Capítulo II

De la segunda cosa que ha de presuponer el que quiere servir a nuestro señor

 

     El segundo sea que, pues el negocio es de tanta dignidad y merecimiento, te ofrezcas a él con un corazón esforzado y aparejado para sufrir todos los encuentros y combates que se te ofrecieren por él, teniéndolo todo en poco por salir con una empresa tan gloriosa, presuponiendo que ninguna cosa grande quiso la naturaleza que hubiese en este mundo, que no tuviese un pedazo de dificultad. Porque en el punto que esto determinares, luego la potencia del infierno ha de armar toda su flota contra ti. Luego la carne, amadora de deleites y mal inclinada desde su nacimiento, después que fue toxicada con el veneno mortífero de aquella ponzoñosa serpiente, te ha de solicitar importunamente y convidar a todos sus acostumbrados pasatiempos y regalos. Luego también la costumbre depravada, no menos poderosa que la misma naturaleza, rehusará esta mudanza y te la pintará muy dificultosa, porque así como es cosa de gran trabajo sacar un río caudaloso de la madre por do ha corrido muchos años, así lo es también en su manera sacar un hombre del curso por donde la mala costumbre hasta ahora le ha llevado, y hacerle tomar otro camino. Luego también el mundo, poderosísima y cruelísima bestia, armada con la autoridad de tantos malos ejemplos como hay en él, acudirá unas veces convidándonos con sus pompas y vanidades, otras solicitándonos con malos ejemplos y pecados, otras también desmayándonos con las persecuciones y murmuraciones de los malos. Y como si todo esto fuese poco, sobrevendrá también el demonio, astutísimo, poderosísimo y antiquísimo engañador, y hará también lo que suele, que es perseguir más crudamente a los que de nuevo se le declaran por enemigos y rebelan contra él.

     Por todas estas partes se te han de mover dificultades y contradicciones, y todo esto has de tener ya tragado y presupuesto, porque no se te haga de nuevo cuando viniere, acordándote de aquel prudente consejo del Sabio, que dice: «Hijo, cuando te llegares a servir a Dios, vive con temor y apareja tu ánima para la tentación». Y así, has de presuponer que no eres aquí llamado a fiestas, a juegos, a pasatiempos, sino a embrazar el escudo y vestir el arnés y tomar la lanza para pelear. Porque aunque sea verdad que tengamos muchas y grandes ayudas para este camino, como arriba declaramos, mas con todo esto no se puede negar sino que todavía no falta aquí a los principios un pedazo de dificultad. Lo cual todo debe tener el siervo de Dios ya presupuesto y tragado porque no se le haga nuevo, teniendo entendido que la joya por que milita es de tan gran precio, que merece esto y mucho más. Y para que el temor de todos estos enemigos susodichos no te haga desmayar, acuérdate, como arriba dijimos, que muchos más son los que son por ti, que los que son contra ti. Porque aunque de parte del pecado estén todos esos opositores, de parte de la virtud están otros más poderosos que ellos. Porque contra la naturaleza corrompida está, como dijimos, la gracia divina, y contra el demonio Dios, y contra la mala costumbre la buena, y contra la muchedumbre de los espíritus malos la de los buenos, y contra los malos ejemplos y persecuciones de los hombres los buenos ejemplos y exhortaciones de los santos, y contra los deleites y gustos del mundo los deleites y consolaciones del Espíritu Santo. Y manifiesta cosa es que más poderoso es cada uno destos opositores, que su contrario. Porque más poderosa es la gracia que la naturaleza, y más poderoso Dios que el demonio, y más poderosos los buenos ángeles que los malos, y finalmente mayores y más eficaces los deleites espirituales que los sensuales, sin comparación.