Apéndice
 

 

[Esta nota sobre los efectos observados del dolor ha sido gentilmente proporcionada por el doctor R. Harvard, basada en experiencia clínica].

 

El dolor es un hecho común y definido, que puede ser fácilmente reconocido; pero la observación del carácter o comportamiento es menos fácil, menos completa y menos exacta, especialmente en la relación pasajera, aun cuando íntima, de doctor y paciente. No obstante esta dificultad, ciertas impresiones toman gradualmente forma en el curso de la práctica médica, las que se confirman a medida que crece la experiencia. Un ataque breve de dolor físico agudo, es agobiante mientras dura. El paciente generalmente no es ruidoso en sus quejas. Implorará por alivio, pero no gasta su aliento en detallar sus problemas. Es raro en él perder el autocontrol y volverse loco e irracional. Es poco frecuente que el dolor físico más agudo se vuelva en este sentido insoportable. Cuando el dolor físico breve y agudo pasa, no deja ninguna alteración evidente en el comportamiento.

 

El dolor prolongado tiene efectos más observables. Éste es, con frecuencia, aceptado con poca o ninguna queja, y se desarrolla una gran fuerza y resignación. El orgullo se humilla o, en ocasiones, se convierte en una determinación de ocultar el sufrimiento. Las mujeres que padecen de artritis reumatoide demuestran una alegría que es tan característica, que puede ser comparada con el spes phthisica del tísico, y se debe, quizá, más a la leve intoxicación del paciente por la infección, que a un aumento de vigor en el carácter. Algunas víctimas de dolor crónico se deterioran. Se vuelven quejumbrosas y explotan su posición privilegiada de inválidas para ejercer una tiranía doméstica. Pero la maravilla es que los fracasos sean tan escasos y los héroes tantos; existe un desafío en el dolor, al que la mayoría puede reconocer y responder. Por otro lado, una larga enfermedad, incluso sin dolor, agota tanto la mente como el cuerpo. El inválido deja de luchar y se deja arrastrar impotente y quejumbrosamente a una desesperada auto-compasión. Incluso así, algunos, en un estado físico similar, mantendrán su serenidad y abnegación hasta el final. Ver esto es una experiencia poco frecuente y conmovedora. El dolor mental es menos dramático que el dolor físico, pero es también más común y más difícil de soportar. El intento frecuente de ocultar el dolor mental, aumenta el peso del mismo; es más fácil decir "me duele una muela" que decir, "mi corazón está roto". Sin embargo, si aquello que lo produce es aceptado y enfrentado, el conflicto fortalecerá y purificará el carácter y, con el tiempo, el dolor generalmente pagará. A veces, sin embargo, éste persiste y el efecto es devastador; si la causa no se enfrenta o no se reconoce, produce el estado deprimente del neurótico crónico. Pero algunos, mediante el heroísmo, se sobreponen incluso al dolor mental crónico. Con frecuencia producen un trabajo brillante y fortalecen, endurecen y agudizan sus caracteres hasta volverse como el acero templado.

 

En la locura real el panorama es más oscuro. En todo el campo de la medicina no existe nada tan terrible de contemplar como un hombre que padece melancolía crónica. Pero la mayoría de los dementes no son desgraciados ni están realmente conscientes de su condición. En ambos casos, el poco cambio que experimentan si se recuperan, es sorprendente. Con frecuencia nada recuerdan acerca de su enfermedad. El dolor proporciona una oportunidad al heroísmo; la oportunidad es tomada con sorprendente frecuencia.