Capítulo III

Del tercero título por que estamos obligados a dios, que es el beneficio de la conservación y gobernación

    No sólo está obligado el hombre a Dios por el beneficio de la creación, sino también por el de la conservación, porque él es el que te hizo, y el que te conserva después de hecho. De manera que tan colgado estás ahora de la mano de Dios, y tan poca parte eres para vivir sin él, como lo fuiste para ser sin él. No es menor beneficio éste que el pasado, sino que aquél se hizo una vez, mas éste siempre, porque siempre te está criando, pues siempre está conservando lo que crió, y no es menester menor poder ni menor amor para lo uno que para lo otro. Pues si tanto le debes porque en un punto te crió, ¿cuánto le deberás porque en tantos te conserva? No das un paso que no te mueva él para eso, no abres ni cierras los ojos que no ponga él ahí su mano. Porque si tú no crees que Dios mueve tus miembros cuando tú los mueves, no eres cristiano; y si crees que él te hace esa merced, y con todo eso le ofendes, no acertaré a decir lo que eres. Dime ahora: si estuviese un hombre en una torre altísima, y tuviese fuera de las almenas otro hombre colgado de un pequeño cordel, ¿osaría por ventura este que así estuviese desmandarse en palabras contra aquel que lo sostiene? Pues si tú estás colgado como de un hilico de la voluntad sola de Dios, de tal manera que si él te soltase, en un punto te volverías en nada, ¿cómo tienes atrevimiento para provocar a ira los ojos desa tan alta majestad que te sostiene aun en ese mismo tiempo que le ofendes? Porque como dice san Dionisio, es tan excelente la virtud del sumo bien, que aun cuando las criaturas le contradicen, de su inmensa virtud reciben el ser y el poder con que le contradicen. Siendo esto así, ¿cómo osas con todos esos miembros y sentidos ofender al mismo señor que los conserva? ¡Oh rebeldía y ceguedad increíble! ¿Quién nunca vio tal conjuración, que los miembros se levanten contra su cabeza, siendo cosa tan natural ponerse a morir por ella? Día vendrá que se deshaga este agravio, y que sean oídas a justicia las querellas de la honra divina. ¿Conjurasteis contra Dios? Justo es que conjure toda la universidad del mundo contra vosotros y arme Dios todas sus criaturas para vengar sus injurias y pelee toda la redondez de la tierra contra los desconocidos. Porque justo es que los que no quisieron abrir los ojos, convidados con tanta muchedumbre de beneficios, cuando tuvieron tiempo, los vengan a abrir con la muchedumbre de los azotes cuando no tengan remedio.

    Pues, ¿qué será juntar con esto toda esta mesa tan rica y tan abundosa del mundo, que crió este señor para tu servicio? Todo cuanto hay debajo del cielo, o es para el hombre o para cosas de que se ha de servir el hombre. Porque si él no come el mosquito que vuela por el aire, cómelo el pájaro de que él se mantiene; y si él no pace la yerba del campo, pácela el ganado de que él tiene necesidad. Tiende los ojos por todo ese mundo, y verás cuán anchos y espaciosos son los términos de tu hacienda, y cuán rica y abundosa tu heredad. Lo que anda sobre la tierra y lo que nada en las aguas y lo que vuela por el aire y lo que resplandece en el cielo tuyo es, ca todas esas cosas son beneficios de Dios, obras de su providencia, muestras de su hermosura, testimonios de su misericordia, centellas de su caridad y predicadores de su largueza. Mira cuántos predicadores te envía Dios para que le conozcas. «Todas cuantas cosas hay -dice san Agustín- en el cielo y en la tierra me dicen, señor, que te ame, y no cesan de decirlo a todos porque nadie se pueda excusar.»

    Si tuvieses oídos para entender las voces de las criaturas, sin duda verías cómo todas ellas a una te dicen que ames a Dios, porque todas ellas, callando, dicen que fueron criadas para tu servicio, porque tú amases y sirvieses por ti y por ellas al común señor. El cielo dice: «Yo te alumbro de día y de noche con mis estrellas porque no andes a oscuras, y te envío diversas influencias para criar las cosas porque no mueras de hambre.» El aire dice: «Yo te doy aliento de vida y te refresco, y templo el calor de las entrañas para que no te consuma, y tengo en mí muchas diferencias de aves para que deleiten tus ojos con su hermosura y tus oídos con su canto y tu paladar con su sabor.» El agua dice: «Yo te sirvo con las lluvias tempranas y tardías a sus tiempos, y con los ríos y fuentes para que te refresquen, y te crío infinitas diferencias de peces para que comas; riego tus sembrados y arboledas con que te sustentes, y doyte camino breve y compendioso por los mares para que te puedas servir de todo el mundo y juntar las riquezas ajenas con las tuyas.» Pues la tierra, ¿qué dirá, que es la común madre de todas las cosas, y como una general oficina de todas las causas naturales? Ésa, pues, también con mucha razón dirá: «Yo, como madre, te traigo a cuestas, yo te crío los mantenimientos y te sustento con los frutos de mis entrañas, yo tengo tratos y comunicación con todos los elementos y con todos los cielos, y de todos recibo influencias y beneficios para tu servicio, yo finalmente, como buena madre, ni en vida ni en muerte te desamparo, porque en vida te traigo a cuestas y te sustento, y en la muerte te doy lugar de reposo y te recibo en mi regazo.» Finalmente, todo el mundo a muy grandes voces te está diciendo: «Mira cuánto es lo que te amó mi señor y hacedor, que por ti crió a mí, y por él quiere que sirva a ti porque tú sirvas y ames a aquel que crió a mí por ti, y a ti por sí.»

    Éstas son, cristiano, las voces de todas las criaturas. Mira que no puede ser mayor sordedad que estar a tales voces sordo y a tales beneficios ingrato. Si recibes el beneficio, paga la deuda del agradecimiento, porque no pases por la pena del ingrato. Ca toda criatura, según dice un doctor, da estas tres voces al hombre: Accipe, redde, cave; hoc est: Accipe beneficium, redde debitum, cave, nisi reddideris, supplicium. Que quiere decir: Recibe, paga y teme; esto es, recibe el beneficio, paga la deuda del agradecimiento, y teme, si no la pagares, el castigo.

    Y para que más aún te maravilles, mira cómo esta misma teología llegó a alcanzar Epicteto, filósofo, de quien arriba hicimos mención, el cual quiere que en todas las cosas criadas oigamos y veamos al criador, diciendo así: «Cuando el cuervo da voces, y con ellas te da a entender alguna mudanza del aire, no es el cuervo el que te avisa, sino Dios. Y si por las voces y palabras humanas eres avisado de algo, ¿no es también Dios el que crió ese hombre, y le dio esa facultad para poderte avisar, para que supieses que aquel divino poder usa de unos y otros medios para lo que quiere? Porque cuando las cosas de que nos quiere avisar son grandes, éstas envía él a decir por más altos y nobles mensajeros.» Y al cabo añade, diciendo: «Finalmente, cuando acabares de leer éstos mis consejos, di entre ti mismo: Estas cosas no me las ha dicho Epicteto el filósofo, sino Dios, porque, ¿de dónde tenía él facultad para decirlas? Pues no es él, sino Dios el que me las dijo por él.» Hasta aquí son palabras de Epicteto. Pues, ¿cuál cristiano no se afrentará de no llegar a donde un filósofo gentil llegó? Gran vergüenza es, por cierto, que los ojos esclarecidos con lumbre de fe no vean lo que veían los que estaban asentados en las tinieblas de la razón.


 

I

Colige de lo dicho cuán indigna cosa sea no servir a nuestro señor

 

    Pues siendo esto así, ¿qué linaje de desconocimiento es andar nadando entre tantos beneficios de Dios, y no acordarse de quien los da? Dice san Pablo que el que hace buenas obras a su enemigo le echa carbones de fuego sobre la cabeza para encenderlo en su amor. Pues si todas cuantas criaturas hay en este mundo son beneficios de Dios, ¿qué será todo este mundo sino un fuego de tanta leña cuantas criaturas hay en él? Pues, ¿cuál es el corazón que, andando en medio de un tan grande fuego, no solamente no se quema, mas aún no siente calor? ¿Cómo recibiendo a la continua tantos beneficios, no alzarás alguna vez los ojos al cielo a ver quién es ese que te hace tanto bien? Dime: si andando tu camino y sentándote al pie de una torre cansado y muerto de hambre, estuviese uno desde lo alto proveyéndote benignamente de todo lo necesario, ¿cómo te podrías contener que no levantases alguna vez los ojos a ver quién es ese que así te provee? Pues, ¿qué otra cosa hace Dios contigo desde lo alto sino estar lloviendo siempre beneficios sobre ti? Dame una sola cosa de cuantas hay en el mundo que no venga por especial providencia del cielo. Pues, ¿cómo no levantarás alguna vez los ojos para conocer y amar a tan liberal y tan continuo bienhechor? ¿Qué es esto sino haber perdido ya los hombres su misma naturaleza y héchose más insensibles que bestias? Gran vergüenza es decir a quién somos en esto semejantes, mas también es razón que oiga el hombre su merecido. Somos semejantes en esto a los animales brutos que están debajo la encina, los cuales, cuando les está su dueño desde lo alto vareando la bellota, ocupados ellos en comer y gruñir unos con otros sobre la comida, no miran a quien se la da ni saben qué cosa es levantar los ojos para ver por cúya mano se les hace este beneficio. ¡Oh bestial ingratitud de los hijos de Adán, que teniendo demás de la razón la figura de vuestro cuerpo derecha, y los mismos ojos enderezados al cielo, no queréis que los del ánima tiren tras ellos para ver a quien os hace tanto bien!

    Y aun pluguiese a Dios que no nos hiciesen ventaja las bestias en esta parte. Porque es tan general la ley del agradecimiento, y es Dios en tanta manera amigo dél, que aún en las mismas fieras imprimió esta tan noble inclinación, como parece por muchos ejemplos que hallamos escritos en esta materia. Porque, ¿qué cosa más fiera que el león? Pues deste escribe Apión, autor griego, que porque un hombre que estaba escondido en una cueva le sacó una espina que traía hincada en un pie, el león partía con él cada día la carne que cazaba; y después de muchos días, siendo este hombre por sus maleficios echado a este mismo león en la plaza de Roma, el león se puso a mirarlo y le reconoció, y se llegó a él amorosamente haciéndole los mismos halagos que hace un perro a su señor cuando viene de fuera. Y después desto se andaba tras él sin hacer mal a nadie por las calles de Roma. De otro león también leemos que por el mismo beneficio que había recibido de un hombre que desembarcó en África, el león le traía cada día de la carne que cazaba, con que él y sus compañeros se mantenían hasta que se tornaron a embarcar. Y no es de menor admiración lo que se escribe de otro león, que estando peleando con una sierpe, la cual lo tenía muy apretado y puesto en peligro de muerte, un caballero que por aquel lugar andaba monteando socorrió al león matando la sierpe, por el cual beneficio el león lo siguió siempre, y andando a caza le servía de lebrel; y embarcándose una vez el caballero dejando el león en tierra, él se echó a nado en pos de su bienhechor, y sin poder ser socorrido se ahogó.

    Pues, ¿qué diré de la lealtad y agradecimiento de los caballos? Plinio escribe de algunos que después de muertos sus señores sintieron tanto sus muertes, que vinieron a derramar lágrimas por ellos. Y de otros dice que se dejaron morir de hambre por esta causa. Y de otros que tomaron venganza de los matadores de sus señores despeñándolos o despedazándolos a bocados. Pues, ¿qué diré del agradecimiento de los perros, de quien el mismo autor cuenta cosas extrañas? De un perro escribe que, muerto su señor por unos ladrones, después de haber por él peleado fuertemente contra ellos, se juntó con el cuerpo muerto guardándolo y ojeando las aves y las bestias porque no lo comiesen. De otro escribe que, viendo muerto a Jasón Lucio, su señor, nunca más quiso comer, y así se dejó morir de hambre. Y en su tiempo escribe haber acaecido en Roma otra cosa más memorable, porque habiendo sido condenado un hombre a muerte, un perro que tenía, ni en la cárcel se apartó jamás dél, ni después de muerto le desamparó, antes se estaba siempre a par dél dando tristes aullidos; y lo que más es, arrojándole un pedazo de pan, lo tomó en la boca y lo llevó a la de su señor; y echado el cuerpo en el Tibre, el perro se arrojó tras él, y se ponía debajo dél para sustentarlo porque no se fuese a fondo. ¿Qué cosa más admirable ni de mayor agradecimiento que ésta?

    Pues si las bestias que no tienen razón, sino una sola centella de instinto natural con que reconocen el beneficio, así lo agradecen y así lo sirven y acompañan a sus bienhechores, el hombre que tiene tanta mayor lumbre para conocer el bien que recibe, ¿cómo vive tan olvidado de quien tanto bien le hace? ¿Cómo se deja vencer de las bestias en ley de humanidad, de lealtad y de agradecimiento? Especialmente siendo tanto más lo que el hombre recibe de Dios, que cuanto pueden recibir las bestias de los hombres. Y siendo tanto más excelente la persona que lo da y el amor con que lo da y la intención con que lo da: que no es por interés, sino por sola gracia y amor. Cosa es ésta, cierto, de grande admiración, y que manifiestamente declara haber demonios que cieguen a nuestros entendimientos y endurezcan nuestras voluntades y estraguen nuestras memorias para no acordarse de tal bienhechor.

    Y si tan grande mal es olvidarse de este señor, ¿cuánto mayor será ofenderle, y ofenderle con sus mismos beneficios? El primer grado de ingratitud dice Séneca que es no responder al bienhechor con beneficios; el segundo olvidarlos de corazón; el tercero es hacer mal a quien te hizo bien, y éste parece el mayor. Pues, ¿qué será hacer mal y ofender al bienhechor con los mismos bienes que él te dio? No sé si ha habido hombre en el mundo que haya hecho con otro hombre lo que los hombres hacen con Dios. ¿Qué hombre habría, por inhumano que fuese, que acabando de recibir de un príncipe grandes mercedes, fuese luego a emplear todas aquellas mercedes en hacer gente contra él? Y tú, malaventurado, con esos mismos bienes que Dios te dio, nunca cesas de hacer guerra contra él. Pues, ¿qué cosa más abominable? ¿Cuál sería la traición de una mujer casada, si las joyas que su marido le enviase para honrarla y provocarla más a su amor las diese ella a un adúltero para ganarle la voluntad y tener más segura su afición? Si alguna cosa fea se pudiese en el mundo pintar, ésta parece que lo sería. Y aquí la injuria no es más que de hombre a hombre, que es de un igual a otro igual. Pues, ¿cuánto mayor mal es cuando esta misma in uria se hace contra Dios?

    Pues, ¿qué otra cosa hacen los hombres cuando las fuerzas y la salud y los bienes que Dios les dio emplean en malas obras? Con las fuerzas se hacen más soberbios, con la hermosura más vanos, con la salud más olvidados de Dios, con la hacienda más poderosos para tragarse los flacos y competir

con los mayores, y para regalar su carne y comprar la castidad de la inocente doncella, y hacer que ella venda como otro judas el precio de la sangre de Cristo, y ellos la compren por dinero como hicieron los judíos. Pues, ¿qué diré del abuso de todos los otros beneficios? De la mar se sirven para sus gulas, de la hermosura de las criaturas para sus lujurias, de los frutos y bienes de la tierra para sus avaricias, de las habilidades y gracias naturales para sus soberbias. Con las prosperidades se enloquecen, con las adversidades desmayan. De la noche se sirven para encubrir sus hurtos, y del día para tender sus redes, como se escribe en Job. Finalmente, todo lo que Dios crió en este mundo para gloria suya han ellos ofrecido a los antojos de su locura.

    Pues, ¿qué diré de sus aguas de olores, de sus perfumes, de sus vestidos, de sus labrados, de sus potajes y diferencias de guisados, de que están por nuestros pecados, no solamente escritos, sino también impresos libros? Tanto ha crecido la desvergüenza y el regalo. De todas estas cosas tan preciosas, por quien habían de dar a Dios alabanzas, usan para cebo de sus lujurias, pervirtiendo todas las criaturas de Dios y haciendo instrumentos de vanidad lo que había de ser instrumentos de virtud. Finalmente, todas las cosas del mundo tienen dedicadas para regalo de su carne, y ninguna para el prójimo, por Dios tan encomendado. Para sólo éste son pobres, para sólo éste se les acuerda que tienen deudas. Para todo lo demás, ni deben ni les falta.

    No aguardes, pues, hermano, a que a la hora de la muerte se te haga este cargo tan peligroso, que cuanto es mayor, tanto será más estrecha la cuenta que se te pidiere. Linaje de juicio es dar mucho a quien lo agradece poco, y señal de reprobación es darlo a quien siempre usa mal dello. Tengamos por último linaje de afrenta que las bestias nos hagan ventaja en esta virtud, pues ellas son agradecidas a sus bienhechores, y nosotros no. Porque si los varones de Nínive se levantarán en juicio y condenarán a los judíos porque no hicieron penitencia con la predicación de Cristo, miremos no nos condene este mismo señor con ejemplo de las bestias, pues ellas amaron a sus bienhechores y nosotros no.