IX. EL DOLOR ANIMAL

 

Y, en efecto, todos los nombres puestos por el hombre a los animales vivientes, esos son sus nombres propios. Génesis II, 19.

Para descubrir qué es natural, hemos de estudiar los seres que se mantienen fieles a su naturaleza y no aquellos que han sido corrompidos. ARISTÓTELES. Política, I, v, 5.

 

Hasta aquí el sufrimiento humano; pero todo este tiempo "un lamento de herida inocente traspasa el cielo". El problema del sufrimiento animal causa consternación; no porque los animales sean tan numerosos (ya que, como hemos visto, cuando un millón sufre no se siente más dolor que cuando sufre uno solo), sino porque la explicación cristiana al dolor humano no puede extenderse al dolor animal. Hasta donde sabemos, las bestias son incapaces ya sea de pecado o virtud; por lo tanto, no pueden merecer dolor, ni ser mejoradas por él. Al mismo tiempo, jamás debemos permitir que el problema del sufrimiento animal se convierta en el centro del problema del dolor; no porque no sea importante — cualquiera sea lo que proporcione fundamentos posibles para cuestionar la bondad de Dios, es por cierto muy importante—, sino porque está fuera del alcance de nuestro conocimiento. Dios nos ha entregado información que nos permite, en cierto grado, entender nuestro propio sufrimiento. Él no nos ha entregado tal información acerca de las bestias. No sabemos ni por qué fueron hechas ni qué son, y todo lo que decimos acerca de ellas es especulativo. A partir de la teoría de que Dios es bueno, podemos confiadamente deducir que la apariencia de despreocupada crueldad divina en el reino animal, es una ilusión; y el hecho de que el único sufrimiento que conocemos de primera mano (el nuestro) resulte no ser una crueldad, nos hará más fácil creer esto. Después de eso, todo es conjeturas.

 

Podemos comenzar por descartar algunas de las exageraciones pesimistas propuestas en el primer capítulo. El hecho de que las vidas vegetales se "devoren" unas a otras y se encuentren en un estado de "despiadada" competencia, no tiene importancia moral alguna.

 

La "vida" en el sentido biológico nada tiene que ver con el bien y el mal, hasta que aparece la capacidad de sentir. Las propias palabras "devoren" y "despiadada" son simples metáforas. Wordsworth creía que cada flor "gozaba el aire que respira", pero no hay razón para suponer que estaba en lo cierto. Sin lugar a dudas, las plantas vivientes reaccionan a los daños a modo diferente de la materia inorgánica; pero un cuerpo humano anestesiado reacciona más diferentemente aún, y esas reacciones no prueban la capacidad de sentir. Estamos, por supuesto, justificados al hablar de la muerte o daño de una planta, como si fuese una tragedia, siempre que sepamos que estamos usando una metáfora. Proporcionar símbolos para las experiencias espirituales puede ser una de las funciones de los mundos mineral y vegetal. Pero no debemos convertirnos en víctimas de nuestra metáfora. Un bosque en el cual la mitad de los árboles está matando a la otra mitad, puede ser perfectamente un "buen" bosque; ya que su bondad consiste en su utilidad y belleza, y no siente.

 

Cuando nos referimos a la bestias, surgen tres preguntas. Primero está la pregunta del hecho: ¿qué sufren los animales? En segundo lugar está la pregunta acerca del origen: ¿cómo entraron la enfermedad y el dolor al reino animal? Y, en tercer lugar, está la pregunta acerca de la justicia: ¿cómo se puede conciliar el sufrimiento animal con la justicia de Dios?

 

1.  A la larga, la respuesta a la primera pregunta es, no sabemos; pero puede valer la pena poner por escrito algunas especulaciones. Debemos comenzar por distinguir entre los animales; ya que si el simio pudiera entendernos, tomaría muy mal el que lo amontonáramos junto con la ostra y el gusano de tierra, en una clase única de "animales", y la contrastáramos con los hombres. En algunos aspectos el simio y el hombre son claramente más parecidos el uno al otro, que cualquiera de ellos al gusano. En el extremo inferior del reino animal, no necesitamos suponer algo que pueda reconocerse como capacidad de sentir. Los biólogos, al distinguir el animal del vegetal, no hacen uso de la capacidad de sentir, o de la motricidad, u otra característica por el estilo, como se fijaría naturalmente en ellas un lego en la materia. Sin embargo, en algún punto (a pesar de que no podemos decir dónde) entra, casi con certeza, la capacidad de sentir, ya que los animales superiores poseen un sistema nervioso muy similar al nuestro. Pero en este nivel debemos distinguir aun entre capacidad de sentir y consciencia. Si resultara que usted jamás ha oído acerca de esta distinción antes, me temo que la encuentre más bien sorprendente, pero tiene gran autoridad y sería desaconsejable descartarla. Suponga que tres sensaciones son sucesivas: primero A, luego B, y después C. Cuando esto le sucede, usted tiene la experiencia de pasar a través del proceso ABC. Pero fíjese lo que esto implica; implica que en usted existe algo que se encuentra suficientemente fuera de A como para notar que A está pasando, y suficientemente fuera de B como para notar que B está comenzando y viene a llenar el espacio que A ha desocupado; y ese algo se reconoce a sí mismo como igual durante la transición de A a B y de B a C, de tal modo que puede decir "he tenido la experiencia ABC". Ahora bien, este algo es aquello que llamo consciencia o alma, y el proceso que acabo de describir es una de las pruebas de que el alma, a pesar de experimentar el tiempo, no está completamente "llena de tiempo". La simplísima experiencia de ABC como una sucesión temporal, exige un alma que no es una simple sucesión de estados, sino más bien un lecho permanente en el que ondulan estas porciones diferentes de la corriente de la sensación y que se reconoce a sí mismo como igual, bajo todas ellas. Ahora bien, es casi seguro que el sistema nervioso de uno de los animales superiores le presente sensaciones sucesivas. Esto no quiere decir que tengan algún tipo de "alma", algo que se reconozca a sí mismo como habiendo pasado por A, estar pasando por B, y notando cómo B se desvanece para dar lugar a C. Si no tuviera tal "alma", aquello que llamamos la experiencia ABC jamás ocurriría. Habría, en lenguaje filosófico, una "sucesión de percepciones"; es decir, las sensaciones ocurrirían de hecho en ese orden, y Dios sabría que están ocurriendo así, pero el animal no lo sabría. No habría una "percepción de sucesión". Esto significaría que si usted propina dos golpes de látigo a esa creatura, hay, en efecto, dos dolores, pero no existe un yo coordinador que reconozca, "he tenido dos dolores". Incluso frente a un solo dolor, no existe un yo que diga "me duele", ya que si pudiese distinguirse a sí mismo de la sensación —el lecho distinguirse de la corriente— suficientemente como para decir "me duele", también sería capaz de asociar las dos sensaciones como su experiencia. La descripción correcta sería "el dolor está operando en este animal", y no "este animal siente dolor", como decimos comúnmente, ya que las palabras "este" y "siente" introducen de manera subrepticia la suposición de que el "yo", o el "alma" o "la consciencia" se encuentran por sobre las sensaciones y organizando a éstas en una experiencia, de la misma manera que lo hacemos nosotros. Admito que nosotros no nos podemos imaginar ese sentir sin consciencia de ello; no porque nunca ocurra en nosotros, sino porque cuando nos ocurre nos describimos como estando "inconscientes", y con toda razón. El hecho de que los animales reaccionen al dolor en forma muy similar a la nuestra no es, por supuesto, una prueba de que sean conscientes, ya que nosotros también podemos reaccionar así cuando estamos bajo los efectos del cloroformo, y podemos incluso responder preguntas mientras estamos dormidos. Ni siquiera trataré de adivinar, qué tan arriba se extienda dentro de la escala ese sentir sin conciencia. Es ciertamente difícil suponer que los simios, el elefante, y los animales domésticos superiores no tengan, en cierto grado, un yo o alma que conecte experiencias y dé origen a una individualidad rudimentaria. Pero al menos gran parte de lo que parece ser el sufrimiento animal, no necesita ser sufrimiento en sentido real alguno. Puede que seamos nosotros quienes hemos inventado a los "sufrientes" mediante la "falacia patética" de ver en las bestias un yo del cual no hay evidencia alguna.

 

2.  El origen del sufrimiento animal pudo ser buscado, por generaciones anteriores, hacia atrás, hasta la caída del hombre; todo el mundo fue infectado por la rebelión esterilizante de Adán. Esto es ahora imposible, va que tenemos buenas razones para creer que los animales existían desde mucho antes que los hombres. El ser carnívoro, con todo lo que implica, es más antiguo que la humanidad. Ahora bien, es imposible a estas alturas no recordar cierta historia sagrada que, a pesar de que nunca estuvo incluida en los credos, ha sido vastamente creída en la Iglesia y parece estar implícita en varios mensajes dominicos, paulinos, y de San Juan; me refiero a la historia de que el hombre no fue la primera criatura que se rebeló contra el Creador, sino que un ser más antiguo y poderoso se volvió apóstata mucho antes, y es ahora el emperador de las tinieblas y (en forma significativa) el señor de este mundo. A algunas personas les gustaría rechazar todos estos elementos de las enseñanzas de Nuestro Señor, y podría discutirse que cuando Él se vació a sí mismo de su gloria, también se humilló a sí mismo para compartir, como hombre, las supersticiones populares de su época. Y ciertamente creo que Cristo, en la carne, no era omnisciente, aunque sea solamente porque un cerebro humano no podría, probablemente, ser vehículo de la conciencia omnisciente, y decir que el pensamiento de Nuestro Señor no estaba realmente condicionado por el tamaño y la forma de su cerebro podría ser negar la encarnación real y convertirnos en docetistas. Por lo tanto, si Nuestro Señor se hubiese comprometido con cualquier afirmación científica o histórica que supiésemos que no era verdadera, esto no perturbaría mi fe en su divinidad. Pero la doctrina de la existencia y caída de Satanás no se encuentra entre aquellas cosas que sallemos que no son ciertas; no contradice los hechos descubiertos por científicos, sino solamente el simple vago "clima de opinión" en que da la casualidad que vivimos. Ahora bien, tengo una muy baja opinión de los "climas de opinión". En su propio tema, cada hombre sabe que todos los descubrimientos son hechos, y los errores corregidos, por aquellos que ignoran el "clima de opinión".

 

Por lo tanto, me parece una suposición razonable, el que un creado poder poderoso ya hubiese estado obrando en favor de la maldad en el universo material, o el sistema solar, o, por lo menos, en el planeta Tierra, antes que el hombre entrara en escena; y que cuando el hombre cayó, alguien efectivamente lo había tentado. Esta hipótesis no es presentada como una "explicación" general "del mal"; solamente da una aplicación más amplia al principio de que el mal proviene del abuso de libre albedrío. Si existe tal poder, como creo, bien puede haber corrompido a la creación animal antes que el hombre apareciera. El mal intrínseco del mundo animal yace en el hecho de que los animales, o algunos animales, vivan destruyéndose unos a otros. No admitiré que sea un mal el que las plantas hagan lo mismo. La corrupción satánica de las bestias sería, por lo tanto, en un aspecto análoga a la corrupción satánica del hombre, ya que un resultado de la caída del hombre fue que su animalidad retrocedió de la humanidad a la cual había sido levantada, pero a la cual ya no podía gobernar. De la misma manera, la animalidad puede haber sido alentada a caer en un comportamiento apropiado a vegetales. Es, por supuesto, verdad que la inmensa mortalidad causada por el hecho de que muchas bestias vivan de bestias, está balanceada, en la naturaleza, por una inmensa tasa de natalidad, y podría parecer que si todos los animales hubiesen sido herbívoros y sanos, la mayoría moriría de hambre como resultado de fin propia multiplicación. Pero yo tomo la fecundidad y la tasa de mortalidad como fenómenos correlativos. Quizá no había necesidad de tal exceso de impulso sexual; el Señor de este mundo pensó en él como una respuesta al ser carnívoro —un doble artificio para asegurar la máxima cantidad de tortura. Si acaso ofende menos, puede usted decir que la "fuerza vital" está corrompida, donde yo digo que las creaturas vivientes fueron corrompidas por un ser angélico maligno. Estamos diciendo lo mismo; pero yo encuentro más fácil creer en un mito de dioses y demonios, que en uno de sustantivos abstractos "hipostatizados". Y, después de todo, puede ser que nuestra mitología esté mucho más cerca de la verdad literal de lo que suponemos. No nos olvidemos que Nuestro Señor, en una ocasión, atribuyó la enfermedad humana no a la ira de Dios, no a la naturaleza, sino bastante explícitamente a Satanás[1]. Si vale la pena considerar esta hipótesis, también vale la pena considerar si acaso el hombre, al llegar recién al mundo, no tenía ya una función redentora que cumplir. El hombre, incluso ahora, puede obrar maravillas con los animales: mi gato y mi perro viven juntos en mi casa, y pareciera gustarles. El restaurar la paz en el mundo animal, puede haber sido una de las funciones del hombre y, si no se hubiese aliado al enemigo, podría haber tenido un éxito hasta tal punto al hacerlo, que es ahora apenas imaginable.

 

3.  Finalmente, está el asunto de la justicia. Hemos visto razones para creer que no todos los animales sufren de la manera que nosotros pensamos que lo hacen; pero algunos, al menos, se ven como si tuvieran un yo, y, ¿qué se hará por estos inocentes? Y hemos visto que es posible creer que el dolor animal no es obra de Dios, sino que comenzó con la maldad de Satanás y se perpetuó por la deserción del hombre de su lugar. Aun así, si Dios no lo ha causado, Él lo ha permitido y, una vez más, ¿qué se hará por estos inocentes? He sido prevenido de ni siquiera plantear el tema de la inmortalidad animal, para que no me encuentre "en compañía de todas las solteronas"[2]. No tengo objeción alguna a esa compañía. No pienso que la virginidad o la vejez sean despreciables, y algunas de las mentes más perspicaces que he conocido, habitaban cuerpos de solteronas 68. Tampoco me conmueven mayormente las preguntas jocosas tales como "¿dónde va a poner todos los mosquitos?", pregunta que ha de ser respondida a su propio nivel señalando que, en el peor de los casos, se podría combinar un cielo para mosquitos y un infierno para los humanos, en forma muy conveniente. El completo silencio de la Sagrada Escritura y la tradición cristiana respecto a la inmortalidad de los animales es una objeción más seria; pero sería fatal, solamente si la revelación cristiana mostrara alguna señal de estar pensada como un systeme de la nature para responder a todas las preguntas. Pero nada de eso: se ha descorrido la cortina en un lugar, y en un lugar solamente, para revelar nuestras necesidades prácticas inmediatas y no para satisfacer nuestra curiosidad intelectual. Si los animales, de hecho, fueran inmortales, es poco probable, según podemos discernir del método de Dios en la revelación, que Él nos hubiera revelado esta verdad. Incluso nuestra propia inmortalidad es una doctrina que se presenta tarde dentro de la historia del judaísmo. Basar la argumentación en el silencio es, por lo tanto, muy débil. La dificultad real de suponer que la mayoría de los animales sea inmortal, es que la inmortalidad casi no tiene significado alguno para una creatura que no es "consciente" en el sentido explicado anteriormente. Si la vida de una salamandra es meramente una serie de sensaciones, ¿qué querríamos entender al decir que Dios puede llamar nuevamente a la vida a la salamandra que murió hoy? Ésta no se reconocería a sí misma como la misma salamandra; las sensaciones placenteras de cualquier otra salamandra que viviera después de su muerte sería tanta, o tan poca, recompensa por sus sufrimientos terrenales (si los tuvo) como los de su vida una vez resucitada; iba a decir su "yo", pero el punto es que la salamandra probablemente no tiene un "yo". Lo que debemos tratar de decir, en esta hipótesis, ni siquiera se dirá. Por lo tanto, tal como yo lo entiendo, nada hay respecto a inmortalidad para creaturas meramente sensibles. La justicia y la misericordia tampoco exigen que la haya, puesto que estas creaturas no tienen experiencia del dolor. Sus sistemas nerviosos emiten todas las letras O, D, R, L, O, pero como no pueden leer nunca construyen con ellas la palabra DOLOR, y todos los animales pueden encontrarse en esa condición.

 

Sin embargo, si nuestra fuerte convicción de que existe una personalidad real —aun cuando rudimentaria— en los animales superiores, y especialmente en aquellos que domesticamos, no es una ilusión, su destino exige una consideración algo más profunda. El error que debemos evitar es el considerarlos en sí mismos. Al hombre solamente se le debe comprender en su relación con Dios. Las bestias han de comprenderse solamente en su relación con el hombre, y a través del hombre, con Dios. Debemos cuidarnos aquí de uno de aquellos conjuntos intransmutables de pensamiento ateo que perduran con frecuencia en las mentes de los creyentes. Los ateos consideran con naturalidad la coexistencia del hombre con los demás animales como mero resultado fortuito de hechos biológicos en interacción, y la domesticación de un animal por parte de un hombre, como una interferencia puramente arbitraria de una especie con otra. El animal "real" o "natural" para ellos, es el salvaje, y el animal domesticado es algo artificial o no natural. Pero un cristiano no puede pensar de esta manera. Al hombre le fue asignado por Dios el ejercer dominio sobre las bestias, y todo aquello que el hombre haga a un animal es, ya sea una práctica legítima, o un abuso sacrílego, de una autoridad ejercida por derecho divino. Por lo tanto, el animal domesticado es, en el sentido más profundo, el único animal "natural", el único al que vemos ocupar el lugar para el que fue hecho, y es en el animal domesticado que debemos basar toda nuestra doctrina acerca de las bestias. Ahora bien, se verá que en la medida en que el animal domesticado tenga un yo o personalidad real, se la debe casi enteramente a su amo.

 

Si un buen perro ovejero parece "casi humano", es porque un buen pastor lo ha hecho así. Ya he indicado la fuerza misteriosa de la palabra "en". No tomo todos los sentidos de ésta en el Nuevo Testamento como idénticos, de manera que el hombre esté en Cristo, y Cristo en Dios, y el Espíritu Santo en la Iglesia, y también en el creyente individual, exactamente en el mismo sentido. Pueden más bien ser sentidos que rimen o correspondan, en lugar de ser un solo sentido. Ahora voy a sugerir —aunque con una gran disposición a ser corregido por teólogos verdaderos— que puede existir un sentido, aun cuando no idéntico, que corresponda a éstos, en el cual aquellas bestias que logran una personalidad real, estén en sus maestros. Es decir, usted no debe pensar en una bestia en sí, y llamar a eso una personalidad y luego preguntar acaso Dios levantará y bendecirá aquello. Debe tomar el contexto completo en el cual la bestia adquiere su personalidad —es decir, "el amo y el ama de la casa gobernando a sus hijos y sus bestias en la buena heredad". El contexto total se puede considerar como un "cuerpo" en el sentido paulino (o cercanamente subpaulino); y, ¿quién puede predecir cuánto de ese "cuerpo" puede ser levantado junto con el amo y ama de la casa? Probablemente, tanto como sea necesario no solamente para la gloria de Dios y la bienaventuranza de la pareja humana, sino para aquella gloria particular y aquella bienaventuranza particular que está teñida eternamente por esa experiencia terrena particular. Y de esta manera me parece posible que ciertos animales puedan poseer una inmortalidad, no en ellos mismos, sino en la inmortalidad de sus amos; y la dificultad acerca de la identidad personal en una creatura apenas personal desaparece cuando la creatura se mantiene de esta manera en su propio contexto. Si usted pregunta, con respecto a un animal elevado de este modo a miembro del Cuerpo completo de la heredad, dónde reside su identidad personal, yo le respondo, "donde su identidad siempre residió, incluso en la vida terrenal —en su relación con el Cuerpo y, especialmente, con el amo que es la cabeza del Cuerpo". En otras palabras, el hombre conocerá a su perro; el perro conocerá a su amo y, al conocerlo, será el mismo. Preguntar si debiera conocerse de cualquier otra manera, es probablemente preguntar por aquello que no tiene significado. Los animales no son así, y no desean serlo. Mi imagen del buen perro ovejero en la buena heredad no se extiende, por supuesto, a los animales salvajes ni (un asunto aún más urgente) a los animales domésticos maltratados. Pero se ha intentado solamente como una ilustración tomada de una instancia privilegiada —la que es también, a mi manera de ver, la única instancia normal y no pervertida— de los principios generales que se deben acatar al formular una teoría acerca de la resurrección de los animales. Creo que los cristianos pueden, con toda razón, dudar que alguna bestia sea inmortal, por dos razones. En primer lugar, porque temen, al atribuir a las bestias un "alma" en el sentido completo, opacar la diferencia entre bestia y hombre, que es tan aguda en la dimensión espiritual como confusa y problemática en la biológica. Y en segundo lugar, una felicidad futura conectada con la vida actual de la bestia simplemente como una compensación al sufrimiento —tantos milenios en los felices pastizales pagados como "daños" por tantos años de jalar carretas— parece una afirmación desatinada de justicia divina. Nosotros, por ser falibles, con frecuencia herimos a un niño o a un animal en forma no intencionada, y luego lo mejor que podemos hacer es "compensarlo" con alguna caricia o golosina. Pero es difícilmente piadoso el imaginarse a la Omnisciencia actuando de esa manera —como si Dios pisara la cola de los animales en la oscuridad y después hiciera lo mejor que pudiera acerca de ello. En un arreglo tan torpe, no puedo reconocer el toque maestro; cualquiera sea la respuesta, debe ser algo mejor que eso. La teoría que estoy sugiriendo trata de evitar ambas objeciones. Hace a Dios el centro del universo, y al hombre el centro subordinado de la naturaleza terrestre; las bestias no son iguales al hombre, sino subordinadas a él, y su destino está totalmente relacionado al suyo. La inmortalidad derivada, sugerida para ellas, no es una mera amende o compensación; es parte y porción del nuevo cielo y la nueva tierra, orgánicamente relacionada con todo el proceso de sufrimiento de la caída y redención del mundo.

 

Suponiendo, al igual que yo, que la personalidad de los animales domesticados es en gran parte el regalo del hombre —que su mera capacidad de sentir renace a la vida del alma en nosotros, tal como nuestra mera vida del alma renace a la espiritualidad en Cristo— yo naturalmente supongo que en realidad muy pocos animales, en su estado salvaje, alcancen un "yo" o ego. Pero si alguno lo alcanza, y si es compatible con la bondad de Dios el que vivan nuevamente, su inmortalidad estaría también relacionada al hombre —no, esta vez, a dueños individuales, sino a la humanidad. Es decir, si en cualquier instancia del valor casi espiritual y emocional que la tradición humana le atribuye a la bestia (como la "inocencia" del cordero, e la realeza heráldica del león) tiene un fundamento real en la naturaleza de la bestia, y no es meramente arbitraria y accidental, entonces es en esa capacidad, o principalmente en ésa, que se puede esperar que la bestia sirva al hombre ya levantado y forme parte de su "séquito". O, si el carácter tradicional es bastante erróneo, entonces la vida celestial de la bestia[3] estaría en virtud del efecto real, pero desconocido, que efectivamente ha tenido en el hombre durante toda su historia; ya que si la cosmología cristiana es en cualquier sentido (no digo en un sentido literal) verdadera, entonces todo aquello que existe en nuestro planeta está relacionado al hombre, e incluso las criaturas que estaban extinguidas antes que éste existiera, sólo entonces se ven en su verdadera dimensión: los precursores inconscientes del hombre. Cuando hablamos de creaturas tan lejanas a nosotros como las bestias salvajes y los animales prehistóricos, apenas si sabemos de qué estamos hablando. Bien puede ser que no tengan un yo y que no tengan sufrimientos. Incluso puede ser que cada especie tenga un yo corporativo —que el ser león, no los leones, ha compartido el dolor de la creación y entrará en la restauración de todas las cosas. Y si no podemos imaginarnos tan siquiera nuestra propia vida eterna, mucho menos nos podemos imaginar la vida que puedan tener las bestias como nuestros "miembros". Si el león terrestre pudiera entender la profecía de aquel día en que comerá heno al igual que un buey, la consideraría no una descripción del cielo, sino del infierno. Y si nada existe en el león aparte de un sentir carnívoro, entonces es inconsciente y su "supervivencia" no tendría significado. Pero si existe un rudimentario yo leonino, a aquello Dios le puede dar un "cuerpo" como a Él le plazca —un cuerpo que ya no viva mediante la destrucción del cordero, pero ricamente leonino en el sentido de que también expresa cualquiera que fuere la energía, el esplendor y el poder jubiloso que tuviera el león visible de este mundo. Me parece, aunque estoy dispuesto a que se me corrija, que el profeta usó una hipérbole oriental cuando habló del león y el cordero yaciendo juntos. Eso sería más bien impertinente por parte del cordero. Tener leones y corderos que así se juntaran sería (excepto en alguna rara saturnalia celestial de mundo al revés) lo mismo que no tener corderos ni leones. Creo que el león, una vez que deje de ser peligroso, todavía  será temible; ciertamente entonces veremos por vez primera aquello de lo cual los actuales colmillos y garras son una imitación torpe y satánicamente perversa. Habrá todavía algo parecido al sacudir de la dorada melena, y con frecuencia el buen duque dirá, "permítale rugir nuevamente".


 


[1] Lc. 13: 16.

[2] Pero también con J. Wesley. The Great Deliverance. Sermón LXV.

[3] Es decir, su participación en la vida celestial de los hombres en Cristo hacia Dios; sugerir una vida celestial para las bestias como tales, es probablemente una tontería.