Capítulo XXVIII

Contra los que recelan seguir el, camino de la virtud, por el amor del mundo

     Si tomásemos el pulso a todos los que recelan el camino de la virtud, por ventura hallaríamos que una de las principales cosas que más los acobarda es el amor engañoso deste siglo. Y llámalo engañoso porque la causa dél es una falsa imagen y apariencia de bien que tienen las cosas del mundo, la cual hace a los ignorantes que las estimen en mucho. Porque así como las bestias espantadizas huyen de algunas cosas por imaginar que son peligrosas, no lo siendo, así éstos, por el contrario, aman y siguen las del mundo creyendo ser deleitables, no lo siendo. Y por esto, así como los que quieren hacer perder a las tales bestias este siniestro procuran llevarlas por aquel mismo paso que rehúsan, porque vean que no era más que sombra lo que temían, así conviene que llevemos ahora éstos por la sombra destas cosas mundanas que tan desordenadamente aman, y se las hagamos mirar con otros ojos, para que claramente vean cómo es vanidad y sombra todo lo que aman, y que así como aquellos peligros no merecen ser temidos, así ni estos bienes amados.

     Mirando, pues, ahora atentamente el mundo con toda su felicidad, hallo en él estas seis maneras de males que nadie me podrá negar, conviene saber, brevedad, miseria, peligro, ceguedades, pecados y engaños, con los cuales anda acompañada esta su felicidad, por donde claramente se verá lo que ella es. Pues de cada cosa déstas trataremos ahora aquí brevemente por su orden.

 

I

De cuán breve sea la felicidad del mundo. Primera miseria

     Comenzando, pues, ahora por la brevedad, no me podrás negar que toda la felicidad y suavidad del mundo, cualquiera que ella sea, a lo menos es breve. Porque la felicidad del hombre no puede ser más larga que la vida del hombre. Y qué tan larga sea esta vida, ya en otra parte lo declaramos, pues la más larga vida de los hombres apenas llega a cien años. Mas, ¿cuántos son los que llegan hasta aquí? Visto he yo obispos de dos meses, y sumos pontífices de uno, y recién casados de una sola semana. Y destos ejemplos leemos muchos en los tiempos pasados, y vemos cada día muchos en los presentes. Mas concedámoste ahora que sea muy larga tu vida. «Demos -dice san Crisóstomo- cien años a los pasatiempos del mundo, y añade a éstos otros ciento, y aún otras dos veces ciento. ¿Qué tiene que ver todo esto con la eternidad?» «Si muchos años -dice Salomón-, viviere el hombre, y en todos ellos le sucedieren las cosas a su voluntad, debería acordarse del tiempo tenebroso y de los días de la eternidad, los cuales cuando vinieren, verse ha claro cómo todo lo pasado fue vanidad.» Porque, en presencia de una eternidad, toda felicidad, por grandísima que haya sido, vanidad parece y así lo es.

     Esto confiesan aun los mismos malos en el libro de la Sabiduría, diciendo que, acabando de nacer, luego dejaron de ser. Mira, pues, cuán breve parecerá entonces a los malos todo el tiempo desta vida, pues realmente allí se les figura que apenas vivieron un día, sino que luego fueron trasladados del vientre a la sepultura. De do se sigue que todos los placeres y contentamientos deste mundo les parecerán allí unos placeres soñados, que parecían placeres y no lo eran. Lo cual maravillosamente significó el profeta Isaías por estas palabras: «Así como el que tiene hambre y sueña que come, después que despierta se halla burlado y hambriento, y así como el que tiene sed y sueña que bebe, cuando despierta tiene la misma sed, y conoce que fue vano su contentamiento cuando pensaba que bebía, así acaecerá a todas las gentes que pelearon contra el monte Sión, cuya prosperidad será tan breve, que después que abrieren los ojos y se pasare aquel poquito de tiempo, verán cómo todos sus gozos no fueron más que soñados.»

     Si no, dime ahora: ¿Qué más que esto fue la gloria de todos cuantos príncipes y emperadores ha habido en el mundo? «¿Dónde están -dice el profeta- los príncipes de las gentes que tuvieron señorío sobre las bestias de la tierra, que buscaron sus pasatiempos y recreaciones en cazas y cetrerías, lidiando con las aves del aire; los que atesoraron montones de plata y oro, en que confían los hombres, sin dar fin a sus tesoros; los que labraron tantas y tan ricas vajillas de oro y plata, que no hay quien acabe de contar las invenciones de sus obras? ¿Qué se hicieron todos éstos, en qué pararon? Ya están fuera de sus palacios, y a los infiernos descendieron, y otros sucedieron en su lugar.» ¿Qué es del sabio, qué es del letrado, dónde está el escudriñador de los secretos de naturaleza? ¿Qué se hizo la gloria de Salomón? ¿Dónde está el poderoso Alejandro y el glorioso Asuero? ¿Dónde están los famosos césares de los romanos? ¿Dónde los otros príncipes y reyes de la tierra? ¿Qué les aprovechó su vanagloria, el poder del mundo, los muchos servidores, las falsas riquezas, las huestes de sus ejércitos, la muchedumbre de sus truhanes, y las compañías de mentirosos y lisonjeros que les andaban alderredor? Todo esto fue sombra, todo sueño, todo felicidad que pasó en un momento. Cata aquí, pues, hermano, cuán breve sea esta felicidad del mundo.

 

II

De las miserias grandes con que está mezclada la felicidad del mundo. Segunda miseria

     Tiene aún otro mal esta felicidad, demás de ser tan breve, que es andar acompañada con mil maneras de miserias que no se pueden excusar en esta vida, o por mejor decir, en este valle de lágrimas, en este lugar de destierro y en este mar de tantos movimientos. Porque verdaderamente más son las miserias del hombre que los días, y aun que las horas de la vida del hombre, porque cada día amanece con su cuidado, y a cada hora le está amenazando su miseria. Mas, ¿qué lengua bastará para explicar todas estas miserias? ¿Quién podrá contar todas las enfermedades de nuestros cuerpos, y todas las pasiones de nuestras ánimas, y todos los agravios de nuestros prójimos, y todos los desastres de nuestras vidas? Uno os pone pleito en la hacienda, otro os persigue en la vida, otro os pone mácula en la honra. Unos con odios, otros con envidias, otros con engaños, otros con deseos de venganzas, otros con falsos testimonios, otros con armas, y otros con sus lenguas, peores que las mismas armas, os hacen guerra mortal. Y, sobre todas estas miserias, hay otras infinitas que no tienen nombre, porque son acaecimientos no esperados. A uno le quebraron un ojo, a otro un brazo, otro cayó de una ventana, otro del caballo, otro se ahogó en un río, otro se perdió en unas rentas, y otro en una fianza. Y si quieres saber aún más males, pide cuenta a los hombres del mundo de los ratos de placeres y pesares que han llevado en él, porque si los unos y los otros se pesaren en dos balanzas, verás claramente cuánto es mayor la una carga que la otra, y cómo para un solo rato de placer hay cien horas de pesar. Pues si la vida toda en sí es tan corta, como está ya declarado, y tanta parte della ocupan tantas miserias, ruégote me digas qué tanto es lo que queda de verdadera y pura felicidad.

     Mas estas miserias que aquí he contado son comunes a buenos y malos, los cuales así como navegan en un mismo mar, así están sujetos a unas mismas tormentas. Otras miserias hay mucho más para sentir, que son propias de los malos porque son hijas de sus maldades, cuyo conocimiento hace más a nuestro caso, porque hace más aborrecible la vida de los tales, pues a tales miserias está sujeta. Mas cuántas y cuán grandes sean éstas, los mismos malos lo confiesan en el libro de la Sabiduría, diciendo: «Aperreados anduvimos por el camino de la maldad y perdición, y nuestros caminos fueron ásperos y dificultosos, y el camino del Señor, tan llano, nunca supimos atinarlo.» De suerte que así como los buenos tienen en esta vida un paraíso y esperan otro, y de un sábado van a otro sábado -que es de una holganza a otra holganza-, así los malos tienen en esta vida un infierno y esperan otro, porque del infierno de la mala conciencia van al infierno de la pena.

     Estos trabajos vienen a los malos por muchas maneras. Porque unos les vienen por parte de Dios, que como justo juez no consiente que pase el mal de la culpa sin el castigo de la pena, el cual, aunque generalmente se guarde para la otra vida, pero muchas veces se comienza en ésta. Porque cierto es que así como tiene Dios universal providencia del mundo, así también la tiene particular de cada uno; y pues vemos que cuando en el mundo hay mayores pecados, hay también mayores castigos de hambres, de guerras, de pestilencias y de herejías, y de otras semejantes calamidades, así también muchas veces, conforme a los pecados del hombre, se envían los castigos al hombre. Por lo cual dijo Dios a Caín: «Si hicieres bien recibirás el galardón, y si mal, luego a la puerta hallarás tu pecado,» que es la pena y castigo dél. Y en el Deuteronomio dijo Moisés al pueblo de Israel: «Has de saber que tu señor Dios es fuerte y fiel, y que mantiene su palabra, y usa de misericordia con los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta la milésima generación, y castiga luego a los que le aborrecen, de tal manera, que luego los destruye sin dilatar más el castigo, dándoles luego lo que merecen.» Mira cuántas veces repite aquí esta palabra luego. Por donde se entiende que, demás del castigo que a los malos se debe en la otra vida, también son muchas veces castigados en ésta, pues tantas veces repite aquí la Escritura que luego sin más dilación serán castigados en ella -pues de aquí proceden muchas maneras de calamidades y azotes que padecen-. Los cuales andan en una rueda viva de cuidados, fatigas, necesidades y trabajos, puesto caso que, aunque los sientan, no conocen de dónde les vienen, y así más los tienen por condiciones de naturaleza, que por castigos de su culpa. Porque así como los bienes de naturaleza no reconocen por beneficios de Dios ni le dan gracias por ellos, así los azotes de su ira no conocen por castigos ni se enmiendan por ellos.

     Otros trabajos les vienen por parte de los vicarios de Dios, que son los ministros de su justicia, que muchas veces encuentran con los malhechores, y así los persiguen y aprietan con cárceles, con destierros, con gastos, con persecuciones, con infamias y perdimiento de bienes, y con otras mil maneras de penas, con las cuales hacen que le amargue la golosina de su culpa y la paguen con las setenas aun en esta vida.

     Otros trabajos y miserias les vienen por parte de los apetitos y pasiones desordenadas de su corazón, porque, ¿qué se puede esperar de la aflicción demasiada y del vano temor, y de la esperanza dudosa y del deseo desordenado, y de la tristeza congojosa, sino enjambres de sobresaltos y cuidados, los cuales roban la paz y libertad del corazón de que arriba tratamos, inquietan la vida, solicitan al pecado, impiden la oración, quitan el sueño de la noche y hacen tristes y miserables los días de la vida? Todas estas maneras de miserias nacen en el hombre de sí mismo, esto es, de la desorden de sus pasiones, para que veas qué puede esperar de otra parte quien esto tiene de su cosecha, y con quién podrá tener paz quien consigo tiene tanta guerra.

 

III

De los grandes lazos y peligros del mundo. Tercera miseria

     Y si no hubiese en el mundo más que solas penas y trabajos de cuerpo, no sería tanto para temer. Mas no sólo hay en él trabajos de cuerpo, sino también peligros de ánima, que son mucho más para sentir, porque tocan más en lo vivo. Y éstos son tantos, que dijo el profeta: «Lloverá Dios lazos sobre los pecadores.» ¿Pues qué tantos lazos te parece que veía en el mundo quien los comparaba con las gotas de agua que caen del cielo? Y dice señaladamente «sobre los pecadores», porque como éstos tienen tan poca guarda en el corazón y en los sentidos, y tan poco cuidado de huir las ocasiones de los pecadores, y tan poco estudio en proveerse de espirituales remedios, y sobre todo esto andan en medio de los fuegos del mundo, ¿cómo pueden dejar de andar entre infinitos peligros? Pues por esta muchedumbre de peligros dice que lloverá sobre los pecadores lazos. Lazos en la mocedad y lazos en la vejez, lazos en las riquezas y lazos en la pobreza, lazos en la honra y lazos en la deshonra, lazos en la compañía y lazos en la soledad, lazos en las adversidades y lazos en las prosperidades, y finalmente, lazos para todos los sentidos del hombre: para los ojos, para los oídos, para la lengua y para todo lo demás. Finalmente, tantos son los lazos, que da voces el profeta, diciendo: «Lazo sobre ti, morador de la tierra.» Y si nos abriese Dios un poco los ojos, como los abrió a san Antonio, veríamos a todo el mundo lleno de lazos trabados unos con otros, y exclamaríamos con él, diciendo: «¡Oh!, ¿quién escapará de tanto lazo?»

     Y de aquí nace perecer tantas ánimas como cada día perecen, pues, como llora san Bernardo, en el mar de Marsella, de diez naos apenas se pierde una, mas en el mar deste mundo, de diez ánimas apenas se salva una. ¿Quién, pues, no temerá un mundo tan peligroso? ¿Quién no procurará huir de tanto lazo? ¿Quién no temblará de andar descalzo entre tantas serpientes, desarmado entre tantos enemigos, desproveído entre tantas ocasiones de pecados, sin medicina entre tantas ocasiones de enfermedades mortales? ¿Quién no trabajará por salir deste Egipto? ¿Quién no huirá desta Babilonia? ¿Quién no procurará escaparse de las llamas de Sodoma y Gomorra, y salvarse en el monte de la buena vida? Pues estando el mundo lleno de tantos lazos y despeñaderos, y ardiendo en tantas llamas de vicios, ¿quién se tendrá por seguro? «¿Andará -dice el Sabio- alguno sobre las brasas sin que se le quemen las plantas, y esconderá fuego en su seno sin que ardan sus vestiduras?» «Cierto está -dice el Sabio-, que el que toca a la pez se ha de ensuciar en ella, y así el que trata con soberbios corre peligro de hacerse uno dellos».

 
IV

De la ceguedad y tinieblas del mundo. Cuarta miseria

     A esta muchedumbre de lazos y peligros se añade otra miseria que los hace mayores, que es la ceguedad y tinieblas de los mundanos, la cual convenientísimamente es figurada por aquellas tinieblas de Egipto, las cuales eran tan espesas que se podían palpar con las manos, y que en aquellos tres días que duraron, ninguno se movió del lugar donde estaba ni vio al prójimo que par de sí tenía. Tales son, por cierto, y mucho más palpables las tinieblas que el mundo padece. Si no, discurriendo ahora por las cegueras y desatinos dél, dime: ¿Qué mayor ceguedad que creer los hombres lo que creen, y vivir de la manera que viven? ¿Qué mayor ceguedad que hacer tanto caso de los hombres, y tan poco de Dios; tener tanta cuenta con las leyes del mundo, y tan poca con las de Dios; trabajar tanto por este cuerpo que es una bestia bruta, y tan poco por el ánima que es imagen de la majestad divina; atesorar tanto para esta vida que mañana se ha de acabar, y no allegar nada para la otra, que para siempre ha de durar; hacerse pedazos por los intereses de la tierra, y no dar un paso por los bienes del cielo? ¿Qué mayor ceguedad que, sabiendo tan cierto que habemos de morir, y que en aquella hora se ha de determinar lo que para siempre ha de ser de nuestra vida, vivamos tan descuidados como si siempre hubiéramos de vivir? Porque, ¿qué menos hacen los malos habiendo de morir mañana, que si hubieran de vivir para siempre? ¿Qué mayor ceguedad, que por la golosina de un apetito perder el mayorazgo del cielo, tener tanta cuenta con la hacienda y tan poca con la conciencia, querer que todas tus cosas sean buenas, y no querer que tu propia vida lo sea? Destas ceguedades hallarás tantas en el mundo, que te parecerá estar los hombres como encantados y enhechizados, de tal manera que, teniendo ojos no ven, y teniendo oídos no oyen, y teniendo la vista más aguda que la de linces para ver las cosas de la tierra, tiénenla más que de topos para las cosas del cielo. Como en figura acaeció a san Pablo cuando iba a perseguir la Iglesia, el cual, después que fue derribado en tierra, abiertos los ojos, ninguna cosa veía. Pues así acaece a estos miserables, que teniendo los ojos tan abiertos para las cosas del mundo, los tengan tan cerrados para las cosas de Dios.

 

V

De la muchedumbre de pecados que hay en el mundo. Quinta miseria

     Pues habiendo en el mundo tantas tinieblas y lazos como habemos dicho, ¿qué se puede esperar de aquí, sino caídas y pecados? Éste es el sumo mal de los males del mundo, y el que más nos había de mover a aborrecerlo. Y así, con sola esta consideración pretende san Cipriano inducir a un amigo suyo al menosprecio del mundo. Para lo cual finge que lo sube consigo a un monte muy alto de donde se vea todo el mundo, y desde allí le va mostrando como con el dedo todos los mares y tierras, y todas las plazas y tribunales, llenos de mil maneras de pecados e injusticias que en cada parte hay, para que vistos casi con los ojos tantos y tan grandes males como hay en el mundo, entienda cuánto debe ser aborrecido y cuánto debe a Dios porque dél lo sacó. Pues conforme a esta consideración, sube tú ahora, hermano, a este mismo monte, y extiende un poco los ojos por las plazas, por los palacios y por las audiencias y oficinas del mundo, y verás ahí tantas maneras de pecados, tantas mentiras, tantas calumnias, tantos engaños, tantos perjurios, tantos robos, tantas envidias, tantas lisonjas, tanta vanidad, y sobre todo, tanto olvido de Dios y tanto menosprecio de la propia salud, que no podrás dejar de maravillarte y quedar atónito de ver tanto mal.

     Verás la mayor parte de los hombres vivir como bestias brutas, siguiendo al ímpetu de sus pasiones, sin tener cuenta con ley de justicia ni de razón más que la tendrían unos gentiles, que ningún conocimiento tienen de Dios, ni piensan que hay más que nacer y morir. Verás maltratados los inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos. Verás los pobres y humildes abatidos, y poder más en todos los negocios el favor que la virtud. Verás vendidas las leyes, despreciada la verdad, perdida la vergüenza, estragadas las artes, adulterados los oficios, y corrompidos en muy gran parte los estados. Verás a muchos perversos y merecedores de grandes castigos, los cuales con hurtos, con engaños y con otras malas maneras vinieron a tener grandes riquezas y a ser alabados y temidos de todos. Y verás, así a éstos como a otros, que apenas tienen más que la figura de hombres, puestos en grandes oficios y dignidades. Y, finalmente, verás en el mundo amado y adorado el dinero más que Dios, y muy gran parte de las leyes divinas y humanas corrompidas por él, y en muchos lugares no queda ya de la justicia más que solo el nombre della. Y vistas todas estas cosas, entenderás luego con cuánta razón dijo el profeta: «El Señor se puso a mirar desde el cielo sobre los hijos de los hombres para ver si había quien conociese a Dios o le buscase, mas todos habían prevaricado y héchose inútiles, y no había quien hiciese bien, ni solo uno.» Y no menos se queja por el profeta Oseas, diciendo que ni había misericordia ni verdad ni conocimiento de Dios en la tierra, sino que las malicias y las mentiras, y los hurtos y los homicidios, y los adulterios se habían extendido por toda ella, y que una sangre caía sobre otra sangre, y una maldad sobre otra maldad.

     Finalmente, para que más claro veas qué tal está el mundo, pon los ojos en la cabeza que lo gobierna, y por ahí entenderás cuál estará lo gobernado. Porque si es verdad que el príncipe deste mundo -esto es, de los malos-, es el demonio, como dice Cristo, ¿qué se puede esperar del cuerpo donde tal es la cabeza, y de la república donde tal es el gobernador? Sólo esto basta para darte a entender qué tal está el mundo, y cuáles los amadores dél. Pues, ¿qué será luego este mundo sino una cueva de ladrones, un ejército de salteadores, un revolcadero de puercos, una galera de forzados, un lago de serpientes y basiliscos? Pues si tal es el mundo como esto, «¿por qué no desampararé yo -dice un filósofo- un lugar tan feo, tan sucio, tan lleno de traiciones, de engaños y maldades, donde apenas hay lealtad, ni piedad, ni justicia, donde todos los vicios reinan, donde el hermano arma celada a su hermano, donde el hijo desea la muerte de su padre, el marido de la mujer, y la mujer del marido, donde tan pocos son los que no roben o engañen -pues muchos, así de los grandes como de los pequeños, debajo de honestos nombres, hurtan y roban-, y donde finalmente tantos fuegos arden de codicia, de lujuria, de ira, de ambición y de otros infinitos males?» ¿Pues quién no deseará huir de tal mundo? Deseábalo, cierto, aquel profeta que decía: «¡Quién me llevase a un desierto, o a algún lugar apartado de caminantes, para verme libre de la compañía deste pueblo! Porque todos son adúlteros y cuadrillas de prevaricadores.» Esto que hasta aquí se ha dicho, generalmente pertenece a los malos, aunque no se puede negar haber en todos los estados muchos buenos en el mundo, por los cuales lo sustenta Dios.

     Consideradas, pues, estas cosas, mira cuánta razón tienes de aborrecer una cosa tan mala, donde si te abriese Dios los ojos, verías más demonios y más pecados que los átomos que se parecen en los rayos del sol. Y con esto, crezca en ti el deseo de verte fuera dél, a lo menos con el espíritu, suspirando con el profeta, y diciendo: «¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré?»

 

VI

De cuan engañosa sea la felicidad del mundo. Sexta miseria

     Éstos, y otros muchos tales, son los tributos y contrapesos con que esta miserable felicidad del mundo está acompaña da, para que veas cuánto más hiel que miel, y cuánto más acíbar que azúcar trae consigo. Dejo aquí de contar otros muchos males que tiene. Porque demás de ser esta felicidad y suavidad tan breve y tan miserable, es también sucia, porque hace a los hombres carnales y sucios; es bestial, porque los hace bestiales; es loca, porque los hace locos y los saca muchas veces de juicio; es instable, porque nunca permanece en un mismo ser; es, finalmente, infiel y desleal, porque al mejor tiempo nos falta y deja en el aire. Mas un solo mal no dejaré de contar, que por ventura es el peor de todos, que es ser falsa y engañosa, porque parece lo que no es y promete lo que no da, y con esto trae en pos de sí perdida la mayor parte de la gente. Porque así como hay oro verdadero y oro falso, y piedras preciosas verdaderas y falsas, que parecen preciosas y no lo son, así también hay bienes verdaderos y falsos, felicidad verdadera y falsa, que parece felicidad y no lo es. Y tal es la deste mundo, y por esto nos engaña con esta muestra contrahecha. Porque así como dice Aristóteles que muchas veces acaece haber algunas mentiras que, con ser mentiras, tienen más apariencia de verdad que las mismas verdades, así realmente, lo que es mucho para notar, hay algunos males que, con ser verdaderos males, tienen más apariencia de bienes que los mismos bienes, y tal es sin duda la felicidad del mundo. Y por esto se engañan con ella los ignorantes, como se engañan los peces y las aves con el cebo que les ponen delante.

     Porque ésta es la condición de las cosas corporales, que luego se nos ofrecen con un alegre semblante y con un rostro lisonjero y halagüeño que nos promete alegría y contentamiento, mas después que la experiencia de las cosas nos desengaña, luego sentimos el anzuelo debajo del cebo, y vemos claramente que no era oro todo lo que relucía. Así hallarás por experiencia que pasa en todas las cosas del mundo. Si no, mira los placeres de los recién casados, y hallarás cómo después de pasados los primeros días del casamiento, luego comienza a cerrárseles aquel día de su felicidad, y caer la noche oscura de los cuidados, necesidades y fatigas que después desto sobrevienen. Porque luego cargan trabajos de hijos, de enfermedades, de ausencias, de celos, de pleitos, de partos revesados, de desastres, de dolores, y finalmente de la muerte necesaria del uno de los dos, que a veces previene muy temprano, y convierte las alegrías de los desposorios no acabados en lágrimas de perpetua viudez y soledad. ¿Pues qué mayor engaño, y qué mayor hipocresía que ésta? ¡Qué contenta va la doncella al tálamo el día de su desposorio, porque no tiene ojos para ver más de lo que de fuera parece! Mas si le diesen ojos para ver la sementera de trabajos que aquel día se siembran, ¡cuánto mayor causa tendría para llorar que para reír! Deseaba Rebeca tener hijos, y después que se vio preñada y sintió que los hijos en el vientre peleaban, dijo: «Si así había ello de ser, ¿que necesidad había de concebir?» ¡Oh, a cuántos acaece esta manera de desengaño después que alcanzaron lo que deseaban, por hallar otra cosa en el proceso de lo que al principio se prometían!

     Pues, ¿qué diré de los oficios, de las honras, de las sillas y dignidades? ¡Cuán alegres se representan luego cuando de nuevo se ofrecen! Mas, ¡cuántos enjambres de pasiones, de cuidados, de envidias y trabajos se descubren después de aquel primero y engañoso resplandor! Pues, ¿qué diremos de los que andan metidos en amores deshonestos? ¡Cuán blandas hallan al principio las entradas deste ciego laberinto! Mas después de entrados en él, ¡cuántos trabajos han de pasar, cuántas malas noches han de llevar, a cuántos peligros se han de poner! Porque aquel fruto del árbol vedado guarda la furia del dragón venenoso, que es la espada cruel del pariente, o del marido celoso, con la cual muchas veces se pierde la vida, la honra, la hacienda y el ánima en un momento. Así puedes discurrir por la vida de los avarientos, de los mundanos y de los que buscan la gloria del mundo con las armas o con las privanzas, y en todos ellos hallarás grandes tragedias, de dulces principios y desastrados fines, porque ésta es la condición de aquel cáliz de Babilonia, por defuera dorado, y de dentro lleno de veneno.

     Pues según esto, ¿qué es toda la gloria del mundo sino un canto de sirenas que adormece, una ponzoña azucarada que mata, una víbora por defuera pintada, y de dentro llena de ponzoña? Si halaga es para engañar, si levanta es para derribar, si alegra es para entristecer. Todos sus bienes da con incomparables usuras. Si os nace un hijo, y después se os muere, con las setenas es mayor el dolor de su muerte que el alegría de su nacimiento. Más duele la pérdida, que alegra la ganancia; más aflige la enfermedad, que alegra la salud; más quema la injuria, que deleita la honra. Porque no sé qué género de desigualdad fue ésta, que más poderosos quiso naturaleza que fuesen los males para dar pena, que los placeres para dar alegría. Lo cual todo bien considerado, manifiestamente nos declara cuán falsa y engañosa sea esta felicidad.

 

VII

Conclusión de lo susodicho

     Cata aquí, pues, hermano mío, la figura verdadera del mundo, aunque sea otra la que él por defuera muestra, y cata aquí cuál sea su felicidad, breve, miserable, peligrosa, ciega y llena de pecados y de engaños. Pues según esto, ¿qué otra cosa es este mundo sino, como dijo un filósofo, un arca de trabajos, una escuela de vanidades, una plaza de engaños, un laberinto de errores, una cárcel de tinieblas, un camino de salteadores, una laguna cenagosa y un mar de continuos movimientos? ¿Qué es este mundo sino tierra estéril, campo pedregoso, bosque lleno de espinas, prado verde y lleno de serpientes, jardín florido y sin fruto, río de lágrimas, fuente de cuidados, dulce ponzoña, fábula compuesta y frenesí deleitable? ¿Qué bienes hay en él que no sean falsos, y qué males que no sean verdaderos? Su sosiego es congojoso, su seguridad sin fundamento, su miedo sin causa, sus trabajos sin fruto, sus lágrimas sin propósito, sus propósitos sin suceso, su esperanza vana, su alegría fingida y su dolor verdadero.

     En lo cual verás cuánta semejanza tiene este mundo con el infierno, porque si ninguna otra cosa es infierno sino lugar de penas y culpas, ¿qué otra cosa abunda más en este mundo que ésta? A lo menos así lo testifica el profeta, cuando dice que de día y de noche estaba por todas partes cercado de pecados, y que lo que había en él era trabajos y sinjusticia. Ésta es la fruta del mundo, ésta la mercaduría que en él se vende, éste el trato que en todos su rincones se halla: trabajo y sin justicia, que son males de pena y males de culpa. Pues si ninguna otra cosa es el infierno sino lugar de penas y culpas, ¿cómo no se llamará también en su manera este mundo «infierno», pues en él hay tanto de lo uno y de lo otro? A lo menos por tal lo tenía san Bernardo cuando decía que, si no fuera por la simiente de esperanza que tenemos en esta vida de la otra, poco menos malo le parecía este mundo que el infierno.

 

VIII

De cómo la verdadera felicidad y descanso se halla sólo en Dios, y cómo es imposible hallarse en el mundo

     Mas ya que hasta aquí habemos tan claramente visto cuán miserable y engañosa sea la felicidad del mundo, resta que veamos ahora cómo la verdadera felicidad y descanso, que no se halla en el mundo, está en Dios. Lo cual si entendiesen bien los hombres mundanos, no tendrían por qué seguir al mundo como lo siguen. Y por esto determino probar aquí brevemente esta tan importante verdad, no tanto por autoridad y testimonio de la fe cuanto por clara razón.

     Para lo cual es de saber que ninguna criatura puede tener perfecto contentamiento hasta llegar a su último fin, que es a la última perfección que según su naturaleza le conviene. Porque mientras no llegare aquí, necesariamente ha de estar inquieta y descontenta, como quien se siente necesitada de lo que le falta. Pregunto, pues, ahora: ¿Cuál es el último fin del hombre, en cuya posesión está su felicidad, que es lo que los teólogos llaman su bienaventuranza objetiva? No se puede negar sino que ésta es Dios, el cual, así como es su primer principio así es su último fin, y así como es imposible haber dos primeros principios así lo es haber dos últimos fines, porque eso sería haber dos dioses. Pues si sólo Dios es el último fin del hombre y su última bienaventuranza, y dos últimos fines y bienaventuranzas es imposible que haya, luego fuera de Dios imposible es hallar bienaventuranza. Porque, sin duda, así como el guante se hizo para la mano y la vaina para el espada, por lo cual para ningunos otros usos vienen bien estas cosas sino para éstos, así el corazón humano, criado para Dios, en ninguna cosa puede hallar descanso sino en Dios. Con él solo estará contento, y fuera dél pobre y necesitado.

     La razón desto es porque, como el principal sujeto de la bienaventuranza sean el entendimiento y la voluntad del hombre, que son las dos más nobles potencias que hay en él, mientras éstas estuvieren inquietas, no puede él estar sosegado y quieto. Pues cierto es que estas dos potencias en ninguna manera pueden estar quietas sino con solo Dios. Porque, como dice santo Tomás, no puede nuestro entendimiento entender ni saber tantas cosas, que no le quede habilidad y deseo natural para saber más, si hubiere más que saber. Y asimismo no puede nuestra voluntad amar ni gozar de tantos bienes, que no le quede virtud y capacidad para más, si más le dieren. Y por tanto, nunca reposarán estas dos potencias hasta hallar un objeto universal en quien estén todas las cosas, el cual, una vez conocido y amado, ni le quedan más verdades que saber, ni más bienes de que gozar. De aquí nace que ninguna cosa criada, aunque sea la posesión de todo el mundo, basta para dar hartura a nuestro corazón, sino sólo aquel para quien fue criado, que es Dios. Y así escribe Plutarco de un soldado que llegó de grado en grado a ser emperador, y como se viese en este estado tan deseado y no hallase el contentamiento que deseaba, dijo: «En todos los estados he vivido, y en ninguno he hallado contentamiento.» Porque claro está que lo que fue criado para solo Dios no había de hallar reposo fuera de Dios.

     Y para que aún más claro entiendas esto, ponte a mirar una aguja de un relojico de sol, porque allí verás representada esta filosofía tan necesaria. La naturaleza desta aguja, después de tocada con la piedra imán, es mirar al norte, porque Dios, que crió esta piedra, le dio esta natural inclinación, que siempre mire a este lugar. Y verás por experiencia qué desasosiego tiene consigo, y qué de veces se vuelve y revuelve hasta que endereza la punta a él. Y esto hecho, luego para y queda fija, como si la hincaras con clavos. Pues así has de entender que crió Dios el hombre con esta natural inclinación y respeto a él, como a su norte y a su centro y a su último fin. Y por tanto, mientras fuera dél estuviere, siempre estará como aquella aguja, inquieto y desasosegado, aunque posea todos los tesoros del mundo; mas volviéndose a él, luego reposará como ella reposa, porque ahí tiene todo su descanso. De lo cual se infiere que aquél solo será bienaventurado que poseyere a Dios; y aquél estará más cerca de ser bienaventurado que más cerca estuviere de Dios. Y porque los justos en esta vida están más cerca dél, ellos son los más bienaventurados, aunque su bienaventuranza no la conoce el mundo.

     La causa es porque no consiste en deleites sensibles y corporales, como la pusieron los filósofos epicúreos, y después déstos los moros, y después déstos los discípulos de ambas escuelas, que son los malos cristianos, los cuales con la boca reniegan de la ley de Mahoma, y con la vida no guardan otra, ni buscan en esta vida otro paraíso que el suyo. Si no, dime qué otra cosa hacen muchos de los ricos y poderosos deste siglo, mayormente en la mocedad, sino andar buscando y probando todos cuantos géneros de pasatiempos se pueden hallar. Pues, ¿qué es esto, sino tener por último fin el deleite con Epicuro y buscar el paraíso de Mahoma en el mundo? Miserable de ti, discípulo de tales maestros. ¿Por qué no aborreces la vida de aquellos cuyos nombres escupes y abominas? Si acá quieres tener el paraíso de Epicuro, ten por cierto que perderás el de Cristo. No está, pues, la bienaventuranza del hombre, ni en el cuerpo, ni en bienes de cuerpo, como la ponen los moros, sino en el espíritu, y en bienes espirituales e invisibles, como la pusieron los grandes filósofos y la ponen los cristianos, aunque en diferente manera. Así lo significó el profeta, cuando dijo: «Toda la gloria y hermosura de la hija del rey, dentro está escondida, donde está guarnecida de oro y vestida de mil colores», y donde tiene tanta paz y alegría cuanta nunca tuvieron ni tendrán todos los reyes del mundo. Si no queremos decir que tuvieron mayor contentamiento los príncipes de la tierra que los amigos de Dios, lo cual negarán muchos dellos, que muy alegremente dejaron grandes estados y riquezas después que gustaron de Dios; y negará también con ellos san Gregorio papa, que probó lo uno y lo otro, y a fuerza de brazos fue llevado a la silla del pontificado, y estando en ella, siempre lloraba y suspiraba por aquella pobre celda que había dejado en el monasterio, como el cautivo que está en tierra de moros suspira por su patria y libertad.

 

IX

Prueba lo dicho por ejemplos

     Mas porque este engaño es tan grande y tan universal, añadiré aún otra razón no menos eficaz que la pasada, por la cual vean los amadores del mundo cuán imposible sea hallar en él la felicidad que desean. Para lo cual has de presuponer, lo que es muy notorio, que muchas más cosas se requieren para que una cosa sea perfecta, que para ser imperfecta. Porque para ser perfecta requiérese que tenga todas sus perfecciones juntas, mas para ser imperfecta basta que tenga una sola imperfección. Pues desta manera has de presuponer que para que uno tenga perfecta felicidad, requiérese que tenga todas las cosas a su gusto, y si una sola tiene a su disgusto, ésa es más parte para hacerlo miserable que todas las otras bienaventurado. Visto he yo muchas personas en grandes estados, y con muchos cuentos de renta, las cuales, con todo esto, vivían la más triste vida del mundo, porque muy mayor tormento les daba una cosa muy deseada que no alcanzaban, que contentamiento todo cuanto poseían. Porque sin duda todo cuanto se posee no consuela tanto, cuanto un solo apetito destos -como una espina hincada por el corazón- atormenta, ca no hace al hombre bienaventurado la posesión de los bienes, sino el cumplimiento de sus deseos. Lo cual divinamente explicó san Agustín en el libro De moribus Ecclesiae por estas palabras: «Según yo pienso, no se puede llamar bienaventurado el que no alcanzó lo que ama, de cualquier condición que sea lo amado; ni tampoco es bienaventurado el que no ama lo que posee, aunque sea muy bueno lo poseído; porque el que desea lo que no puede alcanzar, padece tormento; y el que alcanza lo que no merecía ser deseado, padece engaño; y el que no desea lo que merece ser deseado, está enfermo.» De donde se infiere que en sola la posesión y amor del sumo bien está nuestra bienaventuranza, y fuera deso no puede estar. De suerte que estas tres cosas juntas, posesión, amor y sumo bien, hacen al hombre bienaventurado, fuera de las cuales nadie lo puede ser por mucho que posea.

     Y aunque para confirmación desto te pudiera traer muchos ejemplos, pero baste por todos el de aquel tan famoso privado del rey Asuero, llamado Amán, el cual teniéndose por agraviado porque Mardoqueo, que aguardaba a las puertas del palacio, no le hacía la cortesía que él quería, juntando en uno sus amigos y su mujer, díjoles estas palabras: «Vosotros sabéis cuán grandes sean mis prosperidades y privanzas, y cuán lleno estoy de riquezas y de hijos y de todo lo que el corazón humano puede desear. Mas con todo esto os hago saber que, teniendo todas estas cosas, no me parece que tengo nada mientras Mardoqueo, que está a las puertas del rey, no me hace la cortesía que yo quiero.» Mira, pues, ruégote, cuánto más parte era serlo este trabajo para hacer aquel corazón miserable que todas cuantas prosperidades tenía para hacerlo bienaventurado. Y mira también cuán lejos está el hombre en esta vida de serlo, y cuán cerca de ser miserable, pues para lo uno son menester tantos bienes, y para lo otro basta un solo defecto.

     Pues según esto, ¿quién habrá en este mundo que pueda escapar de ser miserable? ¿Qué rey, qué emperador habrá tan poderoso, que todas las cosas tenga a su voluntad, y que no haya cosa que le dé disgusto? Porque ya que por parte de los hombres faltase toda contradicción, ¿quién podrá escapar de todos los golpes de la naturaleza, de todas las enfermedades del cuerpo, y de todos los temores y fantasías del ánima, la cual muchas veces teme sin temor y se congoja sin causa? Pues, ¿cómo piensas tú, hombrecillo miserable, alcanzar contentamiento por el camino del mundo, por el cual nunca los sumos príncipes y monarcas lo alcanzaron? Si para alcanzar ese bien son menester todos los bienes juntos, ¿cuándo serás tú tan dichoso, estando fuera de Dios, que ninguna cosa te falte? Eso pertenece a sólo Dios, y si alguno en esta vida en alguna manera los posee es el que ama y posee a Dios, pues según las leyes del amistad, entre los amigos todas las cosas son comunes.

     Y si todas estas razones tan evidentes no te convencen, y quieres mas experiencia que razón, vete a aquel gran sabio Salomón, y dile que, pues él navegó por este mar con mayor prosperidad que nadie, probando y descubriendo todos los géneros de grandezas y recreaciones del mundo, que te dé nuevas de la tierra que descubrió, si por ventura halló en todo eso cosa que le hartase, y responderte ha en cabo diciendo: Vanitas vanitatum, dixit Ecclesiastes; vanitas vanitatum et omnia vanitas. Cree, pues, a un hombre tan experimentado, que no te habla por especulación sino por vista de ojos. No pienses que serás tú, ni nadie, parte para descubrir otra cosa más de lo que éste descubrió. Porque, ¿qué príncipe ha habido en el mundo, ni más sabio, ni más rico, ni más bien servido, ni más glorioso, ni más afamado que éste fue? ¿Quién jamás probó más linajes de pasatiempos, de cazas, de músicas, de mujeres, de atavíos, de monterías, de caballerías, que éste probó? Y probadas todas estas cosas, no sacó otro fruto de todas ellas sino este que has oído. ¿Adónde, pues, vas a probar lo ya probado? No pienses tú hallar lo que éste no halló, pues ni tienes otro mundo que buscar, ni otros mayores aparejos para buscar, que éste tuvo. Y pues éste no mató la sed que tenía con tan grande vendimia, no pienses tú que la podrás matar con la rebusca. Ya éste gastó aquí su tiempo, y por ventura por esta causa cayó, como dice san Jerónimo escribiendo a Eustoquio. Pues, ¿para qué te quieres tú ir también tras él? Mas porque los hombres creen más la experiencia que a la razón, por ventura dejó Dios este hombre experimentar todos los bienes y pasatiempos del mundo para que, después de probados, diese dellos estas nuevas que has oído, porque con el trabajo de uno se excusasen los trabajos de todos, y con el desengaño de uno se desengañasen todos, y escarmentasen en cabeza ajena.

     Pues si esto es así, con mucha razón podré ahora exclamar con el profeta, diciendo: «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de tan pesado corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?» Muy bien dice «vanidad» y «mentira», porque si no hubiera en las cosas del mundo más de vanidad, que es ser nada, pequeño mal fuera éste; pero hay otro mayor, que es la mentira y la falsa apariencia con que nos hacen creer que son algo, siendo nada. Por lo cual dijo el mismo Salomón: «Engañosa es la gentileza, y vana la hermosura.» Pequeño mal fuera ser solamente vana, si no fuera también engañosa. Porque la vanidad conocida poco mal puede hacer, mas la que lo es y no lo parece, ésa es la que principalmente daña. En lo cual se ve cuán grande hipócrita sea el mundo, porque así como los hipócritas trabajan por encubrir las culpas que hacen, así los ricos del mundo por disimular las miserias que padecen. Los unos se nos venden por santos siendo pecadores, y los otros por bienaventurados siendo miserables.

     Si no, llégate más de cerca a tomar el pulso y meter la mano en el lado desos que por defuera parecen bienaventurados, y verás cuánto desdice eso que por defuera parece, de lo que dentro pasa. Algunas yerbas nacen en los campos que, mirándolas desde lejos, parecen muy hermosas, y llegándoos a ellas y tocándolas con las manos, dan de sí tan mal olor, que las sacude luego el hombre de sí y corrige el engaño de los ojos con el tocamiento de las manos. Pues tales son, por cierto, los más de los ricos y poderosos del mundo, porque si miras a la grandeza de sus estados y al resplandor de sus casas y criados, parecen ser ellos solos bienaventurados, mas si te llegas más cerca a oler los rincones de sus casas y de sus ánimas, hallarás que tienen muy diferente el ser del parecer. Por donde muchos de los que al principio desearon sus estados cuando los vieron de lejos, después los sacudieron de sí cuando los miraron de cerca, como lo leemos en muchas historias aun de gentiles. Y en las vidas de los emperadores hallamos que no faltó quien, siendo electo emperador por todo el ejército, por ninguna vía lo quiso aceptar, siendo gentil, sólo por conocer las espinas que debajo de aquella flor, al parecer tan hermosa, estaban escondidas.

     Pues, ¡oh hijos de los hombres, criados a imagen de Dios, redimidos por su sangre, diputados para ser compañeros de los ángeles!, ¿por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira, creyendo que hallaréis descanso en esos falsos bienes, que nunca lo dieron ni darán jamás? ¿Por qué habéis dejado la mesa de los ángeles por los manjares de las bestias? ¿Por qué habéis dejado los deleites y olores del paraíso por los hedores y amarguras del mundo? ¿Cómo no bastan tantas calamidades y miserias que cada día experimentáis en él, para apartaros deste tan cruel tirano? Tales parece que somos en esta parte como algunas malas mujeres, que se andan perdidas tras un rufián que les come y juega cuanto tienen, y sobre esto las arrastra y da de coces cada día, y ellas todavía, con una miserable sujeción y cautiverio, se andan perdidas tras él.

     Resumiendo, pues, aquí todo lo dicho: Si por tantas razones, ejemplos y experiencias nos consta que no se halla la felicidad y descanso que todos buscamos en el mundo sino en Dios, ¿por qué no le buscamos en Dios? Esto es lo que en breves palabras nos amonesta san Agustín, diciendo: «Cerca la mar y la tierra, y anda por do quisieres, que a doquiera que fueres serás miserable, si no vas a Dios.»