Capítulo XX

De cuatro documentos muy importantes que se siguen desta doctrina susodicha

     Desta doctrina susodicha se infieren cuatro documentos muy importantes para la vida espiritual. El primero es que el perfecto varón y siervo de Dios no se ha de contentar con buscar solas las virtudes espirituales, aunque éstas sean las más nobles, sino debe también juntar con ellas las otras, así para la conservación de aquéllas como para conseguir enteramente el cumplimiento de toda justicia. Para lo cual debe considerar que, así como el hombre no es ánima sola ni cuerpo solo, sino cuerpo y ánima juntamente, porque el ánima sola sin el cuerpo no hace el hombre perfecto, y el cuerpo sin el ánima no es más que un saco de tierra, así también entienda que la verdadera y perfecta cristiandad no es lo interior solo, ni lo exterior solo, sino uno y otro juntamente. Porque lo interior solo, ni se puede conservar sin algo, o mucho, de lo exterior, según la obligación y estado de cada uno, ni basta para cumplimiento de toda justicia. Mas lo exterior sin lo interior no es más parte para hacer a un hombre virtuoso, que el cuerpo sin ánima para hacerle hombre. Porque así como todo el ser y vida que tiene el cuerpo, recibe del ánima, así todo el valor y precio que tiene lo exterior se recibe de lo interior, y señaladamente de la caridad.

     Por donde, el que quiere vivir desengañado, así como no apartaría el cuerpo del ánima si quisiese formar un hombre, así tampoco debe apartar lo corporal de lo espiritual si quiere hacer un perfecto cristiano. Abrace el cuerpo con el ánima juntamente, abrace el arca con su tesoro, abrace la viña con su cerca, abrace la virtud con los reparos y defensivos della -que también son parte de la misma virtud-, porque de otra manera crea que se quedará sin lo uno y sin lo otro, porque lo uno no podrá alcanzar, y lo otro no le aprovechará aunque lo alcance. Acuérdese que así como la naturaleza y el arte -imitadora de naturaleza- ninguna cosa hacen sin su corteza y vestidura, y sin sus reparos y defensivos, para conservación y ornamento de las cosas, así tampoco es razón que lo haga la gracia, pues es más perfecta forma que éstas, y hace sus obras más perfectamente. Acuérdese que está escrito que el que teme a Dios ninguna cosa menosprecia, y el que no hace caso de las cosas menores presto caerá en las mayores. Acuérdese de lo que arriba dijimos, que por un clavo se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, etc. Acuérdese de los peligros que allí señalamos de no hacer caso de cosas pequeñas, porque ése era el camino para no lo hacer de las grandes. Mire que en la orden de las plagas de Egipto, tras de los mosquitos vinieron las moscas, para que por aquí entienda que el quebrantamiento de las cosas menores abre la puerta para las mayores, de suerte que el que no hace caso de los mosquitos que pican, presto vendrá a parar en las moscas que ensucian.

 

I

Documento segundo

     Por aquí también se conocerá en cuáles virtudes habemos de poner mayor diligencia, y en cuáles menor. Porque así como los hombres hacen más por una pieza de oro que por otra de plata, y más por un ojo que por un dedo de la mano, así conviene que repartamos la diligencia y estudio de las virtudes conforme a la dignidad y méritos dellas. Porque de otra manera, si somos diligentes en lo menos y negligentes en lo más, todo el negocio espiritual irá desordenado. Por donde prudentísimamente hacen los prelados que, así como en sus capítulos y ayuntamientos repiten muchas veces estas voces: silencio, ayuno, encerramiento, ceremonias, composición y coro, así mucho más repiten éstas: caridad, humildad, oración, devoción, consideración, temor de Dios, amor del prójimo y otras semejantes. Y tanto más conviene hacer esto, cuanto es más secreta la falta de lo interior que la de lo exterior, y por eso aún más peligrosa. Porque, como los hombres suelen acudir más a los defectos que ven que a los que no ven, corre peligro no vengan por esta causa a no hacer caso de los defectos interiores porque no se ven, haciéndolo mucho de los exteriores porque se ven.

     Y demás desto, las virtudes exteriores, así como son más visibles y manifiestas a los ojos de los hombres, así son más honrosas y más conocidas dellos, como es la abstinencia, las vigilias, las disciplinas y el rigor y aspereza corporal. Mas las virtudes interiores, como es la esperanza, la caridad, la humildad, la discreción, el temor de Dios, el menosprecio del mundo, etc., son más ocultas a los ojos de los hombres, por donde, aunque sean de grandísima honra delante de Dios, no lo son en el juicio del mundo, porque, como dijo el mismo señor, «los hombres ven lo que por defuera parece, mas el Señor mira el corazón». Conforme a lo cual dice el apóstol: «No es agradable a Dios el que solamente en lo público es fiel y el que públicamente trae circuncidada su carne, sino el que en lo interior de su ánima es fiel y trae circuncidado su corazón, no con cuchillo de carne, sino con el temor de Dios, cuya alabanza no es de hombres que no tienen ojos para ver esta espiritual circuncisión, sino de solo Dios.» Pues como estas cosas exteriores sean tan aparentes y honrosas, y el apetito de la honra y de la propia excelencia sea uno de los más sutiles y más poderosos apetitos del hombre, corre gran peligro no nos lleve este afecto a mirar y celar más aquellas virtudes de que se sigue mayor honra, que de las que se sigue menor. Porque, al amor de las unas nos llama el espíritu, mas al de las otras espíritu y carne juntamente, la cual es vehementísima y sutilísima en todos sus apetitos. Y siendo esto así, hay razón para temer no prevalezcan estos dos afectos contra uno, y así le corran el campo. Contra lo cual se opone la luz desta doctrina, que aboga por la causa mejor y pide que, sin embargo de todo esto, se le dé su merecido lugar, amonestando que se cele y encomiende con mayor diligencia lo que nos consta ser de mayor importancia.

 

II

Documento tercero

     Por aquí también se entenderá que cuando alguna vez acaeciere encontrarse de tal manera las unas virtudes contra las otras, que no se pueda cumplir juntamente con ambas, que en tal caso, conforme a la regla y orden que hay en los mismos mandamientos de Dios cuando aciertan a encontrarse, dé lugar lo menor a lo mayor, porque lo contrario sería gran desorden y perversión. Esto dice san Bernardo en el libro De la dispensación por estas palabras: «Muchas cosas instituyeron los padres para guarda y acrecentamiento de la caridad. Pues todo el tiempo que estas cosas sirvieren a la caridad, no se deben alterar ni variar. Mas si por ventura alguna vez acertasen a serle contrarias, ¿no está claro que sería muy justo que las cosas que se ordenaron para la caridad, cuando no se compadecen con ella, o se dejasen o interrumpiesen, o se mudasen en otras por autoridad de aquéllos a quien esto incumbe? Porque de otra manera, perversa cosa sería si lo que se ordenó para la caridad se guardase contra la ley de la caridad. Es, pues, la conclusión que todas estas cosas deben permanecer estables y fijas en cuanto sirven y militan para esta virtud, y no de otra manera.» Hasta aquí son palabras de san Bernardo, el cual alega para confirmación de lo dicho dos decretos, uno del papa Gelasio y otro de León.

 

III

Cuarto documento

     De aquí también se puede colegir que hay dos maneras de justicia, una verdadera y otra falsa. Verdadera es la que abraza las cosas interiores con todas aquellas exteriores que para conservación suya se requieren; falsa es la que retiene algunas de las exteriores sin las interiores, esto es, sin amor de Dios, sin temor, sin humildad, sin devoción y sin otras semejantes virtudes, cual era la de los fariseos a quien dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, que pagáis muy escrupulosamente el diezmo de todas vuestras legumbres y hortalizas, y no hacéis caso de las cosas más importantes que manda la Ley, que son juicio y misericordia y verdad!» Y en otro lugar les dice que eran muy solícitos en los lavatorios de los platos y de las manos, y en otras cosas semejantes, teniendo los corazones llenos de rapiña y de maldad. Por donde en otro lugar les dice que eran como los sepulcros blanqueados, que de fuera parecían a los hombres hermosos, y dentro estaban llenos de huesos de muertos.

     Ésta es la manera de justicia que tantas veces reprende el Señor en las escrituras de los profetas, porque por uno dellos dice así: «Este pueblo con los labios roe honra, y su corazón está lejos de mí. Sin causa y sin propósito me honran, guardando las doctrinas y leyes de los hombres y desamparando la ley que yo les di.» Y en otro lugar: «¿Para qué quiero yo -dice él- la muchedumbre de vuestros sacrificios? Lleno estoy ya de los holocaustos de vuestros carneros y de las enjundias de vuestros ganados. No me ofrezcáis de aquí adelante sacrificios en balde. Vuestro incienso me es abominación, vuestros ayuntamientos son perversos, vuestras calendas -que son las fiestas que hacéis al principio de cada mes- y las otras festividades del año aborreció mi ánima; molestas me son y enojosas, y paso trabajo en sufrirlas.»

     Pues, ¿qué es esto? ¿Condena Dios lo que él mismo ordenó y tan encarecidamente mandó, mayormente siendo estos actos de aquella nobilísima virtud que llaman religión, que tiene por oficio venerar a Dios con actos de adoración y religión? No, por cierto, mas condena a los hombres que se contentaban con sólo esto, sin tener cuenta con la verdadera justicia y con el temor de Dios, como luego lo significa diciendo: «Lavaos, sed limpios, quitad la maldad de vuestros pensamientos delante de mis ojos, cesad de hacer mal y aprended a hacer bien, y entonces yo perdonaré vuestros pecados y desterraré la fealdad de vuestras ánimas.»

     Y en otro lugar, aún más encarecidamente, repite lo mismo por estas palabras: «El que me sacrifica un buey es para mí como si matase un hombre, el que me sacrifica otra res como el que me despedazase un perro, el que me ofrece alguna ofrenda como si me ofreciese sangre de puercos, el que me ofrece incienso como el que bendijese a un ídolo.» Pues, ¿qué es esto, señor? ¿Por qué tenéis por tan abominables las mismas obras que vos mandasteis? Luego da la causa desto, diciendo: «Estas cosas escogieron en sus caminos para agradarme con ellas, y con todo esto se deleitaron en sus maldades y abominaciones.» ¿Ves, pues, cuán poco valen todas las cosas exteriores sin fundamento de lo interior? A este mismo propósito, por otro profeta dice así: «Quita de mis oídos el ruido de tus cantares, que no quiero oír la melodía de tus instrumentos músicos.» Y aún en otro lugar más encarecidamente dice que derramará sobre ellos el estiércol de sus solemnidades. Pues, ¿qué más que esto es menester para que entiendan los hombres lo que montan todas estas cosas exteriores, por altísimas y nobilísimas que sean, cuando les falta el fundamento de justicia, que consiste en el amor y temor de Dios y aborrecimiento del pecado?

     Y si preguntares qué es la causa por que tanto afea Dios esta manera de servicios, comparando los sacrificios con homicidios y el incienso con la idolatría, y llamando ruido al cantar de los salmos, y estiércol a las fiestas de sus solemnidades, la respuesta es porque, demás de ser estas cosas de ningún merecimiento cuando carecen del fundamento que ya dijimos, toman muchos dellas ocasión para soberbia y presunción, y menosprecio de los otros que no hacen lo que ellos hacen; y, lo que peor es, por aquí vienen a tener una falsa seguridad causada de aquella falsa justicia, que es uno de los grandes peligros que puede haber en este camino. Porque, contentos con esto, no trabajan ni procuran lo demás. ¿Quieres ver esto muy claro? Mira la oración de aquel fariseo del evangelio, que decía así: «Dios, gracias te doy porque no soy yo como los otros hombres, robadores, adúlteros, injustos, como lo es este publicano; ayuno dos días cada semana y pago fielmente el diezmo de todo lo que poseo.» Mira, pues, cuán claramente se descubren aquí aquellas tres peligrosísimas rocas que dijimos. La presunción, cuando dice «no soy yo como los otros hombres.» El menosprecio de los otros, cuando dice «como este publicano». La falsa seguridad, cuando dice que da gracias a Dios por aquella manera de vida que vivía, pareciéndole que estaba seguro en ella y no tenía por qué temer.

     De donde nace que los que desta manera son justos vienen a dar en un linaje de hipocresía muy peligrosa. Para lo cual es de saber que hay dos maneras de hipocresía, una muy baja y grosera, que es la de aquellos que claramente ven que son malos, y muéstranse en lo de fuera buenos para engañar al pueblo. Otra hay más sutil y más delicada, con que el hombre no sólo engaña a los otros, sino también engaña a sí mismo, cual era la deste fariseo, que realmente con aquella sombra de justicia no sólo había engañado a los otros, sino también a sí mismo, porque siendo de verdad malo, él se tenía por bueno. Ésta es aquella manera de hipocresía de que dijo el Sabio: «Hay un camino que parece al hombre derecho, y con éste va a parar en la muerte.» Y en otro lugar, entre cuatro géneros de males que hay en el mundo, cuenta éste, diciendo: «La generación que maldice a su padre y no bendice a su madre, la generación que se tiene por limpia y con todo esto no es limpia de sus pecados, la generación que trae los ojos altivos y levanta sus párpados en alto, la generación que tiene por dientes cuchillos y se traga los pobres de la tierra.» Estos cuatro géneros de personas cuenta aquí el Sabio entre las más infames y peligrosas del mundo, y entre ellas cuenta ésta de que aquí hablamos, que son los hipócritas para sí mismos, que se tienen por limpios siendo sucios, como lo era este fariseo.

     Éste es un estado de tan gran peligro, que verdaderamente sería menos mal ser un hombre malo y tenerse por tal, que ser desta manera justo y tenerse por seguro. Porque cuanto quiera que sea un hombre malo, principio es en fin de salud el conocimiento de la enfermedad; mas el que no conoce su mal, el que estando enfermo se tiene por sano, ¿cómo sufrirá la medicina? Por esta razón dijo el Señor a los fariseos que los publicanos y las malas mujeres les precederían en el reino de los cielos. Donde en el griego leemos «preceden», de presente, por donde aún está más claro lo que dijimos. Esto mismo nos representan muy a la clara aquellas tan oscuras y temerosas palabras que dijo el Señor en el Apocalipsis: «¡Ojalá fueses, o bien frío, o bien caliente!; más, porque eres tibio, comenzarte he a echar de mi boca.» Pues, ¿cómo es posible que caiga en deseo de Dios ser un hombre frío? ¿Y cómo es posible que sea de peor condición el tibio que el frío, pues éste está más cerca de caliente? Oye ahora la respuesta: Caliente es aquel que, con fuego de la caridad que tiene, posee todas las virtudes, así interiores como exteriores, de que ya dijimos. Frío es aquel que, así como carece de caridad, así carece de lo uno y de lo otro, así de lo interior como lo exterior. Tibio es aquel que tiene algo de lo exterior y ninguna cosa de lo interior, a lo menos de caridad. Pues danos aquí a entender el Señor que éste tal es de peor condición que el que está del todo frío, no por ventura porque tenga más pecados que él, sino porque es más incurable su mal, porque tanto está más lejos del remedio, cuanto se tiene por más seguro. Porque de aquella justicia superficial que tiene toma ocasión para creer de sí que es algo, comoquiera que a la verdad sea nada. Y que éste sea el sentido literal destas palabras, evidentemente se ve por lo que luego encontinente se sigue. Porque explicando el Señor más claramente a quién llama tibio, añade: «Dices que eres rico y que no te falta nada para la verdadera justicia, y no entiendes que eres mezquino y miserable, pobre y ciego y desnudo.» ¿No te parece que ves en estas palabras dibujada la imagen de aquel fariseo que decía: «Dios, gracias te doy, que no soy yo como los otros hombres», etc.? Verdaderamente, éste es el que se tenía en su corazón por rico de riquezas espirituales, pues por esto daba gracias a Dios, mas sin duda era pobre, ciego y desnudo, pues dentro estaba vacío de justicia, lleno de soberbia y ciego para conocer su propia culpa.

     Tenemos, pues, aquí ya declarado cómo hay dos maneras de justicia, una falsa y otra verdadera, y cuán grande sea la excelencia de la verdadera, y cuánto el peligro de la falsa. Y no piense nadie que se ha perdido tiempo en gastar en esto tantas palabras, porque pues el santo evangelio, que es la más alta de todas las escrituras divinas, y la que singularmente es espejo y regla de nuestra vida, tantas veces reprende esta manera de justicia, y lo mismo hacen tantas veces los profetas, como arriba declaramos, no era razón que pasásemos en esta doctrina livianamente por lo que tantas veces repiten y encarecen las escrituras divinas. Mayormente que los peligros claros y manifiestos quienquiera los conoce, porque son como las rocas que están en la mar descubiertas, y por esto tienen menos necesidad de doctrina. Mas los ocultos y disimulados, como los bajos que están cubiertos con el agua, ésos es razón que estén más claramente señalados y marcados en la carta de marcar, para no peligrar en ellos.

     Y no se engañe nadie diciendo que entonces era esta doctrina necesaria porque reinaba mucho este vicio, y ahora no, porque antes creo que siempre el mundo fue casi de una manera. Porque unos mismos hombres, y una misma naturaleza, y unas mismas inclinaciones, y un mismo pecado original en que todos somos concebidos, que es la fuente de todos los pecados, forzado es que produzca unos mismos delitos, porque donde hay tanta semejanza en las causas de los males, también la ha de haber en los mismos males. Y así, los mismos vicios que había entonces en tales y tales géneros de personas, esos mismos hay ahora, aunque alterados algún tanto los nombres dellos, así como las comedias de Plauto y de Terencio son las mismas que fueron mil años ha, puesto caso que cada día, cuando se representan, se mudan las personas que las representan.

     De donde, así como entonces aquel pueblo rudo y carnal pensaba que tenía a Dios por el pie cuando ofrecía aquellos sacrificios y ayunaba aquellos ayunos y guardaba aquellas fiestas literalmente, y no espiritualmente, así hallaréis ahora muchos cristianos que oyen cada domingo su misa, y rezan por sus horas y por sus cuentas, y ayunan cada semana los sábados a nuestra señora, y huelgan de oír sermones, y otras cosas semejantes, y con hacer esto, que a la verdad es bien hecho, tienen tan vivos los apetitos de la honra y de la codicia y de la ira, como todos los otros hombres que nada desto hacen. Olvídanse de las obligaciones de sus estados, tienen poca cuenta con la salvación de sus domésticos y familiares, andan en sus odios y pasiones y pundonores, y no se humillarán ni darán a torcer su brazo por todo el mundo. Y aun algunos dellos hay que tienen quitadas las hablas a sus prójimos, a veces por livianas causas, y muchos también pagan muy mal las deudas que deben a sus criados y a otros. Y si por ventura les tocáis en un punto de honra o de interés o de cosa semejante, veréis luego desarmado todo el negocio y puesto por tierra. Y algunos déstos, siendo muy largos en rezar muchas coronas de avemarías, son muy estrechos en dar limosnas y hacer bien a los necesitados. Y otros hallaréis que por todo el mundo no comerán carne el miércoles y otros días de devoción, y con esto murmuran sin ningún temor de Dios y degüellan crudelísimamente los prójimos. De manera que siendo muy escrupulosos en no comer carne de animales que Dios les concedió, ningún escrúpulo tienen de comer carne y vidas de hombres que Dios tan caramente les prohibió. Porque, verdaderamente, una de las cosas que más había de celar el cristiano es la fama y honra de su prójimo, de que éstos tienen muy poco cuidado, teniéndolo tanto de cosas sin comparación menores.

     Esto y otras cosas semejantes no me puede negar nadie sino que cada día pasan entre los hombres del mundo y entre los de fuera del mundo. Y pues éste es tan grande y tan universal engaño, necesaria cosa era dar este desengaño, mayormente pues no todos los que tienen por oficio darlo lo dan. Y por esto convenía que con doctrina clara se supiese esta falta, para aviso de los que desean acertar este camino.

     Y para que el cristiano lector se aproveche mejor de lo dicho y no venga a enfermar con la medicina, conviene que tome primero el pulso a su espíritu y condición para ver a lo que es más inclinado. Porque hay unas doctrinas generales que sirven para todo género de personas, como las que se dan de la caridad, humildad, paciencia, obediencia, etc. Otras hay particulares que son para remedios particulares de personas, que no arman tanto a otras. Porque a un muy escrupuloso es menester alargarle algo la conciencia, mas al que es largo de conciencia es menester estrechársela; al pusilánime y desconfiado conviene predicar de la misericordia; al presuntuoso, de la justicia; y así a todos los demás, según nos aconseja el Eclesiástico, diciendo que tratemos con el injusto de la justicia, con el temeroso de la guerra, con el envidioso del agradecimiento, con el inhumano de la humanidad, con el perezoso del trabajo, y así con todos los demás.

     Pues, según esto, como haya dos diferencias de personas, unas que se acuestan más a lo interior sin hacer tanto caso de lo exterior, y otras que se inclinan más a lo exterior sin tener tanta cuenta con lo interior, a los unos conviene encarecer lo uno y a los otros lo otro, para que así vengan a reducirse los humores a debida proporción. Nos, en esta doctrina, de tal manera templamos el estilo, que cada cosa pusiésemos en su lugar, levantando las cosas mayores sin perjuicio de las menores, y encargando las menores sin agravio de las mayores. Y desta manera estaremos libres de aquellas dos peligrosísimas rocas que aquí habemos querido derribar, la una de los que precian tanto lo interior que desprecian lo exterior, y la otra de los que abrazando mucho lo exterior se descuidan en lo interior, mayormente en el temor de Dios y aborrecimiento del pecado.

     La suma, pues, deste negocio sea fundarnos en un profundísimo temor de Dios, que nos haga temer de sólo el nombre del pecado. Y quien éste tuviere muy arraigado en su ánima téngase por dichoso, y sobre este fundamento edifique lo que quisiere. Mas el que se hallare fácil para cometer un pecado téngase por miserable, ciego y malaventurado, aunque tenga todas las apariencias de santidad que hay en el mundo.