Capítulo VI

Del sexto título por donde estamos obligados a la virtud, que es el beneficio inestimable de la divina predestinación

    A todos estos beneficios se añade el de la elección, que es de solos aquellos que Dios ab æterno escogió para la vida perdurable. Por el cual beneficio el apóstol da gracias en nombre suyo y de todos los escogidos, escribiendo a los de Éfeso por estas palabras: «Bendito sea Dios, padre de nuestro señor Jesucristo, el cual nos bendijo con todo género de bendiciones espirituales por Cristo, así como por él nos escogió antes de la creación del mundo para que fuésemos santos y limpios en sus ojos divinos, y nos predestinó por hijos suyos adoptivos por Jesucristo su hijo.» Este mismo beneficio engrandece el profeta real cuando dice: «Bienaventurado, señor, aquel que tú escogiste y tomaste para ti, porque éste tal morará con tus escogidos en tu casa.» Éste, pues, con mucha razón se puede llamar beneficio de beneficios y gracia de gracias. Es gracia de gracias porque se da ante todo merecimiento, por sola la infinita bondad y largueza de Dios, el cual, no haciendo injuria a nadie, antes dando a cada uno suficiente ayuda para su salvación, extiende para con otros la inmensidad de su misericordia, como liberalísimo y absoluto señor de su hacienda.

    Es otrosí beneficio de beneficios, no sólo porque es el mayor de los beneficios, sino porque es el causador de todos los otros. Porque después de escogido el hombre para la gloria por medio deste beneficio, luego le provee el Señor de todos los otros beneficios y medios que se requieren para conseguirla, como él mismo lo testificó por un profeta, diciendo: «Yo te amé con perpetua caridad, y por eso te traje a mí»; conviene saber, llamándote a mi gracia para que por ella alcanzases mi gloria. Pero más claramente significó esto el apóstol cuando dijo: «Los que el Señor predestinó para que fuesen conformes a la imagen de su hijo, el cual es primogénito entre muchos hermanos, a éstos llamó; y a los que llamó, justificó; y a los que justificó, finalmente glorificó.» La razón desto es porque como Dios disponga todas las cosas ordenada y suavemente, después que tiene por bien escoger a uno para su gloria, por esta gracia le hace otras muchas gracias. Porque por esto le provee de todo lo que para conseguir esta primera gracia se requiere. De manera que así como el padre que cría un hijo para clérigo o letrado, desde niño le comienza a ocupar en cosas de Iglesia o en ejercicios de letras, y todos los pasos de su vida endereza a este fin, así también, después que aquel eterno padre escoge un hombre para su gloria, a la cual nos lleva el camino de la justicia, siempre procura guiarlo por este camino para que así alcance el fin determinado.

    Pues por este tan grande y tan antiguo beneficio deben dar gracias al Señor los que en sí reconocieren señales dél. Porque dado caso que esté este secreto encubierto a los ojos de los hombres, todavía, como hay señales de la justificación, las hay también de la divina elección. Y así como entre aquellas la principal es la enmienda de la vida, así entre éstas lo es la perseverancia en la buena vida. Porque el que ha muchos años que vive en temor de Dios, y con solícito cuidado de huir todo pecado mortal, piadosamente puede creer que, como dice el apóstol, le guardará Dios hasta el fin sin pecado para el día de su venida, y acabará en él lo que comenzó.

    Verdad es que no por esto se debe nadie tener por seguro, pues vemos que aquel tan gran sabio Salomón, después de haber tanto tiempo bien vivido, al fin de la vida fue engañado. Pero éstas son excepciones particulares de la costumbre general, que es la que el apóstol dice, y la que el mismo Salomón en sus Proverbios enseñó, diciendo: «Proverbio es que el mancebo no desamparará en la vejez el camino que siguió en la mocedad», de manera que si fue virtuoso siendo mozo, también lo será cuando viejo. Pues con estas y con otras semejantes conjeturas que los santos escriben puede uno húmilmente presumir de la infinita bondad de Dios que le tendrá puesto en el número de sus escogidos. Y así como espera en la misericordia deste señor que se ha de salvar, así puede húmilmente presumir que es del número de los que se han de salvar, pues lo uno presupone lo otro.

    Siendo esto así, ¡cuán obligado estará el hombre a servir a Dios por un tan grande beneficio como es estar escrito en aquel libro de que el Señor dijo a sus apóstoles: «No os alegréis porque los espíritus malos os obedecen, sino alegraos porque vuestros nombres están escritos en los cielos!» Pues, ¡qué tan grande beneficio es ser amado y escogido ab æterno, desde que Dios es Dios, y estar aposentado en su pecho amoroso desde los años de la eternidad, y ser escogido por hijo adoptivo de Dios cuando fue engendrado el hijo natural de Dios entre los resplandores de los santos, que en el entendimiento divino estaban presentes!

    Mira, pues, atentamente todas las circunstancias desta elección, y verás cómo cada una dellas por sí es un grande beneficio, y una nueva obligación. Mira cuán digno es el elector que te escogió, que es el mismo Dios infinitamente rico y bienaventurado, y que ni de ti ni de nadie tenía necesidad. Mira cuán indigno por sí era el electo, que es una criatura miserable y mortal, sujeta a todas las pobrezas, enfermedades y miserias de esta vida, y obligada a las penas eternas de la otra por su culpa. Mira cuán alta es la elección, pues fuiste elegido para un fin tan soberano que no puede ser otro mayor, que es para ser hijo de Dios, heredero de su reino y particionero de su gloria. Mira también cuán graciosa fue esta elección, pues fue, como dijimos, ante todo merecimiento, por sólo el beneplácito de la divina voluntad, y, como el apóstol dice, para gloria y alabanza de la inmensa liberalidad de Dios y de su gracia, porque cuanto es el beneficio más gracioso, tanto deja al hombre más obligado. Mira otrosí la antigüedad desta elección, pues no comenzó con el mundo, antes es más antigua que el mundo, pues corre a la pareja con Dios, el cual así como es ab æterno, así ab æterno amó sus escogidos, y desde entonces los tuvo y tiene delante y los mira con ojos paternales y amorosos, estando siempre determinado de hacerles un tan grande bien.

    Mira otrosí la singularidad desta merced, pues entre tanta infinidad de bárbaras naciones y de condenados, quiso él que te cupiese a ti esta suerte tan dichosa en el número de los escogidos, y así te apartó y entresacó de aquella masa dañada del género humano por el pecado, e hizo pan de ángeles lo que era levadura de corrupción. En esta circunstancia hay poco que se deba escribir, pero mucho que se pueda sentir y considerar, para saber agradecer al Señor la singularidad deste beneficio, tanto mayor cuanto es menor el número de los escogidos, y mayor el de los perdidos, que, como dice Salomón, es infinito. Y si nada desto te moviere, muévate a lo menos la grandeza de las expensas que este soberano elector determinó hacer en esta demanda, que fue gastar en ella la vida y sangre de su unigénito hijo, el cual ab æterno determinó enviar al mundo para que fuese el ejecutor desta divina determinación.

    Pues siendo esto así, ¿qué tiempo bastará para pensar tantas misericordias? ¿Qué lengua para manifestarlas? ¿Qué corazón para sentirlas? ¿Qué servicios para pagarlas? ¿Con qué amor responderá el hombre a este amor eterno de Dios? ¿Quién aguardará a amar en la vejez a aquel que lo amó desde la eternidad? ¿Quién trocará este amigo por otro cualquier amigo? Porque si en la escritura divina es tan preciado el amigo antiguo, ¿cuánto más lo será el eterno? Y si por ningún amigo nuevo se debe trocar el viejo, ¿quién trocará la posesión y gracia deste amador tan antiguo por todos los amigos del mundo? Y si la posesión del tiempo inmemorial da derecho a quien no lo tiene, ¿qué hará la de la eternidad a quien nos tiene poseídos por título desta amistad, para que así nos tengamos por suyos?

    Pues según esto, ¿qué bienes hay en el mundo que se deban trocar por este bien, y qué males que no se deban padecer alegremente por él? ¿Qué hombre habría tan desalmado, que si supiese por revelación de Dios de un pobre mendigo que pasa por la calle que estaba así predestinado, que no

besase la tierra que él hollase, que no fuese en pos dél, y puesto de rodillas no le diese mil bendiciones y le dijese: «¡Oh, dichoso tú! ¡Oh, bienaventurado tú! ¿Es posible que tú seas de aquel felicísimo número de los escogidos? ¿Es posible que tú hayas de ver a Dios en su misma hermosura? ¿Tú has de ser compañero y hermano de todos los escogidos? ¿Tú has de estar entre los coros de los ángeles? ¿Tú has de gozar de aquella música celestial? ¿Tú has de reinar en los siglos de los siglos? ¿Tú has de ver la cara resplandeciente de Cristo y de su santísima madre? ¡Oh, bienaventurado el día en que naciste, y mucho más aquél en que morirás, pues entonces para siempre vivirás! ¡Bienaventurado el pan que comes y la tierra que huellas, pues tiene sobre sí un incomparable tesoro, y mucho más bienaventurados los trabajos que padeces y las menguas que sufres, pues ésas te abren camino para el descanso de la eternidad! Porque, ¿qué nublado habrá tan triste, qué tribulación tan grave, que no se deshaga con las prendas desta esperanza?»

    Con estos ojos, pues, miraríamos un predestinado, si conociésemos que lo es. Porque si cuando pasa un príncipe, heredero de un gran reino, por la calle, salen todos a mirarle, maravillándose de la suerte tan dichosa, según el juicio del mundo, que a aquel mozo le cupo naciendo heredero de un grande reino, ¿cuánto más sería para maravillar esta tan dichosa suerte, que es nacer un hombre, ante todo merecimiento, escogido, no para ser rey temporal de la tierra, sino para reinar eternamente en el cielo?

    Por aquí, pues, podrás ver, hermano, la obligación que tienen los escogidos al Señor por este tan grande beneficio, del cual ninguno se debe tener por excluido si quiere hacer lo que es de su parte. Antes cada uno trabaje, como dice san Pedro, por hacer cierta su elección con buenas obras, porque sabemos cierto que el que las hiciere se salvará, y sabemos también que el favor y gracia divina a nadie faltó jamás, ni faltará. Y con la firmeza destas dos verdades continuemos las buenas obras, y así seremos deste número tan glorioso.