Capítulo XIII

De otros más breves remedios contra todo género de pecados, mayormente contra aquellos siete que llaman capitales

     Las consideraciones que hasta aquí habemos escrito servirán para tener el hombre su ánimo bien dispuesto y armado contra todo género de pecados. Mas para el tiempo de pelear, que es cuando alguno destos vicios tienta nuestro corazón, puedes usar destas breves sentencias que nos dejó escritas un religioso varón, el cual contra cada uno destos vicios se armaba desta manera:

     Contra la soberbia decía: «Cuando considero a cuán grande extremo de humildad se abajó aquel altísimo Hijo de Dios por mí, nunca tanto me pudo abatir alguna criatura, que no me tuviese por digno de mayor abatimiento.»

     Contra la avaricia decía: «Como entendí que con ninguna cosa podía mi ánima tener hartura sino con sólo Dios, parecióme que era gran locura buscar otra cosa fuera dél.»

     Contra la lujuria decía: «Después que entendí la grandísima dignidad que se da a mi cuerpo cuando recibe el sacratísimo cuerpo de Cristo, parecióme que era grande sacrilegio profanar el templo que él para sí consagró con la torpeza de los pecados carnales.»

     Contra la ira decía: «Ninguna injuria de hombres bastará para turbarme, si me acordare de las injurias que yo tengo hechas contra Dios.»

     Contra el odio y envidia decía: «Después que entendí cómo Dios había recibido un tan gran pecador como yo, no pude querer a nadie mal ni negarle perdón.»

     Contra la gula decía: «Quien considerare aquella amarguísima hiel y vinagre que en medio de sus tormentos se dio por último refrigerio al Hijo de Dios, que por ajenos pecados padecía, habrá vergüenza de buscar manjares regalados y exquisitos, teniendo tanta obligación a padecer algo por sus pecados propios.»

     Contra la pereza decía: «Como entendí que después de tan brevísimo trabajo se alcanzaba gloria perdurable, parecióme que era pequeña cualquiera fatiga que por esta causa se padeciese.»

 
I

     Otra manera de remedios así breves pone san Agustín contra todos los vicios, aunque algunos atribuyen esto a san León, papa, donde por una parte representa de la manera que el vicio tienta y lo que propone, y por otra las consideraciones y palabras con que le habemos de salir al encuentro. Las cuales, por parecerme muy provechosas, quise también añadir aquí.

     Comienza, pues, primeramente a hablar la soberbia, y dice así: «Ciertamente, tú haces ventaja a otros muchos en saber, en hablar, en riquezas y en otras muchas habilidades. Por tanto, a todos es razón que tengas en poco, pues a todos eres superior.» La humildad responde: «Acuérdate que eres polvo y ceniza, podre y gusanos. Y puesto que seas grande, si cuanto mayor eres más no te humillares, dejarás de ser lo que eres. Porque, ¿por ventura eres tú mayor que el ángel que cayó? ¿Por ventura resplandeces tú más en la tierra que Lucifer en el cielo? Pues si aquél, por su soberbia, de tan alta cumbre cayó en tanta miseria, ¿cómo quieres tú de tanta miseria subir a tan alta gloria, permaneciendo en la misma soberbia?»

     La gloria vana dice: «Haz todos los bienes que pudieres y publícalos a todos, para que todos te tengan por bueno y de todos seas reverenciado, y ninguno te desprecie ni tenga en poco.» El temor de Dios responde: «Gran locura es dar por honra temporal aquello con que se gana gloria perdurable. Por tanto, trabaja por encubrir, a lo menos con la voluntad, las buenas obras que haces, porque si en tu voluntad las escondes, no será vanidad mostrarlas, porque no se podrá llamar público lo que en tu voluntad está secreto.»

     La hipocresía dice: «Pues ningún bien en la verdad tienes, finge a lo menos defuera lo que no tienes, porque no seas de todos aborrecido si por tal fueres de todos conocido.» La verdadera religión responde: «Mucho más trabaja por ser que por parecer lo que no eres, ca propio oficio es del verdadero cristiano procurar más de ser bueno que de parecerlo. Porque en engañar a los hombres con esa disimulación, ¿qué otra cosa ganas sino tu propia condenación?»

     El menosprecio y desobediencia dice: «¿Quién eres tú para que sirvas a otros que son tus inferiores? A ti convenía mandar, y a ellos obedecer, pues no igualan contigo, ni en ingenio ni en discreción ni en virtud. Basta que guardes los mandamientos de Dios, y no cures de lo que te mandan los hombres.» La sujeción y obediencia responde: «Si es necesario sujetarte a los mandamientos de Dios, por la misma razón te debes sujetar a la ordenación de los hombres, porque el mismo Dios dice: 'Quien a vosotros oye a mí oye, y quien a vosotros desprecia a mí desprecia.' Y si dices que esto es razón cuando el que manda es bueno, y no cuando no lo es, oye lo que el apóstol en contrario dice: 'Todo el poder de los hombres de Dios se deriva, y las cosas que de Dios son, ordenadas son.' Así que no pertenece a ti saber cuáles son los que mandan, sino qué es lo que te mandan, para haberlo de cumplir.»

     La envidia dice: «¿En qué cosa eres tú menor que aquél o aquélla? Pues, ¿por qué no serás tenido en tanto o en más que aquéllos? ¿Cuántas cosas puedes tú hacer que ellos no pueden? Pues contra justicia es igualarse ellos contigo o hacerse tus superiores.» La concordia responde: «Si en virtud sobrepujas a otros, más seguro estarás en el lugar bajo que en el alto, porque la caída de lo alto siempre es de mayor peligro. Y dado que muchos te sean iguales o superiores en la fortuna, ¿qué perjuicio recibes tú por eso? Deberías mirar que, teniendo envidia al que está en lugar más alto, te haces semejante a aquél de quien se escribe: 'Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y a él imitan todos los que son de su parte.'»

     El odio dice: «Nunca Dios quiera que tú ames a quien en todas las cosas se encuentra contigo, quien siempre de ti murmura, quien de todas tus cosas escarnece, quien te da en rostro con el pecado que hiciste, y finalmente quien en todas sus palabras y obras siempre se te pone delante. Porque cierto es que, si él no te tuviese odio, no te pondría debajo los pies.» El amor verdadero responde: «¿Por ventura, dado que esas cosas sean aborrecibles en el hombre, por eso se ha de aborrecer la imagen de Dios en el hombre? ¿Por ventura Cristo, estando en la cruz, no amó a sus enemigos? Y partiendo desta vida, ¿no nos amonestó que hiciésemos lo mismo? Pues echa fuera de tu pecho toda amargura de odio, y bebe la dulzura del amor, porque demás de los respetos y razones eternas que a esto te obligan, ninguna cosa hay en esta vida más dulce ni más suave que el amor, y ninguna más amarga y desabrida que el odio, el cual es como un zaratán que está siempre royendo las entrañas donde mora.»

     La murmuración dice: «¿Quién puede ya sufrir, quién puede callar cuántos males aquél o aquélla han cometido, sino quien por ventura es en su consentimiento?» La corrección caritativa responde: «Ni se han de publicar los males del prójimo ni se han de consentir, mas el mismo delincuente con caridad debe ser amonestado y con paciencia sufrido. Pero algunas veces conviene que los yerros de los pecadores a tiempos se callen, para que en otro tiempo más convenible se reprendan.»

     La ira dice: «¿Cómo se puede sufrir con paciencia lo que contigo se hace? Antes sufrir tales cosas es pecado, y si no las resistes con grande saña, cada día se harán contra ti otras peores.» La paciencia responde: «Si la pasión del Redentor se trae a la memoria, no habrá cosa que con igual ánimo no se sufra. Porque, como dice san Pedro, 'Cristo padeció por nosotros dejándonos ejemplo que sigamos sus pisadas, el cual cuando padecía no se airaba, ni amenazaba a quien le maltrataba'. Mayormente siendo tan poco lo que padecemos en comparación de lo que él padeció. Porque él sufrió injurias, escarnios, bofetadas, azotes, espinas y cruz, y a nosotros, miserables, una palabra nos fatiga, una descortesía nos mata.»

     La dureza de corazón dice: «¿Por ventura has de hablar dulcemente y con palabras blandas a unos hombres brutos, necios e insensibles, que a veces con esto se ensoberbecen y alzan a mayores?» La mansedumbre responde: «No se ha de oír en esto tu consejo, sino el del apóstol que dice: 'No conviene al siervo del Señor litigar, sino ser manso en todas las cosas.' Verdad es que este vicio de reñir más dañoso es en los súbditos que en los prelados. Porque muchas veces acaece que los súbditos desprecian las palabras humildes y dulces de sus prelados, y tiran contra ellas saetas de menosprecio.»

     La presunción y temeridad dice: «Testigo tienes a Dios en el cielo; no hagas caso de lo que los hombres sospechan en la tierra.» La satisfacción debida responde: «No es razón dar ocasión a otros de murmurar ni publicar lo que sospechan, mas si con verdad eres reprendido, confiesa tu culpa, y si no es así, niégala con humilde respuesta.»

     La pereza y flojedad dice: «Si continuamente te das al estudio de la lección y oración y lágrimas, perderás la vista; si extiendes mucho las vigilias de la noche, perderás el seso; y si te fatigas con trabajo demasiado, quedarás inhábil para todo espiritual ejercicio.» La diligencia y trabajo responde: «¿Por qué te prometes luengos años en que hayas de padecer estos trabajos? ¿Quién te asegura el día de mañana, o la hora presente? ¿Por ventura has olvidado lo que el Salvador dice: 'Velad, porque no sabéis el día ni la hora'? Por tanto, sacude de ti toda negligencia y pereza, porque no ganan el reino del cielo los tibios y perezosos, sino los esforzados y diligentes.»

     La escasez dice: «Si los bienes que posees das a los extraños, ¿con qué podrás mantener a los tuyos?» La misericordia responde: «Acuérdate de lo que acaeció al rico que se vestía de púrpura y holanda, el cual no fue condenado porque robase lo ajeno, sino porque no daba lo propio; por lo cual, estando en el infierno, llegó a tanta miseria que pidió una gota de agua y no la alcanzó, porque pidiéndole el pobre una sola migaja de pan, no se la dio.»

     La gula dice: «Todas las cosas crió Dios para comer. Pues el que no quiere comer, ¿qué otra cosa hace sino despreciar los beneficios de Dios?» La templanza responde: «La una desas cosas que dices es verdadera, porque todas ésas crió Dios, porque el hombre no muriese de hambre. Mas, porque no excediese la justa medida, mandóle que tuviese abstinencia, y no tenerla se cuenta por uno de los principales pecados que hubo en Sodoma, por donde esta miserable ciudad llegó al extremo de la perdición. Por tanto, conviene que el sano reciba el manjar, así como el enfermo la medicina, conviene saber, no para deleitarse en él, sino para socorrer a su necesidad. Y aquel del todo vence este vicio que, no solamente en la cantidad del manjar pone la medida que debe, sino también desprecia los delicados y sabrosos manjares, si no es cuando la enfermedad o la caridad lo pide.»

     La vana alegría dice: «¿Por qué escondes dentro de ti el gozo de tu corazón? Publica a todos tu alegría, y di en presencia de tus compañeros alguna cosa con que huelguen y rían.» La templada tristeza responde: «¿De dónde o de qué tienes tanta alegría? ¿Por ventura tienes ya vencido al diablo, o has acabado ya el tiempo de tu destierro y llegado a la patria? ¿Por ventura no te acuerdas de lo que dice el Señor: 'El mundo se alegrará, y vosotros os entristeceréis, mas vuestra tristeza se volverá en alegría'? Por tanto, refrena ese vano regocijo, porque aún no has escapado de todos los males deste tan peligroso golfo.»

     La parlería dice: «No es pecado hablar mucho si se habla bien, así como no deja de serlo hablar mal, aunque se hable poco.» El discreto callar responde: «Verdad es lo que dices, pero muchas más veces, queriendo el hombre hablar muchas cosas buenas, acaece que la plática que comenzó bien acaba mal. Por lo cual dijo el Sabio que en el mucho hablar no podía faltar pecado. Y si por ventura en la larga plática huyes de palabras dañosas, no podrás quizá huir de las ociosas, de que has de dar cuenta en el día del juicio. Conviene, pues, tener medida en el hablar, aunque las palabras sean buenas, porque no vengan a parar en malas.»

     La lujuria dice: «¿Por qué ahora no gozas de tus deleites y placeres, pues no sabes lo que te está guardado? No es razón que pierdas este buen tiempo, porque no sabes cuán presto se pasará. Porque si Dios no quisiera que holgaran los hombres con estos deleites, no criara al principio hombres y mujeres.» La castidad responde: «No quiero que disimules o finjas que no sabes lo que te está guardado después desta vida. Porque si limpia y castamente vivieres, tendrás placeres y alegría sin fin, y si deshonestamente, serás llevado a los tormentos eternos. Y cuanto más sientes que pasa ligeramente el tiempo, tanto más te conviene vivir castamente, porque muy miserable es la hora del deleite, en la cual se pierde vida que dura para siempre.»

     Todo lo que hasta aquí se ha dicho sirve para proveernos de armas espirituales que para esta pelea son necesarias, con las cuales podremos alcanzar la primera parte de la virtud, que es carecer de vicios, y defender esta estancia en que Dios nos puso, en la cual él mora, para que no sea ocupada del enemigo. Porque guardada fielmente la posada, sin duda tendremos aquel celestial huésped en ella, pues como dice san Juan, «Dios es caridad, y quien está en caridad, en Dios está, y Dios en él». Y aquél está en caridad, que ninguna cosa hace contra ella. Y no hay cosa que sea contra ella, sino sólo el pecado mortal, contra el cual sirve todo lo que hasta aquí habemos dicho.