II. LA ÚLTIMA CENA:
    JESÚS INSTITUYE LA EUCARISTÍA


TEXTO BIBLICO

«El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: —¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua? El les dijo: —Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.

Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían dijo: —Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará ( ..).

Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo: —Tomad, -comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: —Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre».

(Mt 26, 17-29)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1ª. Cor 11,23-25.

Jn 4,7-14: «El que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás».

Jn 7,37-39: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí».

Jn 6,22-26: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar es mi carne por la vida del mundo».

1ª. Cor 10,16: «El pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?»

Ex 24,8: «Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros».

Mt 11,25-30: «Yo te bendigo, Padre ... porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños... Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso».


PUNTOS

  1. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.

  2. Este es mi Cuerpo.

  3. Bebed todos: ésta es mi sangre derramada.


MEDITACIÓN

1. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.

El último acto que el Maestro quiere tener con el grupo de sus amigos más cercanos, es la celebración de la cena pascual. En el marco de esa fiesta que conmemoraba la alianza de Dios con el pueblo, él quiere establecer la Alianza nueva y eterna.

Es importante que tú, que también perteneces al grupo de los que siguen al Señor, te sientes con él a la mesa. Que prestes atención al último mensaje que él quiere transmitirte. Que acompañes y consueles con tu presencia a Jesús, cuyo Corazón comienza a sentir la congoja de la traición y del abandono: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará...»

Si quieres preguntarle, como los Doce aquella noche, ¿acaso soy yo, Señor?, déjate penetrar por su mirada triste y profunda.

¿Es que ha habido solamente un discípulo del Señor que, en toda la Historia, lo haya entregado? ¿No te basta su silencio?

Pero aunque hayas sido en el pasado Judas, o Pedro, intenta ahora ser simplemente Juan: siéntate cerca del Maestro, reclina tu cabeza cerca de su Corazón y calla. Es el momento de la admiración, de la contemplación.


2. Este es mi Cuerpo

Por fin se explica bien aquello que el Señor había dicho hacía casi un año en Cafarnaúm: Yo soy el Pan de Vida.

Piensa en esto todo lo que te plazca, pero no pretendas comprenderlo a fondo, porque no podrás penetrar así «el Misterio escondido desde siglos y generaciones» (Col 1,26).

Ahora el Maestro siente la soledad de la incomprensión y la traición; el abandono del condenado a muerte. Mañana serás tú quien sienta esa soledad: cuando el Señor se vaya, cuando comience el tiempo de la prueba, de las tribulaciones.

Pero no estarás solo. Jesús ha deseado ardientemente comer esta Pascua con sus amigos para dejarles algo más que una enseñanza: para dejarles su presencia. Una presencia real y viva que durará por los siglos de los siglos, hasta que él mismo vuelva en su gloria.

Esa presencia suya en el sagrario es la misma que la del cenáculo, tan verdadera. ¿No te dice eso nada?

«Este es mi Cuerpo que se entrega». No mi Cuerpo acariciado dulcemente por mi Santísima Madre. No mi Cuerpo transfigurado en el Tabor. Aunque el Cuerpo del Señor no sea más que uno, éste es el sacramento —el signo visible— de su Cuerpo entregado por tu salvación. El Cuerpo del cordero pascual al que no había de quebrársele hueso alguno.

La presencia del Señor en el sagrario está eternizada en el instante de su entrega sublime y salvadora. Aprovecha la primera ocasión que tengas para postrarte ante él reconociendo, agradeciendo, amando.


3. Bebed todos: ésta es mi sangre derramada

Si la «entrega» de su cuerpo pudiera dejar lugar a dudas, el «derramamiento» de la sangre no. Jesús está ya hablando de su muerte en la cruz, de su muerte cruelísima que, sin haber todavía acontecido, místicamente se hace presente ahora.

La sangre de Jesús se verterá por ti. No cicateramente. Se «derramará», y hasta la última gota que salió de su costado traspasado.

Si el Señor pudo haberte redimido de otra forma, no lo hizo. El quiso dejarte un testimonio desgarrado del amor que te tiene y de su obediencia filial al Padre. Porque esa sangre suya podría moverte más que todas las razones y enseñanzas, más que todas las filosofías y doctrinas. Moverte a «grande amor y agradecimiento»; moverte a compasión, y dolor de tus pecados y de tu tibieza.

Esta es la sangre que, a diferencia de la de Abel —que clama a Dios desde el suelo—, intercede permanentemente por ti, por todos nosotros, desde cada eucaristía, desde cada cáliz, desde cada sagrario.

Es la sangre que no pide venganza, sino misericordia. Que no acusa, sino que impetra. Y no hay crímenes por nefandos que sean, ni pecados tan abominables, que no puedan ser «lavados con la sangre del Cordero» (Ap 7,14).


ORACIÓN

Jesús, al comienzo de la Pasión tu amor impaciente ha hecho brotar el misterio de la fe. Te me has dado día a día, en cada camino, en cada palabra, en cada gesto precioso de tus manos, en cada mirada.

Sientes tu Hora inminente. La entrega se va a completar en Getsemaní dentro de muy poco. El momento de la soledad y del abandono, de la traición y del desamor...

Pero ahora precipitas los acontecimientos. Tu donación se concentra en un gesto densísimo y definitivo: Tomad, comed... Tomad, bebed...

Mi pobreza, Señor, jamás podría haber soñado tanto de tu parte.

¿No bastaba el abajamiento de la Encarnación? ¿Era preciso que ese Cuerpo tuyo entregado, que esa tu sangre derramada, se hicieran pan y vino, nimiedad de lo cotidiano?

¡Dios escondido en la sencillez de mi alimento más vulgar! Locura de misericordia, insensatez del amor.

Pero la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios más poderosa que los hombres. Por eso, Trinidad Santísima, concededme el espíritu de contemplación que necesito para acercarme a tan gran misterio.

Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo. Entrégate a la alabanza y a la adoración toda entera. Abre la puerta del corazón —esa puerta que sólo tú puedes abrir desde dentro—y deja entrar a quien desea hacerlo para sentarse contigo a la mesa y comer juntos.

Señor Jesús, haz mi corazón como el de tu Madre, para que yo también pueda conservar todas estas cosas y meditarlas en él.

Dame, Señor, hambre de ti, y ayúdame a saciarla. Hazme digno de tu Eucaristía, haciendo que mi vida sea también una entrega, sin reservas, a la voluntad del Padre. Así sea.