Capítulo IX

Remedios contra la ira, y contra los odios y enemistades que nacen della

     Ira es apetito desordenado de venganza contra quien pensamos que nos ofendió. Contra esta pestilencia nos provee de medicina el apóstol, diciendo: «Toda amargura de corazón, toda ira e indignación, y clamor y blasfemia, sea quitada de vosotros, con toda malicia. Y sed entre vosotros benignos y misericordiosos, perdonándoos unos a otros como Dios nos perdonó por Cristo.» Deste vicio dice el Señor por san Mateo: «El que se airare contra su hermano quedará obligado a dar cuenta en el juicio; y quien le dijere necio, o alguna palabra injuriosa, sera condenado a las penas del infierno.»

     Pues cuando este furioso vicio tentare tu corazón, acuérdate de salirle al encuentro con las consideraciones siguientes. Primeramente, considera que aún los animales brutos por la mayor parte viven en paz con los de su misma especie. Los elefantes andan juntos con los elefantes, las vacas y las ovejas viven juntas en sus rebaños, los pájaros vuelan en bandos, las grullas se revezan para velar de noche, y andan en compañía; lo mismo hacen las cigüeñas, los ciervos, los delfines y otros muchos animales. Pues la unidad y concierto de las hormigas y de las abejas a todos es manifiesta. Y entre las mismas fieras, por crudelísimas que sean, hay común paz. La fiereza de los leones cesa con los de su género, el puerco montés no acomete a otro puerco, un lince no pelea con otro lince, un dragón no se ensaña contra otro dragón; finalmente, los mismos espíritus malignos, que son los primeros autores de toda nuestra discordia, entre sí tienen su liga, y de común consentimiento conservan su tiranía. Solamente los hombres, a quien más convenía la humanidad y la paz, y a quien fuera más necesaria, tienen entre sí entrañables odios y discordias, que es mucho para sentir. Y no es menos para notar que la misma naturaleza dio a todos los animales armas para pelear: al caballo pies, al toro cuernos, al jabalí dientes, a las abejas aguijón, a las aves picos y uñas, tanto, que hasta a las pulgas y mosquitos dio habilidad para morder y sacar sangre. Pero a ti, hombre, porque te crió para paz y concordia, crió desarmado y desnudo porque no tuvieses con qué hacer mal. Mira, pues, cuan contra tu naturaleza es vengarte de otro y hacer mal a quien mal te hace, mayormente con armas buscadas fuera de ti, las cuales naturaleza te negó.

     Considera también que la ira y apetito de venganza es vicio propio de bestias fieras, de cuyas iras dice el Sabio que le había dado Dios conocimiento, y por consiguiente que bastardeas y tuerces mucho de la generosidad y nobleza de tu condición imitando la de leones y serpientes, y de los otros fieros animales. De un león escribe Eliano que, habiendo recibido una lanzada en cierta montería, a cabo de un año, pasando el que le hirió por aquel mismo lugar en compañía del rey Juba y de otra mucha gente que le seguía, el león le reconoció, y rompiendo por toda la gente sin poder ser resistido, no paró hasta llegar al que le había herido y hacerlo pedazos. Lo mismo vemos también cada día que hacen los toros con los que los traen muy acosados, por tomar venganza dellos. Y déstos son imitadores los hombres feroces y airados, los cuales, pudiendo amansar la ira con la razón y discreción de hombres, quieren antes seguir el ímpetu y furor de bestias, preciándose y usando más de la parte más vil, que tienen común con ellas, que de la más divina, que es propia de ángeles. Y si dices que es cosa muy dura amansar el corazón embravecido, ¿cómo no miras cuánto más duro fue lo que el Hijo de Dios padeció por ti? ¿Quién eras tú cuando él por ti derramó su sangre? ¿Por ventura no eras su enemigo? ¿No consideras también con cuánta mansedumbre te sufre él, pecando tú a cada hora, y cuán misericordiosamente te recibe cuando a él te vuelves? Dirás que no merece tu enemigo perdón. ¿Por ventura mereces tú que Dios te perdone, que Dios use contigo de misericordia? ¿Y tú quieres usar con tu prójimo de justicia? Mira que si tu enemigo es indigno de perdón, tú eres indigno para haber de perdonar, y Cristo dignísimo por quien le perdones.

     Considera también que, todo el tiempo que estás en odio, no puedes ofrecer a Dios sacrificio que le sea agradable. Por lo cual dice el Salvador: «Si ofreces tu ofrenda en el altar y allí se te acordare que tu prójimo está ofendido de ti, ve primero y reconcíliate con él, y entonces vuelve a ofrecer tu don.» Donde puedes claramente conocer cuán grande sea la culpa de la discordia entre los hermanos, pues en cuanto ella dura, estás en discordia con Dios y no le agrada cosa que hagas. Conforme a lo cual dice san Gregorio: «Ninguna cosa valen los bienes que hacemos, si no sufrimos mansamente los males que padecemos.»

     Considera otrosí quién sea ese que tienes por enemigo, porque forzadamente ha de ser justo o injusto. Si es justo, por cierto cosa es mucho para sentir que quieras mal a un justo, y que seas enemigo de quien Dios se tiene por amigo. Mas si es injusto, no menos es cosa miserable que quieras vengar la maldad ajena con tu maldad propia, Y quel queriendo tú ser juez en tu causa, castigues la injusticia ajena con la tuya. Mayormente que, si tú quieres vengar tus injurias, y el otro las suyas, ¿qué fin habrán las discordias? Muy más gloriosa manera de vencer es aquella que el apóstol nos enseña, diciendo que venzamos los males con los bienes, esto es, los vicios ajenos con las virtudes propias. Porque muchas veces, tratando de tornar mal por mal, y no queriendo ser en nada vencido, eres más feamente vencido, pues eres acoceado de la ira y vencido de la pasión, la cual si vencieses, serías más fuerte que el que por armas tomase una ciudad. Porque menor victoria es sojuzgar las ciudades que están fuera de ti, que las pasiones que están dentro de ti, y ponerte a ti mismo leyes, y refrenar y domar la bravísima fiera de la ira que dentro de ti está encerrada. La cual si no quisieres reprimir, levantarse ha contra ti e incitarte ha a hacer cosas de que después te arrepientas. Y lo que peor es, que apenas podrás entender el mal que haces, porque al airado cualquier venganza parece justa, y las más veces se engaña, creyendo que el estímulo de la ira es celo de justicia, y desta manera se encubre el vicio con color de virtud.

 

I

     Pues para mejor vencer este vicio, uno de los mayores remedios es trabajar por arrancar de tu ánima la mala raíz del amor desordenado de ti mismo y de todas tus cosas, porque de otra manera fácilmente te encenderás en ira, siendo tú o los tuyos tocados con cualquier liviana palabra. Y demás desto, cuanto te sintieres naturalmente más inclinado a ira, tanto debes estar más aparejado a paciencia, previniendo antes todas las maneras de agravios que te pueden suceder en cualquier negocio, porque las saetas que de lejos se ven, menos hieren. Para lo cual debes tener en tu corazón muy determinado que, cuando en tu pecho hirviere la ira, ninguna cosa digas o hagas, ni creas a ti mismo, mas ten por sospechoso todo lo que en este tiempo te dijere tu corazón, puesto que parezca muy conforme a razón. Dilata la ejecución hasta que se abaje la cólera, o reza devotamente una vez o más la oración del Pater noster u otra semejante. Plutarco refiere que un hombre muy sabio y experimentado, despidiéndose de un emperador, grande amigo suyo, no le dio otro consejo que, cuando estuviese airado, no mandase hacer cosa alguna hasta que pasase primero entre sí todas las letras del a b c, para darle a entender cuán desatinados son los consejos de la ira al tiempo que hierve en el corazón.

     Y es mucho para notar que, no habiendo en el mundo peor tiempo para deliberar lo que se debe de hacer que éste, ninguno hay en que el hombre tenga mayor deseo de lo hacer. Por lo cual conviene resistir con grande discreción y ánimo esta tentación. Porque, sin duda, así como el que está tomado del vino no puede asentar cosa que sea conforme a razón, y que después no se deba arrepentir -como se escribe de Alejandro Magno-, así el que está tomado del vino de la ira, y ciego con los humos desta pasión, ningún asiento ni consejo puede tomar que, por muy acertado que le parezca, otro día por la mañana no le condene. Porque cierto es que la ira, el vino y el apetito carnal son los peores consejeros que hay. Por donde dijo Salomón que el vino y la mujer hacían salir de seso a los sabios. Y por «vino» entiende él aquí, no sólo éste material que suele cegar la razón, sino cualquier pasión vehemente que también en su manera la ciega, aunque no deja de ser culpa lo que desta manera se hace.

     También es muy buen consejo, cuando estuvieres airado, ocuparte en otros negocios, divirtiendo el pensamiento de la indignación, porque quitando la leña del fuego, luego cesará la llama dél. Procura otrosí amar a quien de necesidad has de sufrir, porque si el sufrimiento no es acompañado con amor, la paciencia que se muestra por defuera, muchas veces se vuelve en rencor. Por lo cual, diciendo san Pablo: «La caridad es paciente», luego añadió «y benigna», porque la verdadera caridad no cesa de amar benignamente a los que sufren pacientemente. También es muy loable consejo dar lugar a la ira del hermano, porque si te apartares del airado, darle has lugar para que pierda la ira, o a lo menos respóndele blandamente, porque, como dice Salomón, «la respuesta blanda quebranta la ira».