XIV. SEPULTURA DE JESÚS


TEXTO BÍBLICO

«José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se fue.

Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro».

(Mt 27,59-61)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mc 15,45-47; Lc 23,52-56; Jn 19,41-42.

Sal 16(15): «Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi cane descansa serena: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción».

Sal 88(87): «... tengo mi cama entre los muertos, como los caídos que yacen en el sepulcro... Me has colocado en lo hondo de la fosa... Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica».

Sal 130(129): «Desde lo hondo a ti grito, Señor... mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora».

Sal 143(142): «No me escondas tu rostro igual que a los que bajan a la fosa. En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en tí».

Sal 4: «En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo».

Is 53,8-12: «Fue arrancado de latierra de los vivos... y se puso su sepultura entre los malvados, y con los ricos su tumba».

Jn 12,24-26: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna».


PUNTOS

  1. Lo puso en su sepulcro nuevo.

  2. Y se fue.


MEDITACIÓN

1. Lo puso en su sepulcro nuevo

Terminada la unción, el cuerpo de tu Señor es trasladado al sepulcro. Tan sólo siete personas asisten a su entierro, cuando hace cinco días la multitud se apretujaba para verle entrar en Jerusalén, y le aclamaba como enviado de Dios y Rey de Israel. Son su Madre, acompañada del apóstol Juan, de María Magdalena, Salomé y María de Cleofás; y por otra parte José de Arimatea y Nicodemo.

Los tres hombres llevan el cadáver de Jesús; las criaturas a su Dios. Las mujeres lo siguen como le habían seguido en vida.

Con gran respeto y piedad lo colocaron en el sepulcro nuevo, propiedad de José, y corrieron la gran piedra que lo cerraba. Aparentemente todo ha terminado en un gran fracaso. Allí quedan enterradas tantas ilusiones y esperanzas que se habían puesto en él: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel, pero...» (Lc 24,21).

Quizá no hayamos comprendido sus palabras: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo» (Jn 12,24). Pero ya hemos visto dónde ha terminado el camino de Jesús: en la soledad de la tumba.

Pídele al Maestro que te ayude a superar el miedo que te da la dureza de su enseñanza. Que él te ayude a encontrar tu forma de «morir» y ocultarte. Y tú, cuando el Señor parezca desaparecer de tu vida y te sientas solo, refúgiate en María, y aguarda lleno de confianza, con ella, la luz de la consolación.


2. Y se fue

Se fueron todos. Nicodemo y José, con el corazón tan pesado por la tristeza como la piedra que habían corrido, marchan a sus casas.

Advierte, amigo de Jesús, que aquellos respetables miembros del Sanedrín, por amor a tu Maestro fueron capaces, no sólo de perder su fama, sino de incurrir en la impureza legal que contraían todos aquellos que tocaban un cadáver (Num 19,16). Y eso precisamente la víspera de la Pascua, con lo que se hacían indignos de comerla. Mucho les tuvo que costar a ellos, varones piadosos y observantes, infringir así la ley de Moisés. Pero con ello demostraron que eran regidos por otra ley interior, la del amor, que el Espíritu Santo derrama en los corazones.

Por ella quedaron justificados y celebraron una mucho mejor Pascua: la verdadera y definitiva, de la que la otra no era sino una figura o anticipo.

María y las otras mujeres, acompañadas de Juan, marcharían a la casa donde se hospedaba la Madre del Señor, y allí se quedaron consolándola y siendo consolados por ella. Y descansaron durante todo el sábado.

Considera la inmensa soledad de nuestra Señora, a quien fuiste dado como hijo. Todos los recuerdos se le agolparían en su memoria, y junto a la amargura de éstos hallaría también algún consuelo en las palabras que conservaba cuidadosamente en su corazón (Lc 2,51).

Pídele a ella que te las repita a ti, para que también tu corazón comience a florecer con la esperanza de la Resurrección.


ORACIÓN

Amado Señor, he podido acompañarte hasta aquí, pero ahora la piedra del sepulcro me impide acercarme a ti. Como las santas mujeres en el amanecer del domingo, yo también me pregunto: ¿quién me retirará la piedra de la puerta?

Pero tú no me pides que desentierre esa semilla que has querido plantar en nuestra tierra, sino que aguarde gozosamente su crecimiento. En el sepulcro tengo que enterrar mis pecados, mis infidelidades, para que por la fuerza de tu Resurrección gloriosa me aleje de todo lo que te desagrada, y muera a mi amor propio.

¡Oh, Jesús! Tú ya has obrado esa maravilla el día de mi bautismo, en el que realmente me sepultaste en tu muerte y renací criatura nueva, justificada. Ahora yo creo que tu Padre me mira con inmenso amor, y cuando me ve, es a ti a quien contempla.

Sin embargo, tu Pasión no ha terminado del todo. María, tu Madre, llora en su soledad, aunque siga esperando contra toda esperanza.

Tus amigos lloran, también, desconsoladamente. Y hoy, aunque hayas resucitado, sigue habiendo en el mundo llanto y sufrimiento, y muerte, y pecado.

Que yo no descanse, Señor, que no me quede junto al sepulro buscando entre los muertos al que vive. Mientras tu Pasión continúe en alguno de mis hermanos, dame la gracia de continuar haciendo el camino de la cruz junto a él.

Es por eso por lo que yo puedo llorar ahora tu muerte y tus padecimientos, aunque sepa que vives para siempre: ellos siguen siendo actuales.

Señor mío, que reposas en la paz de la tumba, después de haber trabajado tanto y haber entregado tu vida, minuto a minuto, en los caminos de los hombres: tómame contigo en la soledad y el silencio del sepulcro, e imprime en mi corazón con fuerza las llagas de tu Pasíon, para que jamás, ni en la alegría ni en la pena, pueda olvidarlas. Así podré decir con san Pablo: no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.

Que María, Madre de misericordia, sea en mi camino apoyo, consuelo y gracia; y que ella me ayude a guardar todas estas cosas y a meditarlas en mi corazón. Amén.


ORACIONES BREVES

«Desde lo hondo a ti grito, Señor».

«Fue arrancado de la tierra de los vivos».

«Por la mañana irá a tu encuentro mi súplica».

«En la hora de mi muerte, llámame».

«Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo».