Capítulo XXIV

Contra la primera excusa, de los que dilatan la mudanza de la vida y el estudio de la virtud para adelante

     Ninguna duda hay sino que lo que hasta aquí habemos dicho bastaba y sobraba para el principal propósito que aquí pretendemos, que es inclinar los corazones de los hombres, supuesta la divina gracia, al amor y seguimiento de la virtud. Mas con ser todo esto verdad, no faltan a la malicia humana excusas y aparentes razones con que defenderse o consolarse en sus males, como afirma el Eclesiástico, diciendo: «El hombre pecador huirá de la corrección, y nunca le faltará para su mal propósito alguna aparente razón.» Y Salomón, otrosí, dice que anda buscando achaques y ocasiones el que se quiere apartar de su amigo, y así los buscan los malos para apartarse de Dios, alegando para esto cada uno su manera de excusa. Porque unos dilatan este negocio para adelante, otros le reservan para la hora de la muerte, otros dicen que recelan esta jornada por parecerles trabajosa, y otros que se consuelan con la esperanza de la divina misericordia, pareciéndoles que con sola la fe y esperanza, sin caridad, podrán salvarse; y otros, finalmente, presos con el amor del mundo, no quieren dejar la felicidad que en él poseen, por la que les promete la palabra de Dios. Éstos son los más comunes embaimientos y engaños con que el enemigo del linaje humano de tal manera trastorna los entendimientos de los hombres, que los tiene casi toda la vida cautivos en sus pecados, para que en este miserable estado los saltee la muerte, tomándolos con el hurto en las manos. Pues a estos engaños responderemos ahora en la postrera parte deste libro. Y primero contra los que dilatan este negocio para adelante, que es el más general de todos éstos.

     Dicen, pues, algunos que todo lo dicho hasta aquí es verdad, y que no hay otro partido más seguro que el de la virtud, y que no quieren dejar de seguirle; mas que al presente no pueden, que adelante habrá tiempo en que más fácilmente y mejor lo puedan hacer. Desta manera escribe san Agustín que respondía a Dios antes de su conversión, diciendo: «Espera, señor, un poco, aguarda otro poco, ahora dejaré el mundo, ahora saldré de pecado.» Así, pues, andan los malos en traspasos con Dios, quebrantando de cada día unos plazos y señalando otros, sin acabar de llegar esta hora de su conversión.

     Pues que éste sea manifiesto engaño de aquella antigua serpiente, a quien no es nueva cosa mentir y engañar los hombres, no sería dificultoso de probar, y sería todo este pleito acabado si sólo esto quedase concluido. Porque ya nos consta que la cosa que todo hombre cristiano más debe desear es su salvación, y que para ésta le es necesaria la conversión y enmienda de la vida, porque de otra manera no hay salud. Resta, pues, que veamos cuándo ésta se haya de hacer. De manera que no nos queda aquí por averiguar sino sólo el tiempo, porque en todo lo demás no hay debate. Tú dices que adelante,. yo digo que luego. Tú dices que adelante te será esto más fácil de hacer, yo digo que luego lo será. Veamos quién tiene razón.

     Mas antes que tratemos de la facilidad, ruégote me digas quién te dio seguridad que llegarías adelante. ¿Cuántos te parece que se habrán burlado con esta esperanza? San Gregorio dice: «Dios, que prometió perdón al pecador si hiciese penitencia, nunca le prometió el día de mañana.» Conforme a lo cual dice Cesáreo: «Dirá alguno por ventura: Cuando llegare a la vejez me cogeré a la medicina de la penitencia. ¿Cómo tiene atrevimiento para presumir esto de sí la fragilidad humana, pues no tiene seguro sólo un día?» Creo verdaderamente que son innumerables las ánimas que por este camino se han perdido; a lo menos así se perdió aquel rico del evangelio, de quien escribe san Lucas que como le hubiese sucedido muy bien la cosecha de un año, púsose a hacer consigo esta cuenta: «¿Qué haré de tanta hacienda? Quiero derribar mis graneros y hacerlos mayores para guardar estos frutos; y hecho esto, hablaré con mi ánima, y decirle he: Aquí tienes, ánima mía, muchos bienes para muchos años. Pues que así es, come y bebe y huelga y date buena vida. Y estando el miserable haciendo esta cuenta, oyó una voz que le dijo: Loco, esta noche te pedirán tu ánima. Eso que tienes guardado, ¿para quién será?» Pues, ¿qué mayor locura que disponer un hombre por su autoridad lo que ha de ser adelante, como si tuviese en su mano la presidencia de los tiempos y momentos que el padre eterno tiene puestos en su poder? Y si del Hijo solo dice san Juan que tiene las llaves de la vida y de la muerte para cerrar y abrir a quien y cuando él quisiere, ¿cómo el vil gusanillo quiere adjudicar a sí y usurpar ese tan gran poder? Sólo este atrevimiento merece ser castigado con este castigo -para que el loco por la pena sea cuerdo-: que no halle adelante tiempo de penitencia el que no quiso aprovecharse del que Dios le daba.

     Y pues son tantos los que desta manera son castigados, muy mejor acuerdo sera escarmentar en cabeza ajena y sacar de los peligros de los otros seguridad, tomando aquel tan sano consejo que nos da el Eclesiástico, diciendo: «Hijo, no tardes de convertirte al Señor, y no lo dilates de día en día, porque súbitamente suele venir su ira, y destruirte ha en el tiempo de la venganza.»

 
I

     Mas ya que te concediésemos esa vida, tan larga como tú imaginas, ¿cuál será más fácil, comenzar desde luego a enmendarla, o dejarse esto para adelante? Y para que esto se vea más claro, señalaremos aquí sumariamente las principales causas de donde esta dificultad procede. Nace, pues, esta dificultad, no de los impedimentos y embarazos que los hombres imaginan, sino del mal hábito y costumbre de la mala vida pasada; que mudarla, como dicen, es a par de muerte. Por lo cual dijo san Jerónimo que el camino de la virtud nos había hecho áspero y desabrido la costumbre larga de pecar. Porque la costumbre es otra segunda naturaleza, y así, prevalecer contra ella es vencer la misma naturaleza, que es la mayor de todas las victorias. Y así dice san Bernardo que, después que un vicio se ha confirmado con la costumbre de muchos años, es menester especialísimo y casi miraculoso socorro de la divina gracia para vencerlo. Por donde el cristiano debe temer mucho la costumbre de cualquier vicio, porque así como hay prescripción en las haciendas, así también, en su manera, la hay en los vicios. Y después que un vicio ha prescrito, es muy malo de vencer por pleito si no hay, como dice aquí san Bernardo, especialísimo favor divino.

     Nace también esta dificultad de la potencia del demonio, que tiene especial señorío sobre el ánima que está en pecado, el cual es aquel fuerte armado del evangelio que guarda con grandísimo recaudo todo lo que tiene a su cargo. Nace también de estar Dios apartado del ánimo que está en pecado, que es aquella guarda que vela siempre sobre los muros de Jerusalén, el cual está tanto más alejado del pecador, cuanto él está más lleno de pecados. Y deste alejamiento nacen grandes miserias en el ánima, como el Señor lo significó cuando por un profeta dijo: «¡Ay dellos, porque se apartaron de mí! « Y en otro capítulo dice: «¡Ay dellos cuando yo me apartare dellos! « Que es el segundo « ¡ay! » de que san Juan hace mención en su Apocalipsis.

     Últimamente, nace esta dificultad de la corrupción de las potencias de nuestra ánima, las cuales en gran manera se estragan y corrompen por el pecado, aunque esto no sea en sí mismas, sino en sus operaciones y efectos. Porque así como el vino se corrompe con el vinagre, la fruta con el gusano y finalmente cualquier contrario con su contrario, como arriba dijimos, así también todas las virtudes y potencias de nuestra ánima se estragan con el pecado, que es el mayor de todos sus enemigos y contrarios. Porque con el pecado se oscurece el entendimiento, y se enflaquece la voluntad, y se desordena el apetito, y se debilita más el libre albedrío, y se hace menos señor de sí y de sus obras, aunque nunca del todo pierda ni su fe ni su libertad. Y siendo estas potencias los instrumentos con que nuestra ánima ha de obrar el bien, siendo éstas como las ruedas deste reloj, que es la vida bien ordenada, estando estas ruedas e instrumentos tan maltratados y desordenados, ¿qué se puede esperar de aquí sino desorden y dificultad? Éstas, pues, son las principales causas deste trabajo, las cuales todas originalmente nacen del pecado, y crecen más y más con el uso dél.

     Pues siendo esto así, ¿en qué seso cabe creer que adelante te será la conversión y mudanza de vida más fácil, cuando habrás multiplicado más pecados, con los cuales juntamente habrán crecido todas las causas desta dificultad? Claro está que adelante estarás tanto más mal habituado, cuanto más hubieres pecado. Y adelante estará también el demonio más apoderado de ti, y Dios mucho más alejado. Y adelante estará mucho más estragada el ánima con todas aquellas fuerzas y potencias que dijimos. Pues si éstas son las causas desta dificultad, ¿en qué juicio cabe creer que será este negocio más fácil, creciendo por todas partes las causas de la dificultad?

     Porque continuando cada día los pecados, claro está que adelante habrás añadido otros nudos ciegos a los que ya tenías dados, adelante habrás añadido otras cadenas nuevas a las que ya te tenían preso, adelante habrás hecho mayor la carga de los pecados que te tenían oprimido, adelante estará tu entendimiento con el uso del pecar más oscurecido, tu voluntad más flaca para el bien, y tu apetito más esforzado para el mal, y tu libre albedrío, como ya declaramos, más enfermo y debilitado para defenderse dél. Pues siendo esto así, ¿cómo puedes tú creer que adelante te será este negocio más fácil? Si dices que no puedes ahora pasar este vado, aún antes que el río haya crecido mucho, ¿cómo lo pasarás mejor cuando vaya de mar a mar? Si tan trabajoso se te hace arrancar ahora las plantas de los vicios, que están en tu ánima recién plantadas, ¿cuánto más lo será adelante, cuando hayan echado más hondas raíces? Quiero decir, si ahora que están los vicios más flacos dices que no puedes prevalecer contra ellos, ¿cómo podrás adelante, cuando estén más arraigados y fortificados? Ahora, por ventura, peleas con cien pecados, adelante pelearás con mil; ahora con un año o dos de mala costumbre, adelante quizá con diez. Pues, ¿quién te dijo que adelante podrás más fácilmente con la carga que ahora no puedes, haciéndose ella por todas partes más pesada? ¿Cómo no ves que éstas son trapazas de mal pagador, que porque no quiere pagar dilata la paga de día en día? ¿Cómo no ves que éstas son mentiras de aquella antigua serpiente que con mentiras engañó a nuestros primeros padres y con ellas trata de engañar a sus hijos?

     Pues siendo esto así, ¿cómo es posible que, creciendo las dificultades por todas partes, te será más fácil lo que ahora te parece imposible? ¿En qué seso cabe creer que multiplicándose las culpas será más ligero el perdón, y creciendo la dolencia será más fácil la medicina? ¿No has leído lo que el Eclesiástico dice, que la enfermedad antigua y de muchos años pone en trabajo al médico, y que la de pocos días es la que más presto se cura? Esta manera de engaño declaró muy al propio un ángel a uno de aquellos santos padres del yermo, según leemos en sus vidas. Porque, tomándole por la mano, sacóle al campo y mostróle un hombre que estaba haciendo leña, el cual después de hecho un grande haz, como probase a llevarlo a cuestas y no pudiese, volvió a cortar mas leña y juntarla con la otra, y como menos pudiese con ésta por ser mayor, todavía porfiaba a hacer aún mayor la carga creyendo que así la podría mejor llevar. Pues como el santo monje se maravillase desto, díjole el ángel que tal era la locura de los hombres, que no pudiendo levantarse de los pecados por el peso grande que tenían sobre sí, añadían cada día pecados a pecados y cargas a cargas, creyendo que adelante podrían con lo más, no pudiendo ahora con lo menos.

     Pues, ¿qué diré entre todas estas cosas del poder solo de la mala costumbre, y de la fuerza que tiene para detenernos en el mal? Porque cierto es que así como los que hincan un clavo, con cada golpe que le dan lo hincan más, y con otro golpe mas, y así mientras más golpes le dan, más fijo queda y más dificultoso de arrancar, así con cada obra mala que hacemos, como con una martillada se hinca más y más el vicio en nuestras ánimas, y así queda tan aferrado, que apenas hay manera para poderlo después arrancar. Por donde vemos que la vejez de aquellos que gastaron la mocedad en vicios suele ser muchas veces amancillada con las disoluciones de aquella edad pasada, aunque la presente las rehúse, y la misma naturaleza las sacuda de sí. Y estando ya la naturaleza cansada del vicio, sola la costumbre que queda en pie corre el campo y les hace buscar deleites imposibles: tanto puede la tiranía y fuerza de la mala costumbre. Por lo cual se escribe en el Libro de Job que los huesos del malo serán llenos de los vicios de su mocedad, y con él dormirán en la sepultura. De manera que los tales vicios no tienen otro término sino el común término de todas las cosas, que es la muerte, en la cual vienen a acaban Aunque en la verdad ni aún aquí acaban, sino continúanse en perpetua eternidad, por lo cual se dice que duermen con él en la sepultura. Y la causa desto es porque, por razón de la vieja costumbre, que está ya convertida en naturaleza, tienen los apetitos de los vicios tan íntimamente arraigados en los huesos y médulas de su ánima, como una calentura lenta de tísicos, que está allá metida en las entrañas del hombre, que no espera cura ni medicina.

     Esto mismo nos mostró también el Salvador en la resurrección de Lázaro, de cuatro días muerto, al cual resucitó con tan grandes clamores y sentimientos, comoquiera que los otros muertos resucitase con tanta muestra de facilidad, para dar a entender cuán gran maravilla sea resucitar Dios al que está ya de cuatro días muerto y hediondo, esto es, de muchos días y de mucho tiempo acostumbrado a pecar. Porque, como declara san Agustín, entre estos cuatro días, el primero es el deleite del pecado, el segundo el consentimiento, el tercero la obra, el cuarto la costumbre del pecar. Y el que a este punto llega, ya es Lázaro de cuatro días muerto, que no resucita sino a fuerza de bramidos y lágrimas del Salvador.

     Todo esto evidentísimamente nos declara la dificultad grande que se añade a este negocio con la dilación del tiempo, y cómo mientras más se dilata, más se dificulta, y por consiguiente cuán manifiesta sea la mentira de los que adelante dicen que será más fácil la enmienda de su vida.

 
II

     Mas pongamos ya que todo te sucediese de la manera que tú lo sueñas, y que esas esperanzas tan vanas no te saliesen en blanco. ¿Qué me dirás del tiempo que en el entretanto pierdes, en el cual podrías merecer tan grandes y tan preciosos tesoros? ¿Qué locura sería, juzgando ahora según el mundo, si al tiempo que entrada una riquísima ciudad por armas, y estando los soldados saqueándola a gran prisa, cargándose de joyas y de tesoros, dejase uno de hacer otro tanto por estarse muy de espacio jugando al tejo con los muchachos en la plaza? Pues, ¿cuánto mayor locura es, que al tiempo que los justos están dándose prisa en hacer buenas obras para ganar con ellas los tesoros del cielo, que estés tú, que podrías hacer lo mismo, perdiendo este tiempo y ocupándote en los juguetes y niñerías del mundo?

     ¿Qué me dirás también, no sólo de los bienes que pierdes, sino de los males que en el entretanto haces? ¿No está claro que un pecado venial no se debería hacer, como dice san Agustín, por todo el mundo? Pues, ¿cómo te pones tú a hacer tantos mortales en ese medio tiempo, de los cuales ni uno solo debías de hacer por la salud de mil mundos? ¿Cómo quieres en el entretanto ofender y provocar a ira a aquel por cuyas puertas después te has de meter, a cuyos pies te has de derribar, de cuyas manos ha de estar colgada la suerte de tu eternidad, y cuya misericordia finalmente pretendes pedir con lágrimas y gemidos? ¿Cómo quieres ahora porfiadamente enojar a quien después has de haber menester, y a quien tanto menos hallaras propicio cuanto más le tuvieres enojado? Muy bien arguye san Bernardo contra los tales, diciendo así: «Tú, que haces estas malas cuentas perseverando en la mala vida, dime si piensas que el Señor te ha de perdonar, o no. Si crees que no te perdonará, ¿qué mayor locura que pecar sin esperanza de perdón? Y si piensas dél que es tan bueno y misericordioso, que aunque tantas veces le hayas ofendido, te perdonará, dime, ¿qué mayor maldad que tomar ocasión para más ofenderle de donde la habías de tomar para mas amarle?» ¿Qué se puede responder a esta razón?

     ¿Qué me dirás también de las lágrimas que adelante has de derramar por los pecados que ahora haces? Porque si Dios adelante te llama y visita -y cuitado de ti si no lo hace-, ten por cierto que te ha de amargar más que la hiel cada uno desos bocados que ahora comes, y que has de llorar siempre lo que en una vez hiciste, y que quisieras antes haber padecido mil muertes que haber ofendido a tal señor. Brevísimo fue el espacio que David pasó en sus placeres, y tan largo el que vivió con dolor, que él mismo dice de sí: «Lavaré cada una de las noches mi cama con lágrimas, y con ellas regaré mi estrado.» Y era tanta la abundancia destas lágrimas, que la translación de san Jerónimo, en lugar de: «Lavaré mi cama», dice: «Haré nadar mi cama en lágrimas», para significar aquellas tan grandes lluvias y corrientes de aguas que salían de sus ojos porque no guardaron la ley de Dios. Pues, ¿para qué quieres gastar tiempo en tal sementera, de la cual no tengas otro fruto que coger sino lágrimas?

     Allende desto, deberías aún mirar que no sólo siembras lágrimas para adelante, sino también dificultades para la buena vida, por el largo uso de la mala. Porque así como el que ha tenido una larga o recia enfermedad pocas veces sale della sin reliquia para adelante, así lo hace también el largo uso de los pecados y la grandeza dellos. Siempre queda el hombre más flaco y lisiado en aquella parte por do pecó, y por allí le da el enemigo mayores alcances. Los hijos de Israel adoraron un becerro, y en castigo desta culpa dioles Moisés a beber los polvos del becerro. Porque esta suele ser la pena con que castiga Dios algunos pecados, permitiendo por su justo juicio que se nos queden como embebidos en los huesos, y así sean nuestros verdugos los que antes habían sido nuestros ídolos.

     Sobre todo esto, ¿no mirarías cuán mal repartimiento es diputar el tiempo de la vejez para hacer penitencia, y dejar pasar en flor los años de la mocedad? ¿Qué locura sería, si un hombre tuviese muchas bestias y muchas cargas que llevar en ellas, que las echase todas sobre la bestia más flaca, y dejase las otras irse holgando vacías? Tal es, por cierto, la locura de los que guardan para la vejez toda la carga de la penitencia, y dejan los mejores tercios de la mocedad y de los buenos años, que eran cierto mejores para llevar esta carga que la vejez, la cual apenas puede sostener a sí misma. Muy bien dijo aquel gran filósofo Séneca que quien espera por la vejez para ser bueno, claro muestra que no quiere dar a la virtud sino el tiempo que no le sirve para otra cosa. Pues, ¿que será si con esto consideras la grandeza de la satisfacción que aquella majestad infinita pide para perfecto descargo de sus ofensas? La cual es tan grande, que, como dice san Juan Clímaco, apenas puede el hombre satisfacer hoy por las culpas de hoy, y apenas puede el mismo día descargar a sí mismo. Pues, ¿cómo quieres tú amontonar deudas en toda la vida, y reservar la paga para la vejez, que apenas podrá pagar las suyas propias? Es tan grande esta maldad, que la tiene san Gregorio por una grande deslealtad, como él lo significa por estas palabras: «Harto lejos está de la fidelidad que debe a Dios el que espera el tiempo de la vejez para hacer penitencia. Debía éste tal temer no venga a caer en las manos de la justicia, esperando indiscretamente en la misericordia.»

 
III

     Mas pongamos ahora que todo lo susodicho no hubiese lugar, ni interviniesen aquí todas estas cosas. Dime, ¿no bastaría si hay ley, si razón, si justicia en el mundo, la grandeza de los beneficios recibidos y de la gloria prometida para hacer que no fueses tan escaso en el tiempo del servicio con quien tan largo te ha sido en el hacer de las mercedes? ¡Oh, con cuanta razón dijo el Eclesiástico: «Nunca ceses de hacer bien en todo tiempo, porque el galardón de Dios permanece para siempre!» Pues si el galardón ha de durar tanto, ¿por qué quieres tú que dure tan poco el servicio? Si el galardón ha de durar mientras Dios reinare en el cielo, ¿por qué no quieres tú que el servicio dure siquiera mientras tú vivieres en la tierra, que todo ello es un punto, sino que dese punto quieres quitar los dos tercios y dejar un soplo para Dios?

     Demás desto, si tú esperas que te has de salvar, también has de presuponer que te tiene Dios ab æterno predestinado para esta salud. Pues dime ahora: si madrugó este señor desde su eternidad a amarte, y hacerte cristiano, y adoptarte por hijo, y hacerte heredero de su reino, ¿cómo aguardas tú en el fin de tus días a amar aquel que desde el principio de su eternidad, que es sin principio, te amó? ¿Cómo puedes acabar contigo de hacer servicios tan cortos a quien determinó hacerte beneficios tan largos? Porque, a buena razón, ya que el galardón es eterno, también lo había de ser el servicio, si esto fuera posible. Mas ya que no lo es, sino tan breve cuanto es la vida del hombre, ¿cómo dese espacio tan corto quieres quitar un pedazo tan largo al servicio de tal señor y dejarle tan poco, y aun eso de lo peor? Porque, como dice muy bien Séneca, en lo bajo del vaso no sólo queda lo poco, sino también lo malo. Pues, ¿qué ración es esa que dejas para Dios? «Maldito sea -dice él por Malaquías- el engañador que, teniendo en su manada animal sano y sin defecto, ofrece al Señor el más flaco de su ganado; porque rey grande soy yo, dice el Señor de los ejércitos, y mi nombre es terrible entre las gentes.» Como si más claramente dijera: «A tan grande señor como yo, grandes servicios pertenecen, e injuria es de tan grande majestad ofrecerle el desecho de las cosas.» Pues, ¿cómo guardas tú lo mejor y más hermoso de la vida para servicio del demonio, y quieres ofrecer a Dios lo que ya el mundo desecha de sí? Dice Dios: «No tendrás en tu casa medida mayor ni menor, sino medida justa y verdadera.» ¿Y quieres tú, contra esta ley, tener dos medidas tan desiguales, una tan grande para el demonio, como medida de amigo, y otra tan pequeña para Dios, como si fuera enemigo?

     Sobre todo esto, ruego que si ya de todos estos beneficios no haces caso, te acuerdes a lo menos de aquel inestimable beneficio que el padre eterno te hizo en darte a su unigénito hijo, que fue dar en precio de tu ánima aquella vida que valía más que todas las vidas de los hombres y de los ángeles. Por donde, aunque tuvieras tú en ti todas estas vidas y otras infinitas, las debías al dador de aquella vida, y aun todo esto era poco para pagarla. Pues, ¿con qué razón, con qué cara, con qué título niegas esa sola vida que tienes, tan pobre, al que tal vida puso por ti? ¿Y aún desa quieres quitar lo mejor y más bien parado, y dejar las heces para él?

     Sea, pues, la conclusión deste capítulo la que dio Salomón a su Eclesiastés, donde finalmente vino a resolverse en aconsejar al hombre se acordase de su criador en el tiempo de su mocedad, y no dejase este negocio para la vejez, que para todos los trabajos corporales es inhábil, cuyas pesadumbres e inhabilidades describe él allí por ocultas y admirables semejanzas, las cuales en sentencia dicen así: «Acuérdate de tu criador en el tiempo de tu mocedad, antes que vengan aquellos días trabajosos y aquellos años en que ya la misma vida suele ser a los hombres enojosa; antes que se menoscabe la vista y te parezca ya que el sol está oscuro, y la luna y las estrellas; cuando ya tiemblan las guardas de la casa -que son las manos-, y se estremecen los varones fuertes -que son las piernas, que sustentan toda la carga deste edificio-, y cesa ya el uso de la dentadura, que antes molía y desmenuzaba el manjar menudamente; y asimismo comienza a desfallecer la potencia visiva del ánima, que veía por las ventanas y agujeros de los ojos, y se cierran las puertas de la plaza -porque también desfallecen los órganos de los otros sentidos-, y despierta el hombre a la voz del gallo -por la flaqueza que suele haber de sueño en aquella edad-, y se ensordecen las hijas de la música -porque se cierran y estrechan las arterias donde se forma la voz-; donde no hay fuerza para subir a lo alto, y andar por camino fragoso, antes aún en lo llano estropieza el hombre; donde ya está florido el almendro -porque la cabeza viene a cubrirse de canas-; donde ya no hay hombros para poder llevar carga por pequeña que sea; donde está ya el hombre desganado de todas las cosas -por ir cada día más desfalleciendo las fuerzas de nuestro corazón, donde está el asiento de nuestros apetitos-, porque se va el hombre a más andar acercando a la casa de su eternidad -que es la sepultura-; donde le irán por la plaza llorando los suyos, cuando finalmente el polvo se tornará en su polvo, y el espíritu volverá al Señor que lo crió.» Hasta aquí son casi todas estas palabras de Salomón.

     Acuérdate, pues, hermano, conforme a esta descripción, de tu criador en el tiempo de la mocedad, y no dilates la penitencia para estos años tan cargados, donde ya desfallece la misma naturaleza y el vigor de todos los sentidos; donde el hombre más está para suplir con regalos e industria lo que falta de virtud a la naturaleza, que para abrazar los trabajos de la penitencia; cuando ya la virtud más parece necesidad que voluntad; cuando ya los vicios ganan honra con nosotros, porque ellos nos dejan primero que los dejemos, aunque lo más común es ser tal la vejez cual fue la mocedad, según aquello del Eclesiástico que dice: «Lo que no allegaste en la mocedad, ¿cómo lo hallarás en la vejez?»

     Éste es, pues, el consejo tan saludable que te da Salomón, y éste mismo te da el Eclesiástico, diciendo: «Confesarte has y alabarás a Dios estando vivo. Vivo y sano te confesarás, y si así lo hicieres, serás glorificado y enriquecido con sus misericordias.» Gran misterio es que entre los enfermos que estaban alderredor de la piscina, aquel libraba mejor que llegaba primero cuando se meneaba el agua, para que por aquí entiendas cómo toda nuestra salud está en acudir luego sin dilación al movimiento interior de Dios. Corre, pues, hermano mío, y date prisa; y si, como dice el profeta, hoy en este día oyeres la voz de Dios, no dilates la respuesta para mañana, antes comienza luego a poner por obra lo que te será tanto más fácil de obrar cuanto más presto lo comenzares.

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