2.a parte:

LOS SALTOS CUALITATIVOS
EN EL CAMINO
EDUCATIVO CRISTIANO

Escuela de la Palabra sobre el evangelio
según Marcos


1.
Estar con Jesús

 

«Abre, Señor, nuestro corazón a la escucha de tu Palabra, y haz que nos liberemos para ello de nuestra agitación interior y nos dejemos invadir, en cambio, por el deseo de conocerte como Tú nos conoces.

Concédenos, por la gracia de tu Espíritu, que dejemos brotar las preguntas verdaderas que Tú mismo nos pones en el corazón».

La Escuela de la Palabra es un ejercicio para aprender a orar personalmente a partir de la Sagrada Escritura. No es, por consiguiente, sólo una introducción a la lectura o la comprensión de la Biblia, sino una introducción a la contemplación de Jesús, que nos habla a través de las páginas inspiradas por Dios, y a la contemplación del Padre en Jesús, que está presente aquí y está haciendo algo por nuestra vida, por la vida de cada uno de nosotros.

En los encuentros de este año estáis siguiendo la lectura del evangelio según Marcos a través de algunos pasajes que ponen de relieve los momentos decisivos, los saltos cualitativos en el camino educativo cristiano. En efecto, la acción educativa de Dios avanza también a través de momentos de ruptura, el principal de los cuales es la conversión cristiana.

Esta conversión se nos vuelve a proponer en diversas edades de la vida y en diversas situaciones de nuestro itinerario humano personal.

Los textos del evangelio que se han elegido presentan claramente todo esto en el camino de los apóstoles que siguen a Jesús.

En el anterior encuentro reflexionasteis sobre el deseo de cambiar como condición fundamental para la educación en la fe, a partir del capítulo 1 de Marcos (vv. 14-20).

Esta tarde proponemos una página del capítulo 3, y nos preguntaremos: ¿ Qué profundización en la conversión expresa para los apóstoles? ¿ Qué arduo desfiladero exige pasar?

Intentaré ayudaros a responder a estas preguntas con el ejercicio de los tres escalones de la lectio divina: la lectura; la meditación y reflexión; y la oración o contemplación.

— La lectura estimula nuestra atención a las palabras escritas, para captar con una mirada global lo que se nos dice en el pasaje; qué otros episodios del evangelio nos recuerda este texto; qué circunstancias de lugar y de tiempo aparecen en él; cuál es la acción fundamental del relato.

— La meditación es el segundo escalón y consiste en preguntarnos: ¿Qué fue lo que ocurrió aquí con los Doce que ocupan el centro del episodio? ¿Y qué supone esto para mí?, ¿qué me dice a mí?

— La contemplación u oración la haremos en silencio, con la ayuda de tres breves preguntas que os sugeriré. Esta oración podría profundizarse luego, para el que así lo desee, en el sacramento de la Penitencia.
 

El salto que Jesús obliga a dar: lectura de Mc 3,13-21

Leamos el texto: «Subió al monte y llamó a los que El quiso; y se fueron donde El. Instituyó Doce, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce: Simón, a quien dio el nombre de Pedro; Santiago el de Zebedeo y Juan, hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó. De vuelta a casa, se aglomeró de nuevo tanta gente que no le dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a echarle mano, pues decían que no estaba en sus cabales».

En su globalidad, el pasaje consta de dos escenas que contrastan entre si. La primera, del versículo 13 al 19, refleja un acercamiento a Jesús, un movimiento hacia El: Jesús llama a algunas personas, las cuales van y se quedan con él.

La segunda, versículos 20 y 21, presenta un movimiento de distanciamiento, de alejamiento de Jesús, que es considerado como fuera de sí y de la realidad, fuera de la racionalidad humana.

Mientras que en el centro de la primera escena destaca la importancia del estar con Jesús, en el centro de la segunda encontramos la exclamación: No conseguimos entenderlo.

Ahora bien, ¿qué es la conversión cristiana?; ¿en qué consiste el salto cualitativo expresado en este punto del camino?

Es la diferencia entre el primero y el segundo modo de relacionarse con Jesús.

Fijaos en que en ambos casos se trata de personas amigas, de personas que quieren a Jesús; los Doce, que lo conseguirán durante toda la vida; y los «suyos», o sea, sus parientes, sus hermanos, que no son ciertamente adversarios suyos.

Pero, mientras que los primeros dicen: «Estamos contigo», los segundos concluyen: «No te comprendemos».

El paso del no entender al Señor, del no comprender qué es lo que quiere decir, a la expresión: «Queremos estar contigo», constituye el salto específico de la conversión cristiana que aquí se hace visible.

En el evangelio de Marcos hay, sin embargo, una escena anterior que conviene tener presente. Al comienzo del capitulo 3, Jesús se ve tan estrujado por la muchedumbre que tiene necesidad de subir a una barca para que no lo aplasten (v. 9).

Tras la escena del lago viene la del monte, que constituye la primera parte de nuestro pasaje, donde Jesús llama a los Doce. Viene finalmente la escena en casa (v. 20), con el alejamiento de El.

En el centro de los tres episodios (el lago, el monte, la casa) se recoge la lista de los Doce: desde Simón hasta Judas Iscariote.

Es una lista sagrada, antiquísima, porque la Iglesia está fundada sobre los Apóstoles y, de hecho, nosotros repetimos sus nombres en el canon de la Misa para afirmar nuestra comunión con ellos.

En la meditación del mes pasado conocisteis y meditasteis en la figura de Simón y de su hermano Andrés —los dos primeros llamados—, y luego en la de Santiago y la de Juan. Por tanto, ya conocéis, mientras que los otros se mencionan por primera vez en este párrafo.

— Después de esta mirada global, nos preguntamos si esta página nos recuerda otras.

Ciertamente recordamos el capítulo 1, donde se describe la llamada de Simón y de su hermano Andrés, la de Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan. ¿Qué diferencia hay entre las dos llamadas? ¿En qué consiste la «novedad» de la llamada de los Doce? ¿Cuál es el arduo desfiladero que obliga Jesús a pasar a los que le siguen, el salto cualitativo que les exige dar?

En el capítulo 1 se trataba de dejar las redes y de seguir con confianza al Señor, con la esperanza un tanto vaga de hacerse pescadores de hombres.

Pero es necesario que el primer entusiasmo se solidifique. De hecho, el texto evangélico dice que Jesús instituyó a los Doce. Les dio un modo de ser estable, haciéndoles participes de lo que El hacia; los instituyó para que estuvieran con El, para enviarlos a predicar, para que tuviesen el poder de echar los demonios.

— Esta es precisamente la acción fundamental de este pasaje. Jesús hace posible el salto cualitativo en la fe, instituyendo a los Doce para que estuvieran con El y también para que fuesen a predicar y tuvieran el poder de echar los demonios.

Los Doce se deciden por una opción, por una responsabilidad estable frente a los demás, por una nueva experiencia de madurez cristiana.

Si el primer acercamiento a Jesús podía tener todavía el carácter de intento, de búsqueda, quizá de un poco de curiosidad, de una cierta prueba (¡VAmos a ver qué pasa!), ahora se trata de una auténtica opción de fondo.

— Veamos finalmente, las circunstancias de la narración. Subrayo los tres lugares que ya he recordado:

El lago donde Jesús estaba predicando, en medio de una gran muchedumbre de gente venida de toda Palestina. Jesús se ve obligado a subir a la barca.

El monte, al que —según el relato paralelo del capítulo 6 del evangelio de Lucas— se había retirado a pasar la noche en oración, antes de llamar a los Doce.

La casa, que hace suponer que Jesús volvió al lago, lugar habitual de vida de la gente. Estos tres lugares son particularmente significativos.

En efecto, el lago indica el lugar de la predicación y de la caridad (Jesús curó junto al lago a muchos enfermos); el monte indica el lugar de la oración, de la opción, de las grandes decisiones; la casa es el lugar de la vida cotidiana.

El Señor pasa del uno al otro; podríamos decir: del púlpito al altar y a la vida de cada día; del momento de la escucha de la Palabra al momento de la oración profunda, de la Eucaristía; de la oración al momento de la decisión de cada día.

Pasa de una a otra de estas realidades santificándolas, encontrándose con la gente, dejándose provocar por las dramáticas situaciones humanas que se le presentan y provocándolas, a su vez, él mismo. Podemos decírselo en la oración:

«Señor, ¡provócanos también a nosotros! Pasa por en medio de nosotros, estemos donde estemos: ya sea que nos encontremos entre la gente, o en el lugar de oración, o en las realidades de la vida cotidiana. Haz que no haya diferencias entre unas cosas y otras, que no reneguemos en la vida cotidiana de Aquel a quien hemos querido conocer en el monte. Haz que haya unidad entre los diversos momentos de nuestra existencia».


Enamorarse de Jesús: puntos para la meditación

Hemos dicho que la meditación consiste propiamente en hacerle preguntas al texto. Podemos interrogar a los Doce, podemos preguntar a Pedro o a Juan: ¿Qué significó para ti aquel paso? ¿Qué supuso en tu vida y qué puede suponer para la mía?

Creo que los apóstoles nos responderían: para nosotros significó ponernos definitivamente de parte de Jesús, desafiando incluso la incomprensión de quienes no lo comprendían, a pesar de quererlo. Para vosotros podría equivaler a salir un poco fuera de vosotros mismos, de vuestra forma de concebir la vida y de planear vuestra existencia, y asumir una tarea eclesial, una tarea de servicio a la comunidad, una tarea de compromiso para toda la vida.

Si quisiéramos interrogarles un poco más cordialmente, pidiéndoles que trataran de describirnos la experiencia que les hizo estremecerse por dentro, creo que insistirían en la experiencia de salir de sí, incluso de perder el juicio, y lo explicarían como un enamoramiento, como un sentirse irresistiblemente atraído por alguien. Antes teníamos cierta estima de Jesús y lo veíamos con cierta curiosidad; ahora estamos con El, de su parte, sentimos que lo amamos, que ha conquistado nuestro corazón. «El enamoramiento —dicen los apóstoles—, estrictamente hablando, no es algo que se decide, sino que ocurre, sucede, acontece...; al menos, este fue nuestro caso, porque fuimos elegidos, sin decidirlo nosotros. Sin embargo, tuvimos la sensación de ir libremente detrás de Jesús, de caminar con libertad y alegría, movidos por el amor.

La experiencia que viven los apóstoles, el nuevo salto cualitativo, es el que va del seguimiento respetuoso al enamoramiento, a la dedicación, al dejarse tomar, al dejarse agarrar sin condiciones.


Preguntas para la oración personal

Para vuestra contemplación silenciosa, os sugiero yo también tres preguntas, a partir de la experiencia de Pedro, de Juan y de los otros:

1.—¿Acepto, deseo dejarme agarrar de ese modo? Si, delante del Señor, El me preguntase: «¿Quieres dejarte agarrar por mi amor?», ¿cómo le respondería yo?

Tratad de ver lo que sentís en vuestro interior y de qué modo respondéis a la pregunta.

2.—¿Me dan miedo las consecuencias de dejarme agarrar? Es fácil imaginar enseguida algunas consecuencias de este tipo: si de verdad me dejo agarrar, quién sabe las opciones que tendría que tomar. Quizás hacerme sacerdote, religiosa... Estoy bastante asustado. ¿Adónde me llevarías, Señor? Creo que el Señor responderá: Te llevaré a ser cristiano, a estar conmigo. De hecho, ser cristiano es, simplemente, estar con Cristo. Lo demás es fácil; lo demás vendrá según las llamadas concretas que cada cual reciba.

Lo que yo quiero —dice el Señor— es que tú aceptes, que no tengas miedo a las consecuencias de dejarte agarrar de ese modo, de dejarte invadir por dentro.

3.—¿Has probado alguna vez algo parecido? ¿Has intentado alguna vez estar con Jesús?

Quizá nos demos cuenta de que ya hemos sido agarrados por él, aunque no nos demos cuenta de las consecuencias afectivas globales que esto supone; pero otras veces sí nos damos cuenta, y son entonces los momentos de la alegría desbordante.

Dejemos que esta experiencia nos inunde.

¿He intentado alguna vez estar con Jesús? ¿Quiero intentarlo ahora?

La experiencia que Jesús te pide que hagas es que estés con él ahora. Jesús quiere que lo mires (releyendo el pasaje evangélico), que escuches sus palabras que llaman (¿y si entre los Doce nombres estuviera el tuyo?), que reflexiones sobre lo que puedes hacer en tu vida para estar más con él.

«Te doy gracias, Señor, porque me llamas ahora; porque la llamada bautismal es para estar contigo; porque tú, a través de la vida de la Iglesia, con el Concilio, con el Sínodo de los laicos, me llamas a dejarme agarrar por ti.

¿De qué tengo miedo aún, Señor? ¿Qué deseo? ¿Qué debo superar? ¿Cuáles son las dificultades que me asustan?

Concédeme, Señor, el gusto de estar en silencio contigo».