de los hijos? Aquí se refiere a la curación pedida, allá (en
el desierto)
a la palabra de la revelación. Pero la palabra como no era incompatible con la
multiplicación
de los panes, así tampoco aquí debe oponerse al milagro. El uno y la otra son la
revelación
bajo una doble especie.
Siendo esencialmente signo, como lo quiere Jesús, el milagro no es separable del
propio
significado que orienta hacia la palabra. El es la palabra en acto y sólo quien
tiene un
corazón duro no puede comprenderlo. Si Jesús duda en hacer una «señal» en
territorio
pagano, es porque no se lo ha propuesto ni siquiera en otra parte. El valor
esencial de
signo del milagro se perdería, «echado a los perros». Y Jesús escucha
inmediatamente la
súplica de la mujer «griega», porque su respuesta demuestra que acepta poner el
milagro
en relación con la misión del enviado (A. Nisin, o. c.).
La mujer entre dos banquetes
Para los lectores cristianos del evangelio de Mc la sentencia de Jesús acerca
del pan de
los hijos traía a la memoria la primera multiplicación de los panes, en la que
fueron saciados
los miembros del pueblo de Dios, los hijos. En la segunda multiplicación,
participaron
también los paganos de la Decápolis. Así el episodio de la mujer pagana sella la
transición
entre estos dos banquetes mesiánicos; los paganos desde ahora toman parte en el
banquete mesiánico, que para la comunidad cristiana se renueva en la mesa
eucarística.
Mc ha puesto de relieve en su evangelio este episodio que daba una solución
autorizada
a un problema candente de la comunidad: la posición de los paganos en la
historia salvífica
(R. Fabris, o. c.).
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: Verdaderamente comprendo que Dios no hace
acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la
justicia le
es grato (Hech 10, 34).
Una luchadora ejemplar
G. Dehn recuerda que Lutero tuvo una verdadera predilección por esta mujer, y la
ha
considerado siempre como un gran ejemplo del combate de la fe con el Dios
escondido,
donde la fe consiste en dejarse despojar por Dios, agarrándose al no divino,
hasta que se
cambia en sí. Y cita este párrafo de ·Lutero-M:
«Por eso este es un alto y excelente ejemplo por el que se ve qué potente, qué
imponente y qué fuerte es la fe. Coge a Cristo por su palabra que es irritada, y
hace de la
palabra dura una consoladora inversión, ejecuta un golpe maestro y hace
prisionero a
Cristo de su misma palabra.
«El ha comparado a la mujer con un perro: ella lo acepta y pide solamente que la
deje ser
un perro, tal como la ha juzgado.
«¿A dónde quiere llegar Jesús? Ha quedado atrapado. A un perro se le dejan las
migajas
caídas bajo la mesa. Es su derecho. Y entonces él se abre y le da lo que quiere,
y ya no es
un perro, sino una hija de Israel. Así ella recibe no sólo el derecho del perro,
sino también el
derecho del hijo» (citado por G. Dehn, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 357-363)
32
- JESÚS CURA A UN SORDOMUDO
Mc/07/31-37 Mt/15/29-31
MIGRO/SORDOMUDO
Jesús se entretiene en el mundo de los marginados
Se diría que Jesús se encuentra bien en territorio pagano.
En efecto, siguiendo el itinerario trazado por Mc, para descender al mar de
Galilea, sube
aún más hacia el norte y hace un viaje bastante tortuoso. Sería como ir de
Salamanca a
Madrid pasando por Valladolid...
En realidad, quiere llevar las primicias de la salvación a aquel mundo que los
judíos
consideraban como el mundo de los marginados.
Entre otras cosas, no está lejos de la región de Gerasa, de donde fue obligado a
alejarse
como consecuencia de aquella faena de los cerdos.
Cuando se comenta el suceso sorprende el hecho de que muchos exegetas van a la
búsqueda de significados recónditos y bastante elaborados para cada pequeño
gesto.
Se tiene casi la impresión de que Jesús, más que preocuparse de la curación de
aquel
pobre hombre que le han puesto delante (v. 32), esté interesado por hacer
comprender
otras cosas. En suma, la curación como un pretexto banal y sin importancia.
Que el milagro esté puesto en la secuencia de los panes, no autoriza, creo, a
forzar más
de la cuenta el significado de la curación de un sordomudo.
A lo más, este encuentro puede colocarse en la perspectiva de la comprensión del
pastor
hacia las ovejas más abandonadas y desafortunadas.
Hace sospechar que, descartando la interpretación alegórica de las parábolas, se
emplee
después la clave alegórica de una manera exagerada, y sobre todo, artificial a
propósito de
los milagros.
Reducir el milagro a una función didáctica exige la operación llevada a cabo en
el pasado
por una cierta apologética que lo usaba como «prueba» de la divinidad de Cristo.
En los dos
casos, estamos frente a una instrumentalización indebida y se termina por
«vaciar» el
milagro de su fin más inmediato: Cristo quiere probar, esencialmente, su piedad
hacia el
sufrimiento de los hombres.
Leamos, pues, el episodio, antes de cualquier otra preocupación simbólica, en su
realidad
concreta.
El encuentro preliminar se produce a través de la mediación de otras personas.
El milagro, sin embargo, se desarrolla «apartándole de la gente, a solas» (v.
33), como va
a suceder dentro de poco con el ciego.
Los milagros de Jesús nunca pretenden ser gestos espectaculares destinados a
impresionar. No tiene ningún deseo de «dar el golpe», y conseguir aplausos y
fáciles
aquiescencias bajo el influjo del entusiasmo.
El hombre está sordo. Más que mudo, la palabra usada se refiere a uno que se
expresa
con dificultad, que no logra articular bien las palabras.
Los gestos realizados por Cristo recalcan las prácticas en uso entre los
curanderos de la
antigüedad. Quizás, en la descripción, se pueden descubrir rastros de la antigua
liturgia
bautismal.
Por lo general, a la saliva se le atribuían propiedades terapéuticas. La técnica
adoptada,
un poco rudimentaria e incluso pueril, según algunos es rescatada por la
invocación de la
ayuda divina («levantando los ojos al cielo» es una expresión que indica la
oración). O sea,
nos encontramos a un nivel que ya no es sólo el de la medicina.
Sostengo que el «gemido» de Jesús (v. 34) debe entenderse, simplemente, como una
profunda participación suya en la miseria humana, que aparece dramáticamente
evidente
en aquel hombre.
La fórmula «ábrete» es dicha en arameo (y he aquí que autorizados estudiosos se
plantean, con gravedad, esta pregunta pueril: si ese hombre es sordomudo de
nacimiento,
¿cómo puede entender el arameo?...).
Advierte Schnackenburg: «La palabra transmitida en arameo y traducida para los
lectores
no va dirigida a los órganos enfermos, sino al paciente mismo: "¡ábrete!". Según
la
concepción hebrea el hombre entero está enfermo; y cuando sana... es el hombre
entero el
que queda curado».
En clave simbólica, la fórmula puede expresar el mandato-deseo de Jesús: que
también
los paganos se abran al gozoso anuncio.
En el v. 36 vuelve a aparecer la teología de Mc acerca del secreto mesiánico con
la
orden de callar y la consiguiente transgresión.
Comenta J. Delorme: «Se da en Mc un conflicto entre dos tendencias: quiere
manifestar
que en Jesús el reino de Dios se ha acercado pero, al mismo tiempo, es necesario
que la
gente no saque la conclusión de que Jesús es el Mesías, porque este título
resulta muy
ambiguo; es necesario que sea purificado, desmitologizado a través de la muerte
de cruz: el
Mesías es el crucificado. Se notará que aun cuando la consigna del silencio no
es
respetada, la gente no llega nunca en Mc, a concluir que Jesús es el Cristo;
admira sus
obras, pero no le da el título que le correspondería por ellas. Y así la teoría
del secreto
mesiánico queda salvaguardada».
Lo que resulta más bien extraño, en el contexto de este episodio, es que la
multitud, la
cual debería guardar silencio acerca del milagro, ¡es excluida!
«Todo lo ha hecho bien...» (v. 37). La expresión recuerda el relato de la
creación. «Vio
Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien» (Gén 1, 31).
Cristo, luchando contra el mal y el sufrimiento, eliminando los «deterioros»
visibles en el
hombre, devuelve la creación al esplendor original. Es más, inaugura la nueva
creación.
«...Hace oir a los sordos y hablar a los mudos». Aquí aparece evidente la
referencia al
célebre pasaje de Isaías: «...él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los
ojos de los
ciegos y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como
ciervo, y la
lengua del mudo lanzará gritos de júbilo» (Is 35, 4-6).
La comunidad cristiana de Mc -si no la gente de la Decápolis- reconoce en el
gesto de
Jesús, que cura al sordomudo, la señal de que ha llegado el tiempo de la
salvación
anunciado por los profetas.
Y esto constituye un motivo de confianza y de esperanza.
«Desde el momento que Dios ha iniciado su obra de salvación, la llevará a
término» (J.
Delorme).
PROVOCACIONES
1. «Apartándole de la gente, a solas...». Basta con esto. No es necesario
repetir los
gestos sucesivos. La curación, para nosotros, puede darse ya en este momento.
Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que podemos, debemos repetir
también
nosotros con cierta frecuencia. Porque nuestra sordera y nuestra mudez (o
tartamudeo) se
suceden periódicamente.
Es suficiente quedarse a solas, lejos de la gente.
Encontrarse cara a cara con el Maestro.
Y recobramos, inmediatamente, la capacidad de escuchar y la posibilidad
(quisiera decir
el derecho) de hablar.
2. «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos...».
Para hacer hoy todo bien, sería necesario que Jesús modificase ligeramente el
milagro e
hiciese hablar a los que no son sordos, y solamente a éstos.
Tengo la impresión, en efecto, de que hay muy pocos mudos en relación a tantos
sordos.
Quiero decir: si hablasen solamente quienes son capaces de escuchar, ganarían
con ello
tanto la palabra como el silencio.
3. Me atrevo a esperar que el detalle no sea casual.
Un milagro en el milagro.
Al enfermo se le desata el nudo de la lengua, pero son los otros los que
«proclaman» la
curación.
Del beneficiario no se registra ni siquiera una palabra.
Se trata de algo estupendo. Una de las «acciones de gracias» más
extraordinarias.
El hombre, ahora, puede hablar.
Y lo demuestra callando.
Le ha sido restituida la palabra.
Y, por eso, comienza con el silencio.
(Para hablar, hace falta tener algo que decir. Pero, para callar es necesario
tener un
misterio que adorar).
CONFRONTACIONES
Reencontrada la alabanza
Me parece evidente que Mc, con esta curación, quiere decir algo más que narrar
el
simple hecho de otro enfermo curado. Se trata una vez más de una curación hecha
en un
país pagano. Este sordomudo le debe haber parecido a Mc, en su sufrimiento, como
el
típico representante del paganismo, sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo.
Y he aquí
el gran milagro: el poder liberador de la palabra rompe la sordera espiritual, y
la lengua se
mueve en alabanza a Dios.
La expresión: «hablaba correctamente», va más allá del hecho que el hombre
pronunciase bien, e indica la renovación del cuerpo y del alma de la humanidad
sin Dios (G.
Dehn, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 364-368)
33
- SEGUNDA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
Mc/08/01-10 Mt/15/32-39
MIGRO/PANES
¿Dos redacciones de un solo milagro?
Una segunda narración de la multiplicación de los panes plantea inmediatamente
un
problema: ¿estamos frente a una repetición del mismo milagro o frente a dos
milagros
distintos?
Es interesante descubrir la intención del autor. Ahora, después de una primera
lectura, se
saca la impresión de que Mc intenta referir dos episodios distintos (aunque
pueda servirse
de un montaje narrativo común).
Jesús mismo, poco después (8, 19-20), alude a dos milagros distintos.
Sea como fuere, intentemos poner uno junto a otro, como sobre dos paneles, los
dos
relatos, y destaquemos en primer lugar los elementos comunes, que ponen en
evidencia
una estructura interna casi idéntica.
Mc 6, 30-44 Mc 8, 1-10
Compasión hacia la multitud como motivo del milagro
Vio mucha gente, sintió compa- Me da lástima de esta gente
sión de ellos (v. 34). (v. 2).
Jesús parte el pan de la enseñanza
Se puso a instruirles extensa- Porque hace ya tres días que
mente (v. 34). permanecen conmigo (v. 2).
Objeción de los discípulos
¿Vamos nosotros a comprar ¿Cómo podrá alguien saciar de
doscientos denarios de pan pa- pan a éstos aquí en el desierto?
ra darles de comer? (v. 37). (v. 4).
Pregunta acerca de las provisiones
¿Cuántos panes tenéis? (v. 38). ¿Cuántos panes tenéis? (v. 5).
Respuesta acerca de las provisiones
Después de haberse cerciorado, Respondieron: «siete» (v. 5).
le dicen: «cinco (panes) y dos
peces» (v. 38).
Mandato a la multitud
Les mandó que se acomodaran El mandó a la gente acomodar-
todos por grupos sobre la verde se sobre la tierra (v. 6).
hierba (v. 39).
El milagro no se describe
Y él, tomó los cinco panes y los Y tomando los siete panes y
dos peces, y levantando los ojos dando gracias, los partió e iba
al cielo, pronunció la bendi- dándolos a sus discípulos para
ción, partió los panes y los iba que los sirvieran (v. 6).
dando a los discípulos para que
se los fueran sirviendo (v. 41)
La multitud saciada
Comieron todos hasta saciarse (v. 42). Comieron y se saciaron (v. 8).
Recogida de las sobras
Y recogieron doce canastos lle- Y recogieron de los trozos so-
nos de trozos de pan y las so- brantes siete espuertas (v. 8).
bras de los peces (v. 42).
Censo de los comensales
Los que comieron los panes Fueron unos cuatro mil (v. 9).
fueron cinco mil hombres (v. 44).
También la continuación del relato presenta un evidente paralelismo en la
sucesión de los
hechos, como aparece en este cotejo:
Despedida de la multitud (6, 45). Despedida de la multitud (8,9).
Travesía-llegada a Genesaret Travesía hacia Dalmanuta
(6, 47-56). (8, 10).
Controversia con los fariseos Controversia con los fariseos y
(7, 1-23). rechazo de un signo (8, 11-13).
Diálogo con la sirofenicia y mi- Diálogo con los discípulos (8,
lagro (7, 24-30). 14-21).
Curación del sordomudo (7, 31-37). Curación del ciego (8, 22-26).
Diferencias en los dos relatos
Después de haber puesto de relieve los elementos comunes del montaje narrativo
de Mc,
señalamos las diferencias en los dos relatos de la multiplicación de los panes.
El dato que llama más la atención es el de las cifras. Pero no solamente éste.
-Cinco panes para cinco mil en el primer caso, siete panes para cuatro mil en el
segundo.
-Doce canastos de sobras la primera vez; siete espuertas la segunda.
-Ninguna alusión a la hierba verde en el segundo milagro; se trata de un
verdadero
desierto.
-La oración antes de la multiplicación: «pronunció la bendición» (de euloghein)
en el
primer milagro; «dio gracias» (de eucharistein) en el segundo.
Pero hay otras cosas.
Como advierte J. M. Van Cangh, el elemento pan ya está suficientemente acentuado
en el
primer relato, en donde, por ejemplo:
-Toda la narración está centrada en la bendición del pan.
-No se dice nada del papel de los discípulos en la distribución de los peces.
-La alusión a las sobras de los peces (v. 43) da la impresión de un añadido
desafortunado.
-Se habla solamente de «los que comieron los panes» (v. 44).
Pero el elemento pan es acentuado todavía más fuertemente en el segundo relato:
-Efectivamente en el primer caso los apóstoles, después de hacer el inventario
de las
provisiones, dan razón tanto de los panes como de los peces. Aquí, sin embargo,
no se
mientan los peces. Aparecerán más tarde («tenían también unos pocos
pececillos...», v.7),
como si Mc hubiese puesto remedio a un olvido no demasiado grave. De todos modos
se
trata de un añadido tardío o de un «cosido redaccional» (Van Cangh).
-No se habla de las sobras de los peces.
Así pues, la acentuación de los trazos eucarísticos en el milagro es aún más
evidente, en
esta segunda narración, y también por las fórmulas usadas (que recuerdan las de
la
institución de la Eucaristía), e incluso por el hecho de los peces que es puesto
aparte.
Se saca la impresión de que, en la narración original, panes y peces ocuparon el
mismo
lugar. Posteriormente, en el contexto de una catequesis eucarística, los peces
estorbaban
no poco y consiguientemente en el primer momento habrían sido abolidos por
completo, e
introducidos más tarde de nuevo -después de la acentuación del elemento pan-
para
reequilibrar la narración primitiva del milagro que, como hemos dicho,
comportaba los dos
elementos.
Esta, al menos, es la opinión de muchos estudiosos.
Una mesa a la que están invitados también los paganos
Todavía no hemos dado una respuesta a la pregunta inicial.
La solución que proponemos no pretendo imponerla como categórica.
De todos modos, y a pesar de las variantes a que nos hemos referido, se tiene la
impresión de que la primera multiplicación de los panes corresponde a una
tradición
madurada en un ambiente judeocristiano, mientras que la segunda se habría
desarrollado
en un contexto pagano-cristiano.
Diversos indicios concurren a legitimar esta interpretación.
Las mismas palabras pueden ser significativas.
Por ejemplo, tenemos los «canastos» y las «espuertas». Parece que los «canastos»
forman parte de un lenguaje en uso entre los hebreos, mientras que «espuertas»
sería un
término peculiar del griego. Sólo son, obviamente, matices de vocabulario. Pero,
a veces,
distintos matices puestos juntos concurren a orientar hacia una idea. Es
necesario tener en
cuenta esto, pero sin darle un peso determinante (respecto al vocabulario,
conviene estar
atentos para no dejarse llevar de especulaciones fantásticas).
Y todavía, a propósito de las sobras, es necesario no perder de vista el número
siete.
Hemos dicho ya que los doce canastos podrían simbolizar los doce apóstoles.
La segunda narración, ambientada en terreno pagano, habla de siete espuertas.
Según
algunos, la cifra hace referencia a los «siete hombres, de buena fama, llenos de
espíritu y
de sabiduría» a quienes se confía «servir a las mesas», y que al mismo tiempo
habían
asegurado la difusión de la palabra entre los paganos (Hech 6, 2-7).
Otro indicio se puede recabar del hecho que Lc sustituye la segunda
multiplicación con la
misión de los setenta y dos en Samaria.
Finalmente se puede todavía subrayar la expresión «algunos de ellos han venido
de
lejos» (v. 3). En la iglesia primitiva, con esta fórmula, se designaba
precisamente a los
paganos.
Tengamos presente que, en el desarrollo de la trama narrativa, Mc habla
explícitamente
de una incursión de Cristo en un territorio no judío.
Sobre todo se hace fundamental el diálogo-lucha con la mujer sirofenicia. Jesús
sale
vencido por la fe de una pagana, quien pretendía precisamente que las sobras del
pan
caídas de la mesa de los hijos, fueran a parar a los cachorros (paganos).
Aquí la petición de la mujer es oída mucho más allá de su misma pretensión.
Detalle del lenguaje nada despreciable: el verbo «saciar» aparece en Mc
solamente tres
veces: en los dos relatos de la multiplicación de los panes y, precisamente, en
el coloquio
con la sirofenicia.
El «primero» a los hijos supone un «después» a los otros (según la linea de la
teología de
Pablo). Tanto más cuanto que el rechazo de los hebreos hace totalmente
justificable la
llamada de los paganos.
Mc -como dice Van Cangh- no tiene dificultad alguna para reconocer la posición
privilegiada de los judíos en la historia de la salvación, admite su prioridad.
Pero es también
hábil para contraponer al ritualismo de los fariseos (discusión acerca de lo
puro e impuro) la
fe obstinada y sin complicaciones de la mujer pagana. El «primero» se bloquea
con el
rechazo y deja vía libre al «después».
Y así no es casual el hecho de que precisamente el episodio, que tiene como
protagonista
a la mujer «griega», haga de bisagra entre las dos multiplicaciones de los
panes.
Mc, de todos modos, limpia el terreno de todo tipo de pretensión particularista.
Ninguna
exclusión y ningún impedimento.
Así como la prioridad de la llamada de los hebreos en la misión de Jesús no
excluye la
incursión en territorio pagano, tampoco el rechazo de los primeros significa una
exclusión
absoluta y definitiva.
También éstos pueden estar «incluidos» en la invitación al banquete que va
dirigida a
todos, sin excepción.
De todos modos, permanece el hecho de que muchos consideran el segundo milagro
como la expresión más manifiesta de la llamada de los paganos a la salvación, y
subraya el
alcance universal de la misión de Jesús.
Galilea, cuna del evangelio, se convierte así en la Galilea de las naciones (1).
¿Dónde ponemos los peces?
Los peces, omitidos por exigencia de catequesis eucarística, no pueden quedar,
sin
embargo, totalmente fuera del relato.
Es verdad que en el «milagro» de Eliseo, que representa el modelo literario en
el que se
inspira Mc, los peces no entran para nada.
Y, sin embargo, existe una exigencia fundamental que hay que respetar. Se trata
de
presentar a Jesús como el nuevo Moisés que guía al pueblo a través del desierto
y le
asegura el alimento en las circunstancias más inverosímiles.
Los episodios del maná y de las codornices (Ex 16; Núm 11) deberían encontrar su
paralelo en el relato de la multitud saciada por Jesús en un lugar desierto.
Maná y pan pueden conciliarse.
Pero parece que los peces están totalmente fuera del tema.
Por otra parte, Lc y Mt se encuentran bastante a disgusto y no lo disimulan.
Prefieren no
insistir excesivamente en el asunto de los peces.
Pero Mc no se siente incómodo en absoluto. Y, teniendo que introducirlos en la
narración,
después de la interpretación en clave eucarística del milagro, lo hace con
cierto deterioro en
la forma literaria, pero con la convicción del simbolismo representado por este
elemento.
Hemos citado ya el axioma rabínico «como el primer liberador, también el
segundo».
Ahora, en base a esta sentencia, el Mesías tenía que hacer los mismos milagros
que Moisés
(es más, superarlos infinitamente): sobre todo el don del maná y del agua sacada
de la roca.
Un midrash antiguo, comentando el primer capítulo de los Números decía: «¿Han
murmurado porque no tenían peces que comer? Pero si existía una fuente que los
acompañaba en el desierto y les proporcionaba muchos más peces de los que temían
necesidad».
Por su parte los rabinos aseguraban que esta fuente (de Miriam) se había
sumergido en
el lago de Tiberíades con ocasión de la entrada en la tierra prometida.
Si a esto añadimos otro filón del pensamiento judío -el del banquete mesiánico
caracterizado por la abundancia de alimento (en el que, entre otras cosas, se
servía carne
del Leviatán)- nos damos cuenta de que los peces venidos de la fuente de Miriam
podían
representar el equivalente de las cordornices venidas del mar.
Es verdad que se trata de tradiciones. Pero no debemos olvidar que Mc se dirigía
a
comunidades bastante habituadas a las sutilezas de los midrashim. Tanto más
cuanto que
se trataba de subrayar la tipología de Jesús, nuevo Moisés.
La inserción de los peces se debería, pues, colocar a nivel de la comunidad
judía de los
«helenistas».
Conclusión
Se puede, pues, afirmar, con razones válidas, que sólo hubo una multiplicación
de los
panes. Acerca de este hecho histórico único, las primeras comunidades
desarrollaron una
interpretación propia en base a exigencias específicas. Algunos detalles de la
narración
fueron acentuados o también atenuados según la perspectiva en que se colocaba la
comunidad palestina o la griega.
Si estuviésemos frente a un segundo milagro, entonces la torpeza de los
discípulos
alcanzaría cotas... difamatorias.
En suma, no tendría sentido la pregunta: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a
estos
aquí en el desierto?» (v. 4), si hubiesen sido espectadores de un milagro
precedente. De lo
contrario habría que tenerles por enfermos de algo, que es más que una simple
«dureza de
corazón»...
PROVOCACIONES
1. Nos bastaría con las sobras. No las de pan.
Nos valen, sin embargo, las sobras de la enseñanza «partida» por Jesús durante
aquellos
tres días en el desierto.
Con aquellas migajas caídas de la mesa de la palabra, podríamos seguir adelante
por un
trecho, volver a casa sin peligro de desmayarse por el camino bajo el peso de
las cosas que
obstinadamente cargamos sobre nuestras espaldas.
La enseñanza de Cristo, en efecto, nos convence de que el problema de la
seguridad, en
el desierto, está en proporción directa del ir descargado.
La supervivencia está garantizada por el hecho de que te privas gozosamente de
algo que
considerabas indispensable.
Que no te faltará nada si te preocupas de dar algo a los que encuentres en tu
camino.
Que existe un drama peor que el de tener hambre: y es tener que comer solo el
propio
pan.
«Tengo hambre de todo el pan que como solo y soy pobre de todos los bienes que
no
ofrezco» (G. Thibon).
2. Es una suerte que el milagro, en sí, no se describa.
Así, en aquel espacio vacío, entre el tomar los pocos panes que habían llevado y
la
liturgia de la distribución, en el espacio vacío entre la oración de Jesús y el
ir y venir de los
apóstoles, puedo ponerme a mí mismo en las manos de Cristo.
En aquel espacio vacío hay gente que querría poner documentos, papeles, análisis
sabios.
Cristo, por el contrario, quiere personas.
Si, la persona que se convierte en pan. Que se libera de las limitaciones
individuales. Que
se deja triturar el núcleo del propio egoísmo. Que, en las manos de Jesús,
acepta hacerse
don, convirtiéndose en signo, sacramento de su amor a los hombres...
Sólo así puedo entender cómo llega el milagro.
Caigo en la cuenta de que todo el secreto está en aquel verbo, el más difícil y
el más
liberador de la gramática cristiana: partir.
Comprendo, sobre todo, que a través del «dar» no llegaré nunca a encontrar al
otro. Es
sólo gracias al «darme» como soy conducido al encuentro del hermano.
Si me limito a dar, los hombres continuarán muriéndose de hambre.
Ya es difícil perder. Muchos no aceptan esta lógica.
Pero Jesús va más allá. Y propone la paradoja del perderse. No hay por qué
sorprenderse
de que los discípulos y, no sólo aquéllos, no hayan entendido «el hecho de los
panes».
Sí. El milagro no está claro, no se describe. Y aquel espacio se quedó vacío
entre la
estadística (frustrante) y la solución (bajo la enseña de la hartura) da miedo.
Miedo de encontrarse en medio, personalmente. Y no poder hacerse sustituir por
algún
kilo de papel, por algún consejo...
Mientras que hay motivo para cogerse la cabeza entre las manos y fingir estar
preocupados, angustiados, por los problemas de los otros, para debatirlos,
afrontarlos
detrás de una mesa puesta con palabras, nos encontramos por lo regular en
primera fila.
Pero cuando Cristo nos hace entender que no tiene necesidad de individuos que se
cojan
la cabeza entre las manos, sino de personas que estén dispuestas a perder la
cabeza, que
él no sabe qué hacer con expertos que ofrecen soluciones, sino que necesita
«ingenuos»
que se ofrezcan como solución, entonces nos deslizamos atrás del todo, nos
ocultamos en
las últimas filas, nos sentamos.
Fingimos no entender.
El no nos ha mandado sentarnos.
Sino hacer sentar a los demás.
Y las desgracias del mundo nacen precisamente de este trágico equívoco.
3.Las sobras llegan después, no antes.
Quiero decir que el Señor no te permite tener algo para ti.
Debes dar todo. Debes gastarte totalmente, sin reservas. La expoliación debe ser
completa. No te es permitido «ahorrar» algo en previsión de tus necesidades.
Sólo cuando no te quede nada, tendrás la sensación de no pertenecerte más, que
tu vida
está tomada por los otros, entonces recogerás «las sobras».
Y habrá «sobras» de tipo especial. Algo verdaderamente completo, intacto.
Se te restituirá una vida llena de significado.
4. Dicen que el mundo se ha convertido en «un gran pueblo». Un cosmonauta lo
puede
recorrer en hora y media, no más.
Dicen que en este gran pueblo existen cien ricos y doscientos treinta pobres.
Dicen que en el barrio de los ricos muere por término medio una persona al año y
nace
menos de un niño. Mientras que en el barrio de los pobres mueren tres y nacen
nueve.
Dicen que, hechas las proporciones, en el gran pueblo del mundo cada año hay
diez
millones de ricos más y cada vez más ricos. Y sesenta millones de pobres más y
cada vez
más pobres.
Dicen que en el gran pueblo del mundo hay alguien que sabe hacer muy bien las
cuentas.
Dicen que por el gran pueblo que es el mundo circula una palabra milagrosa:
progreso.
Pero que los pobres aún no han aprendido a llenar su estómago con esta palabra
de alto
contenido nutritivo.
Señor, ¿te importará dejar el desierto y venir a dar un vistazo a este gran
pueblo?
Llegarás de prisa, pero es probable que te haga entretener algo más de tres
días.
Te advierto que no deberá sorprenderte si alguno de nosotros enviado a hacer el
inventario de las provisiones, tiene que ir derecho y corriendo a las casas de
los pobres...
Qué quieres, es la costumbre. La costumbre del progreso.
CONFRONTACIONES
Libertad de la tradición
Se puede pensar que Mc ha registrado las dos tradiciones en un solo milagro de
los
panes, insertándole en el cuadro general de la sección de los panes. Así, el
segundo
milagro se conecta muy bien con la perspectiva de la llamada de los paganos a la
salvación:
con el principio nuevo acerca de la pureza Jesús elimina la separación entre
paganos y
judíos, con los dos milagros en territorio pagano anticipa la admisión de éstos
a la salvación;
y finalmente con el banquete mesiánico en el desierto acoge a los paganos
venidos de lejos
en la plena comunidad de la mesa...
...Esta libertad de la tradición y de los evangelistas respecto al material
evangélico puede
desconcertar sólo a quien considera los gestos y las palabras de Jesús objeto de
análisis
histórico y de investigación lingüística. Pero donde la persona de Jesús, su
persona y
enseñanza no están embalsamados, sino que son fundamento y alma para la vida de
una
comunidad, allí sus palabras y sus gestos asumen el calor y la tonalidad de la
vida de cada
día con sus problemas, tensiones y esperanzas.
Sólo con esta condición, la fidelidad a Jesús es fidelidad al viviente que
anuncia el
evangelio, la alegre noticia actual para todos los hombres (R. Fabris, o. c.).
La parodia de la Eucaristía
No podemos hablar ni de unión ni de reconciliación si no arreglamos las cuentas
con las
cosas.
La sociedad de consumo es una eucaristía al revés, es una parodia de la
Eucaristía: es la
exaltación de una comunión, de un encuentro obtenido con el estropicio de los
productos,
con la violación de su uso. Las cosas ya no sirven para la necesidad, sino para
el lucro y
consiguientemente para oprimir, para excavar zanjas, para dividir cada vez más.
Aquella
inocente botella de coñac que es presentada en un fulgor de rayos, como una
custodia,
rodeada de una comunidad feliz, es la imagen más directa de esta parodia
eucarística.
...Si nosotros los católicos tuviéramos claro el significado de la Eucaristía,
sería suficiente
para juzgar la trágica farsa de la sociedad de consumo...
...No hemos asimilado a fondo el discurso de la comunión.
...Nos han ofrecido medidas e instrumentos de crítica inadecuados para poner en
juego
los verdaderos valores y los verdaderos males de la sociedad. Somos
evangelizadores, y
evangelizar significa resanar el mundo, liberarlo de lo que lo oprime y lo hace
triste,
doloroso. Pero no sabemos qué es lo que le hace triste; y somos los primeros en
aceptar lo
que hace triste al mundo (A. Paoli, Camminando s'apre cammino, Torino 31978).
.....................
1) Hay que tener presente que los confines
de Galilea, cuando Mc escribe, no eran ya los mismos que
en tiempos de Jesús. Especialmente si se coloca la redacción de este evangelio
después del 70. Así, a
consecuencia de la insurrección judía, saltan las antiguas divisiones políticas
y los romanos agrupan las
diversas regiones en una única provincia de Siria-Palestina. He aquí, pues, que
Mc pasa del antiguo
concepto geográfico de Galilea (dividida en territorios bajo la jurisdicción de
Herodes Antipas y de Filipos)
al concepto teológico de la Galilea de las naciones.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 370-380)