Capítulo XVI

De lo que el hombre debe hacer para con el prójimo

     La segunda parte de justicia es hacer el hombre lo que debe para con sus prójimos, que es usar con ellos de aquella caridad y misericordia que Dios nos manda. Qué tan principal sea esta parte, y cuánto nos sea encomendada en las escrituras divinas que son los maestros y adalides de nuestra vida, no lo podrá creer sino quien las hubiere leído. Lee los profetas, lee los evangelios, lee las epístolas sagradas, y verás tan encarecido este negocio, que te pondrá admiración. En Isaías pone Dios una muy principal parte de justicia en la caridad y buen tratamiento de los prójimos. Y así, cuando los judíos se quejaban diciendo: «¿Por qué, señor, ayunamos, y no miraste nuestros ayunos, afligimos nuestras ánimas, y no hiciste caso dello?», respóndeles Dios: «Porque en el día del ayuno vivís a vuestra voluntad y no a la mía, y apretáis y fatigáis a todos vuestros deudores. Ayunáis, mas no de pleitos y contiendas, ni de hacer mal a vuestro prójimo. No es, pues, ése el ayuno que me agrada, sino éste: Rompe las escrituras y contratos usurarios, quita de encima de los pobres las cargas con que los tienes opresos, deja en su libertad a los afligidos y necesitados, y sácalos del yugo que tienes puesto sobre ellos; de un pan que tuvieres, parte el medio con el pobre, y acoge a los necesitados y peregrinos en tu casa. Y cuando esto hicieres, y abrieres tus entrañas al necesitado, y le socorrieres y dieres hartura, entonces te haré tales y tales bienes», los cuales prosigue muy copiosamente hasta el fin deste capítulo. Ves aquí, pues, hermano, en qué puso Dios una gran parte de la verdadera justicia, y cuán piadosamente quiso que nos hubiésemos con nuestros prójimos en esta parte.

     Pues, ¿qué diré del apóstol san Pablo? ¿En cuál de sus epístolas no es ésta la mayor de sus encomiendas? ¡Qué alabanzas predica de la caridad, cuánto la engrandece, cuán por menudo cuenta todas sus excelencias, cómo la antepone a todas las otras virtudes, diciendo que ella es el más excelente camino que hay para ir a Dios! Y no contento con esto, en un lugar dice que la caridad es vínculo de perfección, en otro dice que es fin de todos los mandamientos, en otro que el que ama a su prójimo tiene cumplida la Ley. Pues, ¿qué mayores alabanzas se podían esperar de una virtud que éstas? ¿Cuál es el hombre, deseoso de saber con qué género de obras agradará a Dios, que no quede admirado y enamorado de esta virtud, y determinado de ordenar y enderezar todas sus obras a ella?

     Pues aún queda sobre esto la canónica de aquel tan grande amado y amador de Cristo san Juan Evangelista, en la cual ninguna cosa más repite ni más encarece ni más encomienda que esta virtud. Y lo que hizo en esta epístola, eso mismo dice su historia que hacía toda la vida. Y preguntado por qué tantas veces repetía esta sentencia, respondió que porque si ésta debidamente se cumpliese, bastaba para nuestra salud.

 

I

De los oficios de la caridad

     Según esto, el que de veras desea acertar a contentar a Dios, entienda que una de las cosas más principales que para esto sirven es el cumplimiento deste mandamiento de amor, con tanto que este amor no sea desnudo y seco, sino acompañado de todos los efectos y obras que del verdadero amor se suelen seguir, porque de otra manera no merecería el nombre de amor, como lo significó el mismo evangelista, cuando dijo: «Si alguno tuviere de los bienes deste mundo, y viendo a su prójimo en necesidad no le socorre, ¿cómo está la caridad de Dios en él? Hijuelos, no amemos con solas palabras, sino con obras y con verdad.» Según esto, debajo deste nombre de amor, entre otras muchas obras, se encierran señaladamente estas seis, conviene saber: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar. Las cuales obras tienen tal conexión con la caridad, que el que más tuviere dellas tendrá más caridad, y el que menos, menos.

     Porque algunos dicen que aman, y no pasa más adelante este amor. Otros aman, y ayudan con avisos y buenos consejos, mas no echarán mano a la bolsa ni abrirán el arca para socorrernos. Otros aman y avisan y socorren con lo que tienen, mas no sufren con paciencia las injurias ni las flaquezas ajenas, ni cumplen con aquel consejo del apóstol que dice: «Llevad cada uno la carga del otro, y así cumpliréis la ley de Cristo.» Otros hay que sufren las injurias con paciencia, y no las perdonan con misericordia, y aunque dentro del corazón no tienen odio, no quieren mostrar buena cara en lo de fuera. Éstos, aunque aciertan en lo primero, todavía desfallecen en lo segundo y no llegan a la perfección desta virtud. Otros hay que tienen todo esto, mas no edifican a sus prójimos con palabras y ejemplos, que es uno de los más altos oficios de la caridad. Pues según esta orden podrá cada uno examinar cuánto tiene y cuánto le falta de la perfección desta virtud. Porque el que ama, podemos decir que está en el primer grado de caridad; el que ama y aconseja, en el segundo; el que ayuda, en el tercero; el que sufre, en el cuarto; el que perdona y sufre, en el quinto; y el que sobre todo esto edifica con sus palabras y buena vida, que es oficio de varones perfectos y apostólicos, en el postrero.

     Éstos son los actos positivos o afirmativos que encierra en sí la caridad, en que se declara lo que debemos hacer con el prójimo. Hay otros negativos, donde se declara lo que no debemos hacer, que son no juzgar a nadie, no decir mal de nadie, no tocar en la hacienda ni en la honra ni en la mujer de nadie, no escandalizar con palabras injuriosas ni descorteses ni desentonadas a nadie, y mucho menos con malos ejemplos y consejos. Quienquiera que esto hiciere cumplirá enteramente con todo lo que nos pide la perfección deste divino mandamiento. Y si de todo esto quieres tener particular memoria, y comprenderlo en una palabra, trabaja por tener, como ya dijimos, para con el prójimo corazón de madre, y así podrás cumplir enteramente con todo lo susodicho. Mira de la manera que una buena y cuerda madre ama a su hijo, cómo le avisa en sus peligros, cómo le acude en sus necesidades, cómo lleva todas sus faltas, unas veces sufriéndolas con paciencia, otras castigándolas con justicia, otras disimulándolas y tapándolas con prudencia, porque de todas estas virtudes se sirve la caridad, como reina y madre de las virtudes. Mira cómo se goza de sus bienes, cómo le pesa de sus males, cómo los tiene y los siente por suyos propios, cuán grande celo tiene de su honra y de su provecho, con qué devoción ruega siempre a Dios por él, y finalmente cuánto más cuidado tiene dél que de sí misma, y cómo es cruel para sí por ser piadosa para con él. Y si tú pudieres arribar a tener esta manera de corazón para con el prójimo, habrás llegado a la perfección de la caridad. Y ya que no puedas llegar aquí, a lo menos esto debes tener por blanco de tu deseo y a esto debes siempre enderezar tu vida, porque mientras más alto pretendieres subir, menos bajo quedarás.

     Y si me preguntas: ¿Cómo podré yo llegar a tener esa manera de corazón para con un extraño? A esto respondo que no has de mirar tú al prójimo como a extraño, sino como a imagen de Dios, como a obra de sus manos, como a hijo suyo y como a miembro vivo de Cristo, pues tantas veces nos predica san Pablo que todos somos miembros de Cristo, y que, por esto, pecar contra el prójimo es pecar contra Cristo, y hacer bien al prójimo es hacer bien a Cristo. De suerte que no has de mirar al prójimo como a hombre, ni como a tal hombre, sino como al mismo Cristo, o como a miembro vivo deste señor. Y dado que no lo sea cuanto a la materia del cuerpo, ¿qué hace eso al caso, pues lo es cuanto a la participación de su espíritu y cuanto a la grandeza del galardón, pues él dice que así pagará este beneficio como si él lo recibiera?

     Considera también todas aquellas encomiendas y encarecimientos que arriba pusimos de la excelencia desta virtud, y de lo mucho que por el mismo señor nos es encomendada. Porque si hay en ti deseo vivo de agradar a Dios, no podrás dejar de procurar con suma diligencia una cosa que tanto le agrada. Mira también el amor que tienen entre sí parientes con parientes, sólo por comunicar en un poco de carne y de sangre, y avergüénzate que no pueda más en ti la gracia que la naturaleza, y la unión del espíritu que la de la carne. Si dices que ahí se halla unión y participación en una misma raíz y en una misma sangre, que es común a entrambos, mira cuánto más nobles son las uniones que el apóstol pone entre los fieles, pues todos tienen un padre, una madre, un señor, un bautismo, una fe, una esperanza, un mantenimiento y un mismo espíritu que les da vida. Todos tienen un padre, que es Dios; una madre, que es la Iglesia; un señor, que es Cristo; una fe, que es una lumbre sobrenatural en que todos comunicamos, y nos diferenciamos de todas otras gentes; una esperanza, que es una misma heredad de gloria, en la cual seremos todos una ánima y un corazón; un bautismo, donde todos fuimos adoptados por hijos de un mismo padre, y hechos hermanos unos con otros; un mismo mantenimiento, que es el santísimo sacramento del cuerpo de Cristo, con que todos somos unidos y hechos una misma cosa con él, así como de muchos granos de trigo se hace un pan, y de muchos granos de uvas un solo vino. Y, sobre todo esto, participamos un mismo espíritu, que es el Espíritu Santo, el cual mora en todas las ánimas de los fieles, o por fe, o por fe y gracia juntamente, y los anima y sustenta en esta vida. Pues si los miembros de un cuerpo, aunque tengan diversos oficios y figuras entre sí, se aman tanto por ser todos animados con una misma ánima racional, ¿cuánta mayor razón será que se amen los fieles entre sí, pues todos son animados con este espíritu divino, que cuanto es más noble, tanto es más poderoso para causar mayor unidad en las cosas donde está? Pues si sola la unidad de carne y de sangre basta para causar tan grande amor entre parientes, ¿cuánto más todas estas unidades y comunicaciones tan grandes?

     Sobre todo esto, pon los ojos es aquel único y singular ejemplo de amor que Cristo nos tuvo, el cual nos amó tan fuertemente, tan dulcemente, tan graciosamente, tan perseverantemente, y tan sin interés suyo ni merecimiento nuestro, para que, esforzado tú con este tan notable ejemplo y obligado con tan grande beneficio, te dispongas según tu posibilidad a amar al prójimo desta manera, para que así cumplas fielmente aquel mandamiento que este Señor te dejó tan encomendado a la salida deste mundo cuando dijo: «Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros así como yo os amé.» Quien, demás de lo dicho, quisiere saber qué tan grande sea la virtud de la limosna y misericordia para con el prójimo, y cuántas las excelencias della, lea un tratado que desta materia hallará escrito al fin de nuestro Libro de la oración y meditación.