VIII. EL SEÑOR HABLA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN


TEXTO BÍBLICO

«Le seguía una gran multitud del pueblo, y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: —Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».

(Lc 23,27-31)


OTROS TEXTOS

Lam 5,1-21: «Ay de nosotros, que hemos pecado. Por eso está dolorido nuestro corazón, por eso se nublan nuestros ojos».

Is 61,1-3: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos... para consolar a todos los que lloran».

Jr 14,17-21: «Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan, por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo..».

Jr 19,7-9: « Vaciaré la prudencia de Judá y Jerusalén a causa de este lugar..., convertiré a esta ciudad en desolación y en rechifla».

Sal 51(50): «Misericordia, Dios mío, por tu bondad... Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces... Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.«

Lc 6,41-42: «¿Cómo es que reparas en la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo?»

Mt. 11,16-19: «¿Con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en la plaza, se gritan unos a otros diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos entonado lamentaciones y no habéis llorado».


PUNTOS

  1. Le seguían mujeres que se dolían y lamentaban por él.

  2. Llorad más bien por vosotras.


MEDITACIÓN

1. Le seguían mujeres que se dolían y lamentaban por él

Las mujeres han tenido, en general, una actitud más valiente y decidida durante la Pasión del Señor que los hombres.

Mira, amigo de Jesús, cómo éstas lloran y se lamentan, sin disimularlo, a la vista de todos. Con ello desmuestran que están de parte de Jesús, que sufren con él.

Tal vez su dolor necesitará purificarse, pero desde luego tenían motivo para compadecerse. Contempla al Señor. Acaba de levantarse, por segunda vez, del suelo, con un gran esfuerzo. Las piernas no le responden, las rodillas se le doblan, se tambalea. Su rostro deformado e irreconocible, la sangre que le cubre por completo, y la gente que le injuria al pasar y se burla de él.

¡Quién nos diera a nosotros esa pena y esas lágrimas sinceras por los dolores del Señor! ¡Quién nos diera el contemplar su rostro y hacerle compañía!

Puedes pedirle a él esta gracia, pero pídele también el deseo de ayudarle a llevar la cruz y de morir al pecado en ella.


2. Llorad más bien por vosotras

Escucha una de las pocas palabras que Jesús ha proferido en su Pasión; la única del camino.

El Señor, en medio de inmensos padecimientos, no pierde la paciencia ante estos lloros enervantes. Más aún, tambaleante y casi cegado, tiene la caridad de orientar bien el dolor de aquellas buenas mujeres.

«No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras». Porque la causa de sus sufrimientos, de su Pasión, son tus pecados. Jesús quiso cargar con ellos voluntariamente y expiarlos en tu lugar.

Por eso, que tu contemplación de la Pasión no se quede en la superficie: ve a las fuentes y, allí, de rodillas, comienza pidiendo perdón: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Luego promete, para el futuro, una resistencia a muerte al pecado, con la ayuda del Señor. Y pide la gracia de imitarlo, de llevar su cruz, completando en tu carne lo que falta a su Pasión, que es tu reparación amorosa, la entrega completa a la voluntad de Dios.

«Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» Acuérdate de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), y el episodio de la higuera estéril (Mt 21,18-19). Se espera un fruto de nuestra pobreza. Jesús tiene todo el derecho a exigirlo, aunque se contenta con lo que nosotros buenamente podemos darle: «mira que estoy a la puerta y llamo...» (Ap 3,20).

Pero llegará un momento —es lo que confiesas en el Credo—en que volverá a pedir cuentas a sus empleados, no ya como la víctima hundida bajo el peso de nuestros pecados, sino como el Juez escatológico de vivos y muertos, de quien es el reino, el poder y la gloria por siempre.

Implora la misericordia de tu bien amado Jesús para ese día, y suplícale, con todo el afecto de tu alma, el no ser nunca un leño seco destinado al fuego, sino más bien un sarmiento unido a la «vid verdadera» que dé mucho fruto.


ORACIÓN

Mi Jesús, me admira considerar cómo, en este momento del camino de la cruz, te olvidas de ti mismo, de tus sufrimientos indecibles, para enseñar a estas mujeres, encauzando mejor su compasión.

Tu Corazón lleno de amor se apiada de aquellos que sufren. Previendo las futuras tribulaciones de la ciudad que te renegó, quieres dar un consejo, un aviso, a quienes con sus lágrimas testimoniaban que no querían ser cómplices de tu muerte.

Bienaventurados los que lloran, que son dignos de escuchar unas palabras de tus labios, lo que le fue negado a otros muchos que se acercaron a ti sin compunción.

Maestro mío, que yo me aproveche también de esta enseñanza tuya. A veces, Señor, estoy tan obsesionado con mis problemas, me compadezco tanto de mí mismo, que ni advierto ni me preocupan los de los demás; y eso que, con frecuencia, son mayores y más importantes que los míos.

Me avergüenzo, Jesús, de mi egoísmo. No soy digno de que me dirijas una palabra tuya, pues asistí indiferente a tu paso, afligido, cargado y acribillado por mis culpas. Y sin embargo la necesito para salir de mí mismo, pues mis fuerzas no me bastan.

Ayúdame a ser amable y caritativo con todos mis semejantes. Con los amigos y con los que me caen fatal. Con los discretos y con los imprudentes. Con los agradecidos y con los ingratos. Con los bien educados y con los groseros.

Y que la compasión no se detenga ni en mis sufrimientos, ni en los sufrimientos del mundo. Eso sería demasiado fácil. Que ella me conduzca a la verdadera conversión, a la enérgica reparación de mis pecados, causa de todos ellos.

Señor, líbrame de la manía de buscar siempre culpables fuera de mí mismo, de criticar todo y a todos de una forma estéril.

Ayúdame, más bien, a decir con todo mi corazón: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.


ORACIONES BREVES

«Contra ti sólo pequé».

«Mis ojos se deshacen en lágrimas».

«Llorad más bien por vosotros».

«Ay de nosotros, que hemos pecado».

«Misericordia, Dios mío, por tu bondad».

«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados».