Capítulo XXII

Tercero aviso. De la solicitud y vigilancia con que debe vivir el varón virtuoso

     El tercero aviso sea éste: Que porque en esta regla se han puesto muchas maneras de virtudes y documentos para reglar la vida, y nuestro entendimiento no puede comprender muchas cosas juntas, para esto conviene procurar una virtud general que las comprenda todas y supla, según es posible, las veces de todas, que es una perpetua solicitud y vigilancia, y una continua atención, a todo lo que hubiéremos de hacer y decir, para que toda vaya nivelado con el juicio de la razón.

     De suerte que, así como cuando un embajador hace una habla delante de un gran senado, en un mismo tiempo está atento a las cosas que ha de decir y a las palabras con que las ha de decir, y a la voz y a los meneos del cuerpo, y a otras cosas semejantes, así el siervo de Dios trabaje cuanto le sea posible por traer consigo una perpetua atención y vigilancia para mirar por sí y por todo lo que hace, para que hablando, callando, preguntando, respondiendo, negociando en la mesa, en la plaza y en la iglesia, en casa y fuera de casa, esté como con un compas en la mano, midiendo y compasando sus obras, sus palabras y pensamientos con todo lo demás, para que todo vaya conforme a la ley de Dios y al juicio de la razón y al decoro y decencia de su persona. Porque como sea tanta la distancia que hay entre el bien y el mal, y Dios haya impreso en nuestras ánimas una luz y conocimiento de lo uno y de lo otro, apenas hay hombre tan simple, que si mira atentamente lo que hace, no se le trasluzca poco más o menos lo que en cada cosa se debe hacer, y así esta atención y solicitud sirve por todos los documentos desta regla y de muchas otras.

     Esta es aquella solicitud que nos encomendó el Espíritu Santo, cuando dijo: «Guarda, hombre, a ti mismo y a tu ánima solícitamente.» Ésta es la tercera parte de las tres que señaló el profeta Miqueas, según que arriba alegamos, que es andar solícito con Dios, la cual es un continuo cuidado y atención de no hacer cosa que sea contra su voluntad. Esto nos significa la muchedumbre de ojos que tenían aquellos misteriosos animales de Ezequiel, con los cuales nos dan a entender la grandeza de la atención y vigilancia con que debemos militar en esta milicia, donde hay tantos enemigos y tantas cosas a que acudir y proveer. Esto nos representa aquella postura de los setenta caballeros esforzados que guardaban el lecho de Salomón, los cuales tenían las espadas sobre el muslo a punto de desenvainar, para dar a entender esta manera de atención y vigilancia con que conviene que esté el que anda siempre entre tantos escuadrones de enemigos.

     La causa desta tan grande solicitud es, demás de la muchedumbre de los peligros, la alteza y delicadeza deste negocio, mayormente en aquellos que anhelan y procuran arribar a la perfección de la vida espiritual. Porque conversar y vivir como Dios merece, y guardarse limpio y sin mancilla deste siglo, y vivir en esta carne sin tizne de carne, y conservarse sin reprensión y sin querella para el día del Señor, como dice el apóstol, son cosas tan altas y tan sobrenaturales, que todo esto es menester y mucho más, y aún Dios y ayuda.

     Mira, pues, la atención que tiene un hombre cuando está haciendo alguna obra muy delicada, porque realmente ésta es la más delicada obra que se puede hacer y la que pide mayor atención. Mira también de la manera que anda el que lleva en las manos un vaso muy lleno de un precioso licor para que no se le vierta nada, y mira también el tiento que lleva el que pasa un río por unas piedras mal asentadas para no mojarse en el agua. Y, sobre todo, mira el que lleva el que anda paseándose por una maroma para no declinar un punto a la diestra ni a la siniestra, por no caer. Y desta manera trabaja siempre por andar, mayormente a los principios, hasta hacer hábito, con tanto cuidado y atención, que ni hables una palabra ni tengas un pensamiento ni hagas un meneo que desdiga un punto, en cuanto fuere posible, de la línea de la virtud. Para esto da Séneca un muy familiar y maravilloso consejo, diciendo que debía el hombre deseoso de la virtud imaginar que tiene delante de sí alguna persona de grande veneración, y a quien tuviese mucho acatamiento, y hacer y decir todas las cosas como las haría y diría si realmente estuviera en su presencia.

     Otro medio hay para esto mismo no menos conveniente que el pasado, que es pensar el hombre que no tiene más que sólo aquel día de vida, y hacer todas las cosas como si creyese que aquel mismo día en la noche hubiese de parecer ante el tribunal de Cristo y dar cuenta de sí.

     Pero muy más excelente medio es andar siempre, en cuanto sea posible, en la presencia del Señor y traerlo ante los ojos, pues en hecho de verdad él está en todo lugar presente, y hacer todas las cosas como quien tiene tal majestad, tal testigo, tal juez delante, pidiéndole siempre gracia para conversar de tal manera que no sea indigno de tal presencia. De suerte que esta atención que aquí aconsejamos ha de tirar a dos blancos, el uno a mirar interiormente a Dios y estar delante dél adorándole, alabándole, reverenciándole, amándole, dándole gracias y ofreciéndole siempre sacrificio de devoción en el altar de su corazón; y el otro, a mirar todo lo que hacemos y decimos, para que de tal manera hagamos nuestras obras que en ninguna cosa nos desviemos de la senda de la virtud. De suerte que con el uno de los dos ojos habemos de mirar a Dios pidiéndole gracia, y con el otro a la decencia de nuestra vida usando bien della. Y así habemos de emplear la luz que Dios nos dio, lo uno en la consideración de las cosas divinas, y lo otro en la rectificación de las obras humanas, estando por una parte atentos a Dios y por otra a todo lo que debemos hacer. Y aunque esto no se pueda hacer siempre, a lo menos procuremos que sea con la mayor continuación que pudiéremos, pues esta manera de atención no se impide con los ejercicios corporales, antes en ellos está el corazón libre para hurtarse muchas veces de los negocios y esconderse en las llagas de Cristo. Este documento repito aquí por ser tan importante, aunque ya estaba apuntado en nuestro Memorial de la vida cristiana.