Prólogo


En este libro se han recogido dos ciclos de meditaciones sobre la Palabra de Dios, dirigidas por el cardenal Carlo Maria Martini, arzobispo de Milán, a los jóvenes de la Iglesia ambrosiana, dentro del marco del programa pastoral diocesano «Dios educa a su pueblo».

El primer ciclo está formado por los Ejercicios espirituales vespertinos que propuso en la cuaresma de 1988 —del 21 al 25 de marzo en la catedral—, recordando el centenario de la muerte de san Juan Bosco y como preparación para la III Jornada mundial de la Juventud, celebrada en todas las Iglesias locales el 27 de marzo, domingo de Ramos.

El título de los Ejercicios, «Haced lo que El os diga», repite el del Mensaje del Papa a los jóvenes de todo el mundo. El santo padre deseaba que, escuchando las palabras pronunciadas por la Virgen en las bodas de Caná, se profundizase en el misterio de María para comprender qué significa concretamente creer en el amor de Dios y vivir de ese amor.

Siguiendo la invitación del Papa, las meditaciones dirigidas por el arzobispo en estos Ejercicios son una iniciación a la contemplación del misterio de Jesús, Señor de nuestra vida y de la historia, y del misterio de Maria.

El segundo ciclo recoge las meditaciones del arzobispo en algunas de las reuniones mensuales de la «Escuela de la Palabra», que se celebran, desde hace algunos años, para los jóvenes de la diócesis en las diversas zonas pastorales.

Siguiendo las indicaciones prácticas sugeridas en la 3.8 parte de la carta pastoral «Dios educa a su pueblo», las Escuelas de la Palabra se proponían leer, en el evangelio según Marcos, los pasajes que más destacan los momentos dificiles de ruptura, de crisis de crecimiento, que llevan consigo las etapas de la conversión, a la luz del itinerario que Jesús hace seguir a los apóstoles para educarlos en la fe en El y en su misterio. De ahí el título de este ciclo: «Los saltos cualitativos en el camino educativo cristiano».

«La alegría del Evangelio» resume bien, según creo, el mensaje de todas las meditaciones del cardenal. Hemos podido percibir esta alegria del Evangelio en sus palabras, que nacían del corazón, como una comunicación de su experiencia de fe y de vida pastoral, llegando al corazón de sus oyentes. Los jóvenes se sintieron conocidos e interpretados en sus preguntas a veces sin expresar, en su fragilidad, en sus dificultades, en sus dudas; se sintieron comprendidos y ayudados.

Creo que será interesante subrayar al menos dos insistencias del arzobispo. Son otras tantas apelaciones a cada uno de nosotros —jóvenes y adultos, hombres y mujeres, laicos y sacerdotes— que no debemos dejar en el olvido. Tenemos que concretarlas en la reflexión y verificarlas a partir de nuestra experiencia concreta personal y de comunidad o grupo.

1. La primera insistencia. Al comienzo de los Ejercicios, el cardenal subraya que todos necesitamos un «mayor arraigo contemplativo», que necesitamos «hacer sitio al Espíritu Santo dentro de nosotros», para crecer en la fe evangélica y para construir la comunidad. En efecto, la contemplación está en el origen de toda verdadera opción de vida y de acción cristiana; todo lo que podemos atestiguar de la realidad divina a los demás hombres, nuestros hermanos, nos viene de la contemplación; y ésta nace de la acogida de la Palabra de Dios que nos pone en contacto con Jesús, Palabra viva. Por tanto, hay que comprometerse seriamente en la reflexión meditada y amorosa de las Escrituras, en la lectio divina vivida en el marco de la Iglesia, de su tradición viva, de su magisterio. La lectio divina no es un lujo, porque es el ejercicio, o el instrumento, mediante el cual el cristiano aprende a conocer la Biblia y a confrontar, de modo realista, su existencia con la Palabra de Dios.

Esta invitación indica, a nuestro juicio, una preocupación. Sin ese arraigo contemplativo, las comunidades cristianas corren el riesgo de estar fuertemente organizadas, programadas, potenciadas para ser eficaces, pero fácilmente propensas a caer en rencillas, en autojustificaciones, en interminables discusiones.

2. La segunda insistencia del cardenal se refiere a la alegría del Evangelio. Ya había aludido varias veces a ello, al afirmar que la alegria del Evangelio es ese «no sé qué» que impregna toda la vida del bautizado, ese equilibrio de todas las cosas, que coincide con la espiritualidad de María. Lo ha recordado también recientemente el Papa, en su discurso a la curia romana en la Navidad de 1987, afirmando la necesidad que tiene la Iglesia de conjugar siempre el «principio petrino» con el «principio mariano».

Aquí, sin embargo, advertimos el afán del arzobispo por hacernos comprender que la alegría del Evangelio tiene su más alta revelación en la cruz y se convierte en alegría de la cruz, que es la suprema expresión del amor del Padre, en Jesús, por el hombre. El cardenal insiste en el tema de la cruz, con el punzante temor de que se quiera vivir el cristianismo prescindiendo de esa realidad.

Pero la Iglesia es emanación del corazón de Cristo que se rompe en la muerte. Y el Espíritu Santo introduce incesantemente al bautizado en el corazón de ese misterio. Mientras no hayamos hecho nuestra esta verdad y no hayamos acogido y asumido el discurso de la cruz en nuestra vida, nuestras comunidades no conseguirán explotar en dinamismo de caridad.

Las insistencias que hemos señalado no impiden al arzobispo manifestar, junto con la firmeza de su pensamiento, un constante y sereno optimismo con respecto a la Iglesia y a los hombres, mientras que en sus palabras y en sus oraciones se transparenta una profunda y delicada devoción a María, la Virgen de la acogida y de la alegría, la Madre de la educación en la fe, la imagen de la Iglesia en camino.

Estamos seguros de que este pequeño libro, que sale justamente a tiempo para constituir la lectura de este verano, podrá servir de «vademecum» a muchos jóvenes deseosos de crecer en la madurez de la fe, a muchos educadores y a todos aquellos fieles que desean llegar a una vida cristiana coherente, comprometiéndose a dar testimonio de actitud evangélica según las enseñanzas de la Iglesia.

No podía el arzobispo Martini darnos un regalo más hermoso en este año mariano y en este bienio pastoral sobre la educación, convirtiéndose, una vez más, en pastor solícito y guía seguro en el camino de nuestra Iglesia a través de su ejemplo y su magisterio.

FRANCO AGNESI,
consiliario diocesano de los Jóvenes
de Acción Católica