II. LA OMNIPOTENCIA DIVINA

 

No depende de la omnipotencia de Dios lo que es contradictorio.

TOMÁS DE AQUINO. Suma teológica, I, xxv, Art. 4.

 

"Si Dios fuera bueno, desearía que sus creaturas fueran perfectamente felices, y si fuera todopoderoso sería capaz de hacer aquello que desea. Por lo tanto, Dios carece de  bondad o poder, o de ambas facultades". En esto consiste el problema del dolor en su forma más simple. La posibilidad de resolverlo depende de demostrar que los términos "bueno" y "todopoderoso", y quizá también el término "feliz", son equívocos; ya que, desde un principio, se debe admitir que si el significado que comúnmente se asocia a estas palabras es el mejor, o el único posible, el problema es insalvable. En este capítulo haré algunos comentarios acerca de la idea de omnipotencia, y, en el siguiente, algunos acerca de la bondad.

 

Omnipotencia significa "poder hacer todo o todas las cosas"[1]. La Sagrada Escritura nos dice que "con Dios todo es posible". Es muy común que en una discusión un no creyente nos diga que Dios, de existir y ser bueno, haría esto o aquello; si, entonces, señalamos que la acción propuesta es imposible, no es raro que nos encontremos con la siguiente réplica, "pero yo pensé que se suponía que Dios era capaz de hacer cualquier cosa".

 

El uso corriente de la palabra imposible, generalmente implica una cláusula oculta que comienza con a menos que. Por ejemplo, es imposible que yo vea la calle desde donde estoy sentado escribiendo, a menos que vaya al piso superior, donde estaría a suficiente altura como para poder ver por sobre el edificio contiguo. Si me hubiera roto la pierna diría, "pero es imposible que vaya al piso superior", queriendo decir con eso, sin embargo, que es imposible a menos que lleguen algunos amigos y me lleven. Avancemos a un plano diferente de imposibilidad diciendo, "es, en todo caso, imposible ver la calle mientras me quede donde estoy y el edificio contiguo esté donde está". Alguien podría agregar, "a menos que la naturaleza del espacio, o de la visión, fuera diferente de lo que es". No sé qué dirían respecto a esto los mejores filósofos y científicos, pero yo tendría que contestar, "no sé si hubiera sido posible que el espacio y la visión tuvieran la naturaleza que usted sugiere".  Ahora bien, es evidente que las palabras hubiera sido posible se refieren aquí a algún tipo absoluto de posibilidad o imposibilidad, que es diferente de las posibilidades e imposibilidades relativas sobre las que hemos estado reflexionando. No sé si el ver ángulos redondos es, en este sentido nuevo, posible o no, porque no sé si esto es contradictorio en sí mismo, o no o lo es. Pero sé muy bien que si es contradictorio en sí mismo, el verlos es absolutamente imposible. Aquello que es absolutamente imposible puede también llamarse intrínsecamente imposible, porque lleva su imposibilidad en sí mismo en lugar de tomarla de otras posibilidades que, a su vez, dependen de otras. No tiene la cláusula a menos que; es imposible bajo toda condición, en todos los mundos y para todos los agentes. "Todos los agentes" incluye aquí al mismo Dios. Su omnipotencia significa poder para hacer todo lo que es intrínsecamente posible, no lo que es intrínsecamente imposible. A Dios se le pueden atribuir milagros, pero no sandeces; esto no limita su poder. Si usted elige decir "Dios puede dar libre albedrío a una creatura y negárselo a la vez", ha logrado decir nada acerca de Dios. Las combinaciones de palabras sin sentido, no adquieren súbitamente sentido al anteponerles las palabras "Dios puede". Que con Dios todo es posible continúa siendo verdadero; las imposibilidades intrínsecas no son otra cosa que inexistencias. No es más posible para Dios, que para la más débil de sus creaturas, el llevar a efecto dos alternativas que se excluyen mutuamente; no porque su poder encuentre obstáculos, sino porque el disparate sigue siendo disparate aun cuando nos refiramos a Dios.

 

Se debiera recordar, sin embargo, que los que razonan cometen errores frecuentemente, ya sea por argumentar a partir de información falsa, o por descuido en la argumentación. Es así, que podemos llegar a pensar que lo que es realmente imposible es posible y viceversa[2]. Por lo tanto, deberíamos tener mucho cuidado al definir aquellas imposibilidades intrínsecas que incluso la Omnipotencia misma no puede realizar. Lo que digo a continuación, debe considerarse no tanto una aseveración de lo que estas posibilidades son, sino más bien una muestra de lo que podrían ser.

 

Las inexorables "leyes de la naturaleza" que operan a despecho del sufrimiento humano o de la desolación, que no son eliminadas por la oración, parecen proporcionar a primera vista un fuerte argumento contra la bondad y poder de Dios. Voy a proponer que ni siquiera la Omnipotencia podría crear una sociedad de almas libres sin, al mismo tiempo, crear una naturaleza relativamente independiente e "inexorable".

 

No hay razón alguna para suponer que la conciencia de sí mismo —la aceptación de una creatura como un "yo"— pueda existir, a menos que sea en contraste con un "otro", con un algo que no sea el "yo". Es frente a un medio ambiente, preferentemente un medio ambiente social, que la conciencia de mí mismo se destaca. Si fuéramos meros deístas, esto suscitaría una dificultad con respecto a la conciencia de Dios; los cristianos aprendemos de la doctrina de la Santísima Trinidad, que en el seno de Dios existe, desde toda eternidad, algo análogo a la "sociedad"; que Dios es amor no solamente en el sentido de ser la forma platónica de amor, sino porque en Él, las reciprocidades concretas del amor existen con anterioridad a todos los mundos, y de allí derivan hacia las creaturas.

 

La libertad de una creatura debe significar libertad para elegir, y una elección implica la existencia de cosas entre las cuales elegir. Una creatura sin un medio ambiente no tendría posibilidad alguna de efectuar una elección; es por eso que la libertad, al igual que la conciencia de sí mismo (si es que no son, en realidad, la misma cosa), requiere para el "yo" la presencia de algo diferente al yo.

 

La condición mínima de la conciencia de sí mismo y de la libertad sería, entonces, que la creatura aprehendiera a Dios y, por lo tanto, a sí misma como distinta de Dios. Es posible que tales creaturas —aquellas que están conscientes de Dios y de sí mismas, pero no de su prójimo— existan. De ser así, su libertad consiste en efectuar una sola elección: amar a Dios más que al yo, o al yo más que a Dios. Pero, no podemos imaginarnos una vida tan reducida a lo fundamental. Tan pronto intentamos introducir el conocimiento mutuo del prójimo, nos encontramos con la necesidad de la "naturaleza".

 

Las personas a menudo hablan como si nada fuese más fácil para dos mentes al desnudo que "encontrarse", o tomar mutua conciencia. Pero, no veo posibilidad alguna de que lo logren, a no ser en un medio común que forme parte de su "mundo externo" o medio ambiente. Incluso el vago intento de imaginarnos tal encuentro entre espíritus  incorpóreos, generalmente introduce de modo furtivo la idea, al menos, de un espacio y  tiempo comunes, para dar un sentido al prefijo co de coexistencia; y, por lo demás, espacio y tiempo son ya un medio ambiente. Sin embargo, se requiere más que esto. Si sus pensamientos y pasiones estuvieran tan directamente presentes en mí como están los míos propios, sin mostrar señal alguna de ser algo externo, algo diferente de mí, ¿cómo podría distinguirlos de los míos?, y, ¿Qué pensamientos o pasiones podríamos tener, si no hubiese objetos en qué pensar o por los cuales sentir algo? Aún más, ¿podría tan siquiera comenzar a tener alguna idea de lo "externo" y de lo "otro", si no tuviera la experiencia de un "mundo externo"? Como cristiano, puede que me responda que, de hecho, Dios (y Satanás) influyen en mi conciencia de esta manera directa, sin mostrar señal alguna de "exterioridad". Así es, y el resultado es que la mayoría de las personas permanece ignorante acerca de la existencia de ambos. Por lo tanto, podemos suponer que si las almas se influyeran unas a otras en forma directa e inmaterial, el que cualquiera de ellas creyera en la existencia de las demás sería un triunfo excepcional de la fe y de la agudeza. En esas condiciones, me sería más difícil conocer a mi vecino, de lo que actualmente me resulta conocer a Dios, ya que los elementos que me llegan del mundo exterior —como la tradición de la Iglesia, la Sagrada Escritura y la conversación con amigos observantes— me ayudan a reconocer el efecto que Dios produce en mi persona. Lo que se necesita para la sociedad es, precisamente, aquello que tenemos; un algo neutro, que no sea usted ni yo, y que ambos podamos manipular a fin de hacernos señas el uno al otro. Yo le puedo hablar, porque ambos podemos propagar ondas sonoras en el aire que tenemos en común. La materia que separa un alma de otra es, también, lo que las acerca; nos permite tener un "fuera" y un "dentro", de manera que lo que para usted son actos de voluntad y de pensamiento, son para mí ruidos y miradas. La materia permite no sólo ser, sino también manifestarse y, es así, que puedo tener el placer de conocerlo.

 

La sociedad, entonces, implica un espacio común o "mundo", dentro del cual sus miembros se conocen. Si existe una sociedad angélica, como generalmente han creído los cristianos, los ángeles también deben tener ese mundo o espacio, algo que es para ellos lo que la "materia" (en sentido moderno, no escolástico) es para nosotros. Pero, si la materia ha de servir como terreno neutro, debe tener una naturaleza fija que le es propia. Si un "mundo" o sistema material tuviera solamente un habitante, podría amoldarse en cada momento a los deseos de éste —"los árboles para bien suyo se agruparían en una sombra". Pero, si a usted le introdujeran a un mundo que variara según mis caprichos, se vería incapacitado para actuar en él y, por ende, perdería el ejercicio de su libre albedrío. Tampoco queda claro que usted, en tal caso, pudiera manifestarme su presencia, porque toda la materia mediante la cual tratara de comunicarse estaría ya bajo mi control y, por lo tanto, usted no la podría manipular.

 

Más aún, si la materia tiene una naturaleza fija y obedece leyes constantes, no todos sus estados concordarán de igual forma con los deseos de un determinado individuo, como tampoco serán todos igualmente beneficiosos para ese conjunto particular de materia al que llama su cuerpo. Si bien el fuego conforta a ese cuerpo cuando se encuentra a cierta distancia, lo destruirá cuando ésta se reduzca. De ahí la necesidad, incluso en un mundo perfecto, de aquellas señales de peligro que las fibras sensitivas de nuestros nervios están aparentemente destinadas a transmitir. ¿Significa esto un inevitable elemento maligno (en forma de dolor) en cualquier mundo posible? No lo creo así. Porque, si bien es cierto que el pecado más pequeño es un mal incalculable, el mal que produce el dolor depende del grado de éste, y los dolores menores a una cierta intensidad, no producen miedo o rechazo alguno. A nadie le molesta el proceso "tibio - agradablemente caliente - demasiado caliente - quema", que le advierte que retire la mano que tiene expuesta al fuego; y, si mis sentimientos son confiables, un ligero dolor en las piernas al meternos a la cama después de un día de largas caminatas, es en realidad agradable.

 

Si la naturaleza fija de la materia le impide a ésta ser siempre y en todas sus disposiciones igualmente agradable para, incluso, un solo individuo, es menos posible aun, que la materia del universo esté distribuida en todo momento de una manera tal, que sea igualmente conveniente y placentera para cada miembro de la sociedad. Si alguien que viaja en una dirección determinada, va cerro abajo, la persona que va en dirección opuesta necesariamente debe ir cuesta arriba. Si solamente una piedrecilla se encuentra en el lugar que yo deseo, no puede —excepto por una coincidencia— encontrarse allí donde usted quiere que esté. Esto dista mucho de ser un mal; por el contrario, da ocasión a todos aquellos actos de cortesía, respeto y generosidad con que el amor, el buen humor y la modestia se expresan. Pero, sin lugar a dudas, deja el camino abierto a un gran mal: la competencia y la hostilidad. Si las almas son libres, no se les puede impedir que enfrenten las cosas en forma competitiva en lugar de hacerlo con cortesía; y, una vez que han llegado a la franca hostilidad, pueden aprovecharse de la naturaleza fija de la materia para dañarse recíprocamente. La naturaleza permanente de la madera, que hace posible que la utilicemos como viga, también nos hace posible que la usemos para golpear la cabeza del prójimo. Por lo general, la naturaleza permanente de la materia hace que cuando los seres humanos pelean, el triunfo comúnmente sea de quienes son superiores en armas, habilidades y número, aun cuando su causa sea injusta.

 

Podemos, a lo mejor, imaginarnos un mundo en que Dios a cada instante corrigiera los resultados de este abuso de libre albedrío por parte de sus criaturas, de manera que una viga de madera se volviera suave como el pasto al ser usada como arma, y que el aire rehusara obedecerme si yo intentara propagar ondas sonoras portadoras de mentiras o insultos. Pero, en un mundo así, las acciones erróneas serían imposibles y, por lo tanto, la libertad de la voluntad sería nula. Aún más, si el principio se llevara a su conclusión lógica, los malos pensamientos serían imposibles, porque la materia cerebral que usamos al pensar, se negaría a cumplir su función al intentar nosotros dar forma a esos pensamientos. Toda materia cercana a un hombre malvado estaría expuesta a sufrir alteraciones impredecibles. Que Dios puede modificar el comportamiento de la materia —y de hecho en ocasiones lo hace— y producir aquello que llamamos milagro, es parte de la fe cristiana; pero, la concepción misma de un mundo común y, por lo tanto, estable, exige que tales ocasiones sean extremadamente excepcionales. En un juego de ajedrez se pueden hacer ciertas concesiones arbitrarias al adversario, que son respecto a las reglas comunes del juego, lo que los milagros respecto a las leyes de la naturaleza. Uno se puede despojar de una torre, o permitirle al otro que a veces corrija una jugada hecha en forma descuidada; pero, si uno permitiera que el otro en todo momento hiciera lo que le viniera en gana, si todas las jugadas de éste fueran anulables y las piezas de uno desaparecieran cada vez que su posición en el tablero no fuera del gusto del adversario, no podría haber juego alguno. Lo mismo ocurre con las almas: leyes fijas, consecuencias que se revelan por necesidad causal, todo el orden natural, son los límites dentro de los cuales se enmarca su vida en común y, al mismo tiempo, la única condición bajo la cual esa vida es posible. Trate de excluir la posibilidad de sufrimiento que el orden de la naturaleza y la existencia de voluntades libres implican, y encontrará que ha excluido la vida misma. Como dije con anterioridad, esta explicación de las necesidades intrínsecas de un mundo, se ha entregado tan sólo como muestra de lo que pueden ser. Solamente la

 

Omnisciencia tiene la información y la sabiduría para ver lo que realmente son, pero no es probable que sean menos complicadas que lo que he sugerido. De más está decir que "complicado" se refiere aquí exclusivamente al entendimiento humano de estas necesidades. No se puede pensar a Dios argumentando —como hacemos nosotros— a partir de un resultado (la coexistencia de espíritus libres) para llegar a las condiciones que éste involucra, sino más bien como un acto de creación único y de coherencia intrínseca absoluta que, a primera vista, nos parece la creación de muchas cosas independientes y, luego, la creación de cosas mutuamente necesarias. Incluso podemos elevarnos un poco más allá de la concepción de necesidades mutuas, tal como la he delineado; podemos clasificar como materia aquello que separa a las almas y como materia aquello que las reúne bajo el concepto de pluralidad, de lo que "separación" y "unidad" son solamente dos aspectos. Con cada paso que da nuestro pensamiento, se hará más evidente la unidad del acto creador y la imposibilidad de enmendar la creación, como si este o aquel elemento pudiera ser removido. Acaso este no sea "el mejor de todos los posibles" universos, sino el único posible. Mundos posibles puede solamente significar "mundos que Dios pudo haber hecho y no hizo". La idea de aquello que Dios "pudo haber" hecho implica un concepto de la libertad de Dios demasiado antropomorfa. Cualquiera sea el significado de la libertad humana, la libertad divina no puede significar incertidumbre entre alternativas y la elección de una de ellas. La bondad perfecta nunca puede deliberar acerca del fin a obtenerse, y la sabiduría perfecta no puede deliberar acerca de los medios más apropiados para lograrlo. La libertad de Dios consiste en que no hay causa otra que Él mismo que produzca sus actos, ni obstáculo externo que los impida; en que su propia bondad es la raíz de la cual crecen todos sus actos y su propia omnipotencia el aire en el cual florecen. Esto nos lleva al tema siguiente, la bondad divina. Hasta aquí nada se ha dicho al respecto, ni tampoco he intentado respuesta alguna frente a la objeción de que, si el universo ha de admitir la posibilidad del sufrimiento desde un principio, la bondad absoluta lo habría dejado sin crear. Debo advertir al lector, que no pretendo probar que crear haya sido mejor que no hacerlo. No tengo cómo medir algo tan prodigioso. Puede hacerse una comparación entre un estado de ser y otro; pero, intentar comparar el ser con el no ser, termina en simple palabrería. "Sería mejor para mí no existir". ¿En qué sentido "para mí"? ¿Cómo podría, si no existiera, beneficiarme con no "existir"? Nuestro propósito es mucho menor; es solamente descubrir cómo, aun percibiendo un mundo que sufre y estando seguros —basándonos en fundamentos bastante diferentes— que Dios es bondadoso, hemos de concebir que esa bondad y ese sufrimiento no son contradictorios.


 


[1] El significado original en latín, puede haber sido "poder sobre o en todo". Doy aquí el que creo es el sentido actual del término.

[2] Por ejemplo, cada truco de magia exitoso produce algo que al público, con la información que posee y su poder de raciocinio, le parece en sí contradictorio.