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Afrontar la contestación


«Se marchó de allí (Jesús) y vino a su tierra, y sus discípulos le acompañaban. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: `¿De dónde le viene esto y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?' Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: `Un profeta, sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio'. Y no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe.

Y recorría los pueblos del contorno enseñando. Y llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; tan sólo un par de sandalias, y una sola túnica. Y les dijo: `Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de alli. Si en algún lugar no os reciben y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de vuestras sandalias en testimonio contra ellos'» (Mc 6,1-11).


Introducción

La página del evangelio según Marcos que proponemos para nuestra meditación necesita una introducción.

Todos estamos condicionados por el juicio de los demás, y a veces estos condicionamientos son tan fuertes que se convierten en respeto humano.

Es un fenómeno grave, porque pone en crisis la autenticidad del camino de conversión. Por eso, en el itinerario cristiano es esencial el coraje de afrontar la contestación por la fe.

¡Cuántas veces he escuchado a chicos y chicas hablarme de sus dificultades para vivir como cristianos en el ambiente de la escuela o del trabajo, y de sus dificultades para seguir participando en grupos de vida cristiana, debido a las opiniones de sus compañeros sobre la fe y la práctica cristiana!

De ahí nace, pues, la pregunta que sirve de base a la reflexión de este encuentro: ¿Cómo afrontaste Tú, Jesús, el condicionamiento de los juicios negativos de los demás? ¿Cómo nos enseñas a que lo afrontemos nosotros? ¿Cómo educas a los apóstoles y a nosotros mismos para superar estos obstáculos¿ ¿Cómo nos educas para una nueva conversión al coraje y a la intrepidez en la fe?

Me gustaría observar que también Jesús es sensible a todo lo que se dice de él. En Cesarea de Filipo, por ejemplo, preguntará a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?», y luego preguntará de nuevo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (cf. Mc 8,27-30 y paralelos).

Por lo demás, no es socialmente posible prescindir de lo que los demás dicen de nosotros. Para hacerlo, tendríamos que encerrarnos en una cartuja, y aun entonces también nos acompañarían los juicios de la gente sobre nuestro comportamiento.

Por tanto, el problema no es cómo no recibir ningún condicionamiento del juicio de los demás, sino cómo no ser esclavos de ellos.

Jesús se nos muestra en este episodio influido profundamente y de forma negativa por las reacciones de la gente; se da cuenta de que sus palabras y sus gestos no son comprendidos, de que lo rechazan; y siente estupor por ello, sufre, se extraña. Se dice, incluso, que Jesús «no pudo hacer allí ningún milagro» (v. 5), dando así la impresión de que hasta su poder taumatúrgico se veía afectado por la mala acogida de la gente.

Algo por el estilo nos ocurre también a nosotros. Por ejemplo, si hablamos en público y notamos cierta hostilidad o indiferencia, a las palabras les cuesta salir, perdemos incluso el hilo del discurso y decae nuestro ánimo. Jesús, cuya fuerza prodigiosa de curar se vio en aquellos momentos como bloqueada, nos comprende, y podemos dirigirnos a él diciendo: Jesús, Tú que nos comprendes en nuestros condicionamientos respecto al juicio de los otros sobre nuestra conducta, ayúdanos a leer el pasaje de esta tarde, para que podamos sentirnos iluminados por la forma en que Tú actuaste.


La reacción de Jesús ante las críticas:
lectura de Marcos 6,1-11

En el texto de Marcos distingo cuatro momentos sucesivos:

— Jesús enseña;

— la gente se asombra;

— Jesús reacciona;

— consecuencias que tiene para los apóstoles la actuación de Jesús.

Repasemos cada uno de estos momentos, que más tarde recogeremos en el silencio de la meditación y de la adoración eucarística.

1.—Jesús enseña. Escribe el evangelista: «Se marchó (Jesús) de allí y vino a su tierra» (v. 1).

Esta indicación es importante, porque muchas veces es más difícil el coraje de la fe en donde uno es muy conocido y la gente, por así decirlo, lo ha encasillado con un juicio ya cerrado, haciéndole sentirse menos libre. Pienso en los grupos de jóvenes que no logran crecer, debido a cierto enrarecimiento del ambiente en torno a ellos que los condiciona. Por el contrario, en un ambiente extraño somos más desenvueltos, más libres.

Jesús nos da ejemplo, precisamente, en un problema que se le presenta en su patria, en medio de los suyos, en su país. Y el texto añade que «sus discípulos le acompañaban». También ellos se ven afectados y perturbados por lo que ocurre.

«Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga» (v. 2a).

Jesús se atiene al programa de unirse a la tradición del pueblo, según la cual el día del sábado todos tenían que reunirse en la sinagoga. Sin ningún tipo de ruptura y ningún gesto llamativo, va, se sienta en el suelo con la gente y escucha en silencio la lectura de Isaías, hecha con gran solemnidad (cf. Lc 4,16 ss.). Luego, una vez enrollado el pergamino, el jefe de la sinagoga, dándose cuenta de la presencia de Jesús, que había asistido a la escuela de Juan Bautista, le pide que dirija unas palabras de exhortación. El se levanta y empieza con el sermón que conocemos por el evangelio de Lucas: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído» (Lc 4,21).

2.—La gente se asombra. Estamos en el segundo momento del episodio.

«La multitud, al oírle, quedaba maravillada» (v. 2b). El verbo griego significa sentirse impresionado por algo grande, inesperado. Se usa, por ejemplo, para describir el asombro de María y de José cuando encontraron a Jesús en el templo: «¿Cómo has hecho esto? ¡No nos lo esperábamos!» (cf. Lc 2,41 ss.).

Así pues, la gente se asombra y expresa su admiración con exclamaciones, aunque de ordinario se guardaba silencio en la sinagoga. «i,De dónde le viene esto y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?». Intentemos examinar las palabras que susurra la gente, mientras que la atmósfera, antes tranquila, empieza a alterarse, y Jesús se da cuenta de ello.

Evidentemente, había hablado de una forma sencilla, porque todos lo habían comprendido, pero al mismo tiempo de un modo tan original, tan fresco, tan espontáneo, tan nuevo, tan poco repetitivo de ideas ajenas, que la gente se preguntaba dónde había aprendido lo que enseñaba, de quién lo había oído.

Podemos hacer enseguida una reflexión. Es muy hermoso preguntarse sobre Jesús: «¿De dónde le vienen estas cosas?». En efecto, la primera característica del coraje cristiano, la característica de expresar libremente en público la propia fe, viene de que se tiene algo dentro; las palabras que se dicen no son fruto de una lectura, de un sermón que se ha oído, sino palabras vividas, palabras que hemos escuchado antes, pero que se han hecho nuestras a través de la fe.

Esta primera característica del coraje cristiano hace que nuestro testimonio sea realmente nuestro, que nos brote del corazón como una fuente en la montaña, como un manantial de agua viva. Por eso el salto cualitativo anteriormente requerido era el de estar con Jesús, meditar su palabra, escucharla, contemplarle a él, a fin de que arraigue en nosotros como la semilla en la tierra. Entonces el coraje de la fe despunta automáticamente, ya que de esa semilla, cuando está bien arraigada en la tierra, nace irresistiblemente el brote.

Es fundamental estar con Jesús, contemplar en silencio su Evangelio, fiarse de él, venciendo los propios miedos, realizando pequeños actos de confianza en él. También de mí se podrá decir: ¿De dónde le vienen estas cosas? ¿Cómo es que saca de su interior esa fuerza, esa sencillez, esa sabiduría?

Pero en el episodio de Marcos la gente pasa enseguida de la admiración a la crítica y a la desconfianza: «¿No es éste el carpintero, el hijo de Maria y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» (v. 3).

La gente se ha hecho ya un juicio sobre Jesús: es un pobre hombre como los demás, ha llevado la misma vida que los demás, no puede salir de él nada nuevo. Si fuese un gran profeta que viniera de Jerusalén, si hubiera estudiado en las escuelas de la capital, sería distinto; pero, siendo uno del pueblo, es inútil escucharle.

Jesús ya ha sido pesado y encapsulado en un juicio obtuso, mezquino, que le ofende, que no lo comprende, que lo menosprecia, que cierra los ojos ante la verdad.

Aparece aqui la estupidez de los juicios pronunciados con la presunción de criticar nuestra fe o nuestro compromiso cristiano, encapsulando nuestra autenticidad e impidiéndonos crecer.

Finalmente, el relato evangélico dice: «Y se escandalizaban a causa de El». Palabras muy fuertes, puesto que el escándalo es lo que bloquea el camino moral y el camino de fe. Jesús se convierte incluso en un obstáculo, porque la gente no se arriesga a creer que Dios, grande e inmenso como es, actúe con instrumentos débiles y pobres. Es éste el gran escándalo que se achaca al Evangelio: Dios no puede actuar mediante los pobres, los humildes, los sencillos, los hombres sin apariencia. El obrar de Dios debe ser forzosamente distinto. En los juicios de la gente se revela, por tanto, la ignorancia de Dios; se revela un ateísmo de fondo: el no comprender quién es Dios y el querer reducirlo a la propia medida.

Los juicios que tienden a asustar, a meter miedo, a condicionar, a encerrar, son toda una serie de falsedades, de interpretaciones equivocadas que, si se toman en serio, nos hacen correr el peligro de confundirnos, de encogernos, de enjaularnos, de no dejar que surja la verdad de nosotros mismos.

3.-Jesús reacciona. Ya indicamos al principio cómo Jesús se enfrenta con la contestación. Volvemos ahora sobre ello, comentando las palabras del relato evangélico a partir del versículo: «(Jesús) se maravilló de su falta de fe» (v. 6a).

Ante todo, Jesús reacciona con un asombro dolorido, con una admiración llena de pena; en efecto, se encuentra ante la actitud más terrible que se puede imaginar, es decir, la incapacidad de fiarse de Dios, de creer que Dios puede hacer algo grande en nuestras realidades pequeñas, que Dios se manifiesta incluso en las humildes circunstancias de cada día.

Jesús se encuentra con esa tremenda frustración existencial que es la raíz de los juicios negativos sobre aquellos que, por otra parte, creen y se fían de él.

Después de la admiración, experimenta una especie de bloqueo: su amor, su deseo de curar, de sanar, se ve impedido. Debió ser un sufrimiento terrible para El.

Por eso precisamente busca una razón: «Les dijo: `Un profeta sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio'» (v. 4). La razón que se da Jesús es la misma que hemos intentado captar al oír a la gente: la mezquindad de los corazones y del ambiente. Los corazones y los ambientes cerrados a la verdadera actuación de Dios, que no es la que pretende el hombre falsamente religioso que sólo ve actuar a Dios en los grandes hechos, en los grandes fenómenos, en las cosas llamativas y estrepitosas. La verdadera actuación de Dios se manifiesta también en la sencillez, en la pobreza, en la humildad, en la apariencia sencilla y amable de Jesús de Nazaret.

Dándose una razón de aquella actitud, Jesús da su verdadera dimensión a los juicios negativos, se desvincula de ellos, se libera de ellos.

Finalmente, continúa actuando como antes y más aún que antes: «Recorría los pueblos del contorno enseñando» (v. 6b). La contestación, lejos de obligarle a cambiar su programa, de sugerirle que se presentase de otro modo y que buscase formas más pomposas y solemnes para dar a entender a la gente que venía de arriba, le hace continuar como antes. Sigue adelante con su manera evangélica, apostólica, sencilla, profundamente seguro de su misión.

Jesús reacciona, pasando asi por cuatro momentos: la admiración, el sufrimiento de sentirse bloqueado en su amor al hombre, la búsqueda de una razón que da su verdadera dimensión a los juicios, la certeza de tener que seguir enseñando como siempre lo había hecho.

4.-Las consecuencias del obrar de Jesús para los discípulos. La contestación no sólo lleva a Jesús a proseguir en su enseñanza, sino que le estimula también a enviar a los Doce, porque ha aumentado su coraje.

Empieza a enviar a los discípulos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos (cf. v. 7). Los manda a hacer el bien y quiere que actúen como él, sin apariencia, sin boato, sin mucho aparato. «Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja» (v. 8).

Pobremente y con gran libertad de corazón: «Si en algún lugar no os reciben y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de vuestras sandalias, en testimonio contra ellos» (v. 11).

Jesús, ante las críticas, no se encerró en si mismo, sino que multiplicó su capacidad de actuación.

Sería bueno, a este propósito, recordar los testimonios de la Iglesia sufriente y perseguida que escuchamos en el último Sínodo de los obispos. Allí pudimos intuir cuán grande es la fuerza que le viene a la Iglesia y a los fieles de la contestación y del martirio.

La alegría de los testimonios llegados de los obispos de Iglesias en donde los cristianos viven con dificultad, contagió a todos los demás obispos y constituyó uno de los momentos más hermosos de la comunión católica vivida en la Asamblea Sinodal.


Preguntas para la meditación y la contemplación

Después de la relectura que hemos hecho de este episodio, comienza el tiempo de la meditación y de la contemplación de Jesús en la Eucaristía, el momento de preguntarle a partir de la página evangélica, dejando que resuene su mensaje para cada uno de nosotros.

Para ayudaros, os sugiero cuatro sencillas preguntas, útiles para un examen de conciencia y para la oración: