I. JESÚS ES CONDENADO A MUERTE


TEXTO BÍBLICO

«Desde entonces Pilato trataba de libraree. Pero los judíos gritaron: —Si sueltas a ése no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.

Al oír Pilato estas palabras hizo salir a Jesús, y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: —Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: —¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale! Les dice Pilato: —¿A vuestro rey voy a crucificar? Replicaron los sumos sacerdotes: —No tenemos más rey que el César.

Entonces se lo entregó para que fuera crucificado».

(Jn 19,12-16)

OTROS TEXTOS

Paralelos: Mt 27,24-26; Lc 23,24-25.

Hch 3,13-21: «Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pe-disteis que se os hiciera gracia de un asesino...; ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia... Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería».

Rm 5,25: «fue entregado por nuestros pecados».

Gal 2,19-20: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí».

Is 53,8-12: «Tras su arresto y juicio fue arrebatado... por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca... Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días... ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando el llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes».

Sal 22(21): «el peligro está cerca y nadie me socorre».

Sab 2,10-20: «Sea nuestra fuerza norma de la justicia, que la debilidad, como se ve, de nada sirve. Tendamos lazos al justo que nos fastidia, se enfrenta a nuestro modo de obrar...»


PUNTOS

  1. Pilato trataba de librarle.

  2. No tenemos más rey que al César.

  3. Se lo entregó para que fuera crucificado.


MEDITACIÓN

1. Pilato trataba de librarle

Cinco veces lo ha declarado inocente y, sin embargo, Pilato se sienta indeciso en el tribunal para pronunciar sentencia. Bastaba una, absolutoria, para librarlo: «¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?», acababa de decirle a Jesús.

Pero están en juego muchas cosas. O tal vez, solamente dos: la amistad del César y la amistad de Dios.

Cuando uno acepta dialogar con el pecado es difícil no ser convencido por él. Nuestras dudas, el griterío de nuestras malas inclinaciones, aturden el espíritu y lo hacen deslizarse a lo más cómodo.

Tú también has intentado, infinitas veces, librar a Jesús; reconocerle sus derechos: los que le da el ser tu Creador y el haberte comprado al precio de su sangre. Pero al final has capitulado.

Vivir como un cristiano mediocre es volver a condenar al Señor, es despreciar los sufrimientos del Ecce Horno. La tibieza, el no decidirse firmemente a romper con todo lo que no es, totalmente, conforme Dios quiere, es volver a lavarse las manos cobardemente.

No bastan las buenas intenciones. No basta decir «Señor, Señor», cuando uno está dispuesto a alinearse con los enemigos del Maestro.

Medita en tu vida y en tu compromiso cristiano. ¿Estarás tratando, tú también, de librar a Jesús de unos enemigos que, por lo menos, consientes y toleras en tu casa?


2. No tenemos más rey que al César

Es amargo el pecado, y conduce a la muerte. Aquellos hipócritas protestan de su fidelidad al emperador, al que odian en su corazón (y que terminará por destruirlos), para conseguir sus malvados propósitos. Rechazan a su verdadero Rey, el mayor regalo que Dios les había hecho en toda su historia, para someterse a un tirano. Su elección insensata los conduce, también a ellos, a la muerte.

Mira a tu Maestro, nuevamente ofendido, ante el tribunal, frente a su pueblo. La ruptura se ha consumado. El fracaso humano de Jesús es innegable. ¿Quién se pone ahora de su parte?

Si miras a tu alrededor no te será difícil ver cómo el Señor sigue siendo prácticamente renegado por su pueblo. La seducción del poder, de las riquezas y del placer, parecen triunfar en muchos.

¿Qué puedes hacer tú para mostrarle tu fidelidad? Ya sé que no es fácil. Ello supone señalarse, diferenciarse del resto..., crucificarse.

Pero tú sabes que las palabras del Señor, al mismo tiempo que exigen, dan la fuerza. «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30).

Contémplalo en su soledad y ello te hará testigo valiente y fiel.

 
3. Se lo entregó para que fuera crucificado

Estamos en un momento culminante de la meditación de la Pasión. La decisión definitiva e irrevocable, que dará pleno cumplimiento a las Escrituras, acaba de ser tomada.

El Señor escucha con serenidad la sentencia injusta que Pilato dicta sin atreverse a mirarlo de frente. En realidad no es el Procurador, es él mismo quien se entrega porque en ese poder de Pilato que «le ha sido dado de arriba» reconoce la voluntad santísima de su Padre.

Eso no quiere decir que fuera fácil de aceptar. La condena es inicua y el Señor lo sabe. El tormento de la cruz, espantoso. Aquel proceso ha sido una farsa innoble. No hay nadie que le consuele, nadie que dé la cara por él. Su vida termina en un fracaso aparente: Israel no se ha convertido, el pequeño grupo de seguidores se ha dispersado.

¿Qué queda, pues, de su vida? Todo eso conmueve su corazón de hombre hasta las lágrimas. Todo parece incitar a la rebelión, a la protesta.

Pero Jesús perservera en su silencio y en su paciencia. Por encima de la oscuridad y de la amargura, de su interior se eleva al Padre una ofrenda perfectísima de sí mismo: «He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad» (Hb 10,7). El sacrificio de su obediencia.

Trata de contemplar a tu Maestro desde su Corazón. Une el tuyo al suyo en esa sumisión y abandono completo a la voluntad del Padre. Para que él te enseñe a seguirle de cerca cuando llegue tu hora: la del fracaso, la del tedio, la del dolor insoportable, la de la injusticia sufrida.

Y llora, llora sin consuelo la entrega de tu amado Jesús. ¡Tal es el precio que hubo de pagar por tu rescate!
 

ORACIÓN

Jesús mío, acabas de escuchar esa sentencia abominable que te condena a muerte. Todos, absolutamente todos, te han condenado, te han abandonado, te han traicionado, te han entregado.

Yo también. ¿Cómo es posible que no reviente de dolor al considerar este trance tan amargo que tú pasaste por mí? ¿Cómo puedo conformarme con mi tibieza y mi mediocridad? ¿Cómo sigo sin entregarme del todo a ti, cuando de esa manera tú te entregaste por mí?

En lugar de protestar tú aceptas la condena humildemente, sin una palabra, sin un aspaviento.

Tú, a quien el mismo Pilato confesó inocente, apareces ante todos como culpable de un gran delito. Y no haces nada por evitar esa impresión, Cordero manso, ante unos trasquiladores desalmados.

Con ojos bajos, tu cabeza inclinada, tus manos atadas, tu cuerpo castigado, ofreces la imagen del hombre que sufre merecidamente.

Porque tú, Señor mío y Dios mío, a quien nadie pudo argüir de pecado, te has hecho pecado por mí; para que yo, pecador empedernido, sea constituido en justicia y santidad a los ojos de tu Padre.

Tu injustísima condena me libra de mi justa condenación.

Buen Jesús, puesto que por mí has aceptado morir, es por ti por quien yo quiero vivir a partir de ahora. También acepto, desde hoy, mi muerte: cuando quieras, como quieras y donde quieras. La acepto unido a ti, con todo el dolor y la angustia que la acompañen, en reparación por todos los pecados por los que tú aceptaste la tuya.

Dame, Maestro mío, la virtud de la obediencia y del abandono perfecto en las manos del Padre. Y concédeme la gracia de acompañarte —ahora y en el transcurso de mi vida— por el camino de la cruz. Así sea.


ORACIONES BREVES

«Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad».

«Fue entregado por nuestros pecados».

«Me amó y se entregó a sí mismo por mí».

«Llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes».