VI. LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS


TRADICIÓN

Una mujer, a la que la tradición llama Verónica, logró abrirse paso entre la muchedumbre y acercarse a Jesús para limpiarle el rostro con un lienzo. Según la misma tradición, el Señor quiso recompensarla dejando impresa en el lienzo, milagrosamente, la imagen de su rostro.


TEXTOS BÍBLICOS

Mt 25,31-46: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».

Sal 27(26): «Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».

Is 50,6-7: «Ofrecí... mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos... por eso puse mi cara como el pedernal».

Is 53,1-5: «Varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable y no le tuvimos en cuenta».

Lc 10,29-37: «Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión, y acercándose...».

Job 6,14-30: «El que retira la compasión al prójimo, abandona el temor de Dios. Me han defraudado mis hermanos... Así sois vosotros ahora para mí: veis algo horrible y os amedrentáis».


PUNTOS

  1. Verónica limpia el rostro del Señor.

  2. El rostro de Jesús se imprime en el paño.


MEDITACIÓN

1. La Verónica limpia el rostro del Señor

Una mujer entre la multitud ha osado hacer lo que ninguno de los discípulos. Ella sola ha desafiado todos los respetos humanos, se ha abierto paso y se ha puesto al lado del Señor. Sin miedo a los soldados y a los dirigentes judíos, que tan sorprendidos han quedado que no han sido capaces de impedírselo, limpia, llena de piedad, el rostro de tu Maestro: sucio de salivazos, de la sangre, de las lágrimas y del polvo del camino, sobre el que cayó de bruces. Ella no tiene fuerzas para llevar la cruz, como el Cireneo, y hace lo que puede, un sencillo gesto caritativo. Pero un gesto heroico, para el que tendría que vencer su miedo y su timidez; por el que tendría que arrostrar burlas e injurias y, tal vez, un empellón violento —para apartarla— de los enemigos del Señor. Un gesto pleno de amor y compasión.

¡Cómo debes envidiarla tú, amigo de Jesús! Y ¡cómo debe vibrar tu corazón de agradecimiento y de admiración por quien procuró un poquito de alivio a tu Maestro!

Convéncete de que no hay cosas grandes y pequeñas. Solo hay una manera, grande o pequeña, de hacerlas. Y cualquier acción, por ordinaria y vulgar que parezca, si está motivada por el amor, o por amor es sufrida, aceptada y ofrecida, puede ser algo grande. Como lo que hizo la Verónica. «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa» (Mc 9,41).

Pídele con todas tus fuerzas a Jesús ese gusto por servirle «a lo grande», y esa grandeza de despreciar, por él, tu miedo al ridículo, tu rubor cuando se trata de demostrar, en público, la fidelidad incondicional que le profesamos.


2. El rostro de Jesús se imprime en el paño

Como en el caso de Simón de Cirene, la recompensa excede con mucho la humildad del servicio. Sobre el lienzo aquella mujer conserva los rasgos adorables del Señor en su Pasión. Porque ella ha sabido reconocer en ese rostro desfigurando al salvador de Israel, ese rostro de la entrega.

También a ti está el Maestro dispuesto a hacer tal merced. Más aún, él quiere que, por la contemplación enamorada de su Pasión, llegues a ser tú mismo su imagen viva. Y que un día puedas decir como Pablo: «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).

Cuando rezas por los que nunca rezan, cuando comulgas por los que jamás se acercan a recibir el Pan de Vida, cuando te sacrificas por los pecadores, eres crucificado con Cristo, y comienzas a reproducir en ti, poco a poco, el rostro divino tu Maestro.

Aprende a llevar, como Simón, la cruz pesada del Señor; pero aprende también a ofrecerle las delicadezas y finuras de tu amor. Que tanto tu fuerza como tu ternura, tu acción como tu oración, sepan responder a las llamadas insistentes que te hace Jesús en el camino de la Cruz.


ORACIÓN

Mi Señor, en medio de la soledad y de la amargura del camino de la cruz, he aquí un piadoso socorro que te viene de improviso de la parte de esta mujer. ¿Era de las que te seguían en tus correrías apostólicas y te servían? ¿De las que acompañaban a tu Madre? ¿Era una desconocida? No sabemos nada.

Y sin embargo, cuando pienso en ella, me parece que algo frío que llevo dentro se me derrite, y me entran ganas de llorar. De alegría y de agradecimiento, Maestro mío, por el consuelo que te prestó con tanta valentía y olvido de sí.

También de pena, porque su acción pone de manifiesto mis faltas de atención y de amor hacia ti, mis timideces y mis egoísmos.

¡Oh, Jesús!, yo quiero buscar tu rostro sin descanso. Yo quiero encontrarlo, contemplarlo a mi sabor, dejarme transformar a tu imagen. Pero ocurre que muy pronto me canso en mi búsqueda; me siento atraído por un sin fin de cosas sin interés, y cejo en el empeño.

Y allí quedas tú, con tu cruz que yo no quiero cargar, y con tu sufrimiento, que yo no acierto a aliviar. Quedas tú una vez más postergado por mi superficialidad. Y quedo yo, vacío y seco por dentro.

Señor, esto no puede seguir así. Tú me necesitas: siquiera sea como a un trozo de tela en que poder imprimir tu rostro, para que mis hermanos lo conozcan.

Tú me necesitas para saciar la sed que ellos tienen de ti, a pesar de que por mis pecados tu imagen quede deformada. Me necesitas para consolarlos y atenderlos en sus necesidades.

Hazme, Señor mío, fuerte en el amor y delicado en el servicio. Como Verónica. Como María, tu Madre, en el camino de la cruz y en la vida ordinaria de Nazaret.

Dame tu gracia para imitar, siquiera sea de lejos, tan excelso modelo. Déjame entrever tu rostro dezeado en medio de mi fatigosa actividad, para que en él encuentre mi reposo y mi perfecta alegría. Que así sea.


ORACIONES BREVES

«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».

«No vivo yo, es Cristo quien vive en mí».

«Mi rostro pusieron como el pedernal».

«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre».

«Santa María, muéstranos a Jesús».