Capítulo V

Del quinto título por do estamos obligados a la virtud, que es el beneficio de nuestra justificación

    Mas, ¿qué nos aprovechara el beneficio de la redención si no se siguiera el de la justificación, mediante la cual se nos aplica la virtud deste soberano beneficio? Porque así como no aprovechan las medicinas cuando no se aplican a las dolencias, así no aprovechará esta celestial medicina, si por medio deste beneficio no se nos aplicara. El cual oficio señaladamente pertenece al Espíritu Santo, a quien se atribuye la santificación del hombre, porque él es el que previene al pecador con su misericordia, y prevenido le llama, y llamado le justifica, y justificado le guía derechamente por las sendas de la justicia, y así le lleva hasta el cabo con el don de la perseverancia, y después le da la corona de la gloria. Porque todos estos beneficios comprende este tan grande beneficio.

 

I

    Entre los cuales, el primero es el de la vocación y justificación, que es cuando por virtud deste espíritu divino, quebradas las cadenas y lazos de nuestros pecados, sale el hombre de la tiranía y sujeción del demonio, y resucita de muerte a vida, y de pecador se hace justo, y de hijo de maldición hijo de Dios. Lo cual en ninguna manera se puede hacer sin especial socorro y favor divino, como claramente lo testificó el Salvador, diciendo: «Nadie puede venir a mí, si mi padre no le trae», dando a entender que ni el libre albedrío del hombre ni todo el caudal de la naturaleza humana basta por sí sólo para levantar un hombre del pecado a la gracia, si no interviniere aquí el brazo de la potencia divina. Sobre las cuales palabras dice santo Tomás que así como la piedra de su propia naturaleza se mueve a lo bajo, y no puede subir por sí a lo alto si no hay alguna cosa de fuera que la levante, así también el hombre, por la corrupción del pecado, cuanto es de su cosecha siempre tira para bajo, que es el amor y deseo de las cosas terrenas. Mas si se ha de levantar a lo alto, que es el amor y deseo sobrenatural de las cosas del cielo, es necesaria la mano y socorro del cielo. La cual sentencia es mucho para notar, y aún para llorar, para que por ella conozca el hombre a sí mismo, y entienda la corrupción de su naturaleza y la necesidad que tiene de pedir continuamente el socorro y favor divino.

    Pues, tornando al propósito, por esta causa no puede por sí el hombre levantarse del pecado a la gracia si la omnipotente mano de Dios no le levanta. Mas, ¿quién podrá explicar cuántos beneficios encierra en sí este beneficio? Porque como sea verdad que por este medio es desterrado el pecado del ánima, y el pecado cause innumerables males en ella, ¿qué tan grande será aquel bien que todos estos males echa fuera? Y porque la consideración deste beneficio incita mucho al agradecimiento dél y al deseo de la virtud, declararé aquí en pocas palabras los grandes bienes que trae consigo este bien.

    Porque, primeramente, por él es el hombre reconciliado con Dios y restituido en su amistad. Porque el primero y el mayor de todos los males que el pecado mortal hace en un ánima es hacer a Dios enemigo della. El cual, como sea infinita bondad, conforme a esto tiene el aborrecimiento a la maldad. Y así dice el profeta: «Aborreciste a todos los que obran maldad y destruirás a los que hablan mentira; y al varón derramador de sangre y engañoso abominarlo ha el Señor». Éste es el mayor de todos los males del mundo y el causador de todos ellos, así como por el contrario el amarnos Dios es el mayor de todos los bienes y la causa dellos. Pues deste mal tan grande somos librados por el beneficio de la justificación, por el cual somos reconciliados con Dios, y de enemigos hechos amigos. Y no en cualquier grado de amistad, sino en uno de los mayores que puede haber, que es amor de padre a hijos. Lo cual con mucha razón encarece el amado evangelista san Juan, diciendo:«Mirad qué tan grande es el amor que Dios nos tiene, pues nos levantó a tanta honra que nos llamemos hijos de Dios, y lo seamos.» No se contentó con decir «que nos llamásemos», sino añadió también «que lo fuésemos», para que clara y distintamente conociese la bajeza y desconfianza humana la largueza de la gracia divina, y que no sólo era esta honra de nombre y de título, sino también de obras y de hecho.

    Pues si tan grande mal es estar en odio de Dios, ¿qué tan grande bien será estar en gracia con Dios, pues, como dicen los filósofos, tanto una cosa es más buena, cuanto más mala es su contraria? Por donde aquélla será sumamente buena, que contradice a la sumamente mala, cual es el ser el hombre aborrecido de Dios. Y si acá en el mundo se tiene en tanto estar en gracia el hombre con su señor, con su padre, con su príncipe, con su prelado y con su rey, ¿qué será estar en gracia con aquel sumo príncipe y soberano padre y altísimo señor, con quien comparadas todas las dignidades y principados de la tierra, así son como si no fuesen? La cual gracia tanto es mayor, cuanto más graciosamente se da, pues es cierto que así como antes del beneficio de la creación no pudo el hombre hacer cosa por donde mereciese el ser, pues entonces no era, así, después de caído en pecado no pudo hacer cosa merecedora deste tan grande bien. No porque no era, sino porque era malo y desagradable a Dios.

    Otro beneficio es, después deste, librar al hombre de la condenación de las penas eternas a que por el pecado estaba obligado. Porque, así como el pecado hace al hombre aborrecible a Dios, según dijimos, y nadie pueda ser aborrecido dél sin grandísimo daño suyo, de aquí es que porque los malos, pecando, se apartan de Dios y le desprecian, merecen por esto ser ellos despreciados y desechados de la vista y de la compañía y de la casa hermosísima de Dios. Y porque, apartándose de Dios, amaron desordenamente las criaturas, es justo sean atormentados por todas ellas y condenados a penas eternas, con las cuales comparadas todas las desta vida más parecen pintadas que verdaderas. Y con estos males se juntará aquel gusano inmortal que siempre roerá y despedazará las entrañas y conciencias de los malos. Pues, ¿qué diré de la compañía de todos aquellos perversos espíritus, y de todos los condenados, y de aquella tristísima y oscurísima región, llena de tinieblas y confusión, donde ningún orden hay, ninguna alegría, ningún reposo, ninguna paz, ningún descanso, ninguna satisfacción, ninguna esperanza, sino eterno llanto, eterno crujir de dientes, eterna rabia y eternas blasfemias y maldiciones? Pues de todos estos males tan grandes libra Dios a los que justifica, los cuales, después de reconciliados con él y admitidos a su gracia, están libres desta ira y del castigo desta venganza.

    Otro beneficio más espiritual es la renovación y reformación del hombre interior, que por el pecado quedó estragado y deformado. Porque el pecado primeramente despoja al ánima, no solamente de Dios, sino también de todas las fuerzas sobrenaturales, y de todas las riquezas y dones del Espíritu Santo con los cuales estaba ella hermoseada, armada y enriquecida. Y siendo privada destos bienes de gracia, es luego herida y lisiada en las habilidades y dotes de naturaleza. Porque como el hombre sea criatura racional y el pecado sea obra contra razón, y sea cosa tan natural destruir un contrario a otro contrario, de aquí es que cuanto más se multiplican los pecados, tanto más se estragan las potencias del ánima, no en sí mismas, sino en las habilidades que tienen para obrar. Y así los pecados hacen al ánima miserable, enferma, tardía e instable para todo lo bueno, e inclinada a todo lo malo, flaca para resistir a las tentaciones y pesada para andar por el camino de los mandamientos divinos. Prívanla también de la verdadera libertad y señorío del espíritu, y hácenla cautiva del demonio, del mundo y de la carne y de sus propios apetitos. Y así vive en un muy más duro y miserable cautiverio que fue el de Babilonia y de Egipto. Y juntamente con esto entorpecen y hacen botos todos los sentidos espirituales de las ánimas, de tal manera que ni oyen las voces e inspiraciones de Dios, ni ven los grandes males que les están aparejados, ni perciben el olor suavísimo de las virtudes y ejemplos de los santos, ni gustan cuán suave es el Señor, ni sienten los azotes ni los beneficios con que son provocados a su amor. Y sobre todo esto, quitan la paz y alegría de la conciencia, apagan el fervor del espíritu y dejan al hombre sucio, feo y abominable en el acatamiento de Dios y de sus santos.

    Pues de todos estos males nos libra este beneficio. Porque no se contenta aquel abismo de misericordia con perdonar los pecados y recibirnos en su gracia, sino destierra también todos estos males que consigo acarreó la culpa, reformando y renovando nuestro hombre interior. Y así cura nuestras llagas, lava nuestras inmundicias, rompe las ataduras de los pecados, sacude el yugo de los malos deseos, líbranos de la servidumbre y cautiverio del demonio, mitiga el furor de nuestras malas inclinaciones, restitúyenos la verdadera libertad y hermosura del ánima, vuélvenos la paz y alegría de la buena conciencia, aviva los sentidos interiores, hácenos ligeros para el bien, tardíos y pesados para el mal, fuertes y constantes para resistir las tentaciones, y con esto nos enriquece de buenas obras. Finalmente, de tal manera repara nuestro hombre interior con todas sus potencias, que llama el apóstol a los que así están justificados, «renovados» y «nuevas criaturas». La cual renovación es tan grande, que cuando se hace por el bautismo se llama «regeneración», y cuando por la penitencia, «resurrección», no sólo porque resucita al ánima de la muerte del pecado a la vida de gracia, sino porque también imita en su manera la hermosura de la resurrección advenidera. Lo cual es en tanto grado verdad, que ninguna lengua basta para declarar la hermosura de un ánima justificada, sino sólo aquel espíritu divino que la hermosea y hace templo y morada suya.

    Por donde si quisiéremos comparar todas las riquezas de la tierra, todas las honras del mundo, todas las gracias naturales y todas las virtudes adquisitas con la hermosura y riqueza desta ánima, todas parecerán oscurísimas y vilísimas en presencia della. Porque la ventaja que hace el cielo a la tierra, y el espíritu al cuerpo, y la eternidad al tiempo, ésa hace la vida de gracia a la vida de la naturaleza, y la hermosura del ánima a la hermosura del cuerpo, y las riquezas interiores a las exteriores, y la fortaleza espiritual a la natural. Ca todas estas cosas son limitadas y temporales, y hermosas a solos los ojos corporales, para las cuales basta el concurso general de Dios, mas para estotras es menester concurso especial y sobrenatural, y no se pueden llamar temporales, pues nos llevan a la eternidad, ni tampoco del todo finitas, pues son merecedoras de Dios, en cuyos ojos son tan preciosas y de tanto valor, que lo enamoran de su hermosura. Y pudiendo Dios obrar todas estas cosas con sola su asistencia y voluntad, no quiso sino adornar el ánima con todas las virtudes infusas y siete dones del Espíritu Santo, con las cuales no sola la esencia del ánima, pero todas sus potencias quedan vestidas y ataviadas con todos estos hábitos celestiales.

    Y sobre todos estos beneficios añade otro aquella infinita bondad y largueza, que es la presencia y asistencia del Espíritu Santo y de toda la Santísima Trinidad, que desciende a morar en el ánima del justificado, para enseñarle a usar de toda esta hacienda, como hace el buen padre, que no contento con dar su hacienda a su hijo, dale también un tutor y gobernador para que le sepa administrar. De manera que, así como en el ánima del que está en pecado moran víboras, dragones y serpientes, que es la muchedumbre de los espíritus malignos que en ella hacen su habitación, como dice el Salvador por san Mateo, así, por el contrario, en el ánima del justificado entra el Espíritu Santo y toda la Santísima Trinidad, y desterrados todos estos monstruos y fieras infernales, hace allí su templo y su habitación, como expresamente lo testificó el Salvador diciendo: «Si alguno me ama, guardará mis mandamientos, y mi padre le amará, y a él vendremos, y en él haremos nuestra morada.» Por virtud de las cuales palabras confiesan todos los doctores santos, juntamente con los escolásticos, que el Espíritu Santo por una especial manera mora en el ánima del justificado, haciendo distinción entre el Espíritu Santo y sus dones, y confesando que no sólo se dan a los tales los dones del Espíritu Santo, sino también el mismo Espíritu Santo, el cual, entrando en la tal ánima, la hace templo y morada suya. Y para esto él mismo la limpia y santifica y adorna con sus dones, para que sea morada digna de tal huésped.

    A todos estos beneficios se añade otro maravilloso, que es hacerse todos los justificados miembros vivos de Cristo. Los cuales, antes eran miembros muertos que no recibían sus influencias. De donde nacen otras grandes y nuevas prerrogativas y excelencias, porque de aquí procede que el mismo Hijo de Dios los ama como a sus miembros, y mira por ellos como por sus miembros, y tiene solícito cuidado dellos como de sus propios miembros, e influye en ellos continuamente su virtud como cabeza en sus miembros, y finalmente el padre eterno los mira con amorosos ojos, porque los mira como miembros vivos de su unigénito hijo, unidos e incorporados con él por la participación de su espíritu. Y así, sus obras le son agradables y meritorias, por ser obras de miembros vivos de su hijo, el cual obra en ellos todo lo bueno.

    De la cual dignidad procede que cuando los tales piden mercedes a Dios, las piden con muy grande confianza, porque entienden que no piden tanto para sí, cuanto para el mismo Hijo de Dios que en ellos y con ellos es honrado. Porque como sea verdad que el bien que se hace a los miembros se hace a la cabeza, teniendo ellos a Cristo por cabeza, entienden que pidiendo para sí piden para ella. Porque si es verdad, como el apóstol dice, que los que pecan contra los miembros de Cristo, pecan contra el mismo Cristo, y el mismo Cristo se tiene por perseguido cuando por él son sus miembros perseguidos, como él lo dijo al mismo apóstol cuando perseguía la Iglesia, ¿qué maravilla es, que siendo esos miembros honrados, sea el mismo Cristo honrado en ellos? Y siendo esto así, ¿qué confianza llevará el justo en la oración, cuando considera que, pidiendo para sí, pide en su manera mercedes al padre eterno para su amantísimo hijo? Pues nos consta que cuando se hacen mercedes a uno por amor de otro, a aquel principalmente se hacen por cuyo amor se hacen, como vemos que el que sirve al pobre por amor de Dios, no sirve tanto al pobre cuanto a Dios.

    A todos estos beneficios se añade el postrero a quien los otros se ordenan, que es el título y derecho que se da a los justificados de la vida eterna. Porque nuestro inmenso Dios, en quien tanto resplandece la justicia juntamente con la misericordia, así como obliga a todos los pecadores impenitentes a los tormentos eternos, así acepta a todos los verdaderos penitentes a la vida perdurable. Y pudiendo él perdonar los pecados y admitir los hombres a su amistad y gracia sin levantarnos a la participación de su gloria, no lo quiso hacer así, sino a los que misericordiosamente perdonó, justificó; y a los que justificó, hizo hijos; y a los que hizo hijos, hizo también herederos y particioneros en su misma heredad y hacienda con su unigénito hijo. Y de aquí nace la esperanza viva que los alegra en todas sus tribulaciones con la prenda deste incomparable tesoro. Porque aunque se vean cercados de todas las angustias, enfermedades y miserias desta vida, saben cierto que no igualan las pasiones deste siglo con la gloria advenidera que en ellos será revelada. Antes las tribulaciones momentáneas y livianas que padecen les son causa de un inestimable peso de gloria, sobre todo lo que se puede encarecer.

    Éstos, pues, son los beneficios que comprende en sí este inestimable beneficio y obra de la justificación. La cual san Agustín, con mucha razón, tiene en más que la creación del mundo, pues con una palabra crió Dios el mundo, mas para santificar al hombre derramó su sangre y padeció tantos y tan grandes tormentos. Pues si tanto debemos a este señor por el beneficio de la creación, ¿cuánto mas le deberemos por el de la justificación, que cuanto más le costó, tanto más con él nos obligó?

    Y aunque nadie pueda saber con evidencia si está justificado, pero puede tener desto grandes conjeturas, entre las cuales no es la menos principal la mudanza de la vida, cuando el que en un tiempo cometía con gran facilidad mil mortales pecados, ahora por todo el mundo no cometerá uno. Vea, pues, el que así se halla cuán obligado está al servicio de su santificador, que de tantos males le libró y tantos bienes le hizo cuantos aquí se han declarado. Mas si por ventura se halla en mal estado, no sé con qué lo pueda más mover a salir dél que con la representación de tan grandes males como aquí ha visto que consigo trae el pecado, y con el tesoro de tan grandes bienes como consigo acarrea este incomparable beneficio.


 

II

De los otros efectos que el Espíritu Santo obra en el ánima del justificado, y del sacramento de la Eucaristía

    Mas no paran aquí los beneficios y obras del Espíritu Santo. Porque no se contenta este divino espíritu con ayudarnos a entrar por la puerta de la justicia, mas ayúdanos también después de entrados a andar por los caminos della, hasta llevarnos salvos y seguros por todas las ondas deste mar tempestuoso al puerto de la salud. Porque entrando mediante el beneficio susodicho en el ánima del justificado, no está allí ocioso, porque no se contenta con honrar la tal ánima con su presencia, sino también la santifica con su virtud, obrando en ella y con ella todo lo que conviene para su salud. Y así está allí como padre de familia en su casa, gobernándola; y como maestro en su escuela, enseñándola; y como hortelano en su huerta, cultivándola; y como rey en su propio reino, rigiéndola; y como el sol en este mundo, alumbrándola; y, finalmente, como el ánima en su cuerpo, dándola vida, sentido y movimiento, aunque no como forma en materia, sino como padre de familia en su casa.

    Pues, ¿qué cosa más rica, ni más para desear que tener dentro de sí tal huésped, tal gobernador, tal guía, tal compañía, tal tutor y ayudador? El cual, como sea todas las cosas, todo lo obra en las ánimas donde mora. Porque él primeramente como fuego alumbra nuestro entendimiento, inflama nuestra voluntad y nos levanta de la tierra al cielo. Él, otrosí, como paloma nos hace sencillos, mansos, tratables y amigos unos de otros. Él también, como nube, nos defiende de los ardores de nuestra carne y templa el fervor de nuestras pasiones. Y él, finalmente, como viento vehementísimo, mueve e inclina nuestra voluntad a todo lo bueno, y apártala y desaficiónala de todo lo malo. De donde vienen los justificados a aborrecer tanto los vicios que antes amaban, y a amar tanto las virtudes que antes aborrecían, como claramente lo representa en su persona el santo rey David, el cual en una parte dice que aborrecía y abominaba toda maldad, y en otra dice que amaba y se deleitaba en la ley de Dios como en todas las riquezas del mundo. Y la causa desto era porque el Espíritu Santo, como buena madre, le había puesto acíbar en los pechos del mundo y miel suavísima en los mandamientos de Dios.

    En lo cual parece claro cómo todos nuestros bienes y todo nuestro aprovechamiento se deben a este espíritu divino, de tal manera que si nos apartamos del mal, por él nos apartamos, y si hacemos bien, por él le hacemos, y si perseveramos en él, por él perseveramos, y si nos dan galardón por este bien, él mismo es el que lo da. Por donde se ve claro lo que dice san Agustín, que cuando Dios paga nuestros servicios, galardona sus beneficios, y así por una gracia nos da otra gracia, y por una merced otra merced. El santo patriarca José no se contentó con dar a sus hermanos el trigo que venían a comprar en Egipto, pero mandó también que a la boca de los costales en que le llevaban les pusiesen el dinero que traían para comprarlo. Y lo mismo hace en su manera con los suyos este señor, porque él les da la vida eterna, y también la gracia y la buena vida con que se compra. Conforme a lo cual dice muy bien Eusebio Emiseno: Qui ideo colitur ut misereatur,iam misertus est ut coleretur, quiere decir: «El que es servido y venerado porque use con nosotros de su misericordia, ya usó de misericordia, cuando nos dio que así le sirviésemos y venerásemos.»

    Ponga, pues, el hombre los ojos en su vida y mire, como dice este mismo doctor, cuántos bienes ha hecho, y de cuántos males, de cuántos engaños, de cuántos adulterios, de cuántos robos, de cuántos sacrilegios el Señor le ha librado, y por aquí verá cuánto le debe por todo esto. Porque, como dice san Agustín, no es menor misericordia haber prevenido él estos males para que no los hiciese, que perdonárselos después de hechos, sino mucho mayor. Y así dice él escribiendo a una virgen: «Todos los pecados ha de hacer cuenta el hombre que le perdonó el que le dio gracia para que no los cometiese, y por tanto no quieras amar poco como si te perdonaran poco, mas antes ama mucho porque te fue dado mucho. Ca si ama mucho aquél a quien fue concedido que no pagase, ¿cuánto más debe amar aquél a quien fue dado que poseyese? Porque quienquiera que desde el principio de su vida perseveró casto, por él es regido; y quien de deshonesto se hizo honesto, por él es corregido; y quien hasta el fin permanece deshonesto, por él es justamente desamparado.» Pues siendo esto así, ¿qué resta sino que con el profeta digamos: «Sea llena, señor, mi boca de alabanza, para que cante tu gloria todo el día»? Sobre las cuales palabras dice el mismo san Agustín: «¿Qué cosa es todo el día? Perpetuamente y sin cesar. En las prosperidades os alabaré, señor, porque me consoláis, y en las adversidades porque me castigáis. Antes que fuese, porque me hicisteis, y después que soy porque me disteis ser. Cuando pequé, porque me perdonasteis; cuando me volví a vos, porque me ayudasteis; y cuando perseveré hasta el fin de la vida, porque me coronasteis. Por esto será mi boca llena de alabanza, y cantaré vuestra gloria todo el día.»

    Aquí se ofrecía materia para tratar del beneficio de los sacramentos, que son los instrumentos de nuestra justificación, y señaladamente del santo bautismo y de la lumbre de fe y gracia que con él se nos dio. Mas porque desta materia tratamos en otros lugares, al presente no diré más, aunque no se puede callar aquella gracia de gracias y sacramento de sacramentos por el cual quiso Dios morar en la tierra con los hombres y dárseles cada día en mantenimiento y en remedio. Una vez fue ofrecido en sacrificio por nosotros en la cruz, mas aquí cada día se ofrece en el altar por nuestros pecados. «Cada vez -dice él- que esto hiciereis, hacedlo en memoria de mí.» ¡Oh memorial de salud! ¡Oh sacrificio singular, hostia agradable, pan de vida, mantenimiento suave, manjar de reyes y maná que en sí contiene toda suavidad! ¿Quién te podrá cumplidamente alabar? ¿Quién dignamente recibir? ¿Quién con debido acatamiento venerar? Desfallece mi ánima pensando en ti, no puede mi lengua hablar de ti ni puedo cuanto deseo engrandecer tus maravillas.

    Y si este beneficio concediera el Señor a solos inocentes y limpios, aún fuera dádiva inestimable. Mas, ¿qué diré, que por el mismo caso que se quiso comunicar a éstos, se obligó a pasar por las manos de muchos malos ministros, cuyas ánimas son moradas de Satanás, cuyos cuerpos son vasos de corrupción, cuya vida se gasta en torpezas y vicios? Y con todo esto, por visitar y consolar a sus amigos consiente ser tratado déstos, y tratado con sus manos sucias, y recibido en sus bocas sacrílegas, y sepultado en sus cuerpos hediondos. Una sola vez fue vendido su cuerpo, mas millares de veces lo es en este sacramento. Una vez fue escarnecido y menospreciado en su pasión, mas mil veces lo es de los malos en la mesa del altar. Una vez se vio puesto entre dos ladrones, y mil veces se ve aquí envuelto en manos de pecadores.

    Pues, ¿con qué podremos servir a un señor que por tantas vías y maneras pretende nuestro bien? ¿Qué le daremos por éste tan admirable mantenimiento? Si los criados sirven a sus amos porque les den de comer, si los hombres de guerra se meten por hierro y por fuego por esta misma causa, ¿qué deberemos al Señor por este pasto celestial? Y si tanto agradecimiento pedía Dios en la Ley por aquel maná que envió de lo alto, que era manjar corruptible, ¿qué pedirá por este manjar que no sólo es incorruptible, sino que también hace incorruptibles a los que dignamente lo reciben? Y si el mismo Hijo de Dios da gracias en el evangelio a su padre por una comida de pan de cebada, ¿qué gracias deben los hombres dar por este pan de vida? Si tanto debemos por el mantenimiento con que se sustenta el ser, ¿cuánto más por aquél con que se conserva el buen ser? Porque no alabamos el caballo por caballo sino por buen caballo, ni al vino por vino sino por excelente vino, ni al hombre por hombre sino por buen hombre. Pues si tanto debes al que te hizo hombre, ¿cuánto le deberás porque te hizo buen hombre? Si tanto por los bienes del cuerpo, ¿cuánto por los bienes del ánima? Si tanto por los bienes de naturaleza, ¿cuánto por los bienes de gracia? Finalmente, si tanto le debes porque te hizo hijo de Adán, ¿cuánto más le deberás porque te hizo hijo de Dios? Pues es cierto, como dice Eusebio Emiseno, que mucho mejor es el día en que nacemos para la eternidad, que aquél en que nacemos para los peligros del mundo.

    Cata aquí, pues, hermano, otro nuevo título, que es otra nueva cadena, la cual, juntamente con las pasadas, prende tu corazón y te obliga más a la virtud y al servicio deste señor.