Capítulo XII

De los pecados veniales

     Y aunque éstos sean los principales pecados de que te debes guardar, no por eso pienses ya que tienes licencia para aflojar la rienda a todos los otros pecados veniales. Antes instantísimamente te ruego no seas de aquellos que, en sabiendo que una cosa no es pecado mortal, luego sin más escrúpulo se arrojan a ella con grandísima facilidad. Acuérdate que dice el Sabio que «el que menosprecia las cosas menores presto caerá en las mayores». Acuérdate del proverbio que dice que por un clavo se pierde una herradura, y por una herradura un caballo, y por un caballo un caballero. Las casas que vienen a caer por tiempo, primero comienzan por unas pequeñas goteras, y así vienen a arruinarse y dar consigo en tierra. Acuérdate que, aunque sea verdad que no bastan siete ni siete mil pecados veniales para hacer un mortal, pero todavía es verdad lo que dice san Agustín por estas palabras: «No queráis menospreciar los pecados veniales porque son pequeños, sino temedlos porque son muchos. Porque muchas veces acaece que las bestias pequeñas, cuando son muchas, matan los hombres. ¿Por ventura no son menudos los granos de la arena? Pues si cargáis un navío de mucha arena, presto se irá a fondo. ¡Cuán menudas son las gotas del agua! ¿Por ventura no hinchen los caudalosos ríos y derriban las casas soberbias?» Esto, pues, dice san Agustín, no porque muchos pecados veniales hagan un mortal, como ya dijimos, sino porque disponen para él, y muchas veces vienen a dar en él. Y no sólo esto es verdad, sino también lo que dice san Gregorio, que en parte es mayor peligro caer en las culpas pequeñas que en las grandes, porque la culpa grande, cuanto más

claro se conoce tanto más presto se enmienda, mas la pequeña, como se tiene en nada, tanto más peligrosamente se repite cuanto más seguramente se comete.

     Finalmente, los pecados veniales, por pequeños que sean, hacen mucho daño en el ánima, porque quitan la devoción, turban la paz de la conciencia, apagan el fervor de la caridad, enflaquecen los corazones, amortiguan el vigor del ánimo, aflojan el vigor de la vida espiritual, y finalmente resisten en su manera al Espíritu Santo e impiden su operación en nosotros, por donde con todo estudio se deben evitar, pues nos consta cierto que no hay enemigo tan pequeño que, despreciado, no sea muy poderoso para dañar.

     Y si quieres saber en qué géneros de cosas se cometen estos pecados, dígote que en un poco de ira o de gula o de vanagloria, en palabras y pensamientos ociosos, en risas, en burlas desordenadas, en tiempo perdido, en dormir demasiado, en mentiras y lisonjerías de cosas livianas, y así en otras cosas semejantes.

     Tenemos, pues, aquí señaladas tres diferencias de pecados: unos que comúnmente son mortales, otros que comúnmente son veniales, otros como medios entre estos dos extremos, que a veces son mortales, y a veces veniales. De todos conviene que nos guardemos, pero mucho más destos que están como en medio, y mucho más de los mortales, pues por ellos solos se rompe la paz y amistad con Dios, y se pierden todos los bienes de gracia y todas las virtudes infusas, puesto caso que la fe y esperanza no se pierdan sino por sus actos contrarios.