VII. EL DOLOR HUMANO

(Continuación) 

 

Todas las cosas que son como deberían ser se ajustan a esta segunda ley eterna; e incluso aquellas cosas que con esta ley eterna no están acordes son, no obstante, de algún modo ordenadas por la primera ley eterna. HOOKER. Laws of Eccles. Pol., I, iii, 1.

 

En este capítulo planteo seis proposiciones necesarias para completar nuestra descripción del sufrimiento humano; éstas no surgen una de la otra y, por lo tanto, deben ser entregadas en un orden arbitrario.

 

1. En el cristianismo hay una paradoja acerca de la tribulación. Bienaventurados sean los pobres, pero mediante "juicio" (i.e., justicia social) y limosnas hemos de eliminar la pobreza donde sea posible. Bienaventurados seamos cuando nos persigan, pero podemos evitar la persecución huyendo de ciudad en ciudad, y podemos implorar que se nos libre de ella, así como Nuestro Señor imploró en Getsemaní. Pero, si el sufrimiento es bueno, ¿no debiera ser buscado con afán, en lugar de evitársele? Mi respuesta es que el sufrimiento no es bueno en sí. Lo bueno de cualquier experiencia dolorosa es, para quien sufre, su abandono en la voluntad de Dios, y para los espectadores, la compasión que despierta y los actos de misericordia a los que conduce. En el universo caído y parcialmente redimido, podemos distinguir: 1) el bien simple que desciende de Dios, 2) el mal simple producido por las creaturas rebeldes, y 3) el uso que Dios hace de ese mal para su propósito redentor, y que produce el bien complejo, al cual contribuyen la aceptación del sufrimiento y el arrepentimiento del pecado. Ahora bien, el hecho de que Dios pueda hacer de un mal simple, un bien complejo, no disculpa —a pesar de que por medio de la misericordia pueda salvar— a quienes cometen el mal simple. Y esta distinción es fundamental. Las ofensas deben venir, pero ay de aquellos de quienes provienen; los pecados hacen que la gracia abunde, pero no debemos hacer de ello una disculpa para seguir pecando. La crucifixión es el mejor y el peor de todos los eventos históricos, pero el rôle de Judas continúa siendo simplemente maligno. Podemos, primero, aplicar esto al problema del sufrimiento de otras personas. Un hombre misericordioso aspira al bien de su prójimo y cumple así "la voluntad de Dios", cooperando conscientemente con el "bien simple". Un hombre cruel oprime a su prójimo y, así, hace el mal simple. Pero al hacer ese mal es usado por Dios, sin su conocimiento o consentimiento, para producir el bien complejo —de manera que el primero de estos hombres sirve a Dios como un hijo, y el segundo como un instrumento. Ciertamente cumplirá con el propósito de Dios, no importa cómo actúe, pero para usted será diferente el que sirva como Judas, o como Juan. Todo el sistema está, por así decirlo, calculado para el choque entre los hombres buenos y los hombres malos, y los buenos frutos de fortaleza, paciencia, piedad y perdón, por los cuales al hombre cruel se le permite ser cruel, presuponen que el hombre bueno comúnmente continúe buscando el bien simple. Digo "comúnmente", porque un hombre a veces está autorizado para herir (o incluso, en mi opinión, para matar) a su semejante, pero solamente cuando la necesidad es urgente y el bien a obtener es obvio, y, generalmente (a pesar que no siempre), cuando aquél que inflige el dolor tiene una autoridad precisa para hacerlo —una autoridad de padre, derivada de la naturaleza; de magistrado o de soldado, derivadas de la sociedad civil; o de cirujano, derivada generalmente del paciente. Transformar esto en una regla general para afligir a la humanidad, "porque la aflicción es buena para ellos" (al igual que Tamberlaine, el loco de Marlowe, se jactaba de ser el "azote de Dios"), no es ciertamente quebrar el esquema divino, sino ofrecerse como voluntario para el cargo de Satanás, dentro de ese esquema. Si usted hace el trabajo de éste, debe estar preparado a recibir su paga. El problema de evitar nuestro propio sufrimiento admite una solución similar. Algunos ascetas han empleado la mortificación. Como laico, no opino acerca de la prudencia de tal régimen; pero insisto que, cualesquiera sean sus méritos, la mortificación es algo bastante diferente a la tribulación enviada por Dios. Todos saben que ayunar es una experiencia diferente a saltarse una comida por accidente o debido a la pobreza. El ayuno afirma la voluntad frente al apetito, siendo su premio el autodominio, y su peligro el orgullo; el hambre involuntaria somete los apetitos y la voluntad a la voluntad divina, dando ocasión a la entrega y exponiéndonos al peligro de la rebeldía. Pero el efecto redentor del sufrimiento yace, principalmente, en su tendencia a someter la voluntad rebelde. Las prácticas ascéticas, que de por sí fortalecen la voluntad, son útiles sólo en la medida en que hagan posible a la voluntad ordenar su propia casa (las pasiones), como una preparación al ofrecimiento total del hombre a Dios. Son necesarias como medios; como fin serían abominables, ya que al substituir el apetito por la voluntad y quedarse allí, estarían solamente cambiando el ser animal por el ser diabólico. Por lo tanto, con verdad se ha dicho que "sólo Dios puede mortificar". La tribulación cumple con su tarea, en un mundo en que los seres humanos comúnmente buscan, a través de medios legítimos, evitar su propio mal natural y alcanzar su bien natural, y presupone un mundo así. Para someter la voluntad a Dios, debemos poseer una voluntad, y esa voluntad debe poseer objetos. El renunciamiento cristiano no significa "apatía" estoica, sino una disposición a optar por Dios, en lugar de hacerlo por fines inferiores que son en sí legítimos. De ahí que el Perfecto Hombre llevara a Getsemaní una voluntad, y una voluntad fuerte, de escapar al sufrimiento y a la muerte, siempre que esto fuera compatible con la voluntad del Padre, y combinada con una disposición perfecta a obedecer, en caso que no lo fuera. Algunos santos recomiendan una "renuncia total" al inicio mismo de nuestro discipulado; pero creo que esto solamente puede significar una disposición total a cada determinada renuncia[1] que se nos exija, ya que no sería posible vivir minuto a minuto sin desear otra cosa que el abandono en Dios, como tal. ¿Cuál sería la materia para el abandono? Parecería en sí contradictorio decir "lo que deseo es someter lo que deseo a la voluntad de Dios", ya que el segundo lo no tiene contenido. Sin duda, todos ponemos mucho cuidado en evitar nuestro propio dolor: pero una intención de evitarlo, debidamente subordinada, y usando métodos legítimos, es acorde con la "naturaleza" —es decir, con la totalidad del sistema operativo de la vida de las creaturas, para el cual la tarea redentora de la tribulación está calculada. Sería, por lo tanto, bastante falso suponer que la visión cristiana del sufrimiento es incompatible con un fuerte énfasis en nuestra obligación de dejar el mundo, incluso en un sentido temporal, "mejor" de lo que lo encontramos. En la escena más llena de parábolas que Él nos entregó, Nuestro Señor parece reducir toda virtud a beneficencia activa; y a pesar de que sería engañoso tomar esa escena aislada del Evangelio como un todo, es suficiente para disipar cualquier duda acerca de los principios básicos de la ética social del cristianismo.

 

2. Si la tribulación es un elemento necesario en la redención, debemos esperar que ésta no cesará hasta que Dios vea que el mundo ya está redimido, o que no puede redimirse más. Por lo tanto, un cristiano no puede creer a ninguno de aquellos que prometen que, si tan sólo se llevara a cabo alguna reforma en nuestro sistema económico, político, o sanitario, tendríamos un cielo en la tierra. Podría parecer que esto tiene un efecto desalentador en el trabajador social, pero en la práctica no se ve que lo desaliente. Al contrario, un fuerte sentido de nuestras miserias comunes, simplemente como hombres, es al menos un incentivo tan bueno para eliminar todas las miserias que podamos, como cualquiera de esas locas esperanzas que tientan a los hombres a buscar realizarlas quebrantando la ley moral y que, una vez que se realizan, prueban ser sólo polvo y cenizas.

 

Si aplicamos a nuestra vida individual la teoría de que es necesario un cielo imaginado en la tierra, para que haya intentos vigorosos de eliminar el mal actual, se demostraría de inmediato su irracionalidad. Los hambrientos buscan comida y los enfermos cura, aun sabiendo que después de la comida o de la cura, les esperan los altibajos normales de la vida. No estoy, por supuesto, discutiendo que sean o no deseables los cambios muy drásticos en nuestro sistema social; solamente le estoy recordando al lector, que un remedio en particular no debe confundirse con el elixir de la vida.

 

3. Ya que se han cruzado temas políticos en nuestro camino, debo aclarar que la doctrina cristiana del abandono y la obediciencia es una doctrina puramente teológica y no, en lo más mínimo, política. Acerca de formas de gobierno, autoridad civil y obediencia civil, nada tengo que decir. El tipo y grado de obediencia que una creatura debe a su Creador es única, porque la relación entre creatura y Creador es única: no se puede inferir ninguna proposición política de ella.

 

4. Creo que la doctrina cristiana acerca del sufrimiento explica un hecho muy curioso del mundo en que vivimos. La felicidad y seguridad estables que todos deseamos, es retenida por Dios debido a la naturaleza misma del mundo; pero Él ha derramado gozo, placer y alegría, copiosamente. Nunca estamos a salvo, pero tenemos muchas alegrías y algo de éxtasis. No es difícil ver el porqué. La seguridad que ansiamos nos enseñaría a poner nuestros corazones en este mundo y pondrían un obstáculo a nuestro retorno a Dios. Unos pocos momentos de amor feliz, un paisaje, una sinfonía, un feliz encuentro con nuestros amigos, un baño, o un partido de fútbol, no tienen tal tendencia. Nuestro Padre nos refresca en el camino con algunas posadas agradables, pero no nos alienta a confundirlas con el hogar.

 

5. Jamás debemos transformar el problema del dolor en algo peor de lo que es, mediante  vagas conversaciones acerca de "la suma inimaginable de miseria humana". Suponga que tengo un dolor de muelas de intensidad X, y suponga que usted, que está sentado a mi lado, también comienza a tener un dolor de muelas intenso. Si quiere, usted puede decir que la cantidad total de dolor en el cuarto es, ahora, 2X. Pero debe recordar, que nadie está sufriendo 2X; busque todo el tiempo y todo el espacio, y nunca encontrará ese dolor compuesto, en la conciencia de alguien. No existe tal cosa como una suma de sufrimiento, ya que nadie lo sufre. Cuando alcanzamos el máximo que una sola persona puede sufrir, hemos alcanzado, sin lugar a dudas, algo muy horroroso, pero hemos alcanzado todo el sufrimiento que puede darse en el universo. Agregar un millón de personas que sufren, no añade más dolor.

 

6. De todos los males, solamente el dolor es un mal esterilizado y desinfectado. El mal  intelectual, o el error, puede repetirse, porque la causa del primer error (como ser la fatiga, o la mala caligrafía) continúa operando; pero, fuera de eso, el error engendra error por derecho propio —si el primer paso de un planteamiento es equivocado, todo lo que sigue estará equivocado. El pecado puede repetirse, porque la tentación original continúa; pero, aparte de eso, por su misma naturaleza, el pecado engendra pecado, mediante el fortalecimiento del hábito pecaminoso y el debilitamiento de la conciencia. Ahora bien, el dolor, como los demás males, puede por supuesto repetirse, porque la causa del primer dolor (una enfermedad, o un enemigo) se encuentra aún operando; pero el dolor, por derecho propio, no tiene tendencia a proliferar. Una vez que se acaba, se acaba, y la secuela natural es el gozo. Esta distinción puede explicarse a la inversa. Después de un error, usted no solamente necesita eliminar las causas (la fatiga o la mala ortografía), sino también corregir el error mismo; luego de un pecado no solamente debe, si es posible, eliminar la tentación, debe también volver atrás y arrepentirse del pecado mismo. En cada caso se requiere un "deshacer". El dolor no requiere tal deshacer; usted puede necesitar curar la enfermedad que lo causó, pero el dolor es estéril una vez que se acaba, mientras que cada error no corregido y cada pecado sin posterior arrepentimiento son, por derecho propio, fuentes de nuevo error y de nuevo pecado, que fluyen hasta el final de los tiempos.

 

Una vez más, cuando cometo un error, mi error infecta a todos aquellos que creen en mí. Cuando peco públicamente, cada espectador o bien lo disculpa, compartiendo así mi culpa, o lo condena, con un inminente peligro para su caridad y humildad. Pero el sufrimiento no produce naturalmente malos efectos en los espectadores (a menos que sean extraordinariamente depravados), sino un efecto bueno: compasión. Por ello, ese mal que Dios usa principalmente para producir el "bien complejo", está manifiestamente desinfectado, o desprovisto de aquella tendencia a proliferar, que es la peor característica el mal en general.


 


[1] Cf. BROTHER LAWRENCE., Prartice of the Presence of God. IVth conversation, noviembre 25, 1667. Una "única renuncia entusiasta a todo aquello a lo cual somos sensibles, no nos conduce a Dios".