Capítulo XXVII

Contra los que se excusan diciendo que es áspero y dificultoso el camino de la virtud

 

     Otra excusa suelen alegar en su favor los hombres de mundo para desamparar la virtud, diciendo que es áspera y dificultosa, aunque esta aspereza bien conocen que no nace della, pues como amiga de la razón es muy conforme a la naturaleza de la criatura racional, sino de la mala inclinación de nuestra carne y apetito, la cual nos vino por el pecado. Por lo cual dijo el apóstol que la carne codiciaba contra el espíritu, y el espíritu contra la carne, y que estas dos cosas eran entre sí contrarias. Y en otro lugar: «Huélgome -dice él- con la ley de Dios según el hombre interior, mas siento otra ley en mis miembros que contradice a la de mi ánima, y me cautiva y sujeta al pecado.» En las cuales palabras da a entender él que la virtud y la ley de Dios es conforme y agradable a la porción superior de nuestra ánima, que es toda espiritual -donde está el entendimiento y la voluntad-, mas la guarda della se impide por la ley de los miembros, que es por la mala inclinación y corrupción de nuestro apetito con todas sus pasiones, el cual rebeló contra la porción superior desta ánima cuando ella rebeló contra Dios, la cual rebelión es causa de toda esta dificultad. Pues por esta razón son tantos los que dan de mano a la virtud, aunque la estimen en mucho, como hacen algunas veces los enfermos, que aunque desean la salud, aborrecen la medicina porque la tienen por desabrida. Por do parece que si sacásemos a los hombres deste engaño, habríamos hecho una gran jornada, pues esto es lo que principalmente los aparta de la virtud. Porque, por lo demás, no hay en ella cosa que no sea de grandísimo precio y dignidad.

 

I

De cómo la gracia que se nos da por Cristo hace fácil el camino de la virtud

 

     Has, pues, ahora de saber que la causa principal deste engaño es poner los hombres los ojos en sola esta dificultad que hay en la virtud, y no en las ayudas que de parte de Dios se nos ofrecen para vencerla. Que es aquella manera de engaño que padecía el discípulo del profeta Eliseo, según arriba declaramos, el cual como veía el ejército de Siria que tenía cercada la casa de su señor, y no veía el que de parte de Dios estaba en su defensa, desmayaba y teníase por perdido, hasta que por oración del santo profeta le abrió Dios los ojos y vio cuánto mayor poder había de su parte que de la de los contrarios. Pues tal es el engaño déstos que hablamos, porque como ellos experimentan en sí la dificultad de la virtud, y no han experimentado los favores y socorro que se dan para alcanzarla, tienen por dificultosísima esta empresa, y así se despiden della.

     Pues dime ahora, ruégote: si el camino de la virtud es tan dificultoso, ¿qué quiso significar el profeta cuando dijo: «En el camino de tus mandamientos, señor, me deleité, así como en todas las riquezas del mundo?» Y en otro lugar: «Tus mandamientos, señor, son más dignos de ser deseados que el oro y las piedras preciosas, y más dulces que el panal y la miel.» De manera que no sólo concede lo que todos concedemos a la virtud, que es su maravillosa excelencia y preciosidad, sino también lo que el mundo le quita, que es dulzura y suavidad. Por donde puedes tener por cierto que los que hacen esta carga pesada, aunque sean cristianos y vivan en la ley de gracia, no han aún desayunádose deste misterio. ¡Pobre de ti! Tú que dices que eres cristiano, dime: ¿para qué vino Cristo al mundo, para qué derramó su sangre, para qué instituyó los sacramentos, para qué envió al Espíritu Santo? ¿Qué quiere decir evangelio, qué quiere decir gracia, qué Jesús? ¿Qué significa este nombre tan celebrado dese mismo señor que adoras? Y si no lo sabes, pregúntalo al evangelista que dice: «Ponerle has por nombre Jesús, porque él hará salvo a su pueblo de su pecados.» ¿Pues qué es ser salvador y librador de pecados, sino merecernos el perdón de los pecados pasados y alcanzarnos gracia para excusar los venideros?

     ¿Para qué, pues, vino este salvador al mundo, sino para ayudarte a salvar? ¿Para qué murió en la Cruz, sino para matar el pecado? ¿Para qué resucitó después de muerto, sino para hacerte resucitar en esta nueva manera de vida? ¿Para qué derramó su sangre, sino para hacer della una medicina con que sanase tus llagas? ¿Para qué ordenó los sacramentos, sino para remedio y socorro de los pecados? ¿Cuál es uno de los más principales frutos de su pasión y de su venida, sino habernos allanado el camino del cielo, que antes era áspero y dificultoso? Así lo significó Isaías, cuando dijo que en la venida del Mesías los caminos torcidos se enderezarían, y los ásperos se allanarían. Finalmente, ¿para qué, sobre todo esto, envió el Espíritu Santo, sino para que de carne te hiciese espíritu? ¿Y para qué lo envió en forma de fuego, sino para que como fuego te encendiese y alumbrase y avivase, y transformase en sí mismo, y te levantase a lo alto, de donde él bajó? ¿Para qué es la gracia con las virtudes infusas que della proceden, sino para hacer suave el yugo de Cristo, para hacer ligero el ejercicio de las virtudes, para cantar en las tribulaciones, para esperar en los peligros y vencer en las tentaciones? Este es el principio y el medio y el fin del evangelio, conviene saber, que así como un hombre terrenal y pecador, que fue Adán, nos hizo pecadores y terrenos, así otro hombre celestial y justo, que fue Cristo, nos hiciese celestiales y justos. ¿Qué otra cosa escriben los evangelistas, qué otras promesas anunciaron los profetas, qué otra predicaron los apóstoles? Ésta es la suma de toda la teología cristiana, ésta es la palabra abreviada que Dios hizo sobre la tierra, ésta es la consumación y abreviación que el profeta Isaías dice que oyó a Dios, de la cual se siguieron luego en el mundo tantas riquezas de virtudes y de justicia.

     Declaremos esto más en particular. Pregúntote: ¿de dónde procede la dificultad que hay en la virtud? Decirme has que de las malas inclinaciones de nuestro corazón, de nuestra carne concebida en pecado, porque la carne contradice al espíritu, y el espíritu a la carne, como cosas entre sí contrarias. Pues pongamos ahora por caso que te dijese Dios: «Ven acá, hombre; yo te quitaré ese mal corazón que tienes y te daré otro corazón nuevo, y te daré fuerzas para mortificar tus malas inclinaciones y apetitos.» Si esto te prometiese Dios, ¿serte hía entonces dificultoso el camino de la virtud? Claro está que no. Pues dime, ¿qué otra cosa es la que tiene este señor tantas veces prometida y firmada en todas sus escrituras? Oye lo que dice por el profeta Ezequiel, hablando señaladamente con los que viven en la ley de gracia: «Yo -dice él- os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros, y quitaros he el corazón que tenéis de piedra, y daros he corazón de carne. Y pondré mi espíritu en medio de vosotros, y mediante él haré que andéis por el camino de mis mandamientos y guardéis mis justicias y las pongáis por obra, y moraréis en la tierra que yo di a vuestros padres, y seréis vosotros mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.» Hasta aquí son palabras de Ezequiel. ¿De qué dudas tú ahora aquí? ¿De que no guardará Dios contigo esta palabra, o si podrás con el cumplimiento della guardar su ley? Si dices lo primero, haces a Dios falso prometedor, que es una de las mayores blasfemias que pueden ser. Si dices que con este socorro no podrás cumplir su ley, háceslo defectuoso proveedor, pues queriendo remediar el hombre, no dio para ello bastante remedio. ¿Pues qué te queda aquí en que dudar?

     Allende desto, también te dará virtud para mortificar estas malas inclinaciones que pelean contra ti y te hacen dificultoso este camino. Este es uno de los principales efectos de aquel árbol de vida que el Salvador con su sangre santificó. Así lo confiesa el apóstol, cuando dice: «Nuestro viejo hombre fue juntamente crucificado con Cristo, para que así fuese destruido el cuerpo del pecado, para que ya no sirviésemos más al pecado.» Y llama aquí el apóstol «viejo hombre» y «cuerpo de pecado» a nuestro apetito sensitivo con todas las malas inclinaciones que dél proceden, el cual dice que fue crucificado en la Cruz con Cristo, porque por aquel nobilísimo sacrificio nos alcanzó gracia y fortaleza para poder vencer este tirano y quedar libres de las fuerzas de sus malas inclinaciones y de la servidumbre del pecado, como arriba se declaró. Ésta es aquella victoria y aquel tan gran favor que el mismo señor promete por Isaías, diciendo así: «No temas, porque yo estoy contigo; no te apartes de mí, porque yo soy tu Dios. Yo te esforzaré y te ayudaré, y la mano diestra de mi justo -que es el mismo Hijo de Dios- te sostendrá. Buscarás a los que peleaban contra ti, y no los hallarás, serán como si no fuesen, y quedarán como un hombre rendido y gastado ante los pies de su vencedor. Porque yo soy tu señor Dios, que te tomaré por la mano y te diré: No temas, que yo te ayudaré.» Hasta aquí son palabras de Dios por Isaías. Pues, ¿quién desmayará con tal esfuerzo? ¿Quién desmayará con el temor de sus malas inclinaciones, pues así las vence la gracia?

 
II

Responde a algunas objeciones

 

     Y si me dices que todavía quedan a los justos sus rinconcillos secretos, que son aquellas rugas que, como se escribe en Job, los acusan y dan testimonio contra ellos, a eso te responde el mismo profeta con una palabra diciendo: «Serán como si no fuesen; porque si quedan, quedan para nuestro ejercicio, y no para nuestro escándalo; quedan para despertarnos, y no para enseñorearnos; quedan para darnos ocasiones de coronas, y no para ser lazos de pecados; quedan para nuestro triunfo, no para nuestro caimiento; finalmente, quedan de tal manera, como convenía que quedasen para nuestra probación y para nuestra humildad, y para el conocimiento de nuestra flaqueza, y para gloria de Dios y de su gracia. De manera que el haber así quedado redunda en provecho nuestro. Porque así como las bestias fieras, que de suyo son perjudiciales al hombre, cuando son amansadas y domésticas sirven al provecho del hombre, así también las pasiones moderadas y templadas ayudan en muchas cosas a los ejercicios de la virtud.

     Pues dime ahora: si Dios es el que así te esfuerza, ¿quién te derribará? Si Dios es por ti, ¿quién contra ti? «El Señor -dice David-, es mi lumbre y mi salud, ¿a quién temeré? El Señor es defensor de mi vida, ¿de quién habré yo temor? Si se asentaren reales de enemigos contra mí, no temerá mi corazón; y si se levantare batalla contra mí, en él tendré yo mi esperanza.» Por cierto, hermano mío, si con tales promesas como éstas no osas determinarte a servir a Dios, que debes ser muy cobarde; y si de tales palabras no te fías, sin duda eres muy desleal. Dios es el que te dice que te dará otro nuevo ser, que te mudará el corazón de piedra y te lo dará de carne, que mortificará tus pasiones, que vendrás a tal estado que no te conocerás, que mirarás por tus malas inclinaciones y no las hallarás, porque él las debilitará y enflaquecerá. Pues, ¿qué tienes más aquí que pedir, qué tienes más que desear, qué te falta sino fe viva y esperanza viva para que te quieras fiar de Dios y arrojarte en sus brazos?

     Paréceme que no puedes responder a esto sino diciendo que son grandes tus pecados, y que por ellos te será por ventura negada esta gracia. A esto te respondo que una de las mayores injurias que puedes hacer a Dios es ésa, pues das a entender que hay alguna cosa que él, o no pueda, o no quiera remediar, convirtiéndose a él su criatura y pidiéndole remedio. No quiero que en esta parte creas a mí; cree aquel santo profeta, el cual parece que se acordaba de ti y te salía al camino cuando escribió aquellas palabras que en sentencia dicen así: «Si por tus pecados te hubieren comprendido estas maldiciones susodichas, y después, movido a penitencia, te volvieres a tu señor Dios con todo tu corazón y ánima, él se apiadará de ti y te librará del cautiverio en que estuvieres, y te traerá a la tierra que te tiene jurada, aunque te hayan llevado hasta el cabo del mundo.» Y añade más: «Y circuncidará el señor Dios tu corazón y el corazón de tus hijos, para que así le puedas amar con toda tu ánima y con todo tu corazón.» ¡Oh, si te circuncidase ahora este señor también los ojos, y te quitase las tinieblas dellos para que vieses claramente la manera desta circuncisión! No serás tan grosero que entiendas esta circuncisión corporalmente, porque deso no es capaz el corazón. Pues, ¿qué circuncisión es esta que el Señor aquí promete? Sin duda es la demasía de nuestras pasiones y malas inclinaciones que nacen del corazón, las cuales son un muy grande impedimento de su amor. Pues todas estas ramas estériles y dañosas promete él que circuncidará con el cuchillo de su gracia, para que estando el corazón, si decirse puede, desta manera podado y circuncidado, emplee toda su virtud por sola esta rama del amor de Dios. Entonces serás verdadero israelita, entonces te habrás circuncidado al Señor, cuando él hubiere cercenado de tu ánima el amor del mundo y no quedare en ella más que solo su amor.

     Y querría que notases atentamente cómo esto que el Señor aquí promete que hará si te volvieres a él, eso mismo te manda él en otra parte que hagas, diciendo: «Circuncidaos al Señor y cercenad las demasías de vuestros corazones.» Pues, ¿como, señor: lo que vos aquí prometéis de hacer, me mandáis a mí que haga? Si vos habéis de hacer esto, ¿para qué me lo mandáis? Y si yo lo tengo de hacer, ¿para qué me lo prometéis? Esta dificultad se suelta con aquellas palabras de san Agustín, que dicen: «Señor, dadme gracia para hacer lo que vos me mandáis, y mandadme lo que quisiereis.» De manera que él es el que manda lo que tengo de hacer y el que me da gracia para hacerlo, por donde en una misma cosa se hallan juntamente mandamiento y promesa, y una misma cosa hace él y hace el hombre, él como causa principal, y el hombre como menos principal. De suerte que se ha Dios en esta parte con el hombre como el pintor que rigiese el pincel en las manos de un discípulo suyo, y así viniese a hacer una imagen perfecta, la cual está claro que hacen ambos, mas no es igual ni la honra ni la eficacia de ambos. Pues así lo hace Dios aquí, guardada la libertad de nuestro albedrío con nosotros, porque después de acabada la obra, no tenga el hombre por qué gloriarse, sino por qué glorificar al Señor con el profeta, diciendo: «Todas nuestras obras obraste, señor, en nosotros.»

     Pues acuérdate desta palabra, y por ella glosarás todos los mandamientos de Dios, porque todo cuanto él te manda que hagas él promete ser contigo para hacerlo. Y así como cuando te manda circuncidar el corazón, él dice que lo circuncidará, así cuando te manda que le ames sobre todas las cosas, él te dará gracia para que así lo ames. De aquí nace llamarse el yugo de Dios suave, porque lo tiran dos, conviene saber, Dios y el hombre. Y así, lo que la naturaleza sola hacía dificultoso, la divina gracia hace ligero. Y por esto, acabadas estas palabras, dice luego el profeta más abajo: «Ese mandamiento que yo te mando hoy, ni está sobre ti, ni muy lejos de ti, ni está levantado en el cielo para que hayas de decir: ¿Quién de nosotros podrá subir al cielo para traerlo de allí? Ni tampoco está puesto dese cabo de la mar para que tengas ocasión de decir: ¿Quién podrá pasar la mar y traerlo de tan lejos? No está, pues, así alejado, sino muy cerca de ti lo hallarás en tu boca y en tu corazón para haberlo de cumplir.» En las cuales palabras quiso el santo profeta quitar todos los nublados y dificultades que los hombres sensuales ponen en la ley de Dios, porque como miran a la ley sin el evangelio, esto es, lo que les mandan hacer sin la gracia que les darán para poderlo hacer, ponen este achaque en la ley de Dios llamándola pesada y dificultosa, y no miran que expresamente contradicen en esto a las palabras del evangelista san Juan, que dice: «La verdadera caridad consiste en que guardemos los mandamientos de Dios.» Los cuales mandamientos no son pesados, porque todo aquello que nace de Dios vence el mundo. Quiere decir que los que recibieron en sus ánimas el espíritu de Dios, mediante el cual fueron reengendrados y hechos hijos de aquel cuyo espíritu recibieron, éstos, como tienen dentro de sí a Dios que en ellos mora por gracia, pueden más que todo lo que no es Dios, y así ni el mundo, ni el demonio, ni todo el poder del infierno es poderoso contra ellos. De donde se sigue que, aunque la carga de los mandamientos divinos fuera muy pesada, las nuevas fuerzas que por la gracia se comunican la hacen liviana.

 

III

De cómo el amor de Dios hace también fácil y suave el camino del cielo

 

     Pues, ¿qué será si con todo lo susodicho juntamos también el socorro que nos viene por parte de la caridad? Ca cierto es que una de las principales condiciones de la caridad es hacer suavísimo el yugo de la ley de Dios. Porque, como dice san Agustín, no son penosos los trabajos de los que aman, sino antes ellos mismos deleitan, como los de los que pescan, montean y cazan. ¿Quién hace a la madre no sentir los trabajos continuos de la crianza del niño, sino el amor? ¿Quién hace a la buena mujer curar noche y día sin cesar el marido enfermo, sino el amor? ¿Quién hace hasta las bestias y las aves andar tan solícitas en la crianza de sus hijos, y ayunar lo que ellos comen, y trabajar porque ellos descansen, y atreverse a defenderlos con tan gran coraje, sino el amor? ¿Quién hizo al apóstol san Pablo decir aquellas tan animosas palabras que él escribe en la Epístola a los romanos: «¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿Habrá tribulación o angustia, o hambre o desnudez, o peligro o cuchillo que esto pueda? Cierto estoy que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados ni virtudes, ni las cosas presentes ni las venideras, ni fuerza ni alteza ni profundidad, ni otra criatura alguna será bastante para apartarnos del amor de Dios.» ¿Quién, otrosí, hizo a nuestro padre santo Domingo tener tan grande sed del martirio como el ciervo de las fuentes de las aguas, sino la fuerza deste amor? ¿De dónde le vino a san Lorenzo estar con tanta alegría asándose en las parrillas, que viniese a decir que aquellas brasas le daban refrigerio, sino de la sed grande que tenía del martirio, la cual había encendido la llama deste amor? Porque el verdadero amor de Dios, como dice Crisólogo, ninguna cosa tiene por dura, ninguna por amarga, ninguna por pesada. ¿Qué hierro, qué heridas, qué penas, qué muertes pueden vencer al amor perfecto? El amor es una cota de malla que no se puede falsear: despide las saetas, sacude los dardos, escarnece los peligros, burla de la muerte; finalmente, si es amor, todas las cosas vence.

     Mas no se contenta el perfecto amor con vencer los trabajos que se le ofrecen, sino desea también que se le ofrezcan por lo que ama. De aquí nace una gran sed que los varones perfectos tienen de martirios, que es derramar sangre por aquel que primero derramó la suya por ellos. Y como no se les cumple este deseo, encruelécense contra sí mismos, y hacen de sí verdugos contra sí. Por esto martirizan sus cuerpos y aflígenlos con hambre, sed, frío, calor y con otros muchos trabajos, y desta manera descansan algún tanto porque se les cumple en algo su deseo.

     Este lenguaje no entienden los amadores del mundo, ni alcanzan cómo se pueda amar lo que ellos tanto aborrecen y aborrecer lo que tanto aman, mas verdaderamente es ello así. En la Escritura leemos que los egipcios tenían por dioses los animales brutos, y como a tales los adoraban. Mas, por el contrario, los hijos de Israel llamaban abominaciones a los que ellos llamaban dioses, y sacrificaban y mataban para gloria del verdadero Dios a los que ellos adoraban por dioses. Pues desta manera los justos, como verdaderos israelitas, llaman abominaciones a los dioses del mundo, que son las honras, los deleites y las riquezas, a quien él adora y sacrifica: escupen y matan estos falsos dioses como unas abominaciones, para gloria del verdadero Dios. Y así, el que quisiere ofrecer a Dios sacrificio agradable, mire lo que el mundo adora, y eso le sacrifique; y por el contrario, abrace por su amor lo que viere que aborrece. ¿Por ventura no lo hacían así aquellos que, después de haber recibido las primicias del Espíritu Santo, iban alegres delante del concilio por haber padecido injurias por el nombre de Cristo? ¿Pues cómo lo que bastó para hacer dulces las cárceles y los azotes y las parrillas y las llamas no bastará para hacerte dulce la guarda de los mandamientos divinos? Y lo que basta cada día para hacer llevar a los justos, no solamente la carga de la Ley, sino también la sobrecarga de sus ayunos, vigilias, disciplinas, cilicios, desnudez y pobreza, ¿no bastará para hacer a ti llevar la simple carga de la ley de Dios y de su Iglesia? ¡Oh, cómo vives engañado! ¡Oh, cómo no conoces la virtud y las fuerzas de la caridad y de la gracia divina!

 

IV

De otras cosas que nos hacen suave el camino de la virtud

 

     Lo dicho bastaba suficientemente para deshacer del todo este común impedimento que muchos alegan. Mas ya que nada desto fuese así, ya que en este camino hubiese trabajos, dime, ruégote: ¿qué mucho era, por la salvación de tu ánima, hacer algo de lo que haces por la salud de tu cuerpo? ¿Qué mucho sería hacer algo por escapar de tormentos eternos? ¿Qué te parece que haría aquel rico avariento que está en el infierno si le diesen licencia para tornar a este mundo a enmendar los yerros pasados? Pues no menos es razón que hagas tú ahora de lo que él hiciera, pues si fueres malo, te está guardado el mismo tormento, y así has de tener el mismo deseo.

     Y demás desto, si atentamente considerares lo mucho que Dios por ti ha hecho, y lo mucho más que te promete, y los muchos pecados que tienes contra él cometidos, y los muchos trabajos que padecieron los santos, y mucho más lo que padeció el santo de los santos, sin duda te avergonzarías de no padecer algo por Dios, y aun de cualquier bocado que bien te supiese vendrías a tener miedo y descontentamiento. Por lo cual dijo san Bernardo que no igualaban las pasiones y tribulaciones deste siglo, ni con la gloria que esperamos, ni con la pena que tememos, ni con los pecados que habemos cometido, ni con los beneficios que habemos recibido de Dios. Cualquiera destas consideraciones bastaba para acometer esta vida por trabajosa que fuera.

     Mas, para decirte la verdad, aunque en todas partes y en todas las maneras de vidas haya trabajos, sin comparación es mayor el trabajo que hay en el camino de los malos que en el de los buenos. Porque aunque sea trabajo caminar de cualquier manera que caminares, porque al fin el camino cansa, pero muy mayor trabajo pasa el ciego que camina y mil veces tropieza, que el que tiene ojos y mira por dónde va. Pues como esta vida sea camino, no se pueden en ella excusar trabajos, hasta que vayamos al lugar de los descansos. Mas el malo, como no se rige por razón sino por pasión, claro está que camina a ciegas, pues no hay en el mundo cosa más ciega que la pasión. Pero los buenos, como se guían por razón, ven estos despeñaderos y barrancos, y desvíanse dellos, y así caminan con menos trabajo y mayor seguridad. Así lo entendió y confesó aquel gran sabio Salomón, cuando dijo: «La senda de los justos resplandece como la luz, y va siempre creciendo hasta llegar al mediodía, más el camino de los malos es oscuro y tenebroso, y así no ven los despeñadero en que caen.» Y no sólo es oscuro, como aquí dice Salomón, sino también deleznable y resbaladizo, como dice David, para que por aquí veas cuántas caídas dará quien camina por tal camino, y esto a oscuras y sin ojos, y así entiendas por estas semejanzas la diferencia que va de camino a camino y de trabajo a trabajo.

     Y aun para ese poco de trabajo que a los buenos queda hay mil maneras de ayudas, que los alivian y disminuyen, como ya dijimos. Porque, primeramente, ayúdalos la asistencia y providencia paternal de Dios que los rige, y la gracia del Espíritu Santo que los anima, y la virtud de los sacramentos que los santifica, y las consolaciones divinas que los alegran, y los ejemplos de los buenos que los esfuerzan, y las escrituras de los santos que los enseñan, y el alegría de la buena conciencia que los consuela, y la esperanza de la gloria que los alienta, con otros mil favores y socorros de Dios, con los cuales se les hace tan dulce este camino, que vienen con el profeta a decir: «¡Cuán dulces son, señor, las palabras de tus mandamientos a mi garganta! Más que la miel en mi boca.»

     Pues quienquiera que todo esto considerare verá luego claramente la concordia de muchas autoridades de la escritura divina, de las cuales unas hacen este camino áspero, y otras suave. Porque en un lugar dice el profeta: «Por amor de las palabras de tus labios yo anduve por caminos duros.» Y en otro dice: «En el camino de tus mandamientos me deleité así como en todas las riquezas.» Porque este camino tiene ambas estas cosas, conviene saber, dificultad y suavidad, la una por parte de la naturaleza y la otra por virtud de la gracia, y así lo que era dificultoso por una razón se hace ligero por otra. Lo uno y lo otro significó el Señor, cuando dijo que su yugo era suave y su carga liviana. Porque en decir «yugo» significó el peso que aquí había, y en decir «suave» la facilidad que por parte de la gracia se le daba.

     Y si por ventura preguntares cómo es posible que sea yugo y sea suave -pues la condición del yugo es ser pesado-, a esto se responde que la causa es porque Dios lo alivia, como él lo prometió por el profeta Oseas, diciendo: «Yo les seré como quien levanta el yugo y lo quita de encima de sus mejillas.» Pues luego, ¿qué maravilla es que sea liviano el yugo que Dios alivia y el que él mismo ayuda a levantar? Si la zarza ardía y no se quemaba porque Dios estaba en ella, ¿qué mucho es que ésta sea carga y sea liviana, pues el mismo Dios está en ella ayudándola a llevar? ¿Quieres ver lo uno y lo otro en una misma persona? Oye lo que dice san Pablo: «En todas las cosas padecemos tribulaciones y no nos angustiamos, vivimos en extrema pobreza y no nos falta nada, sufrimos persecuciones y no somos desamparados, humíllannos y no somos confundidos, abátennos hasta la tierra y no somos por eso perdidos.» Cata aquí, pues, por un cabo la carga de los trabajos, y por otro el alivio y suavidad que Dios suele poner en ellos.

     Pues aun más claro significó esto el profeta Isaías, cuando dijo: «Los que esperan en el Señor mudarán la fortaleza, tomarán alas como águilas, correrán y no trabajarán, andarán y no desfallecerán.» Ves, pues, aquí el yugo deshecho por virtud de la gracia, y ves trocada la fortaleza de carne en fortaleza de espíritu, o por mejor decir, la fortaleza de hombre en fortaleza de Dios. ¿Ves cómo el santo profeta ni calló el trabajo, ni calló el descanso, ni la ventaja que había de lo uno a lo otro, cuando dijo: «Correrán y no trabajarán, andarán y no desfallecerán?» Así que, hermano mío, no tienes por qué desechar este camino por áspero y dificultoso, pues tantas cosas hay en él que lo hacen llano.

 

V

Prueba por ejemplos ser verdad todo lo dicho

 

     Y si todas estas razones no te acaban de convencer, y tu incredulidad es como la de santo Tomás, que no quería creer sino lo que viese con los ojos, también descenderé contigo a este partido, porque no temo ninguna prueba defendiendo tan buena cansa. Pues para esto tomemos ahora un hombre que lo haya corrido todo; que algún tiempo fue vicioso y mundano, y después por la misericordia de Dios está ya trocado y hecho otro. Éste es bueno para juez desta causa, pues no solamente ha oído, sino también visto y probado por experiencia ambas cosas, y bebido de ambos cálices. Pues a éste podrías tú muy bien conjurar y pedirle te dijese cuál dellos halló más suave. Desto podrían dar muy buen testimonio muchos de los que están diputados en la Iglesia para examinadores de las conciencias ajenas, porque éstos son los que descienden a la mar en navíos y ven las obras de Dios en las muchas aguas -que son las obras de su gracia y las grandes mudanzas que cada día se hacen por ella-, las cuales sin duda son de grande admiración.

     Porque verdaderamente no hay en el mundo cosa de mayor espanto, ni que cada día se haga más nueva a quien bien la considera, que ver lo que en el ánima de un justo obra esta divina gracia. ¡Cómo la transforma, cómo la levanta, cómo la esfuerza, cómo la consuela, cómo la compone toda dentro y fuera, cómo le hace mudar las costumbres del hombre viejo, cómo le trueca todas sus aficiones y deleites, cómo le hace amar lo que antes aborrecía y aborrecer lo que antes amaba, y tomar gusto en lo que antes le era desabrido y disgusto en lo que antes le era sabroso! ¡Qué fuerzas le da para pelear, qué alegría, qué paz, qué lumbre para conocer la voluntad de Dios, la vanidad del mundo y el valor de las cosas espirituales que antes despreciaba! Y, sobre todo esto, lo que mayor espanto pone es ver en cuán poco tiempo se obran todas estas cosas, porque no es menester cursar muchos años en las escuelas de los filósofos y aguardar al tiempo de las canas para que la edad nos ayude a cobrar seso y mortificar las pasiones, sino que en medio del fervor de la mocedad y en espacio de muy pocos días se muda un hombre tan mudado, que apenas parece el mismo. Por lo cual dice muy bien Cipriano que este negocio, primero se siente que se aprende, y que no se alcanza por estudio de muchos años sino por el atajo de la gracia, que en muy breve lo da todo. La cual gracia podemos decir que es como unos espirituales hechizos con que Dios por una manera maravillosa muda los corazones de los hombres de tal modo, que les hace amar con grandísimo amor lo que antes aborrecían, que era el ejercicio de las virtudes, y aborrecer con grandísimo aborrecimiento lo que antes amaban, que eran los gustos y deleites de los vicios.

     Éste es uno de los grandes provechos que sacan del oficio del confesar los que esto hacen con aquella devoción y espíritu que deben, porque allí ven cada día muchas destas maravillas, con las cuales parece que les paga nuestro salvador el trabajo de su servicio, tan bien pagado, que muchos habemos visto mudados con la vista destas mudanzas, y muy aprovechados en el camino de la virtud con estos cuotidianos ejemplos. Estos, pues, callando oyen, como otro Jacob, las palabras y misterios de José, y estiman con su justo precio lo que no sabe estimar el niño simple que lo relata. Mas para mayor claridad y confirmación de lo dicho añadiré aquí el ejemplo y autoridad de dos grandes santos, los cuales en un tiempo vivieron en este mismo engaño, y después vieron el desengaño, y lo uno y lo otro quiso Dios que dejasen escrito para nuestro ejemplo y aviso.

     Pues el bienaventurado mártir Cipriano, escribiendo a un amigo suyo llamado Donato el principio y manera de su conversión, dice así: «En el tiempo que andaba yo perdido y engolfado en el mundo, sin saber de mi vida, sin tener lumbre y conocimiento de la verdad, tenía por imposible lo que para mi salud y remedio la divina gracia me prometía, conviene saber, que el hombre podía volver a nacer de nuevo y recibir otro espíritu y otra manera de vida, con la cual dejase de ser lo que antes era y comenzase a tener otro nuevo ser y otra contradicción de vida, de tal modo que, aunque la sustancia y figura del cuerpo fuese la misma, el hombre interior del todo se mudaría. Antes decía yo que era imposible la tal mudanza, porque no podía tan presto deshacerse lo que tan asentado estaba en nosotros, así por parte de la naturaleza corrupta como de la costumbre depravada. Porque, ¿cómo será posible que sea abstinente el que está acostumbrado a mesas largas y delicadas? ¿Cómo se querrá abajar a traer una capa raída el que huelga de resplandecer con oro y púrpura? Y el que se deleita con los magistrados y cargos de república, ¿cómo le sufrirá el corazón verse sin honra? Y el que se precia de andar muy acompañado de servidores y de henchir la calle por do va de criados, ¿cómo no tendrá por tormento verse solo y desacompañado? No puede ser sino que los vicios y costumbres pasadas han de acudir a pedir cada uno su derecho, y convidar y solicitar el corazón con sus halagos y blanduras. No puede ser sino que muchas veces ha de solicitar la gula, y envanecer la soberbia, y deleitar la honra, e inflamar la ira, e indignar la crueldad y despeñar la lujuria.»

     »Esto era lo que yo conmigo muchas veces trataba. Porque como estaba enlazado en tantas maneras de males, de los cuales no creía poder librarme, con la desconfianza de la enmienda favorecía a los mismos vicios a quien servía como a criados familiares nacidos en mi casa. Mas después que, limpiadas las culpas de la vida pasada, entró la luz de lo alto en el corazón purificado ya y limpio con el agua del santo bautismo, después que, recibido el espíritu del cielo, el segundo nacimiento me hizo otro nuevo hombre, luego por una manera maravillosa comenzaron a asentárseme las cosas antes dudosas y aclarárseme las oscuras y abrírseme las cerradas y aparecérseme fáciles las que antes parecían difíciles, y posibles las que se me hacían imposibles, de tal manera que se parecía bien claro ser propio del hombre lo que había nacido de carne, y así vivía según carne, mas de Dios y no del hombre lo que el espíritu había animado. Bien sabes tú, por cierto, amigo Donato, bien sabes lo que este espíritu del cielo me quitó y lo que me dio, el cual es muerte de los vicios y vida de las virtudes. Bien sabes tú todo esto, porque no predico yo aquí mis abalanzas, sino la gloria de Dios. Excusada es en este caso la jactancia, aunque no se puede llamar jactancia, sino agradecimiento, lo que no se atribuye a la virtud del hombre, sino a la gracia de Dios, pues está claro que el haber dejado de pecar procedió de su gracia, así como el haber antes pecado fue de la naturaleza corrupta.»

     Hasta aquí son palabras de Cipriano, en las cuales abiertamente ves el engaño tuyo y de muchos otros, los cuales midiendo la dificultad de la virtud con sus propias fuerzas, tienen por dificultoso y aun por imposible alcanzarla, y no miran que en arrojándose en los brazos de Dios y determinando de salir de pecado, los recibe en su gracia, la cual hace tan llano este camino, cuanto aquí has visto por este ejemplo, pues es cierto que ni aquí se te dice mentira, ni tampoco faltará a ti la gracia que a este santo no faltó, si te volvieres a Dios como él lo hizo.

     Oye otro ejemplo no menos admirable que éste. Escribe san Agustín, en el octavo libro de sus Confesiones, que como él comenzase a tratar en su corazón de dejar el mundo, que se le ofrecían grandes dificultades en esta mudanza, y que le parecía que por una parte todos sus deleites pasados se le atravesaban delante, y le decían: «¿Cómo, y para siempre nos quieres dejar? ¿Y desde ahora nunca más eternalmente nos has de ver?» Por otra parte dice que se le representaba la virtud con un rostro alegre y sereno, acompañada de muchos buenos ejemplos, así de doncellas como de viudas y de otras personas que en todo género de estados y edades castamente vivían, diciéndole: «¿Cómo, no podrás tú lo que éstos y éstas pueden? ¿Por ventura éstos y éstas pueden lo que pueden por su virtud, o por la de Dios? Mira que porque estribas en ti caes. Arrójate en Dios y no temas, porque no se desviará ni te desamparará. Arrójate en él seguramente, que él te recibirá y te salvará.»

     En medio desta batalla tan reñida, dice este santo que comenzó a llorar fuertemente, y que se apartó a solas y se dejó caer debajo de una higuera, y que soltando las riendas a las lágrimas, comenzó a dar voces de lo íntimo de su corazón, diciendo: «¿Hasta cuándo, señor, hasta cuándo te airarás con

tra mí, hasta cuándo no se dará fin a mis torpezas, hasta cuándo ha de durar este: mañana, mañana? ¿Por qué no será: luego? ¿Por qué no se da en esta hora fin a mis maldades?»

     Acabadas estas y otras cosas que este santo allí refiere, dice luego que le mudó nuestro señor súbitamente el corazón, de tal manera que nunca más tuvo apetito de vicios carnales ni de otra cosa del mundo, sino que del todo sintió su corazón libre de todos los apetitos. Y así, como suelto ya destas cadenas, comienza en el libro siguiente a dar gracias a su libertador, diciendo: «¡Oh señor, yo soy tu siervo, yo tu siervo e hijo de tu sierva! Rompiste, señor, mis ataduras; a ti sacrificaré sacrificio de alabanza. Alábente mi corazón y mi lengua, y todos mis huesos digan: Señor, ¿quién es como tú? ¿Dónde estaba, Cristo Jesús, ayudador mío, dónde estaba tantos años había mi libre albedrío, pues no se convertía a ti? ¿De cuán profundo piélago lo sacaste en un momento para que sujetase yo mi cuello a tu dulce yugo y a la carga liviana de tu santa ley? ¡Cuán deleitable se me hizo luego carecer de los deleites del mundo, y cuán dulce dejar lo que antes recelaba perder! Echabas tú fuera de mi ánima, verdadero y sumo deleite, todos los otros vanos deleites, echábaslos fuera, y entrabas tú en lugar dellos, más dulce que todo otro deleite y más hermoso que toda otra hermosura.» Hasta aquí son palabra de san Agustín.

     Pues dime ahora: si esto así pasa, si tan grande es la virtud y eficacia de la divina gracia, ¿qué es lo que te tiene cautivo para que no hagas otro tanto? Si tú crees que esto es verdad, y que esta gracia es poderosa para hacer esta mudanza, y que esta no se negará a quien de todo su corazón la buscare pues es ahora el mismo Dios que entonces era, sin acepción de personas, ¿qué te detiene para que no salgas desa miserable servidumbre y abraces el sumo bien que se te ofrece de balde? ¿Por qué quieres más con un infierno ganar otro infierno, que con un paraíso otro paraíso? No seas cobarde ni desconfiado. Prueba una vez este negocio y confía en Dios, que no lo habrás comenzado, cuando te salga él a recibir como al hijo pródigo, los brazos abiertos. Cosa maravillosa es que si un burlador te prometiese enseñar un arte de alquimia con que pudieses hacer del cobre oro, no dejarías, aunque te costase mucho, de probarla. Y date aquí la palabra Dios de manera como puedas tú de tierra hacerte cielo, y de carne espíritu, y de hombre ángel, ¿y no lo quieres probar?

     Y pues en cabo, tarde o temprano has de conocer esta verdad, en esta vida o en la otra, ruégote pienses atentamente cuán burlado te hallarás el día de la cuenta, viéndote condenado porque dejaste el camino de la virtud por áspero y dificultoso, conociendo allí claramente que era mucho más deleitable que el de los vicios, y el que solo llevaba a los deleites eternos.