15 - II. LA JORNADA DE LAS PARÁBOLAS
PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Mc/04/01-09
Mt/13/01-09 Lc/08/04-08
Las parábolas
Es la tercera escena que presenta la enseñanza de Jesús a la orilla del lago.
Las controversias han subrayado la incompatibilidad entre la novedad traída por
Cristo y
la ley.
Entre Jesús y sus enemigos se abre un contraste insalvable. Les divide todo: una
concepción de la ley diversa, otra jerarquía de valores, sobre todo una idea de
Dios
completamente opuesta.
La incomprensión y la oposición se marcan en su misma familia.
Es un momento de crisis, sin duda.
La muchedumbre continúa siguiendo a Jesús. Es más, numéricamente parece que
aumenta. Pero él se da cuenta de que lo buscan por motivos puramente exteriores.
No todos aquellos que hacen bulto para escucharlo, lo "entienden", y son menos
aún los
que se deciden.
«Anunciando que el reino de Dios ha comenzado, Jesús hace desencadenar una
oleada
de entusiasmo, que bien pronto viene a parar en desilusión... El primer
movimiento de
interés apasionado se apaga para dejar paso a la inquietud, a la duda... Jesús
ha venido y
he aquí que, en vez de purificar la era de Dios, en vez de poner la segur a la
raíz de todo
tipo de árbol malo, cura a los enfermos, acoge a los miserables, comparte
comilonas con los
publicanos y pecadores. Si de vez en cuando el reino de Dios se deja entrever a
través de
ciertos gestos suyos..., sin embargo no se manifiesta de acuerdo con las
esperas...
«Este hombre, cuya autoridad se palpa inmediatamente como nueva, rechaza ser el
brazo
vengador de Dios; no echa un pulso con los malos. ¿De verdad Dios le ha confiado
su
poder? La actividad mesiánica de Jesús se pone en duda. Y él mismo se ve
obligado a
justificarse (X. L. Dufour).
Es el momento de disipar los equívocos. La gente, en el fondo, no está
satisfecha con él,
porque les han echado encima ciertas esperas que él no quiere satisfacer.
Monta en una barca, no sólo para sustraerse a la gente, sino esencialmente para
hacerse
oír mejor.
En cuanto al sentarse, me parece que no debe buscarse ningún simbolismo
complicado.
El movimiento de la barca, en efecto, resulta bastante molesto para uno que
permanezca en
pie.
Esta vez Mc no puede menos de registrar el discurso de Jesús. No es una
enseñanza
técnica, sino un hablar en parábolas (1).
Los estudiosos nos advierten que no debemos confundir parábola con alegoría.
La parábola debe llevarnos, simplemente, a captar el nexo entre dos realidades
«aproximadas», o sea, a determinar el «punto focal» a que tiende la narración,
sin dejarse
distraer por elementos intermedios y, sobre todo, sin preocuparnos de atribuir
un significado
específico a todos los elementos del contorno, que componen la parábola.
En la alegoría (2), sin embargo, las particularidades, además de converger hacia
el punto
fundamental, contienen en sí un sentido recóndito que es escrutado,
interpretado, hecho
explícito a través de un complicado trabajo de investigación.
En suma, la parábola tiene como enseña la simplicidad. La alegoría presupone una
elaboración.
En la parábola basta encontrar y dar en el centro.
En la alegoría es necesario buscar y dar en varios blancos, constituidos por
todos los
elementos que la componen.
Me parece que no debe exagerarse por ninguna parte: ni de una excesiva
simplificación,
ni de una exagerada complicación. Y más que de alegorías contrapuestas a
parábolas,
hablaría de una interpretación alegórica de las parábolas en los límites del
virtuosismo
acrobático.
Cierto, es necesario, ante todo, llegar al fondo de la parábola, sin retrasarse
y distraerse
en los varios aspectos del contorno. Aferrar la relación fundamental entre los
dos términos
de la comparación.
Pero nada impide, una vez que uno ha descubierto la enseñanza fundamental,
recorrer
de nuevo el camino y examinar, uno por uno, todos los elementos del cuadro. Y
todo esto,
no sólo en función del diseño general, sino también en relación al significado
de las
particularidades consideradas en sí mismas.
Por otra parte, la parábola está siempre «abierta». Y su lenguaje típico
representa una
invitación a pensar, a caminar hacia adelante. No se trata sólo de un trabajo de
transposición (de un plano a otro), sino de una amplificación. Ir hacia adelante
hasta
descubrir la relación esencial, pero también las numerosas conexiones
colaterales más o
menos escondidas.
Las parábolas no son un subsidio didáctico
Podemos indicar así las características peculiares de las parábolas evangélicas:
-concreción,
-insuficiencia,
-alusión,
-ambigüedad,
-invitación a pensar,
-invitación a obrar.
El punto de partida, en las parábolas, es el hombre y su mundo familiar
(concreción).
Jesús, sin embargo, toma al hombre allá donde se encuentra para llevarlo a otro
lugar, para
decirle «otra cosa» a través del lenguaje de las cosas que tiene ante los ojos.
Naturalmente el lenguaje de lo «visto a diario» es inadecuado para expresar de
un modo
completo la verdad del reino de Dios, aunque las dos realidades estén
relacionadas entre
sí.
He aquí por qué el mensaje de las parábolas es un mensaje alusivo, que te hace
entrever
a través de imágenes la relación entre reino y vida. Dejan simplemente
vislumbrar el
misterio. El hombre es provocado, implicado, estimulado a seguir adelante, a
buscar (3).
Por esto no se puede olvidar la ambigüedad de las parábolas (como de toda la
revelación): aclaran pero también oscurecen, desvelan y esconden al mismo
tiempo.
Ofrecen respuestas, pero también suscitan interrogantes.
"Dejan entrever el misterio de Dios a quien tiene los ojos penetrantes y el
corazón
dispuesto; son, por el contrario, oscuras y "carnales" para quien está distraído
y tiene el
corazón fatigado" (B. Maggioni).
Así, el creyente, puesto frente a la ambigüedad de las parábolas, es invitado a
pensar. La
parábola jamás es relajante, confortante, sino siempre inquietante.
El pensamiento, sin embargo, no es fin a sí mismo. Discípulo de Cristo no es
alguien que
se conforme con reflexionar. Es quien toma decisiones.
En este sentido me parece fundamental la observación de algunos estudiosos que
hablan de la parábola como de la experiencia no de lo real, sino de lo posible.
Ya
Aristóteles había atribuido a la fábula un papel creativo de nuevas
posibilidades para estar
en el mundo.
En este sentido, la parábola no es una diversión, sino un estímulo para obrar.
Es necesario aún advertir que las parábolas, en la enseñanza de Jesús, no
constituyen
una especie de «subsidio didáctico», de «truco pedagógico», que sirva de apoyo
para una
formulación precedente o como clarificación de un punto doctrinal concreto.
«En labios de Jesús las parábolas no tienen este aspecto, aunque con frecuencia,
en el
contenido, están muy cercanas a las de los maestros judíos, sirviéndose él
libremente de
un material conocido y tradicional. Aquí las parábolas son el anuncio mismo y no
sirven sólo
de soporte a una doctrina independiente de las mismas» (G . Bornkamm).
Y menos aún hay que creer que Jesús usa la forma de la narración para mantener
despierta la atención de los oyentes (una especie de antídoto contra el
aburrimiento).
«Había algo en la naturaleza misma del evangelio, que exigía esta forma
oratoria. En suma,
se trata de esta idea: la acción es significativa» (A. N. Wilder).
Mc, en el capítulo cuarto, pone juntas tres parábolas, llamadas comúnmente «del
contraste» (una definición, como veremos, que hay que tomar con cautela): el
sembrador, la
semilla que crece por sí sola, el grano de mostaza. Están relacionadas por una
imagen
común -la semilla-, y sirven para ilustrar la misma realidad, la del reino de
Dios, considerada
desde tres puntos de vista distintos.
La presentación de Mc, en su ingenuidad, aparece la más fiel al relato original
de Jesús.
Un fracaso abundantemente documentado
«Escuchad» (v. 3). Puede ser una invitación a guardar silencio, dirigida a una
multitud
rumorosa. Pero es también una invitación a escuchar de una manera participativa.
Viene a la mente la célebre expresión que resuena en el antiguo testamento:
«escucha,
Israel» (Dt 6, 4).
Dios tiene algo que decir a su pueblo, y una vez más es llamado a la
escucha-obediencia.
La parábola está como engarzada entre este imperativo inicial y la amonestación
final
"quien tenga oídos para oír que oiga" (v. 9). Este último verbo contiene la
exigencia de
«continuar oyendo», a través de la meditación, para comprender la enseñanza de
Jesús (G.
Nolli).
La parábola se encuadra en el ambiente agrícola de Galilea. El terreno,
especialmente en
la zona de colinas, y aunque es bastante fértil, tiene poca profundidad y las
rocas afloran
aquí y allá.
El agricultor no tiene culpas específicas en las «desventuras» o el desperdicio
de la
semilla, a excepción, quizás, del caso de los abrojos (que pueden ser también
cardos). A
éstos hay que arrancarlos del todo. Si se limita uno a cortarlos o quemarlos y
se dejan en el
campo, vuelven a crecer.
Es necesario tener presente, sobre todo, que la arada, normalmente, se hace
después de
la siembra.
El «camino» (v. 4) se entiende en el sentido de veredas que atraviesan los
campos y que
se van haciendo con el paso de las personas y animales después de la
recolección.
Cuando se ara, desaparecen.
Este dato de la arada siguiente a la sementera hoy es desmentido por algunos
estudiosos.
No es cuestión de meterse en esta discusión. Sea como fuere, en la segunda
hipótesis,
las veredas y setos espinosos serían las que delimitaban las pequeñas
propiedades. En
cuanto al «pedregal» , hay que tener presentes los minúsculos trozos de terreno
cultivables
rescatados de las rocas y a la lava en ciertas zonas de Galilea.
Lagrange refiere que es posible ver en Palestina, «bandadas de pájaros que
siguen al
sembrador, y arrebatan el grano aún antes que toque la tierra».
El agricultor lleva la simiente "en un saco echado a la espalda o al cuello, o
también en
una especie de bolsa, formada alzando un borde del vestido" (H. Kahlefeld).
En el v. 6 Mc distingue entre el sol que agosta la planta, la cual, sin embargo,
tendría
posibilidad de salvación, y el secarse por completo.
El «crescendo del fracaso» (R. Fabris) se especifica así: la semilla es
destruida, el
renuevo se seca, la planta crecida se sofoca.
En cuanto al producto, parece que, para aquella comarca, una cosecha del 7,5 por
1 es
normal. El 20 por 1 estaría más allá de lo esperado. Por tanto las cifras
referidas en la
parábola indicarían un éxito excepcional (4).
Es indudable que la parábola se detiene de buen grado a documentar los
infortunios del
agricultor: camino, pedregal, abrojos. Cuatro versículos dedicados al fracaso y
uno solo
para describir la recolección, aunque venga diferenciado: tres recolecciones
distintas, como
tres son las desventuras. En suma, ¡tres gestos perdidos sobre cuatro!
La parábola quiere llegar... al principio
Todos de acuerdo en la exigencia de localizar el "punto focal" de la parábola.
Sólo que
alguno descubre este punto al final (la cosecha), algún otro al principio (la
sementera).
Pienso que tienen razón estos últimos.
La parábola nos proyecta no hacia el futuro, sino hacia el presente.
El reino de Dios está aquí -si bien escondido, en acción. «Se trata, pues, de
comprender
el presente en su aparente falta de significado, no pretender del mismo otros
signos de la
gloria futura. El reino de Dios llega, en efecto, a escondidas e, incluso, a
pesar del fracaso»
(G. Bornkamm).
Algunos advierten que es la parábola de la confianza en el éxito final.
No. Es la parábola de la confianza en los principios.
Lo importante es la sementera, no la cosecha.
Cristo nos dice que el reino es una siembra (no lo que se esperan los oyentes:
algo
terminado, decidido). Y él es el sembrador. Ha «salido» para esto, no para otra
cosa. Con
razón X. L. Dufour traduce en vez de «el sembrador», «el que siembra». Se trata
de un
detalle importante. No es un sembrador genérico. Es el sembrador por excelencia.
Su tarea
específica es el sembrar. Nada más. Ni siquiera es importante saber lo que
siembra.
Lo que es significativo es el acto mismo de sembrar
«El sembrador salió a sembrar, y nada más: éste es el nuevo mundo de Dios»
(Schniewind).
La gente que pisa tierra, descubre, al final, que es tierra, y que debe hacer
sus cuentas
con una semilla.
Y los discípulos empiezan a entender que para «ser pescadores de hombres», hace
falta... sembrar.
PROVOCACIONES
1. «Escuchad. Salió el sembrador a sembrar...». ¿Es una utopia esperar que
muchos
predicadores reencuentren esta inmediatez del lenguaje? Se ganaría en
simplicidad y
credibilidad, y además en eficacia. Naturalmente, en este caso, se exige una
doble
familiaridad: con el mundo de los hombres y con el mundo de Dios. Para «acercar»
las dos
realidades, es necesario «estar dentro» de las dos.
2. J. Jeremías afirma que, al analizar las parábolas, es indispensable
distinguir entre el
«contexto ambiental» (el «Sitz im Leben») de Jesús que ha dado origen a la
narración, y el
«contexto ambiental» de la tradición sucesiva, que ha elaborado la parábola.
Yo metería también nuestro Sitz im Leben. Y los tres, aquí, coinciden. Son los
mismos
interrogantes: ¿por qué tanta fatiga desperdiciada? ¿por qué se obtienen unos
resultados
tan modestos? ¿vale la pena insistir? ¿qué se consigue? ¿para qué tantos
esfuerzos,
tantos afanes, tantas esperanzas vanas?
Sí, es la habitual preocupación por el resultado, por sacar las cuentas.
Alguno explica que éstas son las «parábolas del contraste».
El contraste seria entre el principio y el fin.
Contraste entre dificultades y resultado final, entre la aparente derrota y el
éxito, entre los
principios modestos y los desarrollos grandiosos.
Yo diría, más bien, que son las parábolas del realismo. Una invitación a no
quedarse en
las apariencias.
No es que el éxito nos compense de las dificultades, premie la tenacidad. No es
que la
recolección sea para nosotros un resarcimiento abundante de las pérdidas. No.
Aquí la
significación es diversa.
El resultado ya está contenido en los principios.
El éxito ya está presente en los fracasos.
La mies ya está comprendida en la siembra. Diría más: la mies es el gesto de
sembrar.
3. El sembrador no elige el terreno. No decide cuál es el terreno bueno y cuál
es el
desfavorable, cuál apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo, y
cuál por
el que no vale la pena esforzarse .
El terreno se revela en lo que es después de la siembra, no antes.
Si todos los que anuncian la palabra recordasen esto...
Nuestro quehacer no consiste en clasificar los varios tipos de terreno, en
trazar el mapa
de las posibilidades (una tentación siempre amenazante).
Nosotros debemos poner a prueba todos los terrenos.
Tenemos que arriesgar la palabra por todas partes.
Quisiera decir que debemos aprender a «malgastar» la simiente. Aprender a hacer
numerosos gestos «inútiles».
4. Y después no olvidemos que la semilla, que es la palabra, tiene también el
poder de
transformar el terreno, puede romper las rocas, abrirse un paso en el camino
trillado hacia
las profundidades del ser...
No se dice que la semilla se resigne a las condiciones que encuentra.
La palabra es creadora. También del terreno. Basta dejarla obrar.
Es la palabra quien puede transformar el «corazón de piedra» en «corazón de
carne».
La semilla se pierde, de verdad, sólo cuando se queda en las manos cerradas de
un
sembrador «razonable». Que no sale para no poner en peligro la palabra. Y no cae
en la
cuenta de que es necesario, en lugar de esto, poner en peligro el terreno...
5. Insisto. Esta parábola no es captada por quien se preocupa de analizar los
varios tipos
de terreno. Ni tampoco por quien se para a hacer el inventario de los resultados
satisfactorios.
Es necesario «centrar» la figura del sembrador, y su gesto loco, excesivo.
No interesa saber cómo terminará, y si las desventuras se compensan por el éxito
final.
No. Esta es la parábola del «feliz principio".
6. OIR/ENTENDER: «¡Quien tenga oídos para oír que oiga»! Yo traduciría
libremente:
tiene oídos solamente el que entiende. O sea, para oír, es necesario antes
comprender. La
comprensión (esto es, la adhesión interior) precede a la escucha. Si uno no
entiende, se
hace sordo.
Es necesario antes entender, o sea tender en dirección de alguien. Ser
fascinados por él.
Tomar postura ante él. Dirigirse a él con todo el ser. Sólo entonces se está en
disposición
de oír lo que dice.
Primero se convierte uno (o sea, se vuelve hacia..., se tiende hacia...) y
después se
comprende.
CONFRONTACIONES
La comprensión no depende de la escucha
La parábola sugiere un orden entre la escucha efectiva y el comprender. No es la
escucha la que explica la comprensión. Al contrario, el hombre escucha, porque
comprende. «Quien tenga oídos para oír que oiga»... La comprensión se tiene o no
se
tiene. Y quien no la posee pierde incluso el oído: «Se le quitará incluso lo que
tiene»
(Grupo D'Entrevernes, Signos y parábolas. Semiótica y texto evangélico, Madrid
1979).
Dios es multitudinario
Dios es «multitudinario»: él rechaza, no sólo el limitar la semilla al buen
terreno, sino
también incluso saber quién será espinas y quién será tierra buena. Así pues,
nos está
prohibido reservar la semilla únicamente para la tierra buena... o que nosotros
creemos tal
(A. Maillot, Les paraboles de Jésus audourd'hui, Genève 1977).
No soy más que una pequeña cosa... Yo no soy más que una pequeña cosa, y mi
nombre se olvidará pronto; pero la idea, la vida y la inspiración que me
invadieron
continuarán viviendo. Las encontrarás por todas partes, sobre los árboles en
primavera, en
los hombres de tu camino, en una breve y dulce sonrisa... (Lettere di condannati
a morte
della resistenza europea) .
No nos ronda la sospecha...
¿No nos ronda la sospecha de que se extienda también el reino de Dios?... (Una
comunità legge il vangelo... o. c.).
...Excepto una
Todas las semillas han fracasado excepto una, que no sé lo que es, pero que
probablemente es una flor y no una hierba mala (A. Gramsci).
En el reino de Dios hay despilfarro
En el reino de Dios hay despilfarro (intentonas repetidas, obstinadas, como el
gesto del
sembrador): no puedes hacerte el remolón.
Pero es un despilfarro sólo para el que razona según los cálculos mezquinos de
los
hombres. En realidad, en el amor no hay despilfarro, como tampoco en la
actividad de Dios:
hay sólo riqueza de obstinación y de fantasía. Dios (y el amor que se le
asemeja) no
pretende un fruto a cada gesto, una recompensa a cada esfuerzo. El amor vale por
sí
mismo, así la atención a los hombres, la obstinación en la solidaridad, la
esperanza. Dios se
da sin medida. (B. Maggioni, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 180-189).
................
1) Parábola. según la etimología griega (pará-ballô),
significa poner junto a, poner paralelamente, parangonar,
aproximar dos cosas. La palabra hebrea correspondiente es mashal, que quiere
decir parangón, dicho
sapiencial (e incluso burlesco), proverbio, fábula, acertijo, discurso
enigmático.
2) Alegoría, del griego alla-agoréuo etimológicamente significa «decir otra
cosa».
3) En algunos casos. sin embargo, no es necesario "transponer" nada, ni buscar
quién sabe qué significado.
Es típica, en este sentido, la parábola del Samaritano (Lc 10, 30 s). El oyente,
más que a descifrar el
mensaje, es invitado a hacer lo mismo. "Vete, y haz tu lo mismo". Por esto H.
Kahlefeld prefiere hablar, en
este caso, de "lecciones", más que de parábolas propiamente dichas.
4) Así opina Lagrange, quien cita las cifras que le han dicho los Trapenses y su
prior, cultivadores expertos de
trigo, cebada, lentejas. Otros estudiosos, por el contrario; citan cifras que
superan el ciento por uno. Por lo
cual la cosecha señalada en la parábola indicaría simplemente una cosecha
normal. El evangelio de Tomás
además de añadir el elemento hostil representado por el gusano que devora la
semilla, habla de una
cosecha del sesenta y del ciento veinte por uno.
16
- POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS:
Mc/04/10-12
Mt/13/10-15 Lc/08/09-10
También Mc debe darnos explicaciones
«Estos versículos son de los más difíciles del nuevo testamento desde el punto
de vista
doctrinal» reconoce G. Nolli.
El versículo 12, además, representa un «suplicio» para todos los intérpretes.
Se han escrito sobre él centenares de páginas.
He masticado todas diligentemente, despacio. El efecto no ha sido el deseado. He
quedado con mi hambre de claridad.
Más que a Jesús, dan ganas de pedir explicaciones de este lío a Mc
Mientras tanto se ha operado un imprevisto cambio de escena. Aquí Jesús se
encuentra
en un lugar solitario con los discípulos (y los doce tienen toda la pinta de
haber sido
colocados allí de una manera postiza). En realidad, como aparece por la
narración de las
parábolas siguientes, permaneció en la barca hasta el fin de la jornada. Sólo al
caer de la
tarde ha dejado la multitud pasando a la otra orilla (4, 35).
Y después se le pide una explicación acerca de las parábolas, mientras que hasta
ahora
el Maestro sólo ha contado una.
Evidentemente "el dicho" de Jesús fue pronunciado en otra circunstancia, y se
refería en
general a toda su enseñanza, y no sólo a las parábolas. Mc lo ha puesto en este
lugar -más
bien con poco acierto- para introducir la explicación de la parábola del
sembrador (en efecto
el v. 10 se vincula perfectamente con esa explicación -comenzando desde el v.
13-, basta
con poner «parábola» en singular).
La cita de Isaias (1), como la refiere Mc pertenece al targum (2). Utilizando
este texto en
arameo y traduciéndolo al griego, ha terminado complicando las cosas, haciendo a
ciertas
expresiones más ásperas de lo que ya eran de por sí.
De todo, pues, se puede culpar a Mc, menos de haber inventado estos versículos.
Precisamente su no-claridad, las dificultades que presentan, el significado que
ni siquiera es
entendido por el autor, constituyen, paradójicamente, una prueba de su
autenticidad.
Existen dificultades que no se resuelven
Cierto, las dificultades son numerosas.
Cristo anuncia la presencia del reino. Y empieza dando con la puerta en las
narices a
algunos.
Se presenta como sembrador, que no «discrimina» los terrenos. Pero aquí
discrimina a las
personas.
Invita a la conversión. Pero obra de manera que ciertos individuos no se
conviertan, les
impide el arrepentimiento.
Dice que es médico. Y desarrolla su actividad haciendo ciegos y sordos.
Es la palabra. Y parece que se sirve de las palabras para no dejarse entender.
Ahora, no tengo la pretensión de resolver estas dificultades, bastante sólidas.
Tanto más
que otros con una pericia mayor que la mía no lo han conseguido.
Es más, creo que lo primero que hay que hacer es precisamente admitir y aceptar
estas
dificultades, sin «quitarlas» como hacen ciertos estudiosos.
Es pueril desembarazarse de estas frases, bajo el pretexto de que no son
auténticas. Es
necesario dejarlas ahí, como están. En su aspereza. En su no-comestibilidad
inmediata. En
su «irresolución». Nunca se ha dicho que todas las dificultades deben quedar
resueltas.
Para caminar, quizás tengamos necesidad también de dificultades no resueltas.
Paradójicamente, es necesario comenzar por no entenderlas.
Al quererlas hacer digeribles a toda costa, se termina por desnaturalizarlas.
Con toda probabilidad su función está precisamente en permanecer allí como peso
indigesto, interrogante atormentador, provocación continua.
Son un muro contra el que está bien que nuestra presunción vaya a topar
regularmente.
Siempre debe haber algo que no esté a nuestro alcance. Sirve para medir nuestra
pequeñez.
Es necesario entender que no se entiende. He ahí el punto de partida.
Cierto, el reino de Dios no es una cosa fácil. Se puede hablar de él sólo con
imágenes.
Cristo, por eso, se sirve de parábolas. Algo simple. Historietas más bien
comunes,
elementales.
Cuando ciertos estudiosos afrontan argumentos arduos, se ponen a escribir
libracos
pesados, con un lenguaje duro para la mayor parte de los lectores. Con el
resultado de que
las cosas, siendo ya difíciles en sí, se dicen de manera difícil.
Jesús, por el contrario, para introducirnos en el misterio del reino, se sirve
de un lenguaje
popular. «Cuando hacía teología, se contentaba con contarnos una historia
frecuentemente
bastante banal, pero infinitamente más rica que nuestros libros más doctos y más
pesados»
(A. Maillot).
Obviamente, la realidad permanece difícil. Pero al menos lo sabemos...
fácilmente. O sea,
se nos informa de ello con medios simples.
¿Y si la explicación de la parábola fuera una parábola?... FUERA/DENTRO
Y, sin embargo, quiero arriesgarme y acercarme un poco a estos versículos. Así,
desprovisto, como estoy.
Para abrir esa puerta cerrada, lo intentaré con dos llaves:
- «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios»:
- «...a los que están fuera..."
Y añadiría un tercer elemento: participación.
Dado, ante todo. El reino, pues, no es conquista, sino ofrecimiento, propuesta.
Es
posibilidad, sin duda. Pero incluso esta posibilidad es dada.
«Todo conocimiento de Dios es un puro don, un milagro de Dios» (E. Schweizer).
El
hombre resulta radicalmente incapaz de entender los misterios del reino de Dios.
La llave le
es dada por aquel que la tiene en posesión.
A los que están fuera no les es dado. ¿Por qué? Porque permanecen fuera.
Paradójicamente, la llave es dada sólo desde dentro. Esto es lo que no quieren
entender.
Ellos se hacen la ilusión de descifrar el texto-parábola con los instrumentos
que tienen a
disposición: oído, inteligencia, estudio del lenguaje. Y no caen en la cuenta de
que es
necesario ante todo «simpatizar» con el autor, familiarizarse con él, estar con
él, fiarse de
él.
He aquí por qué he introducido la llave supletoria que he llamado participación.
Con
Jesús no se toleran posiciones neutrales (o, peor, de hostilidad preconcebida).
Si no se
participa, no se comprenden los secretos del reino. Podríamos explorar todos los
rincones,
afrontar y resolver todas las dificultades del texto. Y nos volvemos a encontrar
a oscuras.
No es cuestión de investigación, sino de "dejarse agarrar" por él sin oponer
resistencia.
AUTOSUFICIENCIA: La línea de demarcación entre los que están dentro y los que
están
fuera, no es la comprensión, sino la participación. Mejor, la comprensión deriva
como
consecuencia del «participar». Sólo si se «toma parte» (o sea, si nos separamos
de
nosotros mismos, de las propias seguridades, de la propia suficiencia) se está
en
disposición de entender. La distancia impide la comunicación. Quien se conforma
con ser
espectador, y no se deja comprometer personalmente, no ve nada de lo que pasa.
Pero, «los que están fuera» pueden siempre convertirse en «los que están
dentro».
Basta con que enfilen la puerta única: «La de la fe en la que el hombre
crucifica la propia
inteligencia y las propias ideas religiosas. Es la puerta ante la que debe morir
el hombre
natural para que nazca el hombre espiritual. Todas las otras puertas son falsas»
(A.
Maillot).
El paso del umbral, sin embargo, no depende de nuestras capacidades.
Es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3, 3), para que nos sea dado conocer el
misterio.
Sé que haré horrorizarse a los expertos. Pero, como no pertenezco a su casta
puedo
arriesgar tranquilamente el prestigio que no tengo.
Luego, puede suceder que también ésta sea una parábola. La más difícil de todas.
Jesús, queriendo explicar las parábolas, debiendo justificarse de su «hablar en
parábolas», cuenta otra parábola.
La parábola del que está fuera. Y para ver, ve. En cuanto a escuchar, escucha.
Pero con
todo su ver, no discierne nada. Con todo su escuchar, no comprende nada.
Estando fuera, a distancia, ve moverse a alguien allá dentro. Pero no distingue,
no
«reconoce».
Percibe sonidos. Pero no capta el significado de las palabras.
Bastaría entrar... Fácil ¿no?
Al contrario. Dificilísimo. El hombre acepta más fácilmente la humillación de no
tener, que
la alegría de «hacerse dar».
¡Prefiere permanecer fuera antes que admitir que no está dentro!
¿Y si el misterio del reino de Dios fuese, en el fondo, el misterio de las
contradicciones
del corazón del hombre?
¿Y si con esta parábola Jesús nos invitara a pedirnos explicaciones a nosotros
mismos?
O, todavía más, ¿fuese él quien nos pide explicaciones de ciertas posturas
nuestras de
cerrazón?
En este caso ya no es sólo Mc el que cambia la escena, sino Jesús que invierte
los
papeles.
Sucede. Sucede que el que pide explicaciones se ve obligado a darlas...
Quiere que entren aquellos que no vuelven la espalda
Algunas simples precisiones suplementarias.
1. Cristo no se dirige a la gente en parábolas, y a los «suyos» claramente. En
ciertas
circunstancias habla a todos en parábolas. Sólo que a los suyos les es «dada» la
posibilidad de comprender porque han decidido estar con él, han aprendido su
lenguaje,
toman sus posiciones, aceptan ser partícipes. Entienden el reino porque están
dentro.
Para los otros las parábolas son «enigmas».
O sea, para unos las parábolas sirven de iluminación. Para los otros permanecen
oscuras.
En el primer caso, la «posición» ayuda a entender la parábola y la parábola
aclara la
posición.
En el segundo caso, es la posición de extrañeza en que uno se mete, lo que no
sólo no
resuelve, sino que agrava la oscuridad. Entonces las parábolas son... sólo
parábolas.
2. Las parábolas no trazan una línea de demarcación entre personas superdotadas
intelectualmente e idiotas, sino entre creyentes y no creyentes. «No son los
sagaces los
que entienden, sino los más confiados» (A. Maillot). La separación está entre
aquellos que
se mantienen rígidos y los que se abandonan.
3. También los discípulos, con mucha frecuencia, no entienden las parábolas. O
las
entienden parcialmente. A menudo tienen los ojos cerrados, son «insensatos y
tardos de
corazón» (Lc 24, 25). Sólo con la pascua se abrirán totalmente sus ojos, se
desbloquearán
sus oídos y se ablandará su corazón.
«...Entonces se les abrieron los ojos» (Lc 24, 31).
4. Las dos expresiones «a fin de que» (v. 11) y «para que» (v. 12), me parece
que no
expresan una acción explícita de Dios sino que indican la consecuencia
inevitable de la
postura de aquellos que «eligen» quedarse fuera. Dios no hace otra cosa más que
levantar
acta de las decisiones que se derivan de la libertad del hombre. Incluso cuando
éste se
pone en disposición de no entender, de no ver, de no oír, de no convertirse.
El quiere dar. A aquéllos, naturalmente, que no cierren las manos.
El quiere que todos entren. Todos aquéllos, se entiende, que no vuelvan la
espalda.
5. Algunos traducen el «para que no se conviertan», por «a menos que no se
conviertan». También yo estoy de acuerdo. Me encuentro en el a menos.
En el fondo, para ofrecer a alguno la posibilidad de convertirse, se pueden
también
sacrificar las exigencias de la gramática. Jesús, por lo demás, ha sacrificado
tantas cosas...
Si la conversión es un milagro, ¿por qué el milagro no puede tocar también la
traducción
de una palabra? Una pequeña derogación de las leyes de la gramática...
PROVOCACIONES
1. «Le preguntaron sobre las parábolas (v. 10).
Si se trata del sembrador, no tenían necesidad de explicaciones. Lo habían
entendido
hasta demasiado bien. Tan bien que... no querían saber más...
El hecho es que no lograban aceptar aquella imagen. Tenían en la cabeza la idea
de uno
que pone las cosas en su lugar, ponen en su puesto a los malos, aniquila a los
enemigos,
va de triunfo en triunfo.
La imagen del sembrador, que pasa a través de terrenos ingratos, es muy clara,
pero
inadmisible.
Piden, entonces, explicaciones, con la esperanza de que... él entienda. Entienda
que
ellos querrían otra cosa, preferirían algo distinto.
Las cosas más difíciles de entender son las que no van con nuestros gustos.
Me ocurre, con frecuencia, discutir, debatir, profundizar, porque no quiero
saber de eso.
La explicación enmascara con mucha frecuencia la cerrazón.
2. Alguno puede «estar fuera» porque ha permanecido dentro mucho tiempo. Quiero
decir que, a fuerza de estar dentro por costumbre, posición adquirida,
seguridad, se nos
pone «fuera» del don. Los fariseos se hacen casi necesariamente «separados», o
sea
«fuera».
Más desafortunados que aquellos que ven y no distinguen, oyen y no comprenden,
son
los que ya no tienen nada que ver, nada que aprender.
Más desafortunados que aquellos que están fuera, son los que están dentro...
desde el
exterior.
Hay quien tiene miedo a entrar. Pero existe quien se mueve dentro, con tanta
desenvoltura que da miedo.
3. Lo opuesto de aquellos que están fuera, no son los que están dentro. Sino
aquellos
que «están con él».
El, entre otras cosas, tiene la costumbre de «salir» continuamente.
CONFRONTACIONES
Por dónde pasa la línea de demarcación
Los de fuera no son excluidos por un racismo religioso, justificado en nombre de
la
libertad de Dios, sino que son aquellos que en el evangelio de Mc rechazan
reconocer en
Jesús la presencia operante del reino de Dios. Y entre éstos pueden estar
incluidos
también los discípulos que no comprenden la parábola: son los discípulos que no
captan el
significado de los gestos de Jesús y pueden convertirse ellos mismos en aquellos
que
tienen el corazón endurecido, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. Con otras
palabras, la
línea de demarcación entre aquellos a quienes se les ha dado el misterio del
reino y los de
fuera, pasa por el corazón de cada hombre y por el interior de cada comunidad
(R. Fabris,
o. c.)
¡Jesús es el «anti-hijo» de Dios! J/ANTI-MESIAS
Cristo no es el hijo de Dios tal cual los hombres esperan. Allá donde los
hombres esperan
un rey, un brujo, aparece un sembrador. Allá donde esperan hechos
espectaculares,
desbarajustes, milagros, se encuentran frente a sementeras, abrojos, solazo.
Allí donde
están a la espera de un general, nace un niño. Allí donde esperan un vencedor,
encuentran
solamente el cadáver de un ajusticiado. En relación a los esquemas humanos,
¡Jesús es el
«anti-hijo» de Dios! Quiero decir, con esto, lo contrario de lo que se esperaba
(A. Maillot, o.
c.).
«Seguir» y «comprender» SEGUIR/COMPRENDER Queremos llamar la atención
sobre la ligazón que une el «seguir» y el «comprender». Mc nos ha dicho en el
capítulo
anterior que discípulo es aquel que se separa de la multitud y se decide por el
seguimiento:
ahora nos dice que el discípulo es aquel a quien es dado comprender. Pero ¿por
qué
comprende? Precisamente porque está dentro y no se ha quedado «fuera», porque se
ha
decidido y está en comunión con Cristo. Precisemos: no una comunión genérica con
el
recuerdo de Jesús (la comunión no es simplemente un hecho de memoria), sino
comunión
con el Cristo vivo hoy y hablando en la comunidad. Sólo el que está inserto en
la
comunidad puede comprender. El secreto del reino de Dios se capta desde dentro.
Para
quien vive en la comunidad, la palabra de Jesús (que ahora se anuncia en la
iglesia) es una
parábola que aclara, para quien permanece fuera es un enigma que deja perplejo
(B.
Maggioni, o. c.).
No basta el cosmético de la sonrisa
Ciertos teólogos tienen tendencia a dejar de lado la puerta real, para hacer que
los
hombres pasen a la iglesia por la escalera de servicio. Se vuelve a hablar a los
hombres
como si pudieran entender por sí mismos. Se facilitan e incluso se eluden los
problemas de
la fe. Se prestan a todo tipo de compromiso con tal de hacer entrar a los
hombres en el
reino. Se sostiene que basta que éstos vean y así estén en disposición de
distinguir; si es
necesario se degradará, se «desmitificará». Siempre hay tiempo de ver. Se creen
que
cuando oyen, están ya en disposición de entender por su cuenta. Si es necesario,
se
adaptará a los gustos del día lo que se precisa entender. El evangelio se hace
sirena. Se le
quiere sin misterio. ¡Pero no se conseguirán sino hijos de la gehenna! Más
exactamente no
se ganarán... porque, afortunadamente, el hombre de fuera ha aprendido la
lección de
Ulises. Tiene buenos algodones en las orejas. Y se mofa de nuestras gracias un
poco
marchitas. El carmín para los labios de la apologética, los polvos de la
seducción, el
perfume violento del actualismo, el cosmético de la sonrisa, no consiguen sino
evidenciar
las arrugas y el ridículo.
Sí, la iglesia debe hablar un lenguaje claro. El latín, igual que cierta jerga
teológica, no
traduce en modo alguno el misterio del reino de Dios. La iglesia debe hablar el
lenguaje de
todos. Pero no debe olvidar que es la depositaria de un misterio que es
inaccesible al
hombre desde fuera.
Este misterio se hace accesible únicamente por la fe, que es otro misterio.
He aquí por qué nuestra oración principal sigue siendo ésta: ¡Ven, Espíritu
creador! (A.
Maillot, o. c.).
Pues tal ha sido tu beneplácito
Jesús se llenó de gozo en el Espíritu santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor
del cielo
y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y se
las has
revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito...» (Lc 10,
21).
..................
1) El texto auténtico de Is es éste: "Ve y
di a ese pueblo: escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no
comprendáis. Haz torpe el corazón de ese pueblo y duros sus oídos, y pégale los
ojos, no sea que vea con
sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se
le cure" (6, 9-10). El contexto
es distinto. Se trata de un desafío irónico, donde la orden no quiere expresar
más que el resultado efectivo
de la misión profética.
2) Traducción-perifrasis en arameo del texto de las Escrituras, en uso en las
sinagogas, para la predicación,
después de la vuelta del exilio.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 190-198)
17
- EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
MEJOR: INTERPRETACIÓN DE LOS DISTINTOS TERRENOS
PARA/SEMBRADOR
Mc/04/13-20
Mt/13/18-23 Lc/08/11-15
¿De la narración a la predicación?
¿Pero Jesús explicó de verdad la parábola?
Un exegeta confiesa sus tribulaciones pasadas: «Me he resistido largo tiempo
contra la
conclusión de que la interpretación de la parábola había que adjudicársela a la
iglesia
primitiva».
Posteriormente, sin embargo, ha tenido que ceder: «Pero esta idea se impone,
incluso
sólo por razones lingüísticas».
Y concluye categóricamente: «La interpretación de la parábola del sembrador
pertenece a
la iglesia primitiva» (1).
Lo que hace sospechar a los estudiosos, sobre todo, es el lenguaje usado, más
bien
insólito en Mc y típico, por otra parte, en las cartas paulinas (comenzando por
el término «la
palabra», puesto solo aquí, de forma absoluta, en labios de Cristo).
Advierte aún Nolli: «la construcción de las frases y la gramática han perdido
aquel colorido
semítico que, sin embargo, ha quedado en el enunciado de la parábola misma».
Sobre todo se advierte un distanciamiento, determinado por el concentrarse de la
atención, de la figura y del gesto del sembrador -dominantes en la parábola- a
la reacción
de los diversos terrenos. Parece que el acento se desplaza («desliza», como dice
Dufour)
hacia el plano psicológico e incluso moralístico, en claro contraste con la
estructura del
relato primitivo.
En suma, se trataría de una predicación dirigida a los miembros de la comunidad,
que
comienzan a encontrar pruebas y obstáculos de todo género y que deben ser
exhortados a
la perseverancia. Una fe «probada» exige coraje y constancia.
Para simplificar: el sembrador hacia referencia a los predicadores del
evangelio. Aquí el
discurso iría dirigido a los oyentes (2).
Algunos, sin embargo, aun reconociendo la validez de las objeciones de orden
estilístico y
linguístico, plantean dudas acerca de la atribución apriorística de esta página
a la
comunidad primitiva.
La cuestión queda abierta.
Muy equilibrada, como de costumbre, es la posición de V. Taylor: «La explicación
es una
adaptación parcial de la enseñanza de Jesús a condiciones posteriores».
Admitido que aquí esté la mano (y las preocupaciones) de la comunidad eclesial,
es
necesario tener presente que ésta puede haber utilizado enseñanzas dispersas de
Jesús
sobre determinados temas más bien candentes: el peligro de las riquezas, las
miras
mundanas, las persecuciones, la exigencia de fidelidad, etc.
Y, además, es siempre importante y digna de la máxima atención esta reflexión de
una
comunidad de creyentes que, encontrándose en una determinada situación
histórica, se
examina frente a una página del evangelio, en la que la enseñanza de Jesús es
considerada como palabra viva, con una referencia inmediata a la vida cristiana.
Una posición importante -con sólidas piezas de apoyo- es la asumida por X. L.
Dufour,
quien no ha tenido las dudas de su ilustre colega sino que ha analizado
friamente el
problema. Por lo que afirma resueltamente: «No existe desplazamiento (glissement)
de
significado, sino que se manifiesta a los oyentes que la historia del sembrador
les afecta:
son exhortados a entrar en la nueva relación que les una a la palabra anunciada,
análoga a
la relación del campo con el sembrador».
Y concluye: «En la óptica de su contexto próximo, la parábola del sembrador es
interpretada por Mc como el anuncio del reino: anuncio que es necesario escuchar
con el
corazón para ser admitidos en ese reino. Mc explicita así la ligazón entre
palabra anunciada
y acogida. Sería como decir: el suceso (parábola) y su resonancia en los
contemporáneos
(aplicación) se corresponden necesariamente como dos caras, objetiva y
subjetiva, del
mismo misterio».
En suma: este estudioso está preocupado por salvaguardar la continuidad de
significado
entre parábola y explicación (negando aquel glissement que, por el contrario,
advierten
muchos críticos), y atribuye a Mc una preocupación catequética típica de la
comunidad a la
que se dirigía, y que se encuadra coherentemente en la estructura de su
evangelio. El todo,
sin embargo, refleja fundamentalmente la enseñanza de Jesús.
Más allá de todas las disputas, quisiera insistir en el hecho de que Jesús no
tiene ya
nada que explicar en relación al sembrador.
La imagen del reino como sementera es acogida en su evidencia (a lo mejor son
las
imágenes que se tienen en la cabeza las que hay que corregir).
Por otra parte, ya lo hemos dicho: los discípulos lo han entendido muy bien. Por
eso
sufrieron una sacudida.
La explicación no se refiere al estilo y a los gestos del sembrador. Jesús no
explica por
qué el sembrador hace aquellas elecciones, y mucho menos describe sus ansias. La
figura
del sembrador no se toca.
Si de verdad quieren interesarse por este asunto, he ahí que son orientados
hacia las
cosas que les toca a ellos de cerca: el terreno.
No. No es la explicación del sembrador. Es la explicación de los diversos tipos
de terreno.
Una vez más, Cristo no se explica a sí mismo.
En todo caso nos ayuda a explicarnos.
Dando un vistazo al texto
Algunas puntualizaciones.
Es transparente una interpretación de la parábola en clave alegórica. Se
pretende
identificar la semilla y las varias clases de terreno. Sólo «el sembrador» no es
identificado.
«Entendéis» y «comprenderéis» (v. 13) corresponden a dos verbos griegos que
indican,
respectivamente: conocer por intuición, directamente, y conocer por experiencia,
por
observación.
«La palabra» (v. 14) puede ser el mensaje cristiano, la buena noticia, la
predicación.
En la parábola original se pone el acento sobre las varias semillas que han
tenido una
suerte distinta. Aquí la atención se centra en las varias clases de
tierra-individuo.
Aquellos del primer grupo (el camino) son los únicos que no acogen la palabra.
Mt y Lc
añaden aquí el corazón del hombre, ampliando la explicación de Mc, el cual se
limita a decir
que «la palabra es sembrada y Satanás la arrebata inmediatamente» (V. Taylor).
Donde
existe el vacío, o sea la no-acogida, acude Satanás para tomar posesión del
lugar
deshabitado (Mt. 12, 43-45).
A los del pedregal se les califica de «inconstantes» (v. 17). La palabra griega
significa,
literalmente, «provisionales». Quien no tiene raíz, no tiene profundidad, es
«provisional».
Son «los hombres de un momento».
Sea como fuere, ésta es la categoría en la que se reflejan, de un modo
particular, las
experiencias de la comunidad primitiva: tribulación (una palabra querida por
Pablo) y
persecución (literalmente: caza).
«Sucumben enseguida» (v. 17): aquí no se señala la apostasía verdadera y propia,
sino
el ser escandalizados, el tropezar. Se podría decir: quedan bloqueados. O
también: son
derribados.
«Las preocupaciones del mundo» (v. 19) son las inquietudes, las ansias, los
afanes
exagerados. Es significativo que Mc dé un lugar especial a la seducción de las
riquezas.
Mientras pone juntas todas las otras codicias.
El último grupo, como está en la parábola original, resulta «desproporcionado»,
en
cuanto al espacio, respecto a los otros. El evangelista se ha alargado, sobre
todo, en las
categorías negativas, en los estadios del fracaso, en las fases de la
resistencia. «No sólo
porque la predicación de los defectos es siempre más fácil que la descripción
positiva de la
fe, sino porque la comunidad se interesa, sobre todo, por poner en guardia
contra el
rechazo del don de Dios» (E. Schweizer).
Es necesario, finalmente, notar que las aplicaciones resultan un tanto sutiles.
Es difícil,
en efecto, imaginar a Satanás como una bandada de pájaros, la persecusión como
una
insolación. ¡Y. especialmente, las riquezas como abrojos!
PROVOCACIONES
1. Algunos distinguen entre dificultades internas (primer y tercer caso) y
dificultades que
vienen del exterior (segundo tipo de terreno).
Me parece una simplificación abusiva.
Las causas, en todo caso, han de buscarse «dentro».
Las fuerzas extrañas tienen éxito porque en el interior encuentran debilidad. Es
posible
llevárselo porque el propietario no vigila. Es posible hacer caer porque el que
camina no se
tiene de pie. Es posible agostar porque uno no es libre.
Satanás, la riqueza, ídolos varios ocupan al hombre, porque el hombre les deja
espacio.
En suma, las dificultades externas son provocadas por las dificultades internas.
Y no al
revés.
2. La cosecha final no compensa al sembrador de la desilusión provocada por las
tierras
hostiles.
La esperanza de este sembrador no se proyecta hacia el «resultado»
satisfactorio, sino
hacia la tierra ingrata.
El está satisfecho no sólo cuando cosecha grano, sino cuando puede quitar
piedras y
abrojos.
A él no le interesa tanto que no le desilusione la cosecha, cuanto que no le
desilusione el
terreno. No, no es lo mismo. Dios no es un propietario ávido.
También un puñado de grano recogido en mi terreno áspero y miserable le llena de
gozo.
No es nada. Pero él sabe que es todo lo que hoy puedo dar.
3. ¿Qué aparece hacia afuera? El sembrador que sale y cumple aquel gesto amplio.
Un
gesto que debería cambiar la faz del mundo. Y después se ven las piedras, los
abrojos, los
ladrones de distintos calibres que «se lo llevan», el poder y la prepotencia de
la riqueza, la
carrera hacia los ídolos, las contrariedades, los que sucumben enseguida... Todo
esto
queda de manifiesto, en la superficie.
Únicamente la acogida no se ve. La profundidad no se puede ver. Lo que sucede
dentro
del surco escapa a la observación.
Sí. Dios está cambiando la faz de la tierra. Pero en profundidad.
4. El vacío (distracción, indiferencia, prisa, rareza) es el gran enemigo de la
palabra.
Cuando existe el vacío, llega inevitablemente alguien para llevarse lo que sea.
Sí, para
llevarse lo que no hay. Lo que es acogido.
Pero contra la plenitud, a la que tiende la palabra, no está solamente el vacío.
Está
también el impedimento (tercer tipo de terreno).
Una persona, en vez de crecer, acumula y junta. Y termina por ahogar. Al mismo
tiempo
que a la palabra sembrada.
La vida de ciertas personas parece desarrollarse en una inmensa tienda. Pero en
una
tienda no se puede vivir. Así como no se puede vivir en un sepulcro.
(En una tienda se pueden hacer cuentas. No se puede orar...).
5. El terreno debe responder a las esperanzas del sembrador, no defraudar sus
esperanzas. Exacto.
Y yo pienso inmediatamente en lo que debe nacer en mí. La idea del fruto está
ligada
instintivamente a la de la vida.
Tiendo a saltar la etapa que se llama muerte.
Y, sin embargo, el sembrador ve mi terreno, y se da cuenta de todo lo que en él
constituye un impedimento a la vida. Advierte la despiadada competencia por la
semilla.
Entonces sabe que algo debe morir en mí.
También yo debo saberlo.
6. La semilla no está sola cuando está en la profundidad del surco. Está sola
cuando no
da fruto.
7. Algunos, entre los exegetas más prestigiosos, en cuanto abandonan su campo
específico y descienden al terreno de las aplicaciones prácticas, se diría que
pierden de
golpe su competencia.
Así, con la misma desenvoltura, aseguran que el terreno bueno «son los
cristianos», o
incluso más expeditamente «los buenos».
¡Qué equivocación tan formidable!
No. El cristiano es tal, precisamente, cuando es consciente de que no es sólo
terreno
bueno. Sabe que dentro de él existen amplias zonas baldías, que hay que sanear,
que hay
que evangelizar.
8. Pero el problema de esta explicación de la parábola -al menos para mí- es el
de mi
ubicación. ¿Dónde me pongo? ¿En el camino, o entre pedregales, o en medio de los
abrojos? ¿Y me estará prohibido precisamente el acceso al terreno bueno?
Es difícil para mí encontrar una ubicación única.
Mi realidad, en efecto, me hace sentir «múltiple». Yo soy varios terrenos. Así
termino por
reconocerme en todas las partes de esta parábola.
Me reconozco, ante todo, en el camino, "en el terreno apestado por una fe
reducida a
costumbre, observancia quizá exacta de leyes y preceptos".
Llega la palabra de Dios. Me toca, pero rebota, sin lograr penetrar. Estoy
distraído,
ausente. El corazón, los intereses -a pesar de las apariencias- están en otra
parte. Yo no
estoy allí. Y la semilla, por esto, me es extraña, como yo soy extraño a mí
mismo.
Es suficiente la ráfaga de una tentación para barrer aquellos granos que no
encontraron
acogida.
Me reconozco en el terreno no labrado a conciencia. «Un fondo árido de piedras,
y
encima una mano de tierra buena, esparcida y allanada de prisa». Suficiente para
hacer un
buen papel, para salvar las apariencias.
Superficialidad, ligereza, vanidad. Búsqueda de emociones. Inestabilidad.
Tímidas
intentonas, sin llevar nada hasta las últimas consecuencias. Veleidades.
Volubilidad. Una
persona sin raíces y estructuralmente incapaz de comprometerse de verdad.
Mariposea en
todo y no asimila nada. Toca una infinidad de cosas, pero no hace propia ni
siquiera una.
«Cuando llega la semilla es acogida con un inicial entusiasmo: opera de distinta
manera
de lo acostumbrado, hace algo nuevo: una novedad quizás pintoresca, en cada
estación.
Pero no existe un subsuelo donde meter las raíces. Y falta coraje para
perseverar. Llega
una dificultad, o pasa la moda que origina lo nuevo y lo pintoresco. Y el tallo
que se había
lanzado verde en medio del aire, se repliega seco sobre sí mismo; y quizás le da
vergüenza
dejarse ver, haberse dejado derribar a la derecha, a la izquierda o al centro
por los fans de
la opinión triunfante de turno, sea contestataria o conservadora".
Me reconozco también en el manojo de espinas. Aquí el terreno está bien labrado.
Pero
la mayor parte de los humores es sofocada, precisamente por los abrojos que
crecen
vigorosos y tienen vida fácil.
Y la pobre semilla, que ha logrado penetrar en aquel enredo, y ha conseguido
incluso
echar un tallo escuálido, tiene que arreglárselas con la concurrencia despiadada
de los
abrojos que le roban el alimento, no la dejan ver el sol y la envenenan el aire,
y terminan
por sofocarla.
Preocupaciones, estorbos, compensaciones engañosas, compromisos,
contradicciones,
una multitud de «cosas buenas» que se hacen indispensables, pequeñas comodidades
de
las que no puedo prescindir. He ahí los abrojos que sofocan, dentro de mí, la
palabra de
Dios, después de haberla dejado en minoría.
Pero, finalmente, me reconozco también en la tierra buena. Si no en la que
produce el
ciento o el sesenta, al menos en la que produce el treinta.
El sembrador no pretende de todos el mismo porcentaje. Y después no es que esté
pendiente de los resultados. Le basta que trabaje para ablandar mi dureza, tirar
lejos las
piedras de la aridez, arrancar los abrojos de la concurrencia.
El sembrador quiere, simplemente, que ponga mi parte de trabajo. Esa parte que,
cuando
falta, las potencialidades de la semilla quedan neutralizadas.
El sembrador me tiene por «socio» en su obra incesante, de creación.
La palabra creadora me apremia, pues, a hacer mi parte.
Sólo entonces se podrá ver algo bueno también en medio del desierto.
«Salió el sembrador a sembrar...».
Estaría bien que yo, tierra, vaya a su encuentro.
CONFRONTACIONES
Los pájaros en la cabeza
No podemos evitar que los pájaros revoloteen sobre nuestra cabeza, pero debemos
estar
en guardia, para que no hagan el nido sobre ella. Si se familiarizan con
nosotros, y
encuentran un punto de apoyo en nuestra cabeza, y acaso en nuestro corazón, la
semilla
no tiene nada que hacer (M. Lutero).
Todos juntos, bajo aquel gesto...
La parábola nos llama a todos al orden. Yo y tú, y tú, personalmente. Y todos
nosotros a
quienes tocó hallarnos juntos cuando el sembrador sale a sembrar. De hallarnos
juntos bajo
el amplio gesto de su brazo, que expande sin tacañerías y sin preocupaciones de
eficacia y
de provecho su semilla, que caerá donde sea, dé fruto o no lo dé... (N. Fabro).
El riesgo de la palabra
El fruto no depende sólo de la palabra, depende también de las diversas
situaciones del
terreno, de las diversas respuestas. Este es un punto esencial del misterio del
reino de
Dios, el cual no es un misterio que ha de interpretarse según categorías de
eficiencia...
...Verificar, día a día, que el reino de Dios va hacia adelante a través de esta
humilde
propuesta, la cual, precisamente, porque es propuesta, conlleva todo el riesgo
de la
negligencia, dejadez, no aceptación, oposición (C. Martini, o. c.).
Prohibido permanecer sin moraduras
En la mayor parte de los casos se trata de un cierto cristianismo sentimental.
El hecho
mismo de que alguno diga que se ha entusiasmado ante una predicación, levanta
casi
siempre sospechas. Porque cuando la palabra de Dios da de verdad en el blanco,
es
necesario morir, poner la segur a la raíz, renacer. Y si todo nacimiento es
doloroso, lo es
también todo nuevo nacimiento. Hay que pasar muchos dolores antes de que la
nueva vida
sea liberada. Hay que cortar muchas ligaduras, no una sola. Si somos solamente
entusiastas, entonces se trata casi siempre de retórica o también de espuma
inconsistente.
Pero la palabra de Dios no es una delicia para los oídos, sino un martillo.
Quien quede sin
moraduras, no piense que ha sido herido. El entusiasmo es casi siempre humo de
pajas (H.
Thielicke, Das Bilderbuch Gottes, Stuttgart 41963).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 200-207)
.....................
1) J. Jeremías. Las parábolas de Jesús,
Salamanca 1970, 95 y 97
2) Si bien no exclusivamente. En efecto el discurso podía referirse, de rechazo,
también a los misioneros,
siempre amenazados por el desánimo frente a los terrenos poco receptivos y que,
por lo mismo, pueden
sacar la impresión de coleccionar simplemente fracasos.
18
- LUZ Y ESCUCHA
Mc/04/21-25 Mt/05/15
Lc/08/16-18
La búsqueda del celemín...:
Yo no sabía lo que era un celemín.
Era el momento bueno para llenar una laguna.
Abro con confianza los comentarios más prestigiosos. Disquisiciones sutiles
acerca de la
homogeneidad o no de estos «dichos» con lo que precede o lo que sigue, además de
entre
sí. Se prolonga el documentar que en los otros evangelistas se encuentra sólo en
parte en
el mismo contexto y no siempre se usa en el mismo sentido.
Parece que el protagonista que hay que tener presente sea el famoso documento Q.
Y el celemín permanece allí, nadie se preocupa de él.
Y. sin embargo, parece que a Jesús le interesó esta zarandaja.
Recojo pocas informaciones acerca de él.
G. Nolli habla de él como de un objeto muy conocido, por lo que se limita a
decir que tiene
cuatro patas que sirven, no para andar, sino «para poderlo agarrar más
fácilmente». Y,
gracias a estas patas, seria fácil poner debajo de él la lámpara. Puede ser que
sea una
operación fácil, pero no ciertamente clara. Y es en verdad el colmo, tratándose
de una
lámpara. Así pues, patas que sirven para agarrar, y se agarra para escondernos
algo.
Pero...
V. Taylor afirma que se trata de «una medida para sólidos que contiene dos
galones».
Pero como buen inglés «imperial» cree que todo el mundo va a ir a comprar la
mercancía
por galones.
Lagrange sostiene que ha encontrado el celemín en los papiros (la palabra, se
entiende).
Sería un gran vaso destinado a contener el grano, pero que tendría también el
uso de
esconder la lámpara.
Algún otro traduce celemín por artesa.
Y, de rechazo, hay quien habla incluso de él como de un recipiente que sirve
para
«apagar» la lámpara. En este caso, no se ve por qué precisamente habría que usar
nada
menos que una artesa para apagar una llamita.
Aun teniendo en cuenta que, en las pobres casas palestinas, con una sola
habitación, sin
ventanas, el humo resultase bastante desagradable, no me parece que debieran
darse
tantos y tan complicados problemas.
Así pues, ¿qué es el celemín? Finalmente abro un diccionario, que me simplifica
el asunto:
«Medida romana de capacidad para áridos, en la que caben unos 8,75 litros. El
recipiente
podría servir a los pobres como plato o como soporte para depositar los
alimentos».
Una escena familiar y un proverbio popular
Esclarecido el misterio, pasemos a examinar esta página.
Son dos pares de «dichos» (o dos pequeñas parábolas) distintos (v. 21-22 y
24-25)
introducidos por la expresión «les decía», y cuyo segundo miembro se abre con la
palabra
«pues». El v. 23 hace de bisagra (pero constituye también la clave de todo, como
veremos).
Estamos ante una típica construcción de Mc. A mí me parece incluso lograda.
Aunque falta una ligazón directa con la parábola precedente, es innegable, sin
embargo,
que se insertan en el discurso acerca del misterio del reino, que se está
desvelando
progresivamente.
«Podremos resumir así el sentido de la palabra que Jesús dice: ciertamente el
reino de
Dios es algo escondido que no todos conocen. Pero quien tiene oídos para oír
descubrirá
que se trata de algo más que de cosas escondidas... «(G. Dehn).
Jesús, para ilustrar su pensamiento, se sirve de una escena familiar y de un
proverbio
común («al que tenga se le dará...»), que él reelabora libremente adaptándolo a
la «nueva
situación».
Bosqueja, en primer lugar, el cuadro familiar, y por la tarde «viene» la lámpara
(1).
Jesús hace observar, con una pregunta irónica, que el vasito (ordinariamente de
terracota), no «viene» para ser apagado inmediatamente bajo el celemín, ni para
ser
escondido bajo el lecho. Debe iluminar. Para eso se ha encendido, y entonces se
le coloca
sobre el candelero. Este es su puesto.
Y ahora, el reclamo aparece evidente. El ha venido para iluminar, no para
oscurecer, ni
mucho menos para cegar (2).
Algunos traducen el v. 22 así: «No hay nada que sea escondido sino es con la
intención
de que sea manifestado». O sea, puede existir una fase de oscuridad y de no
total claridad
(el hablar en parábolas un esconder temporalmente el misterio de su persona).
Pero
«también cuando una cosa está escondida, el escondimiento es gracia de
revelación» (V.
Taylor).
Bastará seguirlo hasta el fondo y la luz disipará, poco a poco, la oscuridad. Es
una
promesa explícita hecha por Jesús. Como si quisiera asegurar: estad tranquilos,
he venido
para ser puesto sobre el candelero, no para confundir las cosas.
El versiculo-bisagra 23 («quien tenga oídos para oir que oiga») ofrece la clave
para la
comprensión de todo, además de ser paso hacia los dichos (o parábola)
siguientes. Se
trata de escuchar, con aquella escucha partícipe de la que ya hemos hablado más
arriba.
Paradójicamente, aquí, se alterna el tema de la luz y el de la escucha. Algo así
como: ¡ve
el que escucha!
La insistencia siguiente no es casual: «atended a lo que escucháis» (v. 24). La
luz llega
al interior del hombre a través de los oídos...
Aparentemente lo que viene después introduce un tema nuevo. A mí me parece que
no.
Lo veo, más bien, en continuidad con todo lo que se ha dicho antes. Así pues:
«con la
medida con que midáis seréis medidos» (3).
Me resulta extraño que muy pocos comentaristas subrayen la palabra «medida»,
sobre
todo en relación al «celemín» del principio. Y, sin embargo, -me parece- es
precisamente
este vocablo el que asegura el elemento continuidad del discurso de Jesús. O
sea, vuelve a
escena la medida que es el celemín y es devuelta a su uso normal, que es el de
contener
algo. No debe servir para apagar la lámpara, sino para acoger el mensaje de
Cristo. No
uséis el celemín para apagar, sino para recibir.
Se esclarece, entonces, el significado del «dicho»: la comprensión está en
relación con la
disponibilidad.
El provecho es proporcional a la atención.
El conocimiento depende del deseo.
Dicho de otra manera: el don está subordinado a la capacidad del recipiente.
«...Al que tenga se le dará». Me atrevería a decir que aquí no es sólo la medida
«rebosante», sino que se entiende una «capacidad mayor» para recibir, un oído
más fino,
una vista más penetrante, un espacio interior más dilatado.
O sea, no es simplemente el aumento cuantitativo de lo que se recibe una vez,
sino el
aumento de la misma «posibilidad» de recibir, el aumento de la «capacidad» del
individuo.
Al llegar a este punto Jesús remite a la sabiduría popular. Debían existir, en
relación a la
situación social, proverbios como éstos: «El rico se hace cada día más rico»,
«dinero llama
dinero», «al rico todos le llevan regalos». Por el contrario, a quien no tiene
nada, todos le
quitan hasta el último centavo; o también, en temas de desgracias, para quien ya
es
miserable, «llueve sobre mojado».
Jesús transfiere esta «mentalidad» al plano que le es propio.
·Schnackenburg da en el clavo cuando comenta: «Quien ya tiene un tesoro de fe y
de
amor, de buena voluntad y de fuerza para la actuación de la vida cristiana,
recibirá dones
aún mayores escuchando la palabra de Dios como es debido. Quien, por el
contrario, está
privado de todo esto, verá incluso desaparecer la fe acogida por él sólo
externamente y
terminará por quedar del todo con las manos vacías. Es una palabra severa, que
ilumina la
seriedad de la situación en que se coloca quien quiera vivir de verdad como
cristiano».
Con otras palabras, importa la postura radical: una disponibilidad completa no
puede
menos de llevar al don total. Mientras que una disponibilidad parcial conduce
inevitablemente a la pérdida total.
El "pasivo divino"
Es necesario subrayar, a estas alturas, el uso de los verbos en pasiva: «será
dado»,
«será medido», «será quitado». Indican la acción divina.
Jesús se acomodó al uso hebreo, ligado a la exigencia de no pronunciar el nombre
de
Dios para evitar cualquier abuso.
J. Jeremías lo llama «el pasivo divino». Jesús hace de él un uso muy frecuente.
Alrededor de cien veces (4). «Utiliza este pasivo, no sólo en enunciados
estrictamente
apocalípticos... sino que amplía su campo y lo aplica también a la acción de la
gracia de
Dios en el presente: Ya ahora perdona Dios, ya ahora revela el misterio del
reino, ya ahora
cumple él su promesa, ya ahora escucha él las oraciones, ya ahora concede el
Espíritu, ya
ahora envía mensajeros y los protege, mientras entrega al enviado. Todos estos
pasivos
divinos anuncian el presente del tiempo de la salvación, aunque lo hacen
velándolo...».
PROVOCACIONES
1. El reino se hará realidad luminosa para mí con tal de que no me limite a
«desflorarlo».
La enseñanza de Jesús iluminará mi casa, a condición de no tomarla en pequeñas
dosis.
2. Aquí, quizás, se comprende la bienaventuranza de los «limpios de corazón».
Corazón
limpio, o sea purificado por una larga, sufrida búsqueda de la luz.
3. Jesús es la lámpara, la luz que «viene». Pero esta luz sólo puede percibirse
a través
de otra luz, que no depende de mí, sino que Dios mismo me da.
En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal 35, 10).
4. En mi casa no hay un celemín. Estoy desprovisto de él. Pero es inútil buscar
fuera la
«medida» para acoger el don de Dios. Esa "medida" he de conseguirla dentro de
mí.
Operación vaciamiento.
CONFRONTACIONES
El milagro de un hombre que me permite que le dé...
Mc, con la repetida llamada a «oír», subraya una vez más que las palabras de
Jesús han
de entenderse (no hay nada que Jesús desee más ardientemente), pero que esto
presupone el don de Dios y el milagro de un hombre que permita que le den... (E.
Schweizer, o. c.).
¿Quién de nosotros es suficientemente niño?
Estas páginas se han difundido por todas partes, se pueden leer y escuchar todos
los
días y a todas las horas de la jornada. Tienen el aire de una claridad, de una
simplicidad
infantil. Y lo son efectivamente. Pero ¿quién de nosotros es suficientemente
niño para
comprenderlas...?
Estos textos se ofrecen a todos, son una vela sobre el candelero y sin embargo,
lo ven
solamente quienes tienen ojos. Se pueden gargarizar y ventricular de todas las
maneras
posibles ante aquellos que no tienen oídos. Su verdad, como la verdad de todo lo
que vive,
se difunde por sí misma (Lanza del Vasto, Commentaire de l'évangile, Paris
1966).
Como el dinero trae más dinero...
Parece como si Jesús dijera que en su reino pasa algo parecido al dinero: como
el dinero
trae más dinero, así el amor trae más amor. Y como al rico todos los negocios le
salen bien,
sobre todo porque es muy rico, así a quien tiene mucho amor, Dios le da todavía
más amor;
mientras que a quien es egoísta y explota a sus hermanos, Dios le quita incluso
aquello
poco de bueno que tenía en su corazón... Porque el egoísmo genera más egoísmo,
como el
amor genera más amor (E. Cardenal, El evangelio en Solentiname I, Salamanca
2.1975)
(·PRONZATO-3/1.Págs. 208-213)
.......................
1) Prefiero la traducción «acaso viene la
lámpara» en vez de "acaso se trae la lámpara", porque es más fiel al
texto: y también porque deja entrever mejor la aparición de Jesús sobre la
tierra.
2) A diferencia de Mt. que aplica la imagen a los discípulos, los cuales deben
ser "la luz del mundo" (5, 14), Mc
la refiere a la venida del reino en la persona de Jesús.
3) En los otros evangelistas, la "sentencia" se refiere a las relaciones con el
prójimo: "no juzguéis para que no
seáis juzgados... con la medida que midáis se os medirá a vosotros·" (Mt 7, 1-2;
cf. también Lc 6, 37-38).
4) El mismo autor hace notar que, teniendo presente este tipo de lenguaje,
habría que traducir "bienaventurados
los que lloran porque hay alguien que los consolará" (en vez de «serán
consolados») en Mt 5, 4. «Hay
alguien que ha contado todos los cabellos de vuestra cabeza» (Mt 10.30). Y, en
la escena del paralítico
referida por Mc. se podría traducir: "Hijo mío, hay alguien que te perdona tus
pecados" (2, 5). Cf. J. Jeremías.
Teología del nuevo testamento, Salamanca 4,1981. 23 s.
19
- LA SEMILLA QUE CRECE POR SI SOLA:
Mc/04/26-29:
PARA/SEMILLA
Al descubrimiento del tema
La llaman la «parábola de la semilla que crece por sí misma» (o
«espontáneamente» o «a
escondidas»), «de la semilla que germina sin que se ponga la mano en ella», o
también «de
la tierra que da fruto», e incluso «del labrador paciente» (con las variantes
«confiado»,
«lleno de esperanza»).
Lo que significa que, para una parábola de apariencia tan simple, resulta más
bien difícil
determinar el tema principal, acertar de qué se trata.
Es significativo el hecho de que los otros evangelistas no la mencionen. Sólo Mc
la
registra. En Mt se puede encontrar un vago paralelo en la parábola de la semilla
y de la
cizaña (Mt 13, 24-30), puesta en el mismo contexto. Evidentemente el campo de la
semilla
que crece en silencio resultaba un poco vacío y ha querido llenarlo con la
grana. Y la
escena del labrador que se limita a dormir y a levantarse según sea noche o día,
quedaba
un poco chata, y ha pensado, con buen criterio, darle movimiento, e incluso
dramatizarla,
con la acción dañosa del enemigo del hombre.
Pero Mc no tiene miedo a presentar esta parábola difícil.
Cierto, se habla del misterio del reino. Se dice expresamente (v. 26).
Pero me parece que discutiendo si el reino aquí hay que entenderlo en su
principio
germinal interno (dentro de cada uno de los hombres o dentro de la sociedad), o
en su
aspecto de desarrollo en coincidencia con la evolución de la historia, o en
clave escatológica
(la siega: cf. Joel 4, 13: «Meted la hoz, porque la mies está madura») existe el
peligro de no
captar el centro de gravedad de la parábola.
Evidentemente, Jesús se refiere a su situación, parte de ella.
Es precisa, en este sentido, la exégesis (alabada incluso por la Lagrange) que
hace Loisy:
«Como el agricultor, Jesús siembra el reino predicando el evangelio. No le toca
dirigir la
siega, o sea el advenimiento completo del reino, y no nos debe impacientar que
esta venida
no se produzca inmediatamente. Es asunto que pertenece a Dios, así como el
desarrollo
actual y misterioso del reino es obra suya y secreto suyo».
En este contexto, la parábola puede ser una respuesta a las intolerancias de los
zelotes
-presentes también entre los apóstoles-, que querían pasar decididamente a la
acción, a las
impaciencias de los «suyos», que desearían un éxito más evidente, y a los
delirios y cálculos
de los apocalípticos. Y quizás, también, una invitación... a la calma y a la
interioridad para
aquella gente siempre ávida de acontecimientos sensacionales.
Pero, con todo esto, aún no está aclarada la intención de la parábola.
Protagonista es la semilla
Alguno sostiene que se hace resaltar el proceso del crecimiento. Otros, que la
cosecha.
A mí, por el contrario, me parece evidente que la protagonista es la semilla.
En las parábolas precedentes, se ha destacado, ante todo, la figura del
sembrador y
"fijado" su gesto. Después se ha hablado de las diversas clases de terreno.
Ahora,
justamente, el interés recae sobre la semilla.
Discutir si el acento se pone en los inicios o al final, está fuera de lugar.
Aquí se quiere
llamar la atención sobre la característica principal de la semilla: su fuerza
interna, sus
potencialidades.
La semilla es la cosa más débil, pero también la más fuerte.
No es que se niegue o se minimice la acción del sembrador. Como no se niega la
importancia del terreno. Pero de esto ya se ha hablado.
El trabajo y la acción del labrador han sido y son necesarios (sembrar, arar,
escardar,
etc.). Pero aquí no interesa. Hay que ocuparse de la fuerza vital ínsita en la
semilla, que es
independiente de la acción del hombre y de su saber («sin que él sepa cómo», v.
27; la
misma alusión al dormir o al estar alerta del agricultor indica algo
«desenganchado» de lo
que sucede en el campo).
El labrador puede ir a dormir y puede levantarse, no porque su trabajo carezca
de
importancia. Sino porque se habla de otra cosa. Y él en este momento no
interesa.
Las dos tentaciones siempre al acecho en esta parábola son la interpretación
alegórica
(1) y el interés exasperado por lo que hace o por lo que no hace el labrador.
También los estudiosos más avisados derivan de buen grado hacia el campo moral,
cuando se trata de sacar las consecuencias. Y entonces la parábola constituiría
una
invitación a la paciencia, a la serenidad, una apología de la esperanza, un
sedante contra el
insomnio y los afanes. No es casual que alguno se adelante diciendo «la parábola
del
agricultor paciente», que es como echar a andar con pie equivocado.
Evidentemente, es fácil sentirse en situación embarazosa frente a la semilla. No
se sabe
qué decir. Se prefiere hablar del hombre, aunque sea para admirar su calma o
para
exhortarlo a tener confianza.
Y. sin embargo, la parábola no es un himno genérico a la esperanza.
Representa una invitación clara a descubrir la acción de la semilla, su
potencia.
La palabra de Dios es viva, eficaz, tiene una fuerza interna irresistible.
Hace que suceda algo. Es más, ella misma es acontecimiento, hecho.
Se podría decir: esta sucediendo la palabra. Este es el hecho decisivo.
El reino está presente, acontece. Es esencialmente poder de Dios, no acción del
hombre.
El reino es actual en su aparente inactualidad.
Se manifiesta en la ausencia de signos exteriores.
Crece y trabaja, aunque parezca que no pasa nada.
«Produce», aunque todo quede como antes.
Resumiendo: el reino considerado desde tres ángulos diversos. Como siembra
(parábola
del sembrador). Como acogida y responsabilidad (explicación). Como poder (la
semilla que
crece por sí sola).
Este último aspecto, no excluyendo los primeros, incluso presuponiéndolos como
condición (la semilla, para poner de relieve su fecundidad, tiene necesidad de
ser
sembrada; y la siembra implica necesariamente un terreno), sin embargo se
desengancha
de ellos. O sea: la fuerza vital no es dada a la semilla por la actividad del
agricultor. La
posee por sí misma.
El creyente, como el agricultor, es alguien que sabe todo esto.
No debemos equivocarnos a este respecto. La parábola no dice que el hombre no
sabe.
Dice que no sabe cómo (v. 27). Que es bien distinto.
El creyente es alguien que sabe del reino. Está informado acerca de ello. Tiene
conocimiento de su presencia. Advierte su acción.
El «cómo» no añadiría nada. Es más, quitaría algo, tanto a su fe, cuanto a la
potencialidad de la semilla.
Finalmente, el creyente tiene necesidad de que el «cómo» permanezca secreto.
De otro modo desaparecería de su vida el elemento estupor y la dimensión del
respeto.
No lo veremos jamás de rodillas. Sino siempre afanoso, siempre encorvado para
controlar. O, peor, para manipular.
PROVOCACIONES
1. Creo intuir el motivo por el que los otros evangelistas y muchos predicadores
omiten
esta parábola. Porque no presenta aplicaciones prácticas.
Cierto tipo de gente si no señala deberes a los demás, se siente desocupada. Si
no dice
a los otros lo que tienen que hacer y sobre todo lo que no tienen que hacer, se
siente inútil.
La parábola es embarazosa porque no dice ni lo que tenemos que hacer ni mucho
menos
lo que debemos evitar. Dice, simplemente, lo que está haciendo la semilla.
El agricultor, después de haber hecho lo que era necesario, ahora «deja hacer».
Y es la
acción más difícil de cumplir.
(Me gustaría encontrar, en los manuales de pastoral, dos capítulos con estos
títulos:
«Dejar hacer» y «Dejar estar»).
2. No se trata de condenar el eficientismo.
El eficientismo desaparece frente a la eficacia de la semilla-palabra.
Las manías eficientistas y los afanes organizativos son desenmascarados en sus
pretensiones ridículas y aparecen fuera de lugar cuando se revela la fuerza
natural de la
semilla.
El eficientismo y el activismo no se combaten. Se demuestran «fuera de lugar».
En el
campo del reino no tienen cabida. La semilla les excluye.
3. Una fórmula que todos cacarean hoy es «la irrupción de Dios en la historia» o
«la
irrupción del reino». No existe una palabra más inflada que «irrupción». En
algunos libros,
se encuentra en cada página y tienes la impresión de que el volumen va a
explotarte entre
las manos de un momento a otro.
No discuto la legitimidad teológica del término. Pero me parece, modestamente,
que en
nuestra civilización, contaminada por la espectacularidad y por el
sensacionalismo, puede
alimentar muchos equívocos.
En realidad, cuando Dios "irrumpe" en la escena para liberar a los hebreos de la
opresión, comienza una fatigosa -y en absoluto triunfal- marcha a través del
desierto.
Cuando Cristo «irrumpe» en medio de los hombres, encontramos a un niño en un
establo.
¿Acaso, «irrupción» no será una traducción un poco... libre de la kénosis?
Y después desafío a cualquiera a demostrar que la parábola de la semilla, que
crece por
sí misma, sugiere la imagen de una irrupción.
Me parece que es mejor decir: el reino viene, está sucediendo.
Dejemos descansar un momento a la irrupción (debe estar también un poco
cansada), y
sustituyámosla con una palabra más discreta. Después de tantos destrozos
(verbales), la
semilla podrá continuar su acción silenciosa...
(Y pido disculpas si también a mí, quizás, se me ha escapado alguna «irrupción».
Se dan
casos, desgraciadamente, en los que el lenguaje usual piensa en lugar nuestro).
4. El cristiano no es un constructor del reino, y menos aún un programador o un
director
de obras.
Es, más modestamente, pero más útilmente, uno que ofrece posibilidades al reino.
Y, a veces, la posibilidad más apreciada puede ser la de no estorbar.
5. Dando un poco de pábulo a la fantasía acerca de la realidad que tenemos ante
los
ojos, podemos descubrir cómo la parábola, en el fondo, «ridiculiza» -con su
imagen central
de la semilla que crece por sí misma- ciertas «partes» que a veces los hombres
de iglesia
se asignan únicamente para no hacer la figura del agricultor que «duerme o está
en pie
según sea de día o de noche».
Es un trabajo que dejo a mis lectores (contento, en todo caso, de registrar sus
aportaciones).
Y me limito a sugerir una lista de personas que «no entran» en la parábola. Tal
como se
me vienen a la cabeza.
En primer lugar, no hay nadie que se afane por exterminar los pájaros que
picotean la
semilla. Y ni siquiera existe alguien que haga de espantapájaros. Y tampoco ni
sombra de
un especialista en piedras o en espinas.
No se ve a nadie que proteja la frágil planta, la resguarde, o aísle las
especies que
considera más apreciadas con pequeños muros de separación, aptos para este fin.
No hay lugar para el experto en botánica, el que sabe todo acerca de la semilla,
menos lo
más importante: que la semilla no recibe instrucciones suyas.
(Conviene siempre desconfiar de los expertos en botánica eclesial. Personalmente
he
conocido a algunos que han cometido errores colosales, dirigiendo todo su afán
hacia
espigas «ejemplares» que después se han manifestado vacías, y despreciando otras
que
tenían algo en la cabeza, pero con el inconveniente de no plegarse, lo que les
salía muy
bien a los primeros; que cambiaban las hierbas de adorno por los frutos; que no
distinguían
entre venenos y abonos; que desconfiaban del perfume más genuino, y en
compensación
no advertían el hedor más pestilente; que animaban a los parásitos y
mortificaban a los
trabajadores sin relieve, que ayudaban oprimiendo, favorecían manipulando,
servían
utilizando; que creían tener corazón sólo porque no usaban la cabeza...).
No aparece el que cree que el sistema más seguro para aligerar el crecimiento
consiste
en tirar del tallo...
(Ciertos especialistas en «crecimiento controlado» o «forzado» de las personas,
no caen
en la cuenta de que obtienen solamente un resultado, el de retardar e incluso
impedir la
maduración).
No encuentra puesto el encargado de medir la altura de las pequeñas plantas
(para
asegurar que corresponden a los modelos que él tiene en la cabeza).
No despuntan los expertos en previsión, los futurólogos (a propósito: ¿es justo
preguntarse si el reino tiene un porvenir? Sería como preguntarse si la semilla
tiene un
porvenir...).
No son presentados los que saben todo acerca de la iglesia del año 2.000,
aquellos que
sostienen que es necesario especificar las causas que el discurso del reino hay
que
afrontarlo contra corriente, o aquellos otros que dicen que es un desastre, o
los otros tipos
que cacarean continuamente "¿dónde vamos a parar?" (y al menos dijesen por dónde
hay
que comenzar).
Y, si no me he distraído, tampoco existen los que deciden las estaciones,
imponen límites
de entrega, fijan el tiempo de la recolección, hacen concursos para el mejor
producto,
premian las espigas más bellas.
Estos personajes no están en la parábola.
En la parábola hay una semilla que sabe hacer su propio oficio, y llega adonde
quiere y
cuando y como quiere. Y no tiene necesidad de que alguien le sugiera las
modalidades de
su crecimiento.
Y hay un agricultor que duerme y está en pie, según sea de noche o de día. Es
una
persona seria, ¡qué caramba!
6. Para percibir las realidades de este reino, quizás es necesario usar
«diversamente» de
nuestros sentidos. Se trata de oír el grano que crece. Y de ver la palabra que
es anunciada.
7. Alguien dice «debilidad y fuerza de la semilla. Vulnerabilidad y potencia».
Yo pondría
dos acentos. Así: la debilidad es la fuerza de la semilla. La vulnerabilidad es
su potencia.
8. Muchos quedan sorprendidos por el hecho de que en el evangelio de Mc la
Virgen
ocupa un puesto casi irrelevante. Quizás en esta parábola se pueda captar una
alusión.
Probablemente esta es la parábola que nos hace entender la posición de María (y
también la nuestra) en relación a la semilla. Dar, retirándose. Ofrecer,
dejando. Unir,
desapareciendo. Comprensión liberadora.
O sea, valor, importancia de una fidelidad y de una participación hecha de
ocultamiento.
María no tiene necesidad de aparecer al exterior en acción. Es «cómplice» tanto
de la
semilla como del surco.
Es solamente una hipótesis que aventuro, entiéndase bien.
Pero tengo la impresión de que a aquel agricultor le podemos dar un nombre de
mujer.
CONFRONTACIÓN
Qué debemos hacer
No debemos probar la palabra de Dios.
Debemos anunciarla, sembrarla (A. Maillot, o. c.).
No tomar nunca a los demás por imbéciles
He aquí los criterios en que debemos inspirarnos para los problemas actuales:
1. Prioridad del anuncio del evangelio.
2. Paciencia y confianza en la obra divina. No dramatizar jamás, aunque hiele.
3. Respeto al auto-matismo y a la auto-nomía de la semilla: lo que significa, en
el fondo,
respetar a los otros y al Espíritu santo.
El problema es siempre éste. Se trata de no tomar a los demás por imbéciles, y
al Espíritu
santo por una persona que habría esperado la psicología y la sociología para
existir (Ibid.)
Condenados al estudio de lo posible
Hay una frase-clave en la parábola: «sin que él sepa cómo». O sea, no se
entiende nada
(v. 27).
Es la gran sonrisa de Dios sobre la iglesia. Y debería ser la nuestra: no
entenderemos
nada jamás.
No entenderemos nunca por qué aquella determinada semilla que debería germinar
no
ha germinado y aquella otra que no podía germinar, produce un fruto maravilloso.
No sabremos nunca por qué en aquel mal terreno (malo a nuestros ojos), una
semilla mal
sembrada, mal cultivada, ha nacido optimamente, y por qué en otra parte, a pesar
de las
predicaciones sublimes, de los sociólogos expertos, psicólogos sutiles, teólogos
excepcionales, todo se ha ido al traste.
No lo entenderemos nunca. Porque el asunto no es de nuestra incumbencia.
Al fin y a la postre, este texto nos muestra la extraordinaria potencia de la
semilla.
Porque ésta puede germinar allí donde nada debería crecer.
Y nosotros estaremos entonces en disposición de descubrir la razón de esta
debilidad y
de esta potencia unidas.
Es el amor de Dios.
En efecto, si por amor Dios se hace débil, este amor es también lo que hay de
más
fuerte. El amor es lo que puede cambiar el Sahara en un jardín. Es el que hace
posible lo
imposible.
Pero el amor permanecerá siempre incomprensible, no sabremos nunca de dónde
viene,
ni adonde va.
La ciencia, por su parte, se ocupa sólo de lo posible. Sociólogos, psicólogos,
teólogos,
estrategas, están condenados al estudio de lo posible.
Y hacen bien su oficio. Sólo deben recordar, y nosotros con ellos, que cuando se
trata
del amor de Dios:
«¡No entenderemos nunca nada!»
«No sabemos cómo actúa» (Ibid.) >
El reverso del poder
La potencia fecunda es el reverso del poder (F. Belo, Lectura política del
evangelio,
Madrid 1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 214-222)
.......................
1) La interpretación alegórica ha
celebrado precisamente sobre esta parábola triunfos discutibles. He aquí
algunos ejemplos significativos. El sueño y la vigilia del agricultor podrían
interpretarse en el sentido de la
ausencia de Cristo de su semilla (la iglesia) después de la ascensión. O también
-en clave psicológica-
indicaría la confianza del sembrador (Cristo) en su fundación (la iglesia). En
clave moral la alegorización es
aún más libre. Semilla=evangelio; campo=corazón del hombre; crecimiento=
colaboración del hombre con
la acción de la gracia; espigas= obras buenas; siega=muerte. (Cf. J. Schmid, o.
c. ).