X. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS


TEXTO BÍBLICO

«Los soldados... tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: — No la rompamos, sino echemos a suertes, a ver a quién le toca.

Para que se cumpliera la Escritura: Se ha repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados».

(Jn 19,23-24)


OTROS TEXTOS

Paralelos: Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34.

Sal 22(21): «Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica».

Gen 37,23-35: «Cuando llegó José donde sus hermanos, éstos despojaron a José de su túnica... haciéndola llegar hasta su padre con este recado: Esto hemos encontrado; examina si se trata de la túnica de tu hijo o no. Ella examinó y dijo: ¡Es la túnica de mi hijo! ¡Algún animal feroz lo ha devorado!».

Is 63,1-6: «¿Por qué tu vestido es rojo, y tu ropaje es como el de los que pisan en el lagar?».

J12,12-17:: «...volved a mí de todo corazón, con ayuno, con llantos, con lamentos. Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos, volved a Yahveh vuestro Dios, porque él es clemente y compasivo...»

Col 3,5-17: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo».


PUNTOS

  1. Tomaron sus vestidos.

  2. Han echado a suerte mi túnica.


MEDITACIÓN

1. Tomaron sus vestidos

Ahora ha terminado la materialidad del camino, pues el cortejo ha llegado a la roca del Calvario. Los verdugos agarran a Jesús y, con prisa por terminar, le arrancan los vestidos.

Digo arrancan, fíjate bien, no sólo por la violencia con que lo hacen, sino porque la abundante sangre que cubre el cuerpo del Maestro, sobre todo su espalda, se ha coagulado, adhiriéndose a la túnica. ¡Qué tormento atroz! Siendo tan extensa la superficie lesionada, el dolor tuvo que ser crispante.

Pero Jesús no perdió el sentido. El es, en todo momento, dueño de la situación y de sí mismo. Voluntariamente se entrega a ella, y conscientemente vive cada uno de sus instantes, sin darse un momento de tregua. Apura el cáliz sin que se desperdicie una gota de la amargura de su mirra.

Y ahí lo tienes, desnudo, expuesto a las miradas indecentes de la multitud injuriante y burlona. ¡Qué angustia para su alma purísima, y qué herida para su Corazón casto! ¡Qué humillación cruel!

El expía los abandonos, las sensualidades, las facilidades de tantos paganos de hoy... muchos de ellos bautizados. Expía por ti, porque tú no llegaste a la sangre en tu lucha contra el pecado, porque tú transigiste y pactaste con las concupiscencia de tu corazón y de tus ojos.

Pídele perdón, llora por todos los deseos sensuales y placeres culpables por los que te dejaste arrastrar al pecado. Y promete reparación.


2. Han echado a suerte mi túnica

Era lo único que le quedaba. A él, que nació en la gruta de Belén y fue recostado en un pesebre. A él, que aseguró que no tenía dónde reclinar la cabeza (Lc 9,58). Aquella túnica sin costura, tejida de una pieza, obra probablemente de la solicitud de su Madre, es lo último de lo que se desprende.

Ahora nuestra Víctima, perfectamente despojada, se queda con lo único que necesitaba: la cruz desnuda. Nada puede distraerle en el momento decisivo de pasar de este mundo al Padre.

A ti y a mí, ya lo sabes, un día también nos será necesario dejarlo todo. De esta pobre tierra sólo llevaremos con nosotros nuestras buenas obras, el amor con que amamos, la confianza con que creímos.

¿Por qué, entonces, nos atamos con tanta facilidad y con tan poca medida a las cosas de este mundo? Sin que nos demos cuenta nos hacemos esclavos de las cosas. Hipotecamos nuestra libertad en aras de la comodidad, del lujo, de las vanidades.

Cuando vemos al Maestro desnudo, y escuchamos sus palabras: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20), nos entra vergüenza. ¡Qué lejos estamos de realizar un buen camino de la cruz, mientras nuestro corazón no busque alcanzar un desapego afectivo y efectivo de todo lo que nos estorba el seguimiento del Señor!

Llénate de amor con su contemplación, y verás cómo el desasimiento deja de ser una cuestión de fuerza de voluntad.


ORACIÓN

Mi Señor, las manos de los verdugos han comenzado el trabajo sacrílego de quitarte tu ropa. Tú sabes que con ella te arrancan también tu exquisito pudor, y te conmueves en tu interior ante la idea angustiosa de ser expuesto desnudo a las chanzas y comentarios de los judíos.

Quizá sentiste más este ultraje que el dolor agudo de que todas tus llagas se reabriesen y comenzaran de nuevo a sangrar.

Perdón, Señor, pues, yo también profané tu cuerpo en mi interior no respetando debidamente el de los otros.

Pero no te opones, no estorbas a quienes así actúan. No has escogido tus sufrimientos, aunque los aceptes activamente. Elegir uno su propio sacrificio es mucho más fácil, por duro que sea, que aceptar el que nos viene de la vida y sus circunstancias. Porque entonces uno sacrifica, en primer lugar, su voluntad, y éste es tu holocausto más precioso, Jesús, al ser despojado.

Permite, Señor, que por los méritos infinitos de este despojo yo sea revestido con la gracia del desasimiento. Que por tu deshonra yo encuentre mi dignidad de cristiano. Y que por tus dolores y angustias yo encuentre el alivio de los míos y la suavidad de tu divina consolación, si así lo quieres.

Enséñame, Maestro, el escondido secreto de la vida austera pero alegre. De esa vida que puede ser luminosa y transparente bajo las apariencias más vulgares y sencillas. Tú sabes con qué frecuencia se me pegan las cosas, y mis dificultades para compartir. Líbrame de mi egoísmo, de mi pereza, de mi glotonería, de mi sensualidad, de mi afán de confort...

Líbrame tú, que con mis solas fuerzas sólo alcanzo a pedírtelo. Yo acepto ese despojo que me venga de tu mano, e intentaré bendecirte y reconocerte en el momento en que llegue.

Acepta, Jesús, la ofrenda que te hago ahora de mi propio ser. Y únela a la que tú haces de ti mismo al Padre, en este instante en que acabas de llegar al Calvario.


ORACIONES BREVES

«Despojaos del hombre viejo con sus obras».

«Se han repartido mis vestidos».

«Volved a mí de todo corazón».

«Echaron a suerte su túnica».

«Revestíos del hombre nuevo».