Capítulo IX

Del noveno título que nos obliga a la virtud, que es la tercera de nuestras postrimerías, la cual es la gloria del paraíso

 

 
I

    Bastaba cualquier cosa de las susodichas para inclinar nuestros corazones al amor de la virtud. Mas porque es tan grande la rebeldía del corazón humano, que muchas veces ni con todo esto se vence, añadiré aquí otro motivo no menos eficaz que los pasados, que es la grandeza del premio que se promete a la virtud, que es la gloria del paraíso. Donde se nos ofrecen dos cosas señaladas que considerar: la una es la hermosura y excelencia deste lugar, que es el cielo empíreo, y la otra es la hermosura y excelencia del rey que mora en él con todos sus escogidos.

    Y cuanto a lo primero, qué tan grande sea la hermosura y riquezas deste lugar, no hay lengua mortal que lo pueda explicar. Mas todavía, por algunas conjeturas, podremos como de lejos barruntar algo de lo que esto es. Entre las cuales, la primera es el fin desta obra, porque ésta es una de las circunstancias que más suelen declarar la condición y excelencia de las cosas. Pues el fin para que nuestro señor edificó y aparejó este lugar es para manifestación de su gloria. Porque aunque todas las cosas haya criado este señor para su gloria, como dice Salomón, pero ésta señaladamente se dice haber criado para este fin, porque en ella singularmente resplandece la grandeza y magnificencia dél. Por donde, así como aquel grande rey Asuero, que reinó en Asia sobre ciento y veintisiete provincias, celebró un convite solemnísimo en la ciudad de Susa por espacio de ciento y ochenta días, con toda la opulencia y grandeza que se puede imaginar, para descubrir por este medio a todos sus reinos la grandeza de su poder y de sus riquezas, así también este rey soberano determinó hacer en el cielo otro convite solemnísimo, no por espacio de ciento y ochenta días, sino de toda la eternidad, para manifestar en él la inmensidad de sus riquezas, de su sabiduría, de su largueza y de su bondad. Éste es el convite de que habla Isaías cuando dice: «Hará el Señor en este monte un solemne convite a todos los pueblos, de vinos y manjares muy delicados, esto es, de cosas de grandísimo valor y suavidad.» Pues si este tan solemne convite hace Dios a fin de que por él sea manifestada la grandeza de su gloria, y esta gloria es tan grande, ¿qué tal será la fiesta y las riquezas que para este propósito servirán?

    Esto se entenderá aún más claramente, si consideramos la grandeza del poder y de las riquezas deste señor. Es tan grande su poder, que con una sola palabra crió toda esta maquina tan admirable del mundo, y con otra sola la podría destruir. Y no sólo un mundo, mas mil cuentos de mundos podría él criar con una sola palabra, y tornarlos a deshacer con otra. Y demás desto, lo que hace, hácelo tan sin trabajo, que con la facilidad que crió la menor de las hormigas, crió el mayor de los serafines, porque no gime ni suda debajo de la carga mayor, ni se alivia con la menor, porque todo lo que quiere puede, y todo lo que quiere obra con sólo querer. Pues dime ahora: si la omnipotencia deste señor es tan grande, y la gloria de su santo nombre tan grande, y el amor della tan grande, ¿cuál será la casa, la fiesta y el convite que tendrá aparejado para este fin? ¿Qué falta aquí para que no sea perfectísima esta obra? Falta de manos aquí no la hay, porque el hacedor es infinitamente poderoso. Falta de cabeza aquí no la hay, porque es infinitamente sabio. Falta de querer aquí no la hay, porque es infinitamente bueno. Falta de riquezas aquí no la hay, porque él es el piélago de todas ellas. Pues luego, ¿qué tal será la obra donde tales aparejos hay para que sea tan grande? ¿Qué tal será la obra que saldrá desta oficina donde concurren tales oficiales como son la omnipotencia del Padre, la sabiduría del Hijo y la bondad del Espíritu Santo? ¿Donde la bondad quiere, la sabiduría ordena, y la omnipotencia puede todo aquello que quiere la infinita bondad y ordena el infinito saber, aunque todo esto sea uno en todas las divinas personas?

    Hay otra consideración para este propósito semejante a esta. Porque no sólo aparejó Dios esta casa para honra suya, sino también para honra y gloria de todos sus escogidos. Pues qué tan grande sea el cuidado que este señor tiene de honrarlos y de cumplir aquello que él mismo dijo: «Yo honro a los que me honran», claramente se ve por las obras, pues aún viviendo ellos en este mundo, puso debajo de su obediencia el señorío de todas las cosas. ¿Qué cosa es ver al santo Josué mandar al sol que se parase en medio del cielo, y que, como si él tuviera en la mano las riendas de toda la máquina del mundo, así lo hiciese detener, obedeciendo, como dice la Escritura, Dios a la voz de un hombre? ¿Qué cosa es ver al profeta Isaías dar a escoger al rey Ezequías qué quería que hiciese del mismo sol, si quería que le mandase ir adelante, o que volviese atrás, que con la misma facilidad que haría lo uno, haría otro? ¿Qué cosa es ver al profeta Elías suspender las aguas y las nubes del cielo por todo el tiempo que quiso, y mandarlas otra vez volver, con la virtud y palabra de su oración?

    Y no sólo en vida, sino también en muerte los honró tanto, que dio este mismo señorío y poder a sus huesos y cenizas. ¿Quién no alaba a Dios viendo que los huesos de Eliseo muerto resucitaron un muerto que acaso unos ladrones echaron en su sepulcro? ¿Quién no ve el regalo de Dios para con sus santos, cuando lee que el día de la pasión de san Clemente mártir, se abría la mar por espacio de tres millas para que entrasen los hombres a ver los huesos de un hombre que padeció trabajos por su amor? A la cadena de san Pedro quiso Dios que se hiciese fiesta general en toda la Iglesia, para que se vea en cuánto estima él los cuerpos de los santos, pues las cadenas infames de las cárceles, por haber tocado en ellos, quiere que se tengan en tanta veneración. Mas, ¿qué es todo esto en comparación de aquella honra tan grande que hizo Dios, no ya a la cadena deste apóstol ni a sus huesos ni a su cuerpo, sino a la sombra de su cuerpo, pues le dio aquella virtud que escribe san Lucas en los Actos de los apóstoles, que todos los enfermos que tocaban en ella sanaban? ¡Oh admirable Dios! ¡Oh sumamente bueno, y honrador de buenos, pues dio a este hombre lo que para sí no tomó! Porque no se lee de Cristo que con su sombra sanase los enfermos, como se lee de san Pedro. Pues si en tanta manera es amigo Dios de honrar sus santos aún en el tiempo y lugar que no es propio de galardonar, sino de trabajar, ¿qué tal podremos entender que será la gloria que él tiene diputada para honrarlos y para ser honrado en ellos? Quien tanto desea honrarlos, y tanto puede y sabe hacer en que los honre, ¿qué es lo que les debe tener allá aparejado para esto?

     Considera otrosí, demás desto, cuán largo sea este señor en pagar los servicios que se le hacen. Mandó Dios al patriarca Abrahán que le sacrificase un hijo que tanto amaba, y estando él para sacrificarlo, díjole Dios: «No lo sacrifiques, porque ya tengo vista tu lealtad y obediencia. Mas yo te juro por quien yo soy, de darte por ese hijo tantos hijos cuantas estrellas hay en el cielo y arenas en la mar, y entre ellos uno que sea salvador del mundo, el cual sea juntamente hijo tuyo e hijo de Dios.» ¿Parécete que es buena paga ésta? Ésta es paga digna de Dios, porque Dios en todas las cosas ha de ser Dios: Dios en pagar y Dios en castigar y Dios en todo lo demás.

     Púsose David una noche a pensar cómo él tenía casa, y el arca de Dios no la tenía, y trató en su pensamiento de edificarle una casa. Otro día por la mañana envióle Dios un profeta que le dijese: «Porque trataste en tu corazón de edificarme una casa, yo te juro de edificar para ti y para tus descendientes una casa eterna y un reino perpetuo, de quien nunca jamás apartaré mi misericordia.» Así lo dijo, y así lo cumplió, porque hasta que vino Cristo reinaron hombres de la familia de David en la casa de Israel, y luego nació Cristo, hijo de David, que en los siglos de los siglos reinará en ella. Pues si no es otra cosa la gloria del paraíso sino una gratificación y paga universal de los servicios de todos los santos, y tan largo es este señor en esta parte, ¿qué tal podremos por aquí conjeturar que será esta gloria? Aquí hay mucho que pensar y que ahondar.

     Hay también otra conjetura para esto, que es considerar cuán grande sea el precio que Dios pide por esta gloria, siendo él tan liberal y tan magnífico como es. Pues para darnos esta gloria no se contentó con otro menor precio, después del pecado, que la sangre y muerte de su unigénito hijo. De manera que por la muerte de Dios se da al hombre vida de Dios, por las tristezas de Dios se le da alegría de Dios, y porque estuvo Dios en la cruz entre dos ladrones se da al hombre que este entre los coros de los ángeles. Pues dime ahora, si se puede decir: ¿Cuál es aquel bien que para que se te diese fue menester que sudase Dios gotas de sangre, y que fuese preso, azotado, escupido, abofeteado y puesto en cruz? ¿Qué es lo que tendrá Dios aparejado, siendo como es tan magnífico, para dar por este precio? Quien supiese ahondar en este abismo, más entendería por aquí la grandeza de la gloria, que por todos los otros medios que se pueden imaginar.

     Y demás desto, nos pide este señor, como por añadidura, lo último que se puede a un hombre pedir, esto es, que tomemos nuestra cruz a cuestas, y que saquemos el ojo derecho si nos escandalizare, y que no tengamos ley con padre ni madre ni con otra cosa criada, cuando se encontrare con lo que manda Dios. Y sobre todo esto que por nuestra parte hacemos, dice aquel soberano señor que nos da la gloria, de gracia. Y así dice por san Juan: «Yo soy principio y fin de todas las cosas; yo daré al que tuviere sed a beber agua de vida de balde.» Pues dime ahora qué tal bien será aquel por quien tanto nos pide Dios. Y después de todo esto dado, ¿dice que nos lo da de balde? Y digo de balde, mirando lo que nuestras obras por sí valen, no por el valor que por parte de la gracia tienen. Pues dime, si este señor es tan largo en hacer mercedes, si su divina magnificencia concedió en esta vida a todos los hombres tantas diferencias de cosas, si a todos indiferentemente sirven las criaturas del cielo y de la tierra, y de los justos e injustos es común la posesión deste mundo, ¿qué bienes tendrá guardados para solos los justos? Quien tan graciosamente dio tan grandes tesoros sin deberlos, ¿qué dará a quien los tuviere debidos? Quien tan liberal es en hacer mercedes, ¿cuánto más lo será en pagar servicios? Si tan inestimable es la largueza del que da, ¿cuánta será la magnificencia del que restituye? Sin duda no se puede con palabras declarar la gloria que dará a los agradecidos, pues tales cosas dio aún a los ingratos.


 

II

     También declara algo desta gloria el sitio y alteza del lugar diputado para ella, que es el cielo empíreo, el cual así como es el mayor de todos los cielos, así es el más noble y más hermoso y de mayor dignidad. Llámase en la Escritura «tierra de los que viven», por donde entenderás que ésta en que aquí moramos es tierra de los que mueren. Pues si en esta tierra de muertos hay cosas tan excelentes y tan vistosas, ¿qué habrá en aquella tierra de los que para siempre viven? Tiende los ojos por todo este mundo visible y mira cuantas y cuán hermosas cosas hay en él. ¿Cuánta es la grandeza de los cielos, cuánta la claridad y resplandor del sol y de la luna y de las estrellas? ¿Cuánta la hermosura de la tierra, de los árboles, de las aves y de todos los otros animales? ¿Qué es ver la llanura de los campos, la altura de los montes, la verdura de los valles, la frescura de las fuentes, la gracia de los ríos repartidos como venas por todo el cuerpo de la tierra, y sobre todo la anchura de los mares poblados de tantas diversidades y maravillas de cosas? ¿Qué son los estanques y lagunas de aguas claras, sino unos como ojos de la tierra o como espejos del cielo? ¿Qué son los prados verdes, entretejidos de rosas y flores, sino como un cielo estrellado en una noche serena? ¿Qué diré de las venas de oro y plata y de otros tan preciosos metales? ¿Qué de los rubíes y esmeraldas y diamantes, y otras piedras preciosas, que parecen competir con las mismas estrellas en claridad y hermosura? ¿Qué de las pinturas y colores de las aves, de los animales, de las flores y de otras cosas infinitas?

     Juntóse con la gracia de la naturaleza también la del arte, y doblóse la hermosura de las cosas. De aquí nacieron las vajillas de oro resplandecientes, los dibujos perfectos y acabados, los jardines bien ordenados, los edificios de los templos y de los palacios reales vestidos de oro y mármol, con otras cosas innumerables. Pues si en este elemento que es el más bajo de todos, según dijimos, y tierra de los que mueren, hay tantas cosas que deleitan, ¿qué habrá en aquel supremo lugar, que cuanto está más alto que todos los cielos y elementos, tanto es más noble, más rico y más hermoso? Especialmente si consideramos que estas cosas del cielo que se descubren a nuestros ojos -como son las estrellas, el sol y la luna- sobrepujan en claridad, virtud, hermosura y perpetuidad a todas las cosas de acá con tan grandes ventajas. Pues, ¿qué será lo que desotra banda está descubierto a los ojos inmortales? Apenas se puede esto bastantemente conjeturar.

 

III

     Todo esto pertenece a la gloria accidental de los santos. Mas aún hay otra gloria sin comparación mayor, que es la que llaman esencial, la cual consiste en la visión y posesión del mismo Dios, de la cual dice san Agustín: «El premio de la virtud será el mismo que dio la virtud, el cual se verá sin fin y se amará sin hastío y se alabará sin cansancio.» De manera que este galardón es el mayor que puede ser, porque ni es cielo, ni tierra, ni mar, ni otra alguna criatura, sino el mismo criador y señor de todo, el cual aunque sea uno y simplicísimo bien, en él está la suma de todos los bienes.

     Para cuyo entendimiento es de saber que una de las grandes maravillas que hay en aquella divina sustancia es, que con ser una y simplicísima, encierra en sí con infinita eminencia las perfecciones de todas las cosas criadas. Porque como él sea el hacedor y criador dellas, y el que las gobierna y encamina a sus últimos fines y perfecciones, no puede él carecer de lo que da ni estar falto en sí de lo que parte con los otros. De donde nace que todos aquellos bienaventurados espíritus en él solo gozarán y verán todas las cosas, cada uno según la parte que le cupiere de gloria. Porque así como ahora las criaturas son espejo en que en alguna manera se ve la hermosura de Dios, así entonces Dios será espejo en que se vea la de las criaturas, y esto muy más perfectamente que si se viesen en sí mismas. De manera que allí será Dios bien universal de todos los santos, y perfecta felicidad y cumplimiento de todos sus deseos. Allí será espejo a nuestros ojos, música a nuestros oídos, miel a nuestro gusto, y bálsamo suavísimo al sentido del oler. Allí veremos la variedad y hermosura de los tiempos, la frescura del verano, la claridad del estío, la abundancia del otoño, y el descanso y reposo del invierno, y allí finalmente estará todo lo que a todos estos sentidos y potencias de nuestra ánima puede alegrar. Allí, como dice san Bernardo, será Dios plenitud de luz a nuestro entendimiento, muchedumbre de paz a nuestra voluntad, y continuación de eternidad a nuestra memoria. Allí parecerá ignorancia la sabiduría de Salomón, y fealdad la hermosura de Absalón, y flaqueza la fortaleza de Sansón, y mortalidad la vida de los primeros hombres del mundo, y pobreza la riqueza de todos los reyes de la tierra.

     Pues, ¡oh hombre miserable!, si esto es así, como de verdad lo es, ¿en qué te andas por la tierra de Egipto, buscando pajas y bebiendo en todos los charquillos de agua turbia, dejando aquella vena de felicidad y fuente de aguas vivas? ¿Por qué andas mendigando y buscando a pedazos lo que hallarás recogido y aventajado en este todo? Si deleites deseas, levanta tu corazón y considera cuán deleitable será aquel bien que contiene en sí los deleites de todos los bienes. Si te agrada esta vida criada, ¿cuánto más aquella que todo lo crió? Si te agrada la salud hecha, ¿cuánto más aquella que todo lo hizo? Si es dulce el conocimiento de las criaturas, ¿cuánto más el del mismo criador? Si te deleita la hermosura, él es de cuya hermosura el sol y la luna se maravillan. Si el linaje y la nobleza, él es el primer origen y solar de toda nobleza. Si larga vida y sanidad, allí hay sanidad y longura de días. Si hartura y abundancia, allí está la suma de todos los bienes. Si música y melodía, allí cantan los ángeles y suenan dulcemente los órganos de los santos en la ciudad de Dios. Si te deleitan las amistades y la buena compañía, allí está la de todos los escogidos, hechos un ánima y un corazón. Si honras y riquezas, gloria y riquezas hay en la casa del Señor. Finalmente, si deseas carecer de todo género de trabajos y penas, allí es donde está la libertad y exención de todas ellas.

     Al octavo día mandó Dios celebrar el sacramento de la circuncisión en la vieja ley, para dar a entender que el octavo día de la resurrección general, que sucederá a la semana desta vida, circuncidará Dios todos los trabajos y penas de aquellos que por su amor hubieren circuncidado todas sus demasías y culpas. «Pues, ¿qué cosa más bienaventurada que una tal manera de vida, tan libre de todo género de miserias, donde, como dice san Agustín, no habrá jamás temor de pobreza, no flaqueza de enfermedades; donde ninguno se aíra, ninguno tiene envidia de otro, ninguna necesidad de comer ni de beber, ninguna ambición de honras ni de poderes mundanos, ningunas asechanzas del demonio, ningún temor de penas del infierno, muerte, ni de cuerpo ni de ánima, sino vida siempre alegre con gracia de inmortalidad? No habrá allí jamás discordia, porque todas las cosas están en suma paz y concordia.»

     »A todo esto se añade el vivir en compañía de los ángeles, y gozar de la vista de todos aquellos soberanos espíritus, y ver los ejércitos de los santos, más claros que las estrellas del cielo, resplandeciendo con la santidad y obediencia de los patriarcas, con la esperanza de los profetas, con las coronas coloradas de los mártires, y con las guirnaldas blancas y floridas de las vírgenes. Mas del rey soberano que en medio dellos reside, ¿qué lengua podrá hablar? Ciertamente, si nos fuese necesario padecer cada día tormentos, y sufrir por algún tiempo las mismas penas del infierno por ver a este señor en su gloria, y gozar de la compañía de sus escogidos, ¿no seria bien empleado pasar todo esto por gozar de tanto bien?» Hasta aquí son palabras de san Agustín.

     Pues si tan grande y tan universal es este bien, ¿cuál será la felicidad y gloria de aquellos bienaventurados ojos que en él se apacentarán? ¿Qué será ver la hermosura de aquella ciudad, la gloria de aquellos ciudadanos, la cara del Criador, la gracia de aquellos edificios, la riqueza de aquellos palacios y el alegría común de aquella patria? ¿Qué será ver las órdenes de aquellos bienaventurados espíritus, y la autoridad de aquel sacro senado, y la majestad de aquellos nobles ancianos que vio san Juan sentados en sus tronos en presencia de Dios? ¿Qué será oír aquellas voces angélicas, y aquellos cantores y cantoras, y aquella música tan acordada, no de cuatro voces como la de acá, sino de tantas diferencias de voces cuanto es el número de los escogidos? ¿Qué alegría será oírles cantar aquella suavísima canción que les oyó san Juan en el Apocalipsis cuando decían: «Bendición y claridad y sabiduría y hacimiento de gracias, honra y virtud y fortaleza sea a nuestro Dios en los siglos de los siglos. Amén»?

     Y si es tan deleitable cosa oír esta consonancia y armonía de voces, ¿cuánto más lo será ver la concordia de los cuerpos y ánimas tan conformes? ¿Y cuánto más la de los hombres y ángeles? ¿Y cuánto más la de los hombres y Dios? Y sobre todo esto, ¿qué será ver aquellos campos de hermosura, aquellas fuentes de vida, aquellos pastos abundosos sobre los montes de Israel? ¿Qué será sentarse a aquella mesa, y tener silla entre tales convidados, y meter la mano con Dios en un plato, que es gozar de su misma gloria? Allí descansarán y gozarán y cantarán y alabarán y, saliendo, hallarán pastos de inestimable suavidad. Pues si tales y tan grandes bienes promete nuestra santa fe católica en premio de la virtud, ¿cuál es el ciego y desatinado que no se mueve a ella con la esperanza de tan grande galardón?


 

 

     Sabemos también que tres maneras de lugares convienen al hombre en tres diferencias de tiempos que tiene de vida. El primero es el vientre de su madre después de concebido, el segundo es este mundo después de nacido, el tercero es el cielo después de muerto si hubiere bien vivido. Entre estos tres lugares hay esta orden y proporción: que la ventaja que hace el segundo al primero, ésa hace el tercero al segundo, así en la duración como en la grandeza y hermosura y en todo lo demás. Y en la duración está claro, porque la duración de la vida del primero es de nueve meses, la del segundo a veces pasa de cien años, mas la del tercero dura para siempre. Ítem, la grandeza del primero es del tamaño del vientre de una mujer, la del segundo es todo este mundo visible, mas la del tercero, según esta proporción, es tanto mayor que la del segundo cuanto la del segundo es mayor que la del primero. Y la ventaja que en esto le hace, ésa misma le hace en la riqueza, en la hermosura y en todo lo demás. Pues si este mundo es tan grande y tan hermoso como habemos dicho, y estotro le excede con tan grandes ventajas como ahora decimos, ¿qué tanta podremos por aquí entender será la grandeza y hermosura dél?

     También nos declara esto la diferencia de los moradores destos dos lugares, porque la forma y excelencia de los edificios ha de ser conforme a la condición de los moradores dellos. Ésta es, pues, como decíamos, «tierra de los que mueren», aquélla «de los que viven»; ésta de pecadores, aquélla de justos; ésta de hombres, aquélla de ángeles; ésta de penitentes, aquélla de perdonados; ésta de los que pelean, aquélla de los que triunfan; finalmente, ésta de amigos y enemigos, aquélla de solos amigos y escogidos. Pues siendo tan diferentes los moradores destos dos lugares, ¿qué tanto lo serán los mismos lugares, pues todos los lugares crió Dios conforme a los moradores dellos? «Verdaderamente, gloriosas cosas nos han dicho de ti, ciudad de Dios». Grande eres en tu anchura, hermosísima en la hechura, preciosísima en la materia, nobilísima en la compañía, suavísima en los ejercicios, riquísima en todos los bienes, y libre y exenta de todos los males. En todo eres grande, porque es grandísimo el que te hizo, y altísimo el fin para que te hizo, y nobilísimos aquellos bienaventurados moradores para quien te hizo.