20 - EL GRANO DE MOSTAZA
Mc/04/30-34   Mt/13/31-32   Lc/13/18-19
PARA/GRANO-MOSTAZA

De la botánica a la didáctica
Es necesario precisamente comenzar por la botánica.
La mostaza (1), si se quiere ser meticuloso, no es la más pequeña semilla que se conoce.
Pero en Palestina, indicaba proverbialmente una cosa minúscula, una cantidad mínima (2).
El grano de mostaza es pequeñísimo, pero muy activo. Y. entre sus características, está
también la de provocar una irritación fastidiosa de la piel.
Dicho en un inciso. Del grano de trigo. nutritivo, de la primera parábola, se pasa a éste,
que da sabor.
En un año la planta supera sobradamente el metro. Y puede llegar incluso a los 3-4
metros de altura, especialmente en las regiones del lago.
Cuenta un rabino: «Tenía en el jardín un arbolillo de mostaza. Me subí encima como se
puede trepar a la punta de una planta de higuera...» Una manera de informarnos acerca de
las cualidades de esta planta y, al mismo tiempo, de las dotes de trepador del propietario.
Y pasemos a la didáctica. «¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos?» (v. 30). Jesús recalca el estilo de enseñanza peculiar entre los semitas.
Es célebre, a este respecto, el diálogo entre el rabino Gamaliel y un filósofo de su tiempo:
«Me explicaré con una semejanza. ¿En quién podríamos pensar? Pues, en un rey que parte
para la guerra...».
En la expresión de Jesús se pueden captar, quizás, dos matices distintos: la dificultad para
expresar, de una manera adecuada, el reino de Dios. El lenguaje humano resulta
«desproporcionado» respecto al sujeto. Es difícil encontrar una imagen que acerque, no
digo que «recubra», esta realidad.
Además, un intento de comprometer directamente al auditorio, para que no sea sólo
destinatario de una enseñanza, sino sujeto activo. Como una propuesta: busquemos juntos.

De la botánica a la didáctica, para llegar a la... fauna avícola. «Las aves del cielo pueden
cobijarse bajo su sombra» (v. 32).
Aquí, sin embargo, más que las ciencias naturales, ayuda el conocimiento del antiguo
testamento y de sus simbolismos.
Tres textos significativos.
«Hijo de hombre, propón un enigma y presenta una parábola a la casa de Israel...
Dice el señor Yahvé:
También yo tomaré la copa de un gran cedro,
de la punta de sus ramas escogeré un ramo;
y lo plantaré yo mismo en un monte elevado y macizo:

En el alto monte de Israel lo plantaré.
Echará ramas y producirá frutos,
y se hará un cedro magnífico.
Debajo de él habitarán toda clase de pájaros,
toda clase de ases morarán a las sombras de sus ramas.
Y todos los árboles del campo sabrán que yo, Yahvé,
humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde,
hago secarse al árbol verde y reverdecer al árbol seco.
Yo, Yahve, he hablado y lo haré (Ez 17, 2; 22-24).

Así pues, una primera indicación importante. Dios elige las realidades más humildes para
realizar un designio suyo de grandeza. Pero toda la operación debe atribuirse
exclusivamente a él. No tiene necesidad del «árbol elevado». Quiere enaltecer «al árbol
humilde».

Y más adelante Ezequiel dice:
Mira: a un cedro del Líbano
de espléndido ramaje,
de fronda amplia de sombra
y de talla elevada.
Entre las nubes despuntaba su copa...
...En sus ramas anidaban
todos los pájaros del cielo,
bajo su fronda parían
todas las bestias del campo,
a su sombra se sentaban numerosas naciones... (Ez 31, 3.6).

Pero así como «su corazón se había enorgullecido de su altura» (3, 10), el Señor ha
provocado su destrucción y su humillación.
Es importante, pues, la acción de Dios. Es importante que todos sepamos «que yo soy el
Señor» (17, 24).
Aplicándolo al reino anunciado por Jesús: debe aparecer que es obra de Dios y que no
estamos en el campo de las valoraciones humanas.

Otro texto:
Ese árbol que has visto, que se hizo grande y corpulento, cuya altura llegaba hasta el
cielo y que era visible en toda la tierra, que tenía hermoso ramaje y abundante fruto, en el
que había alimento para todos, bajo el cual se cobijaban las bestias del campo y en cuyas
ramas anidaban los pájaros del cielo eres tú, oh rey, que te has hecho grande y poderoso,
cuya grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y cuyo dominio se extiende hasta los
confines de la tierra (Dn 4 17-19).

En la visión de Nabucodonosor, la imagen del árbol que extiende las ramas indica
claramente el dominio que se extiende sobre los otros pueblos.
Esta imagen, bastante transparente para los oyentes de Jesús, encuentra en la parábola
una aplicación para el reino, pero se cancela toda idea de dominio y de conquista para
sustituirse por la de refugio y protección: «...pueden cobijarse bajo su sombra» (v. 32). O
sea, algo de benéfico, de reconfortante.
Se puede leer ahí la extensión universalista del reino de Dios. Y. quizás, la acción de
Jesús que va más allá de los confines de Israel para abrazar también a los gentiles (3).
Es singular que los pájaros, que han entrado en escena al inicio de la jornada de las
parábolas para rapiñar la semilla, vuelven a aparecer aquí, pero esta vez como huéspedes
de la planta. En esta perspectiva, los enemigos son vencidos no porque hayan sido
exterminados, sino porque han sido «acogidos».
Finalmente se puede leer esta otra característica del reino: pequeño pero no exclusivista.


«...Pero en privado»
Y volvamos a la didáctica.
«Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas como éstas, según podían
entenderle» (v. 33).
Mc ha presentado un muestrario de parábolas colocándolas en la «jornada de la barca».

Jesús, en contacto con la gente de todos los días, ha elegido este medio popular para
decir las cosas que debía decir.
«La comparación parte siempre de las acostumbradas manifestaciones de la vida
ordinaria de los hombres, en la familia, en el trabajo, en las relaciones interpersonales, en
la relación de los hombres con las cosas. Y las manifestaciones acostumbradas de la vida
cotidiana sirven como término de comparación con el reino de Dios, con los modos de
difundirse del reino de Dios entre los hombres, y con las posibilidades de entrar en el reino
de Dios, a través de la conversión, esto es, a través de un cambio radical de la mentalidad
y de las costumbres.
«La realidad visible de la vida de todos los días sirve como término de comparación,
precisamente, y de revelación, de la realidad invisible de la vida del reino de Dios, que en la
visión evangélica de la vida da su sentido a la vida del hombre».
Sin embargo, y a pesar del lenguaje al alcance incluso de los menos cultos, el reino
permanece inaccesible en su realidad más profunda. Así, su revelación esta hecha de
luces, pero también de oscuridad. «No les hablaba sin parábolas; pero a sus propios
discípulos se lo explicaba todo en privado» (v. 34).
Es oportuna la precisión de R. Fabris:
«Mc... distingue dos grupos de oyentes: el de los discípulos y el de la gente (cf. 4, l l-12).
Pero ni siquiera los discípulos comprenderían el misterio escondido en las parábolas sin la
explicación de Jesús. En una palabra, Mc subrayando la incomprensión, tanto de los
discípulos (4, 13) cuanto de la gente, pone de relieve un tema constante de su cristología:
el conocimiento de Jesús es un don de Dios al que se llega por medio de la fe. La parábola
es Jesús mismo que, con su presencia histórica, revela del modo más simple el rostro de
Dios y su proyecto, pero al mismo tiempo se convierte en el enigma más oscuro para quien
no está dispuesto a cambiar sus esquemas acerca de Dios y de su acción en el mundo.
Sólo aquel que, como discípulo comparte el destino de Jesús totalmente, puede superar el
escándalo de un Dios que se revela en lo cotidiano, como en el gesto confiado del
agricultor, en el germinar y el madurar del grano, en el crecimiento prodigioso de una
pequeña semilla».
Y otro estudioso dice:
«Una vez más el hecho de que Jesús hable en parábolas es más importante que su
contenido. Por su medio llega a los hombres "la palabra" que desde el primer capítulo del
Génesis es el instrumento por medio del cual Dios se dirige a su creación. Esto sucede a la
medida de como ellos puedan oír: el discurso directo es imposible porque Dios no puede
ser objeto de enseñanza. En la actividad de Jesús es Dios mismo el que actúa, pero el
antiguo testamento había dicho que el hombre no puede ver u oír a Dios y vivir. Esto, por
tanto, no puede decirse en lenguaje directo, sino sólo por medio de imágenes, de manera
que todo el hablar de Jesús debe considerarse como un hablar mediante imágenes. Esta
afirmación parece estar desmentida por la frase final; en realidad para Mc estas últimas
palabras intentan acentuar todavía más la afirmación precedente. Si las imágenes son la
forma en que se puede hablar del reino de Dios de una manera acomodada al hombre,
precisamente por esto exigen la ayuda de Jesús para ser comprendidas. Sólo en comunión
con él se aprende a entender el lenguaje de Dios. Las imágenes, pues, no son solamente
subsidios retóricos o didácticos: son el medio para hacer entrar en comunión con aquel que
las pronuncia, esa sola comunión permite comprender su significado... Por eso Mc no da
normalmente la explicación de las parábolas».
O sea, es remachado un tema fundamental: para entender, es necesario estar en
comunión con él.
«En privado» no indica una elección discriminadora. Pero subraya la decisión de vivir en
comunión «con el Cristo viviente que habla hoy a la comunidad, que solo explica
(literalmente: resuelve) cada cosa (E. Schweizer).
Los discípulos no tienen un conocimiento superior al de los que están fuera. Pero poseen
al único Maestro y escuchan la palabra que, poco a poco -a lo largo del itinerario del
seguimiento-, desvela los misterios.
«Si se tiene presente el hecho de que Mc escribe en el momento en que se consuma la
escisión entre la iglesia y la antigua comunidad de Israel, se comprende la pasión de su
tesis teológica» (H. Kahlefeld).
Los hebreos pueden saber de todo esto tanto como ellos, y quizá más. Tienen los libros,
la ley, los comentarios de los doctores, la ciencia tradicional. Los discípulos tienen al
Maestro. El cual, más que dar una explicación, es la explicación. Sí, Cristo es parábola y
explicación al mismo tiempo.

Parábola de contraste
Como es habitual, también respecto de esta parábola, chocan las diversas
interpretaciones de los estudiosos. El centro de gravedad lo ve cada uno a medida de su
particular teoría acerca del reino.
Existen, sobre todo, tres tendencias:
-Idea de crecimiento.
-Irrupción (¡ahí está!) rápida y catastrófica del reino (escatología actuada).
-Referencia a la situación inmediata de Jesús.
Me parece que tenemos que tomar en consideración, sobre todo, la primera y la tercera.

Tengamos presente que esta parábola es considerada como una «parábola de
contraste» o de la desproporción.
Es lúcida la exégesis de Loisy: «Lo mismo que pasa con el grano de mostaza cuando es
echado en tierra, así el reino de Dios es casi imperceptible en sus principios, pero crecerá y
su maravillosa expansión aparecerá totalmente desproporcionada en relación a la exigüidad
de sus exordios».
J. Jeremías explica que la situación era de duda acerca de la misión de Jesús.
«¡Qué distintos de lo que se esperaba eran los comienzos del tiempo de salvación
predicado por Jesús! Este grupo miserable, al que pertenecían tantas gentes de mala fama,
¿había de ser la comunidad salvífica nupcial de Dios? Si, dice Jesús, ella es. Con la misma
seguridad con que de la pequeña semilla de mostaza se produce el gran arbusto..., el
milagro de Dios convertirá mi pequeña grey en el pueblo de Dios del tiempo de la salvación,
que abarcará a todos los pueblos».
Aquí, se hace todavía necesaria una precisión.
Un hombre moderno que pase a través de un campo, considera el desarrollo de una
planta, el crecimiento de la mies, como un proceso normal que obedece a leyes biológicas.

El hombre de la Biblia, por el contrario, ve en ello una serie de milagros.
En esta perspectiva (4), la parábola habla del crecimiento del reino como algo prodigioso,
como acción de Dios, y que, por tanto, no está fundado en las normales previsiones
humanas y en los cálculos de probabilidades.
Así pues, existe un contraste: «De los principios más mezquinos, de algo que a los ojos
de los hombres es nada, Dios da origen a su imponente dominio real, que abrazará a todos
los pueblos de la tierra" (J. Jeremías).
Pequeños inicios, y conclusión maravillosa.
Apariencias modestas, insignificantes, y realidad grandiosa.
Todo esto, no a través de un desarrollo orgánico, que obedece a leyes naturales, sino
gracias a la acción milagrosa de Dios.

No se puede fotografiar el desarrollo del reino de Dios
Y, al llegar aquí, es necesario evitar una interpretación abusiva, si bien es bastante
frecuente. Lo dice muy claramente Schackenburg: «No se debe en esta parábola correr
enseguida con el pensamiento al desarrollo y a la difusión de la iglesia. El reino de Dios es
en verdad operante sobre la tierra y en la iglesia, pero no es una dimensión visible y una
institución exterior como la misma iglesia».
Si la parábola se aplica inmediatamente a la iglesia, uno puede ser inducido a
valoraciones que están precisamente en lo opuesto respecto al significado de la parábola.
Y así uno podría ser inducido a interpretar manifestaciones externas de grandeza,
extensión de influencia, éxitos, estadísticas, como signo seguro de que la semilla se ha
desarrollado y que las ramas crecen cada día. Que la semilla ha superado definitivamente
su estadio de semilla.
Y, sin embargo, me parece que la parábola indica que la realidad del reino escapa a
cualquier valoración y medición en base a criterios terrenos, que su vida y vitalidad no son
controlables.
Si existe desproporción, ésta no está entre los principios y el fin, y tampoco entre el
escondimiento del punto de partida y la manifestación clamorosa de la llegada, sino entre la
realidad efectiva y la posibilidad humana de medirla, pesarla. En palabras simples: no es
posible fotografiar el desarrollo del reino, ni mucho menos «fijarle» un momento
determinado. Así como no es posible descomponerlo en las varias fases de su crecimiento.

Queriendo «marcar el punto de la situación», o también catalogar exactamente victorias y
fracasos, progresos y regresos, se corre el peligro de iniciar la marcha fúnebre cuando
correspondería la marcha nupcial. Y viceversa.
Al hablar del reino, con sólo nuestros cálculos, se corre siempre el peligro de equivocarse
de fiesta.
Con nuestros análisis, terminamos escribiendo la historia al revés.
Primero: no confundir las cosas.
Segundo: ser cautos en las valoraciones.
El reino de Dios es dejado de lado, y por ello cargado de significación.
Poco visible, y por lo mismo presente y operante.
Con escasa influencia y, sin embargo, determinante.
Con un acompañamiento reducido, pero capaz de poner todo en movimiento.
Superfluo, y consiguientemente necesario.
Devaluado, olvidado, y por eso actual.
Diría que su peculiar característica es la contradictoriedad. O, si queréis, la capacidad de
desconcertar.
También por eso Cristo ha dudado al principio de la parábola: «¿A qué compararemos...
o con qué parábola...?».
Desafío, yo.
Era necesario encontrar una planta que fuese, al mismo tiempo pequeña y grande,
modesta e importante, invisible e imponente, inútil y necesaria.
Diré más: que fuese semilla y planta al mismo tiempo.
Sí, porque el reino, incluso cuando es planta crecida, no deja de ser semilla. Y la semilla,
precisamente en cuanto tal, es ya planta.
Era necesario encontrar una semilla espectacular y una planta invisible. Una semilla que
hiciese sombra, que diese seguridad, que fuese patria para todos. Y una planta escondida
bajo la tierra, con las raíces hundidas en el cielo.
Un ejemplar con estas características no podía ofrecerlo la botánica. Porque no existe.
Podría ofrecer simplemente un minúsculo, invisible grano de mostaza, una cosa de nada,
la más cercana al reino (o, la más lejana).

No se debe perder la ocasión
Una última observación.
Esta parábola no se proyecta hacia el futuro. Nos hace atentos al presente.
«Su objetivo no consiste en enseñarnos que el reino de Dios vendrá con seguridad, o
que vendrá pronto, o que el ministerio de Jesús traerá frutos maravillosos. Se trata de hacer
entender el significado decisivo del tiempo presente» (J. Dupont).
Y añade con agudeza B. Maggioni:
«Jesús quiere reclamar el compromiso que la importancia y el significado de la situación
presente exigen: es importante esta ocasión, este encuentro con Cristo: el reino de Dios
está en esta semilla. La humildad de la situación no debe convertirse en motivo de
negligencia y de rechazo».
Descuidando cosas que parecen insignificantes, se corre el riesgo de rechazar ocasiones
con consecuencias incalculables. Descuidando lo cotidiano, se pierde la cita con el reino.
«La parábola, pues, nos enseña a tomar en serio nuestras ocasiones, las ocasiones que
se presentan aquí y ahora, y que son humildes, pequeñas y terrenas. Pero esconden la
presencia del reino» (B. Maggioni).
Se trata de captar, en los pequeños indicios de los días feriales, la revelación del reino.
De descubrir, en los hechos irrelevantes, el hecho decisivo. De asir, en la simplicidad y en
la normalidad, el excepcional, el inaudito evento.
El reino de Dios está en el fondo de las cosas familiares. El acto de partir el pan, una
sonrisa, un gesto de solidaridad, una mirada de simpatía, una amistad, el ponerse del lado
del débil, el abrazar una «causa perdida», una puerta abierta, un plato más en la mesa...
traicionan su presencia.


PROVOCACIONES

1. El rabino trepaba por la planta de la mostaza de su huerto para demostrar así su
grandeza.
Cristo, por el contrario, nos mete debajo nidos de pájaros.
Son los otros los que documentan la grandeza y la importancia de la planta.
Extender las ramas, alargar la propia zona de sombra, no tiene sentido.
Lo que tiene sentido -o sea, lo que da significado a la planta- es que los otros encuentren
puesto en ella.
El árbol más grande es el más «habitado».
No es cuestión de extender. Sino de dejarse ocupar.
Son los nidos quienes «miden» la planta. No el propietario.

2. Ciertas grandezas humanas «agotan» en sí mismas sus significados. No hacen
referencia ya a un significado superior. La transposición a otro plano no puede darse. Su
resultado es un «bloqueo».
La importancia, el prestigio, el «contar», el ser influyente bajo un punto de vista humano,
el manejar, el llevar adelante obras grandiosas, no son «signos» (ni podrán nunca serlo, a
despecho de todas las buenas intenciones) de aquellas otras cosas importantes, de lo
único necesario. No dejan intuir la realidad superior. Más bien la esconden.
Son signos de sí mismos, y basta. Es más, se convierten en opacidad, escándalo e
impedimento para descubrir alguna otra cosa.
Es la equivocación de muchas instituciones religiosas.
Se engañan al creer que llamando la atención, teniendo un peso en el plano de las
realidades humanas, haciendo hablar de sí, siendo considerados desde un punto de vista
económico, cuantitativo, de poder, de cultura, se presta un servicio en favor del crecimiento
del reino.
Y no se cae en la cuenta de que se hacen inapreciables, en esa perspectiva,
precisamente porque son excesivamente llamativos.
Mudos porque son excesivamente locuaces.
Sin nada que decir, porque se habla sin parar.
El peso, la grandeza, constituyen un estorbo para el reino.
Sólo la pequeñez tiene una posibilidad.
Un signo excesivamente clamoroso termina por fastidiar. Y de todos modos, se hace
insignificante.
Un signo debería simplemente «hacer sospechar» alguna otra cosa. No es un punto de
exclamación sino de interrogación.
El rabino subido a la planta de mostaza hace pensar en todo menos en la planta (si no es
para decir: pobre planta...).

3. A. Maillot, con su gusto por la provocación, dice: tesis, antítesis, síntesis.
O sea: «El reino de Dios y su palabra son débiles, a merced de los hombres». Esta es la
tesis (parábola del sembrador).
«El reino y la palabra de Dios son poderosos, y escapan al trabajo humano». Antítesis
(parábola de la semilla que crece por si misma).
Pero, llegado a la síntesis, Jesús tiene sus dudas. «A qué compararemos... Con qué
parábola lo expondremos...».
La síntesis es siempre más difícil.
El hecho es que en la perspectiva de Jesús la síntesis no es nunca el sí o el no, el revés
o el derecho, el dentro o fuera, el blanco o el negro (pero tampoco el gris del compromiso,
obtenido con una mezcolanza de blanco y de negro).
La síntesis, en Jesús, no se obtiene ni reduciendo la tesis, ni dulcificando la antítesis.
La síntesis es superación de la una y de la otra. Es ir más adelante.
Muchos cristianos, por el contrario, más que síntesis, querrían simplificaciones a su
gusto, formaciones bien definidas: ...o ...o. Así se identifican mejor los enemigos y se les
puede combatir. Se formulan rígidamente las propias teorías y se buscan en la Biblia
solamente aquellos textos que convienen, manipulando o no admitiendo los opuestos.
La sintaxis de Jesús, por el contrario, emplea mucho ...y ...y. Los desconciertos, los
trastrueques frontales, la inversión de las partes están siempre a la orden del día.
La claridad, con él, se obtiene aceptando la contradicción.

4. La parábola de la semilla se puede explicar también con una historia verdadera.
Una semilla que ha sido depositada en el surco de Belén, en la «casa del pan». Olvidada
de la gente importante.
Aquella semilla creció, se ha convertido en una planta robusta, capaz de sostener a un
hombre clavado en ella.
Sólo a la sombra de aquel árbol sobre el calvario, todos los hombres pueden sentirse
seguros.
Semilla, árbol, hombre, son una misma cosa.
Es inútil precisar que no se trataba de una planta de adorno.


CONFRONTACIONES

La parte del inútil
Debemos ser solamente un grano de mostaza. Por tanto no nos es lícito recitar la parte
del hueso del melocotón. Somos lo más pequeño, lo más inútil que existe aquí abajo.
Cuando llegué a ser pastor, uno de mis vecinos exclamó: "Un ser inútil más!".
La cosa me ofendió un poco. Pero debo reconocer que era una bella profecía (A. Maillot,
o. c.).

La lógica del dinosaurio
Conocemos a los dinosaurios tan sólo por sus restos óseos. Hoy han quedado ya
extinguidos los más grandes, los más poderosos animales que nunca hayan poblado la
tierra. Su «arrogancia de poder» fue enteramente inútil.
Hay en ello una implícita ironía. Si hubiéramos sido sus contemporáneos, jamás
hubiéramos llegado a sospechar que su final iba a ser tan triste y vulgar. Cuanto más
fuertes, mejor: es nuestra constante presuposición, en la lucha por la vida. Cuanto más
poderosa sea una especie, mayores son sus posibilidades de supervivencia.
Pero esto no se ha demostrado cierto. Otros animales, de estructura mucho más frágil,
con cuerpos mucho más débiles y más pequeños sin comparación posible, todavía existen.
Pero los dinosaurios no son en la actualidad sino un recuerdo remoto de uno de los
experimentos de vida ya fracasados.
Los dinosaurios no desaparecieron porque fueran débiles, sino precisamente por ser
excesivamente fuertes. Su poder fantástico se derivó de un contexto biológico que fue
básicamente absurdo, y el resultado no pudo ser otro que el de la aniquilación... El poder
es un factor de simple potenciación. Jamás puede ir más allá de la lógica de la estructura
que lo genera. Esta es la causa por la que los dinosaurios estaban condenados a muerte.
Su «arrogancia de poder» les atrapó en el auténtico absurdo de su estructura orgánica (R.
A. Alves, Hijos del mañana, Salamanca 1976, 13-14).

La riqueza de la palabra y su pobreza
La profecía es y debe permanecer ligada a la palabra, y la palabra es pobre: no tiene la
defensa ofrecida por las armas, por el poder, por el dinero, ni aquella -más sutil pero más
rica- ofrecida por los argumentos de la lógica. La fuerza de la palabra profética -su riqueza,
si se quiere- está toda en el espíritu, por tanto en su pobreza (F. Gentiloni Silveri, Il regno
come profezia, 1973).

La tela del reino
Muchas veces uno infravalora el significado y el valor de la propia situación. Por ejemplo,
el ama de casa, el pobre, el oprimido, el marginado en general, se juzgan a sí mismos con
la mentalidad de quien les pone en un papel subalterno, y se desprenden, al menos a nivel
de convicción, de su valor.
Jesús dice que esto no es verdad de ninguna manera: declara más bien acabado a quien
es potente, arribista, y pronostica como vencedor al pobre, al que llora, al que es manso...
El reino se construirá con esta materia.
A su pequeña grey dirá, por ejemplo, que las elecciones deben ser siempre en favor de la
humildad, de la simplificación, para que se realice el servicio y para que sea siempre
posible la hospitalidad, en favor de cualquiera y venga de donde venga. La complicación y
la superestructura servirán para vejez y muerte; mientras que el retorno continuo al
pequeño y al simple, será el retorno a la juventud, a la fecundidad, y a la vida ( Una
comunità legge il vangelo di Marco, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 223-235)
...................
1) Es la mostaza negra, de mustum ardens, mosto que quema, porque los granitos eran "tratados" en el vino.
2) Ejemplo: «una gota de sangre pequeña como un grano de mostaza». En ciertas versiones originales de la
parábola -especialmente en el lugar paralelo de Lc- parece que faltara la indicación de pequeñez en relación
a las otras semillas, porque era una cosa tan sabida... Se habría añadido después para ambientes no
palestinos.
3 ) Existen documentos de la literatura judía que ven en los pájaros el símbolo de los paganos que "anidan en la
ciudad de Dios".
4) En los lugares paralelos de Mt y Lc. esta parábola viene seguida por la de la levadura que hace fermentar la
masa, y que falta en Mc. Además, se habla del hombre que siembra el grano de mostaza en su huerto, así
como es una mujer la que pone la levadura. Y he aquí que alguien ve enseguida la dimensión «extensiva» y
la dimensión "intensiva" del reino. Pero son simplificaciones más bien discutibles.


21 - III. LA JORNADA DE LOS MILAGROS:
FUERZA Y DEBILIDAD DE Dlos (4, 35-6, 6)

NO BASTA VER LOS MILAGROS
ES NECESARIO «LEERLOS»
FE/MILAGROS

Después de la jornada de las parábolas, Mc nos presenta una colección de milagros.
Jesús termina la travesía del lago para dirigirse al territorio pagano de la Decápolis, y
durante la noche hace calmar la tempestad que se desencadenó en el lago (4, 35-41).
Apenas desembarcado, se da el encuentro y la liberación del endemoniado de Gerasa (5,
1-20).
Así pues, nueva travesía del lago, encuentro con la muchedumbre, invitación de Jairo
para que acuda a salvar la hija enferma (5, 21-24).
Durante el camino, Jesús cura a la hemorroísa (5, 25-34).
Finalmente, la resurrección de la hija de Jairo (5, 35-43).
Son cuatro milagros, como cuatro fueron las parábolas (contando también la explicación
del sembrador).
¡Y están contenidos en el espacio de 24 horas!
Evidentemente, se trata de otra construcción arquitectónica de Mc que organiza el tiempo
en clave teológica.
Lo que, ante todo, sorprende en estos cuatro milagros, es la constatación de que sólo los
apóstoles son testigos de ellos. Se esperaría una división más o menos así: la explicación de
las parábolas reservada a los discípulos. Los milagros, claros, evidentes, destinados a
todos.
Y, sin embargo, no fue así. La multitud aparece continuamente durante estos viajes
agitados, pero no asiste a los sucesos prodigiosos, es excluida de ellos.
El gesto imperioso de Jesús que calma el huracán es registrado sólo por aquellos que
están con él en la barca. Al empezar la travesía había, sí, otras embarcaciones, pero no se
habla más de ellas durante el dramático episodio.
El encuentro con el endemoniado es personal. La gente aparece al final, y sólo para
ocuparse de los cerdos...
La curación de la mujer acontece en medio de la gente, pero está como si estuviese
ausente, no participa, no se da cuenta de lo que ha sucedido (un secreto entre Jesús y la
mujer).
La gente se apiña en la casa de Jairo. Alborota. Y es alejada. Y ni siquiera todos los
apóstoles, sino solamente tres son admitidos, junto con los padres.
Por tanto, prodigios destinados a significar algo sobre todo para los apóstoles. Se diría
que, como en las parábolas, también aquí tenemos una revelación "en privado".
Son los discípulos los que deben comprender, los que deben «leer» estos prodigios. Una
vez más el significado se desvela sólo a los que «están con él».
Hay una ligazón estrecha entre la enseñanza de Jesús y sus actos. Tanto las parábolas
como los milagros esconden un secreto que únicamente pueden descubrir los discípulos,
aunque todavía no haya llegado el momento de manifestarlo públicamente.
MIGRO/SIGNO: No olvidemos que -como precisa X. L. Dufour-, frente al milagro, el
hombre bíblico no se pregunta tanto acerca de su posibilidad, cuanto sobre su significado.
No se pone a sutilizar (como el hombre moderno) si ciertos prodigios son «escasamente
probables pero no fundamentalmente imposibles» (E. Schweizer), sino que se preocupa por
captar el «signo» que Dios hace a los hombres a través de aquel suceso estrepitoso, y que
es posible «reconocer» solamente desde la fe.
Entre otras cosas, los cuatro milagros, se insertan en un movimiento particular. Se puede
advertir incluso una progresión: de la tempestad calmada (1) a la resurrección. El poder de
Cristo se extiende desde los elementos naturales a la muerte, pasando a través del
territorio pagano (Gerasa) y la impureza legal (hemorroísa).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 236-237)


22 - JESUS CALMA LA TEMPESTAD DEL LAGO
Mc/04/35-41   Mt/08/23-27   Lc/08/22-25
MIGRO/TEMPESTAD

Un buen ensayo narrativo
(aunque sin incomodar a Virgilio...).
Una narración viva, rica en detalles pintorescos e indicaciones precisas, ya cronológicas,
ya acerca de circunstancias marginales (Jesús es tomado «asi como estaba», se hace
referencia a las otras barcas sin que haya para eso un motivo especial, se habla del
cabezal...). Los numerosos presentes históricos que lo salpican sirven para hacer más viva
la escena.
Hay comentaristas que hacen continuas referencias a la Eneida. La cosa es lisonjera para
Mc, que demasiadas veces ha sido acusado de no saber tener la pluma en la mano (aparte
los dedos cortos), o de usarla como un azadón. Ahora se sacan a relucir nada menos que a
los clásicos. Y, naturalmente, existe exageración tanto en esta vertiente del aprecio, como
en la de la detracción. Tanto más que queda por demostrar el... detalle de que Mc haya
leído a Virgilio.
Será suficiente dejar constancia de una narración bien lograda, de corte inconfundible. Mc
ofrece aquí un ensayo discreto de sus cualidades literarias, favorecido, sin duda, por su arte
de «narrador», además de por el material que tenía a disposición.
Entre otras cosas, este es un ejemplo significativo de «narración visualizada». Mc usa la
técnica del contraste.
1. Una panorámica acerca de los elementos desencadenados y un primer plano
sorprendente de Jesús que duerme (v. 37-38a).
2. El contraste se desplaza hacia los rostros. Rabiosamente desesperados los de los
discípulos. Calmoso, majestuoso, lleno de autoridad, el de Jesús, que expresa dominio
sereno de la situación. Los unos vencidos por las circunstancias desfavorables, el otro
dominador (38b-39a).
3. El tercer tiempo se abre con una panorámica a campo abierto: el mar quedó en calma.
Y, por contraste, los apóstoles llenos de temor (39b-41).
A estos contrastes visibles, se puede añadir otro que aflora entre lineas. Al principio son
los discípulos-pescadores los que «se ocupan» del Maestro, se encargan ellos, es asunto
suyo... Al final, es Jesús quien debe ocuparse de los pescadores, que se encuentran en una
situación difícil. Son ellos los que quieren «conducirlo» a la otra orilla. En realidad, es él
quien les desembarca en tierra, salvos.

La travesía
Pero examinemos más detalladamente el texto.
Recibida la orden de pasar a la otra orilla (v. 35), los discípulos asumen la dirección de la
operación (parece que Jesús no debe hacer otra cosa sino dejarse transportar). La barca,
que había servido de cátedra durante todo el dia, ahora vuelve a su destino normal.
La presencia de las otras barcas (v. 36), a las que se hace alusión, recuerda una escena
bastante familiar en el ambiente del lago de Tiberíades: por la tarde se adentran en el lago
para ir a pescar y todo el espejo de agua está salpicado de barcas que se van apagando
en la oscuridad.
Quizás también los apóstoles piensan aprovecharse de la travesía (unos diez kilómetros)
para pescar. Es una manera de volver a la realidad de cada día y a sus exigencias
concretas. El famoso "pie plantado en tierra" de Mc (aunque aquí estemos en el mar).
Las tempestades, imprevistas y furiosas, son también un elemento característico de este
lago, que es como un barreño encajonado por tres lados en medio de las montañas.
Los vientos del suroeste se enfilan en aquel embudo a través de la abertura meridional y
desencadenan borrascas violentas, levantando olas cortas e impelentes.
Los pescadores, incluso los más endurecidos por la experiencia, temen estas
tempestades y andan con mucha cautela. Aun hoy «y no obstante el progreso en su
equipamiento, dudan... de emprender la travesía cuando existe amenaza de viento» (X. L.
Dufour).
Además, las paredes escarpadas hacen de caja de resonancia y el aullido de la tormenta
asume tonos temerosos. El lenguaje hebreo (y el árabe) tiene una expresión típica: el viento
no aúlla, como decimos nosotros, sino que ladra como si fuese un perro. En este contexto
adquiere un relieve particular el verbo usado por Jesús «¡cálmate!» (v. 39), que se traduce
literalmente por cállate, ponte el bozal.
Jesús ha sido colocado en popa, el puesto que normalmente es asignado al huésped
importante. Le han puesto bajo la cabeza un cabezal (v. 38), más o menos embutido,
forrado de piel, o quizás, más probablemente, una alfombra, una estera, o el banquillo de
madera que usa el timonel (quien también está en la parte posterior de la barca, para
controlar sus movimientos).
Es la única vez, en el evangelio, en que es presentado Jesús mientras duerme. Y es una
circunstancia dramática.
El sueño es la consecuencia normal de una jornada fatigosa como la que habian pasado.

Pero el sueño de Jesús expresa también su serena confianza en la capacidad de los
«suyos». El ha cumplido su cometido. Ahora les toca a ellos. ¡Qué caramba, son de este
oficio!
Se inclina uno a pensar que quizás la barca iba sobrecargada, si los doce, todos, han
subido en ella. Pero nada prohibe sostener que alguno puede haber subido en las otras
barcas, de las que ya nada se dice. (Lagrange afirma, tranquilamente, que deben haber
vuelto de prisa, o también... que han sido dispersadas por la tempestad. No es una
diferencia despreciable).

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
Alguno ve un «matiz» de reproche. Para ser un matiz es más bien... acentuado, hasta
traspasar la línea de los buenos modales. Lc y Mt prefieren evitar este reproche y
presentan a los discípulos más «controlados» .
V. Taylor no duda en afirmar: «El grito de los discípulos expresa indignación y miedo».
Más que justificado por el hecho de que se están hundiendo.
«Habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar...» (v. 39). Jesús se dirige a los
elementos inanimados como si estuviese interpelando a personas. La cosa no debe
sorprender. Tengamos presente, en efecto, que, según una cierta mentalidad de la que la
Biblia con frecuencia se hace eco, el mar era considerado como «el receptáculo de las
fuerzas del mal que Dios sólo puede domar» (J. Radermakers). Es el lugar donde habitan y
se desencadenan las potencias demoníacas (2).
Así pues, el gesto de Jesús indica el poder de Dios que manda también al mar y exorciza
la fuerza infernal que está encerrada dentro (3).
Por otra parte, Jesús no interviene después de haber invocado al Padre. Su gesto
expresa el poder propio de Jesús.
Pero hay algo más. El Maestro se está dirigiendo hacia el territorio pagano de la
Decápolis, luego hacia el dominio incontrastado del demonio (según la mentalidad
corriente). Es natural que el adversario se desencadene para impedírselo por todos los
medios.
Es interesante advertir cómo Mc usa las mismas expresiones («increpó», «¡calla!
¡enmudece!») empleadas en la liberación del endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún
(1, 25). También allí, el enemigo había advertido inmediatamente el peligro de aquella
presencia: «¿Qué tienes tú con nosotros?... ¿Has venido a destruirnos?...». (1, 24).
El demonio intenta disuadir violentamente a Jesús para que no se «mezcle» en sus
asuntos, para que no invada su territorio, en donde él se encuentra bien.
Más allá del simbolismo usado, los discípulos toman nota de la lección: las fuerzas del
mal obstaculizan por todos los medios la difusión del evangelio. La evangelización pasa
necesariamente a través de las tempestades, oposiciones, rechazos (¡he ahí la travesía!).
Y también la comunidad primitiva, sacudida por la tempestad de la persecución, es
invitada a reflexionar en que "es portadora" de una fuerza, que, aunque revestida de
debilidad (el sueño de Jesús), puede vencer todas las fuerzas hostiles.

«Y les dijo: "¿Por qué estáis con tanto miedo"» (v. 40).
Después de haber conminado a la tempestad, ahora Jesús reprocha a sus discípulos por
su miedo (4).
«¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40).
La fe, de la que carecen los apóstoles, no se refiere a la persona de Jesús y a su poder
milagroso. Es la «fe en Dios, en la solicitud del Padre: la que él demostraba cuando dormía
tranquilamente sobre el cabezal» (V. Taylor).
Así, el sueño de Jesús se carga de otro significado (además del inevitable cansancio
físico y de la confianza en sus hombres): «descubrir, a través de su silencio, de su aparente
ausencia, la presencia de aquél que todo lo puede» (X. L. Dufour).
Cierto, también aquí Mc juega con el efecto-contraste: los apóstoles reprochan a Jesús
su «desentenderse» del drama que les embiste. Y él da la vuelta al reproche. Y denuncia
su «desentenderse» respecto al abandono confiado en el Padre.
Pero, al mismo tiempo, Jesús orienta la mirada de los apóstoles llevándola de la atención
a su poder, que domina las fuerzas adversas de la naturaleza, a aquel otro poder -del que
ellos desgraciadamente estan desprovistos-, que se llama fe.
Y sólo abriéndose paso a través del miedo, es cuando la fe puede alcanzar la tierra de la
libertad y afrontar al enemigo en su mismo terreno.

«...Ellos se llenaron de gran temor» (v. 41). TEMOR:
Es el contraste que constituye la tercera escena, que mencionamos al principio. Con la
calma del mar se encuentra la turbación que embiste a las personas. Se diría que la
tempestad calmada sobre las aguas ha sido transferida al ánimo de los discípulos.
Esto, de todos modos, no es otra cosa que el «temor reverencial», que sobrecoge al
hombre ante la manifestación de Dios. Cuando somos tocados por la acción de Dios, nos
sentimos como sacudidos por un escalofrío. Es un temor en el que se mezclan el estupor, el
susto, el sentido de la propia indignidad, el respeto, el amor.

«Se decían unos a otros: Pues ¿quién es éste?...» (v. 41).
Parece que Jesús se haya despertado (v. 39), sobre todo, para avivar en el corazón de
los discípulos el interrogante fundamental acerca de su identidad.
Jesús resuelve una situación crítica al exterior para provocar una «dentro». Y con un
único fin: la salvación.
Dijo, y suscitó un viento de borrasca,
que entumeció las olas;
subiendo hasta los cielos,
bajando hasta el abismo,
bajo el peso del mal su alma se hundía;
dando vuelcos, vacilando como un ebrio,
tragada estaba toda su pericia.
Y hacia Yahvé gritaron en su apuro,
y él los saco de sus angustias;
a silencio redujo la borrasca,
y las olas callaron.
Se alegraron de verlas amansarse
y él los llevó hasta el puerto deseado (Sal 107, 25-30).

Dentro de la narración
Pero es necesario leer aún alguna cosa más precisa en este relato. Ciertos estudiosos se
las arreglan enseguida negando el valor histórico de la narración que iría relegada al
campo de los mitos. Partiendo del principio: el milagro entendido como «transgresión de las
leyes fisico-químicas», que rigen el universo, es imposible, niegan toda credibilidad a esta
página.
Los más benévolos están dispuestos a ver aquí un episodio milagroso sólo en apariencia.
Se trataría, en efecto, del concurso, puramente fortuito, de circunstancias favorables. El
viento se calmó por casualidad. ¡Y precisamente en el instante en que Jesús lo «conminó»!

Para ciertos predicadores de un pasado no excesivamente lejano, por el contrario, que
no podían ni soñar en poner en duda el carácter milagroso del episodio, la interpretación
resultaba más bien expedita: la barca era nuestra existencia siempre a merced de las
pruebas y dificultades de todo género. Pero lo importante era tener a Jesús a bordo y todo
andaría mejor. En suma, Cristo como amuleto, póliza de un seguro que nos garantizaba
contra todos los infortunios del viaje. Aparte del mensaje de confianza, no es que la
narración de Mc quiera decir esto.
X. L. Dufour invita a poner un paralelo de los dos textos: liberación del poseso en la
sinagoga de Cafarnaún y éste que estamos comentando. Así:

Mc I Mc 4
Presentación del enfermo Descripción de la tempestad
23. Había entonces en la sina- 37. En esto, se levantó una
goga un hombre poseído por fuerte borrasca y las olas irrum-
un espíritu inmundo. pían en la barca, de suerte que
ya se anegaba la barca.

El endemoniado ¿interpela a Jesús Los discípulos gritan a Jesús
23b. Se puso a gritar: 38. Le despiertan y le dicen:
24. «¿Qué tienes tú con noso- "Maestro, ¿no te importa que
tros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido perezcamos?".
a destruirnos?».

Jesús reprocha y manda al de- Jesús reprocha y manda a la
monio tempestad
25. Jesús, entonces, le conmi- 39. El, habiéndose desperta-
nó: «Cállate y sal de él». do, increpó al viento y dijo al
mar: «¡calla, cálmate!».

Efecto provocado Efecto provocado
26. El espíritu inmundo agitó 39. El viento se calmó y so-
violentamente al hombre y brevino una gran bonanza.
dando un grito, salió de él.

Efecto sobre los testigos Efecto sobre los testigos
27. Todos quedaron pasma- 41. Ellos se llenaron de gran
dos de tal manera que se pre- temor y se decían unos a otros:
guntaban unos a otros: «¿Qué "Pues ¿quién es éste que hasta
es esto? Manda a los espíritus el viento y el mar le obedecen»?
inmundos y le obedecen».

Se cae en la cuenta inmediatamente de que Mc, al referir los milagros, tanto los de la
naturaleza como los de las personas, se sirve de un bastidor fijo, sobre el que mete
libremente los detalles que «hacen» más vivaz la escena.
Ahora, en los dos textos que hemos confrontado, sale inmediatamente dejando, en la
segunda narración, un lugar vacío. He saltado el v. 40. Esto no está bien, pues no resulta
homogéneo respecto de la narración paralela. Y precisamente esto hace sospechar y nos
da la clave para una interpretación del milagro.
Mc, al utilizar una selección de milagros preexistente, habría añadido a posta este
versículo, que le venía bien para la situación de la comunidad a la que se dirigía su
evangelio.
Así pues, es sobre todo este versículo el que hemos de tomar en consideración para una
interpretación completa del episodio (además de aquella que hemos dado ya, comentando
el milagro). Entendámonos: no tenemos un milagro «construido» a posta para suministrar
una enseñanza catequética. Tenemos una narración de un milagro con un apéndice
catequético.
«Y les dijo: "¿por qué estáis con tanto miedo? ¿cómo no tenéis fe?"» (v. 40).
En la narración del milagro la orientación teológica mira a plantear la pregunta
fundamental acerca de la identidad de Jesús, como ya sucedió en el episodio de la
sinagoga de Cafarnaún: «¿Qué es esto?» (1, 27), «Pues, ¿quién es este?» (4, 41).
La aplicación catequética subraya, por el contrario, el miedo y, sobre todo, la falta de fe
de los discípulos. Estos no son reprochados porque no tienen fe suficiente. Sino porque no
tienen todavía la fe, a pesar de todo lo que han visto y oído.
MIEDO: X. L. Dufour hace notar que la palabra usada («miedosos») expresa la postura
del hombre que, frente al peligro, reacciona como si Dios no existiese. Sólo si se libra de
esta angustía, el hombre puede entrar en la paz que le da su Dios (esa paz que está
simbolizada por la calma de las aguas, y, antes aún, por el sueño de Jesús, verdadera
«anticipación» del milagro).
Sintetizando: el milagro está construido en clave prevalentemente teológica, mientras que
el apéndice catequético revela la preocupación de educar en la fe y en la confianza en
general.
La elaboración de la comunidad primitiva, de todos modos, no ha contaminado la
historicidad del milagro. Si hubiese sido inventado, no habría esa sobriedad, esa aridez que
lo caracterizan. Apuntaría ciertamente un elemento como la oración. Los discípulos,
miremos bien el detalle, en vez de recitar un salmo, no dudan en reprochar duramente a
Jesús. Todo esto no puede ser fruto de una imaginación «piadosa».
Ni tiene consistencia la comparación con Jonás, aunque los elementos de semejanza son
numerosos (y no sólo de orden lingüístico).
Pero bastaría subrayar las diferencias sustanciales: en el caso del profeta los elementos
se desencadenan como castigo por su desobediencia. Aquí, por el contrario, la tempestad
se desencadena cuando Jesús se dirige a un territorio pagano, para cumplir la misión que
se le ha confiado. El sueño de Jonás es el sueño de alguien que se desentiende; el de
Jesús es el sueño del abandono confiado. En el caso de Jesús, los testigos quedan
sorprendidos y admirados; en el de Jonás no hay absolutamente nada que adminar.
Concluyendo, la fe pascual de los narradores, aunque se refleja en el relato que nos es
transmitido, no por eso la manipulan a capricho y de una manera sustancial.
Los narradores primitivos no construían sus relatos a tenor del significado que llevaban
en la mente. Se sentían libres de elegir los más signifcativos para la perspectiva que les
interesaba.


PROVOCACIONES
1. No. Tener a Cristo en nuestra barca no significa estar seguros de que todo irá bien, a
pesar de la tempestad.
Significa estar convencidos de que todo marcha muy bien en medio de la tempestad.
No se llega a puerto a pesar de la borrasca, sino a través de la borrasca.
Jesús no nos asegura contra los riesgos del viaje, no nos garantiza el «tiempo estable».
Nos pide un puesto, y basta.
...Quizás olvidemos que el fin, el destino de nuestro viaje es él.
Los apóstoles no llegaron cuando tocaron la otra orilla, sino en el mismo momento en que
han subido a Jesús a la barca.
(...Y además, ¿quién ha dicho nunca que la barca sea nuestra?).

2. El episodio de la tormenta calmada nos remite a la lucha sostenida por Cristo contra
las potencias del mal y de la muerte en su pasión. Aquella será la verdadera tempestad que
caerá sobre él y que amenazará con engullirlo junto con sus discípulos temerosos y
vacilantes.
Entonces se cambiarán los papeles.
Estarán los discípulos durmiendo, mientras Jesús vela y lucha.
Pero aquel será un sueño culpable, el sueño del desentenderse, de la no participación en
la aventura.
El sueño de Cristo significa una ausencia-presente.
Mi sueño, con mucha frecuencia, es una presencia-ausente.
Con Jesús se corre siempre el peligro de equivocarse, incluso en el modo de dormir.

3. Recientemente los teólogos han inventado la "teología de la muerte de Dios".
D/SUEÑO D/SILENCIO:
A través de todo el antiguo testamento (además de la narración del evangelio que hemos
comentado) se puede conseguir una "teología del sueño de Dios" (5). Si quisiéramos
reconstruirla, se podrían lograr desarrollos interesantes. ¿No hay algún teólogo dispuesto a
intentarlo?
Desde mi perspectiva me limito a subrayar cómo las dos teologías, en el fondo, nos
ayudan a purificar la idea que nos hacemos de Dios, de su acción, de sus manifestaciones.

La fe exigida no es cualquier fe (los que dicen: «todos creen en algo...»).
Es sólo aquella fe que en continua purificación, en un profundizar a la luz del misterio de
Cristo, pierde poco a poco las pretensiones de imponer a Dios los modos de intervención
ligados a nuestros esquemas, a nuestras exigencias, para aceptar sus comportamientos
que desmienten regularmente nuestras esperas y destruyen las imágenes que hemos
fabricado.
Se trata de tener fe no sólo porque Dios «vela».
Es necesario fiarse también de un Dios que «duerme».

4. Tiene razón Mc, probablemente.
Primero has colocado aquel mar desgreñado.
Después has arreglado las cuentas con tus amigos.
En tu reproche, quizás, estaba también el enfado.
Porque te habían arrancado un milagro sin la fe.
No te habías dado cuenta, en el acto.
Cuando te has querido percatar, ya estaba hecho.
Al menos una vez, de todos modos, te has contentado con una fe... sucesiva.
Me dan ganas también a mí de pedirte que me anticipes un milagro, que estaría
dispuesto a pagar apenas haya juntado un discreto ahorro de fe.
Pero, quizás, es mejor que me adelantes tú la fe.
Sí, tengo necesidad de que tú tengas un poco de fe.
Y yo, pues verás, te haré un pequeño milagro.

CONFRONTACIONES

Especialistas en emitir boletines meterológicos
Estamos más habituados a emitir boletines metereológicos que boletines sobre nuestra
salud. O, en términos más transparentes, formulamos acusaciones de manera que
podamos tener siempre una pronta autojustificación. De hecho la comunidad primitiva
advierte las dificultades que la deterioran: ¡viento, agua, borrasca! Pero confiesa sobre todo
su miedo que agranda las dificultades, y la debilidad de su fe que se quiebra en el salto
cualitativo de descubrirle, despierto y vigilante, en el sueño.
Nosotros, por el contrario y por mala costumbre, continuamos quejándonos de los
tiempos y las situaciones: no nos viene nunca bien el agua, y siempre tenemos algo que
decir de los vientos; expresamos acusaciones y lamentos, teniendo casi el carisma de la
maledicencia, de la imploración y del miedo. Hemos criticado cualquier cambio cualquier
restablecimiento social y revolución: el normal y providencial desarrollarse de la humanidad,
su nuevo modo de autocomprenderse, son vividos como ciclón y ruina, si no como atentado
traidor.
Pero ¿por qué no nos preguntamos si está aquí exactamente el punto central del asunto?
Y si él se levantase y dijese: «De acuerdo, ¡el viento y el agua! Pero, en cuanto a la fe
¿cómo andamos?...» (Una comunità legge il vangelo di Marco, o. c.).

Temor de no dejarse atrapar
Del miedo grande se hace mención sólo al final, después de la salvación. Es un miedo
mas grande que el de la tempestad: no se identifica con la angustia, pero puede
acompañarse con una completa confianza en la gracia de Dios, porque el hombre sólo teme
una cosa: el no dejarse aferrar de verdad por esta gracia, el no encontrarla de verdad.
Es, pues, el temor de la presencia de Dios, o, más exactamente, del sobrevenir de Dios
sobre nosotros, el temor de su actuación, no en un espacio concebido teóricamente, sino
en el espacio en que concretamente vivimos... (E. Schweizer, o. c.).

El milagro más descorazonador
Quizás este milagro es el más trágico, el más descorazonador de todos. Esta cabeza que
duerme es la lección más necesaria y menos escuchada de todo el libro. Porque la religión
de Cristo querría ser la religión sin milagros: su mensaje está todo en este dormir suyo en el
fondo de la barca, en este sueño absurdo y obstinado de muchacho. Y nuestros pocos
santos no son más que durmientes en la tempestad, en medio de nosotros que los
sacudimos locos de miedo. (L. Santucci, Volete andarvene anche voi?, Milano 1969).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 238-249)
................
1) Algunos autores consideran el episodio de Cristo que calma la tempestad como una segunda edición de
la narración de Cristo que camina sobre las aguas (Mc 6, 45-51), y tienden a absorber uno en el otro.
Entre los motivos aducidos está también el del v. 40: «¿Cómo no tenéis fe?» y el consiguiente reproche,
sería «prematuro» en este momento. Sería necesario. en suma, esperar todavía algún... milagro antes de
mover con fundamento. aquella acusación contra los apóstoles. ¡Me parece una cosa gorda! No me paro
a discutir sobre otros temas de carácter literario. Pero que haya estudiosos empeñados en establecer
cuándo Jesús tiene derecho a esperar la fe de los «suyos» me parece un poco... grotesco. Lo menos
que se puede decir es que este no es su campo. De hecho, para lesús. se está siempre en retraso de
fe... Tanto al principio como al fin. Cf. A. Nisin. Hisioria de Jesus Barcelona 1969.
2) Cf. sobre todo Job 7. 12: Is 27. 1: 51, 9 s: Dan 7: Ap 13. 1.
3) Cf. Sal 76, 17-21: Sal 103, 25-26 sobre todo. es oportuno leer el Sal 106. 23-30: algunas expresiones son
el marco mas preciso para encuadrar este episodio.
4) En el relato paralelo de Mt. se coloca primero el reproche y después el milagro. Mc, también aquí, aparece
el más realista.
5) Sobre todo, los salmos ofrecen un amplio material a este respecto. Cf., por ejemplo, Sal 43, 24; 34, 23;
58. 5-6; 77, 65. Además, Is 51, 9-10.


23 - EL ENDEMONIADO DE GERASA
Mc/05/01-20   Mt/08/28-34   Lc/08/26-39
MIGRO/ENDEMONIADO

Los puercos estropean la narración
Si no apareciesen ellos, no habría dificultades.
Pero con esos dos mil cerdos que hay que colocar en su sitio, esto se convierte en «una
de las narraciones más extrañas de Mc».
Los más radicales lo confinan en el mito.
Algún otro admite que, sí, en el origen debía ser un simple relato de curación o de
exorcismo, al que se le pegaría la cola bastante burda de una leyenda popular sobre el tema
de «un demonio enjaulado». Y, así como para los hebreos los cerdos son animales
detestables por impuros, a algún «piadoso israelita» no le ha parecido verdad aprovechar la
ocasión para eliminar a dos mil de un golpe (junto con el demonio).
Un estudioso de la categoría de J. Jeremías, después de haberse arriesgado afirmando
que «la materia de los relatos milagrosos disminuye muy considerablemente, cuando la
sometemos a un análisis de crítica literaria y lingüística», nos ofrece un retazo atrevido de
esta «criba», demostrando cómo los dos mil puercos nacieron de un... error de traducción
(un criador de la región de Extremadura, aquí, estiraría las orejas... se podría probar, este
método de reproducción de cerdos se presta a interesantes ventajas, y no cuesta nada,
basta con equivocarse en una palabra).
Más o menos así. La palabra aramea ligjona significa lo mismo legión que legionario. El
espíritu inmundo habría respondido a Jesús: «Me llamo soldado, porque hay muchos como
yo». El traductor, sin embargo, habría escrito «legión». Por tanto, además de colocar un
regimiento entero en el pobre hombre de Gerasa, se habría visto obligado a renglón
seguido a encontrar una colocación inmediata al número, una vez que Cristo los había
echado. ¡Y he ahí la leyenda de los dos mil cerdos!
En suma, Jeremías admite la buena fe del autor, considerándolo víctima de un infortunio
lingüístico.
Personalmente, prefiero la simplicidad de Mc.
Pero, querría hacer alguna objeción, así por las buenas:
1. Es muy curioso que uno diga el nombre propio refiriéndose al oficio que, como él,
tienen muchos otros.
2. ¿Y si el equívoco consistiera, por el contrario, en no poder soportar aquellos dos mil
cerdos? ¿Y si, más que ante un accidente lingüístico, estuviéramos frente a un caso banal
de alergia por motivos ideológicos? O sea, admito que de una palabra equivocada se pueda
hacer comparecer, de improviso, dos mil cerdos; pero puede suceder que, teniendo que
hacer desaparecer por cuestión de principio dos mil cerdos, se llegue, no a un ejercicio de
crítica, si no de acrobatismo lexicológico.
Pido excusas. Pero debo aún hablar de cerdos. Sí, porque algunos estudiosos -esta vez
son aquellos que rechazan la hipótesis de la leyenda- han tomado el metro y han ido a medir
las distancias.
Gerasa dista al menos cincuenta o sesenta kilómetros del lago.
Demasiados. Los puercos habrían muerto extenuados a lo largo del camino y no
ahogados.
Mateo habla de Gadara. Nuevas mediciones. Son diez kilómetros, una cosa más
razonable.
Pero algunos no quedan aún satisfechos. Orígenes propone otro nombre: Gergesa, y
tendría la ventaja de poseer un precipicio a pico sobre el mar, lo ideal para echarse abajo.
Van a buscar. La ciudad ya no existe. Estaría, en su lugar, Kerza o Cursa. La pega es
que la zona es casi llana, y desprovista de precipicios.
Pero un par de kilómetros más allá se llega a saber que existía una localidad provista de
un promontorio escarpado. Esos se precipitan (los estudiosos, quiero decir), miden el
despeñadero: cuarenta y cuatro metros de altura, más que suficiente.
Pero hay aún quien hace notar que faltan los sepulcros en aquellos parajes. Es verdad.
Pero se les encontraría a sólo cinco kilómetros de distancia (que el endemoniado camine
un poco no es problema, evidentemente). Así pues, todo en orden.
(El texto evangélico, sin embargo, habla genéricamente de la «región de los gerasenos»)
(v. 1). Nada impide sostener que el territorio de Gerasa se extendiera hasta casi el lago. O
que el evangelista quisiese decir simplemente: hacia Gerasa).
Y decir que hay gente que ha acusado a Mc de haber montado, con este relato, un
«western cristológico»...
Personas serias, sin embargo, han organizado un pequeño festival del ridículo.
Todo por culpa de los cerdos.
También los habitantes de Gerasa, pensándolo bien, habrían estado dispuestos a digerir
el asunto, sino hubiera existido "lo de los puercos" (v. 16).
Pero la diferencia está en el hecho de que aquellos querían a los cerdos, y cómo.
Mientras que ciertos estudiosos no quieren saber nada de ellos.
Los gerasenos quedaron bien fastidiados por la pérdida.
Los críticos están irritados por su presencia.
Y Mc se ve obligado a descontentar a unos y otros.

Secuencias agitadas
Tiene razón P. Lamarche. Es necesario leer el episodio y gustarlo sin excesivas
complicaciones intelectualistas y sin quedar enredados ya desde el principio en problemas
que normalmente atormentan a los pedantes, y sobre los que discuten sin parar: ¿uno o
dos endemoniados? ¿Al principio, quién habla: el hombre o el demonio que lo «ocupaba»?
¿Cómo interpretar, en términos modernos, los casos de posesión diabólica; a qué
enfermedad mental se refieren? ¿A título de qué se puede justificar, desde un punto de
vista moral, el exterminio de los cerdos? ¿Dónde colocar geográficamente el episodio?
¿Qué valor histórico puede atribuirsele?
Todos estos problemas, aunque tienen su legitimidad y un peso innegable, no deben
hacernos perder de vista los aspectos más importantes de una narración que, aunque
presentada en forma popular y con alguna concesión a lo pintoresco, tiene un encanto
innegable y una profundidad que debemos descubrir.
P. Lamarche, por su parte, subraya los tres ángulos diversos desde los que los sinópticos
presentan el episodio.
Mateo: «ve en esta escena una prefiguración de la pasión».
Lucas: «pone, sobre todo, en evidencia al hombre víctima del demonio, y la salvación que
le viene dada por la omnipotencia de Jesús».
Marcos: «Jesús, con un cierto cansancio, pero también con una pizca de habilidad,
triunfa sobre las fuerzas demoníacas. Y del lado opuesto, ante la mala voluntad de los
hombres, el hijo de Dios está desarmado: echado, aparentemente vencido, se aleja; pero
deja en este territorio un testigo».
Hemos anticipado así el significado. Ahora podemos leer la página en su conjunto.
Mc también aquí «piensa en imágenes». Y nos presenta, no un cuadro estático, sino una
sucesión de escenas en las que el diálogo y el movimiento tienen una importancia
fundamental. Y también la ambientación externa es acertada.
Son secuencias que hacen pensar en la técnica cinematográfica.
Podemos analizar así su «escenografía».

1. Jesús se encuentra de improviso frente al endemoniado (v. 12).
De entrada, una especie de desilusión (quizá todavía la oscuridad de la noche rota a
pedazos por los primeros resplandores del alba; el desembarco, los primeros pasos en un
territorio inexplorado...), con un primer plano fulminante sobre este personaje estrambótico
y poco tranquilizador.

2. Descripción de las costumbres del endemoniado y de sus relaciones con los otros
hombres (3-5). Esta secuencia, en términos cinematográficos, se llama flash-back:
interrupción de la narración para reevocar un episodio o una situación precedente. Y es
aquí donde muchos comentaristas, a mi parecer, se dejan deslumbrar un poco cuando
hablan de narración mal hecha, añadiduras, repeticiones. No, Mc nos ha presentado de
golpe al protagonista y ahora nos lo explica volviendo un poco hacia atrás.
Siguiendo con el lenguaje cinematográfico, el v. 6 es un fundido, porque forma parte
tanto de la secuencia que estamos analizando como de la siguiente. O sea sirve para
retomar la narración en el punto donde había sido interrumpida. También aquí, muchos se
han equivocado diciendo: ¡pero cómo!, el endemoniado estaba ya delante de Jesús (v. 2), y
ahora se dice que «al ver de lejos a Jesús» (v. 6)... ¡Qué incongruencia! Nada de
incongruencia, sino un modo más bien hábil de narrar.

3. Diálogo y lucha (6-10). Es la secuencia más dramática, en la que el diálogo tiene una
función dominante.

4. Episodio de los cerdos (11-13). Como de costumbre, Mc nos hace caer en la cuenta de
ciertas presencias cuando lo necesita, o sea cuando entran en escena. Su estilo es
descriptivo en relación al desarrollo de la acción. No existen casi nunca en su narración
panorámicas «preparatorias». Repara en alguien cuando éste tiene algo que decir o que
hacer. Una secuencia decididamente espectacular.

5. Reacción de los testigos y de la gente que llega después de haber sido informada del
hecho (14-16). También aquí el diálogo resulta esencial, pero también la expresión de los
rostros: excitación, susto, enojo, preocupación, fastidio, mal disimulada irritación. Quizás un
velo de amargura en el rostro de Cristo, que no habla en toda la escena, sino que es
obligado a volver hacia atrás.

6. Despedida del hombre liberado y «proclamación» del hecho ( I 8-20)
He tenido necesariamente que descomponer el hilo de la narración en varias secuencias.
Pero esto no nos debe impedir el dejarnos llevar por la narración en su fluir continuo.
Es un episodio para leer y releer, para «verlo» muchas veces, en su enredo de
ingenuidad y de habilidad, de fuerza y de delicadeza, de pintoresco y de misterioso.
Se queda uno «atrapado», sin duda. Pero no sólo por la emoción estética.
Todavía una nota: en todo el episodio los apóstoles, que sin duda están presentes, no
son nombrados ni una vez.

Lectura del texto
Después de haber «visto» el relato en su conjunto, examinémoslo más detalladamente.
Puede ser el amanecer. La travesía, que normalmente no debía superar las dos horas, se
ha prolongado sin duda por la tempestad. Y, quizás, los apóstoles han empleado parte de la
noche en pescar.
Y como ahora el mar ha quedado en calma, cualquier atracada puede ir bien.
El endemoniado viene de los sepulcros, probablemente tumbas excavadas en las rocas.
El término «sepulcros» se repite tres veces. Quizás una alusión velada al hecho de que los
demonios tienen algo que ver con la muerte y no con la vida. O también que sus
conciudadanos ya le habían "excluido", lo consideraban irrecuperable.
En Palestina, de todos modos, no era extraño que la pobre gente habitase en cualquier
caverna-tumba, adaptándola del mejor modo posible.
Por otra parte, los gerasenos consideraban al pobre hombre como un peligro público y,
no pudiendo hacerle razonar (con las cadenas), a ellos les iba bien que hubiera encontrado
un lugar en aquel ambiente. Y él allí se siente al resguardo de ellos. Paradójicamente, un
lugar seguro para todos, aunque por motivos opuestos.
Se desprende de toda la narración que los habitantes de Gerasa parecen tener una
única preocupación: no ser molestados.
Ahora el «monstruo» no daba fastidio a nadie. Extraño, sí. Tenía la pésima costumbre de
llevar de paseo su propia desnudez, pero su itinerario estaba circunscrito a los precipicios
de la montaña. Y daba alaridos con frecuencia. Pero aquellos gemidos bestiales llegaban
filtrados por la distancia, y además se habían acostumbrado a ellos. Y podían dormir con la
conciencia tranquila. Y, de día, dedicarse a los propios quehaceres, esto es, a los puercos.

El endemoniado tenía siempre piedras entre las manos, lo que no era precisamente
tranquilizador, pero al menos tenía el buen gusto de usarlas exclusivamente contra su
propio cuerpo. Y era de esperar que, un buen día, se diese un poco más fuerte que de
costumbre. Así les habría liberado definitivamente de su presencia molesta.
Pero volvamos al encuentro con Jesús.
La primera reacción del endemoniado es de correr hacia aquel extranjero (ya no lo hace
con nadie; quizás intuye inmediatamente que el recién llegado no lleva ni las cadenas ni los
cepos). Pero, al mismo tiempo, le ruega que le deje en paz. Atracción y repulsa. Un bello
tema para acometerlo en clave psicológica. Y esto es precisamente lo que debemos evitar.
Normalmente Mc es sensible a las ambigüedades y a las contradicciones de la existencia,
y se limita a registrarlas, a documentarlas, sin recurrir a la psicología para resolverlas.
Los v. 4 y 5 nos informan acerca de lo que los otros han hecho a este hombre y lo que él
se hace a sí mismo. Cadenas en las muñecas y cepos en los pies. Se han limitado a
volverlo inofensivo, a defenderse de él. Gracias a esta información, adquiere relieve el
mandato final: «Cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo» (v. 19). Vete a contar que hay
alguien capaz de liberar a un hombre. Ve a decirlo a los que querían «liberarse» de ti, y
que estaban más preocupados por su tranquilidad que por tu salvación.
Por su parte, el hombre, «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los
montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (v. 5). El mal, pues, como fuerza de
destrucción, de disgregación del hombre. La agresividad hacia sí mismo pertenece a la
muerte y a la locura. El pecado es un «hacerse mal».
«Es un pobre hombre desconectado, desposeído de sus facultades y ya no dueño de sí,
hecho enemigo de sí mismo. Es quizás este el mal que Cristo ha venido a combatir, ese mal
"oscuro" que hoy llamamos alienación, que divide al hombre en lo profundo y lo empuja
contra sí mismo. El no ha venido sólo para reparar una injuria hecha a Dios. Al menos que
por injuria hecha a Dios se entienda, precisamente, esta alienación que nos aleja de su
amor y de nosotros mismos» (B. Maggioni).

«¿Que tengo yo contigo, Jesús, hijo de Dios Altísimo?» (v. 7).
Literalmente la expresión sería así: «Qué conmigo y contigo?» Se dan varias
traducciones, todas válidas: ¿Qué tienes en común conmigo? ¿Qué hay entre tú y yo?
¿Qué tengo yo que ver contigo? ¿Por qué te entrometes? ¿Qué te importa? Es la misma
expresión del endemoniado de Cafarnaún (1, 24).
Sólo que entonces Jesús es el «santo de Dios», mientras aquí es «hijo de Dios Altísimo»
(pero tampoco éste es un titulo mesiánico; el demonio reconoce -como observa Lagrange-
el origen absolutamente excepcional de Jesús, pero sin confundirlo aún con Dios; de
hecho, poco después, lo conjura "por Dios"). Algún otro estudioso destaca que era una
fórmula frecuente en el antiguo testamento en labios de los no hebreos. El demonios pues,
habla un lenguaje en sintonía con la región semipagana en la que se ha instalado.

«...Le decía: ¡sal de ese hombre!» (v. 8). Se cree, de todos modos, que el imperfecto
indica una acción que se repite porque el resultado se hace esperar.
Al llegar a este punto del diálogo hay que notar que el singular y el plural, el yo y el
nosotros, se alternan y se confunden. Es típico el v. 10 que había que traducirlo así: "Le
suplicaba con insistencia que no les echara".

«¿Cuál es tu nombre»? (v. 9). Jesús quiere saber el nombre, no del hombre, sino del
demonio. Según la creencia popular, en el exorcismo, saber el nombre lleva consigo un
poder sobre el adversario.
"Mi nombre es legión, porque somos muchos" (v. 9).
He aquí un muestrario de interpretaciones diversas a esta respuesta:
J. Radermakers: «Esta palabra evoca la guerra, la presencia del ocupante, la alienación
que constituía para el hebreo la dominación romana personificada por aquellos "puercos"
de legionarios)).
Bartlet (citado por Taylor): «Aplicándose a sí mismo este nombre, el endemoniado se
acoge a la piedad de Cristo. El nombre significa que él se siente un simple y puro cúmulo
de impulsos no coordinados y de fuerzas malas, sin unidad moral de voluntad; así pues, no
un sujeto, sino un conglomerado de muchos".
R. Fabris: «Frente al espíritu, que se declara legión, esto es, fuerza organizada de
destrucción, contrasta la fuerza de la simple palabra de Jesús».
G. Nolli: «Ocultándose tras el apelativo "legión", el demonio cree escapar de Jesús y de
poderle resistir".
P. Lamarche: «En cuanto al nombre "legión", designa probablemente la fuerza de división
y disgregación que está en el quehacer del endemoniado, pero sobre todo revela que la
entidad demoníaca aquí presente constituye una formidable potencia organizada".
Como se ve, para ser un «demonio enjaulado», es necesario reconocer que ha sometido
a una prueba dura la inteligencia de las personas serias.
Hay que advertir, de pasada, que una legión comprendía alrededor de seis mil soldados
(en este caso, y manteniendo la hipótesis de Jeremías, sería necesario triplicar el número
de cerdos).

«Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región" (v. 10).
El demonio empieza a capitular, debe ceder, aunque es «legión», frente al más fuerte.
Pero está intentando un acuerdo. Está dispuesto a dejar al hombre, no la región. Se trataría
de un compromiso basado en el cambio de domicilio.
Advirtamos que el verbo «suplicar» aparece cuatro veces en el curso del relato (v. 10, 12,
17, 18). Y siempre en referencia al quedarse o no en un determinado lugar.
Los demonios suplican a Jesús que no los eche de la región, que los mande a los
puercos. Los gerasenos suplican a Jesús que se vaya. El hombre liberado le suplica poder
«quedarse con él». Sólo en este último caso Jesús no escucha la petición.

«...Entraron en los puercos y la piara se arrojó al mar de lo alto del precipicio» (v. 13).
Tengamos presente, ante todo, que es un modo para describir la liberación. El demonio
es echado fuera hacia su lugar natural. El mal no debe considerarse como «en su casa» en
el hombre. Y el hombre se encuentra a sí mismo.
Según Lamarche, «el permiso dado por Cristo a los demonios no era sino una trampa:
creyendo que huyen, perecen y vuelven al mar que, según la mentalidad semita es el
receptáculo de las fuerzas malas». La misma mentalidad bíblica sostiene que el demonio
debe ser «atado» y «despeñado».
Según algunos intérpretes, habrían sido los gritos del endemoniado, durante el
exorcismo, los que sembraron el pánico en la piara de los cerdos, hasta hacerles correr a lo
loco hacia la destrucción.
Según otros, sin embargo, habría que tener por responsable más directo al hombre que,
aun bajo el efecto del paroxismo provocado por el exorcismo, se habría echado sobre la
piara produciendo en ellos confusión y empujándolos consiguientemente hacia el precipicio.
Esta explicación, aunque Taylor la considera «sobria», me parece construida demasiado
artificialmente, para no afianzar la imagen de un «demonio enjaulado».
Quizás Mc quiera simplemente insinuar la idea de que el demonio, allá donde llega, lleva
a la ruina.

«Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas» (v. 14).
Entre la carrera loca de los puercos, la fuga precipitada de los porqueros y el ponerse en
movimiento la gente curiosa, se corre el peligro de perder de vista al hombre, que ha sido la
ocasión de todo este lío.
Ahora está allí «sentado, vestido y en su sano juicio» (v. 15).
Tres elementos que deben haber impresionado a los presentes, acostumbrados a verle
tan distinto. El cambio es indiscutible.
«Sentado» indica la paz y la armonía reencontradas.
«Vestido»: el vestido significa la recuperación de la propia identidad, además de la
relación con Dios (1)
«En su sano juicio». O sea, ha vuelto a ser sí mismo, uno como los demás. Una personal
normal.
Nos recuerda la calma después de la tempestad del lago.
Y también aquí la reacción inmediata es el temor.

«Los que lo habían visto les contaron...» (v. 16)
No es una repetición como aseguran algunos. Primero los testigos jadeantes y bastante
confusamente se habían limitado a advertir de lo sucedido. Habían hecho correr la voz.
Ahora hay la posibilidad de explicar cómo ha sucedido exactamente.
Pero también, llegados aquí, aflora la teología de Mc. Un hecho milagroso, atestiguado y
repetido por los testigos oculares, documentado por un resultado que todos pueden
constatar, no conduce necesariamente a la comprensión de fe.
Y después está «el asunto de los puercos» (v. 16).
Esto echa a perder todo.
Lo que ha sucedido al endemoniado pueden también aceptarlo (aunque haya motivo para
dudar de que se trate de una cosa definitiva...).
Pero lo que ha sucedido a los cerdos no llegan a aceptarlo.
El hombre habrá salido ganando (en cosa suya).
Pero ellos han perdido (sus negocios han ido a parar al ...mar).

«Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio» (v. 17).
Es un perturbador. Es peligroso. Hay que defenderse. No esperar a que prepare otros
desastres.
Se diría que aquella gente ahora se siente amenazada por Jesús, más o menos como
antes se sentía amenazada por el endemoniado.
Es verdad que a éste no pueden atarle. Después de lo que ha pasado, es mejor tomarlo
a buenas.
Una fría, implacable hostilidad, enmascarada por buenos modales. El peor género de
enemistad en relación a una persona.
No le echan en cara ni siquiera la piara mandada al diablo (es un decir...). Por otra parte
¿cómo podrían restituir los daños aquellos pordioseros pescadores? ¿Con una cesta de
peces?
Con tal de que se vaya.
No quieren más complicaciones.
Es gente que sólo pide que les dejen en paz
Aman el orden, sobre todo. Esto es, los negocios.

«Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía quedarse con él» (v.
18).
Al principio le había suplicado que no le atormentase, o sea que le dejase entre los
muertos. Entre él y Jesús no había nada en común. Ahora el hombre quiere «quedarse con
él». Pocas horas antes decía que Jesús no tenía nada que ver, no debía meterse
absolutamente con él. Ahora pide poder «entrar» en su compañía. No hay ya dudas acerca
de su curación: ha elegido la vida.

«No se lo concedió... Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha
hecho contigo» (v. 19).
Aquí también se amontonan las explicaciones de esta negativa y de por qué Cristo, que
normalmente impone silencio, en esta circunstancia ordena la divulgación.
No es precisamente el caso de «leer» en las intenciones de Jesús, una operación
siempre arriesgada.
Contentemonos con registrar el hecho. El verbo «anunciar» lo encontramos a veces en el
nuevo testamento para indicar la actividad específicamente misionera (2).
Luego el ex-endemoniado se convierte en el primer misionero, el primer evangelizador en
tierra pagana.
Cristo, aparentemente vencido, impotente frente al rechazo de los hombres, deja... Sí,
deja a alguno.
Cuando Jesús pone los pies en un territorio, las cosas ya no son como antes. Acontece
algo, a pesar del fracaso.
Los gerasenos tienen la impresión, de que, finalmente todo vuelve a la normalidad. Pero
es una normalidad desplazada más allá, reconstruida sobre otras bases. Una normalidad
"desfasada" respecto a la precedente. En efecto, debe dejar sitio a un hombre libre, es más,
«liberado» y que no se resigna ya a vivir entre los muertos.
No se dan cuenta de que aquel individuo ha vuelto a estar «en su sano juicio». Pero ha
conservado la vieja costumbre: romper las cadenas y los cepos.
A ellos les basta el relato de los porqueros. El ex-endemoniado sabe que aquel relato es
incompleto y parcial (las cosas se ven desde el ángulo de los cerdos). Le toca a él
presentar el relato desde el lado justo (el del hombre). Le toca a él completar el anuncio,
hacerlo actuar, inquietante, impedir que se convierta en una leyenda. Le toca a él, en suma,
hacer entender a sus conciudadanos que la pérdida no ha sido la que ellos piensan, sino
otra, mucho más grave. Sí, aquella barca que se ha alejado en el lago hacia la orilla
contraria.
A los que denuncian una pérdida, el ex-endemoniado les hace entender que han perdido,
sobre todo, una ocasión. El puede decirlo...

«El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis» (v. 20).
Las «diez ciudades» son el nuevo horizonte para aquel que antes «gritaba» entre los
montes.
Ahora comprendemos por qué Jesús ha desembarcado en estos lugares. Debía
completar la explicación de la parábola del sembrador. Y había que añadir otro tipo de
terreno, además de aquel lleno de piedras y embrollado por los abrojos: el terreno ocupado
por... puercos.
Por fortuna, sin embargo, la semilla está a salvo en un terreno finalmente «liberado» del
ocupante abusivo.
................
1) La desnudez, en la concepción bíblica, expresaba la ruptura de la relación con Dios. El vestido, por el
contrario, era símbolo de la gloria con que Dios revestía al hombre. La alternativa está entre el hombre vestido
de piel, y el hombre revestido de luz.
2) Es el verbo apangello. Especialmente en Lc. Cf. Hech 21, 26; Lc 9, 60.
.....................

PROVOCACIONES

1. El relato de Mc puede constituir un test psicológico muy interesante para nosotros.
Una cosa muy simple. Intentémoslo.
Se trata de averiguar si la imagen que más nos impresiona es la del hombre «sentado,
vestido y en su sano juicio», o la de los cerdos que van en picado hacia el lago.
En el primer caso, nuestra mentalidad es de tipo evangélico.
En el segundo, es semipagana, calcada en la de nuestros antepasados gerasenos.
Entre «crecimiento» y "cría" está de por medio, precisamente, el evangelio .
Lo que nos impide, demasiadas veces, pensar en términos de «liberación», es el hecho
de que nos retrasamos pensando en términos de «pérdida».

2. Lo confieso. Nunca se me había venido a la cabeza cosa semejante.
Ni siquiera los gerasenos, que ya es decir, ateniéndonos al relato de Mc, han tenido el
coraje de presentar una tal petición.
Quiero decir la petición de resarcimiento de daños por la desaparición de los cerdos.
Han pensado en ello algunos teólogos, aunque haya sido con la laudable intención de
demostrar que Jesús no estaba obligado en términos de justicia.
Bien es verdad que Dios debe defenderse más que de los enemigos declarados, de los
defensores de oficio (no solicitados).
Es interesante espigar entre las argumentaciones aducidas en favor del presunto
responsable de la catástrofe.
-Una sutileza de lenguaje. Jesús no ha mandado a los demonios entrar en los puercos.
Simplemente se lo ha... permitido. Sería como en el caso de una calamidad natural no
«querida», sino sólo «permitida» por Dios.
-Los más intransigentes, por el contrario, no se dedican a cavilar. Dicen sin ambages:
castigo justo, venganza sacrosanta, les está bien. Así aprenden a criar cerdos, que es algo
prohibido. Estamos, pues, ante una punición ejemplar. Ley de contrapeso. En todo caso,
habría que dirigirse a los demonios, para que ellos respondan...
-Algún otro cree saber que los propietarios eran numerosísimos.
Consiguientemente el daño quedaría repartido. Dos o tres cerdos cada uno, diez como
mucho. En el fondo, una pérdida sin importancia, y no hay por qué complicar tanto las
cosas.
-Finalmente existe una corriente «espiritualista», que se escandaliza. Jesús se interesa
por el bien de las almas, y no se ocupa de asuntos terrenos. El se preocupa de curar, no de
salvar los intereses materiales de la gente. Por tanto, nada de pasar nota de gastos. Incluso
porque Jesús no se rebajaría ni siquiera a leerla. Dicen éstos.
Todos estos voluntariosos y hábiles abogados, han olvidado, en el fervor de sus
arengas, un detalle... sin importancia. Jesús, sin pedir el parecer a nadie, ha previsto
reparar el daño. Ha pagado en contante, allí mismo. Incluso por adelantado.
Ha desembolsado un precio muy alto, desproporcionado: un hombre libre. Y es por lo
menos sorprendente que los teólogos no se hayan dado cuenta de ello.
Si, en nuestra balanza, un hombre no «equilibra» dos mil cerdos, ¡bah! quiere decir sin
más que nuestra balanza está estropeada.
O también, que nuestra vista no funciona.

3. El episodio del endemoniado de Gerasa debería constituir un instrumento de
verificación decididamente inquietante para la presencia de la iglesia y de los cristianos en
ciertas naciones, en ciertos ambientes.
Existe siempre el riesgo de ser aceptados por motivos equivocados. Por una
equivocación acerca de nuestra verdadera identidad. Un daño indudablemente más
preocupante que el de ser rechazados.
Cierto tipo de gente nos acepta «con tal de que» no molestemos.
O incluso porque piensa poder ahorrar, gracias a nosotros, a costa de los guardianes (de
puercos, o de cajas fuertes, o de poder, poco importa).
Cuando nuestro mensaje deja de ser un mensaje de liberación (con las consiguientes
molestias y precio a pagar), existe el peligro de que sea usado como lamento, como
canción de arrullo. Para dormir, aun en pleno día.
De acuerdo en la «reducción» en términos de horizontalidad del mensaje evangélico.
Pero existe también el peligro opuesto, de una reducción en términos de «inocuidad» de la
dimensión vertical.
Es inútil hacerse ilusiones. La presencia auténtica de Cristo «toca» siempre algo. Y
cuanto más vertical es, más daños produce.
Si es tranquilizadora, si no invade ciertos «pastos», hay motivo para dudar que sea
tranquilizadora, precisamente porque él está aún lejos. Excesivamente lejos. En la otra
parte del lago.
El grito del pobre hombre tiene que cesar. No porque estropee el sueño de la gente bien
o el pasto de los animales.
Sino porque aquel excluido se ha convertido en hermano.

4. Prefiero la tempestad a los buenos modales de los gerasenos.
Aquella, al menos, tiene el coraje de ponerse en contra. Mientras que éstos tienen sólo el
quehacer de sacudírselo de los pies sin correr riesgos.
Existen ambientes en los que, por el hecho mismo de ser objeto de mil atenciones,
entiendes lo que, precisamente, quieren hacerte entender: que aquel no es tu sitio.
No. Mejor la tempestad. Puede siempre provocar el milagro (si no otro, el milagro del
coraje).
La compostura formal de los gerasenos provoca únicamente el alejamiento de Jesús.

5. Lo reconozco. Yo también fui de los que midió la altura de aquel precipicio sobre el
lago que está hacia Kursa, o como se llame.
No me interesaba tanto comprobar la distancia, para verificar si era más largo y fatigoso
el camino de la liberación de un hombre, o aquel otro recorrido por la piara enloquecida.
No. Esperaba, en lo profundo del corazón, reencontrar mis cerdos.
Jesús, quizás, lo había hecho por fingimiento. Había sido un ahogamiento... simbólico.
Nos engañamos a nosotros mismos pensando que Cristo hace como que nos pide algo,
que nos impone ciertas renuncias, que nos inflige ciertas pérdidas (también porque, de
nuestra parte, frecuentemente hacemos como que estamos con él).
Se acepta. Pero con la secreta esperanza de poder recuperar, en todo o en parte o de
otro modo, lo que se ha ofrecido.
Estoy siempre dispuesto a dejar que Cristo me quite alguna cosa.
Con tal de poderlo tener nuevamente de alguna manera.
Esta es la razón por la que yo también fui, a escondidas, a medir aquel precipicio.
Si no se encuentran los cerdos, se puede explotar siempre aquella altura, a lo mejor en
clave turística. Con aquella vista sobre el lago... Y después, quién sabe, si de una cosa
nace otra, también el ex-endemoniado podría constituir un motivo óptimo de reclamo.
Sólo con buen fin, se entiende.
Con un único inconveniente. Que él, en esas cosas, no tiene nada que ver.
Sí, es verdad, los caminos del Señor son infinitos. Pero es improbable que pasen por
nuestros asuntos.
Jesús ha prometido una recompensa a quien se comprometa a conjugar el verbo «dejar».
Pero nadie hasta ahora ha logrado nunca demostrar que recompensa se traduzca por
«compensación».
En el fondo, debo reconocer que los habitantes de Gerasa fueron menos ambiguos, a
pesar de su fría diplomacia. No han querido saber nada con Jesús, porque han
comprendido bien con quién tenían que vérselas. Pero no han sacado ya a relucir el asunto
de los cerdos.
Yo, por el contrario, quisiera estar con él.
Y tener de nuevo mis puercos.


CONFRONTACIONES

Sólo uno ha entendido
La gente hace todo lo posible para no ser molestada en su tranquilidad. Uno solo ha
entendido de verdad. Solamente el deseo de «quedarse con él» es la respuesta correcta a
lo que ha sucedido.
La respuesta de Jesús demuestra cómo el «seguimiento» no debe entenderse
esquemáticamente. Uno es separado de su casa y de su familia, otro es enviado
precisamente allí contra su voluntad. El seguimiento no es un método de salvación, con el
que cada uno puede asegurar su bienaventuranza, se trata siempre, sólo del mejor modo
de proclamar el gozoso anuncio para hacerlo llegar a todos los hombres (E. Schweizer, o.
c.).

La raíz del poder demoníaco
El rechazo de Jesús por parte de la población del lago, sirve al evangelista para construir
el díctico del contraste: por una parte Jesús que domina y arroja la fuerza del espíritu del
mal, por otra los hombres que, para defender sus intereses, echan a Jesús de su región. El
hombre reintegrado a su dignidad y libertad humana cuenta menos que la tutela de los
intereses económicos. Con otras palabras, el poder demoníaco tiene su raíz más peligrosa
y secreta, su zona privilegiada de manifestación, en el ámbito de aquella libertad humana,
que está dispuesta, en defensa de su privilegio y poder, a negociar a base de la dignidad e
integridad del otro hombre (R. Fabris, o. c.).

Señor, vete
«Señor, vete...» Sombras asustadas, los gerasenos no tienen otra cosa que decirle.
Excesivamente trabajoso entender. Lo único claro para ellos son los dos mil puercos que
flotan inflados sobre el lago: su única riqueza perdida. Quieren solamente un país sin
magos, sin milagros. Y dormir (L. Santucci, o. c.).
(·PRONZATO-3/1. Págs. 252-266)


24 - EL PODER DE LA FE:
LA HEMORROISA ES CURADA
Y LA HIJA DE JAIRO DEVUELTA A LA VIDA
Mc/05/21-43  Mt/09/18-26  Lc/08/40-56
MIGRO/HEMORROISA MIGRO/HIJA-JAIRO:

Dos relatos con un único centro
Dos milagros componen esta larga narración. Son puestos juntos según un procedimiento
no inusitado en Mc, llamado «ensambladura» o «por inclusión».
La escena se descompone fácilmente en dos partes separadas por un intermedio.
Primera parte: Presentación del caso desesperado de la hija por parte de Jairo (v. 21-24).

Intermedio: Curación de la mujer (25-34).
Segunda parte: La niña devuelta a la vida (35-43).
Hay quien defiende que Mc ha puesto juntos los dos episodios sólo por su gusto de
rellenar huecos, o sea para dar tiempo a que Jesús se traslade a la casa de Jairo. Y hace
notar cómo el milagro que se refiere a la mujer está escrito en un griego de mejor hechura
que el otro. Estaríamos, pues, frente a dos niveles distintos de tradición.
Me parece que la mejor explicación es, una vez más, la más simple: los sucesos se han
desarrollado con el orden en que Mc los refiere.
Que después uno sea literariamente más válido que el otro, no significa gran cosa.
También en páginas de autores célebres se encuentran desigualdades notables.
Cierto, los puntos de contacto entre las dos narraciones no son pocos. Veamoslos. Se
trata de dos mujeres. Un número está presente en los dos casos: doce años; la mujer está
enferma desde que la niña ha venido al mundo. El milagro sucede por contacto físico. La
multitud está ajena a los prodigios: en el primer caso está presente, pero no se entera de
nada, es como si estuviera ausente; en el segundo, es dejada fuera (y, en el patio de la
casa, se porta incluso burlonamente) .
Se puede también destacar cómo la intervención de Jesús está a la altura de su
sensibilidad frente a las miserias humanas, sin distinción de personas: «se mueve», es
verdad, por un personaje importante; pero «se para» también por una mujer anónima.
De todos modos, se trata solamente de aproximaciones marginales.
En realidad, existe un punto de contacto, es más un verdadero centro para los dos
episodios. La fe constituye el centro que une entre sí los dos milagros.
Además del poder de Jesús, los dos milagros quieren poner a la luz el poder de la fe.
La escena se abre en la orilla occidental del lago, con la multitud que se apiña en torno a
Jesús. Una ambientación preferida por Mc.
Llega alguien que le «suplica» (vuelve aquí el verbo empleado varias veces en el episodio
precedente). Está angustiado, porque su hija se está muriendo.
Después que los gerasenos le han rechazado, le han echado fuera de su país, he aquí
alguien que le pide que vaya a su casa.
Es un personaje importante. No se trata propiamente del jefe de la sinagoga , pero sí de
uno de lo s jefes, uno de los miembros principales.
La respuesta de Jesús no se expresa con palabras, sino con el gesto de ponerse en
camino.

No es el contacto el que salva
También en este episodio-intermedio que tiene como protagonista a la mujer que padece
hemorragias de sangre, se pueden destacar dos partes bien distintas:
- El milagro propiamente dicho (v. 25-30).
- La confirmación del milagro a través del encuentro personal (31-34).
Se reconoce, de todos modos, que los v. 25-27 son una de las construcciones sintácticas
más largas y mejor logradas de Mc.
No se puede decir lo mismo acerca de la intervención de los médicos en la mujer
enferma: prolongados, pero con resultados decepcionantes.
Hay quien niega que en el cuadro presentado por Mc exista la ironía con relación a los
médicos.
Indudablemente su intención era poner en evidencia la gravedad de la enfermedad y la
eficacia instantánea de la acción de Jesús contrapuesta a la impotencia de la ciencia
humana.
Sin embargo sorprende no poco el hecho de que los otros evangelistas u omitan del todo
(Mt) o difuminen bastante el detalle (Lc).
Quizás tenga razón Lagrange. El blanco de la ironía es otro. La culpa recae, sobre todo,
en los parientes que, según el uso oriental tienen la manía de llamar al mayor número
posible de médicos, también para demostrar el propio afecto al enfermo. Hacen de ello una
cuestión de honor ante la gente. Con el resultado de que se liquidan enteros patrimonios,
se multiplican los sufrimientos del paciente (a causa de las prescripciones frecuentemente
contradictorias) y la situación empeora inexorablemente. Tres consecuencias que en la
mujer se cumplen puntualmente.
Y ahora ella ha oído hablar de las curaciones hechas por Jesús. Tiene aún una reserva,
si no de dinero sí de esperanza. Y decide recurrir a él.
La solución de tocarlo solamente no es una invención suya (Mc 3, 10; 6, 56). Es dictada,
sin duda, por la convicción popular de que los vestidos, incluso la sombra del taumaturgo,
emanan una virtud curativa.
Pero, para la mujer, existe otro motivo bastante claro. La presencia de la multitud. ¿Cómo
puede, frente a toda aquella gente, hablar a Jesús de su mal que, además de ser
humillante, la pone en una situación de impureza legal? (1).
Dice muy bien Lohmeyer que, en el comportamiento de la mujer, se dan cita «un poco de
picardía, un poco de humildad, un poco de pudor por su impureza y, sobre todo, una
confianza ilimitada en él». Yo sustituiría sólo «picardía» por «decisión»: la mujer decide
preocuparse ella misma, después de que, durante tantos años, otros se hayan preocupado
y hayan decidido por ella.
La curación es instantánea.
Los v. 30-31a la presentan así, tanto por parte de la mujer como por parte de Jesús. Hay
dos «al instante» y el mismo verbo «sentir».
La mujer tiene la convicción de que está curada.
Y Jesús, la conciencia cierta de la fuerza (dynamis) que ha salido de él.
Me parece también digno de notarse el subrayado por parte de la mujer que advierte la
curación «en su cuerpo». Es el típico realismo bíblico (el famoso pie que Mc tiene siempre
en el suelo) mucho más convincente que ciertos equívocos espiritualismos.
Al llegar aquí la narración podría parecer terminada. Los v. 31-34 tienen todas las
apariencias de una repetición. Sin embargo, lejos de ser superfluos, contienen la
explicación de otro.
"¿Quién me ha tocado?" (v. 31).
La respuesta un poco expedita y casi enojada de los discípulos proviene de un buen
sentido común. Y es también un poco irrespetuosa.
Obviamente, sería demasiado pedir a los discípulos distinguir entre dos tipos "de
contacto". Para ellos hay sólo una multitud indiferenciada que "oprime" al Maestro.
"Pero él miraba a su alrededor" (v. 32). Es la mirada «circular» de Jesús. La mirada que
busca, elige, saca fuera de la multitud. En medio de tanta gente, Jesús tiene necesidad de
un rostro. Pretende un contacto personal.
«Entonces la mujer atemorizada y temblorosa... se acercó... (v. 33).
Se tiene la impresión de que ha salido de la sombra, del anonimato en que se sentía a
cubierto.
Su temor es debido, ya a la sospecha de que el Maestro se resarza del beneficio que ella
le ha «robado», ya del hecho de haber infringido una ley y de haber contaminado al que la
había curado (2).
«Hija, tu fe te ha salvado.
Vete en paz y queda curada de tu mal (v. 34).
Dice algún teólogo: Jesús convierte en fe lo que, para nosotros, es sólo superstición.
Cierto. Jesús, en efecto, no ha estudiado teología.
Bromas aparte, aquel Maestro se conforma con una fe simple, no madura, mezclada con
algún elemento supersticioso (¿y quién nos garantiza de que ciertas exigencias
intelectualistas de una fe "purificada" no sean superstición? Es mucho más concreta y
auténtica una fe un poco manchada de tierra que una fe enrarecida, aséptica, construida
artificialmente en ciertos laboratorios especializados y que tiene el inconveniente,
precisamente, de ser tan segura que ya no resulta "contagiosa"...).
A Jesús le basta que la mujer haya venido porque esperaba algo de él, y ya nada de los
demás, porque ponía su confianza únicamente en él.
Algún otro dice que la curación ya se había realizado, y por esto resulta "incoherente" la
expresión «queda curada de tu mal». Pero no es así.
A través del conocimiento directo, del diálogo personal, Jesús confirma a la mujer sobre
su curación. Quisiera decir que la vuelve a dar, en la fe, aquella curación que ella le había
robado con su gesto, con un contacto emparentado con la magia, y demasiado impersonal.

La obra de Jesús es una obra de clarificación.
O, si queremos, es una reconstrucción del milagro.
Para «reconstruir» lo que ha sucedido, Jesús tiene necesidad también de la "verdad" (v.
33) de la mujer.
Por su parte, no se conforma con que el propio poder benéfico haya «tocado» a alguien.
Quiere conocer a aquella persona, darle un rostro.
Y después no se conforma con que la mujer sepa que ha sido curada. Quiere que
conozca la causa verdadera, mejor, la condición de la curación operada: su fe. La fe es la
que ha hecho posible el milagro.
Cristo quiere que la mujer tome conciencia de que no ha sido el gesto de tocarle el
vestido el que ha provocado el milagro. Sino otra cosa que ella llevaba dentro. Aquello que
le ha hecho moverse, salir de casa, ir a buscarlo. A esa "otra cosa" Cristo la llama fe.
El gesto exterior, el contacto físico, ha sido sólo la expresión de una realidad más
profunda. Si hubiera existido sólo aquello, la mujer no hubiera «robado» nada.
Me parece muy agudo el comentario de E. Schweizer: «...No ha pasado aún nada
importante, hasta que no se llega a un contacto personal con Jesús, encuentro que se
cumple únicamente por medio de la palabra, es más del diálogo. De nuevo, la "mirada"
parte de Jesús que busca y que crea la comunión con el hombre. Si es verdad que la
curación ya acaecida, objetivamente constatable, es y queda como obra suya, es
igualmente verdad que así él no ha alcanzado todavía al hombre que busca".
No. No es el contacto físico lo que salva, sino el encuentro personal con Jesús a través
de la fe.
Jesús "salva" a la mujer totalmente. Quiere que quede libre, además de su enfermedad,
también del miedo. Le asegura que puede estar tranquila. Por eso le dice "vete en paz".

La niña devuelta a la vida
Todo el drama de la niña lo vivimos desde fuera.
A la orilla del lago (v. 21) nos enteramos de que está en las últimas.
Durante el camino (v. 35) conocemos su muerte.
En el patio (v. 38-39) asistimos ya a la celebración de la muerte.
Jesús no se queda fuera.
Como se pone en movimiento no apenas es informado del caso desesperado, así no se
para en el camino cuando le hacen saber que ya todo es inútil. Y no se detiene ni siquiera
en el patio, frente a las burlas de la gente. Su itinerario le lleva a entrar «donde estaba la
niña» (v. 40).
Pero tiene necesidad de que alguien le siga hasta el final y no corte la continuidad del ir.
Sólo una cosa puede bloquearlo.

«Oyó lo que habían dicho...» (v. 36). En la confusión, más que por las palabras, Jesús ha
intuido por las posturas y los rostros el sentido del mensaje llevado al padre.
Alguno, sin embargo, refiriéndose al significado literal del verbo usado, sostiene que
Jesús lo ha oído por casualidad. Y otros que no ha querido escucharles. Y otros, que no ha
querido tomar en consideración el asunto.
En realidad Jesús no estaba tan preocupado por la palabras, cuanto por el padre.
«No temas, solamente ten fe» (v. 36).
Se diría que ahora es Jesús quien suplica a Jairo, tiene necesidad de su fe, que asegura
la continuidad de su itinerario. Hasta ahora había sido una fe suficiente para moverlo en
busca de Jesús (acaso contra el parecer de sus colegas los fariseos); suficiente para
dirigirle la invitación a pesar de que el caso se presentaba como desesperado. Pero ahora
la fe sufre un rudo golpe, y debe superar la noticia de la muerte. Un «crecimiento» notable,
no hay duda.
Tengo la impresión, incluso, de que, en este momento, es Jesús quien se pone delante.
Hasta ahora era el jefe de la sinagoga quien le abría paso. Desde este momento es Jesús
quien precede, para reforzar la fe del padre.
Permite que le acompañen solamente Pedro, Santiago y Juan, los tres que estarán
presentes en la transfiguración (Mc 9, 2) y en Getsemaní (Mc 14, 33). Tal circunstancia
indica claramente que el episodio, en la catequesis de Mc, va más allá del milagro descrito,
lleva a otro acontecimiento, que afecta a la persona misma de Jesús. Es un relato que
«anticipa» la luz pascual, y a esa luz debe ser leído.

«¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39).
La observación parece dar la razón a aquellos que, para negar el milagro, hablan de
muerte aparente, o de catalexis ligada a algún fenómeno misterioso de la pubertad, o de
sueño en forma de trance.
Tengamos presente, sin embargo, que el dormir era precisamente el término hebreo
usado para indicar la muerte. A los difuntos, en efecto, se les llamaba los «durmientes».
Sin querer meterme en la cuestión, me parece que Jesús no habla aquí como médico,
sino que quiere subrayar el contraste entre el «punto de vista de los hombres» y «el punto
de vista de Dios». Muerte real según los hombres, pero posibilidad de despertar por parte
de Dios.
«La niña para los hombres, impotentes para resucitarla, estaba muerta; para Dios
dormía» (Beda).
Y ahora el contraste se expresa con lo que ocurre en el patio (o en la sala donde se
reciben los huéspedes) y en la habitación donde «estaba la niña».
La gente celebra ya la liturgia de la muerte.
Jesús viene a celebrar la liturgia de la vida, la fiesta del «despertar».

Al llegar aquí, más que analizar el milagro, me parece que es importante, sobre todo,
revivirlo a través de la sobria descripción que nos ofrece Mc. Hagamos un poco de silencio,
dejemos fuera las burlas de quienes pretenden sabérselas todas, alejemos el ruido de los
comentarios más o menos doctos. Para entrar dentro hace falta tener ojos simples y un
mínimo de discreción.
«...Toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la
niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: "Talitá qum", que quiere decir: "Muchacha, a ti
te digo, levántate". La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce
años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera;
y les dijo que le dieran a ella de comer» (v. 40-43).

Algunas anotaciones finales rapidísimas:
- Los términos empleados («levántate», «se levantó») son los que, para los primeros
cristianos, evocan la resurrección de Jesús, por lo que tienen un sentido pascual, expresan
la victoria de Cristo sobre la muerte.
- Marcos se ha dado cuenta al final de que no ha dicho la edad de la niña. Y lo remedia
cuando se presenta la ocasión. El pues no es un término raro. Indica que la muchacha
podía caminar, porque no tenía unos pocos meses, ¡sino ya doce años!
- «Llenos de estupor»: es el mismo sentimiento que embargó a las mujeres ante el
sepulcro vacío de Jesús (Mc 16, 8).
- La recomendación de darle de comer no está cargada de un simbolismo excesivo. Es un
detalle, exquisito, de la humanidad de Jesús. No es -como dice Dehn- «una sorprendente
bajada a la realidad cotidiana». Jesús -como Marcos- toca siempre al menos con un pie en
el suelo...
A la confusión provocada por la muerte corre el peligro de que siga la provocada por la
vida.
Y, para hacer el gasto, estaría siempre la niña.
Jesús está, simplemente, atento.
En cuanto a la imposición del secreto, me limito a referir las observaciones de R. Fabris:

"La orden de no decir a nadie lo sucedido es una paradoja, dadas las circunstancias, al
menos que no se encerrase a la niña en una habitación durante todo el resto de su vida.
Pero este silencio es perfectamente lógico desde la perspectiva de Mc: Jesús ha vencido la
muerte, pero ésta sería una victoria bien pobre si se tratase solamente de dar algunos años
de vida en familia a una niña.
«Esto es solamente un signo, anticipo de garantía de la plena victoria que llegará con la
resurrección de Jesús.
«Y aun así la resurrección de Jesús no es la reanimación de un cadáver, sino la vida
definitiva en la comunión con Dios.
«Sería una peligrosa equivocación si se trocara la fe en el Dios viviente y vencedor de la
muerte, por la fe en un signo o gesto histórico que manda más allá de sí mismo. Por eso los
testigos del milagro deben callar, como los tres que bajan del monte de la transfiguración,
esperando la plena revelación del Dios que resucita a los muertos».
Yo añadiría a esto la discreción, el pudor.
El poder sobrenatural, en efecto, se manifiesta solamente en un espacio sagrado. Y tiene
necesidad de silencio más que de publicidad.


PROVOCACIONES

1. La multitud oprime a Jesús. Pero sólo una persona insignificante, en medio de aquella
masa que aplasta, logra establecer un contacto justo.
Me dan ganas de juzgar a los demás. Condenar personas que multiplican las prácticas,
amontonan las devociones, repiten los contactos con él, vomitan continuamente palabras
sobre él, pero que, ateniéndose a lo que se ve en las obras, no llegan a encontrarlo de
verdad.
Pero tengo que mirar hacia mí mismo.
Cuántos son, en mi existencia, entre la multitud de mis relaciones con él, los verdaderos
contactos a través de la fe, que hace que suceda algo, y aquellos otros que provocan en él
solamente fastidio.
Puedo incluso estar siempre pegado a Jesús. Y permanecer extraño a él.
Puedo tocarlo, comerlo, tratarlo. Y permanecer «inmune» (la mujer se ha limitado a
rozarlo...).
Hay una diferencia enorme entre el estar entre sus pies y el estarle cercano.
La misma diferencia que después hace que mi testimonio sea transparencia o estorbo.

2. Los versículos que muchos consideran una repetición incoherente, me parece que
contienen el aspecto más paradójico -quiero decir milagroso- de todo el suceso.
Jesús pretende la identificación de la culpable.
Sí, él, el robado, no se siente tranquilo hasta que haya restituido a la ladrona el botín que
ella le había sustraído.
Y además no era justo que la mujer marchase convencida únicamente del «poder» del
taumaturgo. Hubiera sido mantenerla en el engaño.
Tenía que «informarla» del poder que había en ella, de sus posibilidades.
Un robo, si queremos. Pero cuyos méritos se reparten equitativamente.

3. Intento imaginar la mirada de Jesús dirigida a Jairo en el momento en que le sugieren
que lo deje, que ya no hay remedio...
Son estos los instantes en que se juega la continuidad de una relación con él. Cuando
todo va mal. Cuando la realidad ha pronunciado la sentencia más brutal e inapelable.
Es demasiado poco hacer venir a Jesús a mi casa. cuando todavía hay una esperanza.
Debo tener el coraje de hacerlo venir, sobre todo, cuando ya no hay nada que hacer.
Una fe que trate con Jesús solamente de negocios posibles, es timidez, miedo, urbanidad
(sobre todo, no molestar al Maestro...), no es fe.
La fe verdadera es la que es capaz de concertar con él los negocios imposibles, los
únicos que le interesan.

4. «Observa el alboroto...» se traduciría a la letra así: "ve el ruido".
¿Quién ha dicho alguna vez que Jesús no puede ver el ruido? Lo ve, pero no lo deja
entrar con él. Es una buena diferencia.
«Después de echar fuera a todos...».
Quizás me preocupo con exceso de que en mi vida no haya estrépito. Debería
preocuparme, principalmente, de que esté el Señor.
El se preocupa de dejar fuera el ruido.
Puede haber una casa silenciosa, pero vacía.
Lo que cuenta es su presencia, no los elementos de desorden.
Cuando entra, echa fuera necesariamente a los perturbadores.
Lo importante no es el silencio, sino su voz.
Es su voz la que hace callar los alborotos.
No es el ruido el síntoma más preocupante. Con el ruido él entra (y lo deja fuera).
Lo que preocupa, es que, con mucha frecuencia, él ya ha entrado, mientras yo me
retraso aún en el patio oyendo el ruido. O también tengo la pretensión de llevármelo dentro.

En ese caso, él ve, y no tiene nada absolutamente que decir.
No está en absoluto dispuesto a "concelebrar" ciertas liturgias de la insignificancia.
El tumulto no le asusta, faltaría más.
Sólo que no quiere ser confundido con ciertas cosas.

5. No. No estamos satisfechos sólo nosotros, al final de esta jornada. El estupor no es
exclusivamente nuestro.
También él tiene buenos motivos para sentirse satisfecho. También él ha quedado
agradablemente sorprendido.
Ha curado a una mujer, le ha devuelto un rostro, un nombre, es verdad.
Ha puesto en pie a una niña, sin duda.
Pero, además de a la niña, ha visto «levantarse», crecer algo que le afecta muy de cerca.

Debe reconocerlo. Hoy ha hecho una buena cosecha de fe.


CONFRONTACIONES

El milagro de tener un nombre
Se cruzan con suerte en el camino de Jesús los intrusos, los abusones, los que no tienen
derecho.
Se encamina a casa de un personaje importante, para realizar un milagro...
Algunos, sin embargo, prefieren el milagro pequeño, se conforman con un minúsculo
prodigio hecho de paso, sin pararse, sin que ni siquiera el interesado caiga en la cuenta de
ello. No quiere hacerle perder tiempo, ya que tiene tantas cosas urgentes que hacer.
Ella no tiene la pretensión de que vaya a su casucha, de que escuche sus lamentos. Le
basta tocarlo. Rozarle el manto. Un pequeño milagro pillado al vuelo, sin ceremonias.
La mujer se acerca furtiva. Con aquel gesto quiere advertirle, silenciosamente:
- También yo existo...
Como pidiéndole excusas por existir.
Pero él se para, quiere ver la cara de esta extraordinaria y discreta intrusa.
Y le dice:
- ¡Existes solamente tú!
Cada uno vuelve a tomar su camino. Uno hacia el gran milagro. La otra a gozar de su
pequeño milagro personal: alguien le ha llamado de entre la gente. Le ha curado de su
anonimato. Le ha dado un rostro en medio de aquella masa, que la había desdibujado.
La ha hecho importante.
Importante de atención.
En el camino de Cristo todos los abusones, todos aquellos que no pintan nada, los
infinitos «donnadie» tienen derecho a su pequeño milagro personal.
El milagro de tener un nombre.
El milagro de sentirse reconocido (A. Pronzato, Cansados de no caminar, Salamanca
21982, 53-54).

Una enfermedad horrible
Existen beneficios que da vergüenza pedirlos, plagas que tenemos pudor en mostrar para
que nos las curen...
...Todos te tocamos, Señor, cuando creemos que no nos ven. Cada uno de nosotros
lleva encima una oscura enfermedad, de años, los doctores de aquí abajo no la han sabido
curar. Un mal horrible que da vergüenza llamarlo por su nombre. Para estos casos existe el
vestido: esa cosa que olvidas llevar encima, llena de milagros no custodiados... (L.
Santucci, o. c.).

No podemos escabullir una pregunta
Esta doble narración está orientada completamente hacia la espera del surgir de la fe en
el lector. El carácter concreto, físico, de la acción de Jesús es descrito de una manera tan
realísticamente explícita, que no podemos escapar a esta pregunta: ¿estamos dispuestos a
reconocer que la acción de Dios se extiende incluso al dominio de la vida corporal, o lo
negamos?...
...AI mismo tiempo, sin embargo, se precisa que la fe es completa solamente en el
encuentro personal con Jesús, en el «diálogo» con él, mientras que, incluso la experiencia
de un milagro que supera toda posibilidad de comprensión no sirve todavía para nada; sólo
puede ayudar a comprender correctamente el evento.
También para Mc esta resurrección es una excepción única que manifiesta, sí, la
autoridad de Jesús, pero no quiere resolver el problema de la muerte. Jesús no ha vencido
la muerte porque ha mandado a algunas personas, muertas en circunstancias
particularmente trágicas, a vivir de nuevo durante pocos años en el seno de sus familias.
La comprensión de este relato, exige que veamos una forma de progresión: se llega, a
través de todas las experiencias posibles, a la fe, a una fe que, partiendo de la «mirada» de
Jesús que busca y crea la comunión con el hombre, lleva al diálogo con él y a su palabra
que deja caminar libres en la paz de Dios.
Entonces el creyente se da cuenta de que este «sí» de Dios a él, la comunión en que
Dios lo ha acogido, no se interrumpirá con la muerte.
En esta perspectiva puede también considerar a Dios capaz de ese poder creador,
siempre más concreto, que resucita a los muertos, del que el episodio narrado en nuestro
texto es signo visible, y aprender a tomar, como hace Jesús, la realidad de Dios que
resucita a los muertos más en serio que de la aparente realidad de la muerte.
Cercano a un ataúd o en el lecho de muerte creerá en la vida que es más concreta y real
que todo aquello que nosotros, sobre la tierra, llamamos existencia y vida (·Schweizer-E,
o. c.).

Tenemos un mensaje para quien pasa cerca de nosotros
Iglesia de Dios, hermanos cristianos, hermanos judíos, nosotros tenemos un mandato y lo
debemos proclamar con valentía y amor a todos los hombres: ¡pongamos atención para no
traicionarlo! A quien pasa cerca de nosotros, llorando, mendigando esperanza, le decimos
aún la única palabra que tenemos: ¡no hay liberación sino de la muerte, liberación es el
Mesías viviente y resucitado! (E. Bianchi, Lontano da chi? Lontano da dove?, Torino 1977).


Este milagro no es para el mundo
Este milagro no es para el mundo. Los que son de fuera, así como sólo pueden oír la
palabra parabólica, así ahora deben sólo ver, y al mismo tiempo no ver, el milagro. Podrán,
en todo caso, decir después que Jesús ha acertado con precisión el estado de la niña, pero
no podrán entender su poder de victoria sobre la muerte (G. Dehn, o. c. ) .
(·PRONZATO-3/1.Págs. 269-281)
...................
1) La mujer, en estas condiciones, es «impura» y hace «impuro» todo lo que toca y todas las personas que
tienen un contacto con ellas. Cf. Lev 15. 25-27.
2) Observa B. Maggioni que Cristo, por el contrario, manifiesta públicamente que no se siente en absoluto
"impuro" porque le haya tocado aquella mujer, y que las categorías del puro e impuro no le interesan
mínimamente. La fe, esto sí, le interesa.