Capítulo III

Del firme propósito que el buen cristiano debe tener de nunca hacer cosa que sea pecado mortal

     Presupuestos estos dos preámbulos como fundamentos principales de todo este edificio, la primera y más principal cosa que debe hacer el que de veras se determina ofrecer al servicio de nuestro señor y al estudio de la virtud, es plantar en su ánima un firmísimo propósito de nunca hacer cosa que sea pecado mortal, por el cual se pierde la amistad y gracia de nuestro señor, con todos los otros bienes que en el segundo tratado de la penitencia dijimos que por él se perdían. Éste es el fundamento principal de la vida virtuosa, esto es con lo que se conserva la amistad y gracia de Dios y el derecho del reino del cielo, en esto consiste la caridad y la vida espiritual del ánima, esto es lo que hace a los hombres hijos de Dios, templos del Espíritu Santo y miembros vivos de Cristo, y como tales, participantes de todos los bienes de la Iglesia. Mientras este propósito conservare el ánima, estará en caridad y en estado de salvación; y en faltando esto, luego es raída del libro de la vida y escrita en el libro de la perdición, y trasladada al reino de las tinieblas.

     De suerte que, bien mirado este negocio, parece que así como en todas las cosas, así naturales como artificiales, hay sustancia y accidentes, entre las cuales cosas hay esta diferencia, que mudados los accidentes, todavía queda la sustancia -como gastadas las labores y pinturas de una casa, todavía queda en pie la casa, aunque imperfecta; pero caída la casa, que es como la sustancia, no queda en pie cosa alguna-, así, mientras este santo propósito estuviere fijo en el ánima, está en pie la sustancia de la virtud, pero faltando éste, ninguna cosa hay que no quede por tierra. La razón desto es porque todo el ser de la vida virtuosa consiste en la caridad, que es amar a Dios sobre todas las cosas, y aquél le ama sobre todas las cosas que aborrece el pecado mortal sobre todas ellas, porque por sólo éste se pierde la caridad y amistad de Dios. Por donde, así como la cosa que más contradice al casamiento es el adulterio, así la cosa que más repugna a la vida virtuosa es el pecado mortal, porque éste solo mata la caridad en que esta vida consiste.

     Ésta es la causa por donde todos los santos mártires se dejaron padecer tan horribles tormentos; por esto se permitieron asar y desollar, y arrastrar, atenazar y despedazar, por no cometer un pecado mortal con que estuviesen un punto fuera de la amistad y gracia de Dios. Porque bien sabían ellos que, acabando de pecar, se podían arrepentir de su pecado y alcanzar perdón dél -como lo hizo san Pedro acabando de negar-, mas con todo esto escogieron antes pasar por todos los tormentos del mundo, que estar por espacio de un credo en desgracia deste señor.

     Entre los cuales ejemplos son muy señalados los de tres mujeres, una del Testamento Viejo, madre de siete hijos, y dos del Nuevo, llamadas Felícitas y Sinforosa, madres también cada cual de otros siete, las cuales todas se hallaron presentes a los tormentos y martirios dellos, y viéndolos despedazar ante sus ojos, no sólo no desmayaron con este tan doloroso espectáculo, mas antes ellas los estuvieron esforzando y animando a morir constantísimamente por la fe y obediencia de Dios, y así, ellas juntamente con ellos murieron con grande ánimo por esta causa.

     Mas no sé si anteponga a estos tan ilustres ejemplos uno que escribe san Jerónimo en la Vida de san Pablo, primer ermitaño, de un santo mancebo, al cual después de intentados otros muchos medios, quisieron los tiranos casi por fuerza hacer ofender a Dios. Y para esto le hicieron acostar de espaldas y desnudo en una cama blanda, a la sombra de los árboles de un jardín muy fresco, atándole con unas muy blandas ataduras pies y manos para que ni pudiese huir ni defenderse. Y esto hecho, enviaron una mala mujer muy bien ataviada para que usase de todos los medios posibles con que venciese la virtud y constancia del santo mancebo. Pues, ¿qué haría aquí el caballero de Cristo? ¿Qué medio tomaría para evitar tan grande deshonra, donde el cuerpo estaba desnudo y atados los pies y las manos? Mas con todo esto, no faltó aquí la virtud del cielo y la presencia del Espíritu Santo, el cual le inspiro que, para defenderse del presente peligro, hiciese una cosa la más nueva y extraña de todas cuantas hasta hoy están escritas en historias de griegos y de latinos. Porque el santo mancebo, con la grandeza del temor de Dios y aborrecimiento del pecado, se cortó la lengua con sus propios dientes -que solos libres tenía-, y la escupió en la cara de la deshonesta mujer, y así espantó y despidió de sí a ella con este tan extraño hecho, y templó el natural encendimiento de su carne con la fuerza deste dolor. Esto basta para que por aquí en breve se vea el grado en que todos los santos aborrecieron un pecado mortal. Donde también pudiera contar otros que, desnudos, se revolcaron entre las zarzas y espinas, y otros en medio del invierno entre las pellas de nieve, para resfriar los fuegos de la carne atizados por el enemigo.

     Pues el que quisiere caminar por este camino procure de fijar en su ánima este firme propósito, estimando en más, como justo apreciador de las cosas, la amistad de Dios, que todos los tesoros del mundo, dejando perder lo menos por lo más cuando se ofreciere ocasión para ello. En esto funde su vida, a esto ordene todos sus ejercicios, esto pida al Señor en todas sus oraciones, para esto frecuente los sacramentos, esto saque de los sermones y de los buenos libros que leyere, esto aprenda de la fábrica y hermosura de todas las criaturas deste mundo, este fruto señaladamente coja de la pasión de Cristo y de todos los otros beneficios divinos, que es no ofender a quien tanto debe. Y conforme a la firmeza deste santo temor y propósito, mida la cantidad de su aprovechamiento, estimándose por más o menos aprovechado, cuanto más o menos tuviere de la firmeza deste propósito.

     Y así como el que quiere hincar un clavo muy fuertemente no se contenta con darle una ni dos o tres martilladas, sino añade otra y otras muchas más hasta cansar, así él no se contente con este propósito así comoquiera, sino cada día trabaje por tomar ocasión de cuantas cosas viere, oyere, leyere o meditare para criar más y más amor de Dios, y más aborrecimiento del pecado, porque cuanto más creciere en este aborrecimiento, tanto más aprovechará en aquel amor divino, y por consiguiente en toda virtud.

     Y para estar más firme en esto, persuádase y crea firmemente que, si todos cuantos desastres y males de pena ha habido en el mundo desde que Dios lo crió hasta hoy, y cuantas penas en el infierno padecen cuantos condenados hay en él, se pusiesen juntas en una balanza, y un pecado mortal en otra, sin comparación es mayor mal solo este pecado, y más digno de ser huido, que todas aquéllas, puesto caso que la ceguedad y tinieblas horribles deste Egipto no lo platican así, sino de otra muy diferente manera. Mas no es mucho que ni los ciegos vean este tan grande mal, ni los muertos sientan esta tan grande lanzada, pues no es dado a los ciegos ver cosa alguna por grande que sea, ni a los muertos sentir herida alguna, aunque sea mortal.

 

I

     Pues como en este segundo libro se trate de la doctrina de la virtud, cuyo contrario es el pecado, la primera parte dél se empleará en tratar del aborrecimiento del pecado, y señaladamente de sus remedios, porque arrancadas del ánima estas malas raíces, fácil cosa será plantar en su lugar las plantas de las virtudes, de las cuales se trata en la segunda parte dél. Y no sólo se tratará aquí de los pecados mortales, sino también de los veniales, no porque éstos quiten la vida al ánima, sino porque la relajan y enflaquecen, y así disponen para la muerte della. Y por esta misma causa se trata aquí también de aquellos siete vicios que comúnmente se llaman capitales o mortales, que son cabezas y raíces de todos los otros, no porque siempre sean mortales, sino porque muchas veces lo pueden ser cuando por ellos se viene a quebrantar alguno de los mandamientos de Dios o de la Iglesia, o se hace algo contra la caridad.

     Servirá esta doctrina para que el que se viere muy tentado y acosado de algún vicio, acuda a ella como a una espiritual botica, y entre diversas medicinas y remedios que aquí se señalan escoja el que más hiciere a su propósito. Verdad es que entre estos remedios unos hay generales contra todo género de vicios, de los cuales tratamos en el Memorial de la vida cristiana, donde se pusieron quince o dieciséis maneras de remedios contra el pecado, otros hay particulares contra particulares vicios, como contra la soberbia, avaricia, ira, etc. Y déstos trataremos en este lugar, aplicando a cada manera de vicio su remedio, y proveyendo de armas espirituales contra él.

     Mas aquí es mucho de notar que para esta batalla no tenemos tanta necesidad, ni de brazos para pelear, ni de pies para huir, cuanta de ojos para considerar, porque éstos son los principales instrumentos y armas desta milicia, que no es contra carne y sangre, sino contra los perversos demonios, que son criaturas espirituales. La razón desto es porque la primera raíz de todo pecado es el error y engaño del entendimiento, que es el consejero de la voluntad. Por lo cual procuran siempre nuestros adversarios de pervertir el entendimiento, porque pervertido éste, luego es pervertida la voluntad que se rige por él. Por esto trabajan de vestir el mal con color de bien, y vender el vicio debajo de imagen de virtud, y encubrir de tal manera la tentación que no parezca tentación sino razón. Porque si nos quieren tentar de ambición, de avaricia, o de ira y deseos de venganza, procuran de hacernos entender que está en razón desear lo que deseamos, y que sería contra razón hacer otra cosa, encubriendo el lazo de tentación con la capa de la razón, para que así puedan mejor engañar aún a aquellos que se rigen por razón. Pues para esto es necesario que el hombre tenga ojos con que vea el anzuelo debajo del cebo, y no se engañe con la imagen y apariencia sola del bien.

     También son necesarios ojos para ver la malicia, la fealdad, el peligro y los daños e inconvenientes que consigo trae el vicio de que somos tentados, para que con esto se refrene nuestro apetito y tema de gustar lo que, gustado, le ha de causar la muerte. Por donde aquellos misteriosos animales de Ezequiel, que son figura de los santos varones, con tener los otros miembros sencillos, estaban por todas partes llenos de ojos, para dar a entender cuánta necesidad tienen los siervos de Dios destos espirituales ojos para defenderse de los vicios. Deste remedio, pues, principalmente usaremos en esta materia, con el cual también juntaremos todos los otros que parecieren necesarios, como en el proceso se verá.